ESTADOS UNIDOS: UN SISTEMA ELECTORAL BAJO SOSPECHA

27 de octubre de 2008

Estados Unidos es una democracia limitada, a juzgar por su débil participación electoral, una de las más bajas de los países occidentales.

En las últimas elecciones presidenciales norteamericanas, la tasa de participación alcanzó el 64%, 15 millones de electores que en 2000 (cuatro puntos porcentuales más). En total, votaron 126 millones de personas de los 215 millones posibles y de los 197 millones registradas. La participación de 2004 fue la más se acercó a la registrada en 1992, año en el que votó el 68% del censo.

El 89% de las personas que se registraron en 2004 para votar lo hicieron. O, dicho a la inversa, el 11% de los que pensaron en su momento acudir a las urnas se abstuvieron de hacerlo el día de las elecciones.

¿Por qué no votaron 89 millones de norteamericanos? El motivo más aparente puede ser la apatía política, la falta de identificación con el sistema político, por razones que ha explicado aquí el profesor Navarro.

En 2004, el 47% de las personas que no se tomaron la molestia de registrarse para votar admitieron claramente que no les interesaban las elecciones. Quince millones de personas declararon que pasaban de la política. ¿Qué paso con la otra mitad? ¿Por qué no acudieron esos ciudadanos a las urnas?

VOTAR ES UN EJERCICIO COMPLICADO

Las razones son múltiples, por supuesto, pero la mayoría de ellas evidencia importantes deficiencias en el sistema electoral; tan graves que, para algunos estudiosos, constituyen una importante limitación de la democracia norteamericana.

Estados Unidos es el único país entre las democracias occidentales donde el ejercicio del derecho de voto debe validarse mediante un trámite administrativo. Hay que registrarse para votar. Si no se hace, en plazos y condiciones diferentes según los estados, no se puede votar el día de las elecciones. Sólo hay una excepción: Dakota del Norte, un pequeño estado del medio oeste.

Puede alegarse que registrarse, después de todo, no puede ser muy complicado. Pero es o puede serlo, según los casos, al menos lo suficiente como para que se convierta en un obstáculo para votar.

¿Por qué hay tanta gente que no puede registrarse fácilmente?

Las causas explicadas por los propios ciudadanos son variopintas: el 17% dice que se les pasó el plazo o que su voto no cambiaría nada, casi el 4% (lo que indica, en ambos casos, poco interés); más del 5% adujo problemas de movilidad por enfermedad o discapacidad; cerca de un 10% declaró que desconocía cómo registrarse, o que no encontró el sitio para hacerlo, o que no sabía bien inglés. Más relevante es que casi un 7% fuera rechazado por el sistema, principalmente exreclusos o inmigrantes que no consiguen acceder a la ciudadanía.

Un análisis más detallado y minucioso evidencia notables deficiencias en la gestión electoral. Estados Unidos es la única democracia occidental en la que decenas de ong’s se dedican a promover el voto de la gente. No hay algo parecido en Europa. Si lo hacen, es fundamentalmente porque son conscientes de que muchas personas que querrían votar, a las que les interesa objetivamente votar, no lo hacen, no pueden hacerlo, incluso se les desincentiva para que no lo hagan. En la práctica, se les priva del voto. Son los llamados disafranchised citizens.

No por casualidad, esos abstencionistas no necesariamente voluntarios pertenecen a los colectivos menos sumisos con el sistema (como minorías raciales o desfavorecidos sociales).

Asi, por ejemplo, en las presidenciales de 2004….

Votaron más los mejor formados que los que carecían de estudios medios (78 frente al 40 por ciento).

Votaron más los ricos –los que ganaron más de 50.000 $- que los pobres –los que ganaron menos de 20.000 $ (77 frente al 48 por ciento).

Votaron más los empleados que los parados (66 frente al 51 por ciento).

Votaron más los blancos anglosajones (67%) que los negros (60%), que los hispanos (47%) o que los asiáticos (44%). De todos los votantes, en términos absolutos, los blancos anglosajones sumaron el 79%, los hispanos el 11%, los negros el 6% y los asiáticos el 2%.

Cuando se suman dos condiciones sociales agravantes, el efecto abstencionista se refuerza.

Por ejemplo, los abstencionistas pobres son más numerosos si son negros (un 38%) o latinos (28%) que los blancos (18%). Algo parecido ocurre con los blancos o latinos que carecen de estudios superiores con respecto a la misma condición en los blancos anglosajones.

La organización PROYECT VOTE ha calculado que si la tasa de participación de las minorías fuera igual que la de los blancos, votarían casi ocho millones de norteamericanos más. Lo suficiente para haber conformado mayorías políticas distintas en los últimos ochos años.

El primer condicionamiento para votar es la exigencia de la prueba de ciudadanía. Parece un requisito fácil en Europa. Pero en Estados Unidos el 30% de la población no dispone de documento acreditativo de ciudadanía.

