LOS ZAPATOS PERDIDOS

19 de diciembre de 2008

El periodista iraquí que lanzó sus zapatos contra el todavía presidente de Estados Unidos, George W. Bush, no dio en el blanco. En realidad, si lo hizo, porque en la cultura árabe, la ofensa consiste en el gesto, no en la eficacia con que se ejecute.

A estas alturas, no es que sean precisos muchos golpes mediáticos de efecto para poner en evidencia el fracaso de una política, de una administración y de un modelo de ejercer el liderazgo mundial.

Pero los zapatos aparentemente perdidos del periodista iraquí han servido para contribuir a que no se olvide la responsabilidad de un puñado de dirigentes increíblemente irresponsables y enormemente dañinos.

La prensa progresista norteamericana se pregunta estos días si el escrutinio político de W. deberá terminar- cuando Obama jure su cargo el 20 de enero.

“Es preciso juzgar a Bush? ¿Pueden prescribir los crímenes de guerra cometidos durante su mandato?”, se pregunta THE NATION.

Pero incluso esa otra prensa más bien neutra, que se cuida muy mucho de no alejarse en exceso del establishment, publica las escandalosas evidencias que han convertido a la administración en candidata a ser llevada ante el Tribunal de La Haya.
THE NEW YORK TIMES se ha extendido en numerosas ocasiones sobre el terrible significado de Guantánamo. Menos conocido, un artículo de THE WASHINGTON POST describía hace unos días el funcionamiento de Camp Bucca y otros penales norteamericanos en el país ocupado (véase el articulo titulado “En Iraq, una prisión llena de gente inocente”). Los responsables de decidir sobre la suerte de los presos –ninguno de ellos, abogado- no consideraban si éstos eran inocentes o no, sino si su puesta en libertad entrañaba “inseguridad” para los intereses de Estados Unidos.
Para compensar esta fundamental desviación de cualquier sistema judicial democrático, los militares norteamericanos encargados del funcionamiento de las cárceles han proporcionado a los internos todo tipo de estímulos rehabilitadores, actividades formativas e imaginativos entretenimientos.
Bucca era, hace unos meses, un feudo de los jihadistas, según el Pentágono. El POST, sin embargo, apunta que los partidarios de Al Qaeda o de los grupos radicales chiíes no llegaban a la cuarta parte, e incluso siete de cada diez ni siquiera eran musulmanes practicantes activos. Los que se van, cuando se van, siguen convencidos de que se está cometiendo una injusticia estructural. "Aunque hayan convertido este lugar en un paraíso, sigue siendo una prisión llena de gente inocente”, comentaba uno de los reclusos al dejar la cárcel.
Bucca –todas las prisiones como ella- constituyen un Guantánamo menos conocido, pero cien veces más grande. La administración Bush sigue defendiendo su necesidad, pese a las abrumadoras pruebas que evidencian su perversidad. Pero los supuestos crímenes no empezaron en Guantámo. Ni en Abu Ghraib.
El demonio se desplegó cuando se decidió bombardear, invadir y ocupar Iraq, condicionar las decisiones sobre su orientación política y estratégica y controlar sus fuentes de riqueza. La muerte de cientos de miles de personas están tan injustificadas hoy como lo estaba en marzo de 2003 la operación que ha ocasionado todo el desastre.
“El abuso de los detenidos bajo custodia norteamericana no puede ser simplemente atribuido a unas cuantas ‘manzanas podridas’ que actuaron a su antojo. El hecho es que altos funcionarios en el gobierno de Estados Unidos solicitaron información sobre cómo usar técnicas agresivas, redefinieron la ley para crear una apariencia de legalidad y autorizaron su uso contra los detenidos”.
El texto no es obra de una Ong de derechos humanos. Lo firman dos senadores, uno demócrata, Carl Levin, y otro republicano, un tal John McCain, al que no hace falta presentar.
Pero la cuestión ahora no es establecer si la administración Bush ha actuado de forma criminal, sino qué respuesta va a producirse. Ya han aflorado numerosas iniciativas civiles en muchos lugares del mundo en pos de justicia. ¿Qué se hará en Estados Unidos? ¿Qué hará el nuevo presidente?
Obama –recuerda THE NATION- dijo en abril que si era elegido, revisaría las actuaciones de la administración Bush para “distinguir entre “crímenes genuinos” y “políticas realmente malas”. Y se comprometió a instruir a su fiscal general para que investigara lo ocurrido estos años. Y resulta que el hombre que Obama ha elegido para ese puesto, Eric Holder, manifestó el pasado mes de junio que lo cometido en Irak se acerca más a la consideración de “crímenes genuinos” que a la de “políticas realmente malas”. Item más. La Constitución y las leyes obligan a Obama a actuar de forma determinante en la persecución y castigo de prácticas como la tortura, la detención ilegal, los crímenes encubiertos (y los descubiertos). Así se lo han recordado recientemente varios profesores de derecho, un amplio panel de juristas y no pocas legisladores, incluidos algunos republicanos.
Y sin embargo....
No parece probable que Obama tenga energía y caudal político para el desafío de rendir cuentas éticas con la historia. Primero, porque tendrá al frente del Pentágono a un hombre como Robert Gates que, si bien no diseñó la horripilante estrategia militar, ha terminado asumiéndola como parte del último equipo republicano. Segundo, porque necesita el voto de influyentes lideres republicanos para hacer avanzar decisiones desesperadas en materia económica y social. Tercero, porque no encaja en su estilo conciliador y pragmático.
Habría que darse con un canto en los dientes si Obama realmente cierra Guantánamo cuanto antes e introduce procedimientos propios de la justicia regular en cárceles y centros de detención. Si presenta un plan claro, comprometido y realizable de retirada militar en plazos razonablemente realistas. Si pasa, de verdad, página.
Todo lo demás dejará probablemente de hacerse. Y eso si serán “zapatos perdidos”. Para vergüenza de la historia.

