ITALIA: SEDUCIR AL SEDUCTOR



28 de Febrero de 2013

Se percibe una cierta satisfacción por la amplitud del 'voto de protesta' en Italia. Es comprensible, si se tiene en cuenta el clima de creciente malestar por la prolongación de la crisis y la falta de perspectiva para numerosos segmentos de la población, en particular, aunque no solamente, los jóvenes. Conviene, sin embargo, no dejarse llevar por el entusiasmo, ni pensar que ha comenzado el hundimiento del sistema político tradicional italiano. Ni siquiera que tal eventualidad tuviera sólo efectos positivos.
                 
Lo que está ocurriendo en la Unión Europa -y no sólo aquí: también en otros lugares afectados por la crisis- es la reaparición (no son nuevas) de alternativas coyunturales o de ocasión, válvulas de escape, polos de atracción de la protesta o del rechazo. No son opciones de gobierno y, en la mayoría de los casos, ni pretenden serlo los propios protagonistas.

 UN DOBLE VOTO DE PROTESTA
                  
En Italia, algunos analistas suman los votos de Berlusconi y de Beppe Grillo para que las cuentas del sentimiento "anti-europeo" resulten más abultadas: prácticamente la mitad del electorado. Se trata, sin embargo, de electorados bien distintos, aunque ciertamente existan algunos puntos de contacto entre ellos.

Berlusconi representa la resistencia de una derecha italiana egoísta y "anárquica" (en el sentido más conservador de la palabra: que cada cual se salve con sus recursos y que nadie pida seriamente cuentas). Es el producto de un reflejo anti-fiscal, base por otra parte del éxito del peculiar empresario milanés desde mediados de los noventa. Los efecto de las políticas de austeridad impuestas por Berlín, Fráncfort y Bruselas (el orden no es aleatorio) han revivido a un Berlusconi moribundo bajo el peso de su propia ignominia. No le importa mucho eso a ese tipo de italiano cínico, vividor, egoísta y aprovechado. Algunos de sus propios votantes despreciarán seguramente a Berlusconi: pero no lo que él representa y está dispuesto a defender, aún a costa de ridiculizarse en el intento.

Beppe Grillo, en cambio, es algo más confuso. Sin duda, más novedoso. Pero, con bastante probabilidad, también más efímero. Ha recogido el 'voto del cabreo' que diría un castizo. No es una respuesta articulada y con vocación de construir una alternativa. Como suele ser habitual en estos fenómenos (electorales más que políticos), surgen con cierto ímpetu pero les cuesta mantenerse y terminan evaporándose sin apenas hacer ruido.
                 
De lo que se ha oído estos días sobre el éxito del Movimiento 5 estrellas, tiene especial interés unas declaraciones del líder del Partido Democrático, Bersani. "Hasta ahora lo que les hemos escuchado es que se vayan todos; bien, ya están ellos aquí; ahora, o bien se van ellos también o nos dicen qué quieren hacer por su país y por sus hijos". El comentario tiene toda la 'mala intención' que podría esperarse de un político italiano, cuánto más si procede del ámbito intelectual comunista y se ha especializado, como Bersani, en el estudio de las estrategias de poder de la Iglesia.
                 
No le falta razón al que pudiera ser próximo inquilino del Palacio Chiggi. Claro que, con su propia ironía, podría devolvérsele a Bersani una pregunta no menos envenenada: "Bien, hasta ahora los que les hemos escuchado es que había que terminar con la austeridad como política única de afrontamiento de la crisis; ahora que, aun con apuros, han ganado ustedes las elecciones, han de demostrarnos que tienen una alternativa viable".  Bersani haría bien en estudiar con detalle estos nueve meses de gobierno Hollande, para intentar prevenir limitaciones y problemas. Y eso con suerte, porque Italia soporta una situación mucho más complicada que Francia;  y Bersani dispondrá de un respaldo legislativo mucho más frágil.
                 
