KIM JONG-UN, DUDOSO LÍDER EN BUSCA DE UN EPÍTETO

22 de diciembre de 2011

La aparición pública de Kim Jong-Un, el Tercer Kim ( o Kim-3), junto al féretro de su padre, Kim Jong-Il, el "amado líder", encabezando la corte 'paleocomunista' norcoreana ha ilustrado la nueva ronda de especulaciones sobre el futuro del hermético país y avivado las dudas sobre la estabilidad regional.
En artículos para FOREIGN AFFAIRS, tres destacados especialistas norteamericanos ofrecen sus análisis sobre las posibles consecuencias de la fragilidad del nuevo dirigente. Como avanzábamos hace unos días, se apunta una suerte de 'regencia'. En otras palabras, un liderazgo tutelado, o la tutela de un liderazgo sólo aparente.
UNA SUCESIÓN PRECIPITADA
Nicholas Eberstadt, autor de varios libros sobre Corea, afirma que, contrariamente a lo que hizo su padre, Kim Il-Sung, fundador del país y de la dinastía, el segundo Kim no ha dejado las cosas bien atadas. El 'Gran Líder', ciertamente, habría dudado. Primero pensó en su hermano Kim Jong Ju, pero el elegido resultó ser demasiado cruel, incluso para los estándares norcoreanos. Ensayó luego la idea de un liderazgo colectivo ('Party Center'), proyecto también condenado al fracaso por la naturaleza familiar del régimen. Fue entonces cuando escogió a su hijo primogénito, que parecía más interesado en la buena vida. Le inventó una mitología acorde con su destino político, lo formó, lo blindó y lo colocó al frente. Sus rivales, si quedaba alguno con posibilidades, se plegaron. Y Kim Jong-Il se convirtió en el 'Amado Líder'.
Durante sus diecisiete años de mandato, Kim Jong-Il se complació en la arbitrariedad en la toma de decisiones y en una suerte de audacia temeraria en el exterior, con el desarrollo de su programa nuclear y sus provocaciones puntuales destinadas a obtener concesiones o apoyos puntuales con que compensar las terribles consecuencias de su política para la población norcoreana. En el asunto sucesorio, se mostró curiosamente descuidado, según Eberstadt. Su hijo primogénito perdió todas las opciones después de protagonizar un escándalo internacional y el segundo desapareció de un día para otro sin motivo conocido.
Al final, le ha tocado al menor de sus hijos convertirse en el 'Tercer Kim'. Su debilidad parece evidente. Su promoción empezó muy tarde, sólo después de que el 'Amado líder' sufriera el último ataque coronario, el año pasado. Precipitadamente, fue ascendido a general, sin la mínima formación militar. Apenas se sabe de él que estudió en Suiza y poco más, fuera de los ensalzamientos hiperbólicos oficiales. Su competencia para el cargo es más que dudosa. Aunque eso mismo se pensaba de su padre, a pesar de la previsora campaña de su progenitor.
Los analistas creen efectivamente que el nuevo líder está rodeado de una camarilla que más que asesorarlo lo manipulará. Ken Gause, autor de un libro sobre el 'reinado' de Kim Jong-Il, desmenuza nombres, cargos, responsabilidades y presuntas ambiciones de esa "bizantina estructura de poder" norcoreana. Su conclusión, como la otros expertos, es que un tío y una tía del joven Kim-3, serán sus tutores directos. Lo que no quiere decir que sean ellos lo que controlen el poder. Otros jerarcas conservan margen suficiente. Por ello, Gause considera probable la prevalencia de las ambiciones particulares y una peligrosa lucha por el poder, que podría "desgarrar al régimen".
LOS ESCENARIOS MÁS TEMIDOS
El asesor de Bush Jr. para Asia y seguidor atento de la evolución norcoreana, Michael J. Green, desgrana los distintos escenarios que podrían derivarse de la debilidad del nuevo liderazgo norcoreano.
El primero, preocupante pero gestionable, consistiría en que, para ganarse el respeto de su corte, Kim Jong-Un quisiera emular a su padre y extremar las provocaciones, bien mediante la intensificación del programa nuclear, bien insistiendo en episodios de bravuconería militar. Los observadores señalan una fecha emblemática para testar la verdadera fortaleza del nuevo líder: el próximo mes de abril, fecha en la que se festejara el centenario de Kim Il-Sung, el padre de la patria. Además, nos encontraríamos en periodo de campaña en Estados Unidos y en Corea del Sur y, por tanto, si Kim-3 ha aprendido algo de su padre, resultaría un momento propicio para crear situaciones difíciles.
Inquieta más en Washington y otras capitales que al inexperto Kim - o a sus asesores/manipuladores se les ocurra plantear una especie de chantaje: que se le permita continuar con su programa nuclear a cambio de renunciar a la proliferación externa, es decir a no poner la tecnología nuclear coreana al servicio de otros estados poco simpáticos hacia Occidente. Ocurrió con Siria en 2003, e Israel se dio el gusto de destruir, cuatro años después, el reactor montado con el apoyo técnico y el plantel humano que Kim Jong-Il le brindó a Bachar el Assad.
En todo caso, como no parece que al joven Kim le brillen precisamente los espolones, se teme mucho más la eventualidad de un descenso en espiral hacia la anarquía, con varios grupos compitiendo por el poder, incluso hasta llegar a las manos, o sea a las armas. Ese tipo de conflicto desencadenaría, en primer término, una oleada de refugiados, lo que pone los pelos de punta en Seúl, Tokio y Pekín, principalmente. Pero lo que verdaderamente alarma a todo el mundo es la falta de información fiable sobre el desenlace más previsible de una crisis así, las dificultades para encontrar un interlocutor y, en consecuencia, las dudas sobre la estabilidad del control del arsenal nuclear. Estaríamos ante una amenaza a la seguridad de Asia de unas proporciones sin precedentes en más de medio siglo.
EL PAPEL DE CHINA
Ante este despliegue de escenarios privadores de sueño plácido, otros expertos apuntan al certificado de garantía que puede asegurar China. Pekín ha jugado siempre la carta norcoreana para sacar tajada en sus ambiciones diplomáticas y económicas. Cierto que con Kim Jong-Il, los jerarcas chinos habrían perdido en algún momento la paciencia. La prensa occidental afirmaba estos días que Pekín habría dado la 'bendición' al joven Kim. A saber...
Se sabe que China ha aumentado su inversión en proyectos industriales de Corea del Norte, especialmente en las minas de la región fronteriza entre ambos países. Las cantidades son modestas, apenas 100 millones de dólares, y están gestionadas por empresas medianas o pequeñas, de titularidad pública y privada, según Drew Thompson. A Pekin le interesaría por tanto la estabilidad de su incordiante vecino.
Otro experto, en este caso Françoise Nicolas, director del Centro Asia, del Instituto francés de Relaciones Internacionales, sugiere en LE MONDE que precisamente a causa de estos intereses económicos, los chinos podrían tratar de imponer en Corea una evolución semejante a la suya, la versión coreana del 'capitalismo comunista'.
Para Victor Cha, profesor de Georgetown e integrante de la administración G.W.Bush, la mejor garantía de estabilidad es que Corea del Norte se convierta en una provincia china, sin disimulos ni formalidades de independencia, según expone en un artículo para THE NEW YORK TIMES. Cha recuerda que gran parte de los dirigentes chinos ya estarían hartos de transferir utilidades a un régimen tan imprevisible.
En todo caso, a Pekín parece que le interesaría recuperar el diálogo multilateral a seis (EE.UU., China, Japón, Rusia y las dos Coreas) con que se encauzó el desafío nuclear de Kim Jong-Il en 2006. La actividad diplomática se encuentra prácticamente interrumpida desde que se agravaron los problemas de salud del ahora fallecido. Está por ver si el Tercer Kim se aviene a la vía tranquila. De momento, es sólo el hijo del 'querido líder' o el nieto del 'Gran Líder'. Un dudoso 'líder' en procura de un epíteto.

MUERTE DE KIM JONG-IL: ¿COMIENZA LA ‘REGENCIA’?

19 de diciembre de 2011

Tardaremos tiempo –semanas, quizás- en obtener pistas sobre cómo se va produciendo la sucesión en Corea del Norte, tras la desaparición física de Kim Jong-Il. La designación de Kim Jong-Un, uno de los hijos del fallecido (pero no el primogénito) ha sido confirmada. Sin sorpresas, por tanto, en lo que se refiere a la sucesión nominal. Lo que no está claro es la sucesión real. Hace tiempo se tenía por seguro que este joven de unos 28 años (la edad real de los dirigentes es otra incógnita más) era demasiado inexperto como para presumirla la capacidad de conducir por si sólo los asuntos de Estado. Se pensaba en su momento (en Washington, en las capitales aliadas de Asia y probablemente en la potencia protectora –China) que una hermana y su marido vigilarían el comienzo de su mandato: de él mismo, de sus limitaciones e inexperiencia, y de los aparatos más reticentes del Estado.
Los observadores del enigma norcoreano creen que el Partido del Trabajo (comunista) perdió la hegemonía política en beneficio de las Fuerzas Armadas, cuando Kim Jong-Il se afianzó en el poder. Muchas señales confirmaban esta hipótesis. Los propios cargos iniciales del ahora desaparecido eran fundamentalmente militares, aunque, lógicamente, estaba situado en puestos estratégicos del partido. Pero el indicador fundamental era el peso de los militares en la gestión de las ‘emergencias’ nacionales. En realidad, el país vivía (vive) en situación de emergencia permanente. Los ciclos de hambruna se repiten invariablemente. Como consecuencia de ello, las alarmas militares con sus vecinos se suceden. No son provocaciones, como a veces se interpreta en la prensa menos avisada. Son llamadas de auxilio.
Algo parecido cabe decir del programa nuclear norcoreano. Más que un desafío a su vecina-rival, se trataría de una baza internacional (quizás la única) para conseguir la ayuda desesperada que el país necesita. La última crisis militar con Corea del Sur se produjo hace ahora un año, a finales de noviembre. El ataque contra un pequeño islote surcoreano en el Mar Amarillo tuvo lugar días después del comienzo de unas maniobras navales del vecino del sur. La alarma se disipó rápidamente, a pesar de que murieron medio centenar de marinos surcoreanos y de que en ciertos medios del país se inflamaron los ánimos.
Estados Unidos y China mantuvieron la cabeza bien fría. Los norteamericanos confían en el bueno juicio de Pekín. La administración Obama consideraría más útil la tutela indirecta del régimen norcoreano que una intervención propia más activa. De ahí que la reacción de Washington tras hacerse público el fallecimiento de Kim Jong-Il haya sido singularmente prudente. El comunicado oficial señala que se sigue la situación ‘de cerca’ y que Washington desea la estabilidad en la península coreana. En Japón y Corea del Sur se ha convocado reunión urgente del Consejo de Seguridad y del Gobierno, respectivamente. Sin más comentarios, de momento.
No resulta fácil predecir qué pasara ahora en el país. Pero probablemente no se producirán cambios dramáticos. La prioridad del nuevo dirigente nominal debe ser interna: la estabilidad institucional y la neutralización de los potenciales focos de descontento. Decir algo más sería especular demasiado.

