EL ESTANCAMIENTO DEL CAMBIO EN EL MUNDO ÁRABE

29 de octubre de 2011

A punto de cumplirse un año del inicio de las protestas en el mundo árabe, parecen perfilarse ya ciertas tendencias más o menos estables y, sólo en parte, comunes, sobre el desenvolvimiento de los procesos en cada país.
A grandes rasgos, estos son los elementos más destacados de un análisis provisional:
- corrección conservadora de los primeros impulsos de cambio profundo (implícito en el término 'revolución', precipitada aunque comprensible utilizado entonces).
- contención, en parte por derivación de lo anterior, del fenómeno de hundimiento o debilitamiento extremo de ciertos regímenes que, en cierto momento, parecían a punto de derrumbarse.
- peso decisivo de las realidades nacionales y de los factores estratégicos de cada país
- referencias insistentes a Turquía como modelo de estabilidad política, fortaleza y equilibrio institucionales e identidad nacional, cultural y religiosa.
- pragmatismo (también oportunismo) de las potencias occidentales en la gestión del proceso y en las decisiones de intervencionismo, en atención primordial a sus intereses.
- cobertura desigual (en cierto modo, errática) de los medios occidentales, a medida que los acontecimientos espectaculares dejaban el sitio a las cotidianas contradicciones y realineamientos de las fuerzas políticas y sociales y los poderes fácticos.
UNA CORRECCIÓN CONSERVADORA
Las 'revoluciones árabes' entran en fase 'brumario' ni haber pasado por 'termidor', si se permite el uso del calendario revolucionario francés. Era de esperar. La escasa articulación de la protesta, por la debilidad de la sociedad civil en casi todos los escenarios de crisis que afloraron a comienzos de año, abocaba el proceso a un 'agotamiento' o cansancio, del que se podían aprovechar los distintos agentes del poder establecido.
Ha ocurrido en Egipto, donde el Ejército ejerce el control de los acontecimientos con mano de hierro, hasta el punto de reservarse la tutela del 'nuevo régimen' y, desde luego, la plena capacidad de veto ante posibles derivas indeseadas. El debate sobre la metodología de la construcción constitucional, hace apenas unas semanas, resultó muy revelador al respecto.
Algo parecido ha sucedido en Túnez. A pesar de que las 'depuraciones' de los elementos 'benalistas' se han ido sucediendo durante todos estos meses, el aparato estatal ha controlado el proceso electoral y los herederos del viejo régimen han sobrevivido, aunque no hayan pasado la prueba de las urnas. Pero mantendrán su presencia legal y es de prever que sean muy activos en la denuncia de los nuevos tiempos, si las cosas no marchan bien, o tardan demasiado en arreglarse.
En el Golfo, la corrección conservadora ha consistido simplemente en el 'status quo'. De Siria nos ocupamos más abajo.
CONTENCIÓN DEL CAMBIO
El contagio del ejemplo tunecino se ha limitado a sus vecinos más próximos del Magreb. Resulta significativo el frenazo de las protestas en Argelia e incluso en Marruecos. En el primer caso, por el efecto nada desdeñable de la reciente guerra interna que desangró al país y lo vacunó de 'experiencias violentas'. En el segundo, por la habilidad de la corona alaui y del 'mazren', el aparato estatal, que infló exageradamente el sentido transformador, aperturista, de unas reformas constitucionales más bien tibias y, desde luego, poco arriesgadas para el equilibrio del poder en el reino.
En los países más expuestos, como Yemen, por ejemplo, la virtual caída del Presidente Saleh no ha podido completarse por una conjunción de factores: las rivalidades tribales, el peso de los enfrentamientos personales y de clan; y, no menos decisivo, la cautela exhibida por Estados Unidos, que no termina de fiarse de una confusa alternativa a lo actual. Más bien, puede decirse que los estrategas antiterroristas de Washington ha aprovechado el río revuelto para 'sacar peces del río'; es decir, para intervenir, sí, pero no en la 'construcción de país' (nation making), sino en la eliminación de enemigos (véase el asesinato de Al Awlaki y dos de sus secuaces más próximos).
En Jordania, también se ha apostado por la continuidad del siempre atento Abdallah II, del que podrían necesitarse los servicios por si se resucita el diálogo israelo-palestino. Este factor, tangencial en las revoluciones árabes, ha operado en la sombra como un elemento de freno. Después de todo, la democratización tan jaleada en Washington y en Jerusalén no está claro que operara en favor de los intereses de la implantada potencia prooccidental. Todo lo contrario: las tensiones e impaciencia de los egipcios saltaron a la calle con virulencia. Lo que obligó al Ejército a practicar ejercicios de represión clásicas, pero también a marcar distancias con el socio de la 'paz fría'.
