QUÉ AFGANISTÁN DEJAMOS?

31 de Diciembre de 2014
                
La OTAN se despide con el año de Afganistán. ¿Misión cumplida o abandono? Ni una cosa, ni la otra, como suele ocurrir en este tipo de operaciones, solemnes en su formulación y ambiguas en su aplicación, bélicas o pacificadoras, según se mire... o quien las enjuicie.
                
Hay que aclarar que se trata de una despedida a medias: quedarán en el país más de 13.000 efectivos, de los 142.00 que llegaron a estar desplegados, en los momentos de mayor intensidad operativa. Los no estadounidenses, unos tres mil, se limitaran a asesorar, entrenar y ayudar a las fuerzas militares y de seguridad afganas. Por su parte, unos diez mil norteamericanos ejercerán, adicionalmente, como fuerza de protección y apoyo logístico y participarán, si no dirigirán, las operaciones "contraterroristas". En principio, hasta finales de 2016, pero el Pentágono se plantea escenarios más amplios, si las cosas se complicaran (1).
                
UN BALANCE CONTROVERTIDO
                
Lo que concluye, oficialmente, es la "misión de combate". Pero, después de todo, ¿no se trata desde un principio de conjurar la "amenaza terrorista"? Con el tiempo, la dimensión puramente militar o contrainsurgente fue ganando terreno. Pero se trata de una cuestión semántica que acomoda la adaptación a las circunstancias. La continuidad de la misión con otro nombre ha sido objeto de largos debates y de abiertas confrontaciones entre Washington y Kabul. Con el nuevo presidente, Ashraf Ghani, ha sido posible un denominado "acuerdo bilateral de cooperación y seguridad" eludido tenazmente por su antecesor, Hamid Karzai.
                
Ni el Pentágono, arropado por legisladores republicanos, ni la élite afgana deseaban un "desenganche" total, aunque por razones diferentes. El Presidente Obama, convencido de que había que poner fin a la "guerra contra el terror" tal y como la concibieron los 'neocon', promovió una negociación con la que podía encontrarse cómodo. Para él, y para la mayoría de los demócratas, se trataba de no arruinar lo conseguido en más de una década, y de honrar el sacrificio de miles de sus compatriotas caídos. Pero poco más. El nuevo Presidente afgano, por su parte, deseaba contar con un imprescindible apoyo de su protector de estos años, pero eliminando discretamente la percepción de un "tutelaje" excesivamente pesado.
                
En todo caso, no hay lugar para el entusiasmo o el triunfalismo. Y, desde luego, no supone catastrofismo asegurar que reina un cierto aire de fracaso en despachos y cuarteles aliados. ¿Ha merecido la pena la muerte de 3.500 soldados occidentales? ¿Está mejor Afganistán que hace trece años? Ciertamente, la OTAN ha contribuido a estabilizar mejoras y proteger derechos básicos, pero no ha resuelto los problemas principales de inseguridad e inestabilidad.
                
AHORA, UNA BATALLA DISTINTA
                
El enemigo señalado era Al Qaeda y sus supuestas amenazas contra Occidente y sus protectores, los estudiantes coránicos que gobernaban en 2011 el país. Al Qaeda ha sido desmantelada y ha trasladado su centro de operaciones a otros lugares, en un esfuerzo desesperado por sobrevivir a la ofensiva occidental, pero sobre todo a la competencia extremista islámica (el Estado Islámico). Los talibán fueron desalojados del poder, pero no han sido derrotados, ni mucho menos.
                
A medida que se acercaba el final de la misión occidental de combate, su fuerza, su capacidad de intimidación y su potencial destructivo han ido aumentado: en 2014 han matado a casi 5.000 efectivos gubernamentales, un 20% más que el año anterior, y a 2.000 civiles. En algunas provincias, se encuentran más fuertes que nunca desde que fueron expulsados de Kabul. Lejos de las ciudades reina un pesimismo y un temor crecientes (2).
                
Sin duda, los talibán utilizan estos y otros datos para exagerar su fuerza, por necesidades propagandísticas. Que no hayan sido eliminados es ya en parte un éxito, teniendo en cuenta la dimensión y fortaleza del enemigo que enfrentaban y la prolongación del conflicto ("nuestra guerra más larga", como ha recordado de nuevo ahora el propio Obama). Los datos sobre la confianza de los afganos no partidarios de los taliban en las fuerzas de seguridad nacionales son contradictorios. A pesar de su número apreciable (350.000 efectivos) y de la formación y entrenamiento que han recibido en estos últimos años, no han demostrado de forma convincente su eficacia, cuando han tenido que afrontar combates contra los enemigos talibán sin el respaldo directo de los protectores occidentales (3).
                
