SIRIA: ¿CRISIS SIN SALIDA?

31 de mayo de 2012

                En los últimos años de conflictos armados en el interior de un país con dimensión internacional, ha habido siempre un episodio ‘insoportable’ que precipitaba una escalada hacia la acción militar coordinada de la llamada comunidad internacional. Para que eso ocurriera, debían darse dos circunstancias imperativas: que hubieran madurado las condiciones políticas y que los cálculos operativos de una intervención armada resultaran favorables. Ocurrió en Bosnia, ocurrió en Kosovo y, más recientemente, ocurrió en Libia.

                La reciente matanza de Houla presenta –todo lo indica- las características propias  para convertirse en ese episodio ‘insoportable’ de la crisis siria. Pero, ¿se han cumplido las dos condiciones? No lo parece.

                UNA RESPUESTA INCÓMODA

Después de varios días de indecisión, el sistema de Naciones Unidas se ha decantado por denunciar lo ocurrido en la pequeña localidad cercana a Homs como una masacre perpetrada por fuerzas obedientes al Gobierno sirio. Lo que no quiere decir por fuerzas regulares del Ejército. Se trataría más bien de milicias irregulares, pero bien controladas y aleccionadas para ese tipo de acciones sucias… y sangrientas. Ejemplarizantes, sin duda.

                Inicialmente, los observadores militares destacados por la Liga Árabe habían mostrado sus dudas sobre la autoría. Circularon versiones sobre posibles acciones de provocación, que parecían rebajar de alguna forma la responsabilidad del régimen. Pero a medida que las respuestas occidentales se hacían más contundentes (sólo verbalmente, por supuesto), las dudas de los funcionarios internacionales se fueron disipando.

                Las últimas evaluaciones establecen que la tragedia se inició cuando fuerzas militares rebeldes atacaron posiciones del Ejército sirio con armas ligeras. Ante la eventualidad de que la localidad pudiera caer bajo el control de una población sunní suficientemente importante, las milicias de tres núcleos alauíes (la minoría dirigente de Siria) se movilizaron rápidamente en apoyo del Ejército regular. La respuesta militar fue contundente: los carros de combate y la artillería dispararon contra la población civil, entre la que se ocultaban algunos de los insurrectos.  Para no dejar ‘cabos sueltos’, las milicias paramilitares alauíes habrían penetrado en las casas de sospechosos de dar cobijo a los rebeldes y habrían disparado o pasado a cuchillo a sus moradores.

                De ser cierto, este espantoso crimen no podía pasar como uno más en la larga serie de atrocidades y agresiones contra la población civil. Las potencias occidentales se vieron en la obligación de escalar su presión contra el régimen. Tras las sanciones económicas, sólo cabía la adopción de medidas de fuerza. El problema –muy típico de estos casos- es que no se está seguro de poder hacerlo. O, más exactamente, se teme desencadenar una situación indeseable, tan complicada o más que la que se quiere liquidar.  Consecuencia: a la espera de clarificar las opciones, se opta por una medida más bien clásica pero poco contundente: retirar embajadores del país condenado. La diplomacia tiene sus códigos y este gesto no carece de importancia. Pero el nivel que ha alcanzado la crisis lo convierte en claramente insuficiente para forzar un cambio de actitud en Damasco.

                LA OPCION YEMENÍ

Para llegar a la intervención militar, las potencias occidentales tendrían que asegurarse al menos la inhibición de Moscú (Pekín parece haber delegado en su ‘aliado de conveniencia’ ruso). Aunque el Kremlin parece harto de la intransigencia y la huida hacia adelante del otrora ‘razonable’ Bashar el Assad, la opción militar sigue repugnando. Básicamente, porque no hay garantías de que su resultado permitiera conservar los intereses rusos en el país (económicos, militares, estratégicos). Se atribuye a Putin el convencimiento de que Siria sería otra Libia: que una vez desplegado el aparato militar, los occidentales impondrían sus planes sin la menor consideración a los intereses rusos. Por ello, la diplomacia rusa parece actuar bajo las instrucciones de seguir ganando tiempo (o de perderlo, según se mire) y está anclada en la ambigüedad cómplice con la que actúa desde el comienzo de la guerra interna siria.

                La administración Obama creía haber presentado a Moscú una opción favorable para el cambio de actitud. Es la llama ‘solución yemení’: el método empleado para alejar del poder al Presidente Saleh, sin alterar bruscamente el equilibrio de poder en el país, pero permitiendo a la oposición optar legítimamente a participar de sus beneficios. Esta ‘voladura controlada’ del régimen favorecía el restablecimiento de las operaciones contra las células de Al Qaeda. En el caso de Siria, lo que Washington pretende ofrecer a Moscú son similares garantías. La sacrificada sería la familia Assad, no los legítimos y razonables intereses rusos, que serían convenientemente respetados. Pero, de momento, el Kremlin no se ha mostrado convencido de que la oferta esté libre de trampas.

