LOS ZAPATOS PERDIDOS

19 de diciembre de 2008

El periodista iraquí que lanzó sus zapatos contra el todavía presidente de Estados Unidos, George W. Bush, no dio en el blanco. En realidad, si lo hizo, porque en la cultura árabe, la ofensa consiste en el gesto, no en la eficacia con que se ejecute.

A estas alturas, no es que sean precisos muchos golpes mediáticos de efecto para poner en evidencia el fracaso de una política, de una administración y de un modelo de ejercer el liderazgo mundial.

Pero los zapatos aparentemente perdidos del periodista iraquí han servido para contribuir a que no se olvide la responsabilidad de un puñado de dirigentes increíblemente irresponsables y enormemente dañinos.

La prensa progresista norteamericana se pregunta estos días si el escrutinio político de W. deberá terminar- cuando Obama jure su cargo el 20 de enero.

“Es preciso juzgar a Bush? ¿Pueden prescribir los crímenes de guerra cometidos durante su mandato?”, se pregunta THE NATION.

Pero incluso esa otra prensa más bien neutra, que se cuida muy mucho de no alejarse en exceso del establishment, publica las escandalosas evidencias que han convertido a la administración en candidata a ser llevada ante el Tribunal de La Haya.
THE NEW YORK TIMES se ha extendido en numerosas ocasiones sobre el terrible significado de Guantánamo. Menos conocido, un artículo de THE WASHINGTON POST describía hace unos días el funcionamiento de Camp Bucca y otros penales norteamericanos en el país ocupado (véase el articulo titulado “En Iraq, una prisión llena de gente inocente”). Los responsables de decidir sobre la suerte de los presos –ninguno de ellos, abogado- no consideraban si éstos eran inocentes o no, sino si su puesta en libertad entrañaba “inseguridad” para los intereses de Estados Unidos.
Para compensar esta fundamental desviación de cualquier sistema judicial democrático, los militares norteamericanos encargados del funcionamiento de las cárceles han proporcionado a los internos todo tipo de estímulos rehabilitadores, actividades formativas e imaginativos entretenimientos.
Bucca era, hace unos meses, un feudo de los jihadistas, según el Pentágono. El POST, sin embargo, apunta que los partidarios de Al Qaeda o de los grupos radicales chiíes no llegaban a la cuarta parte, e incluso siete de cada diez ni siquiera eran musulmanes practicantes activos. Los que se van, cuando se van, siguen convencidos de que se está cometiendo una injusticia estructural. "Aunque hayan convertido este lugar en un paraíso, sigue siendo una prisión llena de gente inocente”, comentaba uno de los reclusos al dejar la cárcel.
Bucca –todas las prisiones como ella- constituyen un Guantánamo menos conocido, pero cien veces más grande. La administración Bush sigue defendiendo su necesidad, pese a las abrumadoras pruebas que evidencian su perversidad. Pero los supuestos crímenes no empezaron en Guantámo. Ni en Abu Ghraib.
El demonio se desplegó cuando se decidió bombardear, invadir y ocupar Iraq, condicionar las decisiones sobre su orientación política y estratégica y controlar sus fuentes de riqueza. La muerte de cientos de miles de personas están tan injustificadas hoy como lo estaba en marzo de 2003 la operación que ha ocasionado todo el desastre.
“El abuso de los detenidos bajo custodia norteamericana no puede ser simplemente atribuido a unas cuantas ‘manzanas podridas’ que actuaron a su antojo. El hecho es que altos funcionarios en el gobierno de Estados Unidos solicitaron información sobre cómo usar técnicas agresivas, redefinieron la ley para crear una apariencia de legalidad y autorizaron su uso contra los detenidos”.
El texto no es obra de una Ong de derechos humanos. Lo firman dos senadores, uno demócrata, Carl Levin, y otro republicano, un tal John McCain, al que no hace falta presentar.
Pero la cuestión ahora no es establecer si la administración Bush ha actuado de forma criminal, sino qué respuesta va a producirse. Ya han aflorado numerosas iniciativas civiles en muchos lugares del mundo en pos de justicia. ¿Qué se hará en Estados Unidos? ¿Qué hará el nuevo presidente?
Obama –recuerda THE NATION- dijo en abril que si era elegido, revisaría las actuaciones de la administración Bush para “distinguir entre “crímenes genuinos” y “políticas realmente malas”. Y se comprometió a instruir a su fiscal general para que investigara lo ocurrido estos años. Y resulta que el hombre que Obama ha elegido para ese puesto, Eric Holder, manifestó el pasado mes de junio que lo cometido en Irak se acerca más a la consideración de “crímenes genuinos” que a la de “políticas realmente malas”. Item más. La Constitución y las leyes obligan a Obama a actuar de forma determinante en la persecución y castigo de prácticas como la tortura, la detención ilegal, los crímenes encubiertos (y los descubiertos). Así se lo han recordado recientemente varios profesores de derecho, un amplio panel de juristas y no pocas legisladores, incluidos algunos republicanos.
Y sin embargo....
No parece probable que Obama tenga energía y caudal político para el desafío de rendir cuentas éticas con la historia. Primero, porque tendrá al frente del Pentágono a un hombre como Robert Gates que, si bien no diseñó la horripilante estrategia militar, ha terminado asumiéndola como parte del último equipo republicano. Segundo, porque necesita el voto de influyentes lideres republicanos para hacer avanzar decisiones desesperadas en materia económica y social. Tercero, porque no encaja en su estilo conciliador y pragmático.
Habría que darse con un canto en los dientes si Obama realmente cierra Guantánamo cuanto antes e introduce procedimientos propios de la justicia regular en cárceles y centros de detención. Si presenta un plan claro, comprometido y realizable de retirada militar en plazos razonablemente realistas. Si pasa, de verdad, página.
Todo lo demás dejará probablemente de hacerse. Y eso si serán “zapatos perdidos”. Para vergüenza de la historia.

PREGUNTAS PARA UNA CRISIS SIN RESOLVER

12 de diciembre de 2008

Dos semanas después de los atentados de Bombay, la tensión entre India y Pakistán parece lejos de aplacarse, a pesar de los intentos de la diplomacia norteamericana por generar un clima de cooperación entre las autoridades políticas y policiales de ambos países.

Parece haber cierto consenso sobre los autores de la audaz operación de comando y los detalles de su larga preparación y sorprendente ejecución. El grupo responsable de los ataque sería Lashkar-e-Toiba (“Ejército de los puros”), un grupo armados creado por los servicios de inteligencia pakistaníes hace veinte años para combatir la presencia india en Cachemira, región que Pakistán reclama desde la partición, hace sesenta años. Por presión norteamericana e india, el grupo fue ilegalizado, aunque no necesariamente perseguido

A partir de aquí, todo son dudas e interrogantes sin despejar.

¿Seguía realmente activo ese “ejército de los puros”, o de esa supuesta franquicia del poderoso Servicio de Inteligencia Militar (ISS, en inglés: Interservices Intelligence ) ha quedado su nombre?

¿Qué grado de autonomía tienen estos grupos, se les ponga el nombre que se les ponga y sean lo que sean?

¿Hay realmente posiciones divergentes en el ejército pakistaní sobre la conveniencia de permitir la existencia clandestina de estos grupos? Y en caso afirmativo, ¿ qué intereses expresarían estas divergencias?

Fuentes norteamericanas han señalado al NEW YORK TIMES que se ha detectado presencia de Lashkar en Bangladesh, Afghanistan, áreas tribales pastunes de Pakistan e incluso en Iraq, Militantes de Al Qaeda habrían utilizado pisos francos y escondites de reclutamiento de los “puros”

¿Ha evolucionado Lashkar-e-Toiba desde intereses puramente limitados a Cachemira a una concepción de lucha jihadista más global? ¿Existe realmente una conexión entre los autores de los atentados de Bombay y la constelación encarnada por Bin Laden?

¿Quien manda realmente en Pakistán? ¿Tiene el presidente Zardari (viudo de Bhutto) algún control efectivo sobre las actuaciones del Ejército pakistaní? Por lo mismo, ¿se atrevería Zardari a contravenir una decisión del mando militar? En los primeros días después del atentado sus ofrecimientos de visitas oficiales a la India para ofrecer colaboración y presentar condolencias fueron dolorosamente abortadas por los militares.

La CIA y otros servicios de información están trabajando intensamente con sus homólogos indios en la investigación del atentado. La cooperación entre Washington y Delhi se ha incrementado sustancialmente en la última década. Por eso no es extraño que algunos de los datos más relevantes sobre la madeja de implicaciones, complicidades e hipótesis procedan de los servicios norteamericanos.

¿Qué grado de conocimiento tiene la inteligencia norteamericana del grado de implicación de los servicios secretos militares pakistaníes en la financiación, adiestramiento, suministro y funcionamiento operativo de estos grupúsculos?

India mantiene una intensa actividad de espionaje e inteligencia en Afganistán, todo indica que con la activa colaboración del gobierno de Karzai y de los militares norteamericanos.

¿Por qué fallaron tan estrepitosamente los servicios indios de inteligencia, cuando en febrero ya detectaron la preparación de una operación muy similar a la ejecutada finalmente en noviembre? ¿Estaba la CIA y la inteligencia militar norteamericana al corriente de la información que barajaban los indios?

¿Pudieron impedirse los atentados de Bombay?

Otros interrogantes se refieren no tanto a las intenciones, responsabilidades e implicaciones de los atentados, sino a las consecuencias a medio plazo.

¿Podrá Estados Unidos –esta administración, pero sobre todo la de Obama- mantener bajo control la tensión creciente entre los dos países? ¿Podrá disuadir Washington al gobierno indio de que evite atacar bases militares de los radicales islámicos en Pakistán, si este país no les entrega a los detenidos en los últimos días?

¿Podrá resistir Zardari si la India incrementa la presión y el Ejército, una vez más, se presenta como garante de la unidad y la independencia nacional frente a la amenaza de represalias militares indias?

En caso de que la tensión siga en aumento y Pakistán desplace unidades militares a la frontera con la India desde la zonas tribales pastunes adyacente a Afganistán, ¿se debilitaría la lucha contra las líneas de aprovisionamiento de los talibanes en esas regiones, donde se mueven como peces en el agua?

¿Constituye un escenario inverosímil que las facciones militares pakistaníes más cercanas a los radicales islámicos puede hacer con el control operativo del Ejército y chantajear a India con el arma nuclear?

¿Cómo afectaría una escalada indo-pakistani en la anunciada estrategia de Obama de reforzar los efectivos del Pentágono en Afganistán? En caso de agravamiento de la crisis en el sur de Asia, ¿se verá obligado Obama a acelerar la retirada militar de Irak? O, en caso contrario, ¿soportará la economía norteamericana un esfuerzo militar sostenidos en estos dos escenarios de tan inquietante desarrollo y tan incierto resultado?

Disculpen uds tantas preguntas sin respuestas solventes.

LAS AGUAS HIRVIENTES DE ASIA

5 de diciem bre de 2008

Si hubiera todavía alguna duda, los atentados de Bombay han desplazado el centro de gravedad de la seguridad internacional hacia el Asia central meridional. No es que otras zonas geoestratégicas dejen de preocupar en Washington, pero todo parece indicar que las prioridades de la agenda exterior de Obama están ya fijadas.

En la estrategia del “gran juego” del siglo XIX, esa zona se consideraba vital por su proximidad a las denominadas “aguas cálidas”, a la vez vía de acceso de la Rusia zarista a los mares del sur y centro neurálgico de las rutas comerciales del Imperio británico en el Extremo Oriente.

Esas “aguas cálidas” están ahora hirviendo. Allí se concentran conflictos relacionados entre si y entrelazados hasta formar un frente de inestabilidad potencialmente devastador: la enquistada disputa por Cachemira, el pulso nuclear indo-pakistaní, la guerra interna afgana, el nutriente del radicalismo islámico, la nuclearización de Irán, la desestabilización tribal pakistaní, el riesgo de frenazo económico indio, etc.

