KIM JONG-UN, DUDOSO LÍDER EN BUSCA DE UN EPÍTETO

22 de diciembre de 2011

La aparición pública de Kim Jong-Un, el Tercer Kim ( o Kim-3), junto al féretro de su padre, Kim Jong-Il, el "amado líder", encabezando la corte 'paleocomunista' norcoreana ha ilustrado la nueva ronda de especulaciones sobre el futuro del hermético país y avivado las dudas sobre la estabilidad regional.
En artículos para FOREIGN AFFAIRS, tres destacados especialistas norteamericanos ofrecen sus análisis sobre las posibles consecuencias de la fragilidad del nuevo dirigente. Como avanzábamos hace unos días, se apunta una suerte de 'regencia'. En otras palabras, un liderazgo tutelado, o la tutela de un liderazgo sólo aparente.
UNA SUCESIÓN PRECIPITADA
Nicholas Eberstadt, autor de varios libros sobre Corea, afirma que, contrariamente a lo que hizo su padre, Kim Il-Sung, fundador del país y de la dinastía, el segundo Kim no ha dejado las cosas bien atadas. El 'Gran Líder', ciertamente, habría dudado. Primero pensó en su hermano Kim Jong Ju, pero el elegido resultó ser demasiado cruel, incluso para los estándares norcoreanos. Ensayó luego la idea de un liderazgo colectivo ('Party Center'), proyecto también condenado al fracaso por la naturaleza familiar del régimen. Fue entonces cuando escogió a su hijo primogénito, que parecía más interesado en la buena vida. Le inventó una mitología acorde con su destino político, lo formó, lo blindó y lo colocó al frente. Sus rivales, si quedaba alguno con posibilidades, se plegaron. Y Kim Jong-Il se convirtió en el 'Amado Líder'.
Durante sus diecisiete años de mandato, Kim Jong-Il se complació en la arbitrariedad en la toma de decisiones y en una suerte de audacia temeraria en el exterior, con el desarrollo de su programa nuclear y sus provocaciones puntuales destinadas a obtener concesiones o apoyos puntuales con que compensar las terribles consecuencias de su política para la población norcoreana. En el asunto sucesorio, se mostró curiosamente descuidado, según Eberstadt. Su hijo primogénito perdió todas las opciones después de protagonizar un escándalo internacional y el segundo desapareció de un día para otro sin motivo conocido.
Al final, le ha tocado al menor de sus hijos convertirse en el 'Tercer Kim'. Su debilidad parece evidente. Su promoción empezó muy tarde, sólo después de que el 'Amado líder' sufriera el último ataque coronario, el año pasado. Precipitadamente, fue ascendido a general, sin la mínima formación militar. Apenas se sabe de él que estudió en Suiza y poco más, fuera de los ensalzamientos hiperbólicos oficiales. Su competencia para el cargo es más que dudosa. Aunque eso mismo se pensaba de su padre, a pesar de la previsora campaña de su progenitor.
Los analistas creen efectivamente que el nuevo líder está rodeado de una camarilla que más que asesorarlo lo manipulará. Ken Gause, autor de un libro sobre el 'reinado' de Kim Jong-Il, desmenuza nombres, cargos, responsabilidades y presuntas ambiciones de esa "bizantina estructura de poder" norcoreana. Su conclusión, como la otros expertos, es que un tío y una tía del joven Kim-3, serán sus tutores directos. Lo que no quiere decir que sean ellos lo que controlen el poder. Otros jerarcas conservan margen suficiente. Por ello, Gause considera probable la prevalencia de las ambiciones particulares y una peligrosa lucha por el poder, que podría "desgarrar al régimen".
LOS ESCENARIOS MÁS TEMIDOS
El asesor de Bush Jr. para Asia y seguidor atento de la evolución norcoreana, Michael J. Green, desgrana los distintos escenarios que podrían derivarse de la debilidad del nuevo liderazgo norcoreano.