OBAMA, DEL ATLÁNTICO A VLADIVOSTOK

15 de diciembre de 2011

A estas alturas, Barack Obama ya está examinando la cartografía del intenso año electoral que tiene por delante. El presidente de los Estados Unidos entra en su año más delicado. Si no consigue la reelección en noviembre, su celebrada estrella puede quedar reducida al fiasco político más notable en una generación.
Obama sabe que se le juega en casa. Por la gravedad y persistencia de la crisis, por la confianza desgastada de sus ciudadanos, por la ofensiva inclemente e irracional de sus adversarios... Y porque la única superpotencia acentúa sus reflejos introspectivos cuando se empina el camino.
Nadie -o casi nadie- discrepa de esta afirmación: los problemas mundiales pesarán en la larguísima campaña únicamente en la medida en que se presenten como instrumento coadyuvante para superar el depresivo estado de la economía norteamericana. Es de esperar, por ello, que Obama acentúe sus presiones sobre China, el gran acreedor, aspirante a superpotencia, pareja obligada de ese G-2 virtual que se superpone sobre otros "Gs" más institucionalizados (G-8, G-20, G-27, G-5...) de la escena internacional. Pero las delicadas circunstancias internacionales obligarán al Presidente (y candidato) a prestar especial atención a otra región del globo: Europa, o Eurasia, la vasta extensión del Atlántico a Vladivostok.
EUROPA: DISCREPANCIAS Y CONTRADICCIONES
Las tribulaciones europeas se siguen con gran inquietud en Washington. En vísperas de la cumbre dedicada a la salvación del euro', Obama encargó a su secretario del Tesoro que cruzara en Atlántico para dejar claro a los grandes líderes continentales que Estados Unidos no se limitaría a ser un espectador en las terapias de reanimación que se decidan y apliquen en el primer espacio económico mundial.
Como es lógico, la gira de Geithner estuvo rodeada de cuidada discreción y suma cordialidad. Pero apenas se pudieron suavizar las discrepancias. Sin duda, las más evidentes separan a Washington de Berlin. Tanto que Geithner no incluyó a esa capital en su gira.
Uno de los principales 'germanólogos' del pensamiento exterior estadounidense, Andreas Möller, del Consejo de Relaciones Exteriores, señalaba recientemente que Obama y Merkel libran una 'batalla de ideas'. O dicho de otra forma, que existe un 'entendimiento muy distinto de cómo configurar una estrategia económica" en la situación actual.
Antes de la cumbre de Bruselas, Obama hizo público el discurso público que el Secretario Geithner deslizó en privado. Advirtió el presidente que las políticas de austeridad y rigor fiscal, en este momento preciso, no son las más adecuadas para ayudar a salir de la crisis. Al contrario: sólo propiciarán un agravamiento y empujarán aún más hacia la recesión. En esta idea le secundan la mayoría de los economistas 'keynesianos' (Krugman, Stiglitz y otros), quienes no dejan de mostrar su preocupación por el pensamiento único que imponen Berlín y su brazo económico, el BCE. Para decirlo corto: es impensable que Estados Unidos entre en senda de recuperación si Europa no es capaz de romper el círculo infernal al que le conducen unas políticas centradas en la austeridad y un excesivo rigor fiscal.
La canciller Merkel parece poco impresionada. En realidad, está convencida de que Obama actúa por presión electoral. Y a eso se le añade la credibilidad mermada del presidente norteamericano, quien no siempre ha hecho caso a los partidarios de un mayor activismo público en el impulso económico. Es cierto que Obama lanzó su programa de estímulo al comienzo de su mandato. Pero es evidente que no ha sido suficiente, y luego ha dudado, se ha quedado a medio camino o ha sido cortocircuitado, boicoteado e intimidado por la oposición republicana. Se le reprocha, en todo caso, no haber utilizado todas las armas (legales y políticas) a su alcance para profundizar en un camino keynesiano. Todavía es una incógnita si se decidirá, o si se lo permitirá esa comisión bipartidaria, encargada de reducir el déficit. En definitiva, que en Berlín y en otras capitales en sintonía con la sensibilidad germana, se percibe que Obama 'sermonea' discretamente a los europeos, con bastante lógica desde una óptica progresista, pero se ve atrapado en contradicciones de notable envergadura.
VIVIR CON EL 'PUTINATO'
En el otro frente europeo que Obama tiene abierto, las relaciones bilaterales con Rusia, las discrepancias teóricas, académicas o de sensibilidad se transforman en desplantes ríspidos que anuncian problemas propios de otros tiempos.
Las denuncias de las irregularidades electorales, efectuadas por la Secretaria de Estado, Hillary Clinton, provocaron una irritación previsible en el Kremlin. El circunspecto Putin reprochó a la jefa de la diplomacia norteamericana que cuestionara la limpieza de los comicios legislativos antes de disponer de datos concretos. Lo que, según su juicio, 'dió el tono y la señal' a los que protestaron. En su misma intervención, Putin resaltó el apoyo económico extranjero a las organizaciones que han denunciado las irregularidades. Lo primero no parece cierto, porque las denuncias de fraude aparecieron enseguida, incluso antes de que comenzara la votación, debido a la falta de garantías de la maquinaria electoral, por no hablar de las discutibles reglas del juego. Lo segundo puede concedérsele al líder ruso. Es un hecho que las ong´s como Golos y otras no podrían haber realizado su trabajo sin apoyo financiero occidental. Lo que se calla Putin es que el nivel de presión e intimidación de esas organizaciones por parte de las autoridades locales resulta completamente inaceptable.
Washington se ha resignado a otro mandato Putin, o a que Putin ejerza el poder sin disimulo, en el puesto delantero del tándem ruso. Ese no es el problema. Lo que podría explicar el paso al frente dado por Clinton (con el aval expreso e inmediato de la Casa Blanca, es preciso señalar) es la urgencia de la administración Obama por 'contener' al 'putinato'. Es más que probable que se hayan diluido las esperanzas de ese famoso 'reset' con Rusia que Obama propuso al poco de llegar al despacho oval. Pero no puede gobernar y encauzar su reelección, sin haber establecido el marco de las relaciones con Moscú.
Rusia es clave para manejar la crisis siempre latente con Irán. Sin olvidar la tarea pendiente en Afganistán o la gestión de los sobresaltos árabes. Pero sobre todo, para ese complicado y escurridizo juego a tres bandas con los chinos. Está en juego la estabilidad en Asia, el otro gran motor no suficiente pero si imprescindible para tirar de la economía mundial. No ha pasado inadvertido en Washington la reacción Pekín al 'rifirrafe' entre Clinton y Putin. Ni que decir tiene que los chinos se han mostrado críticos con la actitud norteamericana. Pero los comentarios se han hecho con bajo perfil y de forma discreta.
Callar o mirar para otro lado en Rusia no era, ni será, una opción para Obama, porque sus rivales republicanos, se lo hubieran reprochado, y no abandonarán su actitud vigilante durante el proceso electoral, sin duda. Excederse en la hostilidad hacia el Kremlin también comporta sus riesgos. Lo que pretendería Obama sería trazar unas rayas, no abandonar la política de diálogo y compromiso con el Kremlin, pero sin dejar de presionar a Putin para impedir que complete su temido proyecto autoritario.

RUSIA COMO PROBLEMA

7 de Diciembre de 2011

Las elecciones legislativas en Rusia han confirmado la derrota y la victoria al mismo tiempo del partido de Putin, Rusia Unida. En unos comicios, perder quince puntos difícilmente permite eludir la sensación de fracaso. Pero, en los tiempos que corren, ¿quién no firmaría hoy en Europa revalidar una mayoría absoluta?
Rusia, claro, no es un país europeo… occidental. El proceso electoral acumula tantas denuncias, críticas y sospechas de fraude, grande y pequeño, abierto y oculto, directo y retorcido, que su legitimidad ha sido puesta en entredicho, con más o menos claridad por distintas cancillerías occidentales. La OSCE, un organismo nacido de la guerra fría –en realidad, de la distensión, del diálogo Este-Oeste, y ahora reconvertido en un cuerpo de observación de buena gobernanza- se ha mostrado con su habitual lenguaje diplomático, poco comprometido, pero al menos inequívoco en la denuncia de falta de neutralidad del Estado, de mecanismos electorales poco transparentes, de favoritismo oficialista abrumador de los medios estatales.
A Putin y a la élite que lo acompaña, protege y secunda le importan poco estas críticas. El presunto fraude le sirve para completar su proyecto de contar con una Duma (Parlamento) bajo control, una vez que, como parece seguro, vuelva a la Jefatura del Estado, en las elecciones de marzo. Para entonces, el actual presidente Medvedev ya habrá vuelto al puesto que él abandona ahora. Tándem, permuta, intercambio en la cúspide visto por los analistas como un síntoma más de la fallida democracia rusa.
UN FUTURO SOMBRÍO
Estos enjuagues más o menos burdos, en cualquier caso, constituyen el problema menor, aunque parezca chocante decirlo. Lo que verdaderamente preocupa, fuera y dentro de Rusia, es el futuro del país, su estabilidad, su sostenibilidad. La fiesta ha terminado. El boom económico y la relativa prosperidad se han agotado.
Algunos analistas occidentales, muy en la línea del catastrofismo habitual sobre el destino del país más grande de la tierra, consideran que Rusia se encamina hacia un desastre económico. Así lo asegura, por ejemplo, Iulia Joffe en un reciente trabajo para FOREIGN POLICY. Las necesidades sociales y, sobre todo, las exigencias de modernización del país no podrán ser cubiertas por la renta de los productos energéticos. Peor aún, las grandes reservas siberianas se agotarán pronto y no hay tecnología ni tiempo para explotar las de Ártico.
En los think-tank y publicaciones especializadas occidentales –anglosajones, sobre todo- se acumulan los análisis sobre el declive ruso. A partir de su demografía alarmante, la más vulnerable del mundo, se suceden las previsiones oscuras. Lilia Shetsova, en FOREIGN AFFAIRS, repasaba hace apenas dos meses la triada crítica de Rusia: el agotamiento del modelo de crecimiento, el descontento social galopante y una corrupción sistémica. Las vastas riquezas del país se antojan insuficientes para conseguir una modernización inaplazable de las infraestructuras, casi las mismas que en tiempos de la URSS. El famoso ‘consenso social’ de la era Putin está agotado: se ensanchan las diferencias entre ricos y pobres (eso también ocurre en Occidente). El malestar social empieza a ser visible. Aumenta la criminalidad, el nacionalismo xenófobo. Las encuestas reflejan la frustración. Se escuchan voces pidiendo cambios profundos. Hay un sabor a revuelta.
Estas circunstancias adversas han provocado el temor de las élites, que se protegen acudiendo a mecanismos habituales: defensa cerrada de privilegios e incremento de los reflejos represivos. Los más favorecidos blindan sus intereses. O los ponen a buen recaudo… fuera del país. En los últimos meses, la evasión de capital supera los 50 mil millones de dólares. La nueva ‘nomenklatura’ manda a sus hijos a estudiar fuera, acumula pisos, rentas, se prepara para un abandono precipitado del país. Dice Shetsova que 150.000 rusos de clase media, intelectuales, tecnócratas, gente formada, ha dejado el país en los últimos tres años.
A los que se quedan les esperan más penurias. El número de rusos que han caído por debajo de la línea oficial de la pobreza se ha incrementado un 10% sólo en lo que va de año. El Estado protector de Putin empieza a diluirse. El deterioro de los servicios públicos es galopante.
Para someter a raya el descontento, deberá reforzarse el control social, más aún de lo que ya se ha ejecutado en los últimos años. El presupuesto del Estado, en un momento en que el dinero es necesario para otras cosas, está lastrado por un coste excesivo en aparatos de seguridad y defensa (casi un 60% del gasto público). Las protestas del Ministro de Economía, escandalosamente públicas, la han apartado del gobierno. Alexei Kudrin es un hombre respetado por los medios económicos. Ahora, Putin y Medvedev buscarán alguien con menos ambiciones para ese puesto. Alguien que sea respetado dentro, pero también fuera, porque Rusia necesita desesperadamente la inversión occidental.
UN SOCIO INCÓMODO DE OCCIDENTE
Para conseguirla, se hace preciso operar algunas rectificaciones en política exterior. En sus últimos años de su primer periodo presidencial, Putin se mostró esquivo, áspero y hasta hostil con Wasghington. Obama le echó una mano, proponiendo una revisión de las bases de la relación bilateral (el famoso ‘reset’). El resultado ha sido poco brillante. Dice la mayoría de los analistas occidentales que los estrategas de los cuerpos de seguridad rusos contaban con el inevitable declive de Occidente y con un polo emergente alternativo al que Rusia podría engancharse para recuperar el esplendor perdido. Esta tesis la sintetiza recientemente Andrew Kuchins, un analista senior del Centro de Estudios Estratégicos Internacionales de Washington, en un artículo para FOREIGN AFFAIRS.
La apuesta no ha resultado muy exitosa, porque existen demasiadas contradicciones en las nuevas alianzas de Moscú. El auge de China es tan abrumador que produce más inquietud que tranquilidad en el Kremlin. La debilidad económica de Rusia no puede permitirse poner una cara demasiado agria a Estados Unidos porque necesita su tecnología para asegurar la modernización de sus vetustas estructuras. Pero ese camino de vuelta no será fácil. Washington exigirá ciertas garantías y, desde luego, apoyo en los escenarios más delicados (Irán, Afganistán) y cierta colaboración para ‘encuadrar’ a China en unas normas de respeto e las reglas del juego.
Afrontar el deterioro económico, el descontento social y mejorar las relaciones con Occidente no podrá hacerse incrementando las políticas represivas. O no debería. De momento, la respuesta a las protestas por los fraudes electorales ha sido dura y poco conciliadora. Parece ser el reflejo autoritario del grupo de ‘Ozero’, la dacha donde se conocieron y trabaron amistad aquellos jóvenes apparatchik de San Petersburgo en los primeros noventa.
Durante años, autoritarismo y pragmatismo se han combinado para rectificar el caótico proceso que siguió al hundimiento de la Unión Soviética. Está por ver si la fórmula puede mantenerse o si las contradicciones, debilidades intrínsecas y problemas abrumadores que soporta ese inmenso país lo arrastran hacia ese escenario sombrío en el que se extienden quizás con excesivo catastrofismo numerosos expertos occidentales.

EL FANTASMA DEL ‘CALIFATO’: SENTIDO Y ALCANCE DE LAS VICTORIAS ISLAMISTAS

1 de diciembre de 2011

El islamismo moderado parece confirmarse como fuerza política dominante en los procesos de cambio político que se están produciendo en el mundo árabe. No debería suponer una sorpresa. Sin embargo, se percibe cierta inquietud en sectores políticos, intelectuales y mediáticos occidentales. En parte, por los mensajes ambiguos de los islamistas sobre sus proyectos políticos. Pero también debido al efecto pernicioso que ha conseguido implantar una información descuidada, en el mejor de los casos, cuando no claramente manipuladora.
Lo cierto es que tendremos una visión más certera de la dimensión, el alcance y la significación de las victorias electorales islamistas en Túnez y Marruecos, y la más que previsible en Egipto, si analizamos caso por caso, aunque no haya motivos para admitir una tendencia global, un factor multiplicador en el proceso en curso. Me concentraré en, Marruecos y Egipto, ya que en un comentario anterior se examinó con detalle el caso tunecino.