El epicentro actual de todo este pandemonium es el conflicto afgano. Obama prometió en campaña liquidar la guerra en Irak y concentrarse en Afganistán. El entonces candidato demócrata presentó su posición como una opción moral: renunciar a la guerra injusta y asumir la guerra justa. Es discutible el contenido ético del dilema. Pero nos concentraremos en los aspectos prácticos.

Los elementos más funcionales del argumento de Obama se centran en el supuesto de que, liberadas de la hipoteca iraquí, las fuerzas armadas y el contribuyente de Estados Unidos estarían en mejor disposición de doblegar a la oscura coalición responsable del 11 de septiembre.

Obama, que se opuso a la guerra de Irak, ha ido matizando progresivamente su posición. Se quitó de medio cuando se debatió el celebre incremento de tropas (surge) propuesto por el general Petraeus, cuestión que McCain le reprochó obsesivamente durante la campaña. Por pragmatismo y por necesidad de consejo relevante, Obama incorporó a esa nueva vedette del Pentágono a su círculo de asesores. A día de hoy, algunos creen, otros confían y ciertos temen que tratará de aplicar sus recomendaciones en el escenario afgano.

Sin embargo, voces independientes autorizadas cuestionan seriamente que el modelo iraquí sea trasladable a Afganistán. El corresponsal militar del NEW YORK TIMES, Michael R.Gordon, señala con claridad y en profundidad las notables diferencias entre ambos escenarios; a saber:

- el entorno de la guerrilla iraquí era urbano; el afgano es abrumadoramente rural, disperso.

- las fuerzas militares –y policiales- iraquíes, aunque débiles, eran y son mucho más numerosas, capaces, articuladas y fiables que las afganas.

- los enemigos afganos de Washington disponen de un santuario en el vecino Pakistán, con fuerte respaldo local y tribal, mientras la insurgencia iraquí apenas podía contar con un apoyo exterior de relevancia.

- en esta última fase de la guerra, el Pentágono consiguió “comprar” el apoyo de tribus sunníes del centro de Irak que en su día fueron enajenadas por el desastroso Brenner; en Afganistán, el frágil equilibrio étnico priva a Washington de ese margen de manipulación de las lealtades tribales.

Gordon se apoya para su análisis en el testimonio inequívoco de un ex-ministro del Interior afgano, que descarta la tentación de equiparar las dos guerras y pronostica que Afganistán tardará al menos una década en estabilizarse.

Un prominente asesor de Obama en Afganistán, el conocido analista pakistaní Ahmed Rashid escribía hace unos días en FOREIGN AFFAIRS que la resolución del conflicto afgano exigía estrategias que superaran la respuesta militar. Su opinión es significativa, porque su posición es beligerantemente contraria a los talibanes y acreditadamente crítica hacia la atribuida complicidad de los servicios de inteligencia militar pakistaní con los enemigos de Washington.

Rashid sostiene que “la diplomacia norteamericana se encuentra paralizada por la retórica de la guerra contra el terrorismo”, y recomienda “una iniciativa política y diplomática” para “atenuar las amenazas” y conseguir una “solución política con el mayor número posible de insurgentes afganos y pakistaníes”. En su artículo describe el papel de cada actor en la construcción de un nuevo consenso regional, incluido Irán. Implícitamente, Rashid recomienda a Obama que abandone la beligerancia de la administración Bush y convierta a Teherán en un socio positivo.

En un comentario editorial, LE MONDE se hace eco de la inquietud manifiesta en las cancillerías europeas ante una eventual demanda de más tropas por parte del nuevo inquilino de la Casa Blanca. “¿Cómo podrán resistir a las presiones de un presidente cuya elección han saludado clamorosamente?”, se pregunta el diario francés. El nuevo Consejero de Seguridad será el general Jones. Como excomandante en jefe de la OTAN conoce perfectamente a los aliados europeos y sabe de sus visiones -y también de sus aprensiones- en la materia.

Obama tendrá que descansar en la energía de Hillary Clinton y la competencia integrada de su flamante equipo de asesores en seguridad internacional. Es pronto aún para saber si el nuevo presidente resistirá la tentación de una victoria militar para castigar la infamía del 11 de septiembre o tendrá paciencia para construir una solución multilateral que haga bajar la temperatura de las aguas hirvientes de Asia.

EL ENTORNO RETORNO DEL SOCIALISMO FRANCÉS

28 de noviembre de 2008

La designada nueva primera secretaria del Partido Socialista francés, Martine Aubrey, concluyó su comparecencia informativa posterior a su designación oficial desafiando la hilaridad que la crisis interna de su partido ha generado en la derecha. “Les digo a los señores de la derecha que se rían todavía unos días más, porque la semana que viene el socialismo estará de vuelta”.

Volver a empezar. Ese es el destino trágico –para muchos militantes atormentados, tragicómico- del socialismo francés- Veinte años después de la humillación lepenista, varios líderes –o proyectos de líderes- quemados, herencias malgastadas, aspiraciones defraudadas, el socialismo francés ha vuelto a ganarse la dudosa distinción de ser unánimente considerada como “la izquierda más loca del mundo”, en expresión de Joëlle Meskens, la afamada periodista del diario belga (francófono) LE SOIR.

Es sabido que las derrotas son difíciles de gestionar por los partidos políticos. Pero es difícil encontrar un ejemplo de mayor torpeza y falta de sentido que el exhibido, casi obscenamente, por los socialistas franceses. Como el organismo de un hemofílico, las heridas nunca parecen cerrarse en el socialismo francés.

Este vía crucis socialista es tanto más lacerante cuanto resulta altamente injustificable. De forma casi unánime, los observadores imparciales de la crisis no ven razones ideológicas o programáticas serias para que se haya alcanzado tal grado de ferocidad en el enfrentamiento, la descalificación o las acusaciones cruzadas de manipulación y fraude. Otro diario exterior al Hexágono, pero observador permanente de la actualidad francesa, TRIBUNE DE GENÈVE, señalaba estos días que las famosas “mociones” o pliegos de descargo de los aspirantes a liderar el partido no reflejaban, en realidad, visiones opuestas o significativamente diferentes; más bien, han servido de máscara para disimular “la ambición personal más cínica”.

¿De dónde procede esta animadversión, que los medios señalan unánimemente? De las guerras mal gestionadas y peor resueltas que han indo acumulando cadáveres y proyectando horizontes desertizados en la izquierda francesa. La derrota de 2006 hizo daño, como las anteriores. Más, si cabe, porque las recriminaciones alcanzaron las alcobas y la frustración ha terminado desencadenando un proceso de revanchismo personal.

Las dos mujeres que se han disputado estos días el liderazgo del socialismo francés quizás representen estilos diferentes, pero no defienden proyectos sustancialmente distintos para la sociedad francesa. El corresponsal del diario británico de centro-izquierda THE INDEPENDENT desarrolla las claves y manifestaciones de este enconamiento personal. Aubrey desprecia a Royal, porque la considera una arrogante con instintos derechistas. A su vez, la ex-candidata presidencial contempla a la ex-ministra como una arpía y un dinosaurio con un pésimo gusto para vestirse, escribe el periodista británico con amarga ironía.

Segolene Royal creyó poder convertir su derrota ante Sarkozy en una oportunidad de renovación del partido; primero, consumando la ruptura con su marido y primer secretario del partido; y luego, construyendo un discurso de modernidad quizás más mediático que real. A Royal se le ha notado mucho que no confía en sus compañeros de partido, que prefiere contar con instrumentos y herramientas bien distintas. Pero le ha faltado tiempo para apuntalar la estrategia e implantarla. Peor aún, ha propiciado que las familias tradicionales del socialismo francés reaccionaran, se movilizaran y se organizaran para neutralizar este “cambio de timón”. Pero para frenar decisivamente a Royal, era preciso unir fuerzas, forjar una candidatura unitaria. Sólo en el nombre, no tanto en las políticas o como consecuencia de un consenso ideológico o programático.

Esa candidata de la estrategia “todos contra Royal” resultó ser Martine Aubrey, una mujer de partido, disciplinada, pero coriácea, difícil de moldear. Como artífice de la semana laboral de 35 horas aprendió a batirse con dureza y a aguantar presión. Su modelo de partido no contempla cambios importantes. Quiere un PSF que parezca lo que es: expresión de las aspiraciones políticas y sociales de una clase media asalariada, moderadamente formada, perteneciente mayoritariamente al sector público (maestros y funcionarios).

El escritor Jean-François Kahn se preguntaba si no habría que disolver el Partido Socialista Francés. El politólogo Pascal Perrineau, entrevistado en LE MONDE, señalaba que la actitud del PSF es suicida. Otras voces, dentro y fuera de la familia, han tratado de elevarse sobre la tentación catastrofista para hacer entender que Francia necesita una oposición creíble. Ésa es ahora la clave. Aubry ha prometido integrar y ya ha dicho que quiere hablar (¿pactar?) con su rival. Ese compromiso no puede quedarse en un ejercicio de cortesía. Segolène Royal, por su parte, debería resistir la tentación de echarse al monte. Las manifestaciones de su entorno reafirmando que mantiene sus aspiraciones de ser de nuevo candidata presidencial proyectan el riesgo de escisión en la práctica, si no formal. Los demás barones tendrán que ser consecuentes y no pretender tutelar la agenda de la nueva primera secretaria.

Si el imprescindible ejercicio de autocrítica no resultara suficiente, las maneras excesivas advertidas en el Eliseo deberían ser un estímulo concluyente para que los socialistas franceses regresen de nuevo, como prometía Aubry. Pero esta vez para quedarse, no para preparar una nueva fuga hacia ningún lugar. Seguramente, ésta sea su última oportunidad.

EL DILEMA DE OBAMA: GASTO MILITAR O DIVIDENDO SOCIAL

21 de noviembre de 2008

Obama tendrá que elegir entre mantener un desaforado aparato militar y de seguridad o invertir en estímulos para recuperar la economía real y poner las bases de un nuevo sistema de protección social. Éste será una de sus primeras decisiones claves cuando tome posesión, el próximo mes de enero.

Es sabido que la crisis económica será el eje prioritario de actuación del nuevo presidente. Obama sabe que no basta con ofrecer señales de confianza a los mercados, tranquilizar a los inversores y demás terapias conductistas, como ha hecho la actual administración. Es preciso introducir cambios estructurales, modificar parámetros importantes de la política económica. Abolir el neoliberalismo salvaje e irresponsable y asumir las responsabilidades públicas para reflotar la economía productiva, la economía real, la que resulta básica y fundamental para el bienestar de los trabajadores norteamericanos. De ahí su insistencia en la defensa de los programas de apoyo a la industria. En definitiva, un enfoque keynesiano. Krugman, el último nobel, le recomendaba desde su artículo en THE NEW YORK TIMES, que no se quede corto, que no sea tímido, que no se deje amedrentar por los corifeos que han hecho capotar la economía americana.

La cuestión es que Obama va a necesitar a dinero. O, dicho de otra forma, va a tener que transferir fondos, poner aquí lo que se ha venido malgastando allá. Ese dilema no siempre va a ser fácil. En particular, cuando se aborde la necesidad de adelgazar el presupuesto de defensa. Obama tendrá que lidiar con la crisis económica, en un entorno de incertidumbre y preocupación –convenientemente exagerada- por la seguridad nacional. No sería raro que cualquier iniciativa del nuevo presidente de reducir los gastos militares provoque intensas campañas de alerta sobre el riesgo en que se podría estar poniendo al país.

Esta semana, el NEW YORK TIMES desgranaba en un extenso y detallado editorial las prioridades militares de Estados Unidos. El diario apostaba por una reducción del gasto en términos absolutos, pero sin desatender necesidades básicas de seguridad, porque calificaba el mundo actual como “peligroso”.

El presupuesto del Pentágono en 2008 ha alcanzado los 685 mil millones de dólares, prácticamente lo mismo que el gasto militar del resto de países del mundo. Durante la administración Bush, este gasto ha aumentado en un 85%, en términos reales. Siendo malo esto, lo peor es que se ha gastado mal –argumenta el diario. La aventura desastrosa de Irak se ha llevado gran parte del esfuerzo, desatendiendo las verdaderas prioridades: en primer lugar, la lucha contra el verdadero peligro terrorista internacional (no el inventado por los neocon en Irak).

