¿ES OBAMA RESPONSABLE DEL CAOS IRAQUÍ?

26 de Junio de 2014
                
Éste es el asunto que está generando estos días un amplio debate en medios políticos, militares, diplomáticos, académicos y ciudadanos de Estados Unidos, con un eco palpable en el mundo entero.
                
La situación en Irak es tan confusa, peligrosa e inestable que la decisión que propulsó la figura política de Barack Obama hace una década -promover activamente el final del compromiso militar norteamericano en aquel país- se ha convertido, irónicamente, en uno de los factores que mina su liderazgo actual.(1)
                
El debate está plagado de trampas, manipulaciones, confusiones y ventajismos. Sin pretender ignorar las dudas, errores, indecisiones y cálculos equivocados del presidente, hay muchas razones para afirmar que la actual crisis iraquí no es responsabilidad de Obama.
                
SALIR... PERO NO DEL TODO     
                
Los críticos de la Casa Blanca reprochan al Presidente su empeño de liquidar las guerras iniciadas por su antecesor, impulsado, según ellos, por el deseo de sacar el rédito político. En la elaboración de las críticas se eluden, con frecuencia, ciertos elementos que las desmontan. No es cierto, para empezar, que Obama, una vez elegido, decidiera el abandono rápido, completo y unilateral de Irak.
                
A lo largo de su primer mandato, y contrariamente a muchas de las cosas que ahora se leen y escuchan, Obama parecía dispuesto a mantener un contingente militar en Irak -como le ocurrió en Afganistán, aunque en este caso en mayores dimensiones-, al recibir inquietantes informes diplomáticos y de inteligencia sobre el deterioro de la situación.
                
Aunque la situación en el país hubiera mejorado en años anteriores debido al 'éxito' de las tácticas contrainsurgente del malogrado general Petreus, lo cierto es que los colaboradores diplomáticos y militares del Presidente intentaron negociar con las autoridades iraquíes el mantenimiento de una fuerza militar. Ciertamente, los militares querían no menos de 24.000 hombres pero la Casa Blanca no admitió más de 10.000.
                
Un escollo impidió que fracasara esa fórmula de presencia limitada y centrada en el apoyo formativo, logístico y de inteligencia al ejército iraquí: la oposición de Bagdad a conceder inmunidad a los soldados norteamericanos. Sólo los kurdos se mostraron dispuestos a aceptarla. Sunníes y chiíes, moderados o radicales, participantes en el gobierno o afincados en la oposición, lo rechazaron con mayor o menor contundencia. (2)
                
Sin esa garantía, Obama decidió el debate que se mantenía en su entorno entre los que se pronunciaba en favor de una retirada total y los que preconizaban que se presionara a los dirigentes locales para imponerles una presencia sin la cual se corría el riesgo de arruinar la 'estabilidad' conseguida.
                
Había otro problema interno norteamericano que impulsó a Obama a deshacerse del compromiso iraquí. Desde 2010, los republicanos se habían hecho fuertes en el Congreso y amenazaban con boicotear financieramente al gobierno. El coste que suponía mantener la dotación militar en Irak hubiera supuesto un obstáculo más para los planes de reconstrucción nacional del líder demócrata. A ello hay que sumar el relativo respiro en 2012, el año más tranquilo en Irak desde el final de la guerra. La reelección de Obama se debió muy poco a su política iraquí, pero tampoco resultó un inconveniente, como se demostró la escasa presencia del asunto en la campaña.
                
Los descontentos con la decisión presidencial -demócratas incluidos- recuerdan estos días que Obama debería haber prestado oídos a quienes advertían que la guerra en Siria (iniciada en 2011) podría desestabilizar a la postre al vecino Irak. Esos críticos consideraban que si no se apoyaba a los moderados 'pro-occidentales', los yihadistas terminarían convirtiéndose en la fuerza hegemónica de la oposición armada y estarían en condiciones de establecer su dominio en una zona que abarcaría el este de Siria y el oeste de Irak. (3)
                
Quienes el año pasado preconizaban la intervención militar en Siria para frenar/ derribar a Bashar el Asad y propiciar un cambio en Damasco) dicen ahora que de no haber sido el Presidente tan indeciso y contradictorio, no estaríamos ahora como estamos en Irak.
                