DISTINCIONES NACIONALES
El aparente debilitamiento del ímpetu transformador también se explica por la diferente capacidad de movilización de la sociedad civil y de los recursos que las fuerzas favorables al cambio pueden poner en juego. El mimetismo, o el puro contagio, tiene un alcance limitado, cuando, como contrapeso, operan poderosamente otras fuerzas reactivas. Esto ha sido especialmente significativo en Bahrein, por ejemplo; también en Marruecos y en Argelia, aunque con estilos distintos.
El caso más relevante es del Siria. En apariencia, la presión represiva ejercida por el régimen de la familia Assad ha resultado más contundente que en otros lugares. Sin duda es así. Pero el uso indiscriminado de la fuerza no lo explica todo. Hay cierto apoyo social a la respuesta intransigente del régimen: el miedo de un sector de la población a la revancha sunní, frente a la minoría alauwí que ha detentado abusivamente el poder fáctico. Que las protestas no hayan prendido ni poco ni mucho en ciertas zonas del país indica que el movimiento de cambio no ha tenido una dimensión completamente nacional, no al menos como en Túnez, Libia (pese a las tensiones regionales) o Egipto. Lógicamente, el factor estratégico también ha pesado, como luego analizaremos.
EL MODELO TURCO
Buen ejemplo de la precipitación propia de estos procesos. La debilidad interna de los agentes favorables al cambio, de la improvisación de las revueltas, de la inmadurez de las propuestas, pese a la justicia de las mismas, explican que se haya proyectado el modelo turco como deseable para las circunstancias actuales. Erdogan se ha dejado querer, aunque con la prudencia exigida. Ganando peso, generando confianza, limando las suspicacias occidentales. Las fricciones con Israel han contribuido a darle músculo popular a su imagen y a olvidar que puestos a hablar de potencia ocupante de suelo árabe, Turquía se lleva históricamente la palma. El primer ministro turco ha sabido, en todo caso, encarnar una solución que no asusta, que conserva más que destruye, que afianza las creencias, que consolida la identidad, que se abre al mundo externo sin diluirse en él. Y sobre todo, que la prosperidad es posible, que puede vivirse mejor, de realidades económicas, de mejoras sociales, no de discursos inflamados y de sueños de victorias imposibles.
PRAGMATISMO/OPORTUNISMO OCCIDENTAL
Con la misma hipocresía exhibida en las primeras fases de la protesta han actuado los actores de las principales potencias occidentales (gubernamentales, militares, económicos, financieros). Se ha escogido cuidadosamente a quien se apoyaba y a quien no, a quien se dejaba caer y a quien se protegía, a quien se abandonaba a su suerte y a quien se aplastaba bajo la 'sutileza' de la 'invisible' intervención militar.
Por ejemplo: ¿Por qué en Libia si y en Siria no? No sólo porque el escenario libio parecía más claro y menos arriesgado (que también). Ni siquiera porque en Libia el veto de rusos, chinos y altermundistas se ha mostrado más débil o menos efectivo que en Siria (que también). La clave ha estado seguramente en la evaluación de riesgos y en la utilidad de los regímenes amenazados. En cierto modo, a la familia Assad le ha beneficiado que el tostadero estuviera ocupado por la familia Gaddafi. Dos operaciones militares al mismo tiempo hubiera sido excesivo: no por falta de capacidad bélica, sino por el gasto disparado del esfuerzo. Por otro lado, las consecuencias del caos previsible en Libia no son comparables a una situación análoga en Siria, que podría arrastrar al Líbano, ejercer energía negativa en Palestina y en Irak e inquietar a Irán. Todo ello en la puerta de al lado de Israel, y con el poco tiempo que le queda a Obama para intentar lo imposible. Puede que Assad este condenado, pero su liquidación tiene necesariamente que obedecer a otro guión.
LA COBERTURA MEDIÁTICA
Como ya viene siendo lamentablemente habitual, una vez agotado el espectáculo de las 'masas en la calle', el seguimiento de lo que está ocurriendo en esos lugares se evapora. Salvo los medios con más seriedad y solvencia económica, la realidad mediática es pobre. Al Jazeera llena un vacío indudable. El cambio reciente de su principal ejecutivo (desde hace tiempo esperado o temido) indica que la capacidad de presión de los clanes poderosos sigue intacta. Algunos han querido ver en la sustitución de Wadah Khanfar una venganza de saudíes y sus acólitos reales de la zona. Algo habrá de ello, pero no deben menospreciarse otros elementos de cultura empresarial. Lo cierto, en todo caso, es que las protestas árabes han consolidado el poder magnético y de conformación de la realidad de la cadena qatarí.

LIBIA: FINAL PATÉTICO, PRINCIPIOS INQUIETANTES

25 de octubre de 2011

La Revolución libia ya nos ha dejado ese testimonio negro, oscuro, inquietante que suele ser inevitable en los cambios violentos de régimen. Un Gaddaffi reducido a la condición de pelele, zarandeado, ninguneado y vejado, conducido presumiblemente a un fin indigno y molesto para los que, desde Occidente, ha propiciado su caída definitiva.