MARRUECOS: ¿UN CONTRAPESO A PALACIO?
Los vientos de cambio en Marruecos han resultado más apacibles que en otros países de la zona. Varias son las razones que explicarían esta moderación en el impulso del cambio. No se explica –no del todo, al menos- por el férreo control de la población que ejercen de los aparatos del Estado (algo común en todos los países de la zona); tampoco por la debilidad de los partidos políticos (en Marruecos, muy domeñados, pero con sólidas y veteranas estructuras organizativas); ni siquiera por la falta de liderazgo alternativo (también ha surgido allí un movimiento juvenil, el 20 de febrero, con características similares al tunecino o al egipcio).
Más bien, hay que buscar la explicación en la singularidad del régimen político marroquí. La actitud reverencial de la población ante el monarca, máxima autoridad política, pero también religiosa, reduce o neutraliza ciertos apetitos revoltosos. A ello se une un cinismo muy identificable de la población, quizás por estar más influenciada que otras vecinas por gustos y valores occidentales. El sentido pragmático del marroquí medio (es decir, de las clases populares) le hace bastante inmune a las aventuras políticas.
Esta actitud se refleja en la tasa de participación. La cifra oficial del 45% ha sido interpretada de manera muy diversa. Como señala la investigadora Dafne McCurdy en un interesante trabajo para FOREIGN POLICY, el gobierno ha exagerado su importancia, comparándola con el 37% obtenido en 2007. Pero hay que tener en cuenta que en ese año se registraron para votar dos millones de personas más (15 millones y medio, en total) que este año (sólo 13 millones y medio). En consecuencia, no ha votado más gente ahora. Y ello, a pesar de que, en esta ocasión, se suponía que se inauguraba un nuevo tiempo político, tras los cambios constitucionales refrendados en verano, que reforzaban el poder del Parlamento y de los partidos y disminuían el de la Corona. La participación en 2011 ha sido inferior en más de seis puntos inferior con respecto a 2002 y de doce puntos en relación a 1997. Esto parece indicarnos que el descreimiento hacia el sistema no se ha mitigado por la promesa de un cambio en el que casi nadie cree.
En esas condiciones, el voto preferente, que no mayoritario, a la opción islamista moderada puede interpretarse como un reflejo conservador del electorado. El apoyo obtenido por el Partido de la Justicia y el Desarrollo no ha llegado al 30%, lo que le obligará a forjar un pacto con los nacionalistas de Istiqlal y con otras fuerzas menos oficialistas (dudosos los socialistas, por su recelo de la orientación religiosa del PJD) para poder formar gobierno, en base a los nuevos preceptos constitucionales.
El PJD se ha cuidado muy mucho de moderar su lenguaje. Cauto y ambiguo, como sus correligionarios en Túnez y en Egipto (incluso en Libia, donde apenas si están organizando sus opciones), los islamistas marroquíes han basado su atractivo electoral en su compromiso de lucha contra la corrupción. Su líder, Abdelilah Benkirane, no es un Ahmadineyad precisamente. Fue elegido en 2008 por sus credenciales claramente moderadas y su defensa de un trono fuerte y poderoso. Reemplazó en el liderazgo del partido a Saad Al-Din Al-Uhtami, quien preconizaba la instauración de una monarquía parlamentaria en el país. Benkirane puede ser más o menos próximo a Palacio (amigo del rey, comentan algunos). Pero no ha llegado al punto de integrar a su partido en ese conglomerado de formaciones puramente satélites de Palacio (el llamado G-8).
EGIPTO: UN TEMOR APRESURADO
En Egipto, el complejísimo e interminable sistema electoral (imposible de explicar en estas líneas) hace que tengamos que esperar meses hasta conocer la verdadera composición de la Asamblea Constituyente. Las primeras estimaciones correspondientes a las jornadas electorales de esta semana parecen confirmar el liderazgo del Partido de la Justicia y la Libertad, rama política de los Hermanos Musulmanes.
La Hermandad ha capeado con bastante cautela el rebrote contestatario de las últimas semanas. Primero, se avino a un pacto con los militares (como otras fuerzas liberales, por cierto) para neutralizar a los más exigentes en la Plaza Tahrir. Después, cuando se zanjaron las protestas con violencia gubernamental, se desmarcaron y se mostraron más críticos con la conducción de las Fuerzas Armadas. El empeño de los HHMM consistía en proteger el proceso electoral, en primer lugar, porque se sabían beneficiarios de sus resultados. Pero también porque eran conscientes de que la ‘revolución permanente’ podría precipitar al país en el caos. La famosa frase de uno de los generales de la Junta, ‘Egipto no es sólo la Plaza Tahrir’, es asumida plenamente por los Hermanos.
En ciertos ámbitos de Occidente ya se glosa la islamización de Egipto. De los HHMM se ofrece a menudo una imagen como de lobos vestidos de cordero. Recientemente, en FOREIGN AFFAIRS, Eric Trager les dedicaba un artículo titulado ‘Los inquebrantables Hermanos Musulmanes’, en el que se describía al detalle el riguroso proceso de selección y adoctrinamiento de sus integrantes y se apostaba por el oscuro futuro de un ‘Egipto liberal’, como si eso hubiera existido alguna vez.
En parte, esta apreciación está ampliamente influida por años de ‘islamofobia’ descarada por los ‘neocon’ y por un amplio sector de los medios anglosajones. Y no menos, desde la derecha israelí, por supuesto. Uno de sus medios más potentes, el JERUSALEM POST, publicaba esta semana un análisis que comenzaba así: “Los peores temores acerca de las revueltas árabes parecen confirmarse…Los islamistas están en ascenso”. El comentario venía luego aderezado por el supuesto apoyo de la mayoría de los egipcios a las más estereotipadas fórmulas de la ‘sharia’ (lapidación, pena de muerte, corte de manos…). Lo que no impedía que, en la misma consulta, realizada por el norteamericano PEW RESEARCH CENTER, se mostrara que esa misma mayoría no deseaba un gobierno monocolor de los ‘piadosos’.
Aunque haya una facción más radical, más cercana a los ‘revolucionarios de la plaza’, lo cierto es que el ‘establishment’ de la organización parece tener el proceso bajo control. En declaraciones a DER SPIEGEL, uno de sus portavoces, Mahmud Ghoslan asegura que ellos no se atienen a los modelos iraní o turco, sino que generarán uno propio y desmiente que oculten su agenda: de los nueve miembros del Consejo Supremo, cinco se doctoraron en Universidades norteamericanos –recuerda Ghoslan-, “somos templados y moderados, de mente abierta”.
Añado brevemente que el ‘número dos’ de los HHMM, Ezzan El Eriam, con quien me entrevisté durante dos horas en El Cairo hace unos años, me transmitió la misma impresión de moderación y templanza. Salvando las distancias, no me parece descabellado comparar a estos islamistas (egipcios, marroquíes, tunecinos) con la Democracia Cristiana europea de posguerra.
Lo relevante es que los progresistas egipcios, aunque contrarios a un dominio de la ‘cofadría’, consideran su previsible triunfo como un mal menor. En un interesante artículo para THE INDEPENDENT, el veterano periodista británico Ian Birnell reproduce, a modo de muestra, un comentario de Yara, una joven de la Plaza Tahrir situada en las antípodas de los piadosos dirigentes en ciernes: “No queremos a los Hermanos Musulmanes al mando, pero tampoco los tememos”. Birnell añade que la dependencia del turismo y el ejercicio del poder moderarán los impulsos radicales de los HHMM. Después de todo, “¿en qué se diferencian ellos de la derecha religiosa en América, de esos zelotes del ‘Tea Party’ que intentan imponer sus anticuadas creencias a todos los individuos?”, se pregunta el colega británico.
Por tanto, el temor al ‘califato’, a un viento de pureza religiosa que reduzca derechos y repliegue a las sociedades islámicas a un tiempo oscurantista y opresivo, parece precipitado. La salida islamista parece una respuesta conservadora, de refugio en opciones templadas, más autóctonas, frente al falso modernismo de unos regímenes ‘republicanos’ corrompidos, cleptócratas, imbuidos de un ‘modernismo’ occidental falsario y elitista. El proclamado ‘socialismo árabe’, nacionalista y liberador, se consumió, en la práctica, en un estatalismo ineficaz, depredador, corrupto y derrotado sistemáticamente, dentro y fuera, en las guerras contra el enemigo israelí y en la lucha contra la pobreza y el subdesarrollo.
El islamismo no es seguramente la solución para las sociedades árabes, y es comprensible por ello el recelo que las tendencias electorales despiertan en medios progresistas occidentales. Pero las propuestas aperturistas, modernistas, participativas, liberales y, si se quiere, ‘revolucionarias’ (‘el espíritu de Tahrir’) necesitarán mucho más que proclamas bienintencionadas y campañas cibernéticas para prender en el ánimo de unas masas árabes profundamente escépticas.

OBAMA: PASO AL FRENTE EN ASIA

24 de noviembre de 2011

No es previsible que la política exterior tenga un gran peso en las elecciones del año próximo en los Estados Unidos. El desempleo, la crisis económica, el papel del Estado de los servicios público y el manido asunto de los values (valores) dominarán seguramente la campaña y determinarán el resultado.
No obstante, hay asuntos de política exterior que tiene una repercusión económica directa y contundente. Quizás el caso más claro, el que mejor percibe la opinión pública norteamericana, es el de las relaciones con China. En sus tres años de mandato, desde distintas latitudes políticas, se ha percibido como blanda, vacilante o desconcertada la actitud de Obama hacia la gran potencia emergente. Durante su reciente gira asiática, el presidente estadounidense ha escenificado un giro o, al menos, ha emitido un mensaje claro: está en marcha, y públicamente, una estrategia de contención y compromiso hacia Pekín.
REFUERZO DE LA PRESENCIA MILITAR
El primer pilar es el refuerzo de la presencia militar en la zona. Estados Unidos parece decidido a reforzar su presencia naval en el Pacífico, donde es una potencia innegable, y de donde nunca se ha retirado, aunque se haya hecho menos visible en las últimas décadas. El primer paso es el anuncio del envío de 2.500 marines a la base australiana de Darwin, un enclave estratégico desde el que se vigilará el despliegue aeronaval de Pekín en el llamado Mar del sur de China, una región marítima objeto de serias dispuestas entre varias potencias ribereñas (la propia China, Filipinas, Vietnam).
Obama anunció esta decisión ante el Parlamento australiano, en vísperas de reunirse con sus socios estratégicos asiáticos en Indonesia, en la cita anual de la ASEAN, en la que también estaba presente China, por supuesto. Aunque la medida sea muy discreta, lo importante es el camino que indica, según algunos analistas. En efecto, Obama aseguró también que los recortes previstos en el presupuesto del Pentágono (400 mil millones de dólares en los próximos diez años) no afectarían a la solidez de la seguridad asiática. De esta forma, el presidente confirmó lo que algunos de sus colaboradores ya venían apuntando desde hace tiempo: Asia será la prioridad estratégica de Estados Unidos en el siglo XXI. Hillary Clinton fijó doctrina en un reciente artículo en Foreign Policy; el Secretario de Defensa, Leon Panetta, se ha referido en tono abiertamente crítico a la "falta de transparencia" del presupuesto militar y del despliegue operativo de China; y, finalmente, Thomas Donillon, el Consejero de Seguridad Nacional, anunció el necesario 'reequilibrio del énfasis estratégico' de Estados Unidos, una vez que se liquiden las operaciones militares en Irak y Afganistán.
HACIA EL PRIMER ESPACIO ECONÓMICO MUNDIAL
El segundo pilar es el económico. Si Estados Unidos quiere afirmar y reforzar su presencia militar es porque necesitar asegurar el gran espacio económico, comercial y financiero del futuro (ya presente, en realidad). Esa zona disputada del Mar de China constituye el escenario fundamental de las rutas mercantiles regionales. El valor del comercio que transita por esas aguas supera los 5 billones de dólares, la tercer parte de los cuales atribuibles a transacciones norteamericanas.
Pero, además, resulta de capital importancia para Estados Unidos 'estabilizar' la zona para asegurar el gran proyecto estratégico asiático de Washington: el 'TransPacific Partnership'; es decir, la gran zona de libre comercio del Pacífico. De momento, China no está incluida en este club, en tanto no 'cumpla' ciertas normas 'liberales' de comportamiento económico, comercial y monetario.
UNA COALICION REGIONAL FRENTE A PEKIN
El tercer pilar es el diplomático. Más allá de la disuasión militar, esta apuesta de Washington tiene un significado político. Obama envía, por fin, lo que muchos de sus socios asiáticos le reclamaban con ansiedad desde su llegada a la Casa Blanca: un pronunciamiento claro de firmeza frente a Pekín. Hasta ahora, la política de la Casa Blanca se percibía entre sus aliados como excesivamente apaciguadora. A esta percepción han contribuido notablemente los 'halcones' republicanos. Sea como fuere, la administración norteamericana se ha embarcado en una intensa campaña diplomática. Durante la reciente gira asiática, Obama hizo algo que a Pekín no debió gustar en absoluto: defender un enfoque multilateral para abordar las disputas marítimas regionales. Los chinos han insistido en tratar con cada país los diferendos concretos; de esta forma, su capacidad de presión es más fuerte.
Lo más llamativo, en todo caso, es el anuncio del establecimiento de vínculos con Myanmar (Birmania). El régimen militar ha adoptado algunas medidas de apertura, desde la designación del general Thein Sein como nuevo presidente del país. La propia oposición birmana, con la emblemática Nobel de la Paz, Aung San Suu Kyi a la cabeza, ha considerado alentadoras la evolución del régimen y se dispone a participar en el juego político. Obama se apresuró a tomar el testigo y anunció la próxima visita de la Secretaria Clinton a Rangún, aunque se cuidó de advertir que las autoridades birmanas debían dar muchos pasos todavía para alcanzar la democracia y el respeto de los derechos humanos.
Este maniobra de acercamiento a Myanmar también está relacionada con la política de firmeza hacia China, porque el régimen militar birmano pasa por ser uno de los principales aliados regionales de Pekín. No obstante, en los últimos tiempos se ha percibido en la región y en Occidente ciertas fricciones entre los dos países. El proyecto de construcción de una prensa en Myanmar puso en evidencia estas discrepancias. De hecho, hay quien asegura que en la apertura del régimen pesa más la búsqueda de nuevos aliados que un deseo democratizador.
Desde China, este giro norteamericano ha sido recibido con la habitual duplicidad. Lenguaje duro y desafiante en alguno de los medios oficiales (el Global Times, portavoz oficioso en política exterior, denunció maniobras dañinas e intento de arrinconar a China). En cambio, en la cumbre de la ASEAN, el primer ministro Wen Jiabao optó por un tono evasivo, moderado y elegante, muy en su línea, ya que pasa por ser el líder más reformista de la cúpula china. Aunque rehusó entrar en el fondo de la cuestión, se abstuvo de defender los puntos de vista oficiales más polémicos.
En definitiva, Estados Unidos oficializa esta 'nueva fase' de su política asiática, inaugura un tono público más firme con Pekín, contención sin renunciar al compromiso de incorporar a China al concierto internacional, y reafirma su condición de líder regional, en un nuevo 'balance estratégico'.