Se trata de un argumento imposible de verificar, porque en el momento en que se debatía la intervención en Siria,  la fuerza que ha emergido como dominante en el país del Tigris y el Éufrates, el Ejército Islámico de Irak y el Levante (EIIL) ya era muy influyente  y poderosa en el país vecino y no estaba claro que, sin "botas en el terreno", es decir sin una invasión en toda regla, los moderados se hubieran impuesto sobre ellos. Los que critican a Obama no defendieron nunca esa posibilidad.
                
El otro elemento crítico que se escucha estos días es la inconveniente apuesta de la actual administración por el gobierno iraquí. Algo completamente erróneo, ya que Obama ha manifestado por el primer ministro chií, Al-Maliki, la misma simpatía que por el presidente afgano: ninguna. Obama reprochaba al jefe del gobierno en Bagdad dos cosas decisivas: que no hubiera sido capaz de defender el acuerdo de inmunidad y que hubiera abandonado sus iniciales políticas de conciliación con los sunníes para entregarse a un sectarismo cada vez más peligroso como absurdo por innecesario.
                
CAMBIO DE CONDICIONES
                
En octubre, cuando ya se sentía amenazado por el resurgimiento de las milicias yihadistas, Maliki visitó la Casa Blanca y pidió ayuda militar a Estados Unidos. Obama, que conocía perfectamente la situación y estaba persuadido de que la política del gobierno iraquí había  favorecido la alianza de sunníes moderados y radicales, se mostró prudente. No atendió todas las peticiones de Maliki, sólo las más urgentes. Tampoco escucharon con simpatía los apuros del dirigente iraquí los republicanos, cuyo apoyo era decisivo para autorizar el gasto.
                
En enero, el EIIL conquista Fallujah y Ramadi, consolida y amplia sus alianzas y garantiza las condiciones para avanzar hacia el norte y diseñar una amenaza en pinza sobre Bagdad. Las solicitudes de apoyo militar a Estados Unidos se convierten en ruegos. Obama continua midiendo la dimensión del apoyo, convencido de que, sin un cambio de política, la fractura sectaria en Irak puede ser irreversible. Pero los republicanos, dominantes en el Congreso dan claras señales de no liberar los fondos para asistir al gobierno iraquí.
                
La alarmante situación actual ha forzado al Presidente norteamericano a una doble decisión: elevar el grado de apoyo militar e impulsar un cambio de gobierno en Bagdad. Obama ha optado, de momento, por destacar tres centenares de hombres que, en la práctica, actuarán de cerebros y estado mayor del ejército iraquí. Si con eso no fuera suficiente, no descarta ataques aéreos a posiciones yihadistas, con drones y aviones de combate (4). Mientras tanto, Kerry trata desesperadamente de forjar una coalición interconfesional con apoyo regional, que haga viable una nueva mayoría en el país, ponga de nuevo a los sunníes moderados en contra del EIIL y restablezca la estabilidad.
                
Visto desde la perspectiva norteamericana - y, por extensión, occidental-, el gran peligro en Irak no es solamente el triunfo del EIIL, que mejoraría sus posibilidades de conquistar Siria. Tal opción sólo sería posible inicialmente. Es impensable que Irán no interviniera, para conjurar un cerco que amenazaría su propia seguridad. Lo que precipitaría una acción mucho más directa de su rival regional, Arabia Saudí. En tal contexto de desestabilización regional, Estados Unidos no podría permanecer al margen. Este escenario es lo que mantiene obligado a Obama a "alistarse" en una guerra que siempre condenó.           


(1) Una encuesta del NEW YORK TIMES y la CBS indica que una mayoría de norteamericanos (52%) desaprueba la política exterior de Obama y su gestión de la situación en Irak.               

(2) Peter Baker, uno de los corresponsables diplomáticos del NEW YORK TIMES, ha escrito esta semana un artículo en el que sintetiza de forma muy esclarecedora la trayectoria de la política del Presidente Obama en Irak.

(3) Entre los críticos de estos días, figura un antigua integrante de la administración Obama, la Jefa de Planificación del Departamento de Estado, Anne-Marie Slaughter, que ha resumido su posición en "Don't Fight en Iraq and Ignore Syria". NEW YORK TIMES, 17 de junio de 2014.

(4) Una disección de la misión de apoyo norteamericano,  en "Obama ramps up spying  on ISIS paving the way for possible airstrikes", artículo de Shane Harris, en FOREIGN POLICY, 19 de junio de 2014.


