ALARMAS MIGRATORIAS

29 de abril de 2010
Rumanos en Badalona. Hispanos en Arizona. Y europeos orientales como munición de un debate con desliz, quizás fatal, en la campaña electoral de Gran Bretaña. Coincidencia de tres argumentos de primera plana, que refleja ásperamente las alarmas de las políticas migratorias.
Por suficientemente conocida, no nos detendremos en la polémica suscitada por los panfletos de la organización local del Partido Popular de Badalona, en favor de la expulsión de los rumanos en situación de residencia ilegal. Ocupémonos de los otros dos casos.
ILEGALES APARENTES
En Arizona se ha promulgado una ley que permite detenciones de personas inmigrantes presuntamente ilegales por su mera apariencia externa. Morenos, más bajitos que los nativos: o sea, latinos. Arizona es uno de los estados de la Unión con más alta concentración de inmigrantes.
La pérfida ley con tintes racistas que ha firmado el gobernador -republicano- de Arizona es una patata hirviendo. Que haya expresado su apoyo un político como John McCain, senador por ese Estado, pero en su día partidario de iniciativas para legalizar a los inmigrantes irregulares, indica hasta qué punto los republicanos están dispuestos a lo que sea para perseguir un vuelco político y abortar el giro al centro.
Uno de los asesores de Bush y McCain en materia de inmigración, Mark McKinnon, señalaba estos días en el NEW YORK TIMES que "los republicanos salivan por las ganancias inmediatas sin detenerse mucho en los perjuicios a largo plazo". Lo malo es que los demócratas también está presos de las mismas servidumbres electorales. Cuando el empleo se resiste a brotar, a pesar de la candidez de ciertos indicadores macroeconómicos, la defensa de derechos de los inmigrantes, percibidos como competidores desleales en el mercado de trabajo, se les antoja arriesgada. Sobre todo a aquellos políticos que tienen su escaño bajo la luz roja de riesgo. Muchos demócratas se encuentran atrapados entre la fidelidad a dos electorados artificialmente confrontados: los obreros ("blue collars") sin trabajo y los latinos que contemplan con desazón la retórica xenófoba en alza.
Algunos líderes demócratas temen que el ejemplo de Arizona cunda en otros Estados apremiados por las presiones laborales, según una estimación de LOS ANGELES TIMES. La presunción de que actitudes duras hacia los irregulares pueden producir réditos electorales inmediatos podrían desencadenar el efecto contagio. Se calcula que en todo el territorio de Estados Unidos viven de forma ilegal más de quince millones de trabajadores extranjeros sin permiso de residencia.
No ha contribuido a prevenir el fenómeno la pasividad del gobierno federal durante el tiempo en que se ha venido gestando esta ley. Se lo reprochan a la administración Obama algunos medios liberales como THE NEW YORK TIMES o BOSTON GLOBE, con raíces muy lejanas de las tierras cálidas del suroeste. Conviene recordar que la revisión completa del sistema legal relacionado con la inmigración fue uno de los principales compromisos del candidato Obama. Otras urgencias políticas han ido demorando esta acometida, que se sitúa de nuevo en lo más alto de la agenda de la Casa Blanca, según ha admitido estos días el propio presidente.
Conforme aumenta la indignación en medios latinos estructurados y con influencia, crece la impresión de que el gobierno federal podría poner en marcha algún tipo de actuación para abortar la aplicación de la ley en Arizona. Anima a ello que también desde sectores de indisputable acreditación conservadora se hayan alzado voces de repudio a la ley. "Es muy de difícil de aplicar, sin amenazar las libertades civiles", ha comentado no precisamente un progresista como Jebb Bush, hermano del ex-presidente y ex-gobernador de Florida. En este estado, con muy fuerte presencia de cubanos exiliados, los latinos afincados y arraigados en el establishment constituyen una sólida base electoral para el partido republicano.