EL HORIZONTE DE GOBERNABILIDAD
                
¿Qué hará entonces el líder del centro izquierda italiano? Las opciones se le reducen. Lo que hubiera preferido la triada europea sería que la suerte del primer ministro 'in pectore' siguiera ligada a la de su antecesor, Mario Monti, el 'favorito de los mercados'. Es decir, la misma fórmula, pero invertida. Pero, como era de esperar para todo el mundo excepto para los fanáticos de la política de austeridad que se niegan a ver lo evidente, Monti ha quedado reducido a la irrelevancia política, con menos del 10% de los votos y unos respaldos parlamentarios muy recortados. No valdrá para mucho el apoyo que le estuvo regateando durante la campaña. 'Il Professore' es el gran derrotado de estas elecciones. No él, en realidad, sino la élite europea, de la que ha sido su principal intérprete, por mucho que últimamente intentara hacer entender a Ángela Merkel que había que endulzar sus recetas.
                 
Algunos analistas no han descartado otra fórmula con resonancias alemanas: un gobierno de gran coalición, para conjurar el peligro de la desestabilización  económica y social y poner sordina al canto del 'grillo'. Parece más una ensoñación que una posibilidad real.
                
La sagacidad de Bersani en su comentario de bienvenida al perturbador Grillo no se agota en la ironía paternalista sobre la entrada de los anti-sistema en el Parlamento. Hay que pensar 'a la italiana' y suponer que quizás le esté tendiendo la mano. No le costaría mucho al eventual primer ministro ignorar algunos comentarios incómodos del líder populista, ni ciertos coqueteos con grupúsculos de extrema derecha. Bersani puede extraer de los 'cinco estrellas' el elixir del descontento juvenil. No únicamente para sumar apoyos en las bancadas, sino también para legitimar súplicas, envueltas en exigencias, ante el tribunal 'tricefálico' europeo que tiene virtualmente intervenida la economía italiana (y otras del continente).
                
El enrevesado sistema electoral italiano -urdido en su momento por el tramposo Berlusconi para afianzar su dominio- le permitiría paradójicamente al centro-izquierda balancearse en el alambre político y retrasar la nueva llamada a urnas, que muchos consideran, en todo caso, inevitable a medio plazo. Los dirigentes políticos convencionales creen que este margen no servirá para gobernar en sentido estricto, pero si para desactivar a Grillo, seducirle a él o a muchos de sus componentes, inocular cierto desánimo en sus seguidores protestatarios y privar de energía al movimiento de protesta. Entonces, se jugará con otra matemática electoral y se podrá capear el temporal con otras garantías.
                 
Es un cálculo comprensible, pero arriesgado. Italia se desfonda en la recesión, sin que asome una perspectiva favorable, salvo para los profetas de la austeridad. Ese eje de necesidad que ha surgido en el corazón de la UE (Francia-Italia-España) continuará previsiblemente con Bersani, aunque con parecidos resultados, si no más debilitados, ya que el  político ex-comunista no dispone de las credenciales de Monti en la triada de poder europea.

ITALIA: EL CONDICIONADO REGRESO DE LA IZQUIERDA



21 de febrero de 2013

Cuesta escribir sobre el proyecto y la realidad política de Europa con ánimo positivo. Las últimas noticias sobre la evolución de la coyuntura económica -de la social ya ni hablamos- sigue convocando al pesimismo. Por mucho que algunos de sus líderes políticos, de los altos funcionarios, tecnócratas  -o políticos secuestrados por la tecnocracia- aseguren que se está haciendo lo correcto, los resultados se presentan con tozuda resistencia. Y, lo que resulta más inquietante, la confianza ciudadana sigue cayendo en picado. 