EL ESPEJISMO EUROPEO

17 de noviembre de 2011

En medio del naufragio, gobiernos, parlamentos, representantes políticos, portavoces mediáticos y líderes sociales europeos persiguen desesperadamente fórmulas no ya para acabar con la crisis, sino, en el mejor de los casos, para suavizarla y/o acortarla. Lo cual no quiere decir que se detecte pluralismo en el debate. Salvo desde posiciones muy minoritarias, se impone una suerte de 'pensamiento único', el mismo que alentó, estructuró intelectualmente, y ahora pretende justificar y escamotear escandalosamente las causas y efectos de la crisis.
LA 'SOLUCION' TECNÓCRATA
Sorprende el entusiasmo -o al menos el alivio- que ha provocado la instauración de sendos gobiernos 'tecnocráticos' en Grecia e Italia. Quizás sea la desesperación o el rechazo a lo conocido, pero ha bastado con conocer la identidad de los dos nuevos 'capitanes' para sembrar semillas de 'esperanza'. Se ensalzan los perfiles de Papademos y Monti, se enfatiza su competencia, se destaca su 'apoliticismo' (por así decirlo). En cambio, se silencia o se aplica sordina a otros rasgos inquietantes. En el caso de Monti, el más laureado, se pasa por alto su trayectoria profesional en defensa de políticas claramente responsables del desaguisado. ¿Qué confianza merece el hombre que actuó de 'conseguidor' de Goldman Sachs en Europa? LE MONDE, en su perfil actualizado del nuevo jefe del gobierno italiano, recuerda esta línea de su curriculum pero elude valorarla, sumándose al tono positivo general.
Desde otra sensibilidad mediática, declaradamente liberal, el semanario británico THE ECONOMIST afirma en su último comentario editorial que los tecnócratas pueden ser buenos para determinar medidas financieras, sostenibilidad de la deuda y tipos de esfuerzos a realizar. Pero matiza: "no lo son tanto a la hora de establecer cómo debe ser distribuido ese esfuerzo, si se debe elevar impuestos o recortar prestaciones a uno u otro sector social (...) Ésas son cuestiones políticas, no técnicas. Y no dejarán de serlo porque se nombre primer ministro a un tecnócrata".
Más allá de las virtudes y capacitaciones personales, lo cierto es que los que deciden o los dueños del 'relato de la crisis' se empeñan en afirmar que las cosas empiezan a encauzarse. Ojalá. Pero debe permitirse serias dudas al respecto.
Entre las mayores preocupaciones recurrentes durante la gestión política de la crisis, se encuentra el deseo -la ansiedad, podríamos decir- de 'salvar' el proyecto europeo. Lo que, en primer término, y en este momento de la película, equivale a reflotar el euro. Algunos economistas reputados sobre cuya competencia no cabe albergar muchas dudas, impugnan esta visión. No sólo los archileídos y respetados 'nobeles' Krugman o Stiglitz. Otros más 'neutros' o incluso ortodoxos, más apegados a la ideología neoliberal, o 'social-liberal' están empezando a cuestionarse ciertos dogmas vigentes desde los ochenta.
Pero no parece que estas críticas, dudas o revisiones vayan a hacer zozobrar la mano de hierro que conduce el timón europeo. Estos días, se debate con fruición imprecisas propuestas de cambios legislativos y jurídicos para evitar, prevenir o, eventualmente, sancionar a 'incumplidores'.
LA RECETA ALEMANA
Alemania encabeza ese esfuerzo. La canciller Merkel, obligada a ciertas concesiones para evitar una catástrofe en Grecia, parece escarmentada y quiere asegurarse de que no volverá a ser colocada ante un dilema indeseable. Lo hace por convicción, sin duda, forjada en su tardía militancia anticomunista y en su rigurosa formación luterana. Pero también empujada por sus urgencias electorales. Los democristianos alemanes encadenan siete derrotas electorales regionales, sus socios liberales se derrumban y la perspectiva de la pérdida del poder federal, como puro castigo, resulta inquietamente real.
Hay en Alemania un convencimiento obstinado en que la culpa de todo esto la tienen los gobiernos 'gastones' europeos (del sur, principalmente) y sus sociedades irresponsables o ligeras de costumbres. No toleran que mientras ellos, los alemanes, han hecho sacrificios y se han ajustado a consumir conforme a sus posibilidades, los demás han dado rienda suelta a sus caprichos y excesos. Algo de razón pueden tener. Pero tienden a cerrar los ojos ante la realidad de la aparente prosperidad alemana. El crecimiento germano se basa en la fortaleza de su sector exportador, algo que no se ha construido durante ni en los años inmediatos a la crisis, sino en décadas. Y, por cierto, con base no sólo en el esfuerzo propio sino en la generosidad ajena durante los años de la reconstrucción de posguerra.
Alemania ha sido 'generosa' con muchos países europeos, porque, entre otras cosas, el desarrollo de esos a los que ha contribuido a ayudar garantizaba la fortaleza de su economía, la fidelización de sus mercados para sus productos manufacturados y de alto valor añadido.
Francia se pega a la rueda alemana, como los ciclistas que no confían demasiado en sus fuerzas y esperan ser 'llevados' a meta sin quedar descolgados. El presidente Sarkozy está obsesionado con no separarse de la 'locomotora alemana'. De ahí que se haya rescatado la tesis del 'directorio europeo' comandado por el famoso eje París-Berlín, para escenificar una carrera con el pelotón partido (o sea: la Europa a varias velocidades). Pero lo cierto es que Sarkozy hace virtud de la necesidad: no puede ocultar, entre otras cosas, que el naufragio transalpino amenaza seriamente la estabilidad de los bancos franceses, muy comprometidos por la deuda italiana.
En otras instancias y capitales europeas, las presiones alemanas y la ansiedad francesa han provocado alarma. Se escuchan reproches y admoniciones más o menos elegantes. Bruselas se ha convertido en un hervidero de cabildeos y cenáculos de unos países y otros: los de la locomotora, todos los del euro, los más solventes del euro, los ajenos al euro. Más que fracturas ideológicas o políticas, hay puras posiciones de poder... o de debilidad.
Con la reforma del Tratado de Lisboa, recién estrenado, Merkel pretende blindar el proyecto europeo, aplicando esa máxima comunitaria de que 'Europa avanza a golpe de crisis'. Este pretendido axioma se instauró en los noventa, cuando otras turbulencias financieras y monetarias pusieron en jaque la integración europea y generó dudas y debilidades políticas notables. Entonces, Alemania arrostró gran parte de la responsabilidad por las dificultares que se autoimpuso al forzar una unificación precipitada y altamente gravosa, de la que toda Europa se resintió. No más, desde luego, que la propiedad sociedad alemana, por mucho entusiasmo que el 'reencuentro' provocara en la mayoría de los ciudadanos.
¿OBSTINACIÓN O DESIGNIO?
Se antoja como manifestaciones del gran espejismo europeo las supuestas 'soluciones clásicas': el rigor (para la mayoría), la austeridad (selectiva), el temor a la amenaza fantasma de la inflación (inexistente), el anatema del gasto público (inversión social), la demonización de la deuda (la pública), la persistencia en la desregulación (laboral, financiera, etc.). O ahora, después del desaguisado, la debilidad en el control de las finanzas y la ausencia de sanciones contundentes de las prácticas directamente o indirectamente delictivas. Se persiste en atar el proyecto de integración europea a los grandes intereses económicos con escasa atención a las necesidades y aspiraciones sociales.
No es posible que opciones descaradamente ideológicas -y hasta cargadas de cierto fanatismo- se presenten como recetas puramente técnicas. Que, como tales, sólo deben (y ahora pueden) ser aplicadas por técnicos. Eso sí, todos ellos investidos de un sacerdocio coloreado con los matices extraídos de la paleta que ha ennegrecido el panorama social europeo todos estos años. ¿Es obstinación, rigidez? ¿O todo obedece a un designio cuidadosamente programado?
Hay otra dimensión de este espejismo europeo: el considerar que los ciudadanos de los países miembros quieren más Europa, una casa común, un proyecto federal o confederal. Se citan encuestas, por supuesto. Pero la crisis ha dejado claro que el vigor de los estados-nación persiste y que la solidaridad intereuropea no estaba tan madura como se proclamaba con la mejor intención. En las distintas posiciones observadas durante las últimas semanas por unos y otros se percibe más la ansiedad por salvar los muebles propios que por preservar el edificio común.

