CHILE: BACHELET Y EL PAGO DE LAS DEUDAS SOCIALES



19 de Diciembre de 2013
              
La democracia chilena y las víctimas de la ominosa dictadura del General Pinochet han tenido una simbólica satisfacción en el cuadragésimo aniversario del golpe militar que derrocó a Salvador Allende. La socialista Michelle Bachelet, hija de un general constitucional que se opuso al designio criminal, volverá a La Moneda en marzo. Es imposible no sentir cierto alborozo por este guiño favorable de la historia.
                
 El segundo triunfo electoral de Bachelet, por su amplitud y oportunidad, despierta un caudal de expectativas en el país. En Chile, la izquierda habría participado en el gobierno más que en cualquier otro país de América Latina, desde el doble ciclo calamitoso padecido por la región en las últimas cuatro  décadas: los sangrientos golpes militares y el costoso experimento económico conocido como "consenso de Washington". Y, sin embargo, la deuda social de la recobrada democracia chilena es enorme.
               
LA TAREA PENDIENTE DE LA DEMOCRACIA
                 
Para superar las fuerzas de la dictadura, la izquierda tuvo que forjar un consenso llamado Concertación, que implicaba la colaboración con el centro-derecha. Pero, ante todo, aceptó una buena parte del modelo socio-económico pinochetista. Durante buena parte de los noventa, mientras otros países iberoamericanos permanecían atascados por la terrible herencia de la 'década pérdida', Chile parecía un elemento extraño en la región. Las ventajosas condiciones con que fueron atraídos los inversores privados, nacionales y extranjeros, propiciaron resultados macroeconómicos muy positivos.
                 
Sin embargo, incluso en plena cresta de la ola del crecimiento, no fueron pocas las voces que alertaron contra el escaso impacto social de la prosperidad. O incluso algo peor: el perverso efecto que el crecimiento económico tan alabado fuera del país (y dentro: por los portavoces y propagandistas de sus beneficiarios) estaba teniendo para la gran mayoría de la población. Los gobiernos de centro-izquierda, aún conocedores de esta situación, no quisieron o no pudieron revertir la tendencia.
                 
En 2010, acabado el primer mandato de Bachelet, la coalición que había asegurado el final de la dictadura no presentó un candidato con suficiente crédito para rectificar el rumbo. Las bases progresistas dejaron de confiar en una fórmula agotada. El voto giró a la derecha. Caló el mensaje de Sebastián Piñera, un hombre de negocios que prometía eficacia, gestión empresarial. Política mediática, sin llegar al 'berlusconismo' que algunos temían. Al cabo, esta corta experiencia de una derecha supuestamente moderna y alejada de los fantasmas de la dictadura ha confirmado y consolidado el gran lastre del modelo chileno: la desigualdad.
                
La renta per cápita del país se ha multiplicado casi por cinco desde el final de la dictadura, hasta alcanzar los 20.000 dólares. Pero, como se ha repetido estos días hasta la saciedad, Chile es el país más desigual de los 34 que componen la OCDE. Hay muchos indicadores que lo atestiguan. El más utilizado internacional es el coeficiente de Gini. Este marcador refleja una mayor desigualdad cuanto más se aleja de cero. El 0,4 constituye ya una cifra inadmisible. En Chile alcanza el 0,52; eso, oficialmente, porque otros estudios lo elevan al 0,57.  Según un estudio reciente de la Universidad de Chile, el 1% por ciento de los más ricos concentra casi la tercera parte (31%) de las rentas. Es un índice pavoroso, si tenemos en cuenta que en Estados Unidos, paraíso de la desigualdad entre los más países desarrollados, ese club famoso de 'unocentistas' no acumula más que una quinta parte de los ingresos (21%). Los asalariados chilenos no han visto mejorada notablemente su condición por el supuesto éxito del celebrado modelo nacional. La mitad de ellos gana menos de 400 euros.
                 
EDUCACIÓN, PRIMERO
                
Durante sus cuatro años en La Moneda (2006-2010), Bachelet hizo un esfuerzo muy meritorio para corregir estas perversiones sociales y mejoró el sistema de salud (que ella conocía bien por su profesión médica) y los programas sociales, lo que le granjeó una gran popularidad. Pero no modificó sustancialmente el desequilibrio social. Consciente de que la clave para lograrlo es  la formación de las clases más desfavorecidas, ha edificado el programa de gobierno de su segundo mandato en torno al pivote de la educación.
                 