El primero, preocupante pero gestionable, consistiría en que, para ganarse el respeto de su corte, Kim Jong-Un quisiera emular a su padre y extremar las provocaciones, bien mediante la intensificación del programa nuclear, bien insistiendo en episodios de bravuconería militar. Los observadores señalan una fecha emblemática para testar la verdadera fortaleza del nuevo líder: el próximo mes de abril, fecha en la que se festejara el centenario de Kim Il-Sung, el padre de la patria. Además, nos encontraríamos en periodo de campaña en Estados Unidos y en Corea del Sur y, por tanto, si Kim-3 ha aprendido algo de su padre, resultaría un momento propicio para crear situaciones difíciles.
Inquieta más en Washington y otras capitales que al inexperto Kim - o a sus asesores/manipuladores se les ocurra plantear una especie de chantaje: que se le permita continuar con su programa nuclear a cambio de renunciar a la proliferación externa, es decir a no poner la tecnología nuclear coreana al servicio de otros estados poco simpáticos hacia Occidente. Ocurrió con Siria en 2003, e Israel se dio el gusto de destruir, cuatro años después, el reactor montado con el apoyo técnico y el plantel humano que Kim Jong-Il le brindó a Bachar el Assad.
En todo caso, como no parece que al joven Kim le brillen precisamente los espolones, se teme mucho más la eventualidad de un descenso en espiral hacia la anarquía, con varios grupos compitiendo por el poder, incluso hasta llegar a las manos, o sea a las armas. Ese tipo de conflicto desencadenaría, en primer término, una oleada de refugiados, lo que pone los pelos de punta en Seúl, Tokio y Pekín, principalmente. Pero lo que verdaderamente alarma a todo el mundo es la falta de información fiable sobre el desenlace más previsible de una crisis así, las dificultades para encontrar un interlocutor y, en consecuencia, las dudas sobre la estabilidad del control del arsenal nuclear. Estaríamos ante una amenaza a la seguridad de Asia de unas proporciones sin precedentes en más de medio siglo.
EL PAPEL DE CHINA
Ante este despliegue de escenarios privadores de sueño plácido, otros expertos apuntan al certificado de garantía que puede asegurar China. Pekín ha jugado siempre la carta norcoreana para sacar tajada en sus ambiciones diplomáticas y económicas. Cierto que con Kim Jong-Il, los jerarcas chinos habrían perdido en algún momento la paciencia. La prensa occidental afirmaba estos días que Pekín habría dado la 'bendición' al joven Kim. A saber...
Se sabe que China ha aumentado su inversión en proyectos industriales de Corea del Norte, especialmente en las minas de la región fronteriza entre ambos países. Las cantidades son modestas, apenas 100 millones de dólares, y están gestionadas por empresas medianas o pequeñas, de titularidad pública y privada, según Drew Thompson. A Pekin le interesaría por tanto la estabilidad de su incordiante vecino.
Otro experto, en este caso Françoise Nicolas, director del Centro Asia, del Instituto francés de Relaciones Internacionales, sugiere en LE MONDE que precisamente a causa de estos intereses económicos, los chinos podrían tratar de imponer en Corea una evolución semejante a la suya, la versión coreana del 'capitalismo comunista'.
Para Victor Cha, profesor de Georgetown e integrante de la administración G.W.Bush, la mejor garantía de estabilidad es que Corea del Norte se convierta en una provincia china, sin disimulos ni formalidades de independencia, según expone en un artículo para THE NEW YORK TIMES. Cha recuerda que gran parte de los dirigentes chinos ya estarían hartos de transferir utilidades a un régimen tan imprevisible.
En todo caso, a Pekín parece que le interesaría recuperar el diálogo multilateral a seis (EE.UU., China, Japón, Rusia y las dos Coreas) con que se encauzó el desafío nuclear de Kim Jong-Il en 2006. La actividad diplomática se encuentra prácticamente interrumpida desde que se agravaron los problemas de salud del ahora fallecido. Está por ver si el Tercer Kim se aviene a la vía tranquila. De momento, es sólo el hijo del 'querido líder' o el nieto del 'Gran Líder'. Un dudoso 'líder' en procura de un epíteto.