ITALIA: EL CADÁVER Y EL ENTERRADOR

14 de noviembre de 2011

Una epidemia (política) mortal recorre Europa. Afecta a los dirigentes. O, más apropiadamente, a los jefes de gobierno y sus colaboradores más inmediatos (aunque no a todos). Este panorama de cadáveres (figurados) sólo es comparable, en su aspecto tétrico, al que componen los zombies: en realidad, ya están muertos, y lo saben, o lo sospechan, pero caminan y caminan, como si confiaran en que, haciéndolo, funcionará algún tipo de conjuro que, al cabo, les librará in extremis de su destino mortal.
La 'crisis financiera' (como se llama un poco a la ligera, para que encaje bien en los titulares de prensa y rótulos de los telediarios) se ha llevado por delante ya a media docena de líderes europeos en los tres últimos años. A unos los han apartado las urnas, cuando se ha propiciado esa oportunidad; a otros, sus propios correligionarios o socios de coalición. En realidad, unos y otros han sido agentes interpuestos. El verdadero verdugo ha sido... LA CRISIS.
LA PARADÓJICA CAIDA DE BERLUSCONI
El último en caer ha sido el italiano Silvio Berlusconi. Como intérprete esencial del espectáculo en política, su 'desgracia' no ha decepcionado, por supuesto. Su salida nocturna del Palacio Chiggi, el sábado 12 de noviembre, constituye una pieza melodramática más de su carrera (pseudo) política.
Estos días, naturalmente, se pueden leer análisis y balances de la 'era Berlusconi', algunos muy agudos, finos y ocurrentes. Saviano y Tabucchi firman dos muy interesantes en EL PAIS. Hay un cierto consenso entre los medios progresistas a la hora de expresar una satisfacción indescriptible por el final del mayor bufón de la política europea en esta etapa del tránsito secular. No faltan razones, claro está. Pero, en estos momentos propicios de examen de conciencia, sería pertinente preguntarse por la responsabilidad de los 'progresistas' en la prolongación insoportable de Berlusconi. Y, lo que es peor, del 'berlusconismo'.
Vayamos al personaje, primero. Berlusconi llenó un vacío, como muchos recuerdan ahora con propiedad. Me tocó personalmente cubrir para TVE la primera victoria electoral del sui generis empresario milanés, en 1994. Incluso entre la izquierda, la emergencia de su estrella política a partir de su fortaleza mediática despertaba cierto interés, cierta curiosidad. Se consideraba al personaje como un fenómeno efímero. Se lo interpretó más bien como una anomalía. Una especie de catarsis necesaria para la enferma república italiana... Enferma de una enfermedad interminable, tras décadas de fiebre alta, de sobresaltos, de coqueteo con el deceso, siempre aplazado. Algunos incluso lo consideraron como algo desagradable pero necesario, porque no creyeron que fuera duradero. Después de todo, ¿qué era duradero en la política italiana?
La izquierda leyó mal lo que significaba Berlusconi, porque no supo ver que por detrás se escondía el 'berlusconismo'. Es decir, que en realidad lo que se estaba fraguando no era la regeneración de la república, hundida ya definitivamente bajo el peso de la corrupción (Tangentópoli) y el descrédito de los políticos profesionales/tradicionales. Después de todo, Berlusconi, zafio y salaz, barrería de una u otra forma con la sobrecarga de sotanas en la política italiana, mandaría a los viejos (y, en ciertos casos, siniestros) dinosaurios democristianos a los altares, a las sacristías o a capillas oscuras y marginales. A la postre, el Vaticano, eterno operador de la política italiana, se convirtió al 'berlusconismo', por acción (casi siempre) o por omisión (cuando convino).
La 'piccola' izquierda socialista (socialdemócrata) creyó incluso que Berlusconi contribuiría a liquidar la resistencia del poderoso PCI, aunque los comunistas ya hubieran hacía tiempo abandonado sus siglas y el comunismo... y su alma entera, según algunos de los suyos.
En realidad, no ocurrió ni una cosa ni otra. La vieja clase política se deshizo de sus hábitos, pero algunos de sus exponentes, los que tenían edad y vigor para hacerlo, se reciclaron. Y los nuevos, los 'hechos a medida', no resultaron mejores ni más probos, precisamente. Los comunistas, lejos de desaparecer y favorecer el crecimiento de los socialistas, de una socialdemocracia digna de tal nombre, demostraron su capacidad de adaptación a los nuevos tiempos. Como 'leal oposición' al magnate, se reforzaron. Hasta fueron cómplices de la resurrección de 'Il Cavalieri', como apunta acertadamente Tabucchi en su mencionado artículo, al poner en marcha una reforma constitucional con la que pretendían sobrevivir políticamente, cuando en realidad lo que consiguieron fue prolongar la estela de su adversario formal. Después de eso, cumplido su papel, voluntario o no, los ex-comunistas y el el resto de la izquierda se diluyeron definitivamente en 'olivos' o 'margaritas'.
Berlusconi puso en pie el 'berlusconismo' desde el primer día. Nada de lo que se esperaba ocurrió. Nada, claro está, que tuviera que ver con renovación, siquiera vitriólica, de la política italiana. Lo que se cumplió fue lo que se temía: la continuación de la corrupción, pero con otros métodos. O con los mismos, pero mejor vendidos. Con más descaro: con más focos. Visto desde ahora, la 'Tangentopoli', por muy despreciable que fuera, se antoja minúscula comparada con la colusión descomunal de esta década y media larga.
Pero lo peor no han sido las obscenas manifestaciones de este 'ordine nuovo sui generis' (no hay espacio, siquiera para enumerarlas). Lo más grave ha sido la sensación de impunidad que Berlusconi ha sido capaz de construir a su alrededor. Se comprende que muchos italianos saltaran a la calle la noche del sábado para celebrar la caída del magnate (en una escena que me recordó mucho a la liquidación política de Craxi, por cierto). Pero quizás Berlusconi habría durado mucho más, si las turbulencias de la crisis no hubieran puesto al descubierto su calamitosa gestión.
Lo más desalentador de la caída de Berlusconi es que no la han propiciado sus víctimas, sino sus propios aliados (de conveniencia; en realidad, todos sus socios han sido de esa naturaleza), los dirigentes de su coalición, aguardando detrás de las columnas desde hace tiempo, a la espera del momento propicio para asestar la puñalada. O sus agentes naturales: es decir, los mercados, el sistema capitalista (en su manifestación más brutal y descarnada) que lo elevó y consagró, del que se ha nutrido, el que ha propiciado su poder y su proyección política. A Berlusconi lo ha matado el único aire que respira: el dinero.
La oposición, las oposiciones (política, ideológica, social, mediática), han asistido al fin (provisional) de Il Cavalieri como espectadoras. Consecuencia de esas dos décadas de impotencia, la izquierda y toda la gente decente (políticamente) de Italia asiste ahora desarmada a una salida incierta y dudosa de tanta inmundicia.
MONTI Y LA EXTRAÑA COMPLACENCIA
Mario Monti emerge como un nuevo 'príncipe' de la cosa pública. 'Príncipe', no en el sentido 'maquiaveliano' (que no 'maquiavélico'), sino en su resonancia aristocrática. Se le presenta también como otro personaje destinado a superar la basura, aunque con una proyección estética completamente opuesta al magnate milanés. La discreción hecha hombre para hacer olvidar cuanto antes el exhibicionismo bochornoso encarnado por su antecesor.
Curiosamente, la izquierda italiana (y europea) recibe a Monti con alivio, con cierta complacencia. No es cuestión de construir aquí una crítica de su trayectoria. Pero tampoco conviene olvidar lo que representa el 'elegido' (por un ex-comunista también, por cierto, el Presidente Napolitano). Es paradójico que, en el monumental desconcierto que vive la clase dirigente europea, se pergeñen como bomberos ciertos exponentes tecnócratas (en Grecia, en Italia, ¿donde será el siguiente?). La tecnocracia europea lejos de poder acreditar soluciones a lo que vivimos ahora, es más bien cómplice y responsable de lo ocurrido. Desde la tecnocracia se han propiciado políticas que han contribuido sobremanera primero al desorden financiero y luego a estas políticas de respuesta, claramente injustas y seguramente inadecuadas e ineficaces.
Consideración final. Que Berlusconi huela ya a podrido, no significa que esté muerto del todo. Puede ser un zombi al revés: no un muerto que se cree vivo, sino un vivo al que todos creen ya muerto. Que Monti exude sensatez y eficacia no quiere decir que vaya a aplicar las recetas que mejor convenga a la mayoría de los italianos. Es probable que ni pueda, ni lo pretenda. Recordando 1994, en Italia casi nunca las cosas son como parecen.

EL ESTANCAMIENTO DEL CAMBIO EN EL MUNDO ÁRABE

29 de octubre de 2011

A punto de cumplirse un año del inicio de las protestas en el mundo árabe, parecen perfilarse ya ciertas tendencias más o menos estables y, sólo en parte, comunes, sobre el desenvolvimiento de los procesos en cada país.
A grandes rasgos, estos son los elementos más destacados de un análisis provisional:
- corrección conservadora de los primeros impulsos de cambio profundo (implícito en el término 'revolución', precipitada aunque comprensible utilizado entonces).
- contención, en parte por derivación de lo anterior, del fenómeno de hundimiento o debilitamiento extremo de ciertos regímenes que, en cierto momento, parecían a punto de derrumbarse.
- peso decisivo de las realidades nacionales y de los factores estratégicos de cada país
- referencias insistentes a Turquía como modelo de estabilidad política, fortaleza y equilibrio institucionales e identidad nacional, cultural y religiosa.
- pragmatismo (también oportunismo) de las potencias occidentales en la gestión del proceso y en las decisiones de intervencionismo, en atención primordial a sus intereses.
- cobertura desigual (en cierto modo, errática) de los medios occidentales, a medida que los acontecimientos espectaculares dejaban el sitio a las cotidianas contradicciones y realineamientos de las fuerzas políticas y sociales y los poderes fácticos.
UNA CORRECCIÓN CONSERVADORA
Las 'revoluciones árabes' entran en fase 'brumario' ni haber pasado por 'termidor', si se permite el uso del calendario revolucionario francés. Era de esperar. La escasa articulación de la protesta, por la debilidad de la sociedad civil en casi todos los escenarios de crisis que afloraron a comienzos de año, abocaba el proceso a un 'agotamiento' o cansancio, del que se podían aprovechar los distintos agentes del poder establecido.
Ha ocurrido en Egipto, donde el Ejército ejerce el control de los acontecimientos con mano de hierro, hasta el punto de reservarse la tutela del 'nuevo régimen' y, desde luego, la plena capacidad de veto ante posibles derivas indeseadas. El debate sobre la metodología de la construcción constitucional, hace apenas unas semanas, resultó muy revelador al respecto.
Algo parecido ha sucedido en Túnez. A pesar de que las 'depuraciones' de los elementos 'benalistas' se han ido sucediendo durante todos estos meses, el aparato estatal ha controlado el proceso electoral y los herederos del viejo régimen han sobrevivido, aunque no hayan pasado la prueba de las urnas. Pero mantendrán su presencia legal y es de prever que sean muy activos en la denuncia de los nuevos tiempos, si las cosas no marchan bien, o tardan demasiado en arreglarse.
En el Golfo, la corrección conservadora ha consistido simplemente en el 'status quo'. De Siria nos ocupamos más abajo.
CONTENCIÓN DEL CAMBIO
El contagio del ejemplo tunecino se ha limitado a sus vecinos más próximos del Magreb. Resulta significativo el frenazo de las protestas en Argelia e incluso en Marruecos. En el primer caso, por el efecto nada desdeñable de la reciente guerra interna que desangró al país y lo vacunó de 'experiencias violentas'. En el segundo, por la habilidad de la corona alaui y del 'mazren', el aparato estatal, que infló exageradamente el sentido transformador, aperturista, de unas reformas constitucionales más bien tibias y, desde luego, poco arriesgadas para el equilibrio del poder en el reino.
En los países más expuestos, como Yemen, por ejemplo, la virtual caída del Presidente Saleh no ha podido completarse por una conjunción de factores: las rivalidades tribales, el peso de los enfrentamientos personales y de clan; y, no menos decisivo, la cautela exhibida por Estados Unidos, que no termina de fiarse de una confusa alternativa a lo actual. Más bien, puede decirse que los estrategas antiterroristas de Washington ha aprovechado el río revuelto para 'sacar peces del río'; es decir, para intervenir, sí, pero no en la 'construcción de país' (nation making), sino en la eliminación de enemigos (véase el asesinato de Al Awlaki y dos de sus secuaces más próximos).
En Jordania, también se ha apostado por la continuidad del siempre atento Abdallah II, del que podrían necesitarse los servicios por si se resucita el diálogo israelo-palestino. Este factor, tangencial en las revoluciones árabes, ha operado en la sombra como un elemento de freno. Después de todo, la democratización tan jaleada en Washington y en Jerusalén no está claro que operara en favor de los intereses de la implantada potencia prooccidental. Todo lo contrario: las tensiones e impaciencia de los egipcios saltaron a la calle con virulencia. Lo que obligó al Ejército a practicar ejercicios de represión clásicas, pero también a marcar distancias con el socio de la 'paz fría'.
DISTINCIONES NACIONALES
El aparente debilitamiento del ímpetu transformador también se explica por la diferente capacidad de movilización de la sociedad civil y de los recursos que las fuerzas favorables al cambio pueden poner en juego. El mimetismo, o el puro contagio, tiene un alcance limitado, cuando, como contrapeso, operan poderosamente otras fuerzas reactivas. Esto ha sido especialmente significativo en Bahrein, por ejemplo; también en Marruecos y en Argelia, aunque con estilos distintos.
El caso más relevante es del Siria. En apariencia, la presión represiva ejercida por el régimen de la familia Assad ha resultado más contundente que en otros lugares. Sin duda es así. Pero el uso indiscriminado de la fuerza no lo explica todo. Hay cierto apoyo social a la respuesta intransigente del régimen: el miedo de un sector de la población a la revancha sunní, frente a la minoría alauwí que ha detentado abusivamente el poder fáctico. Que las protestas no hayan prendido ni poco ni mucho en ciertas zonas del país indica que el movimiento de cambio no ha tenido una dimensión completamente nacional, no al menos como en Túnez, Libia (pese a las tensiones regionales) o Egipto. Lógicamente, el factor estratégico también ha pesado, como luego analizaremos.
EL MODELO TURCO
Buen ejemplo de la precipitación propia de estos procesos. La debilidad interna de los agentes favorables al cambio, de la improvisación de las revueltas, de la inmadurez de las propuestas, pese a la justicia de las mismas, explican que se haya proyectado el modelo turco como deseable para las circunstancias actuales. Erdogan se ha dejado querer, aunque con la prudencia exigida. Ganando peso, generando confianza, limando las suspicacias occidentales. Las fricciones con Israel han contribuido a darle músculo popular a su imagen y a olvidar que puestos a hablar de potencia ocupante de suelo árabe, Turquía se lleva históricamente la palma. El primer ministro turco ha sabido, en todo caso, encarnar una solución que no asusta, que conserva más que destruye, que afianza las creencias, que consolida la identidad, que se abre al mundo externo sin diluirse en él. Y sobre todo, que la prosperidad es posible, que puede vivirse mejor, de realidades económicas, de mejoras sociales, no de discursos inflamados y de sueños de victorias imposibles.
PRAGMATISMO/OPORTUNISMO OCCIDENTAL
Con la misma hipocresía exhibida en las primeras fases de la protesta han actuado los actores de las principales potencias occidentales (gubernamentales, militares, económicos, financieros). Se ha escogido cuidadosamente a quien se apoyaba y a quien no, a quien se dejaba caer y a quien se protegía, a quien se abandonaba a su suerte y a quien se aplastaba bajo la 'sutileza' de la 'invisible' intervención militar.
Por ejemplo: ¿Por qué en Libia si y en Siria no? No sólo porque el escenario libio parecía más claro y menos arriesgado (que también). Ni siquiera porque en Libia el veto de rusos, chinos y altermundistas se ha mostrado más débil o menos efectivo que en Siria (que también). La clave ha estado seguramente en la evaluación de riesgos y en la utilidad de los regímenes amenazados. En cierto modo, a la familia Assad le ha beneficiado que el tostadero estuviera ocupado por la familia Gaddafi. Dos operaciones militares al mismo tiempo hubiera sido excesivo: no por falta de capacidad bélica, sino por el gasto disparado del esfuerzo. Por otro lado, las consecuencias del caos previsible en Libia no son comparables a una situación análoga en Siria, que podría arrastrar al Líbano, ejercer energía negativa en Palestina y en Irak e inquietar a Irán. Todo ello en la puerta de al lado de Israel, y con el poco tiempo que le queda a Obama para intentar lo imposible. Puede que Assad este condenado, pero su liquidación tiene necesariamente que obedecer a otro guión.
LA COBERTURA MEDIÁTICA
Como ya viene siendo lamentablemente habitual, una vez agotado el espectáculo de las 'masas en la calle', el seguimiento de lo que está ocurriendo en esos lugares se evapora. Salvo los medios con más seriedad y solvencia económica, la realidad mediática es pobre. Al Jazeera llena un vacío indudable. El cambio reciente de su principal ejecutivo (desde hace tiempo esperado o temido) indica que la capacidad de presión de los clanes poderosos sigue intacta. Algunos han querido ver en la sustitución de Wadah Khanfar una venganza de saudíes y sus acólitos reales de la zona. Algo habrá de ello, pero no deben menospreciarse otros elementos de cultura empresarial. Lo cierto, en todo caso, es que las protestas árabes han consolidado el poder magnético y de conformación de la realidad de la cadena qatarí.