Otro problema menos contrastado, más sujeto a especulaciones o manipulaciones, es su confiabilidad política. Los analistas más pesimistas temen que, de confiarse una ofensiva talibán contundente, muchos soldados o policías desertarán o se pasarán directamente al enemigo. Por no hablar de los infiltrados, que algunos aseguran que no son escasos.
                
Pero los insurgentes no pueden dar por ganada la eventual batalla venidera. Aunque no del todo fiables, las fuerzas de seguridad afganas tienen capacidad, potencial y voluntad de resistir el desafío. El apoyo norteamericano y, por extensión, occidental será más reducido pero no desdeñable. Pero, ante todo, contarán con el respaldo de la mayoría de la población, que no desea un regreso al fanatismo religioso.
                
LAS RESPONSABILIDADES LOCALES
                
El pueblo afgano ha sufrido de manera indecible durante más de una generación. En los últimos años, ha comenzado a conocer las ventajas de un sistema de gobierno y de organización social más civilizada y estructurada, aunque algunas plagas no hayan sido erradicadas en modo alguno. La corrupción es, sin duda, después del conflicto bélico siempre vivo, la mayor amenaza para la convivencia democrática. Los gobiernos de Karzai han ofrecido lamentables ejemplos de enriquecimiento ilícito, aprovechamiento egoísta de los limitados recursos nacionales y el despilfarro y empleo delictivo de la ayuda exterior (4).
                
El Presidente Ghani tendrá que acreditar con hechos que el país ha pasado página. La sombra de su antecesor será alargada, ya que muchos de sus fieles y clientes no querrán perder la situación de favor que gozaron en estos pasados. Las elecciones de las que Ghani salió triunfador no fueron del todo convincentes. La sombra del fraude fue conjurada por un alambicado acuerdo con los supuestos derrotados, apadrinado por Estados Unidos, mientras no se complete un gobierno de consenso. Una forzada fórmula de cohabitación entre el candidato oficialmente vencedor (Ghani), en la presidencia, y el derrotado (Abdullah) en una especie de jefatura de gobierno tiene que probarse viable en la práctica.  Para nada está garantizado su éxito.

(1) GOPAL RATNAM. "Top Afghan War Commander Reassessing Wtihdrawal Timeline". FOREIGN POLICY, 3 de Noviembre de 2014.

(2) JESSICA DONATI Y FERAZ SULTANI. "In Afghan North, Talibans gains ground and courts local support". REUTERS, 21 de Octubre; AZAD AHMED. Hour's Drive Outside Kabul, Taliban Reign". NEW YORK TIMES, 22 de Noviembre; "U.K. troops leave Camp Bastion, but Afghanistan's future is unclear" THE GUARDIAN, 26 de Octubre.

(3) SUDARSAN RAGHAVAN. "In a strategic valley, a glimpse of Afghan troops' future after most U.S. forces leave". THE WASHINGTON POST, 21 de diciembre.

(4) La Fundación Asia publicó a mediados de noviembre una amplia encuesta sobre el ánimo de los afganos ante esta nueva etapa. Los resultados no son descorazonadores, ya que los que veían al país bien encauzado superaban por un margen de quince puntos a quienes mantenían una impresión desfavorable (55%-40%). Eran más aún (73%) los que confiaban en las posibilidades de conciliación a medio plazo. Como era de esperar, las tres principales preocupaciones eran, por este orden, el paro y la situación económica (37%), la inseguridad (34%) y la corrupción (28%). Un capítulo especial se dedicaba a las mujeres, las más beneficiadas en términos relativos con el cambio. Para ellas, la falta de educación, el desempleo y la violencia doméstica se presentaban como las principales amenazas.


GRECIA: MIEDOS Y ESPERANZAS

30 de Diciembre de 2014
                
Después de cuatro años de angustias sin cuento, los ciudadanos griegos tendrán la oportunidad de decidir en sólo unos días si culminan el doloroso proceso de la austeridad o cambian de rumbo. La disolución de la Asamblea Nacional, decidida ayer tras el tercer fracaso consecutivo en la elección del Jefe del Estado, abre las puertas a unas elecciones anticipadas para el 25 de enero.
                
A día de hoy, estas dos opciones del libreto tienen dos actores protagonistas claros y unos secundarios más difusos. Del lado del continuismo, se presenta el primer ministro saliente, Antonio Samaras, líder del partido conservador Nueva Democracia. En el lado opuesto, Alexis Tsipras, la estrella en alza del firmamento político griego, al frente de la rupturista formación Syriza.
                