DESASTRES Y DEMAGOGIAS
La letalidad del debate migratorio aparece también en Gran Bretaña. Por debajo del contraste de las recetas para sanear cuentas y garantizar servicios emerge el malestar provocado por una complicada pedagogía de los asuntos migratorios. Según las encuestas de opinión, la inmigración es el segundo asunto que más preocupa a los británicos, después de la crisis económica.
Aunque con discursos de distinto tono, conservadores y laboristas habían arremetido contra el candidato liberal-demócrata, por su posición favorable a una amnistía para los sin papeles. El principal diario conservador no tabloide, el DAILY TELEGRAPH, ha calificado de "locura" las ideas de Nick Clegg. Los tories están practicando un juego peligroso: con su línea dura frente a la inmigración están sembrando xenofobia y alimentando expectativas electorales del Bloque Nacional, en el cálculo de que, finalmente, los electores molestos por la inmigración acudirán al voto útil y les votaran a ellos para forzar un giro radical de política en esa materia. Para los laboristas, el debate ya era de por si incómodo e indeseable. Feudos obreros golpeados por la crisis corren peligro de sucumbir a la demagogia ultraderechista. De ahí el perfil bajo de las propuestas laboristas y la falta de prudencia que Brown ha venido imputando al candidato emergente.
Pero nadie se podía imaginar el terrible estrambote de esta semana, en Rochdale. Este episodio se ha convertido ya en la bomba mediática de la campaña. La frustración de la votante laborista jubilada por la falta de empleo, su desagrado por el "aluvión" de inmigrantes del Este, las dificultosas explicaciones de Brown y el desahogo posterior del primer ministro convertido en exabrupto público por mor de otro micrófono que no se cerró a tiempo han conformado un cuadro de desastre. La prensa conservadora ha magnificado el incidente, mientras los estrategas laboristas se mesan los cabellos. Pero más allá de la peripecia fatal y de la hipócrita utilización del "resbalón", lo ocurrido pone en evidencia la peligrosidad del dossier migratorio, especialmente para la izquierda. La "intolerancia" que Brown apreció en la jubilada de Rochdale tiene los tentáculos muy desarrollados
La corrección y el arte del disimulo obliga al PP catalán a maquillar el brote populista antirumano en Badalona. Sin desautorizarlo, por supuesto. En Gran Bretaña habrá que esperar a la expresión electoral de la xenofobia, aunque ésta puede quedar camuflada bajo opciones más contenidas. En Arizona se han superado ya los límites de lo que resulta tolerable en un sistema democrático. ¿Cuánto tiempo pasará para que cunda el ejemplo? Las luces están en ámbar.

CON UN AIRE A OBAMA

23 de abril de 2010

El segundo debate electoral televisivo en Gran Bretaña confirmó que por primera vez en sesenta años existe una posibilidad cierta de que triunfe una tercera opción. El candidato liberal-democrático, Nick Clegg, sabía que sus rivales tratarían de arruinar su opción antes de que siguiera creciendo, pero no lo consiguieron. Aunque el debate sonó más igualado, la "sorpresa" electoral sigue encendida.
Clegg ha logrado instaurar un perfil obamiano. No debía sorprender teniendo en cuenta el entorno político en que se celebrarán estas elecciones: desgaste del partido gobernante, fragilidad de la opción y del liderazgo conservador y fuerte descrédito del sistema político por la corrupción. Nunca ser outsider ha sido tan rentable en la política británica (incluso en la europea). Ni el voto útil (prestar apoyo a los tories, para acabar con el gobierno que no supo atajar a tiempo la crisis), ni el voto del miedo (seguir apoyando a los laboristas ante el temor de que los conservadores implanten políticas neoliberales fracasadas y de gran coste social). Y apelación directa a los jóvenes para que no huyan de la política. Otra resonancia de Obama.