MUERTE DE KIM JONG-IL: ¿COMIENZA LA ‘REGENCIA’?

19 de diciembre de 2011

Tardaremos tiempo –semanas, quizás- en obtener pistas sobre cómo se va produciendo la sucesión en Corea del Norte, tras la desaparición física de Kim Jong-Il. La designación de Kim Jong-Un, uno de los hijos del fallecido (pero no el primogénito) ha sido confirmada. Sin sorpresas, por tanto, en lo que se refiere a la sucesión nominal. Lo que no está claro es la sucesión real. Hace tiempo se tenía por seguro que este joven de unos 28 años (la edad real de los dirigentes es otra incógnita más) era demasiado inexperto como para presumirla la capacidad de conducir por si sólo los asuntos de Estado. Se pensaba en su momento (en Washington, en las capitales aliadas de Asia y probablemente en la potencia protectora –China) que una hermana y su marido vigilarían el comienzo de su mandato: de él mismo, de sus limitaciones e inexperiencia, y de los aparatos más reticentes del Estado.
Los observadores del enigma norcoreano creen que el Partido del Trabajo (comunista) perdió la hegemonía política en beneficio de las Fuerzas Armadas, cuando Kim Jong-Il se afianzó en el poder. Muchas señales confirmaban esta hipótesis. Los propios cargos iniciales del ahora desaparecido eran fundamentalmente militares, aunque, lógicamente, estaba situado en puestos estratégicos del partido. Pero el indicador fundamental era el peso de los militares en la gestión de las ‘emergencias’ nacionales. En realidad, el país vivía (vive) en situación de emergencia permanente. Los ciclos de hambruna se repiten invariablemente. Como consecuencia de ello, las alarmas militares con sus vecinos se suceden. No son provocaciones, como a veces se interpreta en la prensa menos avisada. Son llamadas de auxilio.
Algo parecido cabe decir del programa nuclear norcoreano. Más que un desafío a su vecina-rival, se trataría de una baza internacional (quizás la única) para conseguir la ayuda desesperada que el país necesita. La última crisis militar con Corea del Sur se produjo hace ahora un año, a finales de noviembre. El ataque contra un pequeño islote surcoreano en el Mar Amarillo tuvo lugar días después del comienzo de unas maniobras navales del vecino del sur. La alarma se disipó rápidamente, a pesar de que murieron medio centenar de marinos surcoreanos y de que en ciertos medios del país se inflamaron los ánimos.
Estados Unidos y China mantuvieron la cabeza bien fría. Los norteamericanos confían en el bueno juicio de Pekín. La administración Obama consideraría más útil la tutela indirecta del régimen norcoreano que una intervención propia más activa. De ahí que la reacción de Washington tras hacerse público el fallecimiento de Kim Jong-Il haya sido singularmente prudente. El comunicado oficial señala que se sigue la situación ‘de cerca’ y que Washington desea la estabilidad en la península coreana. En Japón y Corea del Sur se ha convocado reunión urgente del Consejo de Seguridad y del Gobierno, respectivamente. Sin más comentarios, de momento.
No resulta fácil predecir qué pasara ahora en el país. Pero probablemente no se producirán cambios dramáticos. La prioridad del nuevo dirigente nominal debe ser interna: la estabilidad institucional y la neutralización de los potenciales focos de descontento. Decir algo más sería especular demasiado.

