TRES EN RAYA: ESTADOS UNIDOS ANTE LOS DESAFÍOS DE CHINA Y RUSIA

24 de Septiembre de 2015       
                
El presidente chino, Xi Jinping, realiza su primera visita a Estados Unidos desde que accedió al cargo, quizás en su momento de mayor debilidad debido al frenazo del crecimiento económico, el desplome de los mercados bursátiles y la debilidad de su divisa internacional. En contraste, o quizás alentado por ello, el discurso exterior de Pekín se hace cada día más asertivo y sus proyectos militares son cada año más ambiciosos, para alarma de sus vecinos. Y de Washington. El Pentágono se está planteando alguna medida simbólica para dejar claro que no EE.UU. no va a aceptar los hechos consumados, como las exclusiones de navegación y vuelo en el Mar meridional de China.
                
Paralelamente, el Kremlin intenta procurarse un respiro, tras el agobio al que se ha visto sometida Rusia por las sanciones occidentales impuestas tras la captura de Crimea y, más aún, por el derrumbamiento del precio de los productos energéticos. Con su alarde militar y su iniciativa diplomática en Siria, no pocos atribuyen a Putin el intento de recuperar en Oriente Medio lo perdido en Europa. El presidente ruso ambiciona contar con el respaldo de Pekín.
                
He aquí que, como en otros momentos de la segunda mitad del siglo pasado, Estados Unidos se ve abocado a combinar sus políticas rusa y china para prevenir alineamientos sin arriesgar demasiado una confrontación.
                
MEDIO SIGLO DE EQUILIBRIO

Desde el final de la segunda guerra mundial Estados Unidos ha intentado equilibrar sus relaciones con Rusia (antes URSS) y China con el objetivo estratégico de contener su influencia, evitar una guerra y fortalecer los intereses occidentales en el mundo entero.
                
Este juego equilibrista ha pasado por distintas fases. A finales de los años cuarenta, el comunismo parecía inevitablemente en auge. En la URSS se consolidaba y en China se erigía como sistema victorioso. Los estrategas norteamericanos se prepararon para afrontar un doble desafío en el vasto espacio euroasiático. La mitad de Europa caía bajo hegemonía soviética y en Asia la amenaza cobraba un alcance similar, con especial virulencia en Corea e Indochina.
                
Surgió entonces lo más favorable para Occidente: la disputa chino-soviética. Mao no aceptó el liderazgo internacional de Stalin en la orientación de un comunismo internacional unido y monolítico. Desde comienzos de los cincuenta, cada uno de estos colosos aplicaría su propia política exterior y su visión de la revolución mundial a su manera y bajo el prisma de sus intereses exclusivos. Ahí comenzó la derrota del comunismo real como ideología de futuro, aunque eso tardaría décadas en comprobarse.
                
A finales de los sesenta, un astuto profesor de origen judío, el Doctor Kissinger, se ganó la confianza del Presidente norteamericano más pragmático y oportunista de los últimos cien años, Richard Nixon. Kissinger fue el primero en comprender que este cisma comunista propiciaba irresistibles oportunidades para los intereses estadounidenses en el mundo y consiguió convencer a su jefe de que aplicara una política consecuente y consistente.
                
La apertura a China, tras heterodoxos ‘jugueteos diplomáticos’ (el torneo de ping-pong), resulto un éxito total. Washington logró alarmar a Moscú con este acercamiento. Después de la muerte de Stalin (1953), la URSS había aplacado su discurso y suavizado sus pretensiones, pero no aflojó cuando creyó amenazado el control que ejercía sobre sus satélites (Hungría, Checoslovaquia, etc.). El régimen soviético parecía aún firme en el interior, pero su expansión se había detenido. Más que nunca, la revolución se limitaba a “un solo país”.
                
No obstante, el Kremlin conservaba una baza decisiva: el crecimiento de su arsenal nuclear. Por tanto, el peligro del aislamiento de la URSS mediante el acercamiento a China engendraba el peligro de una percepción de acoso por parte de Moscú. El tándem Nixon-Kissinger completó entonces la apertura a China con varias iniciativas de control de armas con la Unión Soviética: Tratado de prohibición de armas antimisiles (ABM) e iniciación de un diálogo para controlar las armas nucleares de largo alcance o estratégicas, que culminaría en el SALT-I.  Washington establecía una política de equilibrio que tranquilizaba a Moscú sin perjudicar a Pekín y garantizaba una cierta neutralización de ambas potencias comunistas.
                
Esa política, “realista” para los elegantes diplomáticos y académicos que la respaldaron con entusiasmo, estaba dominada por el cinismo de su ejecutor. Nixon aseguraba una especie de paz entre Jefes, mientras cada cual alentaba a sus peones a  continuar batiéndose ferozmente en la periferia mundial: Indochina, África y América Latina.
               
Pero el sistema funcionó. La distensión enterró casi definitivamente la guerra fría. El equilibrio del terror parecía consolidarse como elemento decisivo de la estabilidad internacional. Hasta que, a finales de los setenta, la muerte de Mao y el inicio de un nuevo rumbo de China coincidieron con la esclerosis terminal del sistema soviético.

LA QUIEBRA DEL ORDEN MUNDIAL

Lo que vino después es fácil de recordar por reciente. China se embarcó en un proceso aún incierto de vía autoritaria hacia una economía de mercado, en pos de una hegemonía mundial plagada de contradicciones y peligros. La URSS se desintegró bajo el peso de su envejecimiento y su fracaso absoluto. Contrariamente a China, en Rusia no permaneció una institución central capaz de controlar el cambio sistémico.
                