THE NEW YORK TIMES plantea cuatro ejes de cambio en la imprescindible reestructuración de la defensa nacional: aumento de las fuerzas terrestres (hasta los 759.000 hombres, formación en nuevas habilidades (en particular, la contrainsurgencia y la comprensión de las poblaciones locales), la movilidad de las fuerzas (especialmente de las navales) y la racionalidad del gasto (eliminando o abandonando programas absurdos e ineficaces, como el del avión F-22 o la defensa antimisiles).

Distintos cálculos sobre el impacto de los posibles recortes están circulando ya por los cauces administrativos y de consulta en el ejecutivo y en el legislativo. Obama tendrá esas opciones en su mesa a los pocos días de sentarse en el Despacho Oval. Pero escuchará muchas voces de gran influencia que le desaconsejarán meter tijera profunda.

Uno de ellos es el Jefe del Estado Mayor Conjunto, Almirante Mullen, que el CHRISTIAN SCIENCE MONITOR identifica como la persona del establishment militar con mayor ascendencia sobre el presidente electo. Mullen sería para Obama lo que General Petreus ha sido para Bush. Pues bien, Mullen ha dicho públicamente que el país debe mantener un gasto en defensa que no baje del 4% del PIB. El actual Secretario de Defensa, Robert Gates -que algunas fuentes creen que Obama podría mantener en el cargo- advirtió el otro día de que no se debe repetir el error histórico de bajar el esfuerzo en seguridad militar después de un periodo bélico.

Desde otras latitudes más críticas, se ofrece un enfoque de la seguridad nacional muy distinto. El propio Presidente del Comité de asignaciones de la Cámara de Representantes, el demócrata Barney Frank, ha estimado que el presupuesto de Defensa podrá recortarse un 25%; es decir, unos 150 mil millones de dólares.

Otro destacados analistas, el exsubsecretario de Defensa Lawrence Korb y la investigadora Miriam Pemberton, aseguran que es urgente e imprescindible reducir y reajustar el gasto militar y detallan los programas que conviene eliminar. *

En el semanario THE NATION, se apoyan en este estudio para abogar por un concepto más inteligente, más comprensivo de la seguridad, que incluye la prosperidad económica y la reparación del fracasado sistema de salud, entre otros elementos.

Es probable que el nuevo presidente, muy en su línea, trate de equilibrar ambas tendencias discordantes. Pero no tendrá mucho margen. Y muy pronto, quizás en sus primeros cien días, como él mismo parece haber advertido, tendrá que tomar decisiones que seguramente marcarán el destino de su mandato.

* Ver: Miriam Pemberton y Lawrence Korb. "Unified Security Budget for the United States, FY 2009."

¡VUELVE EL GOBIERNO!

14 de noviembre de 2008

En los medios escritos de Estados Unidos, la transición en la Casa Blanca ha desplazado claramente a la cumbre económica de Washington.

Mientras la administración Bush se despide entre la indiferencia general y la angustia provocada por la cascada de síntomas de la agudización de la crisis, Obama afina sus prioridades para cuando se siente en el despacho oval. Todo indica que tomará medidas rápidas en asuntos estratégicos para afirmar su autoridad, no desaprovechar el impulso de su elección y mandar un mensaje claro a la nación de que su liderazgo será fuerte y comprometido.

El presidente electo no ha mostrado interés alguno en asistir a la Cumbre, y no sólo por respeto al presidente saliente o por guardar escrupulosamente los tiempos institucionales. La sensación es que las decisiones de Washington, por solemnes que se presenten, no serán demasiado prácticas, al menos a corto plazo. Los líderes mundiales tendrán que sintonizar los acuerdos que salgan de allí con la agenda de Obama. En realidad, cada gobernante ajustará los compromisos conjuntos a la evolución del comportamiento de las economías de sus países.

Obama demuestra sensibilidad al colocar la destrucción del empleo y el daño en la economía real como elemento clave de su actuación. Es significativo, por ejemplo, su defensa ante Bush de un plan urgente de rescate de la industria automovilística. En este empeño está respaldado por la mayoría reforzada de los demócratas, más próximos –sin exagerar- al mundo del trabajo.

El desplome de General Motors puede convertirse en el símbolo más potente hasta la fecha del alcance de la fragilidad actual de la economía norteamericana. La presencia en el equipo económico de transición de la gobernadora de Michigan, el estado donde anida el motor estadounidense, refleja la preocupación de Obama por las devastadoras repercusiones de la crisis en el tejido industrial. Vuelve el gobierno. Es de esperar que con él regrese también la decencia económica.

Los medios liberales advierten a Obama sobre una tentación intervensionista. Le recuerda THE ECONOMIST que con un déficit de un billón de dólares, Obama “necesita calmar a los inversores compensando el programa de estímulos económicos con un plan a largo plazo que devuelva el equilibrio al presupuesto”. Lo que no resulta fácil si se examina el programa elaborado por el equipo del presidente electo, apuntilla el semanario británico.

A pesar de los primeros pasos, la izquierda teme que Obama termine conformando su equipo económico con demócratas demasiado comprometidos con el mercado y la desregulación financiera. La mayor aprensión se fija en Lawrence Summers, uno de los secretarios del Tesoro con Clinton. Mark Ames, en THE NATION, lo acusa de corrupto y de compadreo con los irresponsables de Wall Street. LE MONDE, más indulgente, se hace eco de las opiniones que acreditan un cambio de visión en Summers.

Los que más echaran en falta a Obama en la cumbre serán los países emergentes. En todo caso, sus dirigentes han dejado claro que tendrán un papel activo, protagonista y de liderazgo en Washington. No se conformarán con un planteamiento que no tenga en cuenta sus intereses. Les ayuda, como ha reconocido el propio director general del FMI, Strauss-Khan, que sus economías sean las únicas que garanticen crecimiento el año entrante, como resalta un analista de THE NEW YORK TIMES.

También en Europa es de esperar que los jefes de Estado o de gobierno presionen a favor de medidas relevantes para apoyar la economía productiva y que la cumbre no se centre exclusivamente en la salud financiera. La producción industrial de la locomotora europea, Alemania, ha sufrido la bajada más pronunciada de su producción industrial de los últimos trece años. Es un dato que anuncia un comportamiento recesivo de la industria en el resto de los países europeos y el afloramiento de problemas sociales ya de notable seriedad, como anticipa LE MONDE.

De los últimos cien días de crisis aguda puede extraerse numerosas lecciones para el futuro inmediato. Para los que siguen creyendo que un enfoque progresista, socialmente comprometido e intelectualmente honrado, no es un ejercicio puramente ético, estético o académico, urge demostrar que hay propuestas positivas, realizables y valientes para que los más vulnerables no sean, de nuevo, los grandes paganos de esta macrocrisis.

Esa batalla, creemos, va a estar fuera de la agenda de Washington, pero debemos intentar que, a partir del 20 de enero, desde la capital norteamericana se comprenda, que no hay otro camino posible de conciliar prosperidad y justicia social.

OBAMA PROMETE UN NUEVO SIGLO AMERICANO

7 de noviembre de 2008

En su primer discurso como presidente electo, Barack Obama anunció un nuevo siglo americano y propuso un contrato ambicioso: construir una nación más unida, más justa y más humana.

¿Por qué ha ganado Obama?

Porque ha sintonizado con la marea de cambio que ha brotado del país. Un cambio generacional, un cambio cultural y un cambio político. Lo acredita y refuerza el triunfo de los demócratas también en el Congreso. Los Estados Unidos han terminado exhaustos de un nefasto experimento neoconservador que ha provocado desprestigio en el exterior y división y cinismo en el interior. Obama representa ilusión, confianza y renovación, por encima de todas las dudas que no han sido despejadas durante un larguísimo año de campaña.

Porque ha liderado la mejor campaña electoral en la historia de los Estados Unidos, la más imaginativa, la más inteligente, la más versátil, la más innovadora. El propio candidato hacía un reconocimiento público de su equipo la noche del martes, en su discurso de la victoria.

Porque ha reunido más dinero que nunca, en términos absolutos y relativos, hasta el punto de convertir en inevitable el apoyo de quienes, al comienzo de la campaña, no se habían planteado ni por lo más remoto respaldarlo. Veremos en un futuro próximo si Obama ha contraído hipotecas o si su promesa no tan lejana de modificar la financiación de la política ha quedado definitivamente enterrada.

Porque ha demostrado con creces sus cualidades personales e intelectuales para liderar el país en este momento de crisis económica profunda, de desconcierto ideológico, de tensión social, de incertidumbre internacional. Más que su celebrado idealismo, el gran activo de Obama es su sólida formación, serenidad y sentido de equilibrio en la toma de decisiones.

¿Por qué ha perdido McCain?

Porque no ha conseguido convencer a la población de que su administración no sería una continuación de la de Bush. No lo tenía fácil, porque su supuesta rebeldía ha sido más propagandística que real. En lo más importante, el senador de Arizona ha votado a favor de las políticas de la administración republicana. Pero peor aún, en aquellos asuntos en los que ha disentido, no ha sabido, querido o podido mantener la independencia.

Porque es un hombre de otro tiempo. McCain era un candidato del siglo XX, que no se ha dado cuenta de que el nuevo siglo exigía una nueva nación. El heroísmo y el patriotismo invocado por McCain ha dejado un sabor desesperadamente rancio.

Porque ha desarrollado una campaña errática, desafortunada e incoherente, tanto en la fijación de prioridades, como en la administración de los tiempos o en la elección de colaboradores. Las improvisaciones se han impuesto a la planificación, el oportunismo a las convicciones, lo táctico a lo estratégico.

Porque pretendió convertir en claves de éxito lo que en realidad han sido errores de bulto. Por mencionar sólo los más gruesos: su espantada de la campaña por una pretendida dedicación a la crisis, sin que nadie lo convocara; o, peor, aún, la elección de una política inmadura y sin acreditación de competencia para acompañarlo en la candidatura. En la línea de improvisación, eligió a la gobernadora de Alaska aunque sólo había hablado con ella en un par de ocasiones. Dijimos en estas páginas que el efecto Pallin sería de corta duración y de consecuencias perjudiciales para McCain. No está claro si en algún momento de octubre McCain se dio cuenta de su error, pero lógicamente no tenía margen para admitirlo.

¿Cómo será la administración Obama?

Al menos al principio, tendrá ciertas dosis de bipartidismo. Es muy probable que incorpore personalidades republicanas, incluso en las más altas esferas del gobierno. Desde luego, parece que contará con prominentes colaboradores de Clinton. Para el área económica, los más situados a la derecha (Robert Rubin, Larry Summers, Paul Volcker), no lo más keynesianos (Robert Reich, Laura Tyson, Joseph Stiglitz). Para el área política, experimentados “fontaneros” (Podesta, Emanuel

Será más innovadora, más atrevida en cuestiones políticas o culturales, en las actuaciones de mayor repercusión mediática. Cabe esperar ciertas iniciativas de campanillas para hacer más tragable decisiones duras en materia económica. Quizás ciertas reformas fiscales (tampoco inmediatamente, por imperativo legal), seleccionadas políticas sociales, discurso ecológico renovado, apertura en materia de costumbres. Sin estridencias, eso si.

Más amable en política exterior, no exenta de contradicciones. Restablecerá un diálogo sensato y tradicional con los aliados, pero no tardará en chocar cuando pida un esfuerzo equivalente en la denominada “lucha contra el terror” en Afganistán, o en la presumible “firmeza” hacia la Rusia que vuelve a enseñar los dientes. Difundirá aire caliente y discursos cálidos hacia los países en desarrollo, será más condescendiente con la ONU y el sistema internacional multilateral, pero no es previsible inmediatos cambios materiales y asignación de recursos, por no hablar de adhesiones a los tribunales internacionales de justicia. Por eso, es más probable que elija a un senior del Congreso para dirigir la diplomacia (Richard Lugar, John Kerry), que a un outsider (Bill Richardson).