                OTRAS IMPLICACIONES, OTROS TEMORES

Paradójicamente, la paralización impuesta por la postura de Moscú sirve a las potencias occidentales para no dar el paso hacia la intervención militar. Algunos analistas citados estos días por los principales medios occidentales siguen convencidos de que las cancillerías occidentales no han despejado los temores de que la caída de Assad podría beneficiar fundamentalmente a los radicales islámicos, por ser los mejores organizados ante una situación de vacío de poder.

                Pero más allá de este recurrente ‘fantasma islámico’, inquieta también en Occidente que una victoria de los militares rebeldes representantes de la mayoría sunní precipite acciones de represalia contra los alauíes, que se han beneficiado abusivamente del poder desde hace décadas. La tutela occidental no duraría mucho, como se ha visto en Libia.

                Otro motivo de reticencia es la posible respuesta iraní. El régimen de Assad es el principal aliado de los ayatollahs. Resulta más que probable que Teherán no interpretará una acción militar contra Siria como una maniobra –directa o indirecta- para aislarlo y hacer más favorable la neutralización por la fuerza de su programa nuclear. El nerviosismo iraní puede ser causa suficiente para arruinar las ya de por si débiles perspectivas de éxito de la vía diplomática. Aunque los ‘halcones’ vean en la crisis siria una doble oportunidad de liquidar las resistencias anti-occidentales en Oriente Medio, lo cierto es que en la administración Obama y en la mayoría de las capitales europeas sigue prevaleciendo una posición más prudente. En definitiva, Houla podría ser ese caso ‘insoportable’ que haga volver a plantearse la opción militar en Siria. Pero las cartas aún no parecen jugadas.

               

EGIPTO: LA REVOLUCION CAÓTICA


24 de mayo de 2012

                Egipto celebra elecciones presidenciales en un clima político caótico e imprevisible, pero al mismo tiempo cargado de vigor ciudadano, de envidiable aspiración democrática y de apasionada confrontación política. La calle hierve, las organizaciones sociales y políticas se esfuerzan por conectar con sus bases más exigentes que fieles y, mientras tanto, la economía sigue deteriorándose, las condiciones de vida de la mayoría de los egipcios se vuelven cada día más precarias y el país entero vive entre la esperanza y la desesperación.

                Esa sería la rápida radiografía de la realidad egipcia. En ese contexto, el proceso electoral se antoja como un episodio más de la revolución, tan efímero, incierto y volátil como la mayoría de los anteriores. Pero no por ello menos apasionante.

                UN PROCESO PLAGADO DE INCIDENTES

                A las elecciones se llega tras un largo proceso político desordenado, contradictorio y confuso, lo que ha impedido una normalización que hubiera sido deseable para afrontar las necesidades y desafíos económicos y sociales del país. La Asamblea surgida de las elecciones ganadas abrumadoramente por los islamistas (moderados y radicales) ha sido suspendida por supuestas infracciones. El proceso constitucional sigue pendiente de cierre. Y el Alto Consejo de las Fuerzas Armadas retiene formalmente el poder.

                La revolución egipcia presenta rasgos que la hacen única en el contexto de las alteraciones políticas y sociales vividas en los últimos quinientos días en el mundo árabe. Un régimen autoritario y prolongado cayó... pero no del todo. Una alternativa islamista surgió con fuerza, pero no se ha conseguido imponer en el plano institucional. Una pluralidad política se dibuja y expresa cotidianamente en las calles, pero pareció impugnada en las urnas durante las interminables elecciones legislativas. El Ejército, como pilar del Estado y única fuerza de continuidad institucional, parece por momento la referencia interna y externa, pero está corroída por su falta de legitimidad. Algunos de los candidatos reciben a veces más apoyo de otras formaciones políticas que de las que originalmente proceden. Otros han sido neutralizados por instancias provisionales de poder en oscuras decisiones, o bien se han desdibujado, perdido, deslegitimado o simplemente diluido en el marasmo político.

                Nadie puede asegurar que dispone de una hoja de ruta para Egipto. Los militares, que parecía el garante de la estabilidad, se ven obligados a pactar con los Hermanos Musulmanes, sin duda el mayor polo de atracción social y de expresión política. Pero la división interna expone a la cofradía al asalto permanente de sus rivales (ya sean los piadosos 'salafistas' o los segmentos decididamente laicos) y a la manipulación de los uniformados. Militares y cofrades han pactado y se han enfrentado, han convenido voluntades y dejado que sus intereses contradictorios las rompan poco después. Unos y otros buscan el poder: conservarlo, pese a todo, los primeros; conquistarlo y mantenerlo, los segundos. 

                Las dudas sobre las prerrogativas presidenciales en la práctica abonan este clima de inestabilidad. Se tiene la sensación de que todo puede ocurrir: desde una involución autoritaria, sangrienta o no, con un grado de apoyo exterior dependiente de las circunstancias del momento, hasta un desbordamiento revolucionario.