Durante estos años de transición en China y (ahora) Rusia, Estados Unidos ha intentado mantener ese espíritu de equilibrio, preservando la seguridad e intentando neutralizar una conjunción de estrategias entre Pekín y Moscú para prevenir que pudieran cernirse serias amenazas sobre sus intereses geoestratégicos.
                
Al comunismo obliterado (por completo en Rusia y de forma práctica en China, aunque persista el Partido en el poder), le ha sucedido un tipo de nacionalismo más beligerante, al menos en el discurso y en las proyecciones ideológicas. La revolución mundial ya no es el factor desestabilizador.  Los elementos movilizadores en Moscú y Pekín son ahora los “intereses nacionales”. Washington contiene unos y otros con intensidad variable y con cautela calculada para no crear un problema donde no lo hay. Dicho más claramente: China y Rusia no parecen dispuestas a formar una alianza contra Estados Unidos, por mucho que se sientan a disgusto por las políticas norteamericanas de acción y contención.
                La colaboración en materia energética, o militar, o diplomática, o política no resulta desdeñable, pero presenta numerosas contradicciones y está sometida o subordinada a los intereses de cada cual más que a una estrategia conjunta y a una visión compartida. Así pues, el margen de actuación de Estados Unidos se mantiene casi intacto y puede desplegar sus estrategias de forma flexible y explotar las contradicciones chino-rusas con provecho.
                
EL ENSAYO DE OBAMA

Obama se encontró con esta situación e intentó imprimirle un sesgo más estable o positivo. Intentó el ‘reset’ (puesta a cero) con Moscú pero se encontró con una resistencia mayor de lo esperado. El autoritarismo interno y el aventurerismo externo (Ucrania) han hecho trizas ese intento. No tendrá tiempo de arreglarlo hasta de dejar la Casa Blanca.

Con China, el proceso ha sido distinto. El objetivo en este caso era embridar su auge económico para preservar una posición de hegemonía en el proceso de consolidación de Asia como la región líder de la economía mundial en un futuro ya muy cercano. Ese era el sentido de su famosa fórmula “pivot to Asia”.

Sin embargo, las enormes contradicciones de la conversión de China a la economía capitalista han generado tensiones internas, de naturaleza social (desigualdad creciente), política (corrupción y represión) y ecológica (desastres medioambientales) que, sin amenazar al régimen, han erosionado su legitimidad. Para compensar estos riesgos de quiebra de la autoridad, la elite dirigente se ha embarcado en una peligrosa política de afirmación nacional de tintes hegemónicos en su área cercana de influencia, con reclamaciones territoriales propias de tiempos pasados. Contradicción de conceptos: la superpotencia global del futuro atrapada en actuaciones propias de potencias pretéritas.

Quizás tenga que transcurrir mucho tiempo antes de que China y Rusia definan con más claridad sus designios. Pero Estados Unidos, en su condición de líder de alianzas sólidas en Europa y Asia, no quiere ni puede asistir pasivamente a esas evoluciones. Como hace más de medio siglo, debe combinar audacia y prudencia para, sin prejuicio de la seguridad internacional, favorecer una orientación positiva en esas dos grandes potencias. La dimensión de este empeño hace imposible que el éxito esté garantizado de antemano.

RUSIA Y LA PARTIDA DE AJEDREZ EN SIRIA

17 de Septiembre de 2015

Septiembre es tiempo de afinar estrategias y agendas diplomáticas. La Asamblea anual de las Naciones Unidas propicia encuentros públicos sonados y publicitados, pero sobre todo contactos discretos y puestas al día de negociaciones en marcha.
                
Este año, superado el escollo iraní, atascados otros procesos, como el afgano o el iraquí, y bloqueado por elecciones (EEUU) el sempiterno conflicto israelo-palestino, todo indica que la portada se la llevará Siria. El protagonismo, en todo caso, será ruso y norteamericano, en sus dos papeles estelares. Putin llega a Nueva York como objeto de todas las miradas. Señalan algunos analistas que los asesores de la Casa Blanca dudan sobre la conveniencia de  que Obama acceda a celebrar una entrevista con su colega ruso, que éste parece desear.
                
DESCODIFICANDO EL MOVIMIENTO DE PUTIN

Rusia se encuentra en una posición de debilidad económica causada por el desplome de los precios de sus productos energéticos y, menos, por el efecto de las sanciones económicas impuestas tras su intervención en Ucrania. El castigo está haciendo daño a los ciudadanos rusos, aunque, de momento, no se perciba un cambio de conducta del Kremlin: es una creencia acendrada en Rusia que la debilidad corroe más que el autoritarismo.
                
Putin, no obstante, se sentiría más a gusto aliviando presión. Y, en cambio, su último movimiento de ficha en Siria parece orientado justo a lo contrario. Rusia está reforzando sus bases e instalaciones militares en Siria desde hace semanas.

Los analistas plantean diferentes interpretaciones de este movimiento de piezas rusas sobre el tablero sirio. Algunos se inclinan por pensar que, lejos de ser una provocación hacia Estados Unidos, es una forma de dinamizar  y elevar el proceso de negociación, que parecía haberse encarrilado durante el verano en Ginebra, hasta que la crisis de los refugiados impusiera una congelación. El reforzamiento militar estaría destinado a potenciar la posición diplomática de Rusia en las negociaciones diplomáticas. Y, al cabo, un acuerdo sobre Siria podría alentar una dinámica de deshielo (como se decía durante la guerra fría) y reconducir la crisis de Ucrania antes del invierno.
               