En el transcurso del debate, ésta ha sido la estrategia recurrente de Clegg: hacer creíble una alternativa profunda de cambio. Cuando Brown y Cameron se enzarzaban en algunas disputas sobre los servicios públicos o sobre la política a seguir en Europa, Clegg orientaba sus intervenciones a enfatizar la inutilidad de una disputa agotada. Con notable habilidad, el candidato liberal-demócrata consiguió disimular el aspecto quizás más frágil de su candidatura: la falta de definición en muchas de sus propuestas.
FORMALISMO EN POLÍTICA EXTERIOR
En política exterior, que se presentaba como asunto estelar de esta segunda cita televisiva, el debate ha sido decepcionante. Cameron articuló un discurso crítico con Bruselas, sin parecer demasiado atado a los principios tradicionales del euroescepticismo tory. Brown ha advertido contra el peligro de volver a luchar contra Europa en solitario, en referencia clara a la época thatcherista. Clegg, consciente de que el asunto no levanta pasiones y renta pocos votos, optó por el pragmatismo: había que estar en Europa porque le conviene a la economía británica (argumento muy similar al empleado por Brown). Clegg concedió que había que agilizar el funcionamiento de la Unión (acercamiento a sensibilidades tories), pero para eso había que permanecer dentro y ser activos (alejamiento de Cameron).
Pocas discrepancias en Afganistán y en la lucha internacional contra el terrorismo. En este asunto, Clegg decidió poner el énfasis en mejorar el equipamiento y los recursos destinados a las tropas británicas y en construir una estrategia que no tenga un componente exclusivamente militar. En un guiño a los que ya están cansados de aventuras bélicas, el candidato liberal-demócrata se hizo eco del pesar por la presión que supone combatir al mismo tiempo en Irak y en Afganistán. Brown ofreció una posición más elaborada que sus oponentes, a los que se notó poco motivados por este asunto: será difícil que cualquier gobierno adopte una posición alejada de las directrices de Washington. Clegg, al que habíamos escuchado alguna manifestación de autonomía al comienzo de la campaña, prefirió decir que "la relación con Estados Unidos no puede ser unidireccional".
En la cuestión del armamento nuclear, Brown puso en aprietos a Clegg al reprocharle falta de realismo por insinuar un desarme unilateral. El candidato liberal, como en otros asuntos donde teme resultar poco experimentado, se evadió del reproche señalando que lo que propone no es romanticismo sino pragmatismo: dotarse de sistemas más modernos y eficaces. Y citó de pasada a Obama para cimentar la utopía de un mundo sin armas nucleares. Cameron, más apegado a la doctrina tradicional, se limitó a defender la disuasión nuclear.
Mucha retórica en el debate sobre el cambio climático, sin apenas controversias, salvo los reproches de Cameron a la ineficacia europea o de Clegg a la posición subsidiaria y poco enérgica del laborismo en la cumbre de Copenhague. Brown ha defendido el papel británico y europeo al acercar las posiciones de Washington a Pekín y al resto de potencias emergentes.
MAS CONFRONTACIÓN EN ASUNTOS INTERNOS
El debate cobró viveza cuando se abandonaron los asuntos internacionales y se entró en las propuestas sobre la gestión de las pensiones, los servicios públicos, la fiscalidad o la inmigración. Brown adoptó una posición casi profesoral, alertando sobre el peligro de interrumpir medidas, estímulos y políticas que estaban sacando al país de la recesión. Cameron dibujó su ideas de gran sociedad frente a la supuesta opción laborista de gran gobierno. Adoptó tu tono más ofensivo cuando acusó al primer ministro de mentir sobre las intenciones conservadores, sobre todo en materia de recortes sociales. "Debería darte vergüenza decir algunas cosas", le espetó Cameron a Brown, a quien acusó abiertamente de aventar el miedo como táctica electoralista. El líder laborista no entró a ese trapo e insistió en los peligros de alejarse del buen camino. El tercer candidato asistió a estos escasos momentos de tensión con calculada distancia y sin comprometer una postura clara en el debate sobre más o menos Estado. Solventó la cuestión defendiendo la clásica respuesta de la "tercera vía": no más ni menos, sino mejor.
