LA ‘ANOMALÍA’ DE LA IZQUIERDA EN LATINOAMERICA

27 de junio de 2012

           Es un hecho que Latinoamérica vive una etapa inusitada de gobiernos de izquierda, progresistas o de orientación popular. Es un fenómeno no conocido antes, ni siquiera en los setenta, cuando algunas experiencias de apertura, cambio y ensayo de transformación social terminaron ahogadas en sangre.

           Después del catastrófico experimento del llamado Consenso de Washington, la fórmula codificadora de las políticas neoliberales que arruinaron muchos de esos países y empobrecieron canallescamente a sus poblaciones, se fueron abriendo paso alternativas progresistas plurales y muy variadas, apegadas a las características nacionales y sustentadas en particulares fortalezas materiales y sociales.
              El caso es que, hoy, Iberoamérica está políticamente escorada a la izquierda, o a las izquierdas, porque, como acertadamente se ha dicho, hay notables diferencias entre unos casos y otros. Pero todos ellos comparten el objetivo común de la redistribución de la riqueza y la desconfianza hacia las recetas terribles que hicieron retroceder social, económica y culturalmente a sus naciones.
               Las oligarquías, o simplemente las élites, no han aceptado de buen grado el avance democrático en cada uno de esos países. Las resistencias no han cesado y los obstáculos se multiplican. Ya no parece posible el golpe de Estado militar, por su brusquedad. Pero existen todavía numerosos instrumentos para dificultar la estabilización de un proyecto progresista en el subcontinente americano.
             El último ejemplo lo hemos visto en Paraguay, con la escandalosa maniobra de destitución del primer presidente de izquierdas en la historia de ese atormentado país. Por otro lado,  esas maniobras de freno a la izquierda pueden ser preventivas, como es el caso, bien distinto, de México.
                PARAGUAY: UN GOLPE DE ESTADO, SIN INTERROGANTES
            Lo ocurrido en Paraguay puede contarse de muchas maneras. Pero resulta difícil escamotear el hecho fundamental. Que una clase política deudora del único poder realmente existente, el oligárquico latifundista, utiliza torticeramente unos mecanismos constitucionales para derribar a un presidente, el exsacerdote Fernando Lugo, ajeno a sus intereses. El motivo(o la excusa) que origina la destitución es un oscuro incidente de represión policial en un punto alejado del país. Una ocupación campesina de una finca provoca una intervención policial, se desata un tiroteo y mueren once personas. Sin dar la oportunidad de investigar tranquila y adecuadamente los hechos, a pesar de sospechas sólidas sobre manipulaciones en la autoría de los crímenes, se pone en marcha la maquinaria de acoso al presidente Lugo. El incidente policial coincide con la noticia de otra paternidad oculta  del exsacerdote, escándalo que resulta insoportable para la hipocresía social de la rancia clase dirigente paraguaya.
            Hay demasiadas inconsistencias en la destitución de Lugo, aparte del apresuramiento mencionado. El mandato del presidente estaba próximo a concluir (apenas le restaban nueve meses en el cargo). ¿A qué tanta prisa? Obviamente, se le quería apartar del poder institucional para que no molestara los previsibles manejos de los candidatos más comprometidos con la oligarquía, ansiosa de restaurar el control político absoluto del país.
          Lamentable, el programa de transformación social previsto por Fernando Lugo no se ha realizado tanto por los obstáculos de los poderosos, como, es de justicia admitir, por inconsistencias y contradicciones de los sectores progresistas, y también por la ingenuidad  y los errores del propio presidente, poco hábil para neutralizar su propio aislamiento.