Trece millones de norteamericanos carecen de dnis, pasaportes, papeles en regla, certificados de nacimiento, etc. La mayoría de estos poco documentados ciudadanos son pobres. A pesar de este inconveniente, 19 estados han introducido en los últimos dos años la prueba de ciudadanía como requisito imprescindible para registrarse.

Según el Centro Brennan, instituto jurídico vinculado con la Universidad de Nueva York, este requisito es intimidatorio, pero, sobre todo innecesario: en las elecciones de 2002 a 2005, sólo 15 personas (15 de 214 millones) cometieron fraude electoral relacionado con la ciudadanía fue solamente de quince.

El otro fastidio es la obligación de contar con una tarjeta de identificación con foto. Algo universal en Europa. Pero no en Estados Unidos, donde 21 millones de personas en 2006 carecían de ello. Porcentualmente, los latinos duplicaban y los negros triplicaban a los blancos, cuyas tarjetas identificativas no llevaban foto. Lo más irritante es que ninguna Ley federal obliga a la existencia de la fotos, pero 27 estados de la Unión han introducido este requisito en su legislación.

Otras prácticas son más insidiosas. Por ejemplo, lo que se conoce como voter caging. Se trata de una práctica que elimina votantes potenciales del censo. Las autoridades locales envían correos electrónicos a los votantes. Los que devuelvan un mensaje de destino desconocido son automáticamente colocados en una lista de impugnables. No es casualidad que la mayoría de las impugnaciones tramitadas en las elecciones anteriores afectaran a negros y latinos y que el proceso haya sido mayoritariamente impulsado por el aparato de los republicanos.

El argumento más frecuente para mantener todos estos requisitos discutidos por las ong’s es que se trata de evitar el fraude. Pero lo cierto es que el fraude es mínimo: sólo 24 personas fueron procesadas por intento de voto fraudulento en el ciclo electoral 2002-2005.

Paradójicamente, otros factores de fraude no han sido eficazmente afrontados. Todo lo contrario, como veremos a continuación.

EL DEFICIENTE VOTO ELECTRÓNICO

El mayor riesgo de fraude reside en el voto electrónico sin las suficientes garantías de precisión y verificación.

En los estados de Wisconsin, Pennsylvania, Ohio, Florida, Minnesota, New Hampshire and North Carolina, donde se utilizaron medios electrónicos para votar, las encuestas a pie de urnas diferían de forma abrumadora de los resultados oficiales emitidos al término de la jornada electoral. En todos los casos, los resultados finales favorecieron a Bush, por una diferencia entre 4 y 15 por ciento, un margen absolutamente inédito.

En Estados Unidos hay 185,000 colegios electorales y 800,000 aparatos de votación. Un 38% de los votos emitidos por los norteamericanos se emite mediante el sistema de pulsación en pantalla u otros procedimientos electrónicos, a través de las máquinas denominadas DRE (direct recording electronic).

El 80% de los votos son contados y tabulados por computadores. El software de estos programas es secreto y no puede ser objeto de comprobación pública. La fabricación del sistema y de los programas electrónicos de voto depende de muy pocas empresas, que disponen así de un poder de presión considerable.

Según Vote Opening, el 30% de los empleados en las elecciones de 2004 no fueron auditados para comprobar su correcto funcionamiento. El hardware y el software de las máquinas electrónicas de voto no dispusieron de protección contra el ataque de hackers y piratas informáticos, lo que hace temer que pudieran haber habido manipulación e interferencia en el proceso de votación.

El Congreso aprobó fondos por valor de 4 mil millones de dólares para mejorar estos ingenios de voto electrónico. Pero ocho años después, no todas las máquinas electorales de este tipo disponen de la capacidad de emisión de recibos. Ni se ha avanzado lo suficiente en la provisión de garantías de funcionamiento y acceso al hardware y al software electoral.

THE NEW YORK TIMES expresaba este verano sus temores de que las iniciativas legislativas sobre el voto electrónico creen más problemas de los que resuelvan. El diario denuncia que la ley Feinstein-Bennett ha sido condescendiente con los fabricantes de las máquinas electrónicas de voto y con la burocracia electoral, al concederles un plazo demasiado largo –hasta 2014- para renovar sus aparatos y cambiarlos por otros que suministren recibos solventes y acreditados del voto emitido.

Pero, aparte de las sospechas generadas por el proceso electrónico de voto, otras irregularidades han sido denunciadas en las últimas citas electorales.

SOMBRAS DE FRAUDE

En Florida, en las elecciones de 2000 ganadas por George W. Bush, se privó del voto, sin fundamento legal para hacerlo, a 30.000 negros, se infló el censo en algunas zonas. Las endemoniadas papeletas-mariposa indujeron al error en el voto a centenares, quizás miles de votantes. Pero, sobre todo, se interrumpió, por decisión del Tribunal Supremo de Estados Unidos un recuento manual de votos, cuando la distancia entre Bush y Gore se acortaba dramáticamente. Al final, el candidato republicano ganó por 537 votos.

En realidad, Florida es el ejemplo patente de un fracaso de la democracia. ¿Quien no se acuerda de la bochornosa noche electoral de noviembre de 2000?