OBAMA, DEL ATLÁNTICO A VLADIVOSTOK

15 de diciembre de 2011

A estas alturas, Barack Obama ya está examinando la cartografía del intenso año electoral que tiene por delante. El presidente de los Estados Unidos entra en su año más delicado. Si no consigue la reelección en noviembre, su celebrada estrella puede quedar reducida al fiasco político más notable en una generación.
Obama sabe que se le juega en casa. Por la gravedad y persistencia de la crisis, por la confianza desgastada de sus ciudadanos, por la ofensiva inclemente e irracional de sus adversarios... Y porque la única superpotencia acentúa sus reflejos introspectivos cuando se empina el camino.
Nadie -o casi nadie- discrepa de esta afirmación: los problemas mundiales pesarán en la larguísima campaña únicamente en la medida en que se presenten como instrumento coadyuvante para superar el depresivo estado de la economía norteamericana. Es de esperar, por ello, que Obama acentúe sus presiones sobre China, el gran acreedor, aspirante a superpotencia, pareja obligada de ese G-2 virtual que se superpone sobre otros "Gs" más institucionalizados (G-8, G-20, G-27, G-5...) de la escena internacional. Pero las delicadas circunstancias internacionales obligarán al Presidente (y candidato) a prestar especial atención a otra región del globo: Europa, o Eurasia, la vasta extensión del Atlántico a Vladivostok.
EUROPA: DISCREPANCIAS Y CONTRADICCIONES
Las tribulaciones europeas se siguen con gran inquietud en Washington. En vísperas de la cumbre dedicada a la salvación del euro', Obama encargó a su secretario del Tesoro que cruzara en Atlántico para dejar claro a los grandes líderes continentales que Estados Unidos no se limitaría a ser un espectador en las terapias de reanimación que se decidan y apliquen en el primer espacio económico mundial.
Como es lógico, la gira de Geithner estuvo rodeada de cuidada discreción y suma cordialidad. Pero apenas se pudieron suavizar las discrepancias. Sin duda, las más evidentes separan a Washington de Berlin. Tanto que Geithner no incluyó a esa capital en su gira.
Uno de los principales 'germanólogos' del pensamiento exterior estadounidense, Andreas Möller, del Consejo de Relaciones Exteriores, señalaba recientemente que Obama y Merkel libran una 'batalla de ideas'. O dicho de otra forma, que existe un 'entendimiento muy distinto de cómo configurar una estrategia económica" en la situación actual.
Antes de la cumbre de Bruselas, Obama hizo público el discurso público que el Secretario Geithner deslizó en privado. Advirtió el presidente que las políticas de austeridad y rigor fiscal, en este momento preciso, no son las más adecuadas para ayudar a salir de la crisis. Al contrario: sólo propiciarán un agravamiento y empujarán aún más hacia la recesión. En esta idea le secundan la mayoría de los economistas 'keynesianos' (Krugman, Stiglitz y otros), quienes no dejan de mostrar su preocupación por el pensamiento único que imponen Berlín y su brazo económico, el BCE. Para decirlo corto: es impensable que Estados Unidos entre en senda de recuperación si Europa no es capaz de romper el círculo infernal al que le conducen unas políticas centradas en la austeridad y un excesivo rigor fiscal.
La canciller Merkel parece poco impresionada. En realidad, está convencida de que Obama actúa por presión electoral. Y a eso se le añade la credibilidad mermada del presidente norteamericano, quien no siempre ha hecho caso a los partidarios de un mayor activismo público en el impulso económico. Es cierto que Obama lanzó su programa de estímulo al comienzo de su mandato. Pero es evidente que no ha sido suficiente, y luego ha dudado, se ha quedado a medio camino o ha sido cortocircuitado, boicoteado e intimidado por la oposición republicana. Se le reprocha, en todo caso, no haber utilizado todas las armas (legales y políticas) a su alcance para profundizar en un camino keynesiano. Todavía es una incógnita si se decidirá, o si se lo permitirá esa comisión bipartidaria, encargada de reducir el déficit. En definitiva, que en Berlín y en otras capitales en sintonía con la sensibilidad germana, se percibe que Obama 'sermonea' discretamente a los europeos, con bastante lógica desde una óptica progresista, pero se ve atrapado en contradicciones de notable envergadura.
VIVIR CON EL 'PUTINATO'
En el otro frente europeo que Obama tiene abierto, las relaciones bilaterales con Rusia, las discrepancias teóricas, académicas o de sensibilidad se transforman en desplantes ríspidos que anuncian problemas propios de otros tiempos.
Las denuncias de las irregularidades electorales, efectuadas por la Secretaria de Estado, Hillary Clinton, provocaron una irritación previsible en el Kremlin. El circunspecto Putin reprochó a la jefa de la diplomacia norteamericana que cuestionara la limpieza de los comicios legislativos antes de disponer de datos concretos. Lo que, según su juicio, 'dió el tono y la señal' a los que protestaron. En su misma intervención, Putin resaltó el apoyo económico extranjero a las organizaciones que han denunciado las irregularidades. Lo primero no parece cierto, porque las denuncias de fraude aparecieron enseguida, incluso antes de que comenzara la votación, debido a la falta de garantías de la maquinaria electoral, por no hablar de las discutibles reglas del juego. Lo segundo puede concedérsele al líder ruso. Es un hecho que las ong´s como Golos y otras no podrían haber realizado su trabajo sin apoyo financiero occidental. Lo que se calla Putin es que el nivel de presión e intimidación de esas organizaciones por parte de las autoridades locales resulta completamente inaceptable.
Washington se ha resignado a otro mandato Putin, o a que Putin ejerza el poder sin disimulo, en el puesto delantero del tándem ruso. Ese no es el problema. Lo que podría explicar el paso al frente dado por Clinton (con el aval expreso e inmediato de la Casa Blanca, es preciso señalar) es la urgencia de la administración Obama por 'contener' al 'putinato'. Es más que probable que se hayan diluido las esperanzas de ese famoso 'reset' con Rusia que Obama propuso al poco de llegar al despacho oval. Pero no puede gobernar y encauzar su reelección, sin haber establecido el marco de las relaciones con Moscú.
Rusia es clave para manejar la crisis siempre latente con Irán. Sin olvidar la tarea pendiente en Afganistán o la gestión de los sobresaltos árabes. Pero sobre todo, para ese complicado y escurridizo juego a tres bandas con los chinos. Está en juego la estabilidad en Asia, el otro gran motor no suficiente pero si imprescindible para tirar de la economía mundial. No ha pasado inadvertido en Washington la reacción Pekín al 'rifirrafe' entre Clinton y Putin. Ni que decir tiene que los chinos se han mostrado críticos con la actitud norteamericana. Pero los comentarios se han hecho con bajo perfil y de forma discreta.
Callar o mirar para otro lado en Rusia no era, ni será, una opción para Obama, porque sus rivales republicanos, se lo hubieran reprochado, y no abandonarán su actitud vigilante durante el proceso electoral, sin duda. Excederse en la hostilidad hacia el Kremlin también comporta sus riesgos. Lo que pretendería Obama sería trazar unas rayas, no abandonar la política de diálogo y compromiso con el Kremlin, pero sin dejar de presionar a Putin para impedir que complete su temido proyecto autoritario.