Naturalmente, ésta es la interpretación de los ‘palomas’, los que estiman que siempre es más útil dialogar que golpear, o dialogar antes que golpear. Por el contrario, los ‘halcones’ creen que Moscú ha reforzado estruendosamente sus capacidades militares en Siria para rescatar al régimen de Assad, intentar revertir sus derrotas y compensar las limitaciones de las ayudas de Irán y sus acólitos regionales. En consecuencia, estos ‘duros’ deslizan las habituales recriminaciones a la Casa Blanca por su indecisión, coherencia y debilidad. Que en Siria consideran especialmente calamitosa.
               
¿HACIA UN RESULTADO DE TABLAS?

Las intenciones rusas son interpretables, porque, por lo que sabe del despliegue ruso captado por los satélites (1), tanto puede estar orientado a propiciar un balón de oxígeno y un refuerzo para el régimen, como a asegurar un bastión alauí en la región oriental, a lo largo de la costa mediterránea. Assad sólo controla esta parte del país y la capital, Damasco; en total, una sexta parte de la superficie del país, pero se trata del terreno más poblado y más rico.
               
Lo que Moscú parece haber descartado ya es sacrificar a Assad en otra partida más amplia, la que se juega en el tablero regional de Oriente Medio. Rusia necesita asegurar que, pase lo que pase, pueda seguir contando con su principal base de actuación y proyección de influencia en la zona. Ninguno otro actor se lo garantiza, sino todo lo contrario. A su vez, el presidente sirio sabe que Moscú es su mejor baza, tanto o más que Irán, y la juega a fondo. En una entrevista con televisiones rusas (2), Assad descarta su salida del país y reitera que está dispuesto a negociar con la “oposición sana”. Por tal cosa quiere decir los que no son terroristas, hábil indicación de que su régimen pretende lo mismo que Occidente: derrotar al terrorismo que representan el Daesh o sus rivales ‘ablandadas’ o ‘debilitadas’ (Al Nusra).

Si el propósito del gambito ruso es fortalecer el bastión alauí del clan Assad y no preparar la reconquista, Moscú estaría creando las condiciones para poder ofrecer tablas como resultado de la partida bélica. Eso implicaría, se le llame como se le llame, la partición del país, al menos de forma interina, mientras se negocia un acuerdo de paz a largo plazo.

Esta opción ha sido debatida en varias ocasiones a lo largo de la guerra y ahora parece ser la favorita de algunos analistas occidentales, que evocan las soluciones alcanzadas en Bosnia, Kosovo o  Etiopía-Eritrea (3). Denominada impropiamente confederal por algunos, esta solución despierta numerosas dudas. Precisaría en primer lugar de un reforzamiento efectivo y mucho más contundente de las opciones rebeldes ‘moderadas’, que hasta ahora han fracasado o no se han planificado adecuadamente. Tampoco está clara la distinción entre radicales y moderados en muchas zonas del destruido país. Que el Daesh quedara fuera de este reparto exigiría un compromiso militar mayor del que se quiere admitir.
                
OBAMA COMBINA OPCIONES

En reciprocidad a esta falta de definición sobre las intenciones rusas, la administración norteamericana también interpreta su particular juego del ‘caliente y el frío’. Ha filtrado o ha permitido que llegue a conocimiento de algunos medios especializados la nueva estrategia de apoyo a los rebeldes sirios, que supone una versión rebajada de otras anteriores, más realista o menos ambiciosa, consistente en entrenar unidades seleccionadas para insertarlos en zonas de combate con la misión de señalar y precisar los objetivos a los aviones norteamericanos (4).
                
El replanteamiento de la limitada intervención en Siria se basa en la doctrina Obama de priorizar la destrucción del Daesh, antes que cualquier objetivo deseable, en particular la derrota de Assad. Estos comandos de apoyo en tierra deberán, de momento, olvidarse de los soldados gubernamentales y concentrarse en las milicias yihadistas. Lo que resulta de dudosa eficacia, para algunos, y de palmario error, para otros. No es fácil que muchos sirios dispuestos a combatir acepten obviar a los militares sirios o a sus aliados externos, por mucho que les repugne la tiranía impuesta por los extremistas islámicos. En medio, se encuentran otros grupos armados opuestos al régimen, pero islamistas radicales, en la línea de Al Qaeda (el Frente Al-Nusra) ante los que se tiene una actitud ambigua y dictada por necesidades inmediatas y circunstancias concretas.
                
En definitiva, se entrevisten o no, después de años sin photo opportunity, Obama y Putin aprovecharán el septiembre neoyorquino para que sus respecticos asesores estudien y contrasten con más detenimiento el tablero sirio, mientras en Europa los millones de ciudadanos de aquel país esperan que Europa agote trampas propagandísticas, supere divisiones y resuelva contradicciones.


(1)    FOREIGN POLICY ha ofrecido en exclusiva esta semana (14 de septiembre) imágenes del satélite que muestra el reforzamiento militar ruso en Siria, con centro neurálgico en Latakía, donde se construiría una base de despliegue aéreo, próximo a la actual base naval de Tartus.

(2)    BBC, 16 de Septiembre.

