FRANCIA. PRIMERA LECTURA DE LAS MUNICIPALES

31 de marzo de 2014

La segunda vuelta de las elecciones municipales en Francia ha dejado tres grandes lecciones:

1) Un número creciente, y ya preocupante, de ciudadanos no confía en la capacidad del actual sistema político para ofrecer soluciones. Abstención record en unas municipales durante los cuarenta años de V República. Anticipo más que probable de las europeas de mayo. El desinterés o la falta de confianza en el sistema es el elemento más importante de estos comicios, por encima de otros alarmismos excesivos.

2) La izquierda no puede seguir prendida a las recetas liberales y a la medicina de la austeridad para gestionar la crisis. La gran derrota de los candidatos socialistas (pierden un centenar y medio de municipios) es, también, la sanción electoral al Presidente Hollande. La rectificación es un clamor. Pero no puede limitarse al sacrificio del primer ministro Ayrault, a la confirmación de Valls como recambio populista o a una limpieza de ministros grises. Es un cambio de rumbo, como le exige el ala izquierda del partido. Y si el líder socialista cree que tal enmienda no es deseable o posible, debería afrontar al electorado progresista y asumir sus responsabilidades.

3) La derecha más o menos moderada o conservadora toma el relevo en más de un centenar de ciudades francesas mayores de 9.000 habitantes y frena el impulso demasiado publicitado del Frente Nacional. El ascenso de la ultraderecha nacional-populista es más que resistible. La decena de alcaldías conquistadas suponen un avance reconocible, pero, con menos del 7% del voto total, es excesivo hablar del "fin del bipartidismo". La UMP y el PS han concentrado máS del 90% del favor de quienes han creído útil ir a votar. Hay cierta exageración en algunos analistas sobre el "peligro ultra". El voto del malestar no ha tenido una deriva extremista inquietante. La crisis ha producido una alternancia dentro de los cauces.


FRANCIA: LA ABSTENCION, NO EL EXTREMISMO, ES EL GRAN PELIGRO

26 de marzo de 2014
                
No por esperado, el ascenso del Frente Nacional en la primera vuelta de las elecciones municipales francesas ha provocado una ostensible preocupación no sólo en los partidos democráticos y en sectores sociales e intelectuales franceses, sino también en otros muchos lugares de Europa, con o sin amenaza cercana de un fenómeno similar.
                
Marine Le Pen proclamó el mismo domingo el fin del ‘bipartidismo’. Se trata de una pretensión prematura. El Frente Nacional, efectivamente se ha consolidado como un factor perturbador de la política francesa: podrá conquistar algunas alcaldías, tener representación en ayuntamientos relevantes y agudizar contradicciones en el partido conservador UMP, de cara a posibles pactos para la segunda vuelta. Pero, con el 5% de los votos emitidos, frente al 47% de la UMP o el 38% del castigado PS, el Frente Nacional sigue siendo un actor secundario.      

Hay muchas razones para considerar que el ascenso del populismo derechista en Francia –como en otros lugares- es claramente resistible. No está claro, ni mucho menos, que el FN haya conseguido superar la etiqueta de partido beneficiario del malestar a partido confiable para gestionar. Ya ocurrió en las anteriores municipales. No pudieron o no supieron gestionar victorias entonces sonadas. Como han señalado algunos analistas, la carencia de cuadros es una debilidad no resuelta de los nacional-populistas franceses.

EL RESISTIBLE ASCENSO DE LA EXTREMA DERECHA EUROPEA

Otro elemento que causa preocupación en medios liberales y progresistas europeos es que las municipales francesas puedan ser un anticipo de las europeas de mayo y, más aún, la confirmación de una supuesta tendencia al alza de las propuestas extremistas, populistas, nacionalistas y euroescépticas (no todas iguales y no necesariamente coincidentes) en las próximas citas electorales.

