GRECIA: UN PASO ADELANTE ¿HACIA DONDE?

30 de junio de 2011

Así calificó el presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durao Barroso, el voto favorable del Parlamento griego al nuevo programa de austeridad exigida por las instituciones internacionales para seguir liberando créditos con que afrontar el pago de la deuda.
¿Pero un paso hacia donde?
El contenido del programa es bien conocido: aligeramiento del déficit público en 28 mil millones de euros (mediante la combinación de recorte de gastos y subida de impuestos) y venta de bienes públicos y empresas estatales por valor cercano a los 50 mil millones de euros.
El recorte es brutal y no afectará simplemente a capítulos marginales: reducirá aún más de lo que ya lo ha hecho, la calidad de vida de los griegos, por lo demás ya deteriorada en amplitud y profundidad.
Las privatizaciones, tal y como están planteadas, con este sentido de urgencia y este ambiente de saldo, no es seguro que consigan sus propósitos de ingresos. O que sea pan para hoy y miseria para mañana. Recientemente, en una conversación con THE NEW YORK TIMES, el presidente de las Cámaras de Comercio griegas, afirmaba que aún siendo partidario de las privatizaciones (como corresponde a su condición de empresario), la modalidad, el calendario y probablemente el precio de arranque de la puja, sean claramente equivocados. “Va a ser como vender las joyas de la abuela por un precio mísero con respecto a su valor real”, decía Konstantinos Mihalos.
Con el resto del paquete, no hay menos dudas. Desde posiciones keynesianas, es evidente que estos tratamientos producen escalofríos, no sólo por los efectos sociales que provocan, sino, desde un enfoque más frío, más distante, por los escasos y hasta contraproducentes efectos que han generado en experiencias anteriores. En su editorial de este jueves, el diario británico de centro-izquierda THE GUARDIAN compara el caso griego con el argentino de la década pasada. Y ya se sabe en qué termino aquello.
Otro diario británico en cercana latitud ideológica, THE INDEPENDENT, señala unantecedente más cercano, el irlandés. Con parecidas recetas, el llamado a ser ‘tigre europeo’ ha quedado reducido a un gatito escuálido y anémico. “Después de cuatro presupuestos austeros en solo dos años, Irlanda ha entrado en su cuarto año de depresión”, recuerda el diario.
EL RIESGO DEL ABISMO
En realidad, en el caso de Grecia, no hay que esperar a que se confirme una catástrofe similar. Ya es un hecho que el primer programa de austeridad del primer ministro Papandreu no funcionó. Sólo ha servido para deprimir a la economía griega, debilitar aún más su capacidad de respuesta. “A los griegos les piden que acepten más dosis de una medicina que ya ha fracasado en el tratamiento de la enfermedad”. Son palabras, citadas por el NEW YORK TIMES, de Simon Tilford, economista jefe del Centro para la Reforma Europea, entidad radicada en Londres.
¿Por qué empeñarse, por tanto, en esas recetas? Porque Papandreu sabe que los grandes inversores pueden colocar al país al borde del abismo. O más allá de él. Antes de la votación advirtió a los diputados: “podríamos vernos obligados a cerrar nuestro sistema de salud y nuestras escuelas, y recortar las pensiones y el salario de los empleados públicos en un 70-80%”. Y Papandreu sabe quiénes pueden obligarlo a una catástrofe tan humillante.
Los bancos alemanes y franceses, pillados por las deudas, están presionando en Bruselas para recuperar su dinero. Los políticos europeos temen que, si Grecia quiebra, el equilibrio financiero se tambalee y todo el sistema en torno al euro se venga abajo, porque tras el martirio griego le llegue el turno a otros países débiles de la eurozona, con España en cabeza de la lista. Se trataría, por tanto, de esquivar una catástrofe mayor, a costa del sufrimiento indescriptible de los griegos. Se admite la injusticia de la situación, pero se evocan razones de fuerza mayor, ausencia de alternativas reales en este minuto de la situación.
Puede ser, pero estos argumentos sirven tan sólo para domesticar o doblegar a los parlamentarios del PASOK, muchos de los cuales votaron a favor del programa de austeridad con gran dolor de su corazón y con plena quiebra de sus convicciones y sensibilidades políticas y personales. A la postre, sólo un diputado socialista votó en contra. Curiosamente, el que más había voceado su oposición, Alexandros Atanasiadis, se plegó finalmente al mensaje dramático de su jefe de filas y otorgó su voto afirmativo. Eso le valió un ‘saludo’ poco amable de los manifestantes, que protagonizaron la protesta más violenta hasta la fecha en el centro de Atenas. La batalla campal posterior al respaldo parlamentario del programa de recortes augura un periodo de agitación, inestabilidad y desconfianza.