                CANDIDATOS: PERFILES Y SIMULACIONES.

                A la hora de escribir estas líneas, la elección, en términos puramente nominales, parece jugarse, sin descartar la sorpresa, entre dos candidatos: Abdel Moneim Aboul Fotouh y Amr Moussa.

                Fotouh representaría esa mayoría musulmana devota pero no extremista, lo que fue la   democracia cristiana popular en la Europa de posguerra. Ese sector social y político se considera comprometido con los valores tradicionales del Islam, sin renegar de ciertos principios democráticos y de una tolerancia afincada en el respeto de los derechos humanos y de las convicciones individuales. Todo ello con matices, naturalmente, y sometido a interpretaciones que a veces pueden resultar desagradables en Occidente. 

                Pero Fotouh no es el candidato de los Hermanos Musulmanes, organización a la que perteneció hasta hace dos años, de la que fue vicepresidente, incluso, y que representó con cierta brillantez. Pugnas personales, ideológicas y políticas lo colocaron frente a sus antiguos camaradas, hasta el punto de que ahora lo consideran un renegado. El candidato escogido por de la cofradía, su líder político, Khaïrat Al-Shater, resultó excluido por la Comisión Electoral alegando una supuesta doble nacionalidad egipcio-norteamericana, irregularidad poco explicada, nunca documentada convincentemente y apenas aceptada. Los HM acudieron entonces a su 'número dos', Mohammed Morsi, un candidato, más oscuro, carente de carisma y un tanto dogmático, al que sólo recientemente han conseguido proyectar con cierta fuerza.

                Frente a Fotouh, ha surgido, en la franja más decidida laica, despojada de cualquier significación religiosa militante, liberal en las formas -y elitista también, todo hay que decirlo-, el septuagenario Amr Moussa. Opaco, invisible o desaparecido en los primeros meses de la revolución, este diplomático y político del antiguo régimen ha tratado en las últimas semanas de borrar todas sus huellas de vinculación con Mubarak. Más aún: de empeñarse en una historia de discrepancias con el raïs destituido. Sin embargo, como Ministro de Exteriores lo sirvió convenientemente y luego, como Secretario General de la Liga Árabe, siguió actuando oficiosamente en colusión con él. Sin embargo, Moussa asegura que ese puesto pan-árabe fue, de hecho, una 'patada hacia arriba' que le propinó Mubarak para alejarlo de la escena política egipcia. Algo poco creíble, si se tiene en cuenta que en ese Egipto sólo había espacio para el moderno 'Faraón'. 

                En un reciente debate televisivo, Moussa intentó presentar a Fotouh como una especie de lobo (islamista radical) con disfraz de cordero (tolerancia hacia la minoría cristiana copta, las mujeres y los sectores laicos), aprovechando que era bien considerado por los 'salafistas'' de Al Nour. Fue un intento inútil. Los radicales decidieron apoyarlo no por identificación ideológica, sino por puro cálculo político. Fotouh había roto con los Hermanos Musulmanes, rivales del Al Nour en la busca del voto piadoso, y, al mismo tiempo, era y es el mejor situado para batir a Moussa.

                Más allá de esta triada de candidatos preferentes, una decena más se baten por una difícil notoriedad. El más destacado de los outsiders es Ahmed Shafiq, el último jefe de gobierno de Mubarak, el candidato de las Fuerzas Armadas (él mismo es militar retirado: fué jefe de la Aviación, el  mismo puesto que tenía Mubarak cuando sucedió al asesinado Sadat). Su pobre gestión de las semanas revolucionarias ha arruinado ese perfil tecnocrático que se labró cuando, tras dejar el uniforme, se puso al frente de la reconversión de la Aviación civil. El resto de candidatos pertenecen a la atomizada izquierda de resonancias nasseristas. Los 'jóvenes revolucionarios' (o al menos alguno de sus más visibles portavoces) se han alineado con Fotouh, en gran parte por su carisma y su historial de perseguido bajo el antiguo régimen, pero sobre todo porque fue el único que frecuentó la Plaza Tahrir en momentos emblemáticos del proceso revolucionario. Eso puede llevarle al sillón de Heliópolis (sede de la Jefatura del Estado). 

                Está por ver si el astuto Moussa ha conseguido inocular el miedo en los sectores laicos y concitar en torno a su discutida figura a todos los que prefieren a un Egipto mas secular que devoto. Sería el giro 'girondino' de la revolución egipcia, siempre bajo la amenaza de un 'brumario' que cierre el ciclo revolucionario.
               