La presidenta quiere destinar más de dos puntos del PIB en mejorar ese servicio básico, crear más universidades públicas y pagar los estudios al 70% más pobre de la población estudiantil. De alguna manera, es la retribución del dividendo social que la democracia adeudaba a las clases más desfavorecidas. Bachelet quiere sacar el dinero de elevar los impuestos más altos a las empresas más potentes,  hasta un 25 por ciento de aumento,  y acabar con el insólito privilegio que suponía poder aplazar de forma continuada el pago de las obligaciones fiscales de los beneficios reinvertidos. Chile presumía de ser un país moderno, europeo decían allí algunos, excepto en las exigencias impuestas al capital privado.
                 
Bachelet supera el 57% de la mayoría parlamentaria exigida por la Constitución para introducir reformas educativas. Pero tendrá que afrontar resistencias peliagudas. La derecha económica y social ya está advirtiendo que la presidenta puede poner en peligro la inversión privada. Lo cual, en un ciclo económico que parece declinante, augura un clima de alarmismo político. Chile seguirá creciendo en 2014, pero a un ritmo inferior, en torno a un 4,2%, según la previsión del Banco Central, entre uno y dos puntos menos que el año pasado (5,6%). Algunos economistas chilenos que trabajan en instituciones internacionales anticipan un importante repunte del desempleo. En gran medida, estos nubarrones están motivados por el descenso del precio de la principal materia prima del país, el cobre, que puede suponer una pérdida acusada de ingresos: de 2.500 millones de dólares este año a sólo 600 millones en el primer año del nuevo mandato de Bachelet.
                 
OTROS CAMBIOS SOCIALES Y POLÍTICOS
                 
La presidente electa ha prometido otros importantes cambios sociales. La mejora de la condición femenina no es el menor.  A la desigualdad social, se une la de género. La mujer cobra, de media, la tercera parte que el varón. Por su desarrollo económico, Chile es uno de los países con menos mujeres a los mandos de empresas e instituciones. Muy espinoso será el reconocimiento de los "derechos sexuales y reproductivos", como gusta de decir Bachelet. No podrá dejar de abordar la relajación de las condiciones para abortar. Chile tiene uno de los sistemas más restrictivos del mundo, debido a la fuerte influencia de la Iglesia católica. Bachelet sabe que se enfrentará a una resistencia tremenda y ha sido muy cauta durante la campaña ("una presidenta no puede imponer sus puntos de vista a la sociedad", ha dicho). Pero, para ella, que viene de dirigir el organismo de la ONU dedicado a la defensa de los derechos de la mujer, éste es otro objetivo inexcusable.
                
 La reforma constitucional figura de forma destacada en el programa de Bachelet. Chile necesita sacudirse todos los resabios políticos restrictivos, emboscados en la Constitución diseñada por el pinochetismo. El sistema electoral binomial fue un ardid de la dictadura decadente para dificultar los cambios. Para acometer la modificación constitucional se necesitan las dos terceras partes de los votos del legislativo. Bachelet ha obtenido un éxito importante que le coloca al borde de esa mayoría. Podría complementarlo con los independientes, pero tendrá que empeñarse. Las resistencias se prolongarán en los tribunales.
                
 Los medios conservadores -la inmensa mayoría, como en todas partes- ya anticipan que las enormes expectativas del segundo mandato de Bachelet podrán convertirse en un peligro. En Nueva Mayoría, la coalición que ha posibilitado el regreso de la izquierda, está ahora el Partido Comunista, ausente de cualquier combinación de gobierno desde la época de Allende. Está por ver si éste y otros sectores más progresistas o radicales conceden tiempo y crédito a la renovada presidenta. Por otro lado, no conviene olvidar que la gran mayoría de los electores se quedaron en casa. La abstención superó el 60%, ahora que ya no era obligatorio votar. Quizás porque el triunfo de Bachelet parecía asegurado. Pero es evidente que la desafección se presenta como una amenaza.
                 
Si el camino se empina, las dificultades económicas se confirman y las presiones de los más favorecidos arrecian, Bachelet tendrá que tirar de prestigio y coraje para mantener compactas las filas de quienes consideran imprescindible rendir cuentas con la mayoría social.