RUSIA COMO PROBLEMA

7 de Diciembre de 2011

Las elecciones legislativas en Rusia han confirmado la derrota y la victoria al mismo tiempo del partido de Putin, Rusia Unida. En unos comicios, perder quince puntos difícilmente permite eludir la sensación de fracaso. Pero, en los tiempos que corren, ¿quién no firmaría hoy en Europa revalidar una mayoría absoluta?
Rusia, claro, no es un país europeo… occidental. El proceso electoral acumula tantas denuncias, críticas y sospechas de fraude, grande y pequeño, abierto y oculto, directo y retorcido, que su legitimidad ha sido puesta en entredicho, con más o menos claridad por distintas cancillerías occidentales. La OSCE, un organismo nacido de la guerra fría –en realidad, de la distensión, del diálogo Este-Oeste, y ahora reconvertido en un cuerpo de observación de buena gobernanza- se ha mostrado con su habitual lenguaje diplomático, poco comprometido, pero al menos inequívoco en la denuncia de falta de neutralidad del Estado, de mecanismos electorales poco transparentes, de favoritismo oficialista abrumador de los medios estatales.
A Putin y a la élite que lo acompaña, protege y secunda le importan poco estas críticas. El presunto fraude le sirve para completar su proyecto de contar con una Duma (Parlamento) bajo control, una vez que, como parece seguro, vuelva a la Jefatura del Estado, en las elecciones de marzo. Para entonces, el actual presidente Medvedev ya habrá vuelto al puesto que él abandona ahora. Tándem, permuta, intercambio en la cúspide visto por los analistas como un síntoma más de la fallida democracia rusa.
UN FUTURO SOMBRÍO
Estos enjuagues más o menos burdos, en cualquier caso, constituyen el problema menor, aunque parezca chocante decirlo. Lo que verdaderamente preocupa, fuera y dentro de Rusia, es el futuro del país, su estabilidad, su sostenibilidad. La fiesta ha terminado. El boom económico y la relativa prosperidad se han agotado.
Algunos analistas occidentales, muy en la línea del catastrofismo habitual sobre el destino del país más grande de la tierra, consideran que Rusia se encamina hacia un desastre económico. Así lo asegura, por ejemplo, Iulia Joffe en un reciente trabajo para FOREIGN POLICY. Las necesidades sociales y, sobre todo, las exigencias de modernización del país no podrán ser cubiertas por la renta de los productos energéticos. Peor aún, las grandes reservas siberianas se agotarán pronto y no hay tecnología ni tiempo para explotar las de Ártico.
En los think-tank y publicaciones especializadas occidentales –anglosajones, sobre todo- se acumulan los análisis sobre el declive ruso. A partir de su demografía alarmante, la más vulnerable del mundo, se suceden las previsiones oscuras. Lilia Shetsova, en FOREIGN AFFAIRS, repasaba hace apenas dos meses la triada crítica de Rusia: el agotamiento del modelo de crecimiento, el descontento social galopante y una corrupción sistémica. Las vastas riquezas del país se antojan insuficientes para conseguir una modernización inaplazable de las infraestructuras, casi las mismas que en tiempos de la URSS. El famoso ‘consenso social’ de la era Putin está agotado: se ensanchan las diferencias entre ricos y pobres (eso también ocurre en Occidente). El malestar social empieza a ser visible. Aumenta la criminalidad, el nacionalismo xenófobo. Las encuestas reflejan la frustración. Se escuchan voces pidiendo cambios profundos. Hay un sabor a revuelta.