LAS CLAVES DEL PRIMER GOBIERNO HOLLANDE

                Francia estrena gobierno. Un equipo compuesto por 17 ministerios y otros tantos viceministerios (ministerios delegados en la terminología francesa). Una dimensión que descarta la ‘austeridad de puestos’ que algunos habían barajado. El esfuerzo de contentar a todos, de transmitir renovación y seguridad al mismo tiempo se ha logrado medianamente. Algún gesto, cierta sorpresa y una advertencia: quienes no resulten elegidos como diputados en junio dejarán su cargo. Pero la noticia del primer Gobierno Hollande fue protagonizada por quien no estará a bordo.

LA AUSENCIA DE AUBRY.

La primera secretaria del PSF, Martine Aubry, se queda fuera. Los analistas esperaban que la euforia de la victoria restañara heridas y barriera resentimientos. Quizás sí, pero no hasta el punto de sellar la conciliación con su integración en el Gobierno.

 Aubry hubiera aceptado ser jefa de gobierno, pero Hollande prefirió la carta más segura de Jean-Marc Ayrault. Se dice que el Presidente le ofreció una vicejefatura. Seguramente, ella sospechó que se trataba de una maniobra que la dejada sin poder real y lo rechazó. Aubry dijo a LE MONDE que ya había sido número dos del Gobierno (con Jospin) y que no le interesaba regatear un ministerio. Sin embargo, otros medios aseguran que la primera secretaria del PS habría contraofertado hacerse con la cartera unificada de Economía y Hacienda. Hollande prefirió arriesgarse a lo que LE FIGARO denomina como “primera fractura del quinquenato” y dejar fuera a su antigua rival, aunque introdujo a tres de sus fieles en el gobierno. Este pulso hizo que se retrasara el anuncio del gobierno. Pero, como manda el guión, Aubry salió a la palestra para hacer una protesta de lealtad, entendimiento y apoyo sin fisuras al Presidente Hollande. Nadie quitará el dedo del renglón.

 Por el contrario, la otra ausencia, la de Ségolène Royal, candidata presidencial en 2007 y exesposa de Hollande, era esperada. Ha dicho públicamente que se veía útil al frente de la Asamblea Nacional. Señal convincente de que su nombramiento será un hecho tras las legislativas de junio, si, como se espera, los socialistas confirman entonces su éxito electoral.


LOS MÁS PRÓXIMOS, A BORDO.

             El gobierno está hecho a la medida de Hollande y, por lo tanto, muy orientado hacia el sector más centrista o pragmático del PS. Aparte del primer ministro, Jean-Marc Ayrault, un reputado proalemán, hombre de consenso y hasta ahora líder de los socialistas en la Asamblea Nacional, destacan tres nombres.

 - Pierre Moscovici. Al haber sido jefe de campaña de Hollande, seguramente aspiraba a sentarse en Matignon. Finalmente lo hará en Bercy (Economía), siguiendo los pasos del hombre al que apoyó para la candidatura socialista, Dominique Strauss-Khan, antes de que sus peripecias mujeriegas volatizaran su carrera política. Su bagaje como  otrora ministro de asuntos europeos le puede ser útil  para ‘empujar’ la estrategia de crecimiento como equilibrio de la obsesiva política de austeridad de la Canciller Merkel.

- Michel Sapin. Un colaborador muy estrecho del Presidente. Redactó el programa económico. Ocupará el Ministerio de Trabajo y Diálogo Social. Podría parecer que ha sido de alguna forma relegado, al tener que hacerle el hueco a Moscovici en Economía. Sin embargo, las relaciones con las organizaciones sociales constituirán un aspecto estratégico del mandato de Hollande, lo que confiere a Sapin un peso político decisivo.  

 - Manuel Valls. De origen español (barcelonés), el director de comunicación de la campaña se ha visto recompensado con el importantísimo Ministerio del Interior. Como responsable de inmigración y seguridad en el Partido Socialista, parece bien posicionado para desmontar algunas de las ‘perversiones’ en la materia practicadas por el anterior gobierno conservador. Pero Valls no es precisamente un ‘blando’. El nombramiento no ha sido una sorpresa, porque Hollande no quiere dar bazas políticas oportunistas a la derecha (a los gaullistas y, sobre todo, al Frente Nacional).


EQUILIBRIO SOLO APARENTE


            La presencia de las tres figuras próximas a Aubry y del apasionado ‘antiglobalización’ Arnauld Montebourg introduce un aire de ‘izquierdismo’ en el gabinete. Pero no hay que engañarse. Dos de las tres carteras de los pro-Aubry son secundarias (ministerios delegados) y ninguna de ellas figuran entre las más destacadas del gobierno.

 El nombramiento más ‘original’, el que más comentarios ha suscitado, es el del ‘disidente’ Montebourg al frente de un Ministerio denominado de “recuperación industrial” (o Reindustrialización). Una ambición que habrá que demostrar. Para el ‘enfant terrible’ de las primarias socialistas, el cargo puede ser una oportunidad política de futuro o todo lo contrario. 


PARIDAD, DIVERSIDAD Y JUVENTUD. PERO SOLO EN PARTE.