UCRANIA: TODOS LOS FRENTES DE LA BATALLA



12 de diciembre de 2013
                
Las manifestaciones de las últimas semanas en varias ciudades de Ucrania, en favor del proceso de integración en la Unión Europea, parecen haber alcanzado el punto crítico. El sistema de poder, encabezado nominalmente por el Presidente Yanúkovich, se enfrenta a un desafío mayor del que había previsto. Pero no sólo por la determinación de los manifestantes y del respaldo que les brinda una heterogénea oposición. Lo que quizás pueda ser más peligroso para el régimen y determinante para el desenlace de la crisis son las actuaciones políticas y diplomáticas exteriores.
                
El actual conflicto comienza en 21 de noviembre.  Ese día, el Parlamento, controlado por el gubernamental Partido de las Regiones, suspende las negociaciones con Bruselas, cuando estaba a punto de cerrarse un acuerdo de asociación entre Ucrania y la Unión Europea. En sólo unas horas, los partidos de la oposición y grupos cívicos europeístas, la mayoría juveniles y dinamizados por las redes sociales, se concentran en la Plaza de la Independencia, el lugar emblemático de la "revolución naranja" de 2004, para exigir que el Presidente rectifique y vuelva a la senda europea.      Yanúkovich había dado cerrojazo a las negociaciones en vísperas de la cumbre sobre las relaciones de la UE con antiguos países comunistas euroasiáticos, a celebrar en Vilnius.
                 
Las negociaciones con Europa comportaban también unos compromisos paralelos de ajuste económico. La situación de Ucrania, en plena recesión, es desesperada. La deuda se negocia a un interés del 10%.El país necesita con urgencia un préstamo, que negociaba con el FMI, de 14 mil millones de euros para eludir la suspensión de pagos. El gobierno de Kiev asegura que las condiciones puestas en cada caso por Europa y por el FMI ahogaría a medio plazo al país. De ahí que, con desagrado, el Presidente se volviera hacia el vecino del Este. A Putin no le costaría demasiado borrar con un cheque los números rojos de Yanúkovich.  Y éste es el temor de muchos de los manifestantes.
                 
EL TEMIDO ABRAZO DEL OSO RUSO
                
 Los opositores no ponen mucha atención a las duras condiciones occidentales. Ven el proceso europeo una oportunidad para cambiar el rumbo del país, ya que el borrador del acuerdo contemplaba también unas exigencias de democratización y transparencia. Pero, sobre todo, Europa significa para ellos una efectiva póliza de seguros para alcanzar la  independencia efectiva de la tutela rusa. De hecho, la oposición de Moscú al acuerdo de asociación era pública y notoria.
                 
Ciertamente, el Presidente Putin se había referido en términos muy negativos al proyecto europeo de atraerse a Ucrania. Rusia cree que la "pérdida" del vecino ucraniano representaría una amenaza para sus intereses estratégicos. Al proyecto europeo de Ucrania, Moscú opone una especia de unión aduanera, de la que ya forman parte, junto a Rusia,  Bielorrusia y Kazastán. La incorporación de Ucrania supondría recomponer el núcleo central de la desaparecida Unión Soviética, una aspiración a la que nunca ha renunciado el propio Putin y los herederos de los viejos aparatos comunistas que supieron adaptarse a los nuevos tiempos y sacar el mayor provecho posible, tras los caóticos años finiseculares.
                
Ucrania no es un país más de la antigua órbita soviética. Las vinculaciones históricas, económicas y culturales con Rusia de esta gran nación -más extensa que Francia y parecida población que España- no son en absoluto desdeñables. La mitad oriental  del país habla ruso y todo su aparato productivo está ligado a su vecino. Rusia es la destinaria de la tercera parte de las exportaciones ucranianas. En el último tramo de las negociaciones con la UE, Moscú cerró la entrada a los productos ucranianos durante unos días. Una advertencia expresa y brutal. Como en su momento lo fué -y puede volver a serlo- el cierre del grifo o la subida drástica de la factura del gas ruso que calienta las casas y hace funcionar las fábricas ucranianas (1).
                 
LA GRAN 'FAMILIA'
                 
Yanúkovich es un antiguo exponente de la 'nomenklatura' soviética en Ucrania. Ex-  director de una empresa estatal, se enriqueció, como tantos otros, con la introducción de la economía de mercado y los procesos de privatización. Su feudo era la región oriental de Doneskt, núcleo de la desfasada industria pesada. La población allí es ruso parlante y, por lo general, no comparte las simpatías europeas de los más dinámicos sectores sociales de Kiev y el oeste del país, tradicionalmente más incómodos con la influencia de Moscú.
                 