Gaddafi ha sido asesinado. De eso casi nadie con cierta capacidad de análisis puede albergar la mínima duda. Los combatientes que tomaron al asalto su feudo natal en Sirte terminaron apresándolo después de una caótica y chapucera huida. Al final, el coronel libio sintió el frío de la soledad -apenas una docena de fieles lo protegieron en sus últimas horas de vida- antes de la oscuridad definitiva y total. Una de las múltiples versiones que circularon la semana pasada es que, al cabo, se había terminado escondiendo en unas tuberías inmundas. Un zulo fue el último refugio del hombre más poderoso de Libia.
Igual que le ocurrió a Sadam, solo que el dictador iraquí fue capturado por soldados norteamericanos, y se ahorró el linchamiento. Tuvo el juicio esperable y el final no menos previsible. Gaddafi no ha gozado de la misma suerte. No es su vida lo que estaba en juego, sino lo que le restaba de dignidad. No se la permitieron. Revuelven las tripas esas escenas. No hay que extrañarse. Pedir que hubiera habido sensatez, cabeza, civilización después de todo lo ocurrido, resultaría extravagante.
Uno de los últimos acompañantes, familiar y responsable de uno de sus guardianes pretorianos, ha contado las últimas horas de Gaddafi. Rezaba, no podía hablar con nadie, por temor a ser detectado. Ni siquiera con su hijo, Mutasim, que 'organizaba' la huida y al fin compartió la misma suerte.
Gaddafi tenía una pistola cuando fue apresado. No la usó contra sí mismo. ¿Fue tan ingenuo para suponer que le respetarían? Más bien cabe suponer que se debió a razones religiosas. Imploró, según se escucha en el audio de las imágenes, en uno de los testimonios más patéticos de los últimos tiempos.
Las autoridades provisionales (nunca mejor empleado el término) prometen una investigación de los hechos. No se lo cree nadie. De hecho los combatientes respondieron con un cínico encogimiento de hombros. La autopsia realizada deja más dudas de las que resuelve. Más allá del tiro en la cabeza, ¿qué más tormento padeció el otrora 'Guía'? El portavoz de Human Rights Watch no sólo ha denunciado el linchamiento de Gaddafi sino también de, al menos, otro medio centenar de leales, ejecutados sin miramientos en un hotel de Sirte, con disparos en la cabeza y brazos atados a la espalda.
En Occidente no habrá mucha pena. Esa molestia por las incómodas imágenes del linchamiento se disipará pronto. Las reclamaciones de investigación suenan muy formales y tendrán un vuelo muy corto. Después de todo, el principio del fin se produjo después de que aviones franceses destrozaran la columna de Gaddafi. ¿Tiene algo que ver esa operación con la misión oficial (proteger a la población civil)?. Es más que evidente que no.
Lo que ahora importa a los influyentes de este lado del mundo es que los recursos del petróleo libio sirvan para abultar las carteras de pedidos de las empresas europeas que pugnarán por los contratos de reconstrucción. Numerosos hombres de negocios ensucian estos días sus zapatos en las destruidas ciudades libias asegurando sus intereses.
En quince días se anuncia un gobierno interino, para preparar las elecciones y una nueva constitución. Todo indica que la inestabilidad no ha acabado con el fin nauseabundo de los combates. Son más que apreciables las tensiones regionales. En el oeste del país se acepta de muy mala gana el protagonismo creciente de Bengazzi y la región Cirenaica. Allí se proclamó la 'liberación'. En Misrata, 'ciudad mártir', donde fue trasladado -y donde permanece- el cadáver de Gaddafi y su hijo como trofeos de guerra, se molestaron a modo. Tripoli aparecía como un lugar neutral. O más bien neutralizado. Pero se le negó el honor de albergar la ceremonia de 'liberación'. Los gaddafistas adoptan desde hace semanas el arte del disimulo. A algunos no les dio tiempo a cambiarse de bando, como si han podido lograrlo muchos de los dirigentes del CNT.
Los primeros indicios de la orientación del nuevo régimen abundan en las previsiones de un 'neoislamismo' poderoso, hegemónico. Habrá resistencia, porque muchos jóvenes no están por la labor de un repliegue piadoso. Pero parece inevitable un giro religioso. Salvando las distancias, como en Túnez, donde Ennahda (Renacimiento) emerge como la fuerza hegemónica del proceso electoral. Los que quieren ver detrás de su potencia política el dinero del Golfo pérsico olvidan la importante implantación social según las pautas de los Hermanos Musulmanes, de Hamas, de Hezbollah y de tantos movimientos islamistas. En Túnez, es más plausible la combinación de ambos factores y el poder del Islam como factor de identificación nacional y cultural antes que religioso.