Votos que no se contaron, votos que fueron a parar a un candidato distinto al que los electores habían señalado, burocracia inepta, mecanismos obsoletos, diseños torpes y manejo interesado y sospechoso del tinglado.

La polémica puso en evidencia algo que algunos expertos venían denunciado desde hace décadas, pero que nadie quería escuchar: la maquinaria electoral norteamericana no funciona bien y, por tanto, es vulnerable a la manipulación, pero no la que puedan realizar modestamente ciudadanos desaprensivos, sino la más perniciosa, la impulsada y orquestada desde distintas esferas de poder.

A pesar del escándalo de Florida, no se tomaron las medidas oportunas para que las irregularidades, torpezas y manipulaciones que sembraron de sospechas la democracia electoral norteamericana no se repitieran. Cuatro años después, en las elecciones presidenciales de 2004, ocurrió justo todo lo contrario. De todos los casos, nos detendremos quizás en el más grave: Ohio.

Centenares, miles de personas de los barrios más humildes de las ciudadanes de Ohio aguardaron hasta ocho horas debajo de paraguas para expresar su deseo electoral. ¿Qué paso? ¿Incompetencia, manipulación, fraude? Hay valoraciones para todos los gustos.

- A pesar de un incremento notable del registro de potenciales votantes, muchos de ellos se vieron privados del derecho al sufragio por razones administrativas poco convincentes.

- Por mala gestión de los colegios electorales, los ciudadanos se vieron obligados a soportar colas de cuatro y cinco horas, bajo la lluvia.

- Algunos colegios tuvieron que cerrar por no disponer de máquinas de voto electrónico.

- A muchos ciudadanos, especialmente de raza negra, más inclinados a votar a los demócratas, se les negó su voto provisional, el que se emite a falta de algún requisito, a la espera de ser verificado su legitimidad. La tasa de rechazo fue superior al 50%, muy por encima de la media habitual en este tipo de operaciones electorales.

- Información confusa y engañosa por parte del Secretario de Estado Blackwell (a la sazón, viceresponsable de la campaña de Bush en Ohio), sobre los lugares de voto de la gente que no podía hacerlo el día de las elecciones, los llamados “votos en ausencia”.

El que fuera candidato a gobernador de Ohio por el Partido Verde, Bob Fritakis, es coautor de un libro titulado “Cómo se robaron las elecciones presidenciales en Ohio”, en el que detalla alguna de estas irregularidades.

Por ejemplo, en la capital del Estado, Columbus, los colegios de los barrios de clara preferencia demócratas no contaron con suficientes máquinas electorales, lo que provocó hasta siete horas de cola para votar, con el consiguiente abandono de los votantes. Responsables de la administración electoral reconocieron que el Condado de Franklin 68 máquinas no se instalaron y otras 77 dieron problemas de funcionamiento. Esta escasez de aparatos se repitió en otros distritos con fuerte presencia afroamericana e hispana, más inclinada hacia los demócratas. A pesar del incremento de cien mil votantes registrado en el censo, hubo menos máquinas a disposición de los electores. La participación en estos colegios fue de algo más del 52%.

Mientras, en los colegios de tendencia republicana, no faltaron las máquinas, no hubo tantas colas y la participación superó el 76%, una diferencia del 25%. En otros lugares de Ohio donde no hubo problemas con las máquinas (por ejemplo, Cincinnati) la diferencia de participación entre los colegios de mayoría republicana y demócrata rondaron el 10%.
Un estudio del Washington Post indicaba que seis de los siete distritos con menos máquinas votaron a Kerry, mientras 27 de los 30 distritos con más máquinas votaron a Bush. Ninguno de los funcionarios que estuvieron en los colegios de los barrios latinos sabía español y las instrucciones solo estaban en inglés.
Otra de las prácticas más polémicas fue la campaña de impugnaciones puesta en marcha por el Partido Republicano en barrios populares de las ciudades de Ohio, donde la mayoría era afroamericana o latina, inclinada a votar a los demócratas. Basándose en la excusa de que muchos de sus envíos de propaganda electoral habían sido devueltos, iniciaron una agresiva campaña que cuestionaba la capacidad de elección de muchos ciudadanos que figuraban en el censo, extendiendo la sospecha de que habían cambiado de domicilio.

Kerry concedió la victoria a Bush, que ganó oficialmente por sólo 118.000 votos. Pero los demócratas presentaron una reclamación que afectaba a más de 150.000 votos. ¿Qué hubiera pasado si se hubiera actuado con rigor en la gestión de las reclamaciones? La polémica decayó sorprendentemente en los medios de comunicación, pero algunos periodistas dijeron “off the record” que habían recibido instrucciones de sus empresas de olvidarse del asunto.

Hasta que la congresista por Ohio Tubb Jones, recientemente fallecida, se decidió a dar el paso, el día de Reyes de 2005 y provocó un debate parlamentario. Pero sus compañeros del Capitolio, con alguna excepción, no se atrevieron a apoyarla.