(3)    Uno de los defensores de esta opción, MICHAEL O’HANLON, investigador en la Brookings Institution, resumió el debate teórico sobre las posibles salidas de la guerra en Siria en un artículo publicado por el THE WASHINGTON POST, el 3 de septiembre.


(4)    THE NEW YORK TIMES informó el 11 de septiembre sobre el contenido del renovado programa de apoyo militar norteamericano a los rebeldes sirios, pero una información más precisa sobre el supuesto cambio de estrategia lo ofreció en exclusiva DAN DE LUCE para FOREIGN POLICY, el 15 de septiembre.

EUROPA: Y, DE REPENTE, LOS VALORES

14 de Septiembre de 2015
                
Europa vuelve a recuperar el debate de los valores. Después de ocho años capturados por elementos como déficit, deuda, equilibrio presupuestario, gasto público, prima de riesgo y un largo etcétera, de repente los mismos líderes que han justificado su gestión sobre esos imperativos llevan al primer plano de la atención pública los valores. La Europa oficial relega lo técnico y prioriza lo humano. Cuidado con esta transformación del discurso. Es engañosa.
                
Lo que este verano ha modificado la prevalencia del discurso europeo en favor de un énfasis más humano ha sido la acumulación, en las fronteras europeas, de personas huidas es de zonas de conflicto(s). Así, en plural: conflictos bélicos, en algunos casos, más inmediatos, y conflicto(s) permanentes (pobreza, miseria, represión), no excluyentes entre sí. Sin embargo, lo que ha venido en llamarse "crisis de los migrantes o de los refugiados" no ha ocurrido de repente ni, por supuesto, puede considerarse como un fenómeno en modo alguno nuevo. Más intenso, desde luego, y también en parte por ello más publicitado en los medios.               
                
A muchos ha sorprendido que el motor de este cambio de discurso haya sido el más imprevisto. Alemania ha asumido el liderazgo de una solución humana, después de ocho años de una implacable frialdad supuestamente técnica en el afrontamiento de la crisis económica y social que ha dejado a Europa en su peor situación desde la recuperación de posguerra.
                
El triunfo político alemán a costa de Grecia y de quienes confiaban en que la crisis griega abriera una brecha definitiva en la tiranía de la austeridad tuvo un alto precio en términos de relaciones públicas. La imagen de Alemania en Europa, ya deteriorada, alcanzó mínimos históricos. Lo que coincidió, llamativamente, con un debilitamiento del apoyo interno de la Canciller, que se vio cuestionada por parte de los suyos, curiosamente por percibírsele  cierta debilidad, al no haber apostado por la expulsión griega del euro.
                
FIERAMENTE HUMANA
                
Los cientos de miles de migrantes propiciaron una oportunidad inesperada a Merkel para mutar de villana en hada madrina de la solidaridad. Un huido sirio resultaba menos oneroso que un pensionista griego. Y más rentable. En la exhibición compasiva de la Canciller han pesado consideraciones humanitarias, seguramente. Materiales, también. Alemania necesita mano de obra para compensar un déficit demográfico inquietante. El entusiasmo de la patronal germana hacia estos potenciales trabajadores en estado máximo de necesidad (y mínimo de exigencia) tiene menos que ver con la compasión que con el cálculo empresarial.
                
Un segundo factor de rentabilidad para Merkel ha sido la posición ejemplarizante de fuerza. La crisis no sólo le ha brindado la oportunidad de demostrar en el lado izquierdo del dorso tiene corazón y no una calculadora. También le ha permitido sermonear elegantemente a sus socios europeos remisos, remolones o directamente esquivos. Después de afirmar su superioridad en el rigor, ahora gana también la batalla de la compasión. Vence en el terreno técnico y en el de los valores.
                
Frente a esta ofensiva ideológica y publicitaria, la izquierda europea, o las izquierdas, han reaccionado subsidiariamente. La socialdemocracia, en su línea de hace ya tiempo, ha asumido un papel seguidista y subsidiario. Las opciones emergentes radicales, rebasadas en su propio terreno, han doblado la apuesta, promoviendo iniciativas de solidaridad-plus, a veces poco realistas o dudosamente arraigadas en la mayoría social. Ése es el peligro cuando las propuestas políticas se desplazan de lo racional a lo emocional.
                
La mala noticia es que esta oleada solidaria puede abocar en un cierto desengaño. La pretensión alemana de que todos arrimaran el hombro ya apunta hacia el fracaso. Es poco probable que Merkel sea capaz de doblegar la renuencia justamente de aquellos países donde Alemania parecía ejercer una hegemonía sin contestación desde el derrumbamiento de los regímenes comunistas. En la propia sociedad germana brotan los síntomas de incomodidad. En Baviera, el partido local de la confederación democristiana empieza a hacer oír su voz discrepante. La extrema derecha se sacude la tentación de la mala conciencia. Cuando la fatiga mediática de la compasión aparezca, se confirmará el cambio de política.
                 
EL DESENCANTO DEL POSCOMUNISMO
                
En esa apelación a los valores, se lee estos días que el malestar húngaro, polaco, eslovaco o checo (también báltico) ante la acogida generosa de migrantes o refugiados se debe en parte a que en las sociedades de estos país no han arraigado aún los principios éticos occidentales. Cuarenta años de autoritarismo, se asegura, han dejado un poso escéptico.
                  