       No está demasiado lejos el caso de Honduras, donde a pesar de los golpes de pecho y las indignaciones contenidas, se consolidó el golpe de Estado (allí sí directamente militar, aunque, por lo general, incruento). Ni desde Washington, ni desde las capitales europeas, por no hablar de las atalayas mediáticas, se hizo un serio esfuerzo para abortar el proyecto golpista. Todo indica que en Paraguay ocurrirá lo mismo. Las condenas de los gobiernos izquierda de los países vecinos no han obtenido acompañamiento adecuado de sus homólogos norteamericanos o europeos, que se han limitado a declaraciones blandas.
Resulta significativo que muchos medios,  incluso de aquellos que se consideran como liberales o progresistas en sus posiciones editoriales ante sus realidades nacionales, hayan  criticado casi más  las reacciones irritadas de algunos gobiernos latinoamericanos de izquierda que la maniobra de destitución de Lugo. O peor. Que muchos hayan utilizado el término ‘golpe de estado’ entre interrogantes minimiza el alcance de lo ocurrido. La legalidad del mecanismo no otorga legitimidad al proceso de desgaste, acoso y derribo. Aunque todo ello se denuncie, se termina enfatizando casi tanto o más los errores e insuficiencias de Lugo.
En algunos casos, los medios se han comportado como exponente del poder empresarial más que como expresión de conciencia democrática. Por eso, igual que ahora en Paraguay, en otros momentos y lugares han mostrado esa misma actitud, con acierto desigual: en Ecuador, en Bolivia, en Nicaragua, en Perú, en Argentina y, con gran virulencia, en Venezuela. Últimamente, también en Brasil, desde que la presidenta Dilma Roussef ha decidido apostar por una política de mayor intervención estatal en la economía.
            MÉXICO: SEÑALES DE ALERTA
Este domingo se celebran elecciones presidenciales en México. En las últimas, hace seis años, al candidato de la izquierda, Andrés Manuel López Obrador, le birlaron con toda seguridad la victoria, como había ocurrido en 1988, con Cuautéhmoc Cárdenas. Fueron dos momentos en que la izquierda mexicana se encontró a las puertas del poder. En el caso más antiguo, frente a la todavía poderosa maquinaria del PRI; en el más reciente, frente a la menos experimentada del PAN. Pero, en ambas ocasiones, los grandes intereses corporativos se alinearon con los corruptos aparatos políticos e institucionales para impedir un giro significativo en la orientación del país.
          El mandato del actual presidente Felipe Calderón (PAN, conservador) ha sido controvertido. En gran medida, debido a su estrategia de militarización de la lucha contra la violencia de los cárteles de la droga, que ha costado 60.000 muertos. En parte por eso, y en parte por la falta de apoyo sólido de su propio partido a la desdibujada candidata del PAN, Josefina Vázquez Mota,  se dibuja un escenario de regreso al poder del PRI. Pero la fragilidad e insolvencia de su candidato, Enrique Peña Nieto  –pura burbuja mediática y de mercadotecnia política- , hizo que la opción de izquierdas encarnada en López Obrador creciera hasta situarse en posiciones de aspirar a ganar la partida el próximo domingo, favorecido en parte por el impulso juvenil.
Cuando se empezaron a estrechar las encuestas, se produjeron distintas maniobras mediáticas, especialmente detestables en México, y espectaculares movimientos subterráneos de dinero. Y algo más. Prominentes dirigentes del PAN, entre ellos el anterior presidente Fox, han apostado por Peña Nieto (veladamente, el propio Calderón). A muchos les ha sorprendido este posicionamiento. Sin embargo, no debería extrañar tanto. Es la expresión del temor de los grandes intereses al triunfo de la izquierda.
Los dirigentes de las izquierdas latinoamericanas, incluido Andrés Manuel López Obrador, arrastran motivos más que sobrados de crítica. Pero lo mismo podría decirse, aunque con mucha más razón y énfasis superior, de sus adversarios políticos. Pero, por lo general, a la izquierda se la juzga con mayor rigor. Se amplifican sus errores y se tienden a minimizar las trampas y obstáculos a que se ven enfrentados en su gestión. Desgraciadamente, desde muchos ámbitos de poder, la victoria electoral o el mandato político de la izquierda en Iberoamérica se sigue considerando como una anomalía.

EGIPTO: ¿PULSO O JUEGO DE TRONOS?