Se vincula el auge de estas formaciones al malestar social originado por la crisis económica y social y a la insatisfacción por las respuestas orquestadas desde las élites europeas. Aunque esta interpretación es ampliamente aceptada, resulta provocadora la tesis de un profesor norteamericano de la Universidad de Georgia, Cas Mudde. En una conferencia pronunciada este mismo mes en Bonn, de la que ha extraído un artículo para la publicación CURRENT HISTORY, Mudde cuestiona dos supuestas creencias: una, que la Gran Recesión haya conducido al ascenso de la extrema derecha en Europa; y dos, que estas formaciones radicales vayan a obtener un resultado muy mejorada en las elecciones europeas del próximo mayo.

El profesor norteamericano recuerda que en cuatro de los cinco países más afectados por la crisis (Grecia, España, Portugal, Irlanda y Chipre) sólo en el primero la ultraderecha ha entrado en el Parlamento. De los 18 estados en que hay partidos radicales activos, sólo en la mitad estas formaciones han experimentado un alza  durante la crisis, y sólo en cuatro de esos nueve casos ese aumento del apoyo electoral ha superado el 5%. Francia es, después de Hungría, el país donde la extrema derecha ha obtenido el mayor avance. A finales de 2013, sólo 12 países de la UE tenían partidos ultras en sus parlamentos. La realidad es que el fortalecimiento de las opciones radicales se produjo antes de la crisis, en periodos de crecimiento y estabilidad.
                
En cuanto a las proyecciones electorales inmediatas (comicios europeos), Mudd considera que el factor protesta es el elemento que más puede favorecer a los extremistas, pero señala que ese fenómeno sólo cuando las elecciones de segundo orden (europeas, por ejemplo) se celebran a la mitad más o menos de un mandato electoral nacional.
                
Mudd extrapola la composición de los parlamentos nacionales para prefigurar una hipotética configuración de la Eurocámara. No anticipa un aumento de la extrema derecha en Estrasburgo, sino todo lo contrario: tres escaños menos. Incluso si se utilizan los sondeos más recientes, los partidos ultra sólo ganarían siete escaños, lo que representaría menos del 6% de aumento con respecto al hemiciclo actual. De esos 44 escaños que anticiparían las encuestas, los partidos francés y holandés aportarían más de la mitad; en todo caso, más de los 25 que son necesarios para formar un grupo parlamentario propio.
                
Mudd avala la teoría de Roland Ingelhart (Silent Revolution, 1977), según la cual son los factores socio-culturales y no los socio-económicos los que impulsan las opciones extremistas de derecha. En una crisis, y más de la gravedad y amplitud de la actual, esos grupos radicales no son percibidos como competentes o experimentados para administrar. Es cuando se estabiliza la situación y el electorado vuelve a ocuparse de los asuntos socioculturales (como la identidad nacional o la percepción de seguridad) cuando esas opciones extremas han encontrado históricamente más predicamento.

PSF: UNA RECTIFICACION NECESARIA  

Por supuesto, esta interpretación es discutible, aunque los datos le proporcionen un sustento razonable. El caso francés, como se ha dicho más arriba, constituye un elemento diferenciador, porque el Frente Nacional ha subido durante la crisis y tiene perspectivas de mejorar su presencia en la Eurocámara. Pero hay otros elementos que pueden explicar este ascenso, como señalábamos en un comentario anterior.

Francia atraviesa por un tiempo de reforzado pesimismo y aguda falta de confianza. La percepción de declive nacional está muy presente no sólo en el debate intelectual o político, sino en el ánimo de amplios sectores de la la ciudadanía. El Frente Nacional incide en estos factores de identidad nacional o de pérdida de la misma, aprovechándose de un impulso que el expresidente Sarkozy se empeñó en alentar, con ánimo electoralista. Una reciente encuesta de Ipsos indica que la mitad de los franceses creen que el FN es un “peligro para la democracia”, pero un tercio lo considera “útil” y “próximo a sus preocupaciones e intereses”.

Con todo, debería alarmar mucho más la abstención (un 36%, la tasa más baja de los últimos cuarenta años en una primera vuelta de las elecciones municipales), que el voto a la ultraderecha. Que el FN no se haya aprovechado más del indudable malestar y no haya sido capaz de reducir en su beneficio la abstención, a pesar de la moderación forzada de su discurso, debería rebajar la percepción del entusiasmo exhibido estos días por sus líderes. Más que aventar riesgos de extremismo, el socialismo francés debería esforzarse en superar la doctrina europea de la austeridad y resolver la confusión en que se han diluido sus dos años de gestión. La gran inquietud consiste en saber si todavía se está a tiempo de rectificar y, con más claridad y precisión, hacer distinguibles, en Francia y en Europa, las políticas progresistas y conservadoras para salir definitivamente de la crisis. 