             En el gobierno habrá 17 hombres y 17 mujeres. Promesa de campaña cumplida. Es la primera vez en la historia política de Francia que hay tantas mujeres como hombres en el Gobierno.  Es un típico gesto de inicio de mandato. Había que hacerlo pero su efecto será efímero. Algunas organizaciones feministas ya han señalado que la mayoría de las ministras ocupan carteras ‘femeninas’: Mujer, Asuntos Sociales, Sanidad, Familia, Dependencia…
         
            Hollande también ha respetado la diversidad. Cuatro ministros/as procedentes de la cantera inmigratoria y tres de los territorios de ultramar. El más destacado de los ‘otros franceses’ ministros será la de Justicia, Christianne Toubira, una mujer diputada de la Guyana, independiente, para más señas, pero a la que se señala como próxima a Montebourg.

            La juventud del nuevo gobierno es relativa. El gabinete tendrá un rostro joven, ya que su portavoz será Najad Vallaut Belkacem, de sólo 34 años. De origen marroquí, se ocupará también de la cartera de Mujer. Otros seis ministros/as del gabinete tienen menos de cuarenta años. Sin embargo, la edad media del gobierno es ligeramente superior a los 52 años, similar a la de los equipos ministeriales precedentes.


EXPERIENCIA CONTROVERTIDA


Algunos medios conservadores ha destacado que sólo siete ministros han tenido previamente puestos gubernamentales, lo que evidenciaría cierta inexperiencia, algo poco recomendable para estos tiempos tan difíciles. El propio jefe del Gobierno, Jean-Marc Ayrault, tuvo que salir al quite anoche en la televisión pública para diluir esta percepción y señalar que la gestión municipal (él mismo es alcalde de Nantes) confiere gran solvencia política.

Lo paradójico es que la principal baza de experiencia del gobierno recae en un personaje político que arrastra cierta polémica.  Se trata de Laurent Fabius. Será el ministro de Exteriores, un cargo tan importante o más que siempre, si se tiene en cuenta que habrá que recomponer sobre otras bases el eje franco-alemán. Fabius acredita galones. Entre sus pasadas dignidades destaca la de haber sido el primer jefe del primer gobierno de Mitterrand. Pero es una figura poco popular entre la militancia, por sus modales un tanto distantes y un cierto aire desafiante. Le acompañan ciertas posiciones polémicas como su posición negativa en el referéndum europeo de 2005 y, más daniño, el escándalo de la gestión de la sangre contaminada de SIDA.

 En fin, Gobierno a la medida de Hollande en nombres y estilo: lealtad, integración moderada, discreción y gestos propios de estreno político.




HOLLANDE, ENTRE LA ESPERANZA Y LOS LÍMITES


14 DE MAYO DE 2012


La elección de François Hollande como Presidente de la República Francesa ha generado un viento de esperanza no sólo en el país vecino, sino entre los sectores progresistas de toda la Unión Europea. Aunque casi todo el mundo es consciente de que la amplitud y gravedad de la crisis no permite soluciones mágicas y mucho menos inmediatas, se confía en un cambio de tendencia, o al menos en un reequilibrio de la políticas, hasta ahora desafortunadas y estériles.
                Para calibrar la solvencia de estas expectativas, conviene analizar sobre todo tres factores estratégicos: la naturaleza y orientación de las propuestas de Hollande y su equipo, las realidades incontrovertibles de la economía, de la sociedad y la política francesas y la actitud del entorno europeo e internacional.