Este año, las sucesivas citas electorales podrán dibujar mapas políticos exasperados o de difícil gestión. Sin que eso motive alarma entre los electores. Como si se tratara de un síntoma secundario o menor de lo que realmente preocupa: la falta de horizonte para millones de personas, de familias. La más inmediata es Italia: este fin de semana
                 
No ha sido nunca el país transalpino el termómetro más fiable o representativo de la salud europea, por muy comprometido que haya estado siempre con el proyecto integrador. Las múltiples capas de la política italiana favorecen discursos reales o impostados sobre cualquier cosa que convenga. Nunca ha marcado Italia la tendencia política o ideológica de Europa. Más bien se ha empeñado en convertirse en una prueba de la capacidad europea para absorber lo excesivo, lo atípico, hasta lo más repudiable.
                 
LA RESISTIBLE 'OPCION MONTI'
                 
Hace unos meses parecía distinto. Quienes, con mejor voluntad que entendimiento, se creyeron la "opción Monti" como un indicio de que Italia, después de todo, era "reformable", andan ahora decepcionados. Quizás con cierta superficialidad, se admitió la abdicación de la política, del sistema político representativo y la voluntad ciudadana, simplemente porque la solución que representaba el respetado tecnócrata italiano parecía viable. Se sacrificó con facilidad la denostada 'política' a la presunta 'eficacia'. El deterioro de la política italiana había sido tan intenso que no se trataba de transar nada, sino de sustituir un cadáver por una fría opción de futuro.
              
Pero Monti dimitió, pretextando que se había completado una fase de la tarea. Dejaba la pelota en el tejado de la 'clase política' con la no explícita intención de que le renovaran el crédito para continuar con una reforma en profundidad. El gesto fue, en realidad, un golpe de efecto poco consistente con su perfil de seriedad. Aunque nunca podrá probarse, muchos tuvimos la sensación de que Monti había cedido a parecidas tentaciones que las que denunciaba, esas que han envenenado durante décadas la República italiana. 
                
'Il proffessore' se dejó querer por amplios sectores de la muy desacreditadas familias políticas. Jugó primero a que no sería candidato, luego a que no sabía si lo sería y luego a serlo pero sin las "pasiones" habituales. Finalmente, no le ha hecho ascos a algunas de las pautas más alejadas de su proclamado estilo.
                 
Monti, sin embargo, en la hora decisiva, se ha desinflado. Quizás nunca estuvo inflado. O sus opciones, como algunos comentamos en su momento, eran más fruto de la complicidad de editorialistas y manejadores de la opinión que de la verdadera sensibilidad ciudadana. Las encuestas predicen un resultado muy discreto para este antiguo ejecutivo de Goldman Sachs, uno de los bancos de inversión vinculados al fiasco financiero mundial. ¿De qué se extrañan algunos?
                
 No es que la mayoría de los italianos haya dado muestras abundantes de buena memoria. Incluso de que le importe tenerla. El italiano es, políticamente, profundamente escéptico. Por no decir cínico. Eso explica las tendencias electorales muy singulares mantenidas durante décadas.
               
INCIERTO RESULTADO, ESQUIVA SOLUCIÓN
                 
Llegados hasta el punto, Italia elige sin perspectiva de una solución clara. Las encuestas predicen un escenario complicado de gobernabilidad. La izquierda puede volver a (intentar) gobernar, más por agotamiento o carbonización de la derecha, por el cálculo arriesgado de Monti, que arrastrada por una cierta ilusión de cambio, de alternativa. En Italia no existe el ambiente que había en Francia la primavera pasada, aunque ese impulso se haya estancado, como era de temer. Este previsible triunfo escaso, apagado, e insuficiente le deja las manos muy atadas a la izquierda posibilista italiana. 
                 
Ciertamente, Bersani y Hollande comparten una imagen de seriedad, de experiencia en fontanería política y de moderación, algo siempre utilizado como supuesta baza, aunque luego no se sabe bien para qué -y para quienes- termina sirviendo. Curiosamente, el dirigente italiano tiene experiencia de gestión, no como el francés. Estuvo en los gobierno de D'Alema y de Prodi, y fue bien valorado, pero ocupó de responsabilidades de segundo orden.
                