Estas circunstancias adversas han provocado el temor de las élites, que se protegen acudiendo a mecanismos habituales: defensa cerrada de privilegios e incremento de los reflejos represivos. Los más favorecidos blindan sus intereses. O los ponen a buen recaudo… fuera del país. En los últimos meses, la evasión de capital supera los 50 mil millones de dólares. La nueva ‘nomenklatura’ manda a sus hijos a estudiar fuera, acumula pisos, rentas, se prepara para un abandono precipitado del país. Dice Shetsova que 150.000 rusos de clase media, intelectuales, tecnócratas, gente formada, ha dejado el país en los últimos tres años.
A los que se quedan les esperan más penurias. El número de rusos que han caído por debajo de la línea oficial de la pobreza se ha incrementado un 10% sólo en lo que va de año. El Estado protector de Putin empieza a diluirse. El deterioro de los servicios públicos es galopante.
Para someter a raya el descontento, deberá reforzarse el control social, más aún de lo que ya se ha ejecutado en los últimos años. El presupuesto del Estado, en un momento en que el dinero es necesario para otras cosas, está lastrado por un coste excesivo en aparatos de seguridad y defensa (casi un 60% del gasto público). Las protestas del Ministro de Economía, escandalosamente públicas, la han apartado del gobierno. Alexei Kudrin es un hombre respetado por los medios económicos. Ahora, Putin y Medvedev buscarán alguien con menos ambiciones para ese puesto. Alguien que sea respetado dentro, pero también fuera, porque Rusia necesita desesperadamente la inversión occidental.
UN SOCIO INCÓMODO DE OCCIDENTE
Para conseguirla, se hace preciso operar algunas rectificaciones en política exterior. En sus últimos años de su primer periodo presidencial, Putin se mostró esquivo, áspero y hasta hostil con Wasghington. Obama le echó una mano, proponiendo una revisión de las bases de la relación bilateral (el famoso ‘reset’). El resultado ha sido poco brillante. Dice la mayoría de los analistas occidentales que los estrategas de los cuerpos de seguridad rusos contaban con el inevitable declive de Occidente y con un polo emergente alternativo al que Rusia podría engancharse para recuperar el esplendor perdido. Esta tesis la sintetiza recientemente Andrew Kuchins, un analista senior del Centro de Estudios Estratégicos Internacionales de Washington, en un artículo para FOREIGN AFFAIRS.
La apuesta no ha resultado muy exitosa, porque existen demasiadas contradicciones en las nuevas alianzas de Moscú. El auge de China es tan abrumador que produce más inquietud que tranquilidad en el Kremlin. La debilidad económica de Rusia no puede permitirse poner una cara demasiado agria a Estados Unidos porque necesita su tecnología para asegurar la modernización de sus vetustas estructuras. Pero ese camino de vuelta no será fácil. Washington exigirá ciertas garantías y, desde luego, apoyo en los escenarios más delicados (Irán, Afganistán) y cierta colaboración para ‘encuadrar’ a China en unas normas de respeto e las reglas del juego.
Afrontar el deterioro económico, el descontento social y mejorar las relaciones con Occidente no podrá hacerse incrementando las políticas represivas. O no debería. De momento, la respuesta a las protestas por los fraudes electorales ha sido dura y poco conciliadora. Parece ser el reflejo autoritario del grupo de ‘Ozero’, la dacha donde se conocieron y trabaron amistad aquellos jóvenes apparatchik de San Petersburgo en los primeros noventa.
Durante años, autoritarismo y pragmatismo se han combinado para rectificar el caótico proceso que siguió al hundimiento de la Unión Soviética. Está por ver si la fórmula puede mantenerse o si las contradicciones, debilidades intrínsecas y problemas abrumadores que soporta ese inmenso país lo arrastran hacia ese escenario sombrío en el que se extienden quizás con excesivo catastrofismo numerosos expertos occidentales.