El Presidente ucraniano se ha beneficiado de esta escisión para consolidar una base de poder y neutralizar a la oposición liberal. El antiguo partido comunista le sirvió en su momento de aliado circunstancial. Pero, ya desde hace tiempo, la corrupción del clan gobernante ha terminado por aislar a Yanúkovich. Diversas investigaciones periodísticas cifran en miles de millones de dólares la fortuna acumulada por el Presidente y sus parientes. En los círculos políticos y mediáticos, se conoce a este grupo como la 'simia' o la 'familia'. Los hijos del Presidente son riquísimos y no lo esconden. Tienen negocios en todos los sectores de la economía. Este núcleo familiar se apoya en una red de altos cargos y funcionarios originarios de la región de Donetsk y en negocios compartidos con los principales oligarcas del país. Algunos dirigentes opositores aseguran que la cúspide del Estado se asemeja a una mafia.
                 
Y sin embargo, estos lazos, que han servido para que Yanúkovich se haga con el control de los recursos económicos y aparatos del Estado, pueden convertirse en su peor pesadilla, si los magnates perciben que al Presidente puede írsele la situación de las manos. No es un distanciamiento reciente. Antes de las actuales protestas, algunos oligarcas habían mostrado ya su insatisfacción por la codicia de los vástagos del patrón. La línea entre socios y rivales es cada día más fina (2).
                 
LA PRESIÓN DIPLOMÁTICA
                 
De todo esto son muy conscientes los dirigentes europeos.  Y norteamericanos, que han demostrado un interés nada secundario por la situación en Ucrania. Ángela Merkel ha  mostrado una hostilidad indisimulada frente a Yanúkovich, hasta el punto de desairarle en público durante la mencionada cumbre de Vilnius. La canciller alemana interrumpió al Presidente cuando éste discursaba acerca de las insatisfactorias negociaciones con Bruselas. "No es necesario que siga hablando. Ya sabemos que no va a firmar, de todos modos", asegura el semanario alemán DER SPEIGEL que dijo Merkel. La encargada de asuntos exteriores de la UE, Ashton, visitó Kiev a renglón seguido para leerle la cartilla al presidente ucraniano.
                 
Los norteamericanos han sido más discretos, pero no menos contundentes, a tenor de lo que los propios portavoces de Washington admiten. En los últimos días, han llamado a los despachos de Kiev en serio tono de advertencia el Vicepresidente Biden y los secretarios de Estado y de Defensa (además de la acción presencial  en Kiev de la número dos de exteriores), tanto para frenar la represión de los manifestantes como para 'convencer' al Presidente ucraniano de que le conviene aceptar las recetas económicas que 'recomienda' el FMI.
                 
UNA DUDOSA ALTERNATIVA
                
 La debilidad de la presión occidental radica en las dudas sobre la solvencia de la oposición, como fuerza de relevo con garantías. El hombre de Merkel es Víctor Klitschko, un ex-boxeador cuyo discurso se centra casi exclusivamente en la lucha contra la corrupción. El nombre de su partido lo dice casi todo: Odar ("Puñetazo"). La conveniencia le ha hecho unirse a las otras dos formaciones opositoras. La más conocida en Occidente es la encabezada por la carismática Yulia Timoshenko, que sigue en prisión por supuestos delitos de corrupción, y cuya liberación ha exigido en vano desde hace años la Unión Europea y Estados Unidos. En su etapa de gobernante tampoco fue un ejemplo de transparencia. Simplemente, demostró habilidad al alinearse con Occidente, cuando Moscú la presionó. La tercera fuerza es liza es la Svoboda ("Libertad"), ultranacionalista, cuyo objetivo fundamental es librarse al país del control ruso.
                
 Frente a la rebelión cívica, Yanúkovich ha pretendido combinar la exhibición de fuerza con la apariencia de diálogo, al aceptar la propuesta de tres anteriores presidentes de organizar una 'mesa redonda' para explorar salidas a la crisis.  No parece que esta iniciativa desactive la protesta. La conjunción de las tres presiones -callejera, diplomática y mafiosa- pueden suponer el golpe de gracia para Yanúkovich, pese a su mayoría parlamentaria. Sobre todo porque el amparo interesado que podría encontrar en Moscú parece tener un blindaje de insuficiente grosor.