El ascenso de Syriza es un proceso largamente anunciado. En 2012 obtuvo un 26,8% de los votos y algunos sondeos le auguran ahora un par de décimas por debajo del 30%, al menos tres puntos más que ND. Un avance de envergadura, teniendo en cuenta que sus propuestas suponen un desafío abierto a las orientaciones del eje Berlín-Bruselas-Francfurt.
                
En todo caso, y aún confirmándose una victoria electoral de este bloque de izquierdas, no está garantizado que pueda reunir una mayoría suficiente para formar un gobierno estable, que le permita plantear siquiera la renegociación del acuerdo financiero con la UE. Los posibles aliados de Syriza son minúsculas formaciones de centro-izquierda (Dimar) o populistas de confuso perfil ideológico, que ni siquiera tienen garantizada su presencia en el Parlamento, si se produce una polarización del voto.
                
Por su parte, Nueva Democracia afronta un desafío aún mayor. Es bien dudoso que los avances conseguidos por la política de estabilización en el plano macroeconómico sean aceptados como logros merecedores de recompensa por la mayoría del electorado. Aunque el déficit se ha reducido al 3% del PIB y el crecimiento económico en 2015 se prevé en torno al 3%, el desempleo frisa el 27%, la mitad de la población menor de 30 años sigue sin incorporarse al mercado laboral y un millón de desempleados carecen de subsidio alguno. La salida de esta pesadilla de empobrecimiento se antoja aún lejana, pese a las buenas palabras del primer ministro y de sus aliados europeos.
                
La opción rupturista es hoy más probable que nunca desde el comienzo de la crisis. Alexis Tsipras ha moderado en parte su discurso, sin renunciar a lo fundamental: cambiar las reglas del acuerdo con la 'troika' y superar la lógica del 'austericidio'. Las propuestas del joven ingeniero que ha revolucionado la política griega son básicamente cinco: el alza del salario mínimo, la anulación de un tercio de la deuda pública, la recapitalización de los bancos sin que se contabilice esas cantidades en la deuda pública, una moratoria sobre las deudas privadas de los bancos y una cláusula de desarrollo en los nuevos acuerdos con Europa.
                
En Bruselas no terminan de creerse que Tsipras se atreva a poner en peligro el segundo tramo de la asistencia financiera, que la crisis motivada por la elección parlamentaria fallida del Presidente de la República ha impedido completar. Atenas tiene pendiente de recibir el último tramo de la "ayuda" financiera con el que completar el proyecto de saneamiento de las finanzas públicas. Pero se exige a Grecia el último esfuerzo, como señalaba hace unos días el Comisario Moscovici, un socialista francés que intenta hacer equilibrismo entre la ortodoxia comunitaria y la retórica pro-crecimiento de su jefe político en París. El presidente de la Comisión, el luxemburgués Junker ha ido hasta el límite de la corrección política y la no injerencia al afirmar que no le gustaría el triunfo de "fuerzas extremas" y prefiere ver en enero "caras familiares" en Atenas. Claro que el siempre estólido ministro alemán de Finanzas no le ha ido a la gaza al comentar que la situación de la deuda griega no cambiará en nada con nuevas elecciones.





CUBA. EL PASO MÁS VALIENTE DE OBAMA

18 de diciembre de 2014
                
Obama ha adoptado el paso más valiente de su política exterior: cambiar la dinámica de las relaciones con Cuba, enterrar la lógica de la guerra fría e iniciar un proceso de convivencia y reconciliación.
                
El intercambio de prisioneros, la eliminación de Cuba de la lista de estados que patrocinan o apoyan el terrorismo y el levantamiento de todas las restricciones para viajar a la isla constituyen los primeros pasos de un proceso que será todavía largo.
                
La liberación del contratista norteamericano Alan Gross y de un agente de inteligencia norteamericano que llevaba muchos años preso propició la medida recíproca de Estados Unidos de ordenar la salida de prisión de los tres de los cinco "héroes" (como se les conocía en el lenguaje oficial cubano) que aún cumplían pena en cárceles de Florida.
                
La escenificación de este nuevo tiempo tendrá lugar el próximo mes de abril, con motivo de la cumbre de las Américas, que se celebrará en Panamá, y en la que podría producirse el primer cara a cara entre los líderes políticos de ambos países tras más de cincuenta años siglo de confrontación. Obama y Raúl Castro conversaron telefónicamente este martes, en un anticipo de ese encuentro, el más esperado en el mundo hispano. En la última cumbre, celebrada en Cartagena de Indias, los líderes continentales emplazaron a Obama para que diera el paso que finalmente se ha producido.
                
Fuentes de la Casa Blanca han confirmado lo que ya se sabía extraoficialmente desde hace semanas: la existencia de contactos entre las dos partes para avanzar en el deshielo. Se ha sabido también que el Papa Francisco ha jugado un papel importante en el acercamiento.
                