Libia y Túnez, pues, tan cercanos, tan distintos a la vez, compartirán seguramente el designio dominante del proceso revolucionario árabe: muchas expectativas incumplidas, deriva conservadora, cierto mantenimiento de la dependencia occidental, pero discurso identitario nacionalista, quizás como compensación más bien 'soft' de lo anterior.

SOLAMENTE CRISTINA

20 de octubre de 2011

Sólo cuenta ella. Salvo sorpresa mayúscula y altamente improbable, Cristina Fernández obtendrá este domingo la reelección en primera vuelta como Presidenta de la República Argentina.
Los sondeos le predicen un triunfo que rondaría el 55% de los votos, diez puntos más de los que necesita para no competir en una segunda vuelta. Podría incluso conseguir la reelección con el 40%, si aventajase en diez puntos al segundo clasificado. Pero esta segunda se antoja más lejana. Todo apunta a una 'barrida' sin precedentes en la reciente historia política argentina.
Cristina Fernández se encuentra en esta situación de privilegio político -ahora insólita en Europa, aunque menos extraña en América Latina-, por méritos propios y por deméritos ajenos. Comencemos por lo primero.
ASPIRANTE, ESPOSA, PRESIDENTA, VIUDA, LÍDER
La presidenta argentina no es una mujer simpática. No lo es, desde luego, para sus adversarios, que han llegado a odiarla secreta y hasta públicamente, antes incluso de alcanzar el puesto máximo, cuando todavía era esposa...del Presidente, de Néstor Kirchner. Antes ya, incluso, en su etapa de Gobernadora de la decisiva Provincia de Buenos Aires.
Para desacreditar o neutralizar a Cristina, se dispararon todos los registros. Los que resaltaban su autoritarismo, su arrogancia, su escaso respeto por la separación de poderes, incluso su maquiavelismo, su sed inagotable de poder... Incluso sus maneras. "Es iracunda", me dijo el fallecido presidente Alfonsín, con quien nunca llegó a empatizar lo más mínimo.
Otras descalificaciones se centraban en su fragilidad real, su ausencia de proyecto de verdadero, su demagogia, su condición de puro producto propagandístico. "No se crean eso de que ha participado en todas las decisiones fundamentales", me decía Roberto Lavagna el primer ministro de Economía de su marido, Nestor Kirchner, y luego rival en las presidenciales de 2007. "Cristina cree que sabe... y no sabe casi nada", me aseguraba el mordaz periodista Jorge Lanata, en vísperas de su imperial triunfo de hace cuatro años.
A Cristina no le ha ayudado mucho su carácter, ni antes de llegar al poder, ni, por supuesto, después, ya investida de toda la autoridad. Cuando pasó por Madrid, en el verano de 2007, se permitió el lujo de bromear acerca de sus maneras bruscas. "Tengo que aprender a no mover el dedito con gesto admonitorio", dijo.
El desgaste, los errores, los pecados de soberbia hicieron retroceder el proyecto kirchnerista en 2009. La pareja perdió la mayoría en el legislativo y, por unos meses, sus rivales se frotaron las manos ante la perspectiva de un derrumbamiento, de una catástrofe.
Y ocurrió una 'catastrofe', sí, pero no ésa, no la que se esperaba, sino otra: la muerte repentina de él, de Néstor Kirchner. Hace ahora un año. Muchos pronosticaron que Cristina se derrumbaría, porque sus adversarios políticos se empeñaban en afirmar que, en realidad, no era ella la que gobernaba, sino él. Erigido en jefe indiscutible de facción, Néstor había sabido sujetar el edificio de una inclasificable izquierda peronista y aguantar el vendaval de la temida decadencia.
Como viuda, Cristina creció. Aunque se le atribuyeron problemas mentales, e incluso una deriva cierta hacia la incapacidad política en la soledad política de la Casa Rosada, la presidenta de negro ha renacido este último año. A pesar de que no han faltado reveses y escándalos (uno de los más sonados, el fraude en casa de sus amigas, las Madres de la Plaza de Mayo), fracasos y previsiones poco halagüeñas acerca de la sostenibilidad de los factores sobre los que se ha levantado la fortaleza de su proyecto, Cristina llega a estas elecciones sin rival. Acredita un crecimiento económico superior al 8% en el último trimestre, un descenso del paro a niveles no conocidos en dos décadas (7%), una mejora indiscutible de indicadores populares muy sensibles, un avance educativo reconocido internacionalmente, un salto tecnológico y la atención indisputada de las llamadas 'urgencias sociales'.
Parece importar poco, a estas alturas, el nunca resuelto dilema de la manipulación de las estadísticas, el ocultamiento o la manipulación de las cifras oficiales de inflación, que el gobierno sitúa por debajo de la mitad de ese 25% real que airean la mayoría de los economistas, casi todos ellos adversarios declarados de la señora. La mayoría de los medios de comunicación privados, punta de lanza de la oposición anti-kirchnerista, rumian desolados su derrota, después de cuatro años de pulso inclemente.