LIBIA: FINAL PATÉTICO, PRINCIPIOS INQUIETANTES

25 de octubre de 2011

La Revolución libia ya nos ha dejado ese testimonio negro, oscuro, inquietante que suele ser inevitable en los cambios violentos de régimen. Un Gaddaffi reducido a la condición de pelele, zarandeado, ninguneado y vejado, conducido presumiblemente a un fin indigno y molesto para los que, desde Occidente, ha propiciado su caída definitiva.
Gaddafi ha sido asesinado. De eso casi nadie con cierta capacidad de análisis puede albergar la mínima duda. Los combatientes que tomaron al asalto su feudo natal en Sirte terminaron apresándolo después de una caótica y chapucera huida. Al final, el coronel libio sintió el frío de la soledad -apenas una docena de fieles lo protegieron en sus últimas horas de vida- antes de la oscuridad definitiva y total. Una de las múltiples versiones que circularon la semana pasada es que, al cabo, se había terminado escondiendo en unas tuberías inmundas. Un zulo fue el último refugio del hombre más poderoso de Libia.
Igual que le ocurrió a Sadam, solo que el dictador iraquí fue capturado por soldados norteamericanos, y se ahorró el linchamiento. Tuvo el juicio esperable y el final no menos previsible. Gaddafi no ha gozado de la misma suerte. No es su vida lo que estaba en juego, sino lo que le restaba de dignidad. No se la permitieron. Revuelven las tripas esas escenas. No hay que extrañarse. Pedir que hubiera habido sensatez, cabeza, civilización después de todo lo ocurrido, resultaría extravagante.
Uno de los últimos acompañantes, familiar y responsable de uno de sus guardianes pretorianos, ha contado las últimas horas de Gaddafi. Rezaba, no podía hablar con nadie, por temor a ser detectado. Ni siquiera con su hijo, Mutasim, que 'organizaba' la huida y al fin compartió la misma suerte.
Gaddafi tenía una pistola cuando fue apresado. No la usó contra sí mismo. ¿Fue tan ingenuo para suponer que le respetarían? Más bien cabe suponer que se debió a razones religiosas. Imploró, según se escucha en el audio de las imágenes, en uno de los testimonios más patéticos de los últimos tiempos.
Las autoridades provisionales (nunca mejor empleado el término) prometen una investigación de los hechos. No se lo cree nadie. De hecho los combatientes respondieron con un cínico encogimiento de hombros. La autopsia realizada deja más dudas de las que resuelve. Más allá del tiro en la cabeza, ¿qué más tormento padeció el otrora 'Guía'? El portavoz de Human Rights Watch no sólo ha denunciado el linchamiento de Gaddafi sino también de, al menos, otro medio centenar de leales, ejecutados sin miramientos en un hotel de Sirte, con disparos en la cabeza y brazos atados a la espalda.
En Occidente no habrá mucha pena. Esa molestia por las incómodas imágenes del linchamiento se disipará pronto. Las reclamaciones de investigación suenan muy formales y tendrán un vuelo muy corto. Después de todo, el principio del fin se produjo después de que aviones franceses destrozaran la columna de Gaddafi. ¿Tiene algo que ver esa operación con la misión oficial (proteger a la población civil)?. Es más que evidente que no.
Lo que ahora importa a los influyentes de este lado del mundo es que los recursos del petróleo libio sirvan para abultar las carteras de pedidos de las empresas europeas que pugnarán por los contratos de reconstrucción. Numerosos hombres de negocios ensucian estos días sus zapatos en las destruidas ciudades libias asegurando sus intereses.
En quince días se anuncia un gobierno interino, para preparar las elecciones y una nueva constitución. Todo indica que la inestabilidad no ha acabado con el fin nauseabundo de los combates. Son más que apreciables las tensiones regionales. En el oeste del país se acepta de muy mala gana el protagonismo creciente de Bengazzi y la región Cirenaica. Allí se proclamó la 'liberación'. En Misrata, 'ciudad mártir', donde fue trasladado -y donde permanece- el cadáver de Gaddafi y su hijo como trofeos de guerra, se molestaron a modo. Tripoli aparecía como un lugar neutral. O más bien neutralizado. Pero se le negó el honor de albergar la ceremonia de 'liberación'. Los gaddafistas adoptan desde hace semanas el arte del disimulo. A algunos no les dio tiempo a cambiarse de bando, como si han podido lograrlo muchos de los dirigentes del CNT.
Los primeros indicios de la orientación del nuevo régimen abundan en las previsiones de un 'neoislamismo' poderoso, hegemónico. Habrá resistencia, porque muchos jóvenes no están por la labor de un repliegue piadoso. Pero parece inevitable un giro religioso. Salvando las distancias, como en Túnez, donde Ennahda (Renacimiento) emerge como la fuerza hegemónica del proceso electoral. Los que quieren ver detrás de su potencia política el dinero del Golfo pérsico olvidan la importante implantación social según las pautas de los Hermanos Musulmanes, de Hamas, de Hezbollah y de tantos movimientos islamistas. En Túnez, es más plausible la combinación de ambos factores y el poder del Islam como factor de identificación nacional y cultural antes que religioso.
Libia y Túnez, pues, tan cercanos, tan distintos a la vez, compartirán seguramente el designio dominante del proceso revolucionario árabe: muchas expectativas incumplidas, deriva conservadora, cierto mantenimiento de la dependencia occidental, pero discurso identitario nacionalista, quizás como compensación más bien 'soft' de lo anterior.

SOLAMENTE CRISTINA

20 de octubre de 2011

Sólo cuenta ella. Salvo sorpresa mayúscula y altamente improbable, Cristina Fernández obtendrá este domingo la reelección en primera vuelta como Presidenta de la República Argentina.
Los sondeos le predicen un triunfo que rondaría el 55% de los votos, diez puntos más de los que necesita para no competir en una segunda vuelta. Podría incluso conseguir la reelección con el 40%, si aventajase en diez puntos al segundo clasificado. Pero esta segunda se antoja más lejana. Todo apunta a una 'barrida' sin precedentes en la reciente historia política argentina.
Cristina Fernández se encuentra en esta situación de privilegio político -ahora insólita en Europa, aunque menos extraña en América Latina-, por méritos propios y por deméritos ajenos. Comencemos por lo primero.
ASPIRANTE, ESPOSA, PRESIDENTA, VIUDA, LÍDER
La presidenta argentina no es una mujer simpática. No lo es, desde luego, para sus adversarios, que han llegado a odiarla secreta y hasta públicamente, antes incluso de alcanzar el puesto máximo, cuando todavía era esposa...del Presidente, de Néstor Kirchner. Antes ya, incluso, en su etapa de Gobernadora de la decisiva Provincia de Buenos Aires.
Para desacreditar o neutralizar a Cristina, se dispararon todos los registros. Los que resaltaban su autoritarismo, su arrogancia, su escaso respeto por la separación de poderes, incluso su maquiavelismo, su sed inagotable de poder... Incluso sus maneras. "Es iracunda", me dijo el fallecido presidente Alfonsín, con quien nunca llegó a empatizar lo más mínimo.
Otras descalificaciones se centraban en su fragilidad real, su ausencia de proyecto de verdadero, su demagogia, su condición de puro producto propagandístico. "No se crean eso de que ha participado en todas las decisiones fundamentales", me decía Roberto Lavagna el primer ministro de Economía de su marido, Nestor Kirchner, y luego rival en las presidenciales de 2007. "Cristina cree que sabe... y no sabe casi nada", me aseguraba el mordaz periodista Jorge Lanata, en vísperas de su imperial triunfo de hace cuatro años.
A Cristina no le ha ayudado mucho su carácter, ni antes de llegar al poder, ni, por supuesto, después, ya investida de toda la autoridad. Cuando pasó por Madrid, en el verano de 2007, se permitió el lujo de bromear acerca de sus maneras bruscas. "Tengo que aprender a no mover el dedito con gesto admonitorio", dijo.
El desgaste, los errores, los pecados de soberbia hicieron retroceder el proyecto kirchnerista en 2009. La pareja perdió la mayoría en el legislativo y, por unos meses, sus rivales se frotaron las manos ante la perspectiva de un derrumbamiento, de una catástrofe.
Y ocurrió una 'catastrofe', sí, pero no ésa, no la que se esperaba, sino otra: la muerte repentina de él, de Néstor Kirchner. Hace ahora un año. Muchos pronosticaron que Cristina se derrumbaría, porque sus adversarios políticos se empeñaban en afirmar que, en realidad, no era ella la que gobernaba, sino él. Erigido en jefe indiscutible de facción, Néstor había sabido sujetar el edificio de una inclasificable izquierda peronista y aguantar el vendaval de la temida decadencia.
Como viuda, Cristina creció. Aunque se le atribuyeron problemas mentales, e incluso una deriva cierta hacia la incapacidad política en la soledad política de la Casa Rosada, la presidenta de negro ha renacido este último año. A pesar de que no han faltado reveses y escándalos (uno de los más sonados, el fraude en casa de sus amigas, las Madres de la Plaza de Mayo), fracasos y previsiones poco halagüeñas acerca de la sostenibilidad de los factores sobre los que se ha levantado la fortaleza de su proyecto, Cristina llega a estas elecciones sin rival. Acredita un crecimiento económico superior al 8% en el último trimestre, un descenso del paro a niveles no conocidos en dos décadas (7%), una mejora indiscutible de indicadores populares muy sensibles, un avance educativo reconocido internacionalmente, un salto tecnológico y la atención indisputada de las llamadas 'urgencias sociales'.
Parece importar poco, a estas alturas, el nunca resuelto dilema de la manipulación de las estadísticas, el ocultamiento o la manipulación de las cifras oficiales de inflación, que el gobierno sitúa por debajo de la mitad de ese 25% real que airean la mayoría de los economistas, casi todos ellos adversarios declarados de la señora. La mayoría de los medios de comunicación privados, punta de lanza de la oposición anti-kirchnerista, rumian desolados su derrota, después de cuatro años de pulso inclemente.
CASI NADIE ENFRENTE
Argentina ofrece buenos ejemplos de oposiciones achicharradas y oficialismos enaltecidos. Es una característica sorprendente de cierto peronismo, quizás la franquicia política contemporánea con mayor capacidad de reinventarse a sí misma. Una anécdota del fundador de la dinastía ilustra bien este fenómeno. Le preguntó en cierta ocasión un periodista al general, todavía exiliado y a la espera en su chalé madrileño de Somosaguas, que pensaba hacer para regresar al poder. "Nada -contestó Perón-. Lo harán todo mis adversarios".
Cristina podría decir algo similar. No le ha hecho falta acumular aciertos y logros -que también puede acreditarlos-, después del aviso de debacle política -la derrota legislativa de 2009- y del mazazo personal de 2010 -la PÉRDIDA, así con mayúsculas, del marido, compañero y "visionario". Se ha limitado a facilitar los errores de sus oponentes. La oposición se ha entregado a una batalla cainita por conseguir el dudoso puesto de 'outsider'.
El radicalismo, ahora liderado por un confuso Alfonsín (Ricardo, hijo del respetado Presidente), parece sumido en un marasmo sin retorno. La mercurial Elisa Carrió, látigo de los Kirchner con sus denuncias sobre la corrupción del entorno matrimonial, se ha diluido en la irrelevancia. Los rivales de la pareja en el peronismo parecen entregados a una rivalidad sin alcance. Duhalde sigue masticando su estéril rencor. El local y reducido caudillaje de Rodríguez Saa en la esquinada y diminuta provincia de San Luis es pura presencia testimonial.
El único que parece salvarse del naufragio es Hermes Binner, el líder del minúsculo Partido Socialista. Desde su feudo en Santa Fe, provincia próspera del interior, proyecta un prestigio más bien personal, patricio, elegante. Pero, me comentaba estos días un periodista de CLARIN, "no logra consolidar una propuesta política que se diferencia de este gobierno, no tiene un discurso diferenciador, no tiene propuesta alternativa, se deshace en críticas poco sólidas, tampoco seduce, su modelo político es muy similar al del gobierno". En todo caso será segundo, un distante segundo: un improbable líder de una oposición desaparecida.
La previsión más razonable es que las resistencias a Cristina no procedan de las bancadas políticas, ni siquiera de los titulares de prensa, sino del ciclo económico adverso que ya se teme. Si las tasas de crecimiento menguan, los márgenes de generosidad social se estrecharán y el peronismo se podría convertir de nuevo en rana, siquiera por un tiempo. Emergerán de nuevo los intereses corporativos (agrarios, financieros), que plantaron cara a los Kirchner a mitad de la década pasada, con poco éxito. Habrá que ver entonces si Cristina es capaz de hacer honor a esa apelativo de 'Lady Teflón' con que la bautizó un comentarista. De momento, sólo ella brilla con luz propia en la equivoca constelación política argentina.