IRAK: EL GRAN MIEDO

16 de junio de 2014
                
Un escalofrío de pánico se ha apoderado del gobierno central iraquí y de la población de confesión chií, mayoritaria en el país. Hasta hace unos días, el dominio del grupúsculo extremista sunní denominado Estado Islámico de Irak y el Levante (EIIL) parecía confinado a la región central del país, donde ya había humillado al gobierno central, mediante una combinación de empuje militar y habilidosa política de alianzas con clanes sunníes locales.
                
Pero la toma, la semana pasada, de la ciudad norteña de Mosul disparó todas las alarmas. La ciudad, segunda del país, capital de la provincia de Nínive, se rindió a la embestida extremista sin casi oponer resistencia. Las fuerzas militares y policiales gubernamentales abandonaron sus armas, cambiaron sus uniformes por atuendos civiles y se unieron a la riada de civiles que huyeron despavoridos. En los dos días siguientes, el avance continuó hacia el sur, con la toma de la ciudad petrolera de Baiji, de Tikrit, la cuna de Saddam Hussein, y otras ciudades menores al norte de Bagdad.  
                
UN PULSO REGIONAL
                
El Estado Islámico de Irak y el Levante es un grupúsculo islamista radical desgajado de la dirección central de Al Qaeda, que les reclamaba una mayor contención. Su proyecto es constituir un 'califato' único en Irak y Siria.

Tres factores han favorecido la recuperación de este grupo ‘yihadista’ sunní: la guerra en la vecina Siria, las políticas insistentemente sectarias de los sucesivos gobiernos del político chií Nuri Al Maliki  y la retirada militar norteamericana a finales de 2011. 
                
La guerra en Siria les ha proporcionado hombres (se calcula que son unos 5.000 combatientes de distintas nacionalidades), santuario ('zonas liberadas'), arsenal (arrebatadas al ejército sirio) y recursos (incluido fuentes petroleras) para edificar y consolidar una capacidad de fuego temible. Su primer gran éxito, que propició su ‘aparición’ pública fue la victoria sobre las tropas gubernamentales sirias en la provincia de Raqqa.  A partir de entonces, el régimen sirio ha evitado una confrontación directa con ellos, lo que les ha permitido preservar efectivos y acumular fuerzas. Algunos analistas llegan a sostener que el presidente sirio ha permitido  indirectamente el auge del EIIL. Podrían aventurarse dos motivos fundamentales:

Primero, al plantear una lucha global contra el chiismo regional (los alauíes son un rama local de esa confesión), el EIIL podría provocar, como ya está ocurriendo, el fortalecimiento de la alianza entre Irán, Irak y Siria; y  para que las potencias occidentales que respaldan a la oposición armada siria se alarmen y den marcha atrás.

Segundo, si se instala la impresión de que el Estado Islámico de Irak y el Levante puede convertirse en el grupo más potente de la oposición siria, aumentaría el riesgo de una victoria extremista en Damasco y las potencias occidentales podrían replantearse su deseo de que se el régimen de Assad se derrumbe.

Esta dimensión regional es la clave para entender lo que está pasando en Irak. Dos bloque de poder se perfilan, con Irán y Arabia Saudí a la cabeza de cada uno de ellos (1).

UNA PACIENTE CONSOLIDACIÓN

El EIIL surge de los residuos de la insurgencia sunní iraquí contra la ocupación militar norteamericana. Al Zarqawi era el cabecilla de una organización asociada a Al Qaeda. Aunque era partidario de un acoso sin cuartel al ocupante, creía que algunos de sus combatientes se excedían de la raya (2)
              
Tras la caza de Al Zarqawi, en 2006, la facción más extremista de la insurgencia, bajo el mando del nuevo líder (‘emir’), conocido por Abu Bakr Al Bagdadi, se tomó tiempo para reorganizarse, con la incorporación de efectivos de otros países islámicos, a la espera de tiempos mejores. Los procedimientos contrainsurgentes del general Petreus daban resultado. Un sector amplio de las tribus centrales sunníes se había alejado de la tentación terrorista.
                