(1) Leer en FOREIGN AFFAIRS, "Five more years of Yanukovych". Octubre de 2012

(2) Leer en LE MONDE, "La 'famille' se porta bien", 11 de diciembre de 2013       
               

JAPON Y CHINA: EL PELIGROSO JUEGO DEL GATO Y EL RATÓN



4 de diciembre de 2013

                 
El pulso entre China y Japón por las islas Sensaku-Diayu está provocando situaciones de tensión que afecta no sólo a los dos grandes colosos asiáticos. También se encuentran concernidas otras países vecinos y, desde luego, la superpotencia que ha garantizado el actual equilibrio de seguridad en la zona durante medio siglo.
                
En el actual proyecto de consolidación de China como potencia mundial de primer orden, los aspectos estratégicos constituyen uno de los pilares fundamentales, junto con el impulso económico y el reforzamiento de la arquitectura institucional. Nos ocupamos de los dos últimos en un comentario reciente.
                
El conflicto, latente desde hace tiempo, se agravó el año pasado, cuando el gobierno de Japón decidió recuperar algunos de estos islotes despoblado a un ciudadano que las tenía en alquiler, supuestamente para evitar que cayeran en poder de un grupo ultranacionalista que deseaba adquirirlas para desarrollar una campaña nacionalista hostil a China. Sin embargo, Beijing interpretó esta iniciativa como una provocación. Los dirigentes chinos aseguran que las islas pertenecen a China y que les fueron arrebatas durante la expansión japonesa a finales del siglo XIX. Tokio rechaza esta versión y sostiene que se anexionó las islas sin intervención militar porque estaban vacías y nadie las reclamaba.
               
CHINA SUBE LA APUESTA
                 
En los últimos años, Beijing ha incrementado sus gestos de afirmación en las islas, con frecuentes incursiones de patrulleras navales en las aguas circundantes. La última medida ha sido crear una zona aérea de identificación (ZAI) en torno a las islas, obligando a todos los aparatos aéreos que transiten por ella a comunicar su bandera, matriculación y plan de vuelo, además de mantenerse en contacto permanente por radio. En caso contrario, incurrirían en el riesgo de ser interceptados o algo peor, ya que el mando militar chino anunció que "adoptaría medidas defensivas de emergencia".
                
Es la primera vez desde 1949 que la República Popular de China expande su espacio estratégico marítimo. Y lo hace solapando la zona de defensa aérea nipona. Con esta decisión, Beijing afirma responder a la "arrogancia japonesa" y quiere dejar claro que no piensa aceptar el actual 'status quo'. Lo que, sin duda, pone a prueba  la alianza entre Washington y Tokio.
                 
Como era de esperar, Japón protestó enérgicamente y reclamó el amparo a Estados Unidos, en virtud de compromiso de seguridad mutua que vincula a ambos estados. La reacción de Washington fué rápida y todo lo contundente que merecía la ocasión. El Pentágono invocó la libertad de navegación y tránsito por el espacio aéreo internacional y confirmó una misión, previamente decidida, de dos aviones B-52 no armados, que atravesaron la zona sin cumplir con las exigencias chinas. Poco después, hicieron lo mismo aviones F-15 japoneses. Beijing se inhibió de cualquier respuesta coercitiva. Aparentemente, la apuesta china se quedó en farol. Pero lo cierto es que las autoridades norteamericanas recomendaron a las compañías aéreas de su país que cumplieran con las órdenes chinas. No hay confianza, por tanto, en que puede producirse un incidente que tendría graves consecuencias para la seguridad de la región.
                 
Estos episodios podrían resolverse en unos días si no reflejaran una dinámica de inestabilidad en la región. Desde hace años, China está acometiendo importantes inversiones en su aparato militar y ha formulado cambios relevantes en su estrategia de poder regional. No se ha quedado atrás Japón, país que hasta hace sólo unos años estaba todavía purgando los pecados expansionistas del pasado. Esta escalada ha arrastrado a otros países, incluida la India, a realizar importantes inversiones en sus aparatos militares.
                