Esta deriva de la crisis política y social hacia una cuestión de orden público puede oscurecer, agobiar emocionalmente el debate y dificultar aún más una gestión razonable de la situación. El analista Kostas Panagópulos considera en declaraciones a THE GUARDIAN que la respuesta de los ‘indignados’ no es del todo espontánea y que “la mayoría de los griegos se percata de que la situación es muy difícil, que las medidas van a resultar muy dolorosa, pero aceptan el cambio que van a provocar”.
Sin embargo, hay opiniones encontradas sobre la respuesta de los ciudadanos ante la gravedad de los sacrificios que están atravesando. Algunas encuestas indican que el 80% rechaza las medidas de austeridad. Otras, en cambio parecen sugerir que poco a poco se ha ido imponiendo un clima de pesimismo, de fatalismo, incluso, que conduce a la resignación dentro del malestar. Probablemente, ambas cosas sean ciertas: el malestar y la resignación. Muchos ciudadanos griegos admiten que se ha vivido por encima de las posibilidades y que el Estado ha sido manirrota, despilfarrador, descuidado, con la esperanza de que sus socios europeos se mostraran comprensivos –o al menos, no tan severos- ante sus comportamientos. El agravamiento de la crisis global ha dejado sin crédito a los políticos griegos. No es exagerado afirma que Grecia ha entregado su soberanía y permanecerá bajo tutela mucho tiempo.
UNA OPOSICIÓN IRRESPONSABLE
Mención aparte merece la actitud de la derecha griega, que ha actuado con una hipocresía desvergonzada. Amparado en la excusa de la debilidad socialista, ha negado el apoyo a un programa que hubiera promovido y defendido de haberse encontrado gobernando. Finalmente, se ha limitado a respaldar el capítulo de las privatizaciones, en un gesto de puro oportunismo.
El líder de Nueva Democracia, Antonio Samaras, parece haber puesto por delante la oportunidad de carbonizar al PASOK, antes que enviar a Bruselas, a Europa, un mensaje de corresponsabilidad, de generosidad política. Confía en sacar partido de la catástrofe. Y seguramente lo hará, pero como señala LE MONDE en un jugoso perfil, no es la primera vez que Samara explota a fondo el populismo para inflar sus réditos políticos. Lo hizo durante la guerra yugoslava, en particular por su posición “intransigente” en la cuestión de Macedonia.
Sus posiciones intransigentes y extremadamente nacionalistas y populistas empujaron a Samaras a salirse de Nueva Democracia para fundar un partido nuevo, que no cuajó. Hace dos años se convirtió en hijo pródigo, y tras una campaña polémica, se hizo con el liderazgo del partido que había abandonado, desplazando para ello a la hija del histórico líder Constantin Mitsotakis.
Muy pocos observadores independientes creen que Samaras sea sincero cuando dice que él forzaría una renegociación del programa de austeridad. Es pura impostura política.

EL CALVARIO GRIEGO

22 DE JUNIO DE 2011

El primer ministro socialista griego, George Papandreu, salvó el primer obstáculo político para obtener fondos de los prestamistas con que afrontar la deuda del país. De los aspectos económicos y financieros de la situación y de las soluciones barajadas en Bruselas y en el FMI se ocupan otras firmas más cualificadas de esta página. Me concentro en señalar los aspectos políticos y diplomáticos de esta crisis.
UNA MAYORÍA TAMBALEANTE
El gobierno griego dispone de una mayoría exigua. El voto de confianza lo obtuvo por 155 votos a favor y 143 en contra. No está claro que pueda sacar adelante el llamado programa de medio mandato que se le exige desde las distintas instituciones políticas y financieras europeas e internacionales para evitar la quiebra. Los socialistas del PASOK viven un drama descarnado. Muchos de ellos no están convencidos de que se esté haciendo justicia con las medidas que les propone su líder. Ni siquiera están seguros de que sean inevitables. EL PASOK ha mantenido históricamente posiciones que pudiéramos denominar 'radicales' o más a la izquierda, en comparación con las sostenidad mayoritariamente por la Internacional Socialista en Europa. En los últimos años, esa tendencia se ha ido atemperando. Los sucesivos liderazgos -algunos concluidos en sonoros fracasos- han empujado al Partido Socialista Panhelénico hacia posiciones más centradas.
Aún y todo, en la tensa y crispada sesión del martes por la noche en el Parlamento, algunos diputados socialistas advirtieron que otorgaban su voto de forma condicional y temporal, no un cheque en blanco, no como anticipo de futuros respaldos que exigirá el Primer Ministro.