A muchos sorprenderá saber que el fraude tiene una larga tradición en las elecciones norteamericanas. El periodista británico Andrew Gumble, testigo de las chapuzas de Florida se puso a investigar históricamente el fenómeno y ha dejado escrito un inquietante libro con el inequícovo título de “Steal this vote” (“Roba este voto”).

Las organizaciones cívicas promotoras del efectivo derecho de voto temen que el esperado incremento de participantes en estas elecciones presidenciales creen un problema nuevo: la saturación de los recursos oficiales.

Es muy probable que en los colegios electorales escasee el personal administrativo, que no haya funcionarios que sepan ayudar a votantes no anglo-parlantes, que de nuevo falten máquinas en distritos poblados por minorías, que muchos votantes se encuentren con que su derecho a votar ha sido impugnado por alguien a quien desconocen, o que su nombre no aparece en la lista por algún problema inesperado.

Las ongs vigilantes con la limpieza electoral antes mencionadas están denunciando estos días inquietantes maniobras en Virginia, en Florida, en Ohio y en otros estados reñidos. Como ya ocurrió en 2000 y 2004, se están detectando disfunciones en el registro de votantes, purga del censo y supresión del derecho de sufragio de potenciales votantes.

Habrá que esperar a comprobar si las cautelas adoptadas y algunas reformas reclamadas por los medios más responsables y la sociedad civil organizada consiguen superar la sombra de sospecha que permanece enquistada en el proceso electoral norteamericano.

LA SARTEN LE DIJO AL CAZO...

16 de octubre de 2008

Las últimas encuestas confirmando que la ventaja de Obama se agranda, el respaldo público y sonoro de Colin Powell al candidato demócrata, el retraso en la ejecución de las políticas anticrisis.... Lo ocurrido en los últimos días anticipa un “election day” sin grandes emociones.

Pero las anteriores son sólo las novedades más mediáticas. Otros datos de menor conocimiento público resultan casi definitivamente esclarecedores. Estados tradicionalmente conservadores como Iowa, Virginia, Ohio, Florida o Colorado se inclinan hacia Obama. Los demócratas han conseguido inscribir a 3,3 millones de nuevos electores. En los estados más reñidos, los demócratas han movilizado un millón y medio de simpatizantes; los republicanos, habrían perdido decenas de miles con respecto a 2004. Obama no sabe qué hacer con el dinero. Arrancó el mes con 134 millones de dólares en las arcas. McCain disponía de la tercera parte.

Y, sin embargo, la prudencia demócrata es disciplinada. Dice POLÍTICO, la web más seguida por las tropas política y periodística, que cuantas más y mejores noticias recibe, más capacidad de control frente a la autocomplacencia demuestra la campaña de Obama.

Uno de los errores estratégicos de la campaña de McCain ha sido centrarse mucho más en los mensajes negativos acerca de Obama que en las pretendidas virtudes de su patrón. Una organización de Wisconsin especializada en el análisis de la propaganda electoral asegura en un informe que de cada cien cuñas, más de la mitad, el 54%, estaban dedicadas por completo a denigrar a Obama, la cuarta parte combinaban los ataques con la promoción de McCain y sólo una de cada cuatro tenían un contenido exclusivamente positivo del candidato republicano. Este sesgo negativo indica frustración, impotencia y falta de confianza en las posibilidades del candidato propio. Por mucho que McCain acusara a Obama en el último debate de campaña agresiva, lo cierto es justo lo contrario. Los anuncios negativos de Obama dirigidos contra McCain no han superado un tercio del total.

El recurso de la confusión es ampliamente utilizado en las campañas electorales, y no debe extrañar que, revisando la nómina del equipo republicano, haya ocurrido lo que ha ocurrido. El problema es que, contrariamente a las campañas de intoxicación en periodo de gobierno, las maniobras torticeras en campaña se desvelan enseguida, porque están sometidas a riguroso escrutinio público.

La campaña de Obama ha sido técnicamente excelente, tanto en la recolección de fondos –un récord absolutamente histórico- como en la consolidación de la imagen de un candidato, que comenzó la campaña cuestionado por amplias bases y sectores directivos de su propio partido y la ha terminado entre el reconocimiento general.

Otro asunto en el que las críticas republicanas se antojan hipócritas es el de los presuntos fraudes en el proceso de registro de votantes. McCain intentó relacionar a Obama con algunas supuestas irregularidades de ACORN, una organización que promueve una reforma integral del sistema electoral y que ha conseguido registrar como potenciales votantes a un millón trescientas mil personas. Tal vez se entienda mejor la animadversión de McCain si se tiene en cuenta que ACORN, Project Vote, Common Cause, el Centro Brennan y otras organizaciones independientes afines han liderado estos últimos años las denuncias cívicas de irregularidades, obstrucciones del derecho de voto, favoritismos oficiales e incompetencia en la gestión de los procesos electorales, demostradas en particular por los aparatos republicanos.