Obama ha reconocido que el embargo (bloqueo, para los cubanos) no ha funcionado. Desde el comienzo de su presidencia, había dejado entrever que era necesaria una nueva estrategia de relación con Cuba. En 2009 suavizó las restricciones en los viajes y remesas de los cubano-norteamericanos y en 2011 restableció el programa de contactos educativos que Bush había suspendido. Se ha negociado también sobre colaboración en vigilancia costera, control medioambiental de derrames petroleros o restauración del servicio postal. Pero hasta hace un año y medio no se empezaron a registrar avances políticos de consideración.
                
Como es sabido, el sistema de presión norteamericana sobre Cuba no se eliminará por completo sin la aprobación del legislativo. Y tal condición está muy lejos del horizonte. El control completo del Congreso por los republicanos a partir de enero obstaculizará este proceso de normalización entre los países. Uno de los aspirantes republicanos a la Casa Blanca, el senador por Florida Marco Rubio, de origen cubano, ha calificado de "inexplicable" la decisión presidencial de "recompensar al régimen de Castro", con el único propósito de "pulir su legado a expensas del pueblo cubano".

                
En todo caso, como pedían los sectores progresistas norteamericanos, Obama parece haber dado el paso que hasta ahora no se atrevía a completar. Aunque se vaya de la Casa Blanca sin haberlo conseguido del todo, la reconciliación con Cuba podría ser el logro más espectacular de su presidencia.

PAKISTÁN: LAS CLAVES DE UNA CRUEL VENGANZA

18 de Diciembre de 2014
                
La espantosa masacre de escolares y enseñantes en una escuela de Peshawar, a la que asistían niños y niñas de los militares pakistaníes, es el resultado de más de diez años de violencia, odio y desestabilización en Waziristán, la zona 'más peligrosa del mundo', según algunos analistas. Esa región se extiende por la frontera entre Pakistán y Afganistán, donde ambos estados compiten en autoridad, legitimidad y control con las estructuras tribales pastunes.
                
EL 'ODIO A AMÉRICA'
                
Los autores de esta atrocidad han sido militantes pertenecientes a la Federación de los Talibán de Pakistán (Tehrik-e-Taliban Pakistán), una constelación de grupos vinculados pero independientes de sus vecinos afganos. Nacieron en 2007, como movimiento organizado de resistencia de los pastunes, la etnia mayoritaria en el Waziristán, contra la colaboración de Pakistán y Estados Unidos en la denominada "guerra contra el terror".
                
Una vez derrotados los talibán afganos y desmantelada Al Qaeda, algunos de sus líderes se refugiaron en las zonas tribales fronterizas. Washington intentó eliminar ese foco hostil, con éxito desigual. A medida que se prolongaba el conflicto, se complicaban las operaciones y el Ejército pakistaní combinaba la tolerancia con la represión para controlar el movimiento talibán. Estados Unidos nunca aceptó este doble juego e intentó resolver el problema a base de cañonazos o ataques teledirigidos, menos precisos de lo admitido. La muerte de inocentes en ataques erróneos o descuidados ha sido el combustible más activo para encender el odio contra Estados Unidos y, por extensión, contra todo Occidente.
                
EL AMBIGUO JUEGO DE PROTECCIÓN Y REPRESIÓN
                
El Ejército pakistaní, la institución más potente y articulada del país, ha utilizado a los talibán para reforzar su estrategia en Afganistán y en la India, los dos vecinos de los que depende su estabilidad como estado, según la mentalidad invariable de los militares. El principal instrumento de apoyo a los talibán ha sido el ISI, la poderosa agencia militar de inteligencia de las fuerzas armadas, cuya duplicidad ha irritado no pocas veces a Washington.
                
Cuando Pakistán reprimía a los talibán no era por lealtad a la alianza con EE.UU., sino para demostrar a los militantes que no gozaban de carta blanca para actuar a su conveniencia. El mensaje parecía claro: los que aceptaran ponerse bajo control del Ejército serían tolerados, mientras a los díscolos sólo les esperaba la destrucción.
                
El líder musulmán conservador Nawaz Sharif, que había regresado al poder de nuevo en 2013, intentó la vía de la conciliación, para frenar la sangría e impulsar sus planes de recuperación económica. Pero algunas exigencias de los talibán, como la liberación de todos los prisioneros o la concesión de una 'zona franca' en Waziristán, le resultaron inaceptables. Las negociaciones, que nunca pasaron de la fase tentativa, se interrumpieron.
                