21 de junio de 2012

                Egipto es una República desde hace sesenta años. Los militares derribaron una Corona que se había hecho impopular, inservible y extemporánea. Pero antes que las Fuerzas Armadas pusieran al rey Farouk en el camino del exilio, los devotos Hermanos Musulmanes ya habían socavado la legitimidad del régimen monárquico. Obviamente, los militares nunca les reconocieron ese mérito. Al contrario: los pusieron bajo la lupa y los decapitaron políticamente en 1954, cuando consiguieron construir una justificación suficiente: un supuesto y más que improbable complot para asesinar al coronel Nasser. Los líderes de la cofradía fueron liquidados, encarcelados, torturados y perseguidos. Para ellos comenzó la era del 'takfir': el 'martirio'.
                Luego vinieron mejores tiempos;  o más bien, menos atroces. La cofradía fundada por Hasan el Banna en 1928 se mantuvo en la clandestinidad, en la sombra o en la tolerancia vigilada y supo esperar su momento, mientras se hacía fuerte a base de proporcionar a muchos egipcios lo que el régimen no les daba: servicios sociales y ayuda muy variadas para aliviar la vida cotidiana.
                Ahora, cuando están a punto de enterrar al tercer presidente-general, los HM parecen decididos a que no haya un cuarto, más disfrazado y vergonzante que los anteriores, pero uno más del cuarto más exclusivo de banderas, al  fin y al cabo.
                Muerto ya, o vivo artificialmente, (el desenlace puede ser cuestión de horas o de meses), el ciclo Mubarak se ha cerrado. Una revolución palaciega dio inicio a la dinastía y una revolución popular creyó haberla acabado. Pero las Fuerzas Armadas se resisten a que esa sea la conclusión de la película. Se ha diseñado un Brumario en el vergel asediado del Delta.
                EL DISEÑO MILITAR
                Los militares aceptaron de mala gana el incómodo 'proceso revolucionario'. Conscientes de que no podían aplastarlo del todo, por temor a la reacción de Washington, optaron por poner reiteradamente obstáculos, forzar posiciones radicales que pudieran justificar actuaciones más contundentes y pactar con los que más le preocupaban para neutralizar el alcance de los cambios. Esos socios eran, naturalmente, los Hermanos Musulmanes, y no los portavoces juveniles de las manifestaciones de la Plaza Tahrir.
                La conglomeración piadosa jugó al caliente y al frío con los militares, a sabiendas de que se trataba de eso para consolidar su base de poder, construir su legitimidad internacional y deshacerse, de paso, de rivales incómodos en la marea del malestar revolucionario.
                Las elecciones fueron el momento culminante. En las legislativas obtuvieron un resonante éxito, que apenas compartieron con los salafistas que amenazaban desbordarlos con sus proclamas islámicas mucho más radicales y menos pactistas.  Los militares no se conformaron con lo que Washington les soplaron a la oreja: la conveniencia de entenderse con los Hermanos. Los uniformados exploraron al máximo el miedo de los sectores laicos y más dinámicos de la sociedad egipcia para apañar un calendario pseudolegal que los alejara del poder político.
                En un clima de confusión inenarrable, de amenaza persistente de estallidos violentos, de miedo al golpe sangriento, el Directorio de las Fuerzas Armadas optó por 'golpe blando'.  Todo ha estado calculado al detalle. Esperaron al último recurso electoral, por si la siembra del miedo y el lógico deseo de estabilidad hubiera germinado en una victoria de 'su' candidato, el último primer ministro de Mubarak, como él también Jefe en su día de la Fuerza Área, y representante del orden anterior transmudado en candidato de la eficacia.