LA IMPROBABLE RESTAURACIÓN DE LA 'GUERRA FRÍA'

19 de marzo de 2014
                
La anexión rusa de Crimea, tras el resultado favorable del referéndum en la península y la inmediata acogida del Kremlin a su antiguo territorio, amenaza con pasar definitivamente página en las relaciones de Occidente con Rusia.
                
En algunos medios se habla ya de un retorno a la 'guerra fría'. Es una visión precipitada y emocional. Naturalmente, no es descartable al cien por cien. Pero es altamente improbable. Si Moscú no intenta replicar la obtención de otras regiones del sur y este de Ucrania, la crisis entrará en una fase de estabilización. No sin daños, por supuesto, pero libre de sobresaltos incontrolables. Veamos las razones de esta estimación :
                
EL SÍNDROME BOOMERANG
                
Occidente perdería más de una confrontación prolongada con Moscú que de la digestión incómoda de la 'satisfacción' rusa en Ucrania. Rusia no es ya la superpotencia comunista asentada en la capacidad disuasoria de su arsenal nuclear. Ahora se la percibe sobre todo como un vasto territorio que alberga la mayoría de las materias primas de planeta y un extraordinario campo de oportunidades para el capitalismo internacional.
                
Es conocida la dependencia energética europea del gas ruso. Es desigual en dimensión e impacto, pero condiciona una política consensuada. Hay alternativas en marcha, pero llevarán tiempo. Es el caso del Corredor meridional, que arranca en Azerbaiyán y concluye en Italia. O el plan estadounidense de incrementar las exportaciones de gas natural licuado (LNG) a Europa, pero no se trata de algo inmediato ni está garantizado su éxito (1).  
                
Se sabe menos de la interdependencia del capital financiero ruso y occidental es inmensa. Una cuarta parte del billón de dólares inyectado en el sistema financiero tras la crisis de 2008 ha ido a parar a fondos vinculados a las grandes empresas estatales rusas (con Gazprom a la cabeza). El gestor líder de este mercado global, PIMCO, tiene colocada casi la tercera parte de todo su capital en bonos de las empresas y el gobierno de Moscú. Reconducir ese flujo de capital hacia áreas menos problemáticas es una operación muy compleja y arriesgada debido a normas de vinculación de fondos. Rusia es el líder en el índice JP Morgan Chase, que mide el mercado de bonos corporativos de los países emergentes (2).
                
UN MUNDO POR FIJAR
                
Más allá de los intereses económico-financieros, hay otras áreas de cooperación con Rusia que Occidente quiere preservar. Aunque Moscú no tenga la capacidad de incidir en los equilibrios mundiales como en la segunda mitad del siglo pasado, aún conserva una notoria influencia. El entendimiento diplomático con el Kremlin no es desdeñable. Es significativo que Putin haya manifestado expresamente su deseo de continuar cooperando con las potencias occidentales.
                
Oriente Medio es la zona más obvia e Irán el frente más inmediato a corto plazo. Es llamativo que pese al cruce de recriminaciones y reproches de estos días, los preparativos de la reanudación de las negociaciones de Ginebra sobre el plan nuclear iraní se han desarrollado con cierta fluidez. Siria es otro elemento de gran interés, aunque las posibilidades de un acuerdo global para concluir la guerra se antojen muy esquivas todavía. En todo caso, tarde o temprano, Moscú será imprescindible para cualquier arreglo, del tipo que sea.
                
Más a largo plazo, Rusia resulta imprescindible para estabilizar el mapa estratégico del Lejano Oriente. La ambivalencia con la que China ha reaccionado a la crisis de Ucrania no debe sorprender. Pekín se reserva todas sus bazas. No comprometerá el proceso de estrechamiento de relaciones económicas con Moscú por un asunto menor para sus intereses, aunque tampoco otorgará un cheque en blanco a Putin. China podría ser la gran beneficiaria del enfriamiento entre Occidente y Rusia, porque ambas partes podrían verse en la conveniencia, sino en la necesidad, de cortejar su favor.
                