¿Nos decepcionará Obama?
Decepcionará antes a quienes creen que han elegido a uno de los suyos que a quienes creemos que el senador por Illinois era la mejor opción posible, para cumplir una cita con la Historia, para enterrar un periodo nefasto del liderazgo norteamericano y recuperar ciertas dosis de justicia y racionalidad en la sociedad internacional.

EFECTOS FANTASMAS PARA UNA IMPROBABLE SORPRESA

31 de Octubre de 2008

El acto compartido con Bill Clinton en Florida y su publireportaje de cuatro millones de dólares en las grandes cadenas comerciales de televisión ha agrandado la figura presidencial de Obama. Expertos en comunicación, habituales bloggeros de POLÍTICO, han destacado la eficacia del video. Le atribuyen un estilo kenediano, con cierto aroma reaganiano, por su cálida conexión con el americano medio.

Más allá de estos análisis superficiales o formalistas, la iniciativa mediática de Obama ha comportado ciertos riesgos de obscenidad política por la impresión de despilfarro en momentos de aprietos económicos. Sin embargo, una de las principales firmas del semanario progresista THE NATION, John Nichols, prefiere ver en el macro-mensaje de Obama “una crónica de la desesperanza y una promesa de cambio”. Resalta Nichols la galería de tipos populares machacados por ocho años de administración neoconservadora y reconoce a Obama la sensibilidad de conectar con las necesidades de los trabajadores.

El candidato demócrata mantiene su proverbial autocontrol y evita cualquier desliz de complacencia o excesiva confianza. Esta es una de las ocho razones que explicarían el triunfo de Obama, según evoca Eric Zorn en su blog del CHICAGO TRIBUNE. El NEW YORK TIMES asegura que su discurso inaugural ya está escrito, pero su equipo lo ha desmentido, con escasa capacidad de convicción. Una de las quinielas más recurrentes gira en torno al puesto que se reserva al jefe de campaña, David Axelrod, auténtico druida de una receta considerada ya como una de las más exitosas de la historia electoral norteamericana hasta la fecha.

A pesar de esta impresión de que la suerte está echada, se alimenta una vaga sensación de que determinados efectos fantasmas podrían provocar una sorpresa mayúscula la noche del 4 de noviembre.

El efecto más neutro es el de la lectura equivocada de los sondeos. Algunos articulistas insisten en que el elevado porcentaje de indecisos impiden cerrar con seguridad las predicciones. Pero para que se produjera un vuelco la inmensa mayoría de esos indecisos tendría que inclinarse por McCain. Tal comportamiento no tendría precedentes.

En cambio, la cuestión racial resulta mucho más desestabilizadora de los pronósticos . Entre los demócratas, el temor al “efecto Bradley” (una deserción de falsos votantes blancos que no se atreven a reconocer en los sondeos sus prejuicios raciales) se ha debilitado con el paso de los días, pero aún se mantiene como una amenaza insidiosa, supuestamente capaz de provocar un vuelco en el último momento.

A este respecto, Nicholas Kristof, en su habitual artículo semanal para THE NEW YORK TIMES, menciona un reciente estudio sobre cómo opera el inconsciente político. Estudiantes universitarios de California, en general partidarios de Obama, percibirían al candidato demócrata como “menos americano” que Tony Blair, debido al elemento racial.

El otro factor que podría desencadenar la sorpresa tiene que ver con el rechazo a la acumulación de poder que lograría el Partido Demócrata al sumar la Casa Blanca a las mayorías en las dos Cámaras del Congreso (donde también se prevé un refuerzo del giro a la izquierda); y, más adelante, el dominio del propio poder judicial, con el nombramiento de magistrados liberales en los numerosos tribunales de toda la escala judicial. Este argumento esta siendo profusamente aireado por el equipo republicano en esta última fase de la campaña.

Finalmente, hay que considerar siempre los riesgos de manipulación. Varios medios, incluyendo THE NEW YORK TIMES, poco sospechoso de anti-establishment no dejan de alertar sobre actuaciones en algunos estados que han privado del derecho de voto a decenas de miles de ciudadanos en zonas sensibles de los estados más reñidos.

Una profesora de Ciencia Política en el Barnard College, Lori Minnite, lleva ocho años estudiando el rol del fraude en las elecciones norteamericanas. Considera esta investigadora que los republicanos han utilizado los riesgos del fraude ciudadano como una excusa para ocultar el verdadero fraude, practicado por los aparatos políticos e institucionales: purgar censos y eliminar votantes favorables a opciones rivales.

Aunque las artimañas y maniobras practicadas en las dos últimas elecciones se antojan de corto recorrido en la cita electoral de este año, debido a la ventaja con la que parece contar Obama, las ong’s que promueven el derecho de voto recomiendan no bajar la guardia en los estados donde las diferencias se anuncian más apretadas.

ESTADOS UNIDOS: UN SISTEMA ELECTORAL BAJO SOSPECHA

27 de octubre de 2008

Estados Unidos es una democracia limitada, a juzgar por su débil participación electoral, una de las más bajas de los países occidentales.

En las últimas elecciones presidenciales norteamericanas, la tasa de participación alcanzó el 64%, 15 millones de electores que en 2000 (cuatro puntos porcentuales más). En total, votaron 126 millones de personas de los 215 millones posibles y de los 197 millones registradas. La participación de 2004 fue la más se acercó a la registrada en 1992, año en el que votó el 68% del censo.

El 89% de las personas que se registraron en 2004 para votar lo hicieron. O, dicho a la inversa, el 11% de los que pensaron en su momento acudir a las urnas se abstuvieron de hacerlo el día de las elecciones.

¿Por qué no votaron 89 millones de norteamericanos? El motivo más aparente puede ser la apatía política, la falta de identificación con el sistema político, por razones que ha explicado aquí el profesor Navarro.

En 2004, el 47% de las personas que no se tomaron la molestia de registrarse para votar admitieron claramente que no les interesaban las elecciones. Quince millones de personas declararon que pasaban de la política. ¿Qué paso con la otra mitad? ¿Por qué no acudieron esos ciudadanos a las urnas?

VOTAR ES UN EJERCICIO COMPLICADO

Las razones son múltiples, por supuesto, pero la mayoría de ellas evidencia importantes deficiencias en el sistema electoral; tan graves que, para algunos estudiosos, constituyen una importante limitación de la democracia norteamericana.

Estados Unidos es el único país entre las democracias occidentales donde el ejercicio del derecho de voto debe validarse mediante un trámite administrativo. Hay que registrarse para votar. Si no se hace, en plazos y condiciones diferentes según los estados, no se puede votar el día de las elecciones. Sólo hay una excepción: Dakota del Norte, un pequeño estado del medio oeste.

Puede alegarse que registrarse, después de todo, no puede ser muy complicado. Pero es o puede serlo, según los casos, al menos lo suficiente como para que se convierta en un obstáculo para votar.

¿Por qué hay tanta gente que no puede registrarse fácilmente?

Las causas explicadas por los propios ciudadanos son variopintas: el 17% dice que se les pasó el plazo o que su voto no cambiaría nada, casi el 4% (lo que indica, en ambos casos, poco interés); más del 5% adujo problemas de movilidad por enfermedad o discapacidad; cerca de un 10% declaró que desconocía cómo registrarse, o que no encontró el sitio para hacerlo, o que no sabía bien inglés. Más relevante es que casi un 7% fuera rechazado por el sistema, principalmente exreclusos o inmigrantes que no consiguen acceder a la ciudadanía.

Un análisis más detallado y minucioso evidencia notables deficiencias en la gestión electoral. Estados Unidos es la única democracia occidental en la que decenas de ong’s se dedican a promover el voto de la gente. No hay algo parecido en Europa. Si lo hacen, es fundamentalmente porque son conscientes de que muchas personas que querrían votar, a las que les interesa objetivamente votar, no lo hacen, no pueden hacerlo, incluso se les desincentiva para que no lo hagan. En la práctica, se les priva del voto. Son los llamados disafranchised citizens.

No por casualidad, esos abstencionistas no necesariamente voluntarios pertenecen a los colectivos menos sumisos con el sistema (como minorías raciales o desfavorecidos sociales).

Asi, por ejemplo, en las presidenciales de 2004….

Votaron más los mejor formados que los que carecían de estudios medios (78 frente al 40 por ciento).

Votaron más los ricos –los que ganaron más de 50.000 $- que los pobres –los que ganaron menos de 20.000 $ (77 frente al 48 por ciento).

Votaron más los empleados que los parados (66 frente al 51 por ciento).

Votaron más los blancos anglosajones (67%) que los negros (60%), que los hispanos (47%) o que los asiáticos (44%). De todos los votantes, en términos absolutos, los blancos anglosajones sumaron el 79%, los hispanos el 11%, los negros el 6% y los asiáticos el 2%.

Cuando se suman dos condiciones sociales agravantes, el efecto abstencionista se refuerza.

Por ejemplo, los abstencionistas pobres son más numerosos si son negros (un 38%) o latinos (28%) que los blancos (18%). Algo parecido ocurre con los blancos o latinos que carecen de estudios superiores con respecto a la misma condición en los blancos anglosajones.

La organización PROYECT VOTE ha calculado que si la tasa de participación de las minorías fuera igual que la de los blancos, votarían casi ocho millones de norteamericanos más. Lo suficiente para haber conformado mayorías políticas distintas en los últimos ochos años.

El primer condicionamiento para votar es la exigencia de la prueba de ciudadanía. Parece un requisito fácil en Europa. Pero en Estados Unidos el 30% de la población no dispone de documento acreditativo de ciudadanía.

Trece millones de norteamericanos carecen de dnis, pasaportes, papeles en regla, certificados de nacimiento, etc. La mayoría de estos poco documentados ciudadanos son pobres. A pesar de este inconveniente, 19 estados han introducido en los últimos dos años la prueba de ciudadanía como requisito imprescindible para registrarse.

Según el Centro Brennan, instituto jurídico vinculado con la Universidad de Nueva York, este requisito es intimidatorio, pero, sobre todo innecesario: en las elecciones de 2002 a 2005, sólo 15 personas (15 de 214 millones) cometieron fraude electoral relacionado con la ciudadanía fue solamente de quince.

El otro fastidio es la obligación de contar con una tarjeta de identificación con foto. Algo universal en Europa. Pero no en Estados Unidos, donde 21 millones de personas en 2006 carecían de ello. Porcentualmente, los latinos duplicaban y los negros triplicaban a los blancos, cuyas tarjetas identificativas no llevaban foto. Lo más irritante es que ninguna Ley federal obliga a la existencia de la fotos, pero 27 estados de la Unión han introducido este requisito en su legislación.

Otras prácticas son más insidiosas. Por ejemplo, lo que se conoce como voter caging. Se trata de una práctica que elimina votantes potenciales del censo. Las autoridades locales envían correos electrónicos a los votantes. Los que devuelvan un mensaje de destino desconocido son automáticamente colocados en una lista de impugnables. No es casualidad que la mayoría de las impugnaciones tramitadas en las elecciones anteriores afectaran a negros y latinos y que el proceso haya sido mayoritariamente impulsado por el aparato de los republicanos.

El argumento más frecuente para mantener todos estos requisitos discutidos por las ong’s es que se trata de evitar el fraude. Pero lo cierto es que el fraude es mínimo: sólo 24 personas fueron procesadas por intento de voto fraudulento en el ciclo electoral 2002-2005.

Paradójicamente, otros factores de fraude no han sido eficazmente afrontados. Todo lo contrario, como veremos a continuación.

EL DEFICIENTE VOTO ELECTRÓNICO

El mayor riesgo de fraude reside en el voto electrónico sin las suficientes garantías de precisión y verificación.

En los estados de Wisconsin, Pennsylvania, Ohio, Florida, Minnesota, New Hampshire and North Carolina, donde se utilizaron medios electrónicos para votar, las encuestas a pie de urnas diferían de forma abrumadora de los resultados oficiales emitidos al término de la jornada electoral. En todos los casos, los resultados finales favorecieron a Bush, por una diferencia entre 4 y 15 por ciento, un margen absolutamente inédito.