                De momento,  los cálculos no han fluido. A Shafik le habrían faltado, según la mayoría de las fuentes, un millón de votos para acabar con el discurso de los Hermanos Musulmanes. Mohamed Morsi, el candidato oficial de la cofradía, después de un inicio de campaña muy vacilante, por el empuje y el prestigio de un rival disidente, se habría hecho con el 52% de los votos, según la mayoría de los escrutinios conocidos en la noche del lunes, poco antes de la noticia del estado terminal de salud del derrocado 'raïs'. El problema es que Shafik no lo reconoce y considera que el vencedor es él. A la hora de escribir estas líneas, la Comisión electoral ha aplazado la publicación de los datos finales. Lo que no contribuirá a normalizar la situación.
                Seguramente previendo todo esto, la cúspide militar se anticipó a los datos oficiales para anunciar su decisión de reforzar su control sobre el proceso revolucionario. Dígase bien 'reforzar', porque el control no lo han perdido su nunca: tan sólo han relajado oportunamente las riendas para aplacar a internos y externos.           El Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas disuelve definitivamente el Parlamento, después de que un sospechoso Tribunal Supremo ya hubiera pronunciado un veredicto de nulidad parcial por supuestas irregularidades sobre las que no se han aportado pruebas merecedoras de tal nombre. En consecuencia, invalida la Comisión parlamentaria que había sido designada para redactar la nueva constitución, y se arroga directamente esa competencia, que encargará a un órgano cuyos miembros seleccionarán los propios militares. En tercer lugar, ya avisan al futuro presidente (con independencia de su identidad) que se reservan el nombramiento de Ministro de Defensa y el veto sobre importantes porciones del presupuesto, en realidad todos aquellos que afectan a los militares. O sea, en Egipto, casi todas. Y una cosa más: cabe suponer que los poderes presidenciales consagrados en la futura Constitución resultarán bastante limitados. Para evitar sorpresas.
                EL DOBLE JUEGO ISLAMISTA Y LA PASIVIDAD OCCIDENTAL
                No es extraño que los Hermanos Musulmanes hablen de 'golpe de Estado encubierto'. Y que ese diagnóstico sea compartido por otros sectores críticos. Pero la gran paradoja de Egipto es que los egipcios que política, anímicamente o culturalmente más aprecian o desean la democracia son los más renuentes a afrontar todas sus consecuencias. No es criticable del todo esta posición. Estos sectores temen que una dictadura político-moral sustituya a una de orden político-militar. Puestos a elegir, muchos (aunque no es una posición unánime) prefieren soportar a los militares, porque consideran que son más presionables por Washington. Y por la calle, puede decirse hasta cierto punto, en la medida en que los Hermanos Musulmanes pueden alardear de una legitimidad popular de la que carecen estos militares, mitad cínicos, mitad tramposos.
                Dicho todo lo cual, este poder fáctico que son las Fuerzas Armadas ha contado con el apoyo involuntario de su cuasi-vecina Siria. Por comparación, el escamoteo militar de derechos y libertades en Egipto parece cosa menor frente al baño de sangre y las perspectivas de ciclo interminable de odio y violencia. Occidente tiene puesto el foco en Siria y prefiere conformarse con lo que ocurra en Egipto, porque ya se sabe que en el país del Nilo, los desbordamientos son controlados. THE NEW YORK TIMES reprochaba estos días a sus gobiernos respectivos su responsabilidad en la deriva autoritaria en Egipto. El diario neoyorquino lamentaba en concreto que la administración Obama hubiera reanudad la ayuda militar (1300 millones de dólares) sin garantía del respeto castrense al proceso democrático. El periódico francés LE MONDE, por su parte, consagraba alguno de sus artículos de fondo a esclarecer los contactos y pasarelas más que discretas entre militares e islamistas, lo que tiende a fomentar la idea de que, en el fondo, gobierne quien gobierne, estas dos instancias del poder en Egipto podrán escenificar públicamente un pulso a cara de perro, pero, por debajo de la mesa, intercambiaran cartas y favores, en un auténtico 'juego de tronos'.