 JAPON REFUERZA SU APARATO MILITAR
                
 En Japón, la supuesta 'amenaza china' ha servido de motivación al gobierno para incrementar en casi un 3% el presupuesto militar del próximo año y revisar la directiva de seguridad nacional.
                 
De forma coherente con estos cambios de naturaleza estratégica, se ha embarcado en un ambicioso programa armamentístico. En los últimos meses, se han botado varios navíos de gran tonelaje y se han desplegado varios porta-helicópteros de veinte mil toneladas en vacío, los barcos más grandes del archipiélago desde el final de la segunda guerra mundial. El nombre de este navío no puede ser casual. Se le ha 'bautizado' Izumo, un crucero que participó en la guerra contra China en los años treinta.

Este despliegue naval (que se ampliará en años venideros) se complementa con la creación de una unidad anfibia de 700 hombres, especializada en la toma de islas, y el despliegue de nuevos aviones de vigilancia de alta tecnología, de fabricación norteamericana. 
          
                 
LA INCOMODIDAD DE WASHINGTON
                 
Varios analistas norteamericanos califican este duelo como "juego del gato y el ratón" entre los dos gigantes asiáticos y consideran que se trata de un asunto de fanfarronería por ambas partes, pero admiten que se pueden producir errores de cálculo que provoquen un acontecimiento grave. De ahí la seriedad con la que la administración se ha tomado el asunto.
                
 La doctrina Obama de pivotar sobre Asia las prioridades estratégica norteamericana de los años venideros exige un compromiso de convivencia con Beijing, pero también una política firme de los pactos existentes con sus aliados en la zona, que contemplan el despliegue de la potencia china con creciente inquietud. La gira que el Vicepresidente Biden está realizando por la zona -programada desde hace tiempo- no puede resulta más oportuna. La embajadora en Tokio, Caroline Kennedy, recientemente nombrada, fue muy explícita al declarar, en plena crisis, que la creación de la ZAI "sólo sirve para incrementar la tensión en la región". Un asesor  chino en la materia se limitó a decir que la respuesta norteamericana resulta "negativa para una sólida relación entre grandes potencias". Lenguaje muy prudente para el tono habitualmente elevado de China en estos asuntos presentados como de dignidad nacional.
                 
A Washington le inquietan estas actitudes de fuerza de los dirigentes chinos, pero tampoco comulga con el exhibicionismo nacionalista del actual gobierno japonés, liderado por el primer ministro Shinzo Abe.  Lo que menos desea Obama es verse implicada en un conflicto artificial, cuando en realidad lo que pretende es fortalecer reglas de comportamiento que aseguren la estabilidad regional y garantice un entorno comercial y económico sin riesgos.
                 
En algunos círculos estratégicos y políticos de Estados Unidos se tiene la idea de que el nuevo equipo exterior y de seguridad de la administración Obama carece de  suficiente experiencia y conocimiento de las tensiones estratégicas y los manejos en Asia. Parece una crítica excesiva, porque, de momento, las respuestas del Secretario de Defensa, del equipo de Seguridad Nacional y del Departamento de Estado han resultado eficaces. Pero nadie confía en que se registren muy pronto nuevos episodios de tensión.
               

IRAN: EL ÚNICO ACUERDO POSIBLE



25 de noviembre de 2013
                 
Durante el fin de semana, se cerró el drama en el Hotel Intercontinental de Ginebra. Los negociadores de las principales potencias mundiales pactaron con los representantes de Irán una fórmula que, al menos por ahora, encauza uno de los asuntos más espinosos de la escena internacional. El acuerdo es provisional, como se había planteado desde un principio, y proporciona el tiempo preciso para consolidarlo en un plazo aproximado de seis meses.
                
 Los términos del acuerdo, tal y como ha filtrado la propia Casa Blanca y, parcialmente, la República iraní, son sumamente medidas y reflejan tal vez el único compromiso posible.
                 
Irán se compromete a paralizar su programa nuclear, con las siguientes medidas:
                 
- Cesar el enriquecimiento de su uranio por encima del 5% y desmantelar todo el sistema técnico que permitiría hacerlo
               
- Neutralizar o diluir (en óxido)su stock enriquecido al 20%.
                 
- Detener la construcción de nuevas centrifugadoras de uranio.
                