¿UN DIVORCIO ACEPTADO?
                
Otra razón por la que no es previsible un desbordamiento de la situación es el relativo impacto de la pérdida de Crimea para Ucrania. Las nuevas autoridades de Kiev, en sintonía con muchos ucranianos del oeste del país, no contemplan lo ocurrido como una tragedia nacional. Es la tesis defendida por el analista Taras Kuzio (3).
                
Por mucho que ahora se eleve el tono con el incidente militar, lo cierto es que el nuevo gobierno ucraniano no siente la mínima tentación de desafiar el control ruso de Crimea. Digerida la humillación,  se apreciarán las ventajas: Kiev eliminará de su presupuesto pesados fardos como los subsidios agrarios y las pensiones, se librará del peaje que suponía albergar la Flota rusa del mar Negro y se privará del riesgo de inestabilidad que podría provocar la minoría tártara si prendiera el ánimo islamista.
                
AIRES DE DESQUITE
                
Obama y Merkel parecen competir por demostrar firmeza y han elevado el tono verbal de las advertencias, pero el juego de máscaras de las sanciones revela esta improbabilidad de la restauración de la 'guerra fría', bajo la forma que fuere. Que ni siquiera Estados Unidos y Europa hayan querido adoptar un paquete conjunto indicaría el malestar que subyace en esta decisión. No le ha pasado inadvertida a Moscú esta circunstancia, tan importante como el alcance de las medidas. De ahí el desdén y la mofa con que prebostes o secundarios del régimen se han tomado las supuestas medidas de castigo.
                
Putin está disfrutando de su éxito sin disimulo. Una buena parte de la opinión pública le sigue en esta manifestación de orgullo nacional. No era posible perpetuar la humillación sufrida durante los últimos veinticinco años. Gorbachov se ha sumado a las celebraciones endosando la anexión de Crimea como un acto de reparación y justicia. Ese gesto no le rehabilitará entre los sectores soviéticos y/o nacionalistas, pero indica hasta qué punto Occidente ha menospreciado el sentimiento de la población rusa este último cuarto de siglo.

(1) Ukraine Isn't Europe's Biggest Energy Risk. BRENDA SHAFFER. Centro Euroasiático de la Universidad de Georgetown. FOREIGN AFFAIRS, 11 de marzo de 2014.

(2) Foreign Investors in Russia vital to sanctions debate. NEW YORK TIMES, 17 de marzo 2014.


(3) Why Ukrainians Don't Mind Losing the Territory to Russia. TARAS KUZIO. Centre for Political and Regional Studies at the University of Alberta.FOREIGN AFFAIRS, 13 de marzo de 2014.

PUTINOLOGÍA

13 de Marzo de 2014

Mientras los dirigentes occidentales continúan dudando acerca de la respuesta más adecuada (y conveniente) a la crisis de Ucrania, analistas, expertos y entendidos tratan de escudriñar las motivaciones y estrategias del Kremlin. Con matices,  sin duda importantes, lo cierto es que  la gran mayoría de las evaluaciones que han podido leerse estas dos semanas coinciden en fijar la responsabilidad de lo ocurrido en una especie de designio personal o particular del presidente ruso.     Putin sería el gran villano. Un zar moderno. O una siniestra combinación de ‘superespía’ y ‘apparatchik’ adaptado a las exigencias actuales.
                 
El comportamiento de Putin en su década y media de funambulismo en las alturas del Kremlin le otorga una merecida mala fama democrática. Pero muchos analistas que ahora lo consideran como el ‘némesis’ de Occidente fueron condescendientes cuando ese acendrado autoritarismo parecía puesto al servicio de la construcción de un sistema neocapitalista, liberado de la anarquía y el desastre de los primeros años del post-sovietismo.
               
La expansión de los primeros años del siglo, motivada por alto precio de las materias primas y los productos energéticos, forjaron intereses cruzados entre los nuevos capitalistas rusos, incluidos los patronos de las empresas estatales, y potentes inversores occidentales. Las dudosas maneras del ‘gran patrón Putin’ preocupaban poco en gabinetes y consejos de administración de este lado del mundo.
                 