Se percibe una cierta paradoja: lo que en un momento pudo ayudar al líder de la izquierda a colocarse en cabeza de la preferencia electoral, puede terminar resultando una trampa a la hora de gobernar. Bersani no se limitó a tender la mano a Monti, sino que se vinculó a su 'programa de reformas', hasta el punto de que, sin su apoyo, el tecnócrata no lo hubiera sacado adelante. Y eso le confirió a Bersani respetabilidad y marchamo de alternativa entre los llamados 'mercados' y los 'druidas' de la opinión.
                 
El problema es que, ahora, por falta de respaldo electoral suficiente y, tristemente, de alternativa propia real, la suerte y el programa de la desvaída izquierda italiana parece atado a Monti. Lo que provoca tensiones en la amalgama de partidos que apoyan el liderazgo de Bersani.  Desdeñoso, el tecnócrata le ha hecho ascos a su potencial socio de gobierno, como si intentara evitar que su presunta solvencia se pudiera diluir en el discurso sospechoso de una izquierda que, intelectual e ideológicamente, desprecia.
                 
Esa arrogancia puede costarle cara al 'Professore'. Al final, los entendidos pueden proclamar que Monti ha hecho lo correcto, pero la gente de la calle cree poco en esos discursos donde se llega a la meta por el camino doloroso y lago pero correcto. En Italia no hay quien no crea en los atajos, de un signo o de otro.
                 
Berlusconi es el maestro de la trampa, del engaño, de la demagogia, del ridículo fuera de las fronteras. Pero también del atajo como forma y estilo de hacer política. De la supervivencia en momentos extremos. De la política como deporte, pero de riesgo. Su recuperación sólo ha podido parecer milagrosa o incomprensible a quienes se hayan resistido a ponerse gafas italianas para entender Italia. 'Il Cavaliere' no aspira a ganar. Pero puede hacer ingobernable Italia. O sea, lo de casi siempre.             

LOS DRONES COMO PARÁBOLA



14 de febrero de 2013 

Nunca, desde sus primeros días en la Casa Blanca, había dado el Presidente Obama la impresión de sentirse tan a gusto en el cargo. Transmite confianza, seguridad y una determinación muy reconocibles. Es en el repliegue indisimulable de sus rivales políticos republicanos donde se hace más palpable ese momento de fortaleza presidencial. Los empeños de "pasar por la parrilla" a dos de sus principales colaboradores de los próximos años, el Secretario de Defensa y el Director de la CIA, en las audiencias legislativas constituyen más una liturgia parlamentaria que una baza seria para reducir o condiciones el poder presidencial. 

Ni una mejora apreciable de la coyuntura, ni un repentino cambio favorable de la balanza de poder, ni otras consideraciones  fácilmente identificables explican esta impresión, por lo demás bastante generalizada.  Es como si Obama, que ofreció muestras inequívocas de cansancio y hasta de cierta depresión durante los últimos meses del año pasado -y más en concreto, en plena recta final de la campaña electoral-, se hubiera revigorizado. Quizás no tanto, o no solamente, por la victoria en noviembre, cuanto como resultado de una reflexión autocrítica sobre sus primeros cuatro años y la imperiosa necesidad de no desaprovechar la oportunidad de cambiar ciertas cosas. 

En su segundo discurso inaugural, Obama marcó el rumbo de su legado. El pasado martes, en su intervención ante el Congreso, con motivo del tradicional Estado de la Unión, confirmó las líneas programáticas:

                - revertir la dinámica social en Estados Unidos, favorecer una vida mejor para las capas medias y bajas (subida apreciable del salario mínimo) y hacer recaer sobre "los más ricos y poderosos", vía impuestos, la carga de la recuperación de la crisis; la palabra más empleada por el Presidente, más de cincuenta veces fue 'jobs' (empleos).

                - resolver con justicia y eficacia el asunto pendiente de la inmigración.

                - abordar el inicio del cambio del modelo productivo (abandonar la inhibición ante la agresión al medio ambiente).

                - afrontar ciertos tabús perniciosos del estilo de vida americano (el descontrol de la violencia por el uso/abuso doméstico de las armas de fuego.