El levantamiento armado sunní contra el régimen alauí de Siria, a partir de 2011, proporcionó a los radicales sunníes iraquíes no sólo una causa para luchar, sino un santuario para proyectar el combate hacia Irak. ‘Yihadistas’ sirios, iraquíes y de otras nacionalidades constituyeron el EIIL. La política insistentemente sectaria del gobierno central iraquí, dominado por los chiíes, generó un malestar creciente de los clanes tribales sunníes y favoreció una alianza de conveniencia entre estos sectores, más bien moderados, y los combatientes radicales, aglutinados por el EIIL.

Después de varios intentos, el EIIL lanzó a comienzos de este año una gran ofensiva en el centro de Irak, que pilló parcialmente por sorpresa al gobierno central. Los ‘yihadistas’ tomaron el control de Ramadi y Fallujah, dos de las grandes ciudades de la zona, auténticas pesadillas, en su día, para los ocupantes norteamericanos.

El gobierno central reaccionó con pavor. Incapaz de dominar con sus propias fuerzas la rebelión sunní, se tragó sus palabras y pidió ayuda directa a Washington. Obama, contrario a involucrarse directamente de nuevo en Irak, después de haber mantenido frente a las presiones republicanas el calendario de retirada, se avino a reforzar el arsenal del gobierno de Al-Maliki para evitar su caída. Le proporcionó misiles Hellfire, rifles M-16 y drones de reconocimiento). No fue suficiente. Los ‘yihadistas’ perdieron Ramadi pero mantuvieron Fallujah y se sintieron con fuerza suficiente para lanzar esta operación militar, que coloca al régimen posbélico de Irak cerca del colapso.
             
En la ofensiva actual se ha fraguado otra alianza de conveniencia entre los el EIIL y antiguas milicias 'baasistas' reconstituidas. Uno de los jefes de estas últimas sería el ex-vicepresidente Izzat Ibrahim Al  Douri, único alto dirigente del régimen de Saddan Hussein (consuegro suyo, por cierto) que no pudieron capturar los norteamericanos. En contraste con la difusión de las fotos de la espeluznante ejecución de soldados iraquíes, testigos presenciales en Mosul y Tikrit aseguran que los vencedores habían adoptado una actitud conciliadora y en absoluto vengativa. Se trataría de una táctica dual: amedrentar a los soldados del gobierno y tranquilizar a los civiles para ganarse su confianza.
          
LAS BAZAS CHIÍES

Sin embargo, la mayoría chií de Irak no se hace muchas ilusiones. En su avance relámpago desde Mosul hacia el Sur, los 'yihadistas' han amenazado  Samarra, distante apenas 100 km. de Bagdad y sede de lugares santos chiíes, donde ya se registró una matanza notable hace ocho años. El pánico ha sido tan grande que el jefe religioso de los chíies, el anciano ‘ayatollah’ Alí Al-Sistani, ha hecho un llamamiento a todos los ciudadanos para que se unan al ejército iraquí en la defensa de Bagdad y otras ciudades del país. El mensaje no tiene un tono sectario, pero sólo los chiíes parecen haberlo atendido. En el sur de Bagdad, feudo chií, las milicias chiíes se han movilizado intensamente para reforzar las defensas de la capital y de ciudades como Najaf y Kerbala, sedes de los templos más emblemáticos de su confesión.
                
La situación es tan seria que Irán, el principal valedor de los chiíes iraquíes, se ha visto obligado a involucrarse más directamente en el conflicto vecino. El Jefe de la Guardia Revolucionaria, general Qasim se desplazó a Bagdad para asesorar al gobierno central iraquí y poner a su disposición algunas de sus unidades de élite. Pero ni la movilización chií, ni el respaldo comprometido de Al-Sistani, ni el apoyo militar iraní es suficiente para tranquilizar a Al-Maliki y la élite chií iraquí. No había más remedio que insistir en la solicitud de ayuda a  Estados Unidos.

EL DILEMA DE OBAMA
                
El gobierno central iraquí desea que la Casa Blanca ordene ataques aéreos, con cazas y drones, contra los ‘yihadistas’ sunníes para frenar su avance y disuadirles de la ofensiva. Obama ha estado rechazando estos requerimientos. Pero, ahora, el presidente se enfrenta a un dilema que no parece haber resuelto: sigue creyendo que involucrarse más profundamente en la guerra iraquí sería un error de enorme magnitud, pero está también convencido de que existe un riesgo muy alto de colapso del gobierno central iraquí.