                HOLLANDE: SINTESÍS Y PRAGMATISMO           
   
No hay que esperar de Hollande un giro radical, en un doble sentido: combatividad exterior y ruptura drástica con la austeridad. Sus recetas, al menos por lo que ha defendido antes y durante la campaña, consisten en un reequilibrio. “Quiero ser un continuador y un renovador”, ha dicho recientemente. No es la cuadratura del círculo ni un mensaje puramente electoralista, para contentar a prudentes y esperanzados. Es el instinto del nuevo presidente francés. Su gusto por la ´síntesis’, como asegura Françoise Fressoz, analista de LE MONDE. (1)
Hollande fue secretario general del PSF durante casi una década. Su ambición fue cicatrizar y unificar el partido sobre líneas comunes. Evitó todo lo que pudo ahondar las fracturas, que lo habían debilitado increíblemente. Lo consiguió sólo a medias. Pero nunca abjuró de su estrategia. Finalmente, le ha dado resultado. O al menos eso pretende demostrar con la primera victoria presidencial socialista después de dos décadas de ostracismo. Obviamente, se puede replicar que el triunfo socialista se debe tanto a méritos del candidato como a la erosión del sarkozismo.
El instinto de consenso llevará a Hollande a evitar las confrontaciones. Dentro y fuera. En una inteligente conversación con Edgar Morin durante la campaña, el entonces candidato socialista dejó claro que “la izquierda debe portar grandes esperanzas, pero no puede limitarse a grandes momentos”. Debe permanecer. Debe iniciar una transformación a largo plazo. Y, para ello, debe asegurarse el gobierno por un periodo prolongado. Se acabó esa visión de los periodos de izquierda como breves paréntesis en el proyecto continuado de los conservadores.
Para eso eligieron los socialistas a Hollande en las primarias. Para conquistar el poder, pero también para durar en el poder. No un quinquenato. O dos. Más tiempo. La primera opción fue Dominique Strauss-Khan. Con el polémico compañero, ahora parece que definitivamente en desgracia, Hollande compartía la visión de un 'socialismo de la producción'. Una forma más elegante de referirse al 'social-liberalismo', a una versión 'blanda' de la socialdemocracia.
Hollande quiere que la izquierda haga posible que "la democracia sea más fuerte que los mercados, que la política recupere el control de las finanzas y gobierne la mundialización". Pero eso no es incompatible con intentar que "el mercado sea eficaz y competitivo". Por esa razón, no se trata de apartarse radicalmente la austeridad. Como el término quema, o mancha, Hollande usa otro más neutro: " sobriedad". Que es garantía y no obstáculo a la prosperidad.
                El nuevo presidente aspira a superar los excesos de la austeridad, pero no para adentrarse en otro de distinto signo. "El papel del político es luchar contra los excesos, los riesgos, las amenazas, y reducir las incertidumbres", asegura. Por eso, tampoco quiere ser un keynessiano a ultranza. Con independencia de que pudiera o no. Ha sido muy insistente en eso. No sólo en su discurso económico y social. También en el proyecto político. Ahí radica su idea de "presidencia normal". Ha combatido la 'sobreexposición' de Sarkozy, su hiper-presidencia. Asegura que gobernará con todos, con los otros actores políticos, y concebirá la jefatura del Estado como garantía de la búsqueda de consenso.
                Muy redondo el discurso, pero difícil seguramente de aplicar en las condiciones actuales. La polarización de la sociedad francesa es más amplia de lo que le gustaría admitir a Hollande. Y eso enlaza con el segundo factor a analizar: las realidades socio-económicas y políticas de Francia, que explican la fractura nacional.

                UNA ECONOMÍA FRAGIL, UNA SOCIEDAD FRACTURADA.

                La economía francesa es la quinta del mundo. No es una baza pequeña para afrontar la crisis por otro camino al escogido hasta ahora. Pero algunos datos son inquietantes.
                Francia soporta uno de los mayores índices de déficit público de la zona euro en relación con el PIB (5,2%). La izquierda sostiene, con mucha solvencia, que el déficit, ni es causa de la crisis, ni debe ser obstáculo para superarla. Pero el hecho es que Hollande se ha comprometido a rebajarlo al 3% a finales de 2013, lo que se antoja muy comprometido.
                El FMI pronostica que las promesas electorales de Hollande (la creación de empleo público en el sector educativo, la recuperación de servicios ligados a la atención social, el adelanto en dos años de la edad de jubilación, etc.) podría situar el déficit en el 3,9%. Aún en el supuesto de que esa institución acierte -lo cual es mucho suponer-, los umbrales de la austeridad podrían ser revisados, si se incorpore la perspectiva del crecimiento en un renovado Pacto Europeo para afrontar la crisis.
                Hollande tiene un desafío interno de la mayor trascendencia: construir un consenso social y nacional, que está ahora hecho pedazos. En las propuestas programáticas del nuevo presidente hay cierta ambigüedad sobre cómo va a diseñar el pacto social que necesita para afrontar la negociar con Berlín y las instancias anexas de poder en Europa. Cuenta con la comprensión de los sindicatos, pero a la hora de negociar a buen seguro emergerán los problemas y contradicciones.
                Desde Alemania se le va a reclamar un esfuerzo para flexibilizar el mercado laboral, como ya le ocurrió a Sarkozy. Con la diferencia de que el anterior presidente no tenía que afrontar una 'ruptura de familia'. Como recordaba recientemente THE ECONOMIST, incluso los ortodoxos que creen ahora necesario un alivio en las políticas de austeridad, como la plana mayor mundial del BANCO MUNDIAL, "han advertido que los costes labores en Francia se han elevado demasiado, si se tiene en cuenta el número de horas relativamente bajo que trabaja la gente". Esta situación no es sostenible y, en la lógica neoliberal, coloca al país en posición desventajosa con respecto a los países de Asia y Europa oriental.
                ¿Podrá Hollande sumar a los líderes sindicales a esa incierta ecuación que combinaría austeridad y crecimiento? No está garantizado, ni mucho menos. La experiencia dice que la proximidad política, e incluso la fraternidad ideológica no exime de conflictividad social. 