El siguiente acto del drama se oficiará la semana que viene cuando se presente el segundo programa de austeridad, el que debe abrir la vía para que se desembolso la siguiente partida (12 mil millones de euros), perteneciente al crédito total superior a los 100 mil millones que se decidió hace unos meses para evitar la quiebra del país.
Las líneas maestras de ese tratamiento de choque son conocidas: recortes del gasto público por valor cercano a los 30 mil millones de euros de aquí a 2015, venta de bienes estatales hasta conseguir un monto que se aproxima al doble de la cantidad anterior y un incremento de los impuestos, según distribución e impacto aún por conocer.
Papandreu, muy consciente del riesgo más que probable de que se cuarteen y deserten sus propias filas, sacrificó al impopular y poco convicente Ministro de Economía que pilotó el primer programa de austeridad y lo ha sustituido por Evangelos Venizelos, un peso pesado del PASOK. Otrora defensor de causas más populares, el actual timonel de la frágil economía helénica afirmó con apasionadamente la noche del martes en el Parlamento que era el momento de derrotar la desconfianza propia y ajena en el porvenir de Grecia.
Este ambiente de peligro existencial del país fue evocado también por el propio Papandreu para neutralizar el malestar interno en las bancadas socialistas. Se trataba de ganar tiempo, decía el miércoles, con esas o parecidas palabras, los principales diarios internacionales, en particular los más cercanos a los medios financieros y económicos.
LA CARTA DE UN GOBIERNO DE UNIDAD
Papandreu maneja otra carta por si la fidelidad de los suyos se resquebraja. Antes de resignarse al rechazo del segundo programa de austeridad, intentará lograr el apoyo de la derecha, de los conservadores de Nueva Democracia. Pero no será fácil. Su líder, Antonio Samaras, se ha mostrado esquivo, pero no ha cerrado la puerta. Después de todo, si cae el gobierno de Papandreu y las elecciones anticipadas se hacen inevitables, no es descartable un vuelco político que ponga en sus manos la responsabilidad de gobernar. Al márgen de las declaraciones públicas, en la derecha se viviría esa eventualidad como un regalo envenenado.
Samaras le exige a Papandreu un recorte de impuestos junto a un mayor recorte de gastos, frente al incremento impositivo que plantean los socialistas para que cuadren las cuentas medianamente.
El problema de fondo es de legitimidad, y eso es lo que plantean miles de atenienses en la céntrica Plaza Sintagma, donde se ubica el Parlamento, desde que hace unas noches se revitalizó el movimiento de protesta. El programa de austeridad puede ser una exigencia de difícil discusión. Pero no es menos cierto que hace recaer la factura de los errores sobre la mayoría de unos ciudadanos que no pueden ser considerados responsables de lo sucedido. El endeudamiento de Grecia se ha debido a una combinación de mala gestión, irresponsabilidad política e inercia de una cultura de gobierno muy arraigada en el país. Nadie defiende teórica o doctrinalmente el despilfarro, pero genera mucho menos rechazo que las recetas que luego se plantean para combatir sus consecuencias.
En las manifestaciones de estos días se pueden contemplar pancartas y grafittis especialmente hirientes contra la clase política. Al Primer ministro Papandreu se le dedicaba una de ellas, en la que se le presenta como el 'empleado del año del Fondo Monetario Internacional'. Esta y otras caracterizaciones de los que se sienten perjudicados por las decisiones del gobierno griego resultan comprensibles aunque no necesariamente se compartan.
Lo que resulta mucho más chocante es que valoraciones o comentarios no mucho más medidos o equilibrados se escuchen de los labios de dirigentes europeos encargados de pronunciar el veredicto de 'salvación' o 'condena' de Grecia. Un político alemán, en declaraciones al diario DIE ZEIT, ha afirmado recientemente que el contribuyente alemán no puede pagar permanentemente la irresponsabilidad griega y ha sugerido que, puestos a reclamar fondos, Grecia debería exportar a Alemania su sol; es decir, la energía eléctrica que podría obtener de las abundantes horas de sol que disfruta anualmente. El proponente no es un dirigente cualquiera, sino Wolfgang Schauble, un peso pesado de la Unión Cristiano Demócrata y, a la sazón, Ministro de Finanzas del ejecutivo de Angela Merkel.

TURQUÍA: HACIA LA SUPERACION DEL KEMALISMO

16 de junio de 2011

Turquía está de moda. El antiguo “enfermo de Europa” vive un triple proceso de estabilidad política, vigor económico e influencia internacional. Bajo la hegemonía del islamismo moderado y pragmático, cada vez más acusada, el país puente entre Occidente y Oriente afianza su condición de agente mundial de primer orden.
El primer ministro Recep Tayip Erdogan ha conseguido para su partido, el AKP, lo que hasta ahora nadie había conseguido en la historia moderna de Turquía: el triunfo en tres elecciones legislativas consecutivas (2002, 2007, 2011), y además mejorando su porcentaje de voto en cada ocasión.