En materia de inmigración. Cameron también elevó el tono para reprochar a Brown el incremento incontrolado de la inmigración. El primer ministro replicó con el catálogo de medidas que han posibilitado una reducción del tráfico ilegal de personas en los últimos años. Clegg reprochaba a sus dos adversarios falta de voluntad política para afrontar el problema y descalificaba tanto las cuotas defendidas por el líder conservador, como la política de parches del dirigente laborista. Defendió, sin gran pasión en todo caso, la regularización de los ilegales, lo que aprovechó Brown para reprocharle que estaba favoreciendo una amnistía que, a la larga traería más problemas.
Otro asunto que podía resultar espinoso era el de la corrupción política y las medidas para combatirla. Fue muy contundente Brown, quien aseguró que debía echarse de la política a los que se les pillara en falta. Cameron, con muchos casos en la gatera, quiso que el asunto pasara deprisa. Clegg lamentó que las dos grandes fuerzas políticas no hubieran sido más activas. El moderador hizo aquí su única pregunta del debate, y fue al candidato liberal, al que un diario conservador había arrojado esa misma mañana ciertas acusaciones sobre cobro en sus cuentas privadas de donaciones poco transparentes. "Es una basura sin fundamento", espetó Clegg, que despachó así el asunto para que no prendiera el daño. Horas antes del debate, los laboristas habían criticado esas imputaciones y habían atribuido su autoría intelectual a ciertos propagandistas conservadores.
Y sobre lo que constituye la gran incógnita de estas elecciones: qué fórmula de gobierno será viable a partir del 6 de mayo, el debate resultó estéril, como era de esperar. A pesar de una pregunta de un ciudadano y de la petición de concreción del moderador, los candidatos se comportaron con mucha profesionalidad y dejaron el asunto abierto. Ante la posibilidad de un parlamento "colgado" ( es decir, sin una mayoría clara), todos prefieren esperar a las cartas con las que tienen que jugar. Las encuestas reflejan distancias mínimas y gran volatilidad. Los laboristas continúan en último lugar, pero con las opciones intactas. El sistema electoral les proporciona un plus, que podría ser decisivo el 6 de mayo. Cameron tendrá que utilizar armas más convincentes que el juego sucio de la prensa derechista para "desobamizar" la

EL NUEVO DIRECTORIO MUNDIAL

15 de Abril de 2010
La cumbre para atajar la proliferación nuclear y prevenir la amenaza de que "fuerzas terroristas" acceden algún tipo de armamento atómico ha servido para escenificar lo que parece un cambio de rumbo en las relaciones chino-norteamericanas. El llamado G-2 se perfila cada día más con el nuevo directorio mundial, aunque esta fórmula produzca repugnancia en las cancillerías mundiales.
Cada etapa de la historia de las relaciones internacionales tiene sus actores principales, sus secundarios, su reparto y hasta sus extras. En este mundo que dejó de ser bipolar hace dos décadas -a efectos prácticos, más-, pero que no es exactamente multipolar, a pesar de los intentos optimistas y bienintencionados de algunos analistas, sino más bien unipolar, el gran desafío es encajar el "fenómeno chino".
Se atribuye a Obama la convicción de que China debe ser su prioridad internacional. Pocos se lo discutirán, pese a que la hiperpotencia norteamericana se encuentre enfangada en guerras herederas, justas o discutibles, mucho más sangrientas e inciertas. No hay tanto consenso, en cambio, cuando se presentan las fórmulas de actuación con Pekín.
El viaje de Obama a China en noviembre de 2009 no fue precisamente un éxito. Conservadores y progresistas le reprocharon su debilidad aparente hacia los modernos mandarines post-comunistas, por razones diferentes: el artificialmente bajo valor del yuan, las reticencias a presionar a Irán o el escaso respeto a derechos humanos y libertades cívicas, entre otras de menor impacto mediático.