La crisis que sacudió los cimientos del capitalismo occidental terminaron por alcanzar también a las potencias emergentes en los últimos dos años y la estrategia integradora de Putin mostró sus limitaciones y contradicciones. El presidente ruso puso en práctica entonces una estrategia alternativa, más autárquica o de repliegue, menos vinculada a Occidente. No pocos analistas creyeron ver en esa rectificación un plan hasta entonces oculto, encaminado a recuperar para Rusia la condición de superpotencia. La treta política de retirarse al banquillo como primer ministro para retornar luego a la jefatura del Estado fue considerada como un síntoma  más de sus aviesas intenciones. Ucrania ha sido la confirmación definitiva. Y dolorosa.
                  
MENSAJES DE GUERRA FRÍA

Repasemos lo que algunos de estos expertos convertidos en ‘putinólogos’ han escrito estas dos semanas sobre el designio estratégico del Zar Putin.
                
          - Putin no pretendería proteger a la población rusa o asegurar la protección de la flota del Mar Negro, sino “demostrar que la gran potencia rusa ha vuelto (…) con la pretensión de  dominar a sus vecinos tanto económica como, ahora, militarmente”. (Kathryn Stoner, Universidad de Stanford).

- Para movilizar el apoyo político que necesita, Putín habría  apelado a un “nacionalismo emocional” que “desdeña a Occidente y alienta el rechazo al supuesto intento de imperialismo cultural”  (Daniel Treisman, Universidad de California, autor del libro ‘The Return: Russia’s Journey From Gorbachev to Medvedev).  

- Putin ha mostrado un “instinto político astuto”, pero se ha arriesgado a una “furiosa reacción de la minoría tártara”, una “batalla con el relativamente fuerte ejército de Ucrania” o una “explosión de violencia entre los grupos étnicos rusos y ucranianos por todo el país” (Kimberley Marten, profesor de la Universidad de Columbia)

- El “objetivo estratégico” de Putin “no es la secesión de Crimea, como los recientes acontecimientos podrían sugerir, sino provocar una crisis constitucional que recompondría Ucrania como estado confederal,  con un centro muy débil, el sector oriental más integrado con Rusia y el occidental con Polonia y la UE”. Uno de los inspiradores de Putin sería Iván Ilyn, filósofo e ideólogo de la Unión Militar Panrusa. Putin se vería a si mismo como el “último bastión del orden y los valores tradicionales” de la vieja Rusia que vuelve con renovada fortaleza, para resistir el “contagio del liberalismo occidental”, que constituye “un peligro real” para los intereses nacionales (Ivan Krastev, Presidente del Centro de Estrategia liberales de Sofía e investigador del Investigador del Instituto de Ciencias Humanas de Viena).

- Putin sería un “megalómano” que aspiraría a “desafiar el orden internacional”. No puede ser interpretado “en términos exclusivamente racionales”. Su “irracional demostración de fuerza podría reformar su legitimidad interna y estabilizar el sistema que ha construido”; pero, al cabo, “el comportamiento imperialista convertirá a Rusia es un estado gamberro y a Putin en persona non grata” (Alexander Motyl. Universidad Rutgers, New Jersey).

- Putin “puede guardarse Crimea ‘en compensación’ por la ‘pérdida’ de Ucrania, como baza de una negociación en la que imponga a los occidentales un derecho preferencial sobre Ucrania. Puede tratarse del anticipo de una intervención militar más amplia” (Richard Haas. Presidente del Presidente del Consejo de Relaciones Exteriores de Estados Unidos).

- Putin es un ”game changer” (literalmente, un alterador del sistema internacional). Con él no funcionará la política de “pequeños pasos”; es decir, la respuesta flexible de sanciones escaladas y medidas (Strobe Talbott. Presidente de la Brooking Institution y ExSecretario de Estado).

- Putin “tiene una visión, una doctrina, fundada sobre una convicción: la desaparición de la URSS ha sido ‘el desastre geopolítico más importante del siglo XX’. Se ha dado a sí mismo una misión: restaurar todo lo que pueda el imperio soviético. Putin no imagina Rusia sin una especie de imperio a su alrededor, como si el expansionismo fuera un componente de la identidad rusa” (Alain Franchon. Editorialista de LE MONDE).