CASI NADIE ENFRENTE
Argentina ofrece buenos ejemplos de oposiciones achicharradas y oficialismos enaltecidos. Es una característica sorprendente de cierto peronismo, quizás la franquicia política contemporánea con mayor capacidad de reinventarse a sí misma. Una anécdota del fundador de la dinastía ilustra bien este fenómeno. Le preguntó en cierta ocasión un periodista al general, todavía exiliado y a la espera en su chalé madrileño de Somosaguas, que pensaba hacer para regresar al poder. "Nada -contestó Perón-. Lo harán todo mis adversarios".
Cristina podría decir algo similar. No le ha hecho falta acumular aciertos y logros -que también puede acreditarlos-, después del aviso de debacle política -la derrota legislativa de 2009- y del mazazo personal de 2010 -la PÉRDIDA, así con mayúsculas, del marido, compañero y "visionario". Se ha limitado a facilitar los errores de sus oponentes. La oposición se ha entregado a una batalla cainita por conseguir el dudoso puesto de 'outsider'.
El radicalismo, ahora liderado por un confuso Alfonsín (Ricardo, hijo del respetado Presidente), parece sumido en un marasmo sin retorno. La mercurial Elisa Carrió, látigo de los Kirchner con sus denuncias sobre la corrupción del entorno matrimonial, se ha diluido en la irrelevancia. Los rivales de la pareja en el peronismo parecen entregados a una rivalidad sin alcance. Duhalde sigue masticando su estéril rencor. El local y reducido caudillaje de Rodríguez Saa en la esquinada y diminuta provincia de San Luis es pura presencia testimonial.
El único que parece salvarse del naufragio es Hermes Binner, el líder del minúsculo Partido Socialista. Desde su feudo en Santa Fe, provincia próspera del interior, proyecta un prestigio más bien personal, patricio, elegante. Pero, me comentaba estos días un periodista de CLARIN, "no logra consolidar una propuesta política que se diferencia de este gobierno, no tiene un discurso diferenciador, no tiene propuesta alternativa, se deshace en críticas poco sólidas, tampoco seduce, su modelo político es muy similar al del gobierno". En todo caso será segundo, un distante segundo: un improbable líder de una oposición desaparecida.
La previsión más razonable es que las resistencias a Cristina no procedan de las bancadas políticas, ni siquiera de los titulares de prensa, sino del ciclo económico adverso que ya se teme. Si las tasas de crecimiento menguan, los márgenes de generosidad social se estrecharán y el peronismo se podría convertir de nuevo en rana, siquiera por un tiempo. Emergerán de nuevo los intereses corporativos (agrarios, financieros), que plantaron cara a los Kirchner a mitad de la década pasada, con poco éxito. Habrá que ver entonces si Cristina es capaz de hacer honor a esa apelativo de 'Lady Teflón' con que la bautizó un comentarista. De momento, sólo ella brilla con luz propia en la equivoca constelación política argentina.

ESTADOS UNIDOS Y FRANCIA: ESPEJOS Y ESPEJISMOS ELECTORALES

13 de octubre de 2011

Se aproxima un año -o, si se quiere, un curso- cargado de citas electorales en dos países marcadamente influyentes, Estados Unidos y Francia, los que habitualmente marcan tendencia, al menos en España, incursa a su vez en el mismo proceso político.
Los dirigentes que defienden sus puestos se afanan por buscar un mensaje salvador con el que compensar la falta de un programa ganador. Si por programa se entiende un compromiso firme, realizable; y por ganador, un respaldo sólido, inequívoco del electorado. Por su parte, los aspirantes intentan hacer creer que disponen de la clave para superar la catástrofe actual, aunque en privado admiten que sus posibilidades se deben más al desgaste de sus rivales que a la viabilidad de sus propuestas.
OBAMA, ENTRE LA HISTORIA Y EL ABISMO
En Estados Unidos, el incumbent, el titular del puesto presidencial, Barak Obama, batalla por recuperar el pulso que tanta esperanza (demasiado ingenuamente) despertó en 2008. Los presidentes norteamericanos se toman su reelección por una cuestión de orgullo personal, de acreditación política. No ser reelegido equivale a fracasar sin matices.
Obama afronta ahora una reelección que la crisis y sus propias vacilaciones han complicado más de lo que muchos se imaginaban cuando se sentó en el despacho Oval. La gran esperanza de renovación de América ha quedado convertida en un mal menor, en un relato convencional y conocido. Su base social le exige más compromiso, otra política, otras políticas. La derecha lo presiona, lo arrincona, lo obliga a rectificar, lo pone contra la pared de la crisis, del desempleo, del tramposo discurso de los 'values' (valores, principios... pamplinas).