Obama tiene problemas para hacer exigencias a Pekín, como los tuvieron sus antecesores en la Casa Blanca. Su capacidad de presión es reducida. Pero, además, su posición bilateral es vulnerable. China es el principal acreedor de Estados Unidos. Atesora la mayoría de su deuda interna en bonos. Una palanca temible. El presidente norteamericano se mueve entre dos necesidades: la cautela y el ejercicio del liderazgo internacional.
Hace unas semanas, Obama mantuvo parado el Air Force One en la pista del aeropuerto próximo a Washington, porque la conversación telefónica que mantenía con su homólogo chino, Hun Jintao, no terminaba de concluir. Al final, Obama le arrancó el compromiso de asistir a esta cumbre sobre la proliferación nuclear. La Casa Blanca tuvo interés en señalar que en ese contacto se confirmó "un nuevo clima" bilateral.
En los últimos días, algunos habían querido apreciar posturas más flexibles de Pekín en los dos asuntos más sensibles del momento:
- un cambio en la política monetaria, con graduales apreciaciones inmediatas del yuan, postura que ya defiende abiertamente el Banco Central chino, frente a otras instancias más inmovilistas en el Ministerio de Comercio o en la Asamblea Nacional Popular.
- una predisposición más favorable a aceptar el "principio de las sanciones" para forzar un cambio en la política nuclear de Irán.
Para ganarse a Pekin, Obama había ofrecido previamente ciertos estímulos:
- renuncia a publicar un memorándum en el que, por petición expresa del Congreso, se denunciaban las manipulaciones monetarias de las autoridades chinas para colocarse en situación de ventaja competitiva.
- garantía de aprovisionamiento petrolero, en el caso de Teherán tomara represalias contra Pekín, si China se une al campo de las sanciones, según publica THE NEW YORK TIMES.
El azar ha hecho que un acontecimiento no esperado, aunque trágico, pueda favorecer el clima de diálogo. Ciertamente, el último terremoto ofrece una espléndida oportunidad para que la administración Obama exhiba gestos de extraordinaria generosidad con China.
En cualquier caso, las reglas del juego de este nuevo directorio están todavía en construcción. China ha observado cierta maestría en jugar al caliente y al frío. Lo más probable es que Pekín siga dilatando el proceso de discusión de las sanciones contra Irán, aunque deje de obstaculizar abiertamente esta opción. El catálogo que la diplomacia norteamericana ha trabajado con sus socios occidentales no está cerrado. Se manejan las siguientes: privación de acceso a crédito internacional, suspensión de la inversión extranjera en el sector energético iraní, medidas contra las numerosas e importantes empresas de los Guardianes de la Revolución (la fuerza pretoriana del régimen islámico), a la que los servicios de inteligencia occidentales atribuyen también el control del programa nuclear. Pekín siempre podrá establecer una alianza de conveniencias con Rusia para proponer fórmulas alternativas que permitan acomodos con Teherán.
Con respecto a las discrepancias sobre la política económica, los dirigentes chinos sostienen que Occidente tiene una actitud farisaica. En palabras de Zhu Feng, director adjunto del Centro Internacional de Estudios estratégicos de la Universidad de Pekín al diario LE MONDE: "Washington debería responder de manera positiva a Pekín, por el papel estimulante que China juega en la economía mundial, en esta fase de crisis financiera internacional". Considera Zhu Feng que "la rigidez de la posición americana no refleja la naturaleza de la nueva simbiosis chino-americana".
Sorprende el término "simbiosis" aplicado al actual momento, porque indica una aproximación de colaboración y no de confrontación. El pragmatismo chino es proverbial. El comunismo de Mao siempre tuvo un componente nacionalista, por mucho que costara percibirlo en el contexto de la guerra fría. Sus herederos, en cualquiera de sus facciones rivales, no se han apartado de ese principio rector de la doctrina internacional del fundador de la República Popular.