La solidez del actual proyecto político turco no es discutida por casi nadie, aunque plantea dudas, recelos y preocupación desde distintos ámbitos ideológicos y políticos. Lo que hace una década parecía casi imposible, la superación del tradicional modelo kemalista, es hoy una rutilante realidad. Turquía se encuentra al borde de un cambio de régimen. O, para ser más exactos, en puertas de consolidar un nuevo modelo político, unas referencias nuevas que modificarán las relaciones internas de poder y afianzarán un nuevo protagonismo de este viejo estado en un entorno regional –en el sentido más amplio- siempre convulso.
El triunfo del AKP se debe a tres grandes factores: el éxito de sus políticas económicas (renta per cápita triplicada desde 2002), la fuerte conexión con los intereses, aspiraciones e ilusiones de amplias capas de la población, medias y bajas, y el pragmatismo con el que ha ido ganando espacios propios y reduciendo los de sus adversarios institucionales del kemalismo (Fuerzas Armadas, Judicatura, Clase política tradicional). El islamismo originario que permitió impulsar su irrupción política se ha mantenido, pero ha ido atemperándose y adaptándose a las exigencias del ejercicio del poder. Erdogan ha evitado la confrontación, no para doblegarse, sino para doblegar, para desactivar las resistencias, para hacer imposible la reacción deudora de un kemalismo cada vez más difuso y débil.
En este proceso de inversión política e ideológica, hay un riesgo evidente que muchos observadores políticos señalan: la deriva hacia un nuevo tipo de autoritarismo, que parece una amenaza endémica en el país. Puede pasarse de la tutela indiscutible del ejército –con el aval de un sistema judicial intervencionista- a otra de carácter más populista y ambiguo. El ‘hiperliderazgo’ de Erdogan tiene un reto el año que viene con las elecciones presidenciales, que serán celebradas por primera vez con sufragio universal. El actual primer ministro aspira a ese cargo, no para retirarse a una posición de árbitro o guía de la transformación del régimen, sino para seguir pilotando el proceso desde la cúspide del Estado. Pero para ello, necesita modificar la Constitución, que ahora confiere poderes limitados a la Presidencia.
UNA VICTORIA INSUFICIENTE
En este sentido, las elecciones constituían una prueba de fuego para Erdogan. El carismático dirigente aspiraba a una mayoría de dos tercios en el Parlamento para imponer una reforma de la Carta Magna sin necesidad de acuerdo con las otras fuerzas políticas. No lo ha conseguido. Incluso dispondrá de algunos diputados menos, a pesar de haber logrado más votos nominales, debido a ciertas paradojas del sistema electoral. Por tanto, tendrá que negociar, mostrarse muy convincente o seguir erosionando los apoyos sociales de sus adversarios como ha hecho en estos últimos años.
La Constitución actual es la redactada por los militares después del golpe que acabó en 1980 con sistema representativo tambaleante y acosado por la violencia y la desestabilización. Los sucesivos intentos de recuperación institucional resultaron sumamente endebles, con algunos episodios alarmantes como la amenaza de un nuevo golpe cuando un antecesor de Erdogan intentó una experiencia islámica que fue reprimida y disuelta con mecanismos legales.
Todo el mundo está de acuerdo en que esa Constitución militar está obsoleta. Pero no hay consenso sobre la orientación que debe darse a una nueva que afiance a Turquía en un proyecto para el siglo XXI. Los grandes elementos de ese nuevo texto que refunde el sistema político de convivencia turca deberán resolver los interrogantes acerca del equilibrio de los poderes e instituciones, el reconocimiento real y la integración de las minorías nacionales (kurda, en primer lugar, por su importancia numérica y cultural) , el peso del islamismo como identidad y su influencia en la orientación del Estado y la provisión de unas garantías sólidas que prevengan y neutralizan los riesgos autoritarios y consoliden los derechos civiles.
Erdogan gusta de repetir un discurso en ocasiones paternalista y superador de las diferencias en torno si no a su persona –que también- sí de su proyecto, de su visión del país. “No hemos venido a castigar, hemos venido a amar”, dijo ante sus enfervorecidos partidarios en su discurso triunfal tras las elecciones del domingo. Este aurea paternal, basado en la reverencia y no en el temor, modifica el imaginario colectivo del liderazgo nacional. Se mantiene la figura fuerte que en su día representó Ataturk. Cambia el estilo. No desaparece la referencia autoritaria. Se modifica el mensaje. Se ha pasado del ‘hard power’ al ‘soft power’. Las denuncias sobre persecución de periodistas, trabas en el funcionamiento de Internet y otras prácticas autoritarias se han intensificado en los últimos años. La intelectualidad liberal ha sido acosada sutil y no tan sutilmente, como denuncia el politólogo Hamit Bozarslan en una entrevista para LE COURRIER DES BALCANS. Con ser grave, no es esto lo más inquietante, sino que a esa mayoría social que parece haber encontrado la expresión de su renacimiento colectivo no parece importarle en demasía.