Un año tiene Obama para recuperar el encanto perdido. Un año para recomponer su agenda, liquidar responsable pero firmemente guerras inútiles y carísimas y ocuparse de lo que necesita la mayoría social: puestos de trabajo, un sistema sostenible de salud y bienestar social, una solución justa y fiable de la emigración.
El movimiento indignado que 'ocupa' Wall Street ha sido visto como un 'tea party' al revés. No está claro. Como resaltan Naomi Klein y Katrina Van den Heuvel en THE NATION, no se encuentran fácilmente pancartas en favor del presidente en esas concentraciones cívicas de protesta contra el sistema. Aunque Obama no renuncie a seducir a esos desencantados, la maquinaría demócrata teme que la clase media se espante de su aparente 'radicalismo'.
Tiene Obama a su favor el desconcierto republicano. Más allá del lamentable cacareo del 'tea party', la derecha estadounidense sólo parece capaz de destruir. Destruye sus bases más sólidas para entregarse a experimentos ficticios, liquida candidatos o pseudo candidatos, ignora deliberadamente soluciones reales. Las escaramuzas han dejado en el camino, o dañado seriamente, a hombres de paja (Pawlenty) o de plomo (Perry), a mujeres de látex (Bachman, Pallin). Ahora el 'front runner', el favorito del momento, es el ex-gobernador de Massachussets, Mitt Romney, demasiado conservador para ser del nordeste, demasiado liberal para los dueños del santo grial republicano.
Pero surge una figura que puede equilibrar el debate, un 'Obama de derechas', con pedigrí de 'self made man'... ¡Sureño y negro! Un afroamericano de derechas. Si no resultó suficiente la primicia de un negro candidato en 2008, ahora serían dos los descendientes de esclavos luchando por el poder máximo. Se llama Herman Cáin. Familia humilde, empresario exitoso, mano dura en los negocios (reflotamiento de un pizzería), pico de oro en las tertulias, buen manejo de los medios... Y, last but no least, resonancias islamófobas. Un contrapeso perfecto para el elocuente Obama. Un duelo con morbo. Dos 'gladiadores' para el circo ya incuestionable de las elecciones norteamericanas.
http://www.guardian.co.uk/world/2011/oct/08/herman-cain-pizza-boss-whitehouse
FRANCIA: UTILIDAD DE LA MEDIOCRIDAD
En Francia, los socialistas se encuentran en pleno fragor primario para decidir el mejor rival de Sarkozy. Es de esperar que acierten, pero no pocos pensamos que el mejor rival del actual presidente es él mismo... La crisis económica y financiera ha desnudado las carencias de este político demasiado acorde con los tiempos. Atrapado entre la ambición de romper con el pasado y la tentación de seguir utilizando los mismos resortes de siempre, Sarkozy sólo habrá dejado el legado de una gestión con aroma autoritario y escasa originalidad, un dudoso glamour. Y las mismas sospechas de siempre sobre la honestidad de la práctica política.
Los socialistas elegirán entre dos figuras que en otro tiempo serían menores, pero hoy se presentan como destacables. Buenos ministrables, quizás jefes de gobierno, pero, por mor 'de lo que hay', aspirantes al Eliseo. François Hollande parece mejor colocado que Martine Aubrey. Al primero se le sitúa más a la derecha que a la segunda. Pero el desconcierto de la izquierda francesa (de toda la izquierda europea) convierte esas referencias en palabrería. Cada uno destaca de su curriculum lo que le falta a su rival. Hollande controla más el aparato político, pero carece de experiencia gubernamental. Aubrey aventa su imagen de 'ministra de las 35 horas', frente a su contestado liderazgo partidario.
Los dos cabalgan sobre el fracaso de su antecesora socialista, la malograda Segoléne Royal, perdida en un discurso sin mensaje, en la confusión sublimada del socialismo francés. Ahora, la candidata derrotada en 2006, dice apoyar a su ex-marido, Hollande, del que se separó en plena campaña al hacerse pública la infidelidad conyugal de él. Es una incógnita hasta qué punto Hollande agradecerá este gesto de 'la madre de sus hijos' o lo sentirá (resentirá) como un 'regalo envenenado' de su 'antigua compañera'.
Por contra, Aubrey cuenta con más posibilidades de hacerse con el respaldo del outsider socialista, Arnaud Montebourg, el tercero en la primera ronda de las primarias. Su mensaje vagamente altermundista, crítico con el sistema, ma non troppo, se encuentra más cerca del sesgo 'izquierdista' de la alcaldesa de Lille. Pero el nuevo 'enfant terrible' del socialismo francés espera ofertas, antes de pronunciarse. A nadie sorprendería que ante la perspectiva de una buena cartera gubernamental recortara o recondujera algunas de sus propuestas más 'atrevidas': la 'tutela pública de los bancos', la fiscalidad exigente de las finanzas, la eliminación de los paraísos fiscales, una 'desmundialización' (fórmula más moderna del viejo proteccionismo), el combate (reforzado) contra la corrupción, la renovación (o superación) de la Quinta República en favor de un sistema más parlamentario, menos atrofiado en la cabeza del Estado...