La administración norteamericana siente una antipatía creciente por Al Maliki por sus políticas sectarias, que han arruinado los esfuerzos de conciliación realizados durante la ocupación. Las elecciones de hace unos meses dejaron al partido del primer ministro como el más votado, pero sin la mayoría suficiente para gobernar en solitario. La ofensiva militar 'yihadista' ha coincidido con los desesperados esfuerzos de la principal formación chií para componer una coalición parlamentaria que les asegure la continuidad en el poder. Todo indica que estos acontecimientos recientes han erosionado decisivamente su capital político.
               
No es la supervivencia de Al Maliki lo que preocupa a Obama, sino la eventual toma de poder en Bagdad de los extremistas sunníes, que convertiría la intervención militar norteamericana de 2003 en una sangrienta e insoportable paradoja. La invasión pretendía acabar con una inexistente alianza entre Bin Laden y Sadam,  y lo que habría ocurrido, once años después, sería precisamente la victoria de unos combatientes aún más radicales y sanguinarios que los seguidores del fundador de Al Qaeda.

Por esa razón, Obama está presionando a Nuri Al-Maliki para que asegure una política más sólida y duradera de inclusión, si quiere ser rescatado militarmente por Estados Unidos. Después de haber completado la retirada militar de Irak, el presidente de Estados Unidos no puede permitirse una deriva sangrienta que destruiría completamente el país. Solo un gran pacto nacional, en todo caso, muy difícil de lograr con garantías, podrá conjurar la impresión de un fracaso mayúsculo más.  


(1) Puede consultarse el desenvolvimiento de estas claves en el trabajo de SIMON HENDERSON "The battle for Iraq is a saudi war on Iran", en FOREIGN POLICY, 12 Junio de 2014.


(2) Para conocer más detalles sobre el nacimiento y consolidación del EIIL, hay dos referencias recientes de gran interés: un artículo de ANTHONY CORDESMAN, de Centro de Estudios Estratégicos de Washington, titulado “ISIS goals y posible futur gains”; y las aportaciones de BRIAN FISHMAN, un experto antiterrorista de la NEW AMERICAN FOUNDATION, en el artículo del NEW YORK TIMES del 15 de junio, titulado “Rebel’s fast strike in Iraq was years in making”. 