La oposición en el Parlamento debería jugar un papel equilibrador, pero es dudosa su capacidad para conseguirlo. El viejo partido kemalista, el CHP, se encuentra en un proceso de renovación. Su nuevo líder, Kemal Kiricdaroglu, apelado ‘Gandhi’, se esfuerza por afianzar su posición entre sus compañeros, tras la desaparición Deniz Baykal, fundido por un oscuro escándalo sexual, un recurso muy de moda últimamente en Turquía para liquidar rivales políticos. Kiricdaroglu parece empeñado en la superación del kemalismo clásico, para dotar al CHP de un perfil socialdemócrata, basado en un programa que conecta con las aspiraciones de los trabajadores y en una alianza aún por consolidar con los sindicatos. Pero las tensiones se mantienen y no se descarta una involución, según Alican Tayla, en un artículo para LE MONDE.
Más minoritarios, los nacionalistas radicales del MHP han conseguido franquear el umbral del 10% y estarán en el Parlamento, pese a los intentos de Erdogan por ocupar su espacio político. Han soportado una campaña muy dura, pero el efecto ha podido ser paradójico, ya que sus seguidores se han movilizado y han conseguido presentarse como victimas de un complot destinado a liquidarlos.
Por su parte, los intereses kurdos se han reunido en torno al Partido por la Paz y la Democracia (BDP), que ha presentado a sus candidatos como independientes para sortear las prohibiciones. La cifra récord de diputados que ha obtenido puede considerarse un éxito sin ambages, y constituirá otra inquietud de cierta importancia para Erdogan. Sin embargo, las amenazas del PKK de regresar a la lucha armada si no hay avances de la causa kurda podrían acudir en su ayuda, en caso de que el primer ministro decida abandonar su retórica conciliadora y adoptar una estrategia más represiva, considera THE ECONOMIST.
¿UN MODELO EXPORTABLE?
En este proceso de consolidación del cambio de sistema político, la reforzada proyección exterior de Turquía se configura como un instrumento fundamental. Turquía ha sido evocada como un espejo para los procesos de cambio en los cercanos países árabes. La prosperidad económica ha permitido incrementar la influencia intelectual y política turca en la región. El ministro de Exteriores, Ahmed Davutoglu, es ya el político más popular del país después de Erdogan, por la energía con que conduce la proyección internacional del país. El pulso dialéctico con Israel, una vía propia con Irán, el respaldo más comprometido con la causa palestina, el mantenimiento de la presencia en los Balcanes, su activismo en la ONU, etc. constituyen líneas muy visibles de acción diplomática. Por el contrario, el proceso de incorporación a la Unión Europea parece si no abandonado, sí congelado. Se diría incluso que constituye un factor de impopularidad. Para algunos, otro motivo de inquietud y riesgo adicional de una deriva autoritaria.

OLLANTA HUMALA MERECE CONFIANZA

9 DE JUNIO DE 2011

Ollanta Humala no tendrá fácil su mandato como Presidente del Perú. Su triunfo electoral constituye un logro extraordinario para un hombre de origen indígena, procedente del mundo militar y decididamente de izquierdas. Demasiados inconvenientes para la dupla que, históricamente, ha boicoteado las experiencias progresistas en América Latina: las empresas multinacionales y sus serviles agentes, las oligarquías locales.
El estrecho margen por el que ha vencido a la hija del ex-presidente Fujimori indica que Humala se encontrará con un país agitado. La derecha peruana más inteligente hubiera querido que cualquier otro de sus candidatos más o menos fiables hubiera sido el que presentara batalla en la segunda vuelta. Pero, una vez más, el mundo de los negocios se comporta con un miedo irracional y egoísta y elige la opción más contundente, la que intuya que no va a introducir matices en la defensa de sus intereses. Ése puede ser el sentido del imparable avance de la candidata femenina en la recta final de la campaña. A Keiko Fujimori le ha faltado el último aliento. Y le ha sobrado demasiado lastre. Su equipo de campaña no tuvo suficientes reflejos. Tardó mucho tiempo en desembarazarse de asesores y orientaciones demasiado anclados en los años del "chino".
Humala parecía candidato perdedor en la semana previa a la segunda vuelta. La presión de los medios económicos -el salario del miedo- y de los medios de comunicación -populistas cuando no meros instrumentos de los grandes intereses- parecían haber conseguido abortar de nuevo su designio.