PREGUNTAS PARA UNA CRISIS SIN RESOLVER

12 de diciembre de 2008

Dos semanas después de los atentados de Bombay, la tensión entre India y Pakistán parece lejos de aplacarse, a pesar de los intentos de la diplomacia norteamericana por generar un clima de cooperación entre las autoridades políticas y policiales de ambos países.

Parece haber cierto consenso sobre los autores de la audaz operación de comando y los detalles de su larga preparación y sorprendente ejecución. El grupo responsable de los ataque sería Lashkar-e-Toiba (“Ejército de los puros”), un grupo armados creado por los servicios de inteligencia pakistaníes hace veinte años para combatir la presencia india en Cachemira, región que Pakistán reclama desde la partición, hace sesenta años. Por presión norteamericana e india, el grupo fue ilegalizado, aunque no necesariamente perseguido

A partir de aquí, todo son dudas e interrogantes sin despejar.

¿Seguía realmente activo ese “ejército de los puros”, o de esa supuesta franquicia del poderoso Servicio de Inteligencia Militar (ISS, en inglés: Interservices Intelligence ) ha quedado su nombre?

¿Qué grado de autonomía tienen estos grupos, se les ponga el nombre que se les ponga y sean lo que sean?

¿Hay realmente posiciones divergentes en el ejército pakistaní sobre la conveniencia de permitir la existencia clandestina de estos grupos? Y en caso afirmativo, ¿ qué intereses expresarían estas divergencias?

Fuentes norteamericanas han señalado al NEW YORK TIMES que se ha detectado presencia de Lashkar en Bangladesh, Afghanistan, áreas tribales pastunes de Pakistan e incluso en Iraq, Militantes de Al Qaeda habrían utilizado pisos francos y escondites de reclutamiento de los “puros”

¿Ha evolucionado Lashkar-e-Toiba desde intereses puramente limitados a Cachemira a una concepción de lucha jihadista más global? ¿Existe realmente una conexión entre los autores de los atentados de Bombay y la constelación encarnada por Bin Laden?

¿Quien manda realmente en Pakistán? ¿Tiene el presidente Zardari (viudo de Bhutto) algún control efectivo sobre las actuaciones del Ejército pakistaní? Por lo mismo, ¿se atrevería Zardari a contravenir una decisión del mando militar? En los primeros días después del atentado sus ofrecimientos de visitas oficiales a la India para ofrecer colaboración y presentar condolencias fueron dolorosamente abortadas por los militares.