                EL DESAFÍO EUROPEO

                Consiga o no ese gran acuerdo social y nacional, lo que está claro es que, aún en el mejor de los casos, no será suficiente. Hollande deberá asegurarse una posición sólida en Europa. Debe exhibir mucha sabiduría política y mucha habilidad táctica para combinar la presión con la convicción. La fragilidad de la situación en el sur de Europa no le es ajena. En la situación socio-económica y financiera de Francia se pueden encontrar síntomas propios de la llamada 'debilidad mediterránea'. No son pocos los analistas que, para enfriar el ánimo progresista, se han dedicado estos días a resaltar el riesgo de una deriva de Francia: desde el núcleo duro en el que ilusoriamente proclamó Sarkozy que estaba anclado el país, hasta los márgenes escurridizos en que se esfuerzan en sobrevivir los vecinos del sur.
                Lo paradójico es que esta debilidad puede convertirse en fortaleza negociadora, si se combina con el crédito político que Hollande acaba de conseguir. Su éxito electoral le proporciona respaldo y tiempo, algo que, a pesar de las apariencias, no tiene de sobra la canciller Merkel. La reciente derrota de su partido en Renania del Norte-Westfalia, el land más poblado de Alemania, supone un serio aviso, aunque no pueda extrapolarse el resultado a nivel federal. En un año -si no hay sobresaltos antes- ella tendrá que someterse a las urnas. Aunque las encuestas le son favorables todavía, las perspectivas electorales de la jefa del gobierno germano son inciertas. El dilema de la nueva 'dama de hierro' se expresa en los siguientes términos: si afloja y percibe que se ha cedido en favor de los indisciplinados mediterráneo, su electorado puede volverle la espalda; si mantiene la presión y se niega a revisar el pacto fiscal de austeridad, el equilibrio europeo puede explosionar y provocar el colapso general.
                En cualquiera de los dos caminos hay horizontes de catástrofe. Esa es la gran baza diplomática de Hollande. No sólo es Francia, la nueva Francia, aliada de otros países, con o sin gobiernos conservadores, los interesados en una flexibilización de las políticas actuales. Alemania también corre riesgos inaceptables. La pretensión de convertir una Alemania europea en una Europa alemana es suicida, cuando menos. Una apuesta en exceso ambiciosa puede resultar suicida. No se puede gobernar desde Berlín -o desde sus epígonos tecnoburocráticos en Frankfurt y Bruselas- contra todos, o con el malestar del resto. Los mensajes de Monti, de Durao Barroso (a los que se unirá pronto Rajoy, sin duda) no suponen una conversión keynesiana, una rectificación de fondo, una autocrítica profunda. Responden a un instituto de supervivencia que Hollande, fiel a su pedigree político, puede explotar para conseguir una posición más razonable del socio alemán.
               
(1) Para saber un poco más del pensamiento y la praxis del flamante Presidente Hollande, se recomienda dos libros:
·         Devoirs de vérité. Edwy Plenel. Stock. Paris, 2006.
·         Droit d’inventaires. François Hollande y Pierre Favier. Seuil, 2009.

GRECIA Y EUROPA: LA PRIMAVERA CONVULSA


10 de mayo de 2012

                De la respuesta electoral griega a la brutal cura de austeridad impuesta desde los centros de poder tecnoburocrático y financiero europeos se ha dicho casi todo. Lo ha sintetizado muy bien María Margaronis para THE GUARDIAN Y THE NATION: el pueblo griego ha demostrado una actitud entre "desafiante y desesperada". 

                NUEVA DEMOCRACIA Y PASOK -los partidos del sistema- suman 149 escaños, 27 menos de los que necesitan para la mayoría en el Parlamento. La coalición de izquierdas Syriza -finalmente segunda por delante de los socialistas-  no ha querido renunciar a sus posiciones críticas y ha reprochado a los dos partidos tradicionales de gobierno que no se atreven a "rechazar las políticas de rigor". Como el líder del PASOK tampoco encontrará la fórmula mágica,  la gobernabilidad se jugará con casi toda seguridad en otros comicios inmediatos, a celebrar el próximo mes, seguramente el mismo día que se celebre la segunda vuelta de las legislativas francesas (17-J). 

                 No está claro que el riesgo del abismo produzca una ligera rectificación que permita una coalición conservadora-socialista. Esa mayoría se jugará sobre el filo de la navaja. Si las presiones sobre Grecia aumentan, con el objetivo de acobardar a los ciudadanos helenos, la fracción de electores más irritada con la situación podría reforzarse. Y aunque los dos grandes partidos obtuvieran los escaños suficientes para consagrar su matrimonio de conveniencia, el clima social seguiría degradándose. El derrumbe podría producirse en agosto, si las instituciones que deben decidir sobre el próximo paquete de rescate pronuncian un veredicto negativo. De momento, se anuncia un adelanto de dinero para liberar presión.