El argumento es tramposo. La reticencia en esos países al fenómeno migratorio tiene mucho que ver con sus condiciones socio-económicas y materiales. La prosperidad que se vendió a la población de esos países se ha convertido en desigualdad, otras formas de corrupción y una fachada de consumismo sólo para disfrute de los ganadores. La triada venturosa de la libertad, la democracia y el libre mercado no ha repartido dividendos por igual.
                
Y en relación a los valores, el desarme ideológico que liquidó todo lo que sonara a socialismo y a políticas públicas tuvo dos beneficiarios directos. Primero, la Iglesia: no la compasiva, sino la ferozmente conservadora, la que afirma los valores cristianos frente a la amenaza islámica, por ejemplo. Segundo, a veces en convergencia con el púlpito, la extrema derecha nacionalista, xenófoba, reaccionaria. Los partidos de izquierda han recuperado posiciones de forma ocasional, más como reacción al desencanto que como portadores de un modelo alternativo sólido y eficaz.  Solo si se ignoran estos elementos puede sorprender la conducta de estos países en la crisis de los refugiados.
               
UN TAL CORBYN

                
Y en este discurso de recuperación de los valores, aunque desde posiciones diferentes, puede entenderse el triunfo arrollador de Jeremy Corbyn en la contestación laborista en Gran Bretaña. El asunto es relevante porque supone el primer toque de atención serio en una socialdemocracia europea replegada, asustadiza y defensiva. Lo que Corbyn plantea ya lo expusimos cuando se perfilaba su victoria, al comienzo del proceso electivo. La confirmación de su victoria, en este final de verano bajo la una intensidad emocional elevada, debe abrir o recuperar la reflexión. Ni el entusiasmo que el fiasco de Syriza ha dejado en evidencia, ni un despectivo pronóstico de fracaso del nuevo líder laborista son aconsejables. Se impone un debate serio, sin sectarismos. La izquierda debe demostrar que también tiene valores. Que están vigentes y que no están enfeudados a la piadosa compasión o a los trucos publicitarios.

SIRIA: ¿HACIA UN NUEVO ESCENARIO?

10 de Septiembre de 2015           
                
La crisis de los refugiados en Europa ha motivado un incremento del interés por la evolución del conflicto bélico en Siria y ha precipitado algunas especulaciones aventuradas sobre un posible cambio de política occidental, para favorecer la aceleración de un desenlace.
                
A pesar de la coincidencia temporal de los dos procesos (el movimiento migratorio y la situación sobre el terreno), lo cierto es que la maduración de un salto cualitativo por parte de los agentes externos se lleva incubando desde hace tiempo.
                
LA SITUACIÓN MILITAR               
                
Sobre el terreno, parece consolidarse cada día que pasa el debilitamiento del régimen. Las fuerzas militares gubernamentales siguen replegándose. La última derrota ha sido la rendición de la última base aérea en la región septentrional de Idlib. Assad ha perdido la mitad de su ejército y sólo controla una sexta parte del territorio, en la franja oriental del país, la más poblada (1).
                
No por ello, puede afirmarse que sus rivales hayan alcanzado una dinámica de victoria. Para empezar, en Siria no hay una guerra, sino varias. Es decir, no luchan dos bandos sino al menos tres o cuatro, enfrentados entre sí, en mayor medida o intensidad, con alianzas puntuales y temporales de conveniencia. A saber: el Daesh (Estado Islámico), Al Nusra (franquicia de Al Qaeda), y unas milicias más o menos pro-occidentales, en todo caso muy divididas y a menudo enfrentadas con el cuestionado liderazgo político en el exilio.
                
Por eso, ese debilitamiento del régimen no implica necesariamente el fortalecimiento de los bandos opuestos. El territorio sirio se encuentra fragmentado. De hecho, muchos observadores creen que estamos ante una partición de facto, que podría prolongarse en el tiempo, si no se rompe el status quo actual. Pocos predicen una solución militar del conflicto.
                
LOS AGENTES EXTERNOS
                
Pueden resultar definitivos en este momento. Nunca han dejado de condicionar o influir en los acontecimientos bélicos, pero dada la situación de agotamiento militar o de limitadas posibilidades de alteración de frentes, la relevancia de estos agentes externos podría crecer a corto plazo. Pueden hacerlo por dos vías, no necesariamente excluyentes: una acción militar directa y/o la intensificación de las negociaciones diplomáticas.
                
Una extensión de la intervención militar externa sólo parece reservada a Estados Unidos y a Rusia. Otros agentes, como Irán (y sus delegados) o Arabia Saudí (o sus agentes directos o indirectos) pasarían a segundo plano o se subordinarían a las grandes potencias.
                
Estados Unidos. Por decisión de Obama, ha mantenido un perfil cauto en Siria, desde el comienzo del conflicto. Después del fiasco de la línea roja (compromiso incumplido de intervención directa si se probaba el uso de armas químicas por parte del régimen), el presidente se ha atenido a una política de contención asentada en estos pilares: reclutamiento, financiación, entrenamiento y  apoyo logístico a combatientes pro-occidentales, de un lado, eliminación de objetivos yihadistas precisos y seleccionados y búsqueda de un compromiso diplomático.
                
Obama no quiso repetir en Siria lo que entendía que podía ser la reedición del error de Iraq, puesto que el escenario de división étnica, odios enconados y rivalidad regional irreconciliable que caracterizan el conflicto sirio resultan muy similares. Una vez que las milicias más cercanas a Occidente perdieron influencia decisiva, se complicaron las cosas.
                