                Obama ha clarificado su agenda política. Parece haberse liberado de cierto reflejo condicionado dominante en Washington y da muestras de haberse convencido de que fracasará como presidente si no cumple con estos objetivos. Después de cuatro años de ofensiva conservadora contra el concepto del "gobierno como problema", el Presidente parece haber encontrado una divisa con la que pretende imbuir políticamente a su gestión: no se trata de hacer más grande el gobierno sino más 'inteligente'. No más, sino mejor. 

Algunos analistas apreciaban en Obama un 'impulso activista', después del ánimo pactista iniciado a mediados de su primer mandato y de cierta tentación claudicante que le reprocharon los sectores más liberales (progresistas) de su propio partido. 

Para dar la réplica del discurso presidencial, los republicanos eligieron al Senador Marco Rubio, por su imagen supuestamente de futuro (juventud y origen inmigrante). Sin embargo, este líder hispano acudió a una fórmula demasiado tradicional en la oposición conservadora: presentar al Presidente como el típico dirigente demócrata que sólo piensa en "tax more, borrow more and spend more" ("gravar más, pedir prestado más y gastar más"). No fue precisamente brillante este potencial candidato del 'Great Old Party' en 2016. Lo que parece confirmar una cierta suerte de 'depresión republicana' desde noviembre. 

El recomendado 'regreso al centro' de los republicanos no será rápido ni fácil, porque muchos sectores del partido siguen anclados en una visión retrógrada, porque la mayoría de sus lubricadores de fondos no están por la labor de ceder terreno y porque no se percibe un liderazgo convencido y comprometido con ese cambio de rumbo. De momento, las iniciativas políticas emprendidas por los conservadores parecen puramente tácticas o reactivas.
                 
Del lado progresista, debería haber cierta satisfacción por este "enfoque social" de Obama, más preciso y explícito que nunca en el Presidente desde su llegada a la Casa Blanca. Y, sin embargo, en los púlpitos y tribunas más a la izquierda del panorama social y político se percibe cierta desconfianza e incluso escepticismo.
                
 El debate sobre el uso (abuso) de los 'drones', actualizado por la audiencia legislativa del candidato de Obama a director de la CIA, hizo emerger este 'malestar progresista'. Hay ciertas suspicacias por el 'doble lenguaje' de Obama en esta materia.  Se le reprocha al presidente inconsecuencia e insensibilidad, incluso complacencia por una política que contraviene sus principios declarados. Decíamos en el comentario anterior que Obama está lejos de ser un pacifista y poníamos como ejemplo el refuerzo de ciertos programas de carácter militar que han recibido un fuerte impulso con su presidencia.
                 
Uno de ellos, quizás el más emblemático es el de los 'drones' porque pone en evidencia más que cualquier otro las contradicciones de Obama como máximo dirigente del país. Ya no se trata de pragmatismo o ejercicio cínico del poder, sino de un elevado y difícilmente justificable coste en vidas humanas, y encima sin transparencia o, peor aún,  con maniobras de ocultamiento. 
                 
Hace unos días, el NEW YORK TIMES, por lo general muy propenso a justificar las decisiones de Obama, publicaba un acerado análisis en el que equiparaba los vicios de la lucha antiterrorista del Presidente con los de Georges W. Bush, a cuenta precisamente del programa de los aviones tripulados a distancia. Brennan, ya Director de la Central de Inteligencia, hombre de confianza presidencial y arquitecto de esa herramienta predilecta de Obama en la supuesta persecución de la amenaza terrorista, no despejó la mayoría de las dudas, ni resolvió los reproches que varias publicaciones de izquierda han detallado estos días.
               
 Si Obama no da una respuesta convincente en esta materia, corre el riesgo de que de que esos sectores críticos, por lo demás próximos ideológicamente a sus objetivos de gobierno, interpreten su actitud como una señal de altivez. Una condición similar a la que atribuyen a los 'drones' como parábola del ejercicio arrogante del poderío militar norteamericano.