La opinión pública no olvida lo ocurrido en las elecciones presidenciales en Florida en el año 2000. Pero seguramente desconoce lo que pasó hace cuatro años en Ohio, el estado que decidió las elecciones. Aparte de una serie de obstrucciones y argucias para reducir el censo de votantes entre las minorías más proclives a los demócratas, en el día de las elecciones faltaron máquinas electrónicas de voto precisamente en aquellos colegios electorales donde ganaban tradicionalmente los demócratas, en particular los de los barrios populares de Cleveland y Columbus.

El secretario de Estado local, Kenneth Blackwell, responsable oficial de la organización de las elecciones, simultaneó su cargo con el de jefe de la campaña de Bush en Ohio. Mientras miles de ciudadanos hacían colas de hasta ocho horas bajo la lluvia tratando de votar, Blackwell estaba reunido con el jefe de campaña, Karl Rove. Bush ganó en 2004 por los 21 votos de Ohio. Sin esos votos no hubiera sido reelegido.

Las ongs vigilantes con la limpieza electoral antes mencionadas están denunciando estos días inquietantes maniobras en Virginia, en Florida, en Ohio y en otros estados reñidos. Lo resume la editora de THE NATION, Katrina Vandenheuvel, en su último artículo: “semana a semana afloran informes alarmantes de disfunciones en el registro de votantes, purga del censo y supresión del derecho de sufragio de potenciales votantes”. Como en 2000 y en 2004. La buena noticia es que hay poco margen para marrullerías republicanas en 2008.

EL RECICLAJE

9 de octubre de 2008

Barack Obama ya actúa como presidente. Es probable que el espacio que ha comprado en prime time el 29 de octubre sea, en la práctica, un anticipo de lo que serán sus primeros cien días en la Casa Blanca

El último debate, el más peleado, el más ágil, no cambió la tendencia. Ni siquiera la utilización abusiva de Joe, el fontanero que interpeló a Obama en Ohio, impidió que McCain agotara su crédito. Por mucho que el brujo Rove diga en THE WALL STREET JOURNAL que el senador por Arizona puede protagonizar "la remontada política más formidable y la más improbable desde la de Harry Truman en 1948".

El recurso del candidato republicano al populismo reaganiano y a una moderada agresividad no sirvieron para descolocar al candidato demócrata, que demostró una capacidad de autocontrol sobresaliente. Obama juega a favor de corriente, es verdad, pero no ha cometido desliz importante. Se ha mantenido con una disciplina férrea en su línea de discurso. Hasta en sus ambigüedades, Obama se mantiene imperturbable.

Los datos de las proyecciones electorales le otorgan ventaja -probablemente decisiva- en la quincena de estados habitualmente disputados –excepto Indiana, con ligera ventaja de McCain- , lo que finalmente le proporcionarían 190 votos electorales más que su adversario. La delantera que los sondeos le atribuyen en Virginia y Carolina del Norte tiñe de histórico su eventual triunfo. No es descartable un “landslide”, un triunfo arrollador.

En todo caso, los estrategas de su campaña no pierden la cabeza. Mantendrán el tono hasta el final, probablemente hasta la misma noche del 4 de noviembre. No quieren sorpresas desagradables, ni errores de cálculo autoinducidos. Tampoco desean dar la impresión de que desprecian o minusvaloran al rival. Ése no es el estilo de Obama.

Los medios, agotados por una campaña larguísima e intensa, buscan un respiro. Bucean en los discursos y propuestas del senador por Illinois el anticipo de la terapia que alivie la crisis económica, la recesión que casi todos dan por inevitable.

Esta semana, orillando el resultado previsible del último debate, los artículos de análisis y opinión se han centrado en medir el alcance de las últimas decisiones del Tesoro: el fracaso del plan de rescate de la administración Bush y su conversión en un programa de nacionalización parcial de la banca en problemas.

Los diarios de referencia más alejados de la administración reclaman que el gobierno se reserve la capacidad de actuación en “decisiones importantes como fusiones o adquisiciones”(THE NEW YORK TIMES) y una “necesaria y potente autoridad reguladora” que garantice el “equilibrio entre los intereses de los bancos, los contribuyente y bien común” (THE WASHINGTON POST). Un tono de discurso muy europeo, en el que se recupera el peso de la política y la intervención legítima y activa, sin complejos, del gobierno. Incluso los defensores tradicionales del neoliberalismo ortodoxo, como el WALL STREET JOURNAL parecen resignados al final de ciclo.

Con los productos financieros tóxicos, se manda al basurero de la historia inmediata también la ideología tóxica que los ha justificado y respaldado. Otra cosa es el destino de sus ejecutores tóxicos. Queda por aclarar qué responsabilidades se van a depurar.

La prensa más responsable del establishment se inquieta ante la falta de concreción sobre la regulación de sueldos y atribuciones de estos aprendices de brujo, a partir de ahora.

En toda esta recomposición del discurso, Obama se mueve con extraordinaria habilidad, con un discreto aroma de hombre de Estado, preocupado por los intereses generales, alejado de esa ideología tóxica, pero sumamente esquivo sobre la profundidad de su compromiso con los sectores más desfavorecidos por la crisis. Su programa de actuación, por supuesto, dice estar centrado en las clases medias, en los trabajadores, en la defensa de las sociales (educación, sanidad, energías limpias, etc). Pero después de un año de campaña y un tsunami financiero, Obama sigue despertando dudas, no entre los adversarios, sino entre los seguidores.