La emergencia, consolidación y expansión del Daesh reforzó la renuencia del presidente norteamericano. El objetivo inicial de propiciar un cambio de régimen se enfrió considerablemente al plantearse la hipótesis de sustitución de una tiranía por otra aún más terrible. Resultaba como poco contradictorio atacar a los extremistas islámicos en Iraq y favorecer indirectamente su triunfo en Siria, al debilitar a su enemigo. Tampoco parecía coherente, ni conveniente, apostar por el refuerzo de Al Nusra/Al Qaeda, sólo porque en Siria combata a muerte contra el Daesh, en pos de un liderazgo del universo yihadista. El apoyo a las milicias moderadas no se interrumpió nunca, pero ha resultado lento y poco efectivo (2).
                
Por todo ello, la administración optó por priorizar la eliminación de los combatientes del Daesh mediante el uso extensivo de los drones, tratando de que ello beneficiara lo menos posible al régimen. El presidente sirio, consciente de que tal actuación le favorecía, se inhibió expresamente, aunque poco podía hacer por impedirlo.
                
Los críticos (tanto en las filas republicanas como en anteriores miembros de la propia administración demócrata) le reprochan a Obama que con sus inconsecuencias haya favorecido esta derivación indeseable de la guerra en Siria, por no haber actuado de la manera conveniente al principio, es decir, apoyando masivamente a los moderados e incluso implicándose militarmente de forma directa.
                
Rusia. El respaldo de Moscú al régimen de Damasco no parece haberse debilitado, aunque ha resultado de relativo valor militar. El principal apoyo práctico del clan Assad han sido los milicianos chiíes libaneses de Hezbollah y la dirección estratégica aportada por el general Suleiman, jefe de Al Qods, la guardia pretoriana de la República Islámica de Irán.
                
Ahora, ante la alarmante perdida territorial y el peligro real de un desfondamiento del régimen, Moscú parece haber decidido dar un paso al frente e incrementar su implicación militar. Desde hace días se sostiene públicamente una polémica sobre las intenciones de un reforzamiento de capacidades militares rusas en Siria. Rusia mantiene desde hace décadas una base naval en Tartus, en la costa mediterránea. El envío de asesores militares, de viviendas prefabricadas y de diverso material a la base aérea próxima de Latakía, el principal baluarte alauí, ha hecho que el Pentágono haga sonar las alarmas mediáticas. Más aún: ha presionado a sus aliados búlgaro y turco para que nieguen el uso del espacio aéreo a los aviones de transporte ruso. Sofía ha aceptado la demanda de Washington. Se desconoce la respuesta del griego Tsipras.
                
Los rusos han replicado con cierta lógica. Fundamentan este rescate de Assad por dos razones: cumplimiento de obligaciones defensivas contraídas con anterioridad al actual conflicto y coherencia con el compromiso internacional de lucha contra el terrorismo yihadista. O sea, asegura que hace lo mismo que Washington, pero se considera libre de elegir a qué bando apoyar. Más aún, ironiza sobre las críticas norteamericanas y se pregunta si Washington quiere realmente derrotar al terrorismo yihadista o encubrir una excusa para echar a Assad.
                
Gran Bretaña y Francia. Coincidiendo con este refuerzo militar ruso, pero sin relación alguna con ello, se anuncia la posible implicación directa de estas dos potencias europeas. Se ha sabido ahora que los británicos mataron a dos nacionales que se habían alistado en el Daesh, después de conocer que habían proyectado atentar contra la Reina Isabel y otros objetivos civiles durante la celebración de los actos del aniversario del final de la Segunda Guerra Mundial. En Gran Bretaña se ha suscitado un intenso debate sobre la legalidad de estas acciones tanto o más que sobre los riesgos que pudieran acarrear. Pero el primer ministro Cameron ha dejado claro que volverán a actuar de la misma manera para prevenir el peligro de atentados en suelo británico o europeo.
                
Al calor de este debate, el Presidente Hollande anunció, como gran novedad exterior de la rentrée, la disposición de Francia de participar en ataques aéreos contra posiciones del Daesh en Siria, invocando imprecisas razones de "seguridad interior". De momento, se aumentarán los vuelos de reconocimiento y la fijación de objetivos. Todo parece indica que el Eliseo quiere ganar influencia en caso de que se avance en la negociación (2).
                
La coincidencia de estas dos novedades con la crisis de los refugiados (muchos de ellos sirios) que por cientos de miles buscan una vida nueva lejos del conflicto puede contribuir a confundir a la ciudadanía. Entre todas las inconsistencias europeas, ésta parece la más inquietante. Sería escandaloso, aparte de peligroso, que se intentara ahora lavar la mala conciencia del abandono de los damnificados por la guerra con un eventual protagonismo militar que se ha eludido, con absoluta lógica, desde un principio.  
                
EL AVANCE DIPLOMÁTICO
                
Antes de esta aparente escalada en el plano militar, este verano se habían registrado avances en el terreno diplomático.  La conclusión del acuerdo nuclear con Irán y la creciente sensación de que Obama podía eludir el obstáculo del Congreso norteamericano hicieron creer en una evolución más positiva del conflicto sirio, debido a una pretendida  disposición más favorable de Teherán, nunca confirmada oficialmente.
                
Algunas señales no pasaron desapercibidas. Las diplomacias rusa y saudí intercambiaron posiciones. Se avanzó en la definición de actuaciones en caso de comprobarse uso adicional de armas químicas. Los norteamericanos hicieron desaparecer de su discurso público la exigencia de una retirada de Assad como condición previa de un acuerdo, etc. (4).
                