La CIA y otros servicios de información están trabajando intensamente con sus homólogos indios en la investigación del atentado. La cooperación entre Washington y Delhi se ha incrementado sustancialmente en la última década. Por eso no es extraño que algunos de los datos más relevantes sobre la madeja de implicaciones, complicidades e hipótesis procedan de los servicios norteamericanos.

¿Qué grado de conocimiento tiene la inteligencia norteamericana del grado de implicación de los servicios secretos militares pakistaníes en la financiación, adiestramiento, suministro y funcionamiento operativo de estos grupúsculos?

India mantiene una intensa actividad de espionaje e inteligencia en Afganistán, todo indica que con la activa colaboración del gobierno de Karzai y de los militares norteamericanos.

¿Por qué fallaron tan estrepitosamente los servicios indios de inteligencia, cuando en febrero ya detectaron la preparación de una operación muy similar a la ejecutada finalmente en noviembre? ¿Estaba la CIA y la inteligencia militar norteamericana al corriente de la información que barajaban los indios?

¿Pudieron impedirse los atentados de Bombay?

Otros interrogantes se refieren no tanto a las intenciones, responsabilidades e implicaciones de los atentados, sino a las consecuencias a medio plazo.

¿Podrá Estados Unidos –esta administración, pero sobre todo la de Obama- mantener bajo control la tensión creciente entre los dos países? ¿Podrá disuadir Washington al gobierno indio de que evite atacar bases militares de los radicales islámicos en Pakistán, si este país no les entrega a los detenidos en los últimos días?

¿Podrá resistir Zardari si la India incrementa la presión y el Ejército, una vez más, se presenta como garante de la unidad y la independencia nacional frente a la amenaza de represalias militares indias?

En caso de que la tensión siga en aumento y Pakistán desplace unidades militares a la frontera con la India desde la zonas tribales pastunes adyacente a Afganistán, ¿se debilitaría la lucha contra las líneas de aprovisionamiento de los talibanes en esas regiones, donde se mueven como peces en el agua?

¿Constituye un escenario inverosímil que las facciones militares pakistaníes más cercanas a los radicales islámicos puede hacer con el control operativo del Ejército y chantajear a India con el arma nuclear?

¿Cómo afectaría una escalada indo-pakistani en la anunciada estrategia de Obama de reforzar los efectivos del Pentágono en Afganistán? En caso de agravamiento de la crisis en el sur de Asia, ¿se verá obligado Obama a acelerar la retirada militar de Irak? O, en caso contrario, ¿soportará la economía norteamericana un esfuerzo militar sostenidos en estos dos escenarios de tan inquietante desarrollo y tan incierto resultado?

Disculpen uds tantas preguntas sin respuestas solventes.

LAS AGUAS HIRVIENTES DE ASIA

5 de diciem bre de 2008

Si hubiera todavía alguna duda, los atentados de Bombay han desplazado el centro de gravedad de la seguridad internacional hacia el Asia central meridional. No es que otras zonas geoestratégicas dejen de preocupar en Washington, pero todo parece indicar que las prioridades de la agenda exterior de Obama están ya fijadas.

En la estrategia del “gran juego” del siglo XIX, esa zona se consideraba vital por su proximidad a las denominadas “aguas cálidas”, a la vez vía de acceso de la Rusia zarista a los mares del sur y centro neurálgico de las rutas comerciales del Imperio británico en el Extremo Oriente.

Esas “aguas cálidas” están ahora hirviendo. Allí se concentran conflictos relacionados entre si y entrelazados hasta formar un frente de inestabilidad potencialmente devastador: la enquistada disputa por Cachemira, el pulso nuclear indo-pakistaní, la guerra interna afgana, el nutriente del radicalismo islámico, la nuclearización de Irán, la desestabilización tribal pakistaní, el riesgo de frenazo económico indio, etc.