Finalmente, otro "indio" gobernará en América.
UN ENCUENTRO CON HUMALA
Hace tres años, tuve un largo encuentro con Ollanta Humala para un largo reportaje de Televisión Española. Por entonces, se encontraba en plena reestructuración de su opción política de izquierda, tras la derrota frente a Alan García, en 2006.
Humala me pareció un hombre tranquilo, reflexivo, paciente y autocrítico. Muy alejado de ese perfil con el que los medios occidentales simplifican la pujante corriente de izquierdas en América Latina con la socorrida divisa de "populista".
El apoyo que le brindó en 2006 el líder venezolano, Hugo Chávez, lo perjudicó, seguramente. Algunos encuentros entre ambos políticos y algunos aspectos de su programa sirvieron para que el entramado sistémico del Perú lo colocara en el índex de "amenaza" para lo que pomposamente se proclamaba como "el modelo peruano" de desarrollo económico.
"En Perú se está viviendo una etapa de oscurantismo -nos decía entonces Humala-, se persigue al que piensa diferente. Antes a los discrepantes se les llamaba comunistas; ahora, como el mundo es unipolar, en el Perú ya no les llaman comunistas: les llaman chavistas".
Sin embargo, Humala afirmaba notablemente su autonomía del líder venezolano. No es cierto que lo haya hecho simplemente para mejorar sus opciones electorales. En 2008 ya tenía claras dos líneas de divergencia con la vía venezolana: no a la reelección presidencial indefinida e independencia del Banco Central. "Somos independientes y somos autónomos".
Humala no ha modificado sensiblemente su discurso desde entonces. En 2008 ya decía que había que mantener el proyecto de desarrollo, pero hacerlo inclusivo, que llegara a esas capas de la población, abrumadoramente mayoritariamente, que se habían quedado fuera de esa aparente prosperidad. El gobierno de Alan García, desde una socialdemocracia devenida en neoliberalismo dulce, presumía de las cifras de crecimiento económico (cercanas a las cotas chinas, asiáticas), del dinamismo exportador (volcado cada vez más el país hacia el Pacífico) y de su atracción para las inversiones extranjeras (ante las facilidades fiscales y de otro tipo que ofrecía el ejecutivo).
Lo que más molestaba a Humala -lo que sigue criticando ahora- es que la estrategia de desarrollo del Perú haya estado atada a la satisfacción plena de los intereses multinacionales. De ahí que combatiera ferozmente los Tratados de Libre Comercio. No por principio. "Los TLC en general no son malos, pero este TLC no es el mejor. No nos introduce en la economía mundial, como dice el Gobierno, eso es una falacia. El TLC solo beneficia a los que se encuentran en la economía formal y, sobre todo, a un sector muy concreto de importadores, que son los que han desplegado el poder que tienen sobre el Gobierno para imponer el TLC". Eso nos decía Humala en 2008. En 2011, mantiene básicamente esa posición: hay que revisar la estrategia comercial del Perú.
Ahora, hace apenas unos meses, el Banco Mundial ofrecía un balance muy positivo del país, en línea con diagnósticos anteriores. Se resaltaba la buena salud de sus cuentas públicas, el crecimiento de las reservas internacionales, que se han triplicado durante el último periodo presidencial de Alan García. En ese mismo periodo, la pujanza económica ha sido indiscutible y el PIB per cápita se duplicó. Sin embargo, el propio Banco Mundial admitía que "es necesario que el Perú reparta de manera más equitativa los frutos del crecimiento, que el desarrollo sea más inclusivo". Ese era precisamente el discurso de Humala, cuando sus adversarios políticos pretendían sacarlo del terreno político motejándolo como una marioneta de Chávez.
CON LA MIRADA EN BRASIL
El Presidente electo tiene muy claro que deberá mantener ciertos parámetros del modelo implantado por Alan García, pero recuperando sus perfiles más socialdemócratas. Tiene un reto impresionante: incluir en la dinámica de prosperidad a ese 60% de la población que carece de protección social alguna. Precisamente, los informales, los que se encuentran al margen del florecimiento económico del país.
Esa es la asignatura pendiente del brillante alumno peruano en la escena de la concurrencia mundial: la reducción de la pobreza. El primer ministro de la época, Jaime del Castillo, se esforzaba en 2008 por hacerme ver los avances logrados por el Gobierno de García también en esa materia. Entonces, la pobreza se había reducido cuatro puntos. El objetivo era bajarla hasta treinta. Finalmente, en el periodo 2006-2011, la pobreza descendió del 48,7% al 31,3%. No todo lo que se pretendía, pero un resultado apreciable, sin duda, y más en un entorno de crisis, que en Perú ha afectado menos.