                La sombra parda que asoma por detrás de las ruinas de la democracia griega es inquietante, no en sí misma, sino por lo que tiene de síntoma de envalentonamiento de las opciones más indeseables y desesperadas. El progreso de la izquierda crítica, por saludable que sea, puede verse desbordado por esa otra marea infame que no tiene empacho alguno en rescatar lo más odioso de la historia europea. AURORA DORADA constituye un fenómeno mucho más preocupante y peligroso que el Frente Nacional, aunque ambas expresiones políticas beban de la misma turbiedad.

                El lunes, en los pasillos de Bruselas y en muchos gabinetes, no se hablaba tanto de la victoria de Hollande, cuanto de la deriva griega. Algunos analistas, jugando quizás de forma irresponsable, por hacer el juego a quienes utilizan el chantaje sobre Atenas, proclaman sin disimulo que una quiebra de Grecia provocaría tal nerviosismo e inestabilidad que no podría evitarse el efecto dominó sobre Italia y España.  El hundimiento del 'frente mediterráneo' dejaría seriamente expuesta a Francia -y en consecuencia, a Alemania- y provocaría el colapso.

                ALEMANIA, ATRINCHERADA

                El domingo, hay elecciones regionales en Renania-Westfalia, el principal länder alemán. El aviso del fin de semana en el pequeño Slechswig-Holstein anticipa tiempos inciertos para Ángela Merkel. A sus electores no les gusta que la canciller juegue a la conciliación. Por eso, es más que probable que en Berlín el plan B ya haya pasado a ser plan A; es decir, que la salida griega del euro se contemple como deseable o como mal menos, frente a la insistencia en lograr la continuación del tratamiento de choque actual. Eso al menos los sostienen varios expertos consultados por los corresponsales económicos del NEW YORK TIMES en Alemania. 

                La clase política alemana y la élite burocrático-financiera se atrincheran ante las embestidas anunciadas de este primavera convulsa, con un ojo en las pretensiones de Hollande y otro en la descomposición griega. El ministro de Finanzas y hombre fuerte del Gabinete, el incombustible Wolfgang Schäuble, dijo el pasado viernes que "la pertenencia a Europa no es obligatoria, es voluntaria, y que los griegos debían elegir". Un aviso imperturbable sobre la tentación helena de confirmar en junio la rebelión del 6 de mayo.

                En realidad, esta aparente frialdad alemana sobre un eventual naufragio griego puede tratarse de un farol más. Varios analistas alemanes, vinculados o no con el mundo financiero, consideran que el descuelgue de Grecia tendría, inevitablemente, repercusiones políticas muy serias. Y ni siquiera serviría para aliviar la presión sobre Italia y España (en consecuencia, para Francia y la propia Alemania, también). Todo el proyecto político de Europa se tambalearía. 

                Por eso, se habla también de un plan C como opción mixta: ni la presión sostenida, ni la salida griega del euro. Consistiría en una renegociación de las condiciones de austeridad. Una especie de intervención masiva, para garantizar desde Bruselas y Frankfurt el sostenimiento de los servicios básicos mediante entrega de dinero con cuentagotas. 

                La intransigencia alemana no es sólo ideológica o psicológica, por temor a un descontrol generalizado de la crisis de la deuda. Es interesada. Muy interesada. No se trata de que Europa hable alemán. Se trata de que permita a Alemania seguir blindando su relativa prosperidad actual, basada en dos pilares fundamentales interrelacionados: la fortaleza de su sector industrial exportador y un mercado laboral precarizado, abaratado y puesto al servicio de una competitividad sin piedad.

                LA COMPLICADA MISIÓN DE HOLLANDE

                En estos escenarios -desagradables todos ellos-, se perfila el intento constructivo de Hollande por forzar una orientación no fundamentalista de las políticas europeas.  Su propósito de incorporar un pacto de crecimiento que vaya más allá del nominalismo 'merkeliano' tropieza con dificultades sin cuento. En este sentido, la prensa anglosajona ha tratado estos últimos días de enfriar el entusiasmo relativo de la izquierda por el triunfo socialista en Francia proyectando diagnósticos más bien pesimistas sobre la salud de la economía francesa. Algunas de las cuales vienen de lejos, y otras se han generado por los errores del mandato 'sarkoziano'. 

                Francia soporta el mayor déficit de la zona euro en relación con el PIB (5,2%), lo que hace muy difícil que puede ser rebajado al 3% a finales de 2013, como se ha comprometido el próximo presidente en la campaña electoral. Es más, el FMI pronostica que las promesas electorales de Hollande (la creación de empleo público en el sector educativo, la recuperación de servicios ligados a la atención social, el adelanto en dos años de la edad de jubilación, etc.) podría situar el déficit en el 3,9%, según informa THE ECONOMIST.

                Frente a estos augurios, Hollande tendrá que demostrar que no ha vendido humo, ni esperanza, ni buenos deseos exclusivamente. Que la luz que se ha encendido en París puede iluminar el camino de salida de la crisis.