La operación de refuerzo militar ruso no tiene necesariamente que conducir a una quiebra de este esfuerzo diplomático. Como en el caso de Francia, puede tratarse justo de lo contrario: afianzar sus intereses en un proceso negociador que se abre paso cada día como la solución más racional a un infierno sin futuro.

(1) Datos ofrecidos por el IHS Conflict Monitor en Jane Intelligence Review. 23 de Agosto.

(2) "The Pentagon Ups the Ante in Syria Fight". FOREIGN POLICY, 30 de Marzo.

(3) LE MONDE, 8 de Septiembre.

(4) NEW YORK TIMES, 8 de agosto.

ARMAS DE CONFUSIÓN MASIVA

 6 de Septiembre de 2015       
                
El fenómeno es ya un clásico de la aldea global. Una imagen conmovedora de especial impacto desencadena un comportamiento mediático intenso. Que despierta el comprensible sentimiento de compasión. Que favorece una movilización pública en la que se mezcla el buen instinto de ayudar y el dudoso reflejo de culpabilizar. Que obliga a los responsables (sólo a algunos, los más cercanos) a actuar, a hacer algo, a demostrar que no son menos sensibles, compasivos o solidarios que los ciudadanos que los eligen y ante los que deben responder.
                
Aylan, el niño kurdo-sirio de 3 años, el niño de la playa, ha sido, en esta ocasión, el triste protagonista de esta última manifestación de la política por compasión. La imagen ha sido singularmente eficaz por su impresionante poder simbólico: la playa, imaginario clásico de un feliz desenlace tras el azaroso peligro que arrastra un viaje, metáfora del sueño cumplido que torna en la horrible pesadilla de la muerte como negación absoluta de futuro.
                
Otro mérito de la que será ya, a buen seguro, imagen del año: es triste, conmovedora y desgarradora, pero no es morbosa. El niño Aylan pese a su incómoda postura final, irradia una impresionante dignidad. Hasta una elegante presencia: no está vestido con harapos ni parece desnutrido. Puede ser nuestro niño, el hijo de cualquiera de los consumidores de televisión de clase media o protagonistas de esa 'información paralela' en que pretenden haberse convertido las redes sociales.
                
No importa que antes de ese icónico naufragio infantil, cientos de niños hubieran perecidos ahogados en las aguas engañosamente clementes del Mediterráneo o en camiones sin ventilación abandonados en anchurosas autopistas europeas. O en los campamentos saturados y subatendidos de Jordania, Líbano o Turquía. O, definitivamente, en las trampas fatales en que se han convertidos las calles y los campos de Siria, por citar sólo el país de procedencia del niño de la playa.
                
No era lo mismo, y no lo era, porque nos faltaba la imagen definitiva, la que se revela capaz de concitar todos los sentimientos y emociones en un impulso común. Por supuesto, hay muchas fotos e imágenes de niños víctimas de ese mismo conflicto que arrojó a la familia de Aylan de su hogar. Pero ninguna había estado investida, hasta ahora, de ese poder transformador: de conciencias, de políticas, de actuaciones.
                
Tampoco importa que, antes de la aparición de niño de la playa, las centenares de miles de víctimas con imagen compartida o sintetizada en rostros sin nombre y desesperación sin relato ya hubieran sido capaces de poner en evidencia el fracaso de la política de asilo y refugio de la Unión Europea.
                
¿UN CAMBIO DE POLÍTICA EUROPEA?

La Canciller Merkel, a pesar de su habitual cautela calculada, ganó por la mano a sus socios europeos y se erigió en portavoz de la alarma, secundado por el Presidente Hollande (que exige ya un "mecanismo permanente y obligatorio" de atención a los demandantes de asilo) y el Primer ministro Renzi, quizás el menos diplomático a la hora de reclamar que todos arrimen el hombro equitativamente.
                
En otros casos, la imagen del niño de la playa ha sido el desencadenante de reacciones tardías. En sólo cuarenta y ocho horas, algunos líderes europeos han modificado su posición para honrar el sacrificio de Aylan. El austríaco Faymann ha abierto sus puertas a miles de migrantes atrapados en la estación de Budapest. El británico Cameron, padre consternado según sus propias palabras, ha anunciado que acogerá a miles de esos desamparados. Otros, en cambio, persisten en sus miedos,en sus dependencias políticas. O en sus ambigüedades, véase, para qué irnos más lejos, nuestro Rajoy, genio y figura, perdido en la laberíntica inconsistencia de su habitual discurso.  De algunos, no obstante, sólo escarnio puede esperarse: es el caso del húngaro Orbán, atrincherado en un infame discurso identitario y religioso que ha debido provocar pavor y rechinar de dientes en el Vaticano de Francisco.

Veremos si este revolcón moral se traduce, por fin, en la deseada y necesaria política común de acogida y asilo. 
                
Pero más allá de los contritos discursos oficiales, sinceros o hipócritas, la reacción más relevante ha sido la pública, la ciudadana, la social. Se trata de un comportamiento tan elogiable como podría esperarse, a tenor de antecedentes similares (atentados terroristas, catástrofes, accidentes de gran envergadura). Los gestos de compasión y/o solidaridad merecen reconocimiento. No obstante, existe el peligro de que el efecto conmovedor levante expectativas equívocas, irreales, ilusorias.
                