Humala decía entonces: "se contentan con eso, cuando, en realidad, no han definido primero qué es pobreza, se agarran a unas estadísticas opacas". Ahora va a encontrarse no sólo con el problema del manejo de las cifras. Los que han intentado por todos los medios echarle de la política, incluso con procesos judiciales que han terminado sobreseídos por falta de pruebas, no han esperado mucho para presentar tarjeta de de visita. El desplome de la Bolsa es un indicador del espíritu de colaboración y del "patriotismo" de ciertas élites.
Mario Vargas LLosa dijo que elegir entre Humala y Keiko era como hacerlo entre el SIDA y el cáncer terminal. Le conocemos mejores figuras literarias. Finalmente, apoyo a Humala, sin entusiasmo, con aire de mal menor, aunque su hijo Álvaro ha sido mucho más positivo con el líder de la izquierda. El premio Nobel gusta de adoptar este tono sancionador con los dirigentes políticos de su país. Después de posicionarse como acérrimo adversario de Alan García por sus políticas erradas y "populistas" de los ochenta, se convirtió en un entusiasta defensor, con escenificaciones sonoras de apoyo y reconciliación. No es probable que llegue a tanto con Humala. Le disgustará saber que el nuevo Presidente tiene en su despacho un retrato del general Velasco Alvarado, líder de una de las raras experiencias militares progresistas latinoamericanas, que Vargas Llosa consideró nefasta para Perú.
La conjunción de asesores de Lula y de Toledo -el candidato peruano preferido de Vargas Llosa- hace esperar un arranque firme pero moderado del nuevo Presidente. Desde su ventana mira más a Brasil que a Venezuela. Que mantenga ese rumbo, le recomienda la izquierda templada, los intelectuales. Pero habrá fracasado si, presentando las buenas cifras de su predecesor, su base social de los Andes y la Amazonía sigue asolada en el atraso y la desesperanza.

APENAS UN ANCIANO PREOCUPADO POR SU PENSION

2 de junio de 2011

Esa es la imagen que estos días hemos obtenido de Ratko Mládic, el jefe militar de los serbios de Bosnia, durante la guerra que destrozó el país durante la primera mitad de los noventa.
Las escasas fotos que hemos visto de él desde su detención nos muestran a un hombre envejecido y resignado a su suerte. Quizás esperando a contar lo que todos estos años no ha podido contar, al menos en público. Una continuación, aclaración o recreación de sus famosos ‘cuadernos’, en los que hizo importantes revelaciones sobre el drama bosnio.
Es difícil, a partir de esas fotos, detectar a un criminal de guerra y a un genocida, que es de lo que se le acusa en el Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia. El abogado de Mladic hizo un último intento por detener la entrega del exgeneral a La Haya. No prosperó la iniciativa. No obstante, fuentes de la Corte internacional han admitido que la salud del detenido les preocupa seriamente.
Según algunas versiones, habría sufrido dos ataques al corazón y otras dolencias circulatorias de considerable gravedad. Su abogado asegura que padece cáncer linfático. Algunos creen que se trata de una estratagema para retrasar el proceso.
Nada más ser detenido, Mladic pidió que le visitara el doctor Zoran Stankovic, en la actualidad Ministro de Sanidad y amigo desde hace tiempo. “Nada que ver con el hombre que conocí. Ahora es solamente un anciano”, dijo el médico. En poca gente tiene más confianza Mladic que en este doctor, autor en su día de la autopsia de Ana Mladic, la hija del general. Según la historia oficial, se suicidó con una pistola de su propio padre, al no poder soportar la vergüenza por los crímenes de guerra. Mladic asegura que a su hija la mataron. Stankovic ha intentado que se hiciera una investigación en profundidad sobre su muerte, pero las autoridades serbias se han negado.
Este drama personal de Mladic parece poca cosa, en comparación con el sufrimiento que él ha ocasionado a miles, decenas de miles, centenares de miles de personas, con sus decisiones directas, con sus órdenes, con la responsabilidad que le confería dirigir una guerra de usura que atormentó sobremanera a numerosos núcleos de población civil.
En el momento de ser detenido, Mladic no hizo un discurso encendido acerca de su legado, ni justificó sus actuaciones, ni siquiera criticó a sus perseguidores, a sus enemigos, a sus captores. Se limitó a reclamar insistentemente su pensión de exmilitar por valor de 140 euros (¡). Lo contó Bruno Vekaric, el fiscal adjunto para crímenes de guerra, que durante años se ha encargado de su rastreo por encargo del gobierno serbio.