GRECIA: EL VOTO DEL MIEDO


18 de junio de 2012

                Los griegos han preferido lo malo conocido antes que una imprecisa resistencia a las imposiciones de Bruselas. Esa es una de las interpretaciones de las elecciones legislativas del domingo. Caben otras, por supuesto. Por ejemplo, las que apuntan a un impulso de ‘sensatez’ y compromiso con las reglas del juego europeo, por dolorosas e insoportables que resulten, con la esperanza de que terminen dando resultado.
                Por miedo o sensatez, cabe hablar de continuidad, aunque con matices. Si se confirma la coalición de los conservadores de Nueva Democracia con los socialistas del PASOK (con algún otro socio, para que salgan las cuentas: más de 175 diputados), ‘los de siempre’, es decir, los que han provocado esta situación abismal del país, seguirán teniendo, presumiblemente, la responsabilidad de continuar al frente. No será una tarea fácil, por tres razones:
Primera, porque casi la mitad del país ha rechazado tajantemente la austeridad. La mayoría de Nueva Democracia es un poco ficticia. En  realidad, el partido de Antonis Samaras sólo ha aventajado en cuatro puntos a la coalición izquierdista SYRIZA, que ha ganado diez puntos y veinte diputados. Los 129 diputados obtenidos ayer por ND no reflejan su fuerza real. Como se sabe, el sistema electoral griego concede una ‘propina’ de 50 escaños al partido que obtiene el primer puesto, para corregir la proporcionalidad y favorecer la `gobernabilidad’. Los socialistas confirman su hundimiento y prácticamente repiten los resultados de hace unas semanas. Apenas aportarán 33 escaños.
                Segunda, porque la ‘troika’ no pondrá fácil una renegociación del ‘rescate’. En Bruselas –pero sobre todo en Berlín- apretarán las tuercas a Samaras, ahora que se ha espantado la amenaza de una ‘rebelión griega’. El líder conservador puede ser víctima de su propia retórica populista y ambigua, porque tendrá que enseñar sus cartas.  Como ha ocurrido en España, en el gobierno la derecha no podrá seguir jugando al gato y al ratón.
                Tercera, porque, con o sin revisión de los acuerdos, las condiciones de vida de los griegos seguirán deteriorándose y el crédito acordado en las elecciones de ayer puede esfumarse rápidamente. Una buena parte de las clases medias ha decidido jugar por lo más seguro, con la esperanza de que encontrarán cierta comprensión europea. Si ésta no se materializa visiblemente, no es descartable un violento deterioro del clima social.  Este escenario es más que posible, después de cinco años de recesión, con un 22% de desempleo oficial (que sube al 30% en la población más dinámica, entre los 25 y los 35 años), una reducción real de los salarios superior al 20% en el sector privado y aún más pronunciado en el público, una eliminación drástica de servicios y, en general, un empobrecimiento brutal de los sectores más vulnerables. Como es obvio, sólo unas elecciones -y menos éstas, bajo estas circunstancias- no arreglan nada.
                Una consideración adicional. El voto a los neonazis se mantiene en los mismos niveles (7%), aunque pierdan tres diputados. Lo que indica que el malestar, la tendencia a la persecución del chivo expiatorio (inmigrantes) y el discurso encanallado de la seguridad siguen vivo. Y crecerán, si ese deterioro social se profundiza, como parece desgraciadamente inevitable, en caso de que la deseada renegociación de las condiciones de la ‘ayuda’ se frustre o no se lleve a cabo con sensibilidad e inteligencia.