La clave para seducir a Pekín consiste es no presionar, pero también en desterrar cualquier impresión de que hace en silencio o de forma diplomática. Obama ha comprendido esto a la perfección, y eso explica sus atenciones públicas -a veces casi obsequiosas- con los chinos. Si Obama consigue fijar con China una relación bilateral sin sobresaltos, mejorará el registro histórico de Nixon y Kissinger en los setenta. Entonces, Washington y Pekín se encontraron en el terreno común de la contención de una declinante pero aparentemente todavía poderosa potencia soviética. Hoy se trata de otra cosa. La defensa de sus respectivos intereses estratégicos nacionales no tiene aún que conducir a un enfrentamiento inevitable. Aunque históricamente eso pueda ser inevitable, es probable que falten años para eso.

THRILLER POLÍTICO EN GRAN BRETAÑA

8 de Abril de 2010

Las elecciones más importantes en Gran Bretaña, en una generación. Así lo considera casi unánimemente la prensa británica y la mayoría de analistas y bloggeros de cierta reputación.
Importantes por reñidas, por lo incierto del resultado. Importantes por el efecto que pueda imprimirse a la estrategia de superación de la crisis. Importante por el reflejo que, por autónoma que sea la política británica de la continental, pueda tener su resultado en Europa. Y, finalmente, importantes por la lectura que pueda hacerse de la actitud de los ciudadanos hacia la clase política, tras una legislatura agujereada por las escándalos de corrupción y malversación de fondos.
El análisis de los datos es revelador. Para ganar, los tories necesitarían efectuar el “swing” (la remontada) más importante desde la Segunda Guerra Mundial, superior incluso (en un 1,6%), a la que protagonizó Margaret Thatcher en su arrolladora victoria de 1979, cuando la descomposición laborista y la marea neoconservadora parecían imparables. El ambiente no es favorable a quien gobierna ahora en Europa, y eso favorece a los conservadores. Pero los laboristas no parecen tan desprestigiados como hace treinta años, después de aquel terrible “invierno del descontento”, cuando prendió la impresión –exagerada, falsa- de que el país se encontraba al borde del colapso. Hablando de récords, también lo constituirá el hecho de que si Brown ganara, sería el cuarto mandato laborista consecutivo, algo que no ha ocurrido nunca.
LAS BAZAS DE BROWN
¿Cúales son las bazas del laborismo para ganar?
Primero, que su actual líder es un superviviente. No tiene desperdicio la foto de Gordon Brown en la puerta de Downing Street, el día del anuncio de la visita a Palacio para proponer a la Reina la disolución del Parlamento. El primer ministro, rodeado de la plana mayor de su gabinete, su “inner circle”, con expresión de satisfacción y confianza. La fortuna política de Brown es una de las más variables de Europa. Como su personalidad, según cuentan quienes lo conocen o han trabajado cerca. Como decía un comentarista político británico estos días, hace unos meses no estaba claro que Brown pudiera convocar elecciones. Si sus propios ministros –quizás alguno de los que ahora se retratan con él- lo hubieran abandonado, no habría sorprendido a nadie, y menos a los suyos, que estuvieron pensando en un sucesor, para evitar la convocatoria electoral. Como hicieron los tories, en 1990, cuando se atrevieron a “destronar” a la temible Margaret Thatcher.
En segundo lugar, los aciertos innegables en los momentos más dificiles. La crisis, lejos de rematarlo, lo ha apuntalado, por la eficacia de algunas de sus decisiones y por su poco acostumbrada habilidad de dar la impresión de ser el dirigente adecuado para el momento.
Y en tercer lugar, esa imagen de británico común, algo que raramente puede resultar una ventaja en estos tiempos, pero que se entiende por el hastío del público británico, intoxicado con el carisma desbordante de Blair. Brown va a explotar, sin duda, esa faceta de su personalidad, frente al elitismo contenido de su rival, el conservador Cameron, otro producto más de la factoría de Eton.