Otro elemento que ha contribuido a deteriorar la situación ha sido la inestabilidad en el liderazgo talibán, iniciada tras la muerte por ataques de drones de los dos Messud, Beitullah (2009) y Hakimullah (2013). Distintas facciones compitieron por el control del movimiento hasta el punto de protagonizar acciones armadas de consideración. El nuevo líder no quiso, no supo o no pudo controlar a los sectores más intransigentes.
                
En junio, tras un atentado de los talibán en el área militar del aeropuerto de Karachi, que provocó casi un centenar de muertos, el Ejército pakistaní, a iniciativa propia o por orden del primer ministro Sharif, inició una feroz campaña de represión en el norte de Waziristán, que se había convertido desde 2009 en el único feudo talibán, después de que una ofensiva militar anterior les hubiera expulsado de su otro enclave, el sureño valle del Swat.
                
Desde el verano, esta ofensiva militar ha causado un millar de muertos en las áreas tribales y, lo que resulta aún más doloroso para la población civil, la expulsión de sus hogares de un millón y medio de personas, incluidos ancianos, mujeres y niños. De ahí el sentido de la venganza talibán en Peshawar: devolver en carne infantil el sufrimiento que el ejército les ha causado en sus pueblos y aldeas natales.
                
Si, como se teme, el Ejército replica ahora con un ahogamiento más tenaz de las zonas rebeldes y el Estado restaura la pena de muerte, como ha anunciado el primer ministro Sharif, sólo cabe esperar una escalada aún mayor de la violencia.
                
LA SOMBRA DEL ESTADO ISLÁMICO
                
Por añadidura, las pugnas internas en el movimiento talibán han contribuido a la falta de control. De hecho, algunos conocedores de este grupo no descartan que el atentado de Peshawar responda no sólo a la sed de revancha contra el Ejército sino también a un ajuste de cuentas entre las distintas facciones de los talibán, para forzar un cambio de liderazgo.
                
El débil jefe actual, Fazlullah, se ha resistido a unirse al Estado Islámico, como pretende un activo sector disidente de los talibán. Fuentes de la seguridad pakistaní aseguran que, aprovechando una creciente radicalización contra los shiíes en la región de Baluchistán, el Califato ha intentado atraerse a su bando a varios de estos grupos talibán, que hasta ahora se habían mantenido más o menos fieles a la alianza histórica con Al Qaeda. De hecho, la brutalidad del atentado de Peshawar parece sintonizar con las tácticas sangrientas de las huestes de Al Bagdadi en Iraq, lo que ha abonado este posible fraccionamiento de los talibán pakistaníes.
                
LA MALDICIÓN ESCOLAR
                
Por lo demás, la crueldad contra las escuelas es una divisa talibán, a uno y otro lado de la frontera. Esta lacra encontró un eco internacional muy vivo este mismo año, al ser galardonada una de sus víctimas, Malala Yousefzai, con el Premio Nobel de la Paz.

                
La organización Global Coalition to Prevent Education from Attack ha documentado más de un millar de asaltos a escuelas y colegios en Pakistán entre 2009 y 2012. Seguramente la cifra es aún mayor, ya que hay zonas de muy difícil acceso, precisamente las más vulnerables a este tipo de agresiones, de las que no se tienen datos. El fanatismo de estos sectores radicales y el fracaso del sistema escolar hace que Pakistán país sea el segundo país peor del mundo en número de niños y niñas que no van a la escuela: uno de cada cinco no lo hace. La tasa de analfabetismo se reduce en casi todo el mundo, pero no en Pakistán.

ISRAEL: ¿ESTADO ‘ADOLESCENTE’ O ESTADO CÍNICO?

11 de Diciembre de 2014
                
La derecha israelí quiere cambiar la naturaleza de su Estado. El Parlamento (Knesset) que salga de las elecciones del próximo marzo deberá pronunciarse sobre un proyecto de ley controvertido, peligroso y discriminatorio.
               
  Si el proyecto sale adelante, Israel no será ya un Estado “judío y democrático”, como hasta ahora, sino el “Estado nacional del pueblo judío”. Es decir, se trata de identificar Estado y Nación, lo que implica consagrar legalmente una discriminación de hecho a los ciudadanos no judíos que viven en Israel. Por si hubiera alguna duda de esta intención, el proyecto de ley contempla la eliminación del árabe como segunda lengua oficial del país.
                