SIRIA: EL JUEGO DE LAS POTENCIAS


14 de junio de 2012
      
                Las grandes potencias libran una guerra diplomática en Siria, como remedo de una indeseable confrontación militar. La situación en el país se degrada, la escalada de violencia aumenta y la emisión de mensajes engañosos se intensifica, como suele ocurrir en este tipo de conflictos. Sólo una cosa parece segura: la población civil sufre y los más vulnerables padecen las peores consecuencias.
                ARMAS PARA UNOS Y OTROS
                En el cruce de acusaciones y recriminaciones entre las potencias occidentales y el binomio Rusia-China, el último episodio ha sido la imputación mutua de envío de armas a los beligerantes.
La secretaria de Estado norteamericana, Hillary Clinton, denunció la venta de armas rusas a Siria, que el ejército de Assad emplea para endurecer la represión de la revuelta contra su régimen. Además, en un tono agrio, reprochó a Moscú que haya mentido sobre este asunto: “siempre han dicho que el material enviado a Siria no tenía relación con las acciones internas; esto es manifiestamente falso”, sentenció Clinton.
En un primer momento, la jefa de la diplomacia estadounidense no mencionó expresamente que esas armas eran helicópteros de combate empleados por el ejército sirio para intentar expulsar a las milicias rebeldes en algunos enclaves del noroeste del país donde se han hecho fuertes en las últimas semanas.  Pero después de que fuentes oficiales rusas insistieran en que sólo suministraban a Damasco “material defensivo”, Clinton renovó sus denuncias y citó expresamente que los “helicópteros rusos” utilizados por Assad estaban provocando una “escalada del conflicto”.
Expertos militares rusos consultados por LE MONDE señalaron que los helicópteros a los que podía apuntar la imputación de Clinton fueron vendidos a Siria por el desaparecido régimen soviético hasta comienzos de los noventa. Algunos de estos aparatos, del tipo Mi-17 y Mi-24 habrían sido reenviados por Damasco a Rusia “para ser reparados” y ahora se encuentran a punto de ser devueltos a Siria.
Al parecer, Hillary conocía este detalle, pero lo ignoró en sus comentarios, para “poner en difícil posición a los rusos”, según un alto funcionario del Pentágono citado por el NEW YORK TIMES.
La sociedad pública rusa que gestiona el comercio  de material bélico al extranjero (Rosoboronexport) afirmó en un comunicado que todas sus transacciones “son conformes a las exigencias del Consejo de Seguridad de la ONU y a otros acuerdos internacionales”. El propio Ministro de Exteriores ruso, Serguei Lavrov, se atuvo a este guión oficial en Moscú, en declaraciones efectuadas durante una visita oficial a Teherán. Pero añadió cierto picante al replicar la recriminación de su colega norteamericano con una referencia a la “hipocresía” Washington, que ha vendido armas utililizadas en operaciones represivas por otros gobiernos de la región, en velada alusión a Egipto y demás países árabes donde se han producido revueltas populares.
                En paralelo al asunto de los helicópteros rusos, se ha conocido que también la oposición armada al régimen de los Assad ha recibido suministros de armamento extranjero, para elevar su capacidad de respuesta. Durante un reciente encuentro en Estambul, los propios dirigentes de la coalición antigubernamental siria reconocieron que están recibiendo misiles anti-carro de fabricación turca, pagados por dinero saudí y catarí. La revelación no constituyó ciertamente una gran sorpresa, puesto que ya habían emergido denuncias al respecto, pero ha dejado en mal lugar al gobierno turco que, de forma reiterada, ha manifestado que su intervención en el conflicto interno sirio se ha limitado a proporcionar ayuda humanitaria a la población civil, acogiendo a los refugiados y a los huidos de la violencia.
 En sus manifestaciones de estos días, Hillary Clinton eludió cualquier referencia al suministro de armas a la oposición siria, pese a que la administración norteamericana fue consultada sobre la operación,  según atribuye el NEW YORK TIMES a fuentes oficiales.
Los misiles anti-carros han tenido cierta influencia en el desarrollo de las operaciones militares, ya que, según valoraciones de la oposición siria, el Ejército se ha abstenido de desplegar esos vehículos de combate en el interior de las ciudades, por temor a que fueran presa fácil de los rebeldes.
                ¿GUERRA CIVIL O GUERRA SECTARIA?
                El otro elemento que ha captado el interés mediático reciente ha sido la implícita consideración del conflicto como ‘guerra civil’. Lo hizo el responsable de los observadores de la ONU en Siria, Hervé Ladsous, y la propia Hillary Clinton, al relacionar el empleo de los helicópteros rusos como factor decisivo en la “espiral hacia la guerra civil”. 
                Resulta más significativa la observación sobre la dimensión sectaria del conflicto. Ya hace tiempo que algunos periodistas y otros observadores con acceso a los lugares de combaten han denunciado que los combates en Siria están respondiendo a una división sectaria. La familia Assad descansa su poder en la fidelidad de la secta alauí, una versión local del chiismo, que reúne al 13% de la población siria. Por su parte, la mayoría de la oposición está controlada por representantes suníes, aunque tienen una voz nada desdeñable otras minorías (e incluso, recientemente, algunos alauíes).
                La minoría gobernante en Siria ha conseguido durante años el apoyo de cristianos y otras minorías, con la excusa de que un predominio ejecutivo de la mayoría suní representaría su marginación social y política. En la práctica, eso es lo que ha ocurrido con la hegemonía alauí forjada por su control de las fuerzas armadas y otras instituciones de fuerza en el país.
                Pero lo más interesante de las últimas semanas, cuando la oposición ha ganado fuerza en algunas zonas del país, es que ciertas bases alauíes reprochan al régimen de los Assad un cierto abandono. Este temor se ha incrementado después de algunas operaciones de represalia de la oposición armadas contra núcleos de mayoría alauí. Lo que habría provocado réplicas muy sangrientas de milicias alauíes, supuestamente apoyadas por el ejército, contra poblaciones casi totalmente suníes (como es el caso de Houla, por ejemplo). Algunas versiones, citadas en un interesante artículo del NEW YORK TIMES, atribuyen estas matanzas al intento de ciertos sectores alauíes por “consolidar su control en partes del país, de forma que puedan defenderse en un conflicto prolongado con los suníes”.
                Lo que resulta más inquietante para los Assad es que se extienda el descontento de los alauíes, que tiene motivaciones diversas y hasta contrapuestas. Unos consideran que la estrategia represiva está generando un odio entre los suníes que sólo puede perjudicarles porque desencadena ánimo de revancha, virtualmente imparable en caso de victoria de los rebeldes. Otros, por el contrario, estiman que el Presidente no está haciendo todo lo posible para protegerlos e incluso en los barrios alauíes de Homs se han cantado eslóganes como “Bashar se ha vuelto suní”, seguramente con la mente puesta en el hecho de que la ‘primera dama’, Asma Al-Akhras, pertenece a una familia de notables suníes de esa ciudad.