 - Interrumpir las obras de construcción de un reactor en la Central de Arak
                 
- Parar la producción de combustible con destino a la instalación anterior
                 
- Renunciar a construir una fábrica capaz de extraer plutonio a partir de combustible (que era la manera alternativa de dotarse de armas nucleares, junto al enriquecimiento del uranio).
                
 - Permitir "accesos cotidianos" de los inspectores de la AIEA a las instalaciones clave de Natanz y Fordo y a otros sitios relevantes, como las fábricas de centrifugadoras y la de Arak.
                 

En contrapartida, las grandes potencias se comprometen a una suavización "limitada, temporal, concreta y anulable" de las sanciones contra la República islámica, por un valor de siete mil millones de dólares, con las siguientes medidas:
                
 - desbloqueo bancario de 4,2 mil millones de dólares, producto de la venta del petróleo iraní
                
 - suspensión parcial de sanciones sobre el "oro y los metales preciosos, el sector automovilístico y las exportaciones petroquímicas"
                 
- permiso de "reparaciones e inspecciones en Irán para algunas compañías aéreas"
                
 - autorización de la entrega de 400 millones de euros para financiar los estudios de estudiantes iraníes en el extranjero
                
 - facilitación de las actuales relaciones humanitarias entre Irán y el resto del mundo
                 
- mantenimiento del principal paquete de sanciones, como el bloqueo de las reservas de cambio iraní, el boicot de una veintena de bancos iraníes y las aplicadas a los programas militares, entre otras.
                 
RESPIRO, MOMENTANEO, PARA OBAMA
                 
Bastará con una orden ejecutiva del Presidente de los Estados Unidos para que estas sanciones sean levantadas o suspendidas. De esta manera, se evita un tortuoso debate y el riesgo a un voto dividido en el Congreso.
                 
Pero igual que el acuerdo no puede sorprender y responde a las expectativas de quienes creían en su consecución, tampoco puede llamar especialmente la atención del inmediato rechazo de Israel. Varios portavoces judíos ya han dicho que éste es un "mal acuerdo", en referencia a lo que Obama dijo en su momento que nunca suscribiría. De la misma manera, se esperaba también que las autoridades israelíes dijeran que no se sienten "ligados" al acuerdo y que se consideraban libres para adoptar las medidas necesarias para proteger la seguridad de la nación.
                 
De momento, otra de las potencias regionales recelosas con el proceso negociador, Arabia Saudí, guarda silencio. La monarquía wahabí ha manifestado su oposición a cualquier concesión a Irán, su máximo enemigo y rival islámico. Más allá del acuerdo nuclear, lo que inquieta en Riad es que este proceso de acercamiento diplomático entre Washington y Teherán conduzca a un cambio de prioridades estratégicas en Oriente Medio. Según algunos analistas de la región, los saudíes temen que Estados Unidos vuelva a sus alianzas anteriores a los ochenta, cuando Irán actuaba de gendarme norteamericano en la región. Se trata de una aprensión descabellada, pero tal recelo ha sido expresado al parecer de forma discreta por algunas portavoces del régimen.
                 
Obama se ha mostrado prudentemente satisfecho con el resultado, a sabiendas de que el camino está plagado de minas. Israel intensificará su labor de "lobby" en círculos legislativos de Washington y no dudará en propagar todo tipo de informaciones, rigurosas o no, sobre supuestos incumplimiento iraníes del acuerdo de Ginebra. Dos 'popes' del pensamiento estratégico, como Brzezinski y Scowcroft han apoyado el propósito de Obama. Sin embargo, el principal consejero presidencial en la materia durante su primer mandato, Gary Samore, encabeza ahora una organización denomina "Unidos contra un Irán nuclear", dedicada a sabotear intelectual un compromiso con la República islámica.
                 
En los círculos oficiales de Irán, se hace virtud de la necesidad. La cúspide del régimen se muestra satisfecha con lo alcanzado, que califica de "éxito". Tampoco debe sorprender esto, ya que no había opciones de fracaso para los dirigentes iraníes. De Ginebra sólo se podía salir con un acuerdo. Éste era precisamente el argumento de quienes defienden la línea dura de actuación: la necesidad que Teherán tiene de conseguir un aligeramiento de las sanciones permitía a las grandes potencias obtener más. Es decir, no otra cosa que el desmantelamiento de su programa nuclear.
                
Es pronto aún para anticipar consecuencias a largo plazo. Lo obtenido parece ser realista y beneficioso para la gran mayoría.