En Estados Unidos hay 185,000 colegios electorales y 800,000 aparatos de votación. Un 38% de los votos emitidos por los norteamericanos se emite mediante el sistema de pulsación en pantalla u otros procedimientos electrónicos, a través de las máquinas denominadas DRE (direct recording electronic).

El 80% de los votos son contados y tabulados por computadores. El software de estos programas es secreto y no puede ser objeto de comprobación pública. La fabricación del sistema y de los programas electrónicos de voto depende de muy pocas empresas, que disponen así de un poder de presión considerable.

Según Vote Opening, el 30% de los empleados en las elecciones de 2004 no fueron auditados para comprobar su correcto funcionamiento. El hardware y el software de las máquinas electrónicas de voto no dispusieron de protección contra el ataque de hackers y piratas informáticos, lo que hace temer que pudieran haber habido manipulación e interferencia en el proceso de votación.

El Congreso aprobó fondos por valor de 4 mil millones de dólares para mejorar estos ingenios de voto electrónico. Pero ocho años después, no todas las máquinas electorales de este tipo disponen de la capacidad de emisión de recibos. Ni se ha avanzado lo suficiente en la provisión de garantías de funcionamiento y acceso al hardware y al software electoral.

THE NEW YORK TIMES expresaba este verano sus temores de que las iniciativas legislativas sobre el voto electrónico creen más problemas de los que resuelvan. El diario denuncia que la ley Feinstein-Bennett ha sido condescendiente con los fabricantes de las máquinas electrónicas de voto y con la burocracia electoral, al concederles un plazo demasiado largo –hasta 2014- para renovar sus aparatos y cambiarlos por otros que suministren recibos solventes y acreditados del voto emitido.

Pero, aparte de las sospechas generadas por el proceso electrónico de voto, otras irregularidades han sido denunciadas en las últimas citas electorales.

SOMBRAS DE FRAUDE

En Florida, en las elecciones de 2000 ganadas por George W. Bush, se privó del voto, sin fundamento legal para hacerlo, a 30.000 negros, se infló el censo en algunas zonas. Las endemoniadas papeletas-mariposa indujeron al error en el voto a centenares, quizás miles de votantes. Pero, sobre todo, se interrumpió, por decisión del Tribunal Supremo de Estados Unidos un recuento manual de votos, cuando la distancia entre Bush y Gore se acortaba dramáticamente. Al final, el candidato republicano ganó por 537 votos.

En realidad, Florida es el ejemplo patente de un fracaso de la democracia. ¿Quien no se acuerda de la bochornosa noche electoral de noviembre de 2000?

Votos que no se contaron, votos que fueron a parar a un candidato distinto al que los electores habían señalado, burocracia inepta, mecanismos obsoletos, diseños torpes y manejo interesado y sospechoso del tinglado.

La polémica puso en evidencia algo que algunos expertos venían denunciado desde hace décadas, pero que nadie quería escuchar: la maquinaria electoral norteamericana no funciona bien y, por tanto, es vulnerable a la manipulación, pero no la que puedan realizar modestamente ciudadanos desaprensivos, sino la más perniciosa, la impulsada y orquestada desde distintas esferas de poder.

A pesar del escándalo de Florida, no se tomaron las medidas oportunas para que las irregularidades, torpezas y manipulaciones que sembraron de sospechas la democracia electoral norteamericana no se repitieran. Cuatro años después, en las elecciones presidenciales de 2004, ocurrió justo todo lo contrario. De todos los casos, nos detendremos quizás en el más grave: Ohio.

Centenares, miles de personas de los barrios más humildes de las ciudadanes de Ohio aguardaron hasta ocho horas debajo de paraguas para expresar su deseo electoral. ¿Qué paso? ¿Incompetencia, manipulación, fraude? Hay valoraciones para todos los gustos.

- A pesar de un incremento notable del registro de potenciales votantes, muchos de ellos se vieron privados del derecho al sufragio por razones administrativas poco convincentes.

- Por mala gestión de los colegios electorales, los ciudadanos se vieron obligados a soportar colas de cuatro y cinco horas, bajo la lluvia.

- Algunos colegios tuvieron que cerrar por no disponer de máquinas de voto electrónico.

- A muchos ciudadanos, especialmente de raza negra, más inclinados a votar a los demócratas, se les negó su voto provisional, el que se emite a falta de algún requisito, a la espera de ser verificado su legitimidad. La tasa de rechazo fue superior al 50%, muy por encima de la media habitual en este tipo de operaciones electorales.

- Información confusa y engañosa por parte del Secretario de Estado Blackwell (a la sazón, viceresponsable de la campaña de Bush en Ohio), sobre los lugares de voto de la gente que no podía hacerlo el día de las elecciones, los llamados “votos en ausencia”.

El que fuera candidato a gobernador de Ohio por el Partido Verde, Bob Fritakis, es coautor de un libro titulado “Cómo se robaron las elecciones presidenciales en Ohio”, en el que detalla alguna de estas irregularidades.

Por ejemplo, en la capital del Estado, Columbus, los colegios de los barrios de clara preferencia demócratas no contaron con suficientes máquinas electorales, lo que provocó hasta siete horas de cola para votar, con el consiguiente abandono de los votantes. Responsables de la administración electoral reconocieron que el Condado de Franklin 68 máquinas no se instalaron y otras 77 dieron problemas de funcionamiento. Esta escasez de aparatos se repitió en otros distritos con fuerte presencia afroamericana e hispana, más inclinada hacia los demócratas. A pesar del incremento de cien mil votantes registrado en el censo, hubo menos máquinas a disposición de los electores. La participación en estos colegios fue de algo más del 52%.

Mientras, en los colegios de tendencia republicana, no faltaron las máquinas, no hubo tantas colas y la participación superó el 76%, una diferencia del 25%. En otros lugares de Ohio donde no hubo problemas con las máquinas (por ejemplo, Cincinnati) la diferencia de participación entre los colegios de mayoría republicana y demócrata rondaron el 10%.
Un estudio del Washington Post indicaba que seis de los siete distritos con menos máquinas votaron a Kerry, mientras 27 de los 30 distritos con más máquinas votaron a Bush. Ninguno de los funcionarios que estuvieron en los colegios de los barrios latinos sabía español y las instrucciones solo estaban en inglés.
Otra de las prácticas más polémicas fue la campaña de impugnaciones puesta en marcha por el Partido Republicano en barrios populares de las ciudades de Ohio, donde la mayoría era afroamericana o latina, inclinada a votar a los demócratas. Basándose en la excusa de que muchos de sus envíos de propaganda electoral habían sido devueltos, iniciaron una agresiva campaña que cuestionaba la capacidad de elección de muchos ciudadanos que figuraban en el censo, extendiendo la sospecha de que habían cambiado de domicilio.

Kerry concedió la victoria a Bush, que ganó oficialmente por sólo 118.000 votos. Pero los demócratas presentaron una reclamación que afectaba a más de 150.000 votos. ¿Qué hubiera pasado si se hubiera actuado con rigor en la gestión de las reclamaciones? La polémica decayó sorprendentemente en los medios de comunicación, pero algunos periodistas dijeron “off the record” que habían recibido instrucciones de sus empresas de olvidarse del asunto.

Hasta que la congresista por Ohio Tubb Jones, recientemente fallecida, se decidió a dar el paso, el día de Reyes de 2005 y provocó un debate parlamentario. Pero sus compañeros del Capitolio, con alguna excepción, no se atrevieron a apoyarla.

A muchos sorprenderá saber que el fraude tiene una larga tradición en las elecciones norteamericanas. El periodista británico Andrew Gumble, testigo de las chapuzas de Florida se puso a investigar históricamente el fenómeno y ha dejado escrito un inquietante libro con el inequícovo título de “Steal this vote” (“Roba este voto”).

Las organizaciones cívicas promotoras del efectivo derecho de voto temen que el esperado incremento de participantes en estas elecciones presidenciales creen un problema nuevo: la saturación de los recursos oficiales.

Es muy probable que en los colegios electorales escasee el personal administrativo, que no haya funcionarios que sepan ayudar a votantes no anglo-parlantes, que de nuevo falten máquinas en distritos poblados por minorías, que muchos votantes se encuentren con que su derecho a votar ha sido impugnado por alguien a quien desconocen, o que su nombre no aparece en la lista por algún problema inesperado.

Las ongs vigilantes con la limpieza electoral antes mencionadas están denunciando estos días inquietantes maniobras en Virginia, en Florida, en Ohio y en otros estados reñidos. Como ya ocurrió en 2000 y 2004, se están detectando disfunciones en el registro de votantes, purga del censo y supresión del derecho de sufragio de potenciales votantes.

Habrá que esperar a comprobar si las cautelas adoptadas y algunas reformas reclamadas por los medios más responsables y la sociedad civil organizada consiguen superar la sombra de sospecha que permanece enquistada en el proceso electoral norteamericano.

LA SARTEN LE DIJO AL CAZO...

16 de octubre de 2008

Las últimas encuestas confirmando que la ventaja de Obama se agranda, el respaldo público y sonoro de Colin Powell al candidato demócrata, el retraso en la ejecución de las políticas anticrisis.... Lo ocurrido en los últimos días anticipa un “election day” sin grandes emociones.

Pero las anteriores son sólo las novedades más mediáticas. Otros datos de menor conocimiento público resultan casi definitivamente esclarecedores. Estados tradicionalmente conservadores como Iowa, Virginia, Ohio, Florida o Colorado se inclinan hacia Obama. Los demócratas han conseguido inscribir a 3,3 millones de nuevos electores. En los estados más reñidos, los demócratas han movilizado un millón y medio de simpatizantes; los republicanos, habrían perdido decenas de miles con respecto a 2004. Obama no sabe qué hacer con el dinero. Arrancó el mes con 134 millones de dólares en las arcas. McCain disponía de la tercera parte.

Y, sin embargo, la prudencia demócrata es disciplinada. Dice POLÍTICO, la web más seguida por las tropas política y periodística, que cuantas más y mejores noticias recibe, más capacidad de control frente a la autocomplacencia demuestra la campaña de Obama.

Uno de los errores estratégicos de la campaña de McCain ha sido centrarse mucho más en los mensajes negativos acerca de Obama que en las pretendidas virtudes de su patrón. Una organización de Wisconsin especializada en el análisis de la propaganda electoral asegura en un informe que de cada cien cuñas, más de la mitad, el 54%, estaban dedicadas por completo a denigrar a Obama, la cuarta parte combinaban los ataques con la promoción de McCain y sólo una de cada cuatro tenían un contenido exclusivamente positivo del candidato republicano. Este sesgo negativo indica frustración, impotencia y falta de confianza en las posibilidades del candidato propio. Por mucho que McCain acusara a Obama en el último debate de campaña agresiva, lo cierto es justo lo contrario. Los anuncios negativos de Obama dirigidos contra McCain no han superado un tercio del total.

El recurso de la confusión es ampliamente utilizado en las campañas electorales, y no debe extrañar que, revisando la nómina del equipo republicano, haya ocurrido lo que ha ocurrido. El problema es que, contrariamente a las campañas de intoxicación en periodo de gobierno, las maniobras torticeras en campaña se desvelan enseguida, porque están sometidas a riguroso escrutinio público.

La campaña de Obama ha sido técnicamente excelente, tanto en la recolección de fondos –un récord absolutamente histórico- como en la consolidación de la imagen de un candidato, que comenzó la campaña cuestionado por amplias bases y sectores directivos de su propio partido y la ha terminado entre el reconocimiento general.

Otro asunto en el que las críticas republicanas se antojan hipócritas es el de los presuntos fraudes en el proceso de registro de votantes. McCain intentó relacionar a Obama con algunas supuestas irregularidades de ACORN, una organización que promueve una reforma integral del sistema electoral y que ha conseguido registrar como potenciales votantes a un millón trescientas mil personas. Tal vez se entienda mejor la animadversión de McCain si se tiene en cuenta que ACORN, Project Vote, Common Cause, el Centro Brennan y otras organizaciones independientes afines han liderado estos últimos años las denuncias cívicas de irregularidades, obstrucciones del derecho de voto, favoritismos oficiales e incompetencia en la gestión de los procesos electorales, demostradas en particular por los aparatos republicanos.