LA LISTA DE OBAMA


7 de junio de 2012

     Contrariamente al industrial alemán Oskar Schindler, empeñado en añadir nombres a una lista de empleados reales o ficticios de su empresa, con la secreta intención de salvarlos del Holocausto nazi, el presidente Obama se ha convertido, por decisión propia y personal, en el autor de una lista de personajes señalados para morir bajo los disparos más o menos certeros de los aviones pilotados a distancia, los 'drones'.

     El último nombre de esa lista es Abou Yahia Al-Libi, el supuesto 'número dos' de Al Qaeda, o responsable de su aparato operativo o militar (aunque su historial le avala también como estratega y teórico). Es la segunda vez que se da por muerto a Al-Libi (literalmente 'el libio', porque es originario del país norte-africano). La primera vez fue en diciembre de  2009. Ahora, los servicios secretos pakistaníes afirman que, como consecuencia del ataque de un 'drone', "parece que Al-Libi ha muerto". Un jefe local de la milicia islamista -citado por LE MONDE- lo vuelve a desmentir y afirma que se trata de un intento norteamericano de camuflar los éxitos de la resistencia de las últimas semanas.

    Más allá de este último nombre de la lista de Obama, hace apenas unos días el diario NEW YORK TIMES publicó un extenso y muy documentado artículo (firmado por Jo Becker and Scott Shane) en el que se confirmaba algo que, en círculos políticos, militares y diplomáticos de Washington, se daba por bastante cierto: el presidente está personal y profundamente involucrado en las decisiones cruciales de las operaciones contra el 'terrorismo'. Pero, sobre todo, Becker y Shane ofrecen un valioso análisis sobre la metodología de la Casa Blanca y las motivaciones políticas, legales y morales de su principal morador.
               
 UN PRESIDENTE AL QUE NO LE TIEMBLA LA MANO

    Obama comprendió pronto que un atentado de envergadura arruinaría con toda seguridad su presidencia. Estuvo a punto de suceder en la Navidad de 2009, cuando 'in extremis' se evitó que un estudiante de origen nigeriano destruyera el avión en que viajaba cuando sobrevolaba Detroit, a punto de aterrizar. 

   Para ese tiempo, Obama ya había corregido su política antiterrorista, hasta el punto de hacer poco reconocibles algunas de sus propuestas electorales. La nueva política se alejaba del enfoque estricto en los derechos y libertades y ponían más foco y atención en la prevención  y contención de la 'amenaza'. Ese cambio -señalan los autores del artículo- "desconcertaron a sus seguidores liberales y confundieron a los críticos conservadores". Lo que ocurrió en realidad es que Obama rectificó y mantuvo tres grandes pilares de la política de George W. Bush: el traslado de sospechoso a terceros países para interrogarlos ('renditions'), las comisiones militares y la detención indefinida (bases éstas dos del funcionamiento de Guantánamo). Justamente, lo que las organizaciones cívicas de defensa de derechos humanos habían criticado mas ferozmente. Igual que el propio Obama, pero éste con otro cálculo.