UNA VISIÓN MÁS EQUILIBRADA

Hasta aquí la muestra de una visión parcial o sesgada de lo ocurrido. Son muchos menos los analistas que resaltan otros factores que han contribuido a desencadenar la crisis. O que explicarían con más equilibrio el comportamiento o el instinto del presidente ruso.

Uno de ellos es poco sospechoso. Robert Gates, el que fuera Secretario de Defensa con Bush Jr. y con Barack Obama, a la sazón veterano combatiente de la guerra fría, admite que la “arrogancia occidental ha alimentado el revanchismo ruso”. La pretensión de los círculos de poder norteamericanos (y también europeos) de ampliar la OTAN hasta las mismas fronteras rusas  no ha hecho mucho para favorecer un ánimo constructivo en el Kremlin.

En 2008, cuando la OTAN amagó con invitar a Ucrania a incorporarse a la Alianza militar occidental, Putin dio un puñetazo verbal y frenó la iniciativa. Ahora, después de que los aliados occidentales no honraran el acuerdo político alcanzado para superar la crisis en Kiev –y obligaran a la oposición a hacer lo propio-, ¿no era de esperar que se reavivarán en Moscú las percepciones de acoso?

También  tiene particular interés tiene la reflexión de otro profesor norteamericano, Keith Darden (Profesor de la Escuela del Servicio Exterior de la Universidad Americana), en FOREIGN AFFAIRS. Lejos de refugiarse en clichés simplistas, Darden resalta factores esenciales como la división real del país entre la opción rusa y la europea o la crisis de legitimidad de las nuevas autoridades de Kiev, tanto por la forma de conquistar el poder como por los cargos y prebendas otorgados a las fuerzas más extremistas y reaccionarias, o las medidas dudosamente democráticas como la abolición del ruso como lengua oficial.

UCRANIA: ¿SE IMPONE LA CORDURA?



 6 de Marzo de 2014
                 
La crisis de Ucrania parece  haber entrado en una pausa, necesaria para calmar ánimos y calibrar salidas. La agitación mediática, bien alimentada por actitudes políticas hipócritas cuando no extremistas, parece haber remitido, afortunadamente.
                 
Algunos responsables políticos y analistas se apresuraron a proponer respuestas contundentes de castigo a Putin. Así se dice: a Putin. Se singulariza en el presidente ruso una política que, no lo olvidemos, es aceptada o comprendida por la mayoría de los ciudadanos rusos. Ucrania no es la 'guerra de Putin', ni Putin ha empuñado el fusil por una ambición personal de liderazgo imperial, como se ha simplificado en exceso estos días.
                 
PUTIN FRENA; KIEV BAJA EL TONO
                
Después de la exhibición moderada de fuerza del fin de semana, cuando Moscú se aseguró el control de la península de Crimea en el territorio, no ha ocurrido nada irreparable. No ha habido muertos y la tensión no se ha desbordado. Putin ha pisado el freno. Las operaciones militares no se extenderán al Este del país y se cancelaron las maniobras militares. Da la impresión de que el presidente ruso ha acumulado bazas para que una eventual negociación no pueda cuestionar lo que la mayoría de la élite y buena parte de la ciudadanía rusa considera como intereses irrenunciables.
                
Los nuevos dirigentes ucranianos, seguramente bien aconsejados por las cancillerías occidentales, han controlado su lenguaje provocador y han aceptado la situación con apreciable moderación, sin gestos inútiles ni alborotos para la galería. El dinero fresco europeo servirá de estimulo para poner sordinas a sus quejas.
                 
INDESEABLE 'UNIDAD' OCCIDENTAL
                 
Occidente ha actuado de oficio, con más moderación en los actos que en la retórica de la indignación. Obama ha tenido que equilibrar la incomodidad que el presidente ruso le provoca y el presumible deseo de replicar a la demagogia de los republicanos que, como era de esperar, le han tildado de inexperto y pusilánime. Las sanciones anunciadas por la Casa Blanca (multilaterales y bilaterales, económicas y militares, políticas y diplomáticas) son las que figuran en el manual de estos casos. Se puede dudar, razonablemente, de su eficacia, pero otras actuaciones de mayor músculo serían insensatas. Quienes las promueven son nostálgicos del mismo espíritu de guerra fría que ellos imputan al presidente ruso.
                  