ESTADOS UNIDOS Y FRANCIA: ESPEJOS Y ESPEJISMOS ELECTORALES

13 de octubre de 2011

Se aproxima un año -o, si se quiere, un curso- cargado de citas electorales en dos países marcadamente influyentes, Estados Unidos y Francia, los que habitualmente marcan tendencia, al menos en España, incursa a su vez en el mismo proceso político.
Los dirigentes que defienden sus puestos se afanan por buscar un mensaje salvador con el que compensar la falta de un programa ganador. Si por programa se entiende un compromiso firme, realizable; y por ganador, un respaldo sólido, inequívoco del electorado. Por su parte, los aspirantes intentan hacer creer que disponen de la clave para superar la catástrofe actual, aunque en privado admiten que sus posibilidades se deben más al desgaste de sus rivales que a la viabilidad de sus propuestas.
OBAMA, ENTRE LA HISTORIA Y EL ABISMO
En Estados Unidos, el incumbent, el titular del puesto presidencial, Barak Obama, batalla por recuperar el pulso que tanta esperanza (demasiado ingenuamente) despertó en 2008. Los presidentes norteamericanos se toman su reelección por una cuestión de orgullo personal, de acreditación política. No ser reelegido equivale a fracasar sin matices.
Obama afronta ahora una reelección que la crisis y sus propias vacilaciones han complicado más de lo que muchos se imaginaban cuando se sentó en el despacho Oval. La gran esperanza de renovación de América ha quedado convertida en un mal menor, en un relato convencional y conocido. Su base social le exige más compromiso, otra política, otras políticas. La derecha lo presiona, lo arrincona, lo obliga a rectificar, lo pone contra la pared de la crisis, del desempleo, del tramposo discurso de los 'values' (valores, principios... pamplinas).
Un año tiene Obama para recuperar el encanto perdido. Un año para recomponer su agenda, liquidar responsable pero firmemente guerras inútiles y carísimas y ocuparse de lo que necesita la mayoría social: puestos de trabajo, un sistema sostenible de salud y bienestar social, una solución justa y fiable de la emigración.
El movimiento indignado que 'ocupa' Wall Street ha sido visto como un 'tea party' al revés. No está claro. Como resaltan Naomi Klein y Katrina Van den Heuvel en THE NATION, no se encuentran fácilmente pancartas en favor del presidente en esas concentraciones cívicas de protesta contra el sistema. Aunque Obama no renuncie a seducir a esos desencantados, la maquinaría demócrata teme que la clase media se espante de su aparente 'radicalismo'.
Tiene Obama a su favor el desconcierto republicano. Más allá del lamentable cacareo del 'tea party', la derecha estadounidense sólo parece capaz de destruir. Destruye sus bases más sólidas para entregarse a experimentos ficticios, liquida candidatos o pseudo candidatos, ignora deliberadamente soluciones reales. Las escaramuzas han dejado en el camino, o dañado seriamente, a hombres de paja (Pawlenty) o de plomo (Perry), a mujeres de látex (Bachman, Pallin). Ahora el 'front runner', el favorito del momento, es el ex-gobernador de Massachussets, Mitt Romney, demasiado conservador para ser del nordeste, demasiado liberal para los dueños del santo grial republicano.
Pero surge una figura que puede equilibrar el debate, un 'Obama de derechas', con pedigrí de 'self made man'... ¡Sureño y negro! Un afroamericano de derechas. Si no resultó suficiente la primicia de un negro candidato en 2008, ahora serían dos los descendientes de esclavos luchando por el poder máximo. Se llama Herman Cáin. Familia humilde, empresario exitoso, mano dura en los negocios (reflotamiento de un pizzería), pico de oro en las tertulias, buen manejo de los medios... Y, last but no least, resonancias islamófobas. Un contrapeso perfecto para el elocuente Obama. Un duelo con morbo. Dos 'gladiadores' para el circo ya incuestionable de las elecciones norteamericanas.
http://www.guardian.co.uk/world/2011/oct/08/herman-cain-pizza-boss-whitehouse
FRANCIA: UTILIDAD DE LA MEDIOCRIDAD
En Francia, los socialistas se encuentran en pleno fragor primario para decidir el mejor rival de Sarkozy. Es de esperar que acierten, pero no pocos pensamos que el mejor rival del actual presidente es él mismo... La crisis económica y financiera ha desnudado las carencias de este político demasiado acorde con los tiempos. Atrapado entre la ambición de romper con el pasado y la tentación de seguir utilizando los mismos resortes de siempre, Sarkozy sólo habrá dejado el legado de una gestión con aroma autoritario y escasa originalidad, un dudoso glamour. Y las mismas sospechas de siempre sobre la honestidad de la práctica política.
Los socialistas elegirán entre dos figuras que en otro tiempo serían menores, pero hoy se presentan como destacables. Buenos ministrables, quizás jefes de gobierno, pero, por mor 'de lo que hay', aspirantes al Eliseo. François Hollande parece mejor colocado que Martine Aubrey. Al primero se le sitúa más a la derecha que a la segunda. Pero el desconcierto de la izquierda francesa (de toda la izquierda europea) convierte esas referencias en palabrería. Cada uno destaca de su curriculum lo que le falta a su rival. Hollande controla más el aparato político, pero carece de experiencia gubernamental. Aubrey aventa su imagen de 'ministra de las 35 horas', frente a su contestado liderazgo partidario.
Los dos cabalgan sobre el fracaso de su antecesora socialista, la malograda Segoléne Royal, perdida en un discurso sin mensaje, en la confusión sublimada del socialismo francés. Ahora, la candidata derrotada en 2006, dice apoyar a su ex-marido, Hollande, del que se separó en plena campaña al hacerse pública la infidelidad conyugal de él. Es una incógnita hasta qué punto Hollande agradecerá este gesto de 'la madre de sus hijos' o lo sentirá (resentirá) como un 'regalo envenenado' de su 'antigua compañera'.
Por contra, Aubrey cuenta con más posibilidades de hacerse con el respaldo del outsider socialista, Arnaud Montebourg, el tercero en la primera ronda de las primarias. Su mensaje vagamente altermundista, crítico con el sistema, ma non troppo, se encuentra más cerca del sesgo 'izquierdista' de la alcaldesa de Lille. Pero el nuevo 'enfant terrible' del socialismo francés espera ofertas, antes de pronunciarse. A nadie sorprendería que ante la perspectiva de una buena cartera gubernamental recortara o recondujera algunas de sus propuestas más 'atrevidas': la 'tutela pública de los bancos', la fiscalidad exigente de las finanzas, la eliminación de los paraísos fiscales, una 'desmundialización' (fórmula más moderna del viejo proteccionismo), el combate (reforzado) contra la corrupción, la renovación (o superación) de la Quinta República en favor de un sistema más parlamentario, menos atrofiado en la cabeza del Estado...
(http://www.lemonde.fr/politique/article/2011/10/11/programmes-montebourg-plutot-moins-eloigne-d-aubry-que-de-hollande_1585448_823448.html)
En todo caso, por encima de las disputas nominales, la ocasión podría ser útil para estimular el debate sobre una necesaria salida progresista de la crisis. Si eso es todavía posible...