No hacía falta una iniciativa excluyente como ésta para incluir a Israel en la categoría de Estados que discriminan a parte de su población. La discriminación es un hecho palpable ya desde hace tiempo, pero resulta escandalosa desde hace un par de décadas. Los árabes, un 20% de los habitantes de Israel, disfrutan de menos y peores servicios que los judíos, y sólo hay que echar una ojeada a los presupuestos para comprobarlo. Como escribía recientemente un ciudadano árabe-israelí ahora residente en Estados Unidos, desde la creación del Estado de Israel han sido levantadas unos 700 colonias judías y ni una sola árabe. Los árabes tienen vetado el acceso a vivienda en el 80% del territorio israelí (1).
                
La discriminación tiene otros perfiles menos evidentes pero igualmente dolorosos: en salud, en acceso a recursos hídricos, en educación, en cultura. Las propias organizaciones de derechos humanos israelíes, gestionadas por judíos, han venido denunciado el deterioro de las condiciones de vida de los árabes israelíes.
                
LAS CLAVES DE LA “JUDAIZACIÓN”

La gran pregunta es por qué ahora esta iniciativa. No se trata de un impulso ideológico, ni de corregir una “deficiencia” de origen. Jabotinski, el fundador del Likud, el gran partido de la derecha israelí se pronunció a finales de los cincuenta en contra de introducir en las constituciones de los Estados cláusulas específicas que determinaran su carácter “nacional”.
                
Por lo demás, Israel es un Estado “judío” desde que la Asamblea General de la ONU decidiera la partición de Palestina, en noviembre de 1947, para que se crearan en su territorio dos Estados, uno “judío” y otro “árabe”.  Esta decisión fue trasladada a la Declaración de Independencia de Israel, aunque, ciertamente, ésta nunca adquirió el rango de ley. Pero el desarrollo legislativo del nuevo Estado ha tenido en consideración esta realidad desde un principio y como tal se contempla en el ordenamiento jurídico básico de  Israel: Ley del Retorno, Ley de Ciudadanía (1952), Ley de la Libertad de Ocupación (1992) o Ley de Dignidad y Libertad (1994) como señala el analista judío  David Aaron Miller (2).
               
Por lo tanto, no se trata de llenar un vacío legal, sino de realizar una afirmación política y estratégica, si como tal se entiende la voluntad de blindar para una comunidad el gobierno y la administración de un territorio plural. Dos son las claves a tener en cuenta para comprender las motivaciones de la derecha israelí: la evolución demográfica y la perspectiva de creación del Estado de Palestina (con todos las limitaciones y amputaciones territoriales que pudieran consolidarse en su día).
                
La población judía pierde peso relativo con respecto a la árabe, a pesar de todos los esfuerzos de atracción de comunidades externas. Israel ya no es, desde hace mucho, un lugar atractivo para los “judíos errantes”. La oleada inmigratoria procedente de la desaparecida Unión Soviética y países satélites se ha agotado. Algunos ensayos, como el de los judíos etíopes, resultaron de escaso impacto demográfico. Nacen más árabes que judíos dentro del propio territorio reconocido de Israel. Y en los territorios ocupados (Cisjordania), qué decir, La colonización forzosa no puede distorsionar semejante realidad.
               
 Lo que la derecha israelí teme es que si pierde el control sobre el proceso de paz con Palestina, se termine planteando de nuevo el “derecho al retorno” de los ciudadanos árabes (palestinos) expulsados o exiliados desde 1948. Israel nunca ha aceptado ese principio, pero la comunidad internacional si, aunque siempre ha quedado postergado a la fase final de un acuerdo de paz definitivo.
                
El primer ministro israelí, Benyamin Netanyahyu, ha aludido específicamente a esta cuestión en alguna de las ocasiones en que ha defendido este cambio constitucional. Son muchos, seguramente mayoría, los israelíes que establecen como condición previa para aceptar a Palestina como Estado independiente que los palestinos acepten la existencia de Israel como “Estado de la Nación judía”. Lo que, inevitablemente, significaría su renuncia al derecho a regresar a lugar donde nacieron o vivieron antes de la expulsión o el exilio.
               
Se trata, por tanto, de una cuestión de blindaje que, por su propia naturaleza, levanta nuevos obstáculos al proceso de paz, ya que lo subvierte y lo contamina gravemente.
               
¿UNA MAYORÍA CONTRA LA DISCRIMINACIÓN?
                
Los críticos con la ley se encuentran fundamentalmente en la izquierda, pero también en sectores moderados (3). Shimon Peres ha dicho que el proyecto de ley “perjudica al país dentro y fuera de sus fronteras y erosiona los principios del Estado de Israel”. También el actual jefe del Estado combate a la iniciativa. Como están haciendo las organizaciones cívicas de defensa de los derechos humanos e incluso muchos sectores de la diáspora judía.