La combinación de firmeza y templanza del Presidente Obama es de agradecer. Por otro lado, no hay que olvidar que la Casa Blanca necesita al Kremlin, si quiere acelerar el final de la guerra en Siria y mantener el rumbo en las negociaciones sobre el proyecto nuclear de Irán. Por no hablar del equilibrio estratégico en Asia, donde Estados Unidos no se puede permitir el riesgo de un acercamiento interesado entre Moscú y Pekín. Ambas potencias, por diferendos que arrastren, no dudarían en practicar una colaboración oportunista frente a la superpotencia, llegado el caso.
                
 Los dirigentes de la UE han sido cautos y no se han dejado arrastrar por un ficticio  ambiente catastrofista, pese a las ciertas licencias verbales de algunos de ellos. Europa no puede apuntarse a un catálogo de sanciones económicas que le perjudicarían tanto o más que a la propia Rusia. El valor de los intercambios comerciales de la UE con Moscú es doce veces superior al bilateral ruso-norteamericano. La dependencia energética europea del gas siberiano es inexistente en Estados Unidos.
                 
UNA UCRANIA PARA TODOS
                
 Lo razonable ahora sería negociar sin condiciones previas una serie de garantías legítimas para todos las partes interesadas. La integridad territorial de Ucrania debería ser preservada, pero sin atropellos, torpes proclamaciones e imposiciones absurdas a los distintos sectores de la población.
                 
No basta con agarrarse a la convocatoria de elecciones. A la actual coalición en Kiev le falta legitimidad para organizar en solitario el proceso. Debería intervenir la comunidad internacional para garantizar neutralidad y limpieza. Por ende, el resultado, sea el que sea, no puede servir de arma arrojadiza para el vencedor.
                 
El país necesita revisar su arquitectura institucional y dar un equilibrio a todos sus componentes de población, sin exclusiones ni presiones. Crimea y el resto de regiones de mayoría rusa en el este y sur del país deben disfrutar de garantías solventes de que sus legítimos derechos serán respetados. La intención de los separatistas crimeos de sancionar en un referéndum su unión a Rusia puede quedarse en un gesto si se plantea una opción federal en Ucrania. Es preciso aislar a los extremistas en todos los bandos, aunque después de haberlos utilizado con profusión esa tarea se antoje esforzada.
                 
UNA RELACIÓN CONSTRUCTIVA CON RUSIA
                 
Rusia puede reclamar garantías de que no será objeto de cerco, acorralamiento o presión. Pero no ejercer una especie de violencia preventiva. Washington debe demostrar a Moscú que no está aprovechando la crisis para seguir ganando batallas de guerra fría ya resueltas, ni pretende reducirlo a un país cualquiera del concierto mundial, porque eso sólo alentaría los instintos rusos más beligerantes.
                 
Putin y su círculo deben comprender que han llegado casi al límite. Una anexión de la mitad de Ucrania resulta inaceptable, si es que alguna vez han contemplado en serio tal proyecto. La incompetencia con la que han gestionado el deterioro de la convivencia en Ucrania les obliga a resignarse a un acomodo en el que pro-rusos y pro-occidentales convivan en paz y en libertad, sin amenazas ni imposiciones. Los nostálgicos de la guerra fría han estado prestos a reavivar esos fantasmas sobredimensionando la operación de Crimea. El presidente de Rusia sabe que las fuerzas armadas a su mando podrían tragarse Ucrania, si las somete a un esfuerzo extraordinario. Lo que no parece posible es que pudieran digerir la presa. La catástrofe se instalaría a ambos lados de esa frontera porosa. Rusia vería frenada su prosperidad económica o arruinado del todo su prestigio internacional.
                 
Putin lo sabe y la élite occidental sabe que él lo sabe. Alentar otros escenarios es jugar a aprendiz de brujo.