Es muy probable que los problemas de Obama comiencen nada más ocupar el despacho oval, cuando muchos de los sectores que le han aupado le empiecen a reclamar, con una previsible impaciencia, políticas visibles y reconocibles de cambio.

El final de campaña se resolverá en este escenario de incertidumbres sobre la capacidad del sistema por reciclarse, la habilidad de sus gestores por rescribir sus normas y el verdadero alcance del “cambio de rumbo” anunciado por la alternativa. Asistiremos a la agonía de McCain, lenta pero seguramente dulce, y a la edificación de la figura ya presidencial de Obama. En el ambiente, seguramente habrá desaparecido el mal olor de las ideologías tóxicas. Pero no sabremos todavía hasta donde habrá llegado la contaminación de las aguas ni cuanto durará el inevitable reciclaje.

EL RECICLAJE

9 de octubre de 2008

Barack Obama ya actúa como presidente. Es probable que el espacio que ha comprado en prime time el 29 de octubre sea, en la práctica, un anticipo de lo que serán sus primeros cien días en la Casa Blanca

El último debate, el más peleado, el más ágil, no cambió la tendencia. Ni siquiera la utilización abusiva de Joe, el fontanero que interpeló a Obama en Ohio, impidió que McCain agotara su crédito. Por mucho que el brujo Rove diga en THE WALL STREET JOURNAL que el senador por Arizona puede protagonizar "la remontada política más formidable y la más improbable desde la de Harry Truman en 1948".

El recurso del candidato republicano al populismo reaganiano y a una moderada agresividad no sirvieron para descolocar al candidato demócrata, que demostró una capacidad de autocontrol sobresaliente. Obama juega a favor de corriente, es verdad, pero no ha cometido desliz importante. Se ha mantenido con una disciplina férrea en su línea de discurso. Hasta en sus ambigüedades, Obama se mantiene imperturbable.

Los datos de las proyecciones electorales le otorgan ventaja -probablemente decisiva- en la quincena de estados habitualmente disputados –excepto Indiana, con ligera ventaja de McCain- , lo que finalmente le proporcionarían 190 votos electorales más que su adversario. La delantera que los sondeos le atribuyen en Virginia y Carolina del Norte tiñe de histórico su eventual triunfo. No es descartable un “landslide”, un triunfo arrollador.

En todo caso, los estrategas de su campaña no pierden la cabeza. Mantendrán el tono hasta el final, probablemente hasta la misma noche del 4 de noviembre. No quieren sorpresas desagradables, ni errores de cálculo autoinducidos. Tampoco desean dar la impresión de que desprecian o minusvaloran al rival. Ése no es el estilo de Obama.

Los medios, agotados por una campaña larguísima e intensa, buscan un respiro. Bucean en los discursos y propuestas del senador por Illinois el anticipo de la terapia que alivie la crisis económica, la recesión que casi todos dan por inevitable.

Esta semana, orillando el resultado previsible del último debate, los artículos de análisis y opinión se han centrado en medir el alcance de las últimas decisiones del Tesoro: el fracaso del plan de rescate de la administración Bush y su conversión en un programa de nacionalización parcial de la banca en problemas.

Los diarios de referencia más alejados de la administración reclaman que el gobierno se reserve la capacidad de actuación en “decisiones importantes como fusiones o adquisiciones”(THE NEW YORK TIMES) y una “necesaria y potente autoridad reguladora” que garantice el “equilibrio entre los intereses de los bancos, los contribuyente y bien común” (THE WASHINGTON POST). Un tono de discurso muy europeo, en el que se recupera el peso de la política y la intervención legítima y activa, sin complejos, del gobierno. Incluso los defensores tradicionales del neoliberalismo ortodoxo, como el WALL STREET JOURNAL parecen resignados al final de ciclo.

Con los productos financieros tóxicos, se manda al basurero de la historia inmediata también la ideología tóxica que los ha justificado y respaldado. Otra cosa es el destino de sus ejecutores tóxicos. Queda por aclarar qué responsabilidades se van a depurar.

La prensa más responsable del establishment se inquieta ante la falta de concreción sobre la regulación de sueldos y atribuciones de estos aprendices de brujo, a partir de ahora.

En toda esta recomposición del discurso, Obama se mueve con extraordinaria habilidad, con un discreto aroma de hombre de Estado, preocupado por los intereses generales, alejado de esa ideología tóxica, pero sumamente esquivo sobre la profundidad de su compromiso con los sectores más desfavorecidos por la crisis. Su programa de actuación, por supuesto, dice estar centrado en las clases medias, en los trabajadores, en la defensa de las sociales (educación, sanidad, energías limpias, etc). Pero después de un año de campaña y un tsunami financiero, Obama sigue despertando dudas, no entre los adversarios, sino entre los seguidores.