BRASIL: GOL EN PROPIA META

12 de Junio de 2014
Brasil comienza 'su' mundial perdiendo, sin ni siquiera haber pisado el césped, con un gol en propia meta 'marcado' por las protestas de una buena parte de la población, incluidos muchos aficionados al fútbol. Las últimas encuestas fiables indican que sólo uno de cada tres brasileños consultados estima que el Mundial de Fútbol tendrá consecuencias positivas para el país, mientras el resto teme lo contrario (1).
FUTBOL, NEGOCIOS Y POLÍTICA
Había antecedentes, claro está, de cómo un acontecimiento deportivo que levanta grandes expectativas de beneficios económicos y sociales termina convirtiéndose en una losa o una pesadilla. El ejemplo de los Juegos Olímpicos de Grecia quizás sea el más reciente.  Deporte, negocios y política -contrariamente a lo que muchos ingenuos o descuidados comentaristas deportivos sostienen- suelen ser inseparables. El fútbol es la 'única superpotencia' en el mundo del deporte. Sólo los Juegos Olímpicos rivalizan en interés.
El Mundial de Brasil ha costado ocho mil millones de euros. No todo es gasto, como se ha recordado innecesariamente. El país organizador de un evento así desencadena un proceso de inversiones de gran calado y alcance cuyos beneficios se contabilizan, en su mayor parte, más allá del acontecimiento o de las propias infraestructuras deportivas. Ese es precisamente el tipo de cálculo (o de ensoñación) de quienes tanto entusiasmo pusieron, por ejemplo, en la candidatura olímpica de Madrid en dos fallidos intentos consecutivos. 
Las Olimpiadas o los Mundiales de fútbol representan una oportunidad política para dirigentes y/o regímenes en apuros. La proyección pública es relativamente fácil de traducir en propaganda. Desde los Juegos de Berlín, en la Alemania nazi, pasando por el Mundial futbolístico de la Argentina de los generales golpistas, a la muy reciente cita invernal de Sochi, en Rusia, abundan los ejemplos. En otras ocasiones, esas magnas convocatorias deportivas sirven para promocionar un país, o simplemente para perfilarlo con más nitidez en el mapa, en un momento de especial interés (caso de Barcelona, en el emblemático año 92).
CAMBIO DE FORTUNA
En Brasil' 2014 se reunían, a priori, algunos de estos supuestos. En el momento de confirmarse la organización del campeonato, 2007, el país se encontraba en el cénit de su condición de país emergente, combinación exitosa de crecimiento económico y avance social, bajo el gobierno de Lula Da Silva, el carismático dirigente sindical que, con tesón y pragmatismo, había conseguido alcanzar la presidencia de la República cinco años antes.
La coyuntura internacional y los aciertos del gobierno hicieron posible el periodo más exitoso en la historia reciente de Brasil. No se pensó, o no se quiso pensar, que esa prosperidad, la disponibilidad de fondos públicos, el ánimo inversor y el optimismo social iban a agotarse o debilitarse tan pronto.
La aceleración del desarrollo tampoco significa, históricamente, la mejora de las condiciones de gestión, transparencia y distribución de la riqueza. La corrupción, muy extendida y profunda en numerosas zonas del planeta, adquiere dimensiones escandalosas en Brasil, forma parte de su cultura política y de su tejido social. El crecimiento económico no debilita este cáncer, sino que lo estimula, protege y expande.
En el ensayo general del Mundial que representó el año pasado la Copa Confederaciones, se dispararon las alarmas. La Presidenta Rousseff se vio castigada por las movilizaciones sociales más amplias y combativas desde la llegada de la izquierda al poder, hace más de una década. Poco importó que en una década la pobreza se hubiera reducido más que nunca antes en el país (20 millones de brasileños han dejado de ser técnicamente 'pobres'), que los programas sociales de Lula/Rousseff y el aumento continuo del salario mínimo hayan mitigado lo que el programa reformista no es capaz de solventar, o que las clases medias disfruten de servicios antes vedados. La población descontenta empezó a pedir transportes modernos, más y mejores hospitales, una educación más amplia e inclusiva.
En sólo tres semanas, la popularidad de Dilma Rousseff se redujo casi treinta puntos (del 57 al 30 por ciento). Coincidieron tres elementos negativos: la desaceleración económica (el crecimiento pasó del 7,5% en 2010 al 1% en 2012),  debido a la contracción del comercio mundial;  el aumento de los precios;  y las informaciones cada día más precisas y detalladas sobre lo que iba a costar el Mundial.
Este último factor decisivo ha sido decisivo. La demora en la ejecución de las obras es un recurso habitual de los promotores de este tipo de construcciones para inducir ansiedad en los responsables y obtener de ellos el pago indiscutido de cantidades adicionales, siquiera exorbitantes, para cumplir con unos plazos inamovibles. En Brasil, el sobrecoste ha alcanzado el 300%, sólo en la construcción de los estadios: pura delincuencia organizada. El 'evento deportivo del siglo' dejó de percibirse como un estímulo. Empezaron a perfilarse las críticas al exceso, el despilfarro, la desmesura, la desorganización, la mala planificación y la deshonestidad.
Este malestar coincidió con la eclosión de las nuevas formas sociales de protestas, menos controladas o dirigidas, más espontáneas, en términos generales, y por tanto más difícil de canalizar. Ahora se pide más porque se percibe que puede obtenerse más. El beneficio no ha sido sólo material. La izquierda ha promovido una actitud social más exigente. Por eso, tampoco es sorprendente el efecto boomerang que representa favorecer la crítica y recibirla. 
TIEMPO PARA REMONTAR
Así las cosas, Dilma Rousseff trata de hacer virtud de la necesidad. En una entrevista reciente admitía los fundamentos de la protesta: "Los servicios crecieron menos que la renta (...) las clases medias tienen más deseos, más demandas". Pero, a pesar de la frustración social, la Presidenta considera que el Mundial "ofrece la oportunidad de fortalecer la posición de Brasil en la escena mundial" (2). 
Por sus orígenes, su trayectoria y su condición de mujer, no es una entusiasta del fútbol. Pero tiene la suficiente intuición como para presumir que en Brasil no hubiera sido prudente renunciar a un Mundial, que ha sido conquistado cinco veces, siempre lejos del suelo patrio. Este año apunta a ser la gran oportunidad de enterrar la gran decepción histórica de 1950, cuando se perdió la final contra Uruguay en Maracaná.
A ello hay que sumar la "conspiración del calendario". En  octubre se celebran elecciones presidenciales y legislativas. La candidata del PT sigue siendo la favorita, en gran medida porque los candidatos alternativos (en el centro y la derecha) no terminan de resultar convincentes (3). El resultado del Mundial no será un factor despreciable en el  veredicto electoral. Si Brasil gana (no vale cualquier otro resultado), el clima de malestar se diluirá en gran parte. A los futbolistas (un grupo de desclasados, de una extracción social de miseria y una realidad actual de privilegio), les otorgarán el rango de héroes nacionales. Aunque hayan empezado el partido con un gol simbólico en contra, habrán remontado y hecho de nuevo 'realidad' ese futbolero dicho de que 'Dios es brasileiro'.
(1) "Brazilian Discontent Ahead of World Cup". PEW RESEARCH CENTER, 3 junio 2014.
(2) "Brazilian President rejects criticism over World Cup". NEW YORK TIMES, 3 junio 2014.
(3) Un buen análisis de las opciones electorales en "Brazil Ebbing Tide". MATTHEW TAYLOR. CURRENT HISTORY, Febrero 2014