    El artículo señala las contradicciones, indecisiones y 'debilidades' de Obama ante las críticas de la derecha en Guantánamo, lo que fue plagando de fallos y rectificaciones su actuación sobre la mayor vergüenza reciente de la justicia norteamericana.

      Obama se puso duro. Después de congelado el cierre de Guantánamo, la intensificación de la actividad de talibanes y aliados jihadistas en las zonas tribales afgano-pakistaníes y el surgimiento de nuevos focos de amenaza en Yemen y Somalia, 'empujaron' al presidente a decidir eliminar la mínima percepción de debilidad o indecisión. 

     Desde fuera, este proceso se vivió como una transformación. Pero los analistas citan algunas fuentes próximas al presidente que avalan la teoría de una adaptación. Es algo que ya hemos escuchado en otros análisis sobre el pragmatismo de Obama. El actual presidente no ha sido nunca un progresista convencido, sino un táctico brillante. Sabe tocar la tecla que suena mejor en cada momento político. Se lo afean los conservadores y se lo reprocha la izquierda. Pero a él parece importarle poco, como suele ocurrir en ese perfil de político. Obama procedió a hacer sustituciones en su equipo y confió en el juicio de Brennan. Lo quiso colocar de director de la CIA y al encontrarse con la resistencia del Congreso, lo convirtió en su asesor en materia de terrorismo. Brennan, un irlandés y veterano de la CIA, lo ha acompañado en cada paso de este proceso.

    La liquidación de Bin Laden sin demasiados miramientos es tan sólo un ejemplo de esa firmeza sin vacilaciones. Obama asumió la convicción de que es preferible equivocarse y matar a un objetivo civil que dejar un peligroso terrorista suelto. Más aún: ante el riesgo de que no pueda condenarse a un sospechoso capturado, es preferible eliminarlo. Esta actitud ha hecho levantar la sospecha de que "Obama ha evitado las complicaciones de la detención decidiendo no tomar prisioneros", dicen los autores del artículo.

     No es que al Presidente le resulte indiferente el incremento lacerante de víctimas inocentes, causadas por los 'drones'. Todo lo contrario. Pero justamente para reducir en la mayor medida posible ese riesgo, decidió que los ataques aéreos sobre cada objetivo exigieran su consentimiento. De esta forma, la lista de 'eliminables' ya no era la de la CIA o la del Pentágono, sino la 'lista de Obama'.

    El articulo menciona algún comentario del Presidente bastante revelador de la afirmación de Thomas Donillon, su Consejero de Seguridad Nacional: a Obama no le repugna utilizar la fuerza para defender la seguridad de Estados Unidos. En una ocasión, cuando comprobó que en la lista de potenciales objetivos había mujeres y adolescentes, hizo  algunas preguntas aclaratorias y sentenció: 'todos tienen que ser militantes'.

     Otro caso singular fue la decisión de eliminar a Al Awliki, el predicador norteamericano de origen yemení que ha inspirado a numerosos militantes radicales, incluido el nigeriano que quiso volar el avión sobre Detroit. Que el objetivo fuera norteamericano planteaba serios problemas legales. Obama encargó un dictamen -como hizo W.Bush en su tiempo- y en ellos se apoyó para dar luz verde. A continuación -imitando de nuevo a Bush- decidió mantener en secreto el citado informe y las deliberaciones subsiguientes.
               
    Algunas publicaciones de izquierda no han perdido la oportunidad de reprochar a Obama esta aparente renuncia a los principios. El mordaz Tom Engelhardt, en THE NATION, comenta que " sea cual sea el candidato elegido en las elecciones de noviembre, no se está eligiendo solamente al presidente de los Estados Unidos; se está eligiendo al asesino en jefe". 

    Sabe la Casa Blanca que estos cambios, giros o adaptaciones de la política antiterrorista no le costará muchos votos a Obama; al revés: le robará algunos a los conservadores; de ahí la incomodidad experimentada por éstos.