Es muy probable que los problemas de Obama comiencen nada más ocupar el despacho oval, cuando muchos de los sectores que le han aupado le empiecen a reclamar, con una previsible impaciencia, políticas visibles y reconocibles de cambio.

El final de campaña se resolverá en este escenario de incertidumbres sobre la capacidad del sistema por reciclarse, la habilidad de sus gestores por rescribir sus normas y el verdadero alcance del “cambio de rumbo” anunciado por la alternativa. Asistiremos a la agonía de McCain, lenta pero seguramente dulce, y a la edificación de la figura ya presidencial de Obama. En el ambiente, seguramente habrá desaparecido el mal olor de las ideologías tóxicas. Pero no sabremos todavía hasta donde habrá llegado la contaminación de las aguas ni cuanto durará el inevitable reciclaje.

RESPUESTAS TRAMPOSAS A LA CRISIS

10 de Octubre de 2008

La crisis financiera se ha tragado a McCain. Salvo error monumental de Obama, las elecciones del 4 de noviembre tienen ya un ganador seguro. La serie de ataques a la desesperada de la campaña republicana golpean en el aire. Los analistas predicen, a menos de cuatro semanas de la cita electoral, también un hundimiento de los republicanos en las legislativas. Según el NEW YORK TIMES, “los demócratas podrían conquistar de seis a nueve asientos en el Senado y entre 25 y 30 escaños en la Cámara de representantes”. La era neocon podría acabar en la ignominia.

El segundo debate, anunciado como la última oportunidad de McCain para colocarse en una vía triunfadora, no sirvió más que para ahondar la impresión de que las propuestas del senador de Arizona están agotadas. La combinación de populismo fácil y de insinuaciones infundadas contra su rival resultaron patéticamente ineficaces.

Los medios, otrora indulgentes con McCain, empiezan a retirarle el crédito. Muchos de los que le ayudaron a construir su prestigio de “disidente” o de “independiente” de su propio partido han dejado de creer que su presidencia sea muy distinta a la de Bush.

Ni siquiera la pregonada experiencia de McCain en asuntos internacionales y de seguridad han sujetado sus expectativas, ante la brutal embestida del huracán financiero. Por mucho que se haya empeñado en emplear un lenguaje afilado contra los patrones de Wall Street, McCain no ha conseguido hacer olvidar que durante años ha respaldado, con su discurso y con sus votos, las políticas neoliberales y desreguladoras que han conducido a este desastre delictivo en las grandes finanzas del país.

Los otros medios, los medios más independientes o progresistas eluden en cierto modo el sobrepasado debate electoral y se concentran, inteligentemente, en las trampas y peligros que encierra el clima de pánico y urgencia creado por las élites económicas y políticas.

La aprobación del plan de rescate no debe impedir que se mantenga la vigilancia para que las victimas no terminen sufragando a los verdugos. El prestigioso intelectual Howard Zini, autor de la magnífica historia de Estados Unidos contada desde una perspectiva popular, propone en THE NATION que los 700 mil millones de dólares se gasten en “la gente que realmente los necesita”. Propone que el gobierno declare una moratoria en los desahucios, que ayude a los propietarios de casas a pagar sus hipotecas y que ponga en marcha un programa federal de creación de empleo, al estilo del New Deal durante la Gran Depresión de los años treinta.

En parecidos términos se pronuncia, desde las páginas del británico THE NEW STATESMAN, Robert Reich, Secretario de Trabajo del primer gobierno Clinton, y uno de los referentes socialdemócratas del Partido al que pertenece Obama. Reich se confiesa escéptico no sólo sobre el Plan Paulson, sino sobre cualquier paquete convencional de estimulo económico, por la profundidad de la crisis.

Después de documentar el incremento de la brecha social en Estados Unidos durante las últimas tres décadas, Reich pasa revista a los sucesivos fracasos por mantener el poder adquisitivo de la clase media. Para este momento, su propuesta es clara: “invertir en la productividad de los trabajadores, hacer posible que las familias tengan atención sanitaria, acceso a buenas escuelas y a educación superior, reconstruir las infraestructuras e invertir en tecnologías de energía limpia”. Todo ello, mediante un “programa fiscal progresivo”.

El discurso de Obama no debería estar muy alejado de estos principios. Pero persisten serias dudas sobre su capacidad de maniobra frente a un establishment político y financiero que presentará cualquier intento de política progresista como “aventurera” o incluso “peligrosa”.

En Europa, las ondas de choque de la crisis han puesto en evidencia la limitaciones del liderazgo político. “A la indecencia de los actores financieros, la inconsecuencia de los políticos”, se lee en un editorial de LE MONDE. Recomienda el diario francés “retornar a la política y a su cuestión central: a quien debe servir la riqueza de las naciones”.

Se percibe miedo a parecer ahora demasiado heterodoxo, ignorando que ha sido la ortodoxia lo que ha traído la catástrofe. En THE GUARDIAN hemos leído esta semana un valiente análisis de Jonathan Freedland acerca de la “impotencia política”: los líderes europeos han sido incapaces de advertir la crisis, de atajarla y, ahora, de proponer soluciones que responsabilicen a los principales causantes. De ahí que compartamos su conclusión: “esta no es sólo una crisis financiera o económica, sino una crisis democrática- el pueblo y sus representantes tienen poco o ningún control sobre lo que les afecta directamente”.