EL (CUESTIONADO) AMIGO AMERICANO

5 de Junio de 2014
                
Obama está de nuevo en Europa, quizás el lugar del mundo donde más se le respeta, a pesar del desgaste comprensible sufrido por cinco años y medio de mandato.

Pero, para ser rigurosos, habría que distinguir entre Europa Occidental, donde se aprecia su equilibrio y su estilo dialogante y ‘multilateralista’, pese al desafortunado episodio de las escuchas; y el Este, donde está sometido a un proceso de erosión similar, aunque mucho menos intenso, al que sufre en Asia y Oriente Medio, cuyos aliados ponen en duda que su compromiso y firmeza frente a las amenazas de potencias que pretenderían revisar el orden mundial (Rusia, China, Irán), según las élites políticas y académicas de Washington (1). 
                
POLONIA, ENTRE EL AGRADECIMIENTO Y LA DECEPCIÓN

En Europa, la crisis de Ucrania ha desestabilizado la imagen de Obama en el sector de Europa que durante décadas sufrió la dominación soviética, directa o indirectamente.  Aunque el presidente reaccionó inmediatamente a la anexión rusa de Crimea y, supuestamente,  habría obligado a Putin a frenar un atribuido afán expansionista en el este de Ucrania, lo cierto es que algunos de esos países consideran que las sanciones deberían estar acompañadas de otras medidas más contundentes.
                
Es lo que ha ocurrido singularmente en Polonia, país, junto con Ucrania, que Obama ha visitado esta semana, como parte de una gira europea un poco más amplia rica en aniversarios solemnes (vigésimo quinto de las primeras elecciones polacas democráticas y septuagésimo  del desembarco de Normandía).

Como muestra efectiva de ese compromiso con la seguridad europea (“sacrosanto” y “sólido como una roca”, en expresión un tanto grandilocuente, muy del gusto del presidente), Obama ha anunciado un plan para reforzar el despliegue militar norteamericano en el continente por valor aproximado de mil millones de dólares (735 millones de euros), que tendrá que autorizar el Congreso.
                
Públicamente, los dirigentes polacos le han agradecido el gesto, pero la oposición, más libre de ataduras políticas, le ha reprochado “falta de concreción” y, sobre todo, que ese apoyo no sea inmediato. El propio gobierno polaco, por boca de su ministro de exteriores, había demandado expresamente una base permanente de Estados Unidos en Polonia, para reforzar la protección frente a Moscú, al estilo de las que tiene en España, Portugal, Grecia, Italia, Alemania o Gran Bretaña. En países como España o Grecia, tales instalaciones no son del todo populares, porque no es perceptible en modo alguno esa supuesta “amenaza rusa”.
                
En realidad, la aspiración polaca no es viable ni realista, ya que en los acuerdos de cooperación suscritos por la OTAN y Rusia en 1997 se establecía claramente que no se produciría el “estacionamiento permanente de fuerzas sustanciales de combate adicionales” a la ya existentes en los nuevos países miembros. Se trataba de evitar que Rusia tuviera la sensación de  “cerco”. Algo que, de todas formas, no se evitó por otra serie de decisiones muy inconvenientes, como ha recordado hace poco el profesor de Georgetown Michel Brown (2).
                