El epicentro actual de todo este pandemonium es el conflicto afgano. Obama prometió en campaña liquidar la guerra en Irak y concentrarse en Afganistán. El entonces candidato demócrata presentó su posición como una opción moral: renunciar a la guerra injusta y asumir la guerra justa. Es discutible el contenido ético del dilema. Pero nos concentraremos en los aspectos prácticos.

Los elementos más funcionales del argumento de Obama se centran en el supuesto de que, liberadas de la hipoteca iraquí, las fuerzas armadas y el contribuyente de Estados Unidos estarían en mejor disposición de doblegar a la oscura coalición responsable del 11 de septiembre.

Obama, que se opuso a la guerra de Irak, ha ido matizando progresivamente su posición. Se quitó de medio cuando se debatió el celebre incremento de tropas (surge) propuesto por el general Petraeus, cuestión que McCain le reprochó obsesivamente durante la campaña. Por pragmatismo y por necesidad de consejo relevante, Obama incorporó a esa nueva vedette del Pentágono a su círculo de asesores. A día de hoy, algunos creen, otros confían y ciertos temen que tratará de aplicar sus recomendaciones en el escenario afgano.

Sin embargo, voces independientes autorizadas cuestionan seriamente que el modelo iraquí sea trasladable a Afganistán. El corresponsal militar del NEW YORK TIMES, Michael R.Gordon, señala con claridad y en profundidad las notables diferencias entre ambos escenarios; a saber:

- el entorno de la guerrilla iraquí era urbano; el afgano es abrumadoramente rural, disperso.

- las fuerzas militares –y policiales- iraquíes, aunque débiles, eran y son mucho más numerosas, capaces, articuladas y fiables que las afganas.

- los enemigos afganos de Washington disponen de un santuario en el vecino Pakistán, con fuerte respaldo local y tribal, mientras la insurgencia iraquí apenas podía contar con un apoyo exterior de relevancia.

- en esta última fase de la guerra, el Pentágono consiguió “comprar” el apoyo de tribus sunníes del centro de Irak que en su día fueron enajenadas por el desastroso Brenner; en Afganistán, el frágil equilibrio étnico priva a Washington de ese margen de manipulación de las lealtades tribales.

Gordon se apoya para su análisis en el testimonio inequívoco de un ex-ministro del Interior afgano, que descarta la tentación de equiparar las dos guerras y pronostica que Afganistán tardará al menos una década en estabilizarse.

Un prominente asesor de Obama en Afganistán, el conocido analista pakistaní Ahmed Rashid escribía hace unos días en FOREIGN AFFAIRS que la resolución del conflicto afgano exigía estrategias que superaran la respuesta militar. Su opinión es significativa, porque su posición es beligerantemente contraria a los talibanes y acreditadamente crítica hacia la atribuida complicidad de los servicios de inteligencia militar pakistaní con los enemigos de Washington.

Rashid sostiene que “la diplomacia norteamericana se encuentra paralizada por la retórica de la guerra contra el terrorismo”, y recomienda “una iniciativa política y diplomática” para “atenuar las amenazas” y conseguir una “solución política con el mayor número posible de insurgentes afganos y pakistaníes”. En su artículo describe el papel de cada actor en la construcción de un nuevo consenso regional, incluido Irán. Implícitamente, Rashid recomienda a Obama que abandone la beligerancia de la administración Bush y convierta a Teherán en un socio positivo.

En un comentario editorial, LE MONDE se hace eco de la inquietud manifiesta en las cancillerías europeas ante una eventual demanda de más tropas por parte del nuevo inquilino de la Casa Blanca. “¿Cómo podrán resistir a las presiones de un presidente cuya elección han saludado clamorosamente?”, se pregunta el diario francés. El nuevo Consejero de Seguridad será el general Jones. Como excomandante en jefe de la OTAN conoce perfectamente a los aliados europeos y sabe de sus visiones -y también de sus aprensiones- en la materia.

Obama tendrá que descansar en la energía de Hillary Clinton y la competencia integrada de su flamante equipo de asesores en seguridad internacional. Es pronto aún para saber si el nuevo presidente resistirá la tentación de una victoria militar para castigar la infamía del 11 de septiembre o tendrá paciencia para construir una solución multilateral que haga bajar la temperatura de las aguas hirvientes de Asia.