Esta preocupación de Mladic por sus emolumentos de jubilado indica hasta qué punto sus apoyos se habían reducido a la mínima expresión en los últimos años. Comenzó a pasar apuros con la caída de Milosevic –que siempre lo respetó, aunque discrepara con él. Posteriormente, la guarida más o menos segura que tenía en Dedinje, el barrio ‘militar’ de Belgrado se esfumó. Sus protectores y amigos fueron cayendo o alejándose. Los perseguidores le fueron cortando sus vías de financiación y sus apoyos logísticos. Al final, se le ha encontrado en una modesta casa de un primo suyo, desempleado y solemnemente pobre, en un pueblo de apenas tres mil habitantes, en la Voivodina, setenta kilómetros al norte de Belgrado. Muy poca leyenda para un hombre tan temido, tan odiado, tan buscado, tan glorificado por muchos de los suyos, tan odiado por sus adversarios.
En Serbia, la detención de Mladic ha causado alivio momentáneo, porque desaparece el gran obstáculo para hacer avanzar las negociaciones de adhesión a la Unión Europea. Eso, claro, si no se descubren esas complicidades que con frecuencia se han atribuido a militares y policias serbios –sin olvidar a algunos políticos. Es una sospecha que tendrá poco recorrido. Las propias cancillerías europeas están locas por cerrar este engorroso y superado asunto. El presidente Tadic, que airea un sonoro rechazo de las tesis nacionalistas radicales serbias, quiere evitar que la caída de Mladic propicie un desahogo revanchista. De ahí que haya aprovechado la ocasión para recordar que hay que juzgar también otros crimines y a otros criminales de guerra, en particular los albaneses kosovares. Es lo mínimo que puede hacer para que la opinión pública de su país no se le vuelva en contra, a un año de las elecciones y en un panorama político convulso e incierto. Las violentas manifestaciones de los radicales imputando a Tadic comportamiento de traidor no deben ser tomadas muy en cuenta. Pero el malestar de fondo por otros problemas puede servir de abono, como en otros momentos, a la cólera extremista.
Los religiosos constituyen un elemento inquietante de presión. El otro día un monje del importante monasterio ortodoxo serbio de Trvos, en la Herzegovina, me decía que una de las acusaciones más severas contra Mladic, la matanza de Srebrenica, en julio de 1995, es un ejemplo de la exageración y la propaganda de los musulmanes bosnios y de la falta de rigor occidental. Esta opinión no es personal: refleja el estado de ánimo de una comunidad que, con el tiempo, se ha convertido en feroz depositaria de la conciencia herida y victimista de los serbios más radicales o menos dispuestos a olvidar. De hecho, tanto Mladic como el jefe político serbo-bosnio, Karadzic, y otros destacados dirigentes de la República Sprska durante la guerra encontraron escondite, protección y asilo en monasterios. Como algunos gerifaltes nazis después de la Segunda Guerra Mundial.
Las autoridades actuales de la República serbo-bosnia se han conducido con moderación, aunque no se han eludido los homenajes al ‘último héroe serbio’, una suerte de Lázar de estos tiempos, en forma de manifestaciones, actos públicos, fiestas deportivas y protestas de indignación, pero todo bien calculado y medido.
A los serbo-bosnios les interesa también mirar hacia adelante. Hace unas semanas se desactivó in extremis una grave crisis política e institucional. El presidente de la República Srpska estaba decidido a convocar un referéndum para que la población serbo-bosnia rechazara el modelo judicial que se quería imponer desde las instancias confederales. Finalmente, las insistentes presiones europeas consiguieron aplazar la consulta. Pero a medida que pasa el tiempo las aspiraciones secesionistas de los serbo-bosnios aumentan y no es descartable la ruptura definitiva de Bosnia-Herzegovina (la unión actual es cada día más ficticia), aunque en esta ocasión por métodos pacíficos… en principio.
En cambio, en Sarajevo, ciudad martirizada por las decisiones de Mladic, su detención no ha despertado grandes apasionamientos. Lo que resulta sorprendente si se compara con las demostraciones de entusiasmo que suscitó la captura de Karadzic, hace dos años. Los medios sacaron ediciones especiales. Pero en la calle, en el ánimo de la población, la guerra es una pesadilla lejana que todo el mundo quiere olvidar. Ni siquiera en Srebrenica, donde las madres y viudas han mantenido estos años la llama de la memoria, se han celebrado actos públicos.
En Bosnia no agobia el pasado, sino el fracaso de una paz que se enreda en un complejo e ineficiente entramado político e institucional casi imposible de manejar. La comunidad internacional, en su momento incapaz de detener a tiempo la guerra, se resignó a consagrar un sistema político endiablado que ha consagrado la hegemonía nacionalista. La corrupción sigue erosionando moral y económicamente al país, el desarrollo es muy lento y la prosperidad de los ciudadanos sigue haciéndose esperar.