Es cierto que, en el inicio de la campaña, Brown parte como perdedor, según los sondeos. Pero, como dicen los anglosajones, es un perdedor que llega de atrás hacia adelante, o sea que da muestras de recuperación. Los seis puntos que el Labour aparece por debajo de los Tories eran más de diez hace apenas unos meses. Por supuesto, los laboristas deberán trabajar duro en la campaña. Pero la inquietud ha construido un nido en el cuartel de los conservadores.
LA OPCIÓN CONSERVADORA
Los conservadores se hicieron la foto de inicio de campaña lejos del Parlamento, tan desacreditado por escándalos que han salpicado también a muchos de sus diputados. Prefirieron el horizonte posmoderno del sur de Londres, tan caro a sus ensoñaciones del capitalismo popular que lo termina arreglando todo, aunque la realidad se empeñe en todo lo contrario.
Cameron, de ganar, sería el primer ministro más jóven de la historia, más aún que Blair cuando ganó en 1997, otro record a batir en estos comicios. Pero como se explicaba antes, su éxito tendría proporciones hercúleas, que encajan mal con la dimensión del personaje. Su imagen de modernizador del partido es poco sólida, no por sus intenciones, sino por el carácter correoso de un partido que demuestra una resistencia enfermiza al cambio en casi todos los asuntos de importancia.
El jóven y dinámico nuevo lider se ha propuesto conducir a los tories al centro. El mismo empeño de todos los conservadores -o todos los socialistas- cuando se trata de ganar elecciones. El centro se convierte en una divisa, no es un programa. Y es cuando la política se convierte en metafisica. En imagen: en propaganda. Tony Blair lo decia estos días, con un cinismo propio de mejor causa: “¿Dónde está su centro? ¿En su núcleo?”.
Las críticas conservadoras se basan en los supuestos fracasos laboristas en capítulos clásicos, como la subida de impuestos, la intervención estatal o al aumento de gasto público para afrontar la crisis y crear empleo. El aumento de las retenciones para fortalecer la seguridad social promete ser el asunto más debatido de la campaña. Y, en segundo lugar, la inmigración. Aquí, el centrismo de los tories experimenta un irrefrenable corrimiento de tierras hacia la derecha, hacia el terreno donde se encuentra su identidad y los intereses que expresan y defienden.
Y ahí es donde, presublimente, golpearan los laboristas: la contradicción entre la marca y las creencias, decía un estratega de Downing St. a un comentarista de THE GUARDIAN. Otro dirigente laborista, lucidamente preocupado por la credibilidad del propio sistema, apuntaba que en estas elecciones la disputa no será solamente entre laboristas y conservadores, sino entre política y antipolítica.
En esa disputa metapolítica podríamos asistir a otra circunstancia –desacostumbrada mejor que histórica- de estas elecciones: un Parlamento”colgado”(hung), sin mayoría, con tres actores en el reparto, en lugar de los habituales dos. Previendo la circunstancia más que probable de una dificil gestión de los resultados, se ha modificado ligeramente el calendario y se ha habitilado dias suplementarios para la consultas previas a la formación del gobierno.
Ese puede ser el momento de los liberales. Se esperaba algo similar en 1974 y en 1992, pero finalmente el público optó por lo gastado conocido. Ahora parece que vuelven a su mejor oportunidad. Si obtienen un número importante de diputados y se hacen imprescindibles para gobernar, los lib-dem pondrían un precio muy alto. Sostiene THE ECONOMIST que exigirían el cambio de la ley electoral, en beneficio de un sistema más proporcional que refleje mejor el panorama político, y –muy posiblemente- la cartera de Economía para su número dos, el prometedor Vince Cable, a quien los sondeos le otorgan la condición de “más preferido” para el puesto entre todos los electores.
“Será divertido”, comentaba con cierto jolgorio el polémico Alastair Campbell en un comentario de urgencia. Los tiempos no estan para bromas, pero las elecciones británicos prometen ser apasionantes.