El principal argumento polaco para revisar ese compromiso de 1997 es que Moscú no ha respetado las reglas del juego, con sus recientes intervenciones, en Georgia y, sobre todo, en Ucrania. El punto de vista ruso es que los países europeos orientales vecinos operan como punta de lanza de una estrategia occidental para acosar a Rusia y limitar su desarrollo como potencia regional. Lo que no airean tanto los polacos es que muy pocos aliados europeos estarían dispuestos a secundar un mayor esfuerzo militar norteamericano en Europa oriental.
                
Con respecto a Ucrania, Obama ha querido escenificar en Varsovia un apoyo muy simbólico al flamante presidente electo, el magnate chocolatero Poroshenko, en un momento muy delicado, debido a la guerra que se libra en el este del país entre las fuerzas armadas nacionales y las milicias rebeldes que defienden la secesión y, eventualmente, seguir el camino de Crimea e incorporarse a Rusia, tras el referéndum cuya legitimidad han negado Kiev y Occidente. El perfil del presidente electo ucraniano invita a la prudencia, aunque Obama no haya escatimado los elogios en su respaldo, forzado sin duda por las circunstancias. Su condición de magnate, el apoyo que dio a la oposición durante el pulso contra Yanukóvich y la ausencia de alternativas eficaces le otorgan un margen de maniobra que deberá convertir en resultados en un plazo no muy largo.
                
UN NECESARIO EQUILIBRIO

En las últimas semanas, Putin ha dado un paso atrás en la crisis de Ucrania, lo que ha sido interpretado de muy distinta forma por los analistas. Para algunos, se trata de un “repliegue táctico” para ahondar la división entre los aliados occidentales sobre la intensidad de la confrontación con Moscú. Para otros, es una reacción lógica ante la eventualidad de nuevas sanciones que refuercen el deterioro de la economía rusa, ya poco boyante.
                
Obama ha sido muy concreto y contundente durante sus alocuciones públicas en Varsovia, con las autoridades polacas o ucranianas. A la hora de escribir este comentario, no se ha encontrado aún con Putin. Lo hará el viernes, 6 de junio, con motivo de la conmemoración del setenta aniversario del desembarco aliado en Normandía.
                
Ese acontecimiento tiene un alto sentido simbólico, porque cada década se ha ido celebrando a pesar de la ‘guerra fría’ entre los países occidentales y la entonces Unión Soviética.  Los dirigentes de la superpotencia desaparecida y los rusos actuales no dejan de reclamar que Normandía sólo fue el comienzo del declive de la Alemania nazi, pero que éste no se hubiera confirmado de no haber sido por el enorme sacrificio realizado por el Ejército rojo, en defensa de su territorio nacional, pero también de la liberación de los pueblos sometidos por Hitler en el Este de Europa.
                
Obama se moverá por tanto en este choque de simbolismos, el histórico y el actual, para equilibrar el compromiso con la seguridad europea y la búsqueda de un necesario entendimiento con Moscú. Porque una nueva versión de la ‘guerra fría’ no sólo es altamente inconveniente para Europa, sino también para Estados Unidos, por mucho que algunos nostálgicos, en uno y otro bando, pretendan lo contrario.
                
El deterioro del clima internacional ha cambiado la agenda del Presidente, muy a su pesar. Sin renunciar a sus principios y prioridades, el presidente norteamericano se ha visto obligado a un discurso que no es el que le gusta, el de protector con recuperado ánimo intervencionista, para satisfacer a los que se sienten amenazados, con razón o sin ella. Pero también para salir al paso de las críticas sus adversarios políticos internos, que aprovechan los reproches externos para debilitar su liderazgo mundial. No es casualidad que en las últimas semanas haya pronunciado varios discursos y declaraciones para precisar, reforzar o aclarar su política exterior,  y eso mismo haya siendo interpretado por sus críticos como la carga de la prueba de su deficiencia en la materia (3).

(1)    “US Foreign Policy: Trouble Abroad”. GEOFF DYER. FINANCIAL TIMES, 24 Mayo 2014.

(2)     “NATO`s Biggest Mistake”.MICHEL J.BROWN. FOREING AFFAIRS, 8 de Mayo 2014.


(3)    “What Obama Should Say at West Point, But Won't”. STEPHEN WALT.FOREIGN POLICY, 27 Mayo 2014.