ENEMIGOS ESCURRIDIZOS, ARMAS CASI PERFECTAS, ÉTICA DUDOSA

6 de octubre de 2011

La eliminación del clérigo Anwar Al-Awlaki en el norte de Yemen, en una operación de la CIA, ejecutada por un avión pilotado a distancia (drone), ha merecido menos atención mediática de la que probablemente merecía. Y ello, por varias razones: 1) la importancia del objetivo (equiparable a Bin Laden, en estimación de algunos expertos); 2) las consideraciones éticas sobre le legitimidad (y la legalidad) de la equívocamente denominada ‘guerra contra el terror’; y 3) la confirmación de los drones como arma pivotal de la estrategia militar en esta aparente fase final de la campaña contra el extremismo islámico.
EJECUCIONES EXTRAJUDICIALES
El clérigo Al Awlaki es un caso singular de líder islamista combatiente. Era de origen norteamericano y nunca perdió su nacionalidad. Hablaba un inglés no sólo perfecto, sino plagado de giros propios de los barrios de San Diego y otras ciudades donde predicó durante años. Hijo de padres yemeníes, sólo regresó al país de su familia en 2004, para incorporarse a la franquicia de Al Qaeda en la Península arábiga. El debilitamiento de las milicias islámicas le confirió pronto una notable importancia, puesto que,tras las operaciones militares en Afganistán y Pakistán, el epicentro de la lucha yihadista se estableció en Yemen.
Ahora bien, Al Awlaki no era un líder militar. Se trataba de un ideólogo, un inspirador. Los servicios antiterroristas norteamericanos lo consideraban como una especie de Goebels de Al Qaeda. Su huella ha querido verse en tres de los acontecimientos terroristas más sonados en Estados Unidos desde el 11-S: el frustrado atentado sobre el aeropuerto de Detroit, el envío de explosivos a Chicago y la matanza perpetrada por un suboficial musulmán norteamericano en un cuartel de Texas. Los protagonistas de esas acciones se dijeron seducidos o inspirados por este clérigo de mirada miope, aire intelectual y aspecto frágil. En THE ECONOMIST se leía esta semana que Al-Awlaki tenía la habilidad de “estimular las zonas erógenas de jóvenes musulmanes desafectos en Europa y América, capturar su imaginación, persuadirlos de viajar a Yemen para ser entrenados y luego enviados de nuevo a sus países como terroristas del tipo ‘lobos solitarios’, dispuestos a esperar y golpear…”.
La caracterización del semanario británico codifica bastante bien la imagen que se ha construido en Occidente de la actual generación de líderes y militantes yihadistas. El fanatismo, la falta de empatía, el desprecio por la vida humana, la deshumanización… Como suele ocurrir con la propaganda, elementos de la realidad se confunden con interpretaciones, prejuicios y manipulaciones groseras. En todo caso, después de dos años de persecución fallida, Al Awlaki se había convertido en ‘most wanted’, el enemigo más codiciado por los ‘guerreros antiterroristas’.
En un comentario para la publicación electrónica THE DAILY BEAST, Bruce Riedel, asesor en los primeros meses de Obama y uno de los principales expertos en yihadismo, cree que Al Awlaki era, efectivamente, un comunicador eficaz, un propagandista apasionado, pero no un líder operativo. Conocía o trató a tres de los 19 operadores del 11-S, pero parece comprobado que no tuvo nada que ver con el magno atentado de 2001. ¿Por qué Obama, al notificar su eliminación, lo calificó de ‘líder de las operaciones externas de Al Qaeda en la Península Arábiga? Sencillamente, para justificar la decisión de acabar con él.
UN COMPLICADO DEBATE ÉTICO
Es cierto que, en el momento de ser liquidado, Al Awlaki iba acompañado de otros dos miembros destacados de Al Qaeda. Uno de ellos, era Samir Khan, fundador de la web islamista ‘Inspire”. También de origen estadounidense, se autoproclamaba orgullosamente un “traidor a América”. El otro era Ibrahim Al Ashiri, supuestamente el ‘ingeniero’ que habría diseñado los últimos explosivos atribuidos a Al Qaeda.
La Casa Blanca había solicitado un informe jurídico para avalar la caza y eliminación del clérigo. Al ser ciudadano norteamericano, cualquier acción del gobierno contra su vida podría constituir un delito, un crimen. El dictamen lo filtró el pasado fin de semana el WASHINGTON POST. Los argumentos para esta nueva ‘ejecución extrajudicial’ son, básicamente, los siguientes: el objetivo era alguien que estimulaba e inspiraba el asesinato de otros ciudadanos norteamericanos; además, se había alistado en un bando declaradamente enemigo de Estados Unidos; y, finalmente, resultaba casi imposible detener, por las circunstancias y características del país donde operaba y se movía.
Organizaciones y comentaristas críticos no se consideran satisfechos con estas consideraciones legales que se han empleado para legitimar la acción. La American Civil Liberties Union (ACLU), una de las principales ong’s de acción cívica de Estados Unidos, condenó la operación y podría emprender acciones legales. En THE NATION, el columnista Tom Hayden cree que la “necesidad política” que ha guidado la decisión de Obama podría comportar “graves consecuencias”, más allá de su inmediato rédito político. El procedimiento seguido contra Al-Awlaki y sus secuaces –señala Hayden- ha sido el denominado ‘prosecutorial model’, típico de la actuaciones encubiertas en la guerra contra el narcotráfico, la criminalidad organizada (Mafia) o, más reciente, el terrorismo. Aparentemente eficaz, este modelo arroja muy serias dudas sobre la salud del Estado de derecho, previene el control y escrutinio público y es susceptible de todo tipo de abusos. A la postre, recuerda Hayden, no es fácil de identificar el beneficio que estas actuaciones han reportado a los suburbios de numerosas ciudades norteamericanas. Ni al prestigio del sistema político norteamericano, cabría añadir.
¿UN INSTRUMENTO PERFECTO?
El otro elemento sugestivo del caso Al-Awlaki es la consagración de los aviones pilotados a distancia como instrumento definitivo en la lucha contra el terror, en concreto, en la eliminación de objetivos especialmente escurridizos. El clérigo ahora liquidado había escapado en varias ocasiones. Los servicios de inteligencia lo rastreaban día y noche. Finalmente, detectaron su presencia en una región remota de Yemen. Estaba privado del apoyo que habitualmente recibía de algunas tribus locales. Las autoridades yemeníes se han sentido picados en su orgullo, porque los norteamericanos no han reconocido públicamente la importancia de su contribución en la localización del objetivo. Después de todo, el caos político que vive Yemen, tras la huida del presidente Saleh (momentáneamente de regreso, aunque no se sabe por cuánto tiempo), había perjudicado la labor local ‘antiterrorista’ en el país. En todo caso a la postre, en la eliminación de Al Awlaki ha sido decisivos los drones, los aviones Predator, armados con misiles hellfire.
Este último éxito compensa polémicas previas, ya que no siempre han sido tan precisos estos aviones pilotados a distancia. Una reciente investigación del NEW YORK TIMES desvelaba que la CIA había minimizado los denominados ‘daños colaterales’; es decir, las víctimas civiles. Los ‘drones’ son ‘cachivaches’ muy caros. Le cuestan al contribuyente 5 mil millones de dólares. Pero mucho más cara resulta la guerra sin ellos. Quizás también por eso, Obama parece convencido de su uso generalizado. Durante sus casi tres años de mandato, los ‘drones’ han realizado una operación cada cuatro días (frente a una cada cuarenta, en los años de Bush). Los generales han pedido duplicar la asignación presupuestaria para seguir aumentando la flota.
Los ‘drones’ no se pilotan desde cabina, pero eso no quiere decir que ‘vuelen solos’. Se estima que cada aparato precisa de la atención y el seguimiento de 150 personas. Los militares reconocen que no es un instrumento perfecto, pero sí el más indicado, dadas las circunstancias de ‘esta guerra’. Al ser capaces de fijar la atención en un área fijada, ‘sin parpadear’, durante 18 horas seguidas, resultan especialmente adecuados para ‘cazar’ objetivos humanos singularmente escurridizos.
Más allá del uso de los ‘drones’, la ‘guerra contra el terror’ ha difuminado las fronteras entre las acciones de inteligencia en el exterior, las operaciones encubiertas y las acciones abiertamente militares. No es casualidad que el flamante director de la CIA sea el laureado General Petraeus, que lo ha sido todo en las guerras norteamericanas de este siglo XXI. La ‘militarización’ de los aparatos de inteligencia, como señala THE NEW YORK TIMES, tiene enormes repercusiones legales y políticas. Pero también morales. THE ECONOMIST, en una reflexión sobre los aspectos éticos en relación con el uso y resultado de los ‘drones’, admite su bondades técnicas, pero se pregunta si al servicio de las operaciones militares, cada vez más frecuentes, de la CIA, se debilita el exigible control del cumplimiento de las ‘normas de la guerra’.
Se trata de un debate apasionante sobre el que será preciso volver, porque impregnará toda la reflexión sobre el sentido y la práxis de las guerras presentes y futuras en este mundo unipolar.

RUSIA: LA MATRIUSKA INVERSA

29 de septiembre de 2011

No hay sorpresas en la 'matriuska política' de estos tiempos en Rusia. La figura de Putin contenía la de Medveded y la de ésta llevaba en su interior la de su antecesor. El símil es válido, con una reserva. El tamaño del 'segundo Putin' no será necesariamente inferior al primero. Se trata tan sólo de un efecto óptico. Pronto, si no ya mismo, esa 'matriuska putiniana' crecerá y crecerá hasta alcanzar la misma dimensión y se convertirá en gemela de la anterior. Si no mayor.
Putin volverá a la presidencia. Pocos lo dudan. Sólo hace falta que las elecciones del próximo mes de marzo. La verdadera decisión se conoció hace unos días, en el transcurso del Congreso de Rusia Unida, el principal partido del país, el partido de Putin, de Medvedev, el aparato político de la nueva nomenklatura.
EL SENTIDO DEL TÁNDEM
Que a nadie haya sorprendido la noticia no significa, empero, que tenga menos alcance e importancia. Es cierto que Putin ejercía una especie de tutela sobre el actual Presidente Medvedev y que la transición tenía, según sospechas aparentemente confirmadas, camino de regreso. ¿Poli bueno y poli malo?, según ciertas percepciones occidentales? Pues... quizás. Algunos observadores y, lo que resulta más relevante, conspicuos gobiernos consideraron que el 'descenso' de Putin en la escala del poder ruso abría la oportunidad de una apertura y una liberalización del régimen. Tanto política como económicamente. Medvedev alentó esas expectativas con decisiones singularmente reformistas. Lo que nunca estuvo claro es que las hiciera sin el consentimiento y su sucesor/antecesor, mentor y patrono, Vladímir Putin.
La clase política y la burocracia diplomática y estatal norteamericana se aferraron a los gestos y medidas calculadas de Medvedev para apostar por un nuevo marco de relaciones con Moscú. La administración Obama, siempre tan voluntariosa (sin ironía), quiso codificar esos nuevos tiempos con el término 'reset'. O sea, 'resetear' las relaciones bilaterales: coloquial y significativo al mismo tiempo. El objetivo estratégico era superar, de una vez, las dos décadas de confusión, desconcierto e inquietud creciente que había dejado el vacío causado por la desaparición de la URSS. La guerra fría, la coexistencia pacífica, el deshielo, toda esa ristra de conceptos, tanto políticos como publicitarios, no habían encontrado un sustituto estable. El 'partenariado' que se intentó durante los caóticos años de Yeltsin se disolvió por la crisis del post-comunismo. La vuelta a unas maneras fuertes, dizque autoritarias, no supuso una vuelta a los años cincuenta, desde luego, pero dejó en suspenso, la definición de las relaciones entre la 'nueva Rusia' y el perplejo Occidente.
Que Rusia volvería a ciertas formas de autoritarismo era algo que muchos predijeron. Pero como la mayoría lo hizo desde latitudes supuestamente derrotadas (comunistas, socialistas, teóricos y politólogos de izquierda), los dueños del relato de esta última generación rechazaron desdeñosamente el diagnóstico. La rigidez ultraliberal expandía un optimismo sin rubor. En los años de Yeltsin costaba que en Occidente se reconociera que no había motivos para la satisfacción y que todo el proceso de transición en Rusia había sido un completo desastre y no tenía otra salida que una involución encubierta. No hacia el comunismo, por supuesto. Pero sí hacia formas políticas de dudoso pedigrí democrático.
Putin, criatura del KGB, supo convertirse en intérprete de una grandeza posible, tras años, décadas, de decadencia. Una grandeza huérfana de ideología, pero pletórica del orgullo que proporciona el manejo de materias primas codiciadas a este lado de los Urales. Frente a la liberalización culposa, ventajista y, en cierto modo, criminal de los primeros noventa, se impuso un modelo de control económico desde el Estado, más oligopólico que estatista. No se persiguió la propiedad privada ni los negocios particulares, ni siquiera los grandes. Lo que Putin y su gente hicieron fue asegurarse que el enriquecimiento particular o sectario correría parejo al fortalecimiento de las estructuras del poder público. Una especie de capitalismo de Estado, con Rosfnet (petróleo) y Gasprom (gas), como buques insignias. Como no cabía adoptar la vía china, se diseño y desarrolló un modelo que restablecía la 'autoridad' sin espantar a los negocios. Salvo, claro, a los que se creyeran tan arrogantes de desafiar al Kremlin, Jodorkovsky en cabeza. Con ellos, se aplicaría una 'terapia' ejemplar. Lo que no estuviera en el manual del KGB se podía encontrar en usos y costumbres del capitalismo mafioso, que ha sido un rasgo persistema del sistema que sucedió al 'socialismo real' en los antiguos países del 'Este'.
Medvedev proyectó una cierta relajación de ese modelo neoautoritario. En lo político y en lo económico. Pero, si compramos la idea de que el regreso de Putin estaba pactado desde un principio, como el propio tándem aseguró durante el mencionado Congreso de Rusia Unida, parece sensato suponer que hemos asistido a un proceso y no a una rectificación. Ya como primer ministro de Putin, Medvedev introdujo elementos liberalizadores y un lenguaje subliminal de atracción para Occidente. Visibilizaciones positivas.
LAS NUEVAS EXIGENCIAS
Siempre según la pareja complementaria, Medvedev también volverá a ser el jefe del gobierno. Los ciclistas cambiarán de posición. Pero la ruta será la misma. Y la máquina. No obstante, algunos partidarios de Medvedev se confiesan desencantados estos días. Pretenden hacer creer que a su jefe le han forzado la mano y que, quizás, no estaba tan seguro de que volvería a ocupar el asiento trasero, o el del copiloto. Puede ser. Pero suena extrañamente cándido.
Los analistas estiman que el modelo ruso de crecimiento basado en la exportación de los preciados tesoros energéticos se ha agotado. El petróleo y el gas constituyen la sexta parte del PIB ruso, pero aportan casi la mitad de los recursos fiscales del Estado. Sin embargo, este especular prestigio ruso no es sostenible por mucho más tiempo. Sobre todo, en lo que hace al petróleo. Se espera un nivel de producción de crudo no superior a los diez millones de barriles diarios. Los capitales extranjeros serán necesarios, imprescindibles, incluso. En todo caso, insuficientes: se anticipa un horizonte de endeudamiento para Rusia. Sólo una mano firme puede modelar y conducir. ¿Quién mejor que Putin -proclaman sus publicistas-, que ha demostrado no arrugarse y saber navegar en aguas turbulentas?
La Casa Blanca, a través de discretos portavoces, se ha mostrado cautelosa, sobria. No se cree en Washington que haya que plantearse el 'reseteo'. Se ha acudido a la socorrida fórmula de que no se han hecho políticas basadas en personalidades, sino en intereses estratégicos. Como tampoco se ha querido hacer alarde de la ausencia de sorpresa por el 'gambito' del Kremlin. Todo seguirá igual. Previsiblemente.
Si el primer Putin gustaba de presumir de haber restaurado la 'tranquilidad' en la población, tras años de zozobra e incertidumbre, el gran reto del segundo Putin es devolver la prosperidad al ruso medio y sacar de la pobreza a millones de ciudadanos. Las encuestas apuntalan su imagen de 'hombre fuerte y solvente'. Casi el 60% de la población lo quiere de nuevo al volante, aunque su partido pierda fuelle. A la mayoría de los rusos, el nuevo autoritarismo que pronostican algunos medios occidentales (menos las cancillerías, más pragmáticas) les resulta indiferente. Más aún: conveniente. Parecen querer más de lo mismo, pero en su versión menos edulcorada (la de Medvedev, menos popular). Los 'liberales' rusos se resienten. Algunos incluso piensan en el exilio (dicen algunos diarios norteamericanos) y recuerdan que si Putin agotara los dos mandatos de seis años que la reforma constitucional, realizada bajo el mandato de Medvedev, le permitiría cumplir, habría completado el periodo más largo de un dirigente en el poder, en lo que va de siglo. Sólo le habrá superado Stalin. Putin tendría para entonces, 2014, setenta y dos años. ¿Será el final definitivo de su carrera política?