EL FANTASMA DEL ‘CALIFATO’: SENTIDO Y ALCANCE DE LAS VICTORIAS ISLAMISTAS

1 de diciembre de 2011

El islamismo moderado parece confirmarse como fuerza política dominante en los procesos de cambio político que se están produciendo en el mundo árabe. No debería suponer una sorpresa. Sin embargo, se percibe cierta inquietud en sectores políticos, intelectuales y mediáticos occidentales. En parte, por los mensajes ambiguos de los islamistas sobre sus proyectos políticos. Pero también debido al efecto pernicioso que ha conseguido implantar una información descuidada, en el mejor de los casos, cuando no claramente manipuladora.
Lo cierto es que tendremos una visión más certera de la dimensión, el alcance y la significación de las victorias electorales islamistas en Túnez y Marruecos, y la más que previsible en Egipto, si analizamos caso por caso, aunque no haya motivos para admitir una tendencia global, un factor multiplicador en el proceso en curso. Me concentraré en, Marruecos y Egipto, ya que en un comentario anterior se examinó con detalle el caso tunecino.

MARRUECOS: ¿UN CONTRAPESO A PALACIO?
Los vientos de cambio en Marruecos han resultado más apacibles que en otros países de la zona. Varias son las razones que explicarían esta moderación en el impulso del cambio. No se explica –no del todo, al menos- por el férreo control de la población que ejercen de los aparatos del Estado (algo común en todos los países de la zona); tampoco por la debilidad de los partidos políticos (en Marruecos, muy domeñados, pero con sólidas y veteranas estructuras organizativas); ni siquiera por la falta de liderazgo alternativo (también ha surgido allí un movimiento juvenil, el 20 de febrero, con características similares al tunecino o al egipcio).
Más bien, hay que buscar la explicación en la singularidad del régimen político marroquí. La actitud reverencial de la población ante el monarca, máxima autoridad política, pero también religiosa, reduce o neutraliza ciertos apetitos revoltosos. A ello se une un cinismo muy identificable de la población, quizás por estar más influenciada que otras vecinas por gustos y valores occidentales. El sentido pragmático del marroquí medio (es decir, de las clases populares) le hace bastante inmune a las aventuras políticas.
Esta actitud se refleja en la tasa de participación. La cifra oficial del 45% ha sido interpretada de manera muy diversa. Como señala la investigadora Dafne McCurdy en un interesante trabajo para FOREIGN POLICY, el gobierno ha exagerado su importancia, comparándola con el 37% obtenido en 2007. Pero hay que tener en cuenta que en ese año se registraron para votar dos millones de personas más (15 millones y medio, en total) que este año (sólo 13 millones y medio). En consecuencia, no ha votado más gente ahora. Y ello, a pesar de que, en esta ocasión, se suponía que se inauguraba un nuevo tiempo político, tras los cambios constitucionales refrendados en verano, que reforzaban el poder del Parlamento y de los partidos y disminuían el de la Corona. La participación en 2011 ha sido inferior en más de seis puntos inferior con respecto a 2002 y de doce puntos en relación a 1997. Esto parece indicarnos que el descreimiento hacia el sistema no se ha mitigado por la promesa de un cambio en el que casi nadie cree.
En esas condiciones, el voto preferente, que no mayoritario, a la opción islamista moderada puede interpretarse como un reflejo conservador del electorado. El apoyo obtenido por el Partido de la Justicia y el Desarrollo no ha llegado al 30%, lo que le obligará a forjar un pacto con los nacionalistas de Istiqlal y con otras fuerzas menos oficialistas (dudosos los socialistas, por su recelo de la orientación religiosa del PJD) para poder formar gobierno, en base a los nuevos preceptos constitucionales.
El PJD se ha cuidado muy mucho de moderar su lenguaje. Cauto y ambiguo, como sus correligionarios en Túnez y en Egipto (incluso en Libia, donde apenas si están organizando sus opciones), los islamistas marroquíes han basado su atractivo electoral en su compromiso de lucha contra la corrupción. Su líder, Abdelilah Benkirane, no es un Ahmadineyad precisamente. Fue elegido en 2008 por sus credenciales claramente moderadas y su defensa de un trono fuerte y poderoso. Reemplazó en el liderazgo del partido a Saad Al-Din Al-Uhtami, quien preconizaba la instauración de una monarquía parlamentaria en el país. Benkirane puede ser más o menos próximo a Palacio (amigo del rey, comentan algunos). Pero no ha llegado al punto de integrar a su partido en ese conglomerado de formaciones puramente satélites de Palacio (el llamado G-8).
EGIPTO: UN TEMOR APRESURADO
En Egipto, el complejísimo e interminable sistema electoral (imposible de explicar en estas líneas) hace que tengamos que esperar meses hasta conocer la verdadera composición de la Asamblea Constituyente. Las primeras estimaciones correspondientes a las jornadas electorales de esta semana parecen confirmar el liderazgo del Partido de la Justicia y la Libertad, rama política de los Hermanos Musulmanes.