También se han opuesto los partidos centristas  de la coalición de gobierno que acaba de hacer crisis, entre otras cosas por este motivo. Líderes como Tzipi Livni (del partido Hatnua) o Yair Lapid (Yesh Atid)  votaron en contra del proyecto cuando se discutió en el Gobierno. Netanyahu aprovechó estas discordancias para dar por terminada la coalición, disolver la Knesset y convocar elecciones anticipadas. El primer ministro espera sacar ventaja de la crisis y agrupar a los partidos de la derecha más radical (Israel Beitenu, del extremista Libermann, y el Hogar Judío, de Bennet) en una nueva coalición. Pero necesitará atraerse también a los partidos de los ultraortodoxos religiosos, que suelen desconfiar del liderazgo de Netanyahu.

La alternativa es incierta, debido a la debilidad del Partido Laborista y la escasa fuerza del resto de las formaciones de izquierda. La sociedad israelí se ha hecho más y más conservadora en los últimos años. Los elementos religiosos y populistas han cobrado mucho ímpetu. No hay un proyecto progresista que parezca concitar un apoyo mayoritario en Israel. Es improbable que Livni y Lapid se unan a los laboristas en un gobierno, aunque todos ellos apoyen el proceso de paz con los palestinos. 

En distintos comentarios y análisis, el diario norteamericano THE NEW YORK TIMES, habitual defensor de los intereses judíos, ha calificado irónicamente el proyecto de ley de judaización del Estado de Israel como “adolescente” (por la pretendida búsqueda  de la identidad), pero también como “cínico”, por los cálculos políticos que lo motivan. Está por ver si una iniciativa tan aberrante y peligrosa pueden alentar la formación de una nueva mayoría más sensata y responsable en Israel.

(1) “A country that never wanted me”. SAYED KASHUA. FOREING POLICY, 3 de diciembre.

(2) “One nation divided under law”. FOREING POLICY, 5 de diciembre.

(3) El diario HAARETZ, cuya línea editorial es próxima a la izquierda moderada, presentó el pasado 1 de diciembre una síntesis de opiniones contrarias al proyecto de Ley en cuestión.

EGIPTO: LA REVOLUCIÓN ROBADA

4 de Diciembre de 2014
                
La absolución del ex-dictador egipcio, Hosni Mubarak, por los acontecimientos represivos que siguieron a la revolución de enero de 2011, en los que murieron más de 800 personas, cierra de forma simbólica el proceso de cambio conocido como la 'primavera árabe'. El jefe de seguridad y otros altos mandos policiales de entonces también han sido exonerados.
                
Mubarak fue condenado en mayo de este mismo año a tres años de prisión en otro proceso que se seguía contra él y otros gerifaltes del régimen por corrupción, pero como se encontraba detenido desde mayo 2011 por el asunto mayor de la represión, la justicia egipcia establece que en estos años en que se encontraba a la espera de juicio ya ha purgado la pena por el otro caso. Se trata de una provisión procesal que, en este caso, ha beneficiado al reo.
                
Lo chocante de este proceso no es el resultado, sino la propia concepción del mismo. En realidad, como explica uno de los principales activistas de derechos humanos de Egipto, Hossan Baghat, Mubarak nunca estuvo procesado. Una serie de errores de inicio y una compleja red de mecanismos procesales ha permitido a los jueces absolver al ex-dictador (1).
                
En todo caso, más allá de estos tecnicismos, lo cierto es que la absolución de Mubarak no ha sorprendido a casi nadie, aunque haya encolerizado, comprensiblemente, a parientes y amigos de las víctimas y haya indignado a quienes vienen denunciado desde hace año y medio la impostura de las autoridades egipcias.
                
LOS VIEJOS APARATOS DEL ESTADO, AL RESCATE
                
Los generales egipcios robaron la revolución en julio de 2013. Y lo hicieron a punta de pistola, para decirlo gráficamente. Pretendieron presentar su golpe de estado puro y duro como una intervención liberadora de una dictadura islamista en ciernes. Lo peor es que las élites políticas y económicas y la mayoría de los medios y analistas occidentales compraron esa patraña, tan sólo porque el principal país árabe parecía haber quedado fuera de una larga sombra fundamentalista.
                
La contrarrevolución se ha consumado. Asistimos a una sustitución generacional, en el caso de los militares, y escasos cambios, por no decir nulos, en el resto de las instituciones que han servido de soporte al régimen: la judicatura, las fuerzas de seguridad y un complejo político-empresarial corrupto y entregado al auto-enriquecimiento. La cleptocracia, el autoritarismo, la violación sistemática de los derechos humanos y la degradación de la calidad de vida de las mayorías siguen siendo norma en Egipto. Las lamentaciones occidentales por la evolución de los acontecimientos en Egipto se asemejan a lágrimas de cocodrilo.
                