La opinión pública no olvida lo ocurrido en las elecciones presidenciales en Florida en el año 2000. Pero seguramente desconoce lo que pasó hace cuatro años en Ohio, el estado que decidió las elecciones. Aparte de una serie de obstrucciones y argucias para reducir el censo de votantes entre las minorías más proclives a los demócratas, en el día de las elecciones faltaron máquinas electrónicas de voto precisamente en aquellos colegios electorales donde ganaban tradicionalmente los demócratas, en particular los de los barrios populares de Cleveland y Columbus.

El secretario de Estado local, Kenneth Blackwell, responsable oficial de la organización de las elecciones, simultaneó su cargo con el de jefe de la campaña de Bush en Ohio. Mientras miles de ciudadanos hacían colas de hasta ocho horas bajo la lluvia tratando de votar, Blackwell estaba reunido con el jefe de campaña, Karl Rove. Bush ganó en 2004 por los 21 votos de Ohio. Sin esos votos no hubiera sido reelegido.

Las ongs vigilantes con la limpieza electoral antes mencionadas están denunciando estos días inquietantes maniobras en Virginia, en Florida, en Ohio y en otros estados reñidos. Lo resume la editora de THE NATION, Katrina Vandenheuvel, en su último artículo: “semana a semana afloran informes alarmantes de disfunciones en el registro de votantes, purga del censo y supresión del derecho de sufragio de potenciales votantes”. Como en 2000 y en 2004. La buena noticia es que hay poco margen para marrullerías republicanas en 2008.

EL RECICLAJE

9 de octubre de 2008

Barack Obama ya actúa como presidente. Es probable que el espacio que ha comprado en prime time el 29 de octubre sea, en la práctica, un anticipo de lo que serán sus primeros cien días en la Casa Blanca

El último debate, el más peleado, el más ágil, no cambió la tendencia. Ni siquiera la utilización abusiva de Joe, el fontanero que interpeló a Obama en Ohio, impidió que McCain agotara su crédito. Por mucho que el brujo Rove diga en THE WALL STREET JOURNAL que el senador por Arizona puede protagonizar "la remontada política más formidable y la más improbable desde la de Harry Truman en 1948".

El recurso del candidato republicano al populismo reaganiano y a una moderada agresividad no sirvieron para descolocar al candidato demócrata, que demostró una capacidad de autocontrol sobresaliente. Obama juega a favor de corriente, es verdad, pero no ha cometido desliz importante. Se ha mantenido con una disciplina férrea en su línea de discurso. Hasta en sus ambigüedades, Obama se mantiene imperturbable.

Los datos de las proyecciones electorales le otorgan ventaja -probablemente decisiva- en la quincena de estados habitualmente disputados –excepto Indiana, con ligera ventaja de McCain- , lo que finalmente le proporcionarían 190 votos electorales más que su adversario. La delantera que los sondeos le atribuyen en Virginia y Carolina del Norte tiñe de histórico su eventual triunfo. No es descartable un “landslide”, un triunfo arrollador.

En todo caso, los estrategas de su campaña no pierden la cabeza. Mantendrán el tono hasta el final, probablemente hasta la misma noche del 4 de noviembre. No quieren sorpresas desagradables, ni errores de cálculo autoinducidos. Tampoco desean dar la impresión de que desprecian o minusvaloran al rival. Ése no es el estilo de Obama.

Los medios, agotados por una campaña larguísima e intensa, buscan un respiro. Bucean en los discursos y propuestas del senador por Illinois el anticipo de la terapia que alivie la crisis económica, la recesión que casi todos dan por inevitable.

Esta semana, orillando el resultado previsible del último debate, los artículos de análisis y opinión se han centrado en medir el alcance de las últimas decisiones del Tesoro: el fracaso del plan de rescate de la administración Bush y su conversión en un programa de nacionalización parcial de la banca en problemas.

Los diarios de referencia más alejados de la administración reclaman que el gobierno se reserve la capacidad de actuación en “decisiones importantes como fusiones o adquisiciones”(THE NEW YORK TIMES) y una “necesaria y potente autoridad reguladora” que garantice el “equilibrio entre los intereses de los bancos, los contribuyente y bien común” (THE WASHINGTON POST). Un tono de discurso muy europeo, en el que se recupera el peso de la política y la intervención legítima y activa, sin complejos, del gobierno. Incluso los defensores tradicionales del neoliberalismo ortodoxo, como el WALL STREET JOURNAL parecen resignados al final de ciclo.

Con los productos financieros tóxicos, se manda al basurero de la historia inmediata también la ideología tóxica que los ha justificado y respaldado. Otra cosa es el destino de sus ejecutores tóxicos. Queda por aclarar qué responsabilidades se van a depurar.

La prensa más responsable del establishment se inquieta ante la falta de concreción sobre la regulación de sueldos y atribuciones de estos aprendices de brujo, a partir de ahora.

En toda esta recomposición del discurso, Obama se mueve con extraordinaria habilidad, con un discreto aroma de hombre de Estado, preocupado por los intereses generales, alejado de esa ideología tóxica, pero sumamente esquivo sobre la profundidad de su compromiso con los sectores más desfavorecidos por la crisis. Su programa de actuación, por supuesto, dice estar centrado en las clases medias, en los trabajadores, en la defensa de las sociales (educación, sanidad, energías limpias, etc). Pero después de un año de campaña y un tsunami financiero, Obama sigue despertando dudas, no entre los adversarios, sino entre los seguidores.

Es muy probable que los problemas de Obama comiencen nada más ocupar el despacho oval, cuando muchos de los sectores que le han aupado le empiecen a reclamar, con una previsible impaciencia, políticas visibles y reconocibles de cambio.

El final de campaña se resolverá en este escenario de incertidumbres sobre la capacidad del sistema por reciclarse, la habilidad de sus gestores por rescribir sus normas y el verdadero alcance del “cambio de rumbo” anunciado por la alternativa. Asistiremos a la agonía de McCain, lenta pero seguramente dulce, y a la edificación de la figura ya presidencial de Obama. En el ambiente, seguramente habrá desaparecido el mal olor de las ideologías tóxicas. Pero no sabremos todavía hasta donde habrá llegado la contaminación de las aguas ni cuanto durará el inevitable reciclaje.

EL RECICLAJE

9 de octubre de 2008

Barack Obama ya actúa como presidente. Es probable que el espacio que ha comprado en prime time el 29 de octubre sea, en la práctica, un anticipo de lo que serán sus primeros cien días en la Casa Blanca

El último debate, el más peleado, el más ágil, no cambió la tendencia. Ni siquiera la utilización abusiva de Joe, el fontanero que interpeló a Obama en Ohio, impidió que McCain agotara su crédito. Por mucho que el brujo Rove diga en THE WALL STREET JOURNAL que el senador por Arizona puede protagonizar "la remontada política más formidable y la más improbable desde la de Harry Truman en 1948".

El recurso del candidato republicano al populismo reaganiano y a una moderada agresividad no sirvieron para descolocar al candidato demócrata, que demostró una capacidad de autocontrol sobresaliente. Obama juega a favor de corriente, es verdad, pero no ha cometido desliz importante. Se ha mantenido con una disciplina férrea en su línea de discurso. Hasta en sus ambigüedades, Obama se mantiene imperturbable.

Los datos de las proyecciones electorales le otorgan ventaja -probablemente decisiva- en la quincena de estados habitualmente disputados –excepto Indiana, con ligera ventaja de McCain- , lo que finalmente le proporcionarían 190 votos electorales más que su adversario. La delantera que los sondeos le atribuyen en Virginia y Carolina del Norte tiñe de histórico su eventual triunfo. No es descartable un “landslide”, un triunfo arrollador.

En todo caso, los estrategas de su campaña no pierden la cabeza. Mantendrán el tono hasta el final, probablemente hasta la misma noche del 4 de noviembre. No quieren sorpresas desagradables, ni errores de cálculo autoinducidos. Tampoco desean dar la impresión de que desprecian o minusvaloran al rival. Ése no es el estilo de Obama.

Los medios, agotados por una campaña larguísima e intensa, buscan un respiro. Bucean en los discursos y propuestas del senador por Illinois el anticipo de la terapia que alivie la crisis económica, la recesión que casi todos dan por inevitable.

Esta semana, orillando el resultado previsible del último debate, los artículos de análisis y opinión se han centrado en medir el alcance de las últimas decisiones del Tesoro: el fracaso del plan de rescate de la administración Bush y su conversión en un programa de nacionalización parcial de la banca en problemas.

Los diarios de referencia más alejados de la administración reclaman que el gobierno se reserve la capacidad de actuación en “decisiones importantes como fusiones o adquisiciones”(THE NEW YORK TIMES) y una “necesaria y potente autoridad reguladora” que garantice el “equilibrio entre los intereses de los bancos, los contribuyente y bien común” (THE WASHINGTON POST). Un tono de discurso muy europeo, en el que se recupera el peso de la política y la intervención legítima y activa, sin complejos, del gobierno. Incluso los defensores tradicionales del neoliberalismo ortodoxo, como el WALL STREET JOURNAL parecen resignados al final de ciclo.

Con los productos financieros tóxicos, se manda al basurero de la historia inmediata también la ideología tóxica que los ha justificado y respaldado. Otra cosa es el destino de sus ejecutores tóxicos. Queda por aclarar qué responsabilidades se van a depurar.

La prensa más responsable del establishment se inquieta ante la falta de concreción sobre la regulación de sueldos y atribuciones de estos aprendices de brujo, a partir de ahora.

En toda esta recomposición del discurso, Obama se mueve con extraordinaria habilidad, con un discreto aroma de hombre de Estado, preocupado por los intereses generales, alejado de esa ideología tóxica, pero sumamente esquivo sobre la profundidad de su compromiso con los sectores más desfavorecidos por la crisis. Su programa de actuación, por supuesto, dice estar centrado en las clases medias, en los trabajadores, en la defensa de las sociales (educación, sanidad, energías limpias, etc). Pero después de un año de campaña y un tsunami financiero, Obama sigue despertando dudas, no entre los adversarios, sino entre los seguidores.

Es muy probable que los problemas de Obama comiencen nada más ocupar el despacho oval, cuando muchos de los sectores que le han aupado le empiecen a reclamar, con una previsible impaciencia, políticas visibles y reconocibles de cambio.

El final de campaña se resolverá en este escenario de incertidumbres sobre la capacidad del sistema por reciclarse, la habilidad de sus gestores por rescribir sus normas y el verdadero alcance del “cambio de rumbo” anunciado por la alternativa. Asistiremos a la agonía de McCain, lenta pero seguramente dulce, y a la edificación de la figura ya presidencial de Obama. En el ambiente, seguramente habrá desaparecido el mal olor de las ideologías tóxicas. Pero no sabremos todavía hasta donde habrá llegado la contaminación de las aguas ni cuanto durará el inevitable reciclaje.

RESPUESTAS TRAMPOSAS A LA CRISIS

10 de Octubre de 2008

La crisis financiera se ha tragado a McCain. Salvo error monumental de Obama, las elecciones del 4 de noviembre tienen ya un ganador seguro. La serie de ataques a la desesperada de la campaña republicana golpean en el aire. Los analistas predicen, a menos de cuatro semanas de la cita electoral, también un hundimiento de los republicanos en las legislativas. Según el NEW YORK TIMES, “los demócratas podrían conquistar de seis a nueve asientos en el Senado y entre 25 y 30 escaños en la Cámara de representantes”. La era neocon podría acabar en la ignominia.

El segundo debate, anunciado como la última oportunidad de McCain para colocarse en una vía triunfadora, no sirvió más que para ahondar la impresión de que las propuestas del senador de Arizona están agotadas. La combinación de populismo fácil y de insinuaciones infundadas contra su rival resultaron patéticamente ineficaces.

Los medios, otrora indulgentes con McCain, empiezan a retirarle el crédito. Muchos de los que le ayudaron a construir su prestigio de “disidente” o de “independiente” de su propio partido han dejado de creer que su presidencia sea muy distinta a la de Bush.