La Hermandad ha capeado con bastante cautela el rebrote contestatario de las últimas semanas. Primero, se avino a un pacto con los militares (como otras fuerzas liberales, por cierto) para neutralizar a los más exigentes en la Plaza Tahrir. Después, cuando se zanjaron las protestas con violencia gubernamental, se desmarcaron y se mostraron más críticos con la conducción de las Fuerzas Armadas. El empeño de los HHMM consistía en proteger el proceso electoral, en primer lugar, porque se sabían beneficiarios de sus resultados. Pero también porque eran conscientes de que la ‘revolución permanente’ podría precipitar al país en el caos. La famosa frase de uno de los generales de la Junta, ‘Egipto no es sólo la Plaza Tahrir’, es asumida plenamente por los Hermanos.
En ciertos ámbitos de Occidente ya se glosa la islamización de Egipto. De los HHMM se ofrece a menudo una imagen como de lobos vestidos de cordero. Recientemente, en FOREIGN AFFAIRS, Eric Trager les dedicaba un artículo titulado ‘Los inquebrantables Hermanos Musulmanes’, en el que se describía al detalle el riguroso proceso de selección y adoctrinamiento de sus integrantes y se apostaba por el oscuro futuro de un ‘Egipto liberal’, como si eso hubiera existido alguna vez.
En parte, esta apreciación está ampliamente influida por años de ‘islamofobia’ descarada por los ‘neocon’ y por un amplio sector de los medios anglosajones. Y no menos, desde la derecha israelí, por supuesto. Uno de sus medios más potentes, el JERUSALEM POST, publicaba esta semana un análisis que comenzaba así: “Los peores temores acerca de las revueltas árabes parecen confirmarse…Los islamistas están en ascenso”. El comentario venía luego aderezado por el supuesto apoyo de la mayoría de los egipcios a las más estereotipadas fórmulas de la ‘sharia’ (lapidación, pena de muerte, corte de manos…). Lo que no impedía que, en la misma consulta, realizada por el norteamericano PEW RESEARCH CENTER, se mostrara que esa misma mayoría no deseaba un gobierno monocolor de los ‘piadosos’.
Aunque haya una facción más radical, más cercana a los ‘revolucionarios de la plaza’, lo cierto es que el ‘establishment’ de la organización parece tener el proceso bajo control. En declaraciones a DER SPIEGEL, uno de sus portavoces, Mahmud Ghoslan asegura que ellos no se atienen a los modelos iraní o turco, sino que generarán uno propio y desmiente que oculten su agenda: de los nueve miembros del Consejo Supremo, cinco se doctoraron en Universidades norteamericanos –recuerda Ghoslan-, “somos templados y moderados, de mente abierta”.
Añado brevemente que el ‘número dos’ de los HHMM, Ezzan El Eriam, con quien me entrevisté durante dos horas en El Cairo hace unos años, me transmitió la misma impresión de moderación y templanza. Salvando las distancias, no me parece descabellado comparar a estos islamistas (egipcios, marroquíes, tunecinos) con la Democracia Cristiana europea de posguerra.
Lo relevante es que los progresistas egipcios, aunque contrarios a un dominio de la ‘cofadría’, consideran su previsible triunfo como un mal menor. En un interesante artículo para THE INDEPENDENT, el veterano periodista británico Ian Birnell reproduce, a modo de muestra, un comentario de Yara, una joven de la Plaza Tahrir situada en las antípodas de los piadosos dirigentes en ciernes: “No queremos a los Hermanos Musulmanes al mando, pero tampoco los tememos”. Birnell añade que la dependencia del turismo y el ejercicio del poder moderarán los impulsos radicales de los HHMM. Después de todo, “¿en qué se diferencian ellos de la derecha religiosa en América, de esos zelotes del ‘Tea Party’ que intentan imponer sus anticuadas creencias a todos los individuos?”, se pregunta el colega británico.
Por tanto, el temor al ‘califato’, a un viento de pureza religiosa que reduzca derechos y repliegue a las sociedades islámicas a un tiempo oscurantista y opresivo, parece precipitado. La salida islamista parece una respuesta conservadora, de refugio en opciones templadas, más autóctonas, frente al falso modernismo de unos regímenes ‘republicanos’ corrompidos, cleptócratas, imbuidos de un ‘modernismo’ occidental falsario y elitista. El proclamado ‘socialismo árabe’, nacionalista y liberador, se consumió, en la práctica, en un estatalismo ineficaz, depredador, corrupto y derrotado sistemáticamente, dentro y fuera, en las guerras contra el enemigo israelí y en la lucha contra la pobreza y el subdesarrollo.
El islamismo no es seguramente la solución para las sociedades árabes, y es comprensible por ello el recelo que las tendencias electorales despiertan en medios progresistas occidentales. Pero las propuestas aperturistas, modernistas, participativas, liberales y, si se quiere, ‘revolucionarias’ (‘el espíritu de Tahrir’) necesitarán mucho más que proclamas bienintencionadas y campañas cibernéticas para prender en el ánimo de unas masas árabes profundamente escépticas.