(http://www.lemonde.fr/politique/article/2011/10/11/programmes-montebourg-plutot-moins-eloigne-d-aubry-que-de-hollande_1585448_823448.html)
En todo caso, por encima de las disputas nominales, la ocasión podría ser útil para estimular el debate sobre una necesaria salida progresista de la crisis. Si eso es todavía posible...

ENEMIGOS ESCURRIDIZOS, ARMAS CASI PERFECTAS, ÉTICA DUDOSA

6 de octubre de 2011

La eliminación del clérigo Anwar Al-Awlaki en el norte de Yemen, en una operación de la CIA, ejecutada por un avión pilotado a distancia (drone), ha merecido menos atención mediática de la que probablemente merecía. Y ello, por varias razones: 1) la importancia del objetivo (equiparable a Bin Laden, en estimación de algunos expertos); 2) las consideraciones éticas sobre le legitimidad (y la legalidad) de la equívocamente denominada ‘guerra contra el terror’; y 3) la confirmación de los drones como arma pivotal de la estrategia militar en esta aparente fase final de la campaña contra el extremismo islámico.
EJECUCIONES EXTRAJUDICIALES
El clérigo Al Awlaki es un caso singular de líder islamista combatiente. Era de origen norteamericano y nunca perdió su nacionalidad. Hablaba un inglés no sólo perfecto, sino plagado de giros propios de los barrios de San Diego y otras ciudades donde predicó durante años. Hijo de padres yemeníes, sólo regresó al país de su familia en 2004, para incorporarse a la franquicia de Al Qaeda en la Península arábiga. El debilitamiento de las milicias islámicas le confirió pronto una notable importancia, puesto que,tras las operaciones militares en Afganistán y Pakistán, el epicentro de la lucha yihadista se estableció en Yemen.
Ahora bien, Al Awlaki no era un líder militar. Se trataba de un ideólogo, un inspirador. Los servicios antiterroristas norteamericanos lo consideraban como una especie de Goebels de Al Qaeda. Su huella ha querido verse en tres de los acontecimientos terroristas más sonados en Estados Unidos desde el 11-S: el frustrado atentado sobre el aeropuerto de Detroit, el envío de explosivos a Chicago y la matanza perpetrada por un suboficial musulmán norteamericano en un cuartel de Texas. Los protagonistas de esas acciones se dijeron seducidos o inspirados por este clérigo de mirada miope, aire intelectual y aspecto frágil. En THE ECONOMIST se leía esta semana que Al-Awlaki tenía la habilidad de “estimular las zonas erógenas de jóvenes musulmanes desafectos en Europa y América, capturar su imaginación, persuadirlos de viajar a Yemen para ser entrenados y luego enviados de nuevo a sus países como terroristas del tipo ‘lobos solitarios’, dispuestos a esperar y golpear…”.
La caracterización del semanario británico codifica bastante bien la imagen que se ha construido en Occidente de la actual generación de líderes y militantes yihadistas. El fanatismo, la falta de empatía, el desprecio por la vida humana, la deshumanización… Como suele ocurrir con la propaganda, elementos de la realidad se confunden con interpretaciones, prejuicios y manipulaciones groseras. En todo caso, después de dos años de persecución fallida, Al Awlaki se había convertido en ‘most wanted’, el enemigo más codiciado por los ‘guerreros antiterroristas’.
En un comentario para la publicación electrónica THE DAILY BEAST, Bruce Riedel, asesor en los primeros meses de Obama y uno de los principales expertos en yihadismo, cree que Al Awlaki era, efectivamente, un comunicador eficaz, un propagandista apasionado, pero no un líder operativo. Conocía o trató a tres de los 19 operadores del 11-S, pero parece comprobado que no tuvo nada que ver con el magno atentado de 2001. ¿Por qué Obama, al notificar su eliminación, lo calificó de ‘líder de las operaciones externas de Al Qaeda en la Península Arábiga? Sencillamente, para justificar la decisión de acabar con él.
UN COMPLICADO DEBATE ÉTICO
Es cierto que, en el momento de ser liquidado, Al Awlaki iba acompañado de otros dos miembros destacados de Al Qaeda. Uno de ellos, era Samir Khan, fundador de la web islamista ‘Inspire”. También de origen estadounidense, se autoproclamaba orgullosamente un “traidor a América”. El otro era Ibrahim Al Ashiri, supuestamente el ‘ingeniero’ que habría diseñado los últimos explosivos atribuidos a Al Qaeda.