Ni siquiera la pregonada experiencia de McCain en asuntos internacionales y de seguridad han sujetado sus expectativas, ante la brutal embestida del huracán financiero. Por mucho que se haya empeñado en emplear un lenguaje afilado contra los patrones de Wall Street, McCain no ha conseguido hacer olvidar que durante años ha respaldado, con su discurso y con sus votos, las políticas neoliberales y desreguladoras que han conducido a este desastre delictivo en las grandes finanzas del país.

Los otros medios, los medios más independientes o progresistas eluden en cierto modo el sobrepasado debate electoral y se concentran, inteligentemente, en las trampas y peligros que encierra el clima de pánico y urgencia creado por las élites económicas y políticas.

La aprobación del plan de rescate no debe impedir que se mantenga la vigilancia para que las victimas no terminen sufragando a los verdugos. El prestigioso intelectual Howard Zini, autor de la magnífica historia de Estados Unidos contada desde una perspectiva popular, propone en THE NATION que los 700 mil millones de dólares se gasten en “la gente que realmente los necesita”. Propone que el gobierno declare una moratoria en los desahucios, que ayude a los propietarios de casas a pagar sus hipotecas y que ponga en marcha un programa federal de creación de empleo, al estilo del New Deal durante la Gran Depresión de los años treinta.

En parecidos términos se pronuncia, desde las páginas del británico THE NEW STATESMAN, Robert Reich, Secretario de Trabajo del primer gobierno Clinton, y uno de los referentes socialdemócratas del Partido al que pertenece Obama. Reich se confiesa escéptico no sólo sobre el Plan Paulson, sino sobre cualquier paquete convencional de estimulo económico, por la profundidad de la crisis.

Después de documentar el incremento de la brecha social en Estados Unidos durante las últimas tres décadas, Reich pasa revista a los sucesivos fracasos por mantener el poder adquisitivo de la clase media. Para este momento, su propuesta es clara: “invertir en la productividad de los trabajadores, hacer posible que las familias tengan atención sanitaria, acceso a buenas escuelas y a educación superior, reconstruir las infraestructuras e invertir en tecnologías de energía limpia”. Todo ello, mediante un “programa fiscal progresivo”.

El discurso de Obama no debería estar muy alejado de estos principios. Pero persisten serias dudas sobre su capacidad de maniobra frente a un establishment político y financiero que presentará cualquier intento de política progresista como “aventurera” o incluso “peligrosa”.

En Europa, las ondas de choque de la crisis han puesto en evidencia la limitaciones del liderazgo político. “A la indecencia de los actores financieros, la inconsecuencia de los políticos”, se lee en un editorial de LE MONDE. Recomienda el diario francés “retornar a la política y a su cuestión central: a quien debe servir la riqueza de las naciones”.

Se percibe miedo a parecer ahora demasiado heterodoxo, ignorando que ha sido la ortodoxia lo que ha traído la catástrofe. En THE GUARDIAN hemos leído esta semana un valiente análisis de Jonathan Freedland acerca de la “impotencia política”: los líderes europeos han sido incapaces de advertir la crisis, de atajarla y, ahora, de proponer soluciones que responsabilicen a los principales causantes. De ahí que compartamos su conclusión: “esta no es sólo una crisis financiera o económica, sino una crisis democrática- el pueblo y sus representantes tienen poco o ningún control sobre lo que les afecta directamente”.

CRISIS DE CONFIANZA

3 de octubre de 2008

La crisis financiera en Estados Unidos se ha convertido ya en crisis política. Lo ocurrido en las dos últimas semanas ha puesto en evidencia los elementos quebradizos de un sistema político y social basado en consensos forzados y escasamente sometidos a escrutinio público.

Aparentemente, puede interpretarse el voto negativo de la Cámara de Representantes al plan de rescate presentado por la administración como una prueba de la salud democrática del país. En Europa puede sorprender que sean los propios republicanos los que rechazaran la iniciativa gubernamental. ¡Qué saludable resulta la ausencia de disciplina de partido! ¡Los representantes del pueblo no se dejan amedrentar –ni siquiera impresionar- por un gobierno poderoso que no ha sabido –o no ha querido- prevenir los efectos de la incompetencia y la codicia de los intereses privados sobre las finanzas públicas!

Esta interpretación es tentadora, sobre todo para estas latitudes políticas, en las que resulta inimaginable el ejercicio de humillación política sufrida por un presidente en ejercicio, en gran parte desde sus propias filas.

Un análisis más detenido del voto en la Cámara Baja permite esclarecer las contradicciones de la clase política norteamericana. El plan Paulson fué rechazado desde la derecha y desde la izquierda, por los ultraliberales doctrinarios que resisten a aceptar el fracaso de la estrategia desreguladora a ultranza y por los “liberales” (en la acepción norteamericana del término: los partidarios de la presencia del Estado en la economía) que se sienten escandalizados por la desfachatez con la que se propone drenar dinero público sin las suficientes garantías. Pero también se pueden identificar demócratas centristas, partidarios de la disciplina fiscal y el control presupuestario, que atisban en el plan de rescate riesgos poco controlados. Finalmente, entre los representantes “rebeldes” se encuentran otros muchos que probablemente han votado pensando tanto en lo que le interesa al país cuanto en sus posibilidades de supervivencia política. Toda la Cámara se somete en noviembre al veredicto de las urnas y el clima de indignación pública es incompatible con una actitud demasiado complaciente con los apuros de la administración.

La posición favorable del Senado no cambia las cosas. O más bien las confirma. Que sólo un tercio de los senadores tenga que someterse a las urnas explica en parte su conformidad matizada con el Plan de rescate. No obstante, se ha aprovechado el descrédito de la administración para introducir algunas medidas no directamente relacionadas con las causas y consecuencias de la crisis. Por ejemplo, la reducción de impuestos a las clases medias. Alguna es incluso chocante: que se obligue a las empresas aseguradoras a atender los casos de enfermedad mental como se hace con otros problemas de salud general. Como me comentaba estos días, con ironía, un investigador político: ¡A lo peor es que los legisladores temen que esta crisis termine afectando su salud mental y la de los ciudadanos de a pie!

Suavizado y edulcorado el plan, los representantes encontrarán manera de vender a sus electores su conformidad. Pero el asunto de fondo -la perversión resultante de eliminar los controles públicos para favorecer la codicia de los poderosos- ha quedado desplazado.
El presidente Bush ha sido reducido a la irrelevancia política. Generalmente, los últimos meses de un presidente saliente sin opción a repetir en el cargo suponen un mal trago. Pero sólo en algunos casos están dominados por la amargura. Le ocurrió a Nixon y le está ocurriendo a Bush. Por motivos aparentemente diferentes, pero con un punto de coincidencia: la quiebra de confianza básica.

Llegados a este punto, ¿qué pasará después de noviembre?

Los candidatos saben que es estrategia ganadora desmarcarse o incluso criticar con dureza los desatinos, por acción o por omisión, de los años Bush (W). A Obama le esta resultando más fácil, porque lleva dos años señalando los riesgos de una política fallida. Pero la tibieza con la que expone sus recetas alternativas exaspera a muchos de los que piensan votarle. McCain ha pretendido tapar con un discurso moral sus fundamentos cómplices con la situación actual. Los sondeos indican que no ha logrado el objetivo de salir indemne.

Unas palabras sobre los debates. No han resultado determinantes en la evolución de la campaña, en la clarificación del voto o en la decantación de los indecisos. Pero han perfilado un poco más las opciones. McCain no consiguió desacreditar la capacidad de Obama como comandante en jefe. Sarah Pallin fue claramente superada por Biden, pero salió airosa de la prueba, lo que no es poco después de sus desafortunadas comparecencias televisivas anteriores. El problema es que sólo con un populismo endeble y un inverosímil discurso antiestablishment resulta difícil transmitir responsabilidad, competencia y coherencia. Obama y Biden han demostrado estar más preparados para el cargo y ser más creíbles. De ahí que el ticket republicano siga por detrás en la apreciación pública. Y mientras la tempestad siga instalada entre Wall Street y Washington no es previsible un cambio de tendencia.

CAPITALISMO DESASTRE, SOCIALISMO PARA LOS RICOS

26 de septiembre de 2008
Bush ha apelado del nuevo a la amenaza de catástrofe para trastocar las reglas democráticas y tomar decisiones excepcionales sin apenas control democrático. Lo hizo tras el 11-S y pretende hacerlo ahora con la quiebra del capitalismo tramposo que se le ha venido encima a un país atónito por la dimensión de la crisis y la audacia ilimitada de sus dirigentes. Lo que Naomi Klein llama la doctrina del shock.

Al citar a Obama y McCain en la Casa Blanca después de dirigirse al país en tono de emergencia, Bush ha pretendido crear un clima de adhesión incondicional y colocar a los congresistas bajo la presión de aceptar el plan de rescate financiero o ser tachados de insensibles o traidores por omisión.

McCain ha sido la última victima del desastre financiero. En esta semana horribilis, el candidato republicano ha perdido toda la ventaja acumulada tras la Convención de Minnesotta. Como se preveía, se ve ahogado por la marea económica. Su decisión de suspender la campaña y proponer el aplazamiento del primer debate electoral para concentrarse en el voto del legislativo no transmite patriotismo, como él seguramente esperaba, sino cierta propensión al pánico o a la cobardía.

Obama juega a favor de corriente, porque la crisis abona la tesis troncal de su campaña: McCain como administrador de la herencia Bush. En su línea moderada y bipartidaria, Obama rechazado el aplazamiento del debate, argumentado, con toda lógica, que la exposición pública de soluciones es ahora más necesaria que nunca.

La prensa progresista no demuestra indulgencia con el candidato republicano. THE NATION sostiene que “McCain suspende la democracia”. Incluso la más neutral le reprocha falta de visión, improvisación y mal asesoramiento. THE BOSTON GLOBE le aconseja cambiar sus consejeros económicos.

El Plan Paulson se complica. Tampoco es una sorpresa, a pesar de que el clima de emergencia propagado por la administración pareció eficaz en un primer momento. Incluso el propio Obama llegó a sugerir que podría mantener a Paulson en el puesto si ganara las elecciones. Pero el examen cuidadoso del plan y los excesos tremendistas tan del gusto de esta administración han despertado la sensibilidad crítica.

Algunos líderes del Congreso –demócratas la mayoría, por supuesto, pero también republicanos- han conseguido que se entendieran los enormes peligros de entregar poderes casi absolutos a un insider de Wall Street convertido en guardián de los dineros públicos: el lobo al cuidado de los corderos.

El demócrata Christopher Dodd, presidente de la Comisión sobre asuntos bancarios del Senado, ha sido el congresista más activo en presentar enmiendas. Entre otras consideraciones, ha planteado que el gobierno tenga la opción de adquirir participaciones en las entidades que contribuya a reflotar. Lo que incomoda a la Administración. No es desdeñable que incluso antiguos reaganitas se resistan a aceptar con ojos cerrados la medicina del Secretario del Tesoro.

Los que se atreven a discutir las urgencias planteadas por una administración a la deriva han tenido la lucidez de plantear opciones que defiendan los intereses de los contribuyentes. Es escandaloso que los defensores a ultranza de la inhibición del Estado y la desregulación absoluta presenten ahora una solución de salvamento público, bajo el chantaje de que no aceptarlo pondría en peligro la estabilidad económica de los Estados Unidos.