CRISIS DE CONFIANZA

3 de octubre de 2008

La crisis financiera en Estados Unidos se ha convertido ya en crisis política. Lo ocurrido en las dos últimas semanas ha puesto en evidencia los elementos quebradizos de un sistema político y social basado en consensos forzados y escasamente sometidos a escrutinio público.

Aparentemente, puede interpretarse el voto negativo de la Cámara de Representantes al plan de rescate presentado por la administración como una prueba de la salud democrática del país. En Europa puede sorprender que sean los propios republicanos los que rechazaran la iniciativa gubernamental. ¡Qué saludable resulta la ausencia de disciplina de partido! ¡Los representantes del pueblo no se dejan amedrentar –ni siquiera impresionar- por un gobierno poderoso que no ha sabido –o no ha querido- prevenir los efectos de la incompetencia y la codicia de los intereses privados sobre las finanzas públicas!

Esta interpretación es tentadora, sobre todo para estas latitudes políticas, en las que resulta inimaginable el ejercicio de humillación política sufrida por un presidente en ejercicio, en gran parte desde sus propias filas.

Un análisis más detenido del voto en la Cámara Baja permite esclarecer las contradicciones de la clase política norteamericana. El plan Paulson fué rechazado desde la derecha y desde la izquierda, por los ultraliberales doctrinarios que resisten a aceptar el fracaso de la estrategia desreguladora a ultranza y por los “liberales” (en la acepción norteamericana del término: los partidarios de la presencia del Estado en la economía) que se sienten escandalizados por la desfachatez con la que se propone drenar dinero público sin las suficientes garantías. Pero también se pueden identificar demócratas centristas, partidarios de la disciplina fiscal y el control presupuestario, que atisban en el plan de rescate riesgos poco controlados. Finalmente, entre los representantes “rebeldes” se encuentran otros muchos que probablemente han votado pensando tanto en lo que le interesa al país cuanto en sus posibilidades de supervivencia política. Toda la Cámara se somete en noviembre al veredicto de las urnas y el clima de indignación pública es incompatible con una actitud demasiado complaciente con los apuros de la administración.

La posición favorable del Senado no cambia las cosas. O más bien las confirma. Que sólo un tercio de los senadores tenga que someterse a las urnas explica en parte su conformidad matizada con el Plan de rescate. No obstante, se ha aprovechado el descrédito de la administración para introducir algunas medidas no directamente relacionadas con las causas y consecuencias de la crisis. Por ejemplo, la reducción de impuestos a las clases medias. Alguna es incluso chocante: que se obligue a las empresas aseguradoras a atender los casos de enfermedad mental como se hace con otros problemas de salud general. Como me comentaba estos días, con ironía, un investigador político: ¡A lo peor es que los legisladores temen que esta crisis termine afectando su salud mental y la de los ciudadanos de a pie!

Suavizado y edulcorado el plan, los representantes encontrarán manera de vender a sus electores su conformidad. Pero el asunto de fondo -la perversión resultante de eliminar los controles públicos para favorecer la codicia de los poderosos- ha quedado desplazado.
El presidente Bush ha sido reducido a la irrelevancia política. Generalmente, los últimos meses de un presidente saliente sin opción a repetir en el cargo suponen un mal trago. Pero sólo en algunos casos están dominados por la amargura. Le ocurrió a Nixon y le está ocurriendo a Bush. Por motivos aparentemente diferentes, pero con un punto de coincidencia: la quiebra de confianza básica.

Llegados a este punto, ¿qué pasará después de noviembre?

Los candidatos saben que es estrategia ganadora desmarcarse o incluso criticar con dureza los desatinos, por acción o por omisión, de los años Bush (W). A Obama le esta resultando más fácil, porque lleva dos años señalando los riesgos de una política fallida. Pero la tibieza con la que expone sus recetas alternativas exaspera a muchos de los que piensan votarle. McCain ha pretendido tapar con un discurso moral sus fundamentos cómplices con la situación actual. Los sondeos indican que no ha logrado el objetivo de salir indemne.

Unas palabras sobre los debates. No han resultado determinantes en la evolución de la campaña, en la clarificación del voto o en la decantación de los indecisos. Pero han perfilado un poco más las opciones. McCain no consiguió desacreditar la capacidad de Obama como comandante en jefe. Sarah Pallin fue claramente superada por Biden, pero salió airosa de la prueba, lo que no es poco después de sus desafortunadas comparecencias televisivas anteriores. El problema es que sólo con un populismo endeble y un inverosímil discurso antiestablishment resulta difícil transmitir responsabilidad, competencia y coherencia. Obama y Biden han demostrado estar más preparados para el cargo y ser más creíbles. De ahí que el ticket republicano siga por detrás en la apreciación pública. Y mientras la tempestad siga instalada entre Wall Street y Washington no es previsible un cambio de tendencia.