La Casa Blanca había solicitado un informe jurídico para avalar la caza y eliminación del clérigo. Al ser ciudadano norteamericano, cualquier acción del gobierno contra su vida podría constituir un delito, un crimen. El dictamen lo filtró el pasado fin de semana el WASHINGTON POST. Los argumentos para esta nueva ‘ejecución extrajudicial’ son, básicamente, los siguientes: el objetivo era alguien que estimulaba e inspiraba el asesinato de otros ciudadanos norteamericanos; además, se había alistado en un bando declaradamente enemigo de Estados Unidos; y, finalmente, resultaba casi imposible detener, por las circunstancias y características del país donde operaba y se movía.
Organizaciones y comentaristas críticos no se consideran satisfechos con estas consideraciones legales que se han empleado para legitimar la acción. La American Civil Liberties Union (ACLU), una de las principales ong’s de acción cívica de Estados Unidos, condenó la operación y podría emprender acciones legales. En THE NATION, el columnista Tom Hayden cree que la “necesidad política” que ha guidado la decisión de Obama podría comportar “graves consecuencias”, más allá de su inmediato rédito político. El procedimiento seguido contra Al-Awlaki y sus secuaces –señala Hayden- ha sido el denominado ‘prosecutorial model’, típico de la actuaciones encubiertas en la guerra contra el narcotráfico, la criminalidad organizada (Mafia) o, más reciente, el terrorismo. Aparentemente eficaz, este modelo arroja muy serias dudas sobre la salud del Estado de derecho, previene el control y escrutinio público y es susceptible de todo tipo de abusos. A la postre, recuerda Hayden, no es fácil de identificar el beneficio que estas actuaciones han reportado a los suburbios de numerosas ciudades norteamericanas. Ni al prestigio del sistema político norteamericano, cabría añadir.
¿UN INSTRUMENTO PERFECTO?
El otro elemento sugestivo del caso Al-Awlaki es la consagración de los aviones pilotados a distancia como instrumento definitivo en la lucha contra el terror, en concreto, en la eliminación de objetivos especialmente escurridizos. El clérigo ahora liquidado había escapado en varias ocasiones. Los servicios de inteligencia lo rastreaban día y noche. Finalmente, detectaron su presencia en una región remota de Yemen. Estaba privado del apoyo que habitualmente recibía de algunas tribus locales. Las autoridades yemeníes se han sentido picados en su orgullo, porque los norteamericanos no han reconocido públicamente la importancia de su contribución en la localización del objetivo. Después de todo, el caos político que vive Yemen, tras la huida del presidente Saleh (momentáneamente de regreso, aunque no se sabe por cuánto tiempo), había perjudicado la labor local ‘antiterrorista’ en el país. En todo caso a la postre, en la eliminación de Al Awlaki ha sido decisivos los drones, los aviones Predator, armados con misiles hellfire.
Este último éxito compensa polémicas previas, ya que no siempre han sido tan precisos estos aviones pilotados a distancia. Una reciente investigación del NEW YORK TIMES desvelaba que la CIA había minimizado los denominados ‘daños colaterales’; es decir, las víctimas civiles. Los ‘drones’ son ‘cachivaches’ muy caros. Le cuestan al contribuyente 5 mil millones de dólares. Pero mucho más cara resulta la guerra sin ellos. Quizás también por eso, Obama parece convencido de su uso generalizado. Durante sus casi tres años de mandato, los ‘drones’ han realizado una operación cada cuatro días (frente a una cada cuarenta, en los años de Bush). Los generales han pedido duplicar la asignación presupuestaria para seguir aumentando la flota.
Los ‘drones’ no se pilotan desde cabina, pero eso no quiere decir que ‘vuelen solos’. Se estima que cada aparato precisa de la atención y el seguimiento de 150 personas. Los militares reconocen que no es un instrumento perfecto, pero sí el más indicado, dadas las circunstancias de ‘esta guerra’. Al ser capaces de fijar la atención en un área fijada, ‘sin parpadear’, durante 18 horas seguidas, resultan especialmente adecuados para ‘cazar’ objetivos humanos singularmente escurridizos.
Más allá del uso de los ‘drones’, la ‘guerra contra el terror’ ha difuminado las fronteras entre las acciones de inteligencia en el exterior, las operaciones encubiertas y las acciones abiertamente militares. No es casualidad que el flamante director de la CIA sea el laureado General Petraeus, que lo ha sido todo en las guerras norteamericanas de este siglo XXI. La ‘militarización’ de los aparatos de inteligencia, como señala THE NEW YORK TIMES, tiene enormes repercusiones legales y políticas. Pero también morales. THE ECONOMIST, en una reflexión sobre los aspectos éticos en relación con el uso y resultado de los ‘drones’, admite su bondades técnicas, pero se pregunta si al servicio de las operaciones militares, cada vez más frecuentes, de la CIA, se debilita el exigible control del cumplimiento de las ‘normas de la guerra’.
Se trata de un debate apasionante sobre el que será preciso volver, porque impregnará toda la reflexión sobre el sentido y la práxis de las guerras presentes y futuras en este mundo unipolar.