EL CICLO INEVITABLE DE LA VIOLENCIA
                
El presidente constitucional, Mohammed Morsi, continúa recluido a la espera de juicio,  bajo la amenaza de pena capital en base a unas inconsistentes acusaciones de traición. Los errores de su gestión, e incluso los aspectos más repudiables de su orientación política, no justifican la represión de la que han sido víctimas miembros, partidarios y simpatizantes de los Hermanos Musulmanes. Esta semana se han dictado nuevas sentencias de muerte contra decenas de militantes de la cofradía.
                
Pero la represión no se limita a los sectores islamistas, moderados o radicales. Alcanza también a quienes, desde posiciones abierta y decididamente laicas y progresistas, se han atrevido a denunciar la verdadera naturaleza del régimen. Desde el golpe de estado, han sido detenidas unas 50.000 personas, según organizaciones de derechos humanos. La convocatoria de elecciones legislativas sigue pendiente. La actividad política en los campus universitarios ha sido prohibida. La libertad de expresión ha sido cercenada. Una docena de periodistas permanecen encarcelados. Se anuncia una nueva ley de asociaciones que, se teme, restrinja  aún más el trabajo de las ong's. Esta degradación se observa en todo el mundo árabe (2).
                
Esta persecución de toda forma de contestación ha alimentado en los últimos meses a los sectores extremistas, que siempre reprocharon a la cofradía su inútil empeño de aceptar la democracia como sistema de gobierno.
                
El terrorismo islamista en Egipto fue casi erradicado a mediados de los noventa, tras una combinación de represión, penetración en los subsuelos de las organizaciones y agotamiento de las propuestas radicales. Pero el golpe militar, como era de esperar, ha reavivado los rescoldos de la frustración y suministró combustible ideológico y propagandístico a los sectores más radicales del islamismo.
                
El grupo Ansar Beit El Maqdis ("Los seguidores de Jerusalén") ha protagonizado varios atentados en El Cairo contra prominentes figuras del régimen, pero sobre todo en el Sinaí, donde parece gozar de una organización fuerte y una capacidad de actuación mortífera. Recientemente, este grupo ha proclamado su adhesión al Estado Islámico, lo que confirme su decisión de alinearse con los sectores más extremistas del irredentismo islamista.
                
Esta deriva radical favorece el discurso del régimen militar egipcio porque le permite justificar una política represiva dura y persistente. El general-presidente Abdel Fatah Al-Sisi ha destruido todos los puentes que tendió con los sectores laicos y progresistas en las semanas anteriores al golpe contra Morsi y se ha comportado como lo que es: el representante de turno de un régimen autoritario y feroz.
                
ENTIERRO DE LA 'PRIMAVERA ÁRABE'
                
La absolución de Mubarak deja en mal lugar a quienes, en Washington, criticaron en su día a Obama por respaldar ("prematuramente", dijeron) al movimiento revolucionario, con el hipócrita argumento de que Estados Unidos necesitaba un aliado fiable en Egipto para proteger los intereses occidentales y de Israel. Tras el golpe militar, las vacilaciones de la Casa Blanca a la hora de imponer y mantener sanciones creíbles y efectivas ha sido aprovechado por el nuevo 'hombre fuerte" de El Cairo para reafirmarse en el poder, neutralizar a los sectores contestatarios y crear un clima social en el que el blanqueamiento del ex-dictador sólo provoque protestas de muy fácil manejo.
                
Al sangriento caos de Siria, el 'pandemonium' de Libia, el aborto de las aspiraciones de cambio en el Golfo, Jordania, Marruecos o Argelia, se une ahora la culminación de esta revolución robada en Egipto. Sólo Túnez parece, con todas las limitaciones y cautelas, haber sobrevivido a la decepción. La 'primavera árabe' es ya un cruel espejismo.


(1) El análisis de Bahgat puede leerse en la publicación en línea llamada Madar Mser: http://www.madamasr.com/opinion/politics/qa-mubarak-trial-verdict-%E2%80%93-what-just-happened.


(2) La investigadora del Carnegie Endowment for Peace, Michele Dunne, señala que todas las organizaciones árabes de derechos humanos temen por su futuro, debido a la involución que se está registrando en sus respectivos países como consecuencia del fracaso de la 'primavera árabe'.  Su comentario puede leerse en: http://carnegieendowment.org/syriaincrisis/?fa=57349&reloadFlag=1. 

Con respecto a los medios, esta misma línea de reversión de las libertades se trata en el artículo de SLATEAFRIQUE titulado "Il faut sauver les webmédias du monde arabe" (http://www.slateafrique.com/525875/internet-avenir-medias-numeriques-monde-arabe)