La prensa progresista de Estados Unidos no se ha arrugado a la hora de replicar el mensaje catastrofista/oportunista de Paulson. Una comentarista de THE NATION califica de “golpe de Estado económico” lo ocurrido estos días de septiembre.
Aparte del problema nuclear de las “hipotecas tóxicas”, los “créditos de supermercado” y “estilo Far West”, los medios críticos no parecen dispuestos a soltar la presa de los honorarios escandalosos de los grandes ejecutivos de Wall Street que no han demostrado precisamente su competencia. El citado Dodd ha sido certero al señalar que “los autores de esta calamidad no pueden escaparse enriquecidos”.
Este asunto no es menor. Significativa resulta la posición del premier británico Brown, quien ha calificado de “inaceptable” la política de premiar con pluses extraordinarios inversiones de alto riesgo que proporcionan enormes beneficios a corto plazo. De esta forma, se han enriquecido muchos altos ejecutivos de Wall Street. Hoy es preciso exigirles responsabilidades, cuando esos beneficios se han tornado en horribles pérdidas.
LE MONDE predice que los jóvenes cachorros de la finanzas salidos de los elitistas laboratorios universitarios verán reducida su cotización. El tiempo de los tiburones se ha terminado, viene a decir el diario francés.
Como se antoja necesario clarificar hasta donde se ha llegado en el abuso, recogemos el dato que el Instituto de Política Económica, un organismo crítico con las prácticas de Wall Street, ha aportado al debate. La retribución de un alto ejecutivo en las grandes corporaciones norteamericanas equivalía a la de ¡275 veces las de un trabajador medio! En 1970, esta brecha era “solamente” 70 veces mayor.
El comentarista John Cassidy recuerda, desde las páginas del NEW YORKER, la preclara sanción de John Kenneth Galbraith: el único socialismo respetable en América es el “socialismo para los ricos”.

CAPITALISMO DE CASINO: MCCAIN, EN EVIDENCIA; OBAMA RECUPERA LA INICIATIVA

19 de septiembre de 2008

El capitalismo de casino ha quebrado en Estados Unidos. La profecía neoliberal que auguraba una prosperidad duradera e indestructible basada en la desregulación y la práctica desaparición del Estado del mundo económico y financiero ha resultado un fraude estrepitoso, cuyas consecuencias aún están aún por calibrar.

No tardaron los dos candidatos principales en reaccionar a los huracanes que han puesto a Wall Street en estado de alerta catastrófica. Lo tenía más difícil McCain, con su discurso contradictorio y de circunstancias. El candidato republicano acostumbra a patinar tanto en sus opiniones sobre economía que tuvo hace semanas que admitir públicamente que no era especialmente experto en la materia. Para compensar el déficit, tiene que rodearse de asesores y especialistas. Nada que reprocharle por ello. Lo preocupante es que a McCain le cuesta componer un discurso coherente por el elenco tan contradictorio que ha reunido a su alrededor. No se trata de que equilibrar posiciones, para considerar todos los puntos de vista posibles. Lo que se le reprocha al senador por Arizona es una dirección estratégica.

En marzo decía que no era partidario de más regulaciones: al contrario, defendía recortar las existentes, por considerar que “destruían a las familias norteamericanas”. Al día siguiente del sobresalto en Wall Street, se presentaba en un anuncio de televisión como el defensor de “medidas mas duras para proteger los ahorros de toda la vida”. El martes decía que no sería buena idea que el Estado reflotara la aseguradora AIG y el miércoles se tuvo que tragar precisamente esa medida y componer la figura, con el argumento de que era un “mal necesario”. Con el paso cambiado, McCain acudía a un discurso populista en uno de los tradicionales estados industriales del país, Michigan, como adalid de la clase trabajadora, frente a la “codicia” de Wall Street. La propaganda lo aguanta todo, pero ni siquiera prominentes republicanos –consultados por THE WALL STREET JOURNAL- creen en privado que esa estrategia le lleve a la Casa Blanca.

El NYT, que cada día le escamotea más el reconocimiento de su competencia para dirigir el país, no ha pasado la oportunidad de señalar la inconsistencia –y hasta lo “preocupante”- de su discurso económico. “McCain lanza suntuosos elogios a los trabajadores, pero ignora sus problemas. Todo un insulto”.

No deja de ser llamativo que su principal asesor financiero sea precisamente John Thain, el principal ejecutivo de Merril Lynch, uno de los bancos de inversión afectados fatalmente por la crisis de las hipotecas basuras. No era el que quebró (Lehman Brothers), pero si el que tuvo que ser adquirido in extremis por el Bank of América, por la mitad de lo que supuestamente valía a primeros de año, para evitar su irremisible hundimiento. Muchos analistas pronostican que Thain formará parte del equipo económico de un eventual Presidente McCain.


Obama, a favor de corriente, aprovechó la circunstancia para señalar las contradicciones de McCain y su inconsistente mensaje de cambio. En su haber, Obama puede acreditar que ya a primeros de año llamó la atención sobre las subprimes (hipotecas basura), los hedge funds (fondos de alto riesgo) y las alarmantes cabalgadas especulativas sobre el alambre que se practicaban en Wall Street.

Pero lo más relevante del discurso de Obama de estos días es que se ha atrevido a decir que no es sólo la “codicia” la causante de los problemas, como ha asegurado McCain, sino la liquidación de la responsabilidad del Estado, que su rival conservador ha venido defendiendo estos años de administración republicana.

El senador por Illinois defiende claramente la necesidad de que los poderes públicos aseguren un control efectivo, riguroso y responsable del funcionamiento de los mercados financieros, para hacerlos más transparentes, seguros y eficaces. Obama anunció la creación de una Comisión que haga un seguimiento exhaustivo de los peligros financieros e informe puntualmente a la Casa Blanca y al Congreso. El perfil es claramente socialdemócrata y constituye un avance indudable con respecto a lo vivido en los últimos años. Pero su propuesta es muy general, poco detallada, y los que, desde la izquierda, analizan su programa echan de menos mayor concreción y compromiso.

La crisis financiera ha contribuido a desvanecer, al menos de momento, la rutilante estrella Palin. En cierto modo, los republicanos habrán respirado, porque la puesta en escena de la running mate de McCain en su primera entrevista pública fue decepcionante. El asunto dominante –política exterior y de seguridad- no le era ciertamente muy propicio por su inexperiencia manifiesta en esas lides. Pero la gobernadora de Alaska no sólo demostró esas comprensibles carencias: abonó los temores de que su elección ha respondido más a la necesidad de un golpe de efecto que a una selección por mérito y capacidad.

VUELO DE MARIPOSA, PICADURA DE AVISPA

12 de septiembre de 2008

Sarah Palin es la nueva sensación de la campaña electoral norteamericana. En parte, el fenómeno responde al deseo obsesivo de novedades excitantes. Pero no hay duda de que su figura ha tenido un efecto que ha sorprendido a sus rivales, pero también a sus propios correligionarios.

Uno de los principales estrategas del Viejo Gran Partido, citado por un columnista del NYT, ha admitido que consideró la de Palin como la peor selección de candidato a vicepresidente desde 1972, cuando el demócrata McGovern escogió a Eagleton. Incluso llegó a pronosticar que McCain terminaría retirándola.

En su blog, el ex-alcalde de San Francisco, Willie Brown, ha asumido el papel de decir lo que otros callan, aunque lo piensen, en su partido. “Ella ha cambiado completamente la dinámica de esta campaña. Punto”, escribió hace unos días.

Palin ha despertado al electorado ultra de la América profunda, apegado a unos valores férreamente conservadores. Su presencia en primer línea intenta satisfacer los instintos de esa mayoría de cristiano-militantes, alérgica a los impuestos, enemiga visceral de los servicios públicos y “amante de las armas”. McCain, con su decisión, ha querido reconciliarse con ese electorado, que parecía haberle dado la espalda, por sus críticas a la administración Bush y su exhibicionismo de republicano independiente y moderado.

En cierta forma, Palin es un remake de Reagan, porque no exhibe las arrogantes maneras neocon. Todo lo contrario, su autopresentación en la Convención como “hockey mom” pretende fijar su imagen de mujer corriente procedente de una clase media sin otras pretensiones que llevar la decente vida americana que sus pares esperan de ella. “McCain ya tiene su Obama”, decía NEW YORK MAGAZINE, para codificar el acierto de la operación renovación/tradición.

La pregunta es cuánto durara el encanto de Palin. La pretendida naturalidad de sus actuaciones es poco consistente con algunas experiencias de su corta pero significativa trayectoria política. De momento, la prensa que ha resistido el deslumbramiento ha comenzado a revelar ciertas decisiones políticas suyas que apuntan usos y mañas poco renovadores. Es difícil valorar cuanto hay de cierto y cuanto de exagerado, o de torcido, en los artículos de urgencia publicados esta semana. Pero ciertos datos reflejan una personalidad ambiciosa que adopta no el mensaje inspirado por los principios, sino por la rentabilidad política y electoral.

El NYT le reclama una rueda de prensa abierta para testar su capacidad de ofrecer explicaciones convincentes, y le reprocha a su jefe político que trate de envolverla en estrategias mediáticas blindadas.

Otras anécdotas más personales y familiares –como el supuesto impulso de venganza contra su ex-cuñado- cuestionaría su ingenuidad y acreditaría, por el contrario, esas imputaciones de personalidad dura e impenitente. “Vuelo de serpiente y picadura de avispa”, escribía un comentarista esta semana.

Todas estas consideraciones pueden aminorar el efecto Palin. Pero como advertía el citado ex-alcalde de San Francisco en su blog, el efecto Palin solo tiene que durar dos meses –hasta las elecciones- para resultar devastador.

Obama -y también Biden- ya han arremetido contra el efecto Palin de forma directa, aunque elegante, como corresponde a su retórica, baja en calorías. También ha echado una mano Hillary Clinton. Como mujer, su primera andanada contra Palin resultó de utilidad a Obama, porque los responsables de campaña de McCain ya han empezado a acusarlo de “sexista”. La senadora, siempre tan calculadora, evitó mencionar a Palin por su nombre, pero minusvaloró la apuesta republicana. En un acto celebrado en Florida, construyó una ingeniosa metáfora de hielos y naufragios que encaja con la procedencia alaskiana de la Pallín y el rumbo extraviado de los republicanos: “ahora vienen a decirnos que un iceberg podría haber salvado el Titanic”.

La dificultad de la respuesta demócrata no debe residir en el discurso. Puede estar en la chequera. Para diluir el empuje republicano necesitarán invertir más dinero de lo previsto. Y en esta materia -otro viraje inesperado de la campaña- parece que los demócratas tienen ahora más apuros que los republicanos. A los conservadores les ha llovido dólares en agosto. La buena noticia para Obama es que en las 24 horas siguientes al discurso de la Palin en la Convención de Minnessota, su campaña consiguió recaudar 100 millones de dólares. Tal fue el susto que produjo en los liberales la enérgica puesta en escena de la “pitbull con labios pintados”.

Dólares, si, pero sobre todo lo que Obama necesita, al cabo, son votos. Estos días, hablando con líderes comunitarios de Chicago, donde Obama inició su carrera política, saqué la conclusión de que el senador por Illinois necesita convertir en hechos tanta promesa evocada por su mensaje de cambio. En los barrios del South Side se anhela con ansiedad el triunfo de un chico que todavía es percibido como “alguien distinto”, como “uno de los suyos”.

Esa identificación a flor de piel choca con las imputaciones de “elitista” que se escucha en las filas republicanas y que con tanto apasionamiento recreó Sarah Palin en su discurso de aceptación en Minessotta. Lo que preocupa a los activistas demócratas –incluso a los independientes que quieren un cambio en Washington- es que esos seguidores se queden en su casa el 4 de noviembre.

Algo parecido ocurre con los latinos. Uno de los líderes de la comunidad latina, Juan Andrade, me hacía esta semana los números que los demócratas necesitan para regresar al 1600 de la Avenida Pennsylvania. Si la participación de los latinos supera ligeramente la registrada hace cuatro años, Obama ocupará el despacho oval en enero.

Los problemas con la participación no estriban simplemente en la conciencia de los electores, sino en procedimientos, mecanismos y prácticas diseñados para que vote cuanto menos gente mejor, con el objetivo de asegurar el mantenimiento del sistema. Aunque la presión de organizaciones cívicas y de los medios más responsables ha logrado que se hayan adoptado medidas preventivas en los estados que resultan decisivos para el resultado final, no está descartada la repetición de irregularidades y actuaciones fraudulentas, como en 2000 y 2004. Después de todo, la democracia americana, más allá de los mitos y las fanfarrias, es mucho más defectuosa que la que tenemos en Europa.