Esa es la consecuencia más letal de las modernas, modernísimas armas de confusión masiva, a las que podría adscribirse la imagen del niño de la playa. Que encadenan las respuestas en el ciclo estéril de la indignación, la compasión y el reproche, cuya salida sólo conduce al desencanto, la frustración y el cinismo. A la 'fatiga de la compasión', concepto acuñado principio de los noventa, cuando no existían las redes sociales.
               
¿PARAR LA GUERRA EN SIRIA?
                
Se escuchan estos días recriminaciones por haber permitido que esto llegara tan lejos. De forma atropellada y confusa se reprocha la incapacidad de "detener la guerra", debido a una actitud de pasividad o indiferencia europea (occidental) por la suerte de sus ciudadanos.
                
Es una imputación seguramente equivocada. Europa no tiene ahora, ni lo tuvo al comienzo del conflicto, capacidad para tal empeño. A los que defienden la intervención (algunos ni siquiera aclaran de qué tipo), se les podía recordar el "brillante" resultado de Libia, donde la "intervención" (militar, en este caso) fue liderada por potencias europeas (Francia y Gran Bretaña). O la lección de Irak, por mucho que se quiera atribuir el caos actual al repliegue norteamericano (como si la presencia permanente, o sine die, fuera una posibilidad real). O el ejemplo de Afganistán, de donde vienen también muchos de estos refugiados protagonistas de este verano, tras una "exitosa" intervención que ha arrojado muchos logros pero no precisamente el de acabar con el éxodo de personas.
                
Siria es, por lo menos, un caso tan complejo como los tres citados anteriormente, donde los resultados  de las intervenciones han sido, en gran medida, opuestos a lo deseado. De forma sintética, esbozamos apretados argumentos contra esa reclamada intervención:
                
- Ninguno de los bandos (en plural) del conflicto sirio ofrece, ni ha ofrecido nunca, garantías de alianza fiable. Nadie podía garantizar, ni siquiera Estados Unidos, que la caída del oprobioso régimen de los Assad y su casta alawí pudiera ser reemplazada por un gobierno decente.  Los supuestos "moderados" o "pro-occidentales", que parecían una alternativa al comienzo de la guerra, han desaparecido; por falta de apoyo occidental, dicen los defensores de la intervención; pero también  por falta de sintonía con unos beligerantes radicalizados desde un principio.  Ahora, los previsibles beneficiarios del debilitamiento de Assad son los horrendos criminales justicieros del Daesh o los más pálidos pero no menos temibles jihadistas apegados al prestigio desvaído de Al Qaeda.  Lo hemos visto en Libia, donde los "liberadores" que lincharon a Gaddaffi, bajo la contemplación aérea de los protectores occidentales, se matan con entusiasmo y sin descanso entre ellos y hacen mofa de los acuerdos suscritos bajo tutela internacional con desafiante arrogancia.
               
- Ninguna de las potencias regionales con influencia determinante (Arabia Saudí y sus adláteres del Golfo Pérsico, de un lado, e Irán, en el bando opuesto) resultan socios leales o equilibrados, porque siempre tratarán de hacer prevalecer sus agendas de hegemonía regional por encima de una razonable vocación conciliatoria.
                
- Y, finalmente pero no menos importante, hay muchas razones para anticipar que el confuso respaldo a la intervención se disolvería con inusitada rapidez en cuanto empezaran a contarse victimas propias (como algunos de los ejemplos anteriores ilustran sin necesidad de avivar la memoria).
               
  Así que conviene embridar los legítimos sentimientos de compasión con el prudente ejercicio de la razón, como recomendaban los malogrados ilustrados, exigir actuaciones eficaces pero realistas para satisfacer las necesidades de estos miles de desesperados que asoman por mares y carreteras europeas y aceptar que algunos problemas que tienen raíces y causas complejas y muy enquistadas no se resuelven con el impulso de los tuits, por muy masivos y bienintencionados que sean.

                
Las armas que matan y expulsan a poblaciones enteras, cargadas en gran parte por agentes bien conocidos, tienen una capacidad de destrucción masiva.  Otras armas, las mediáticas, verticales u horizontales, pueden hacer daño de otro tipo: confundir a los millones de ciudadanos honestos que desearían un mundo mejor y exonerar a los que sacan beneficio de esos buenos sentimientos.

MERKEL Y LOS ESPEJOS DEFORMANTES: DE VILLANA A HEROÍNA.

3 de Septiembre de 2015
                
En cierta narrativa mediática, Ángela Merkel empezó el verano como villana y va camino de acabarlo como heroína. En el penúltimo episodio del drama griego, forzó la humillación del otrora levantisco Tsipras al hacerle aceptar condiciones leoninas de un tercer rescate. Ahora, con la tragedia de miles de migrantes desesperados capturando la atención internacional, se erige en defensora de los "valores humanitarios" europeos.
                
Para ser rigurosos, la realidad no se puede reducir a un juego de disfraces. Los espejos deformantes de la política, la diplomacia y la mediática producen simulacros de cuento. Ni Merkel fue una especie de señorita Rottenmaier con los díscolos griegos, ni ha emergido ahora como hada madrina de los desamparados que huyen de la guerra o la miseria en sus países.
                
Algo si parece innegable. Alemania asume la conducción europea, lo quiera o no. Y la máxima responsable de su gobierno parece impelida, por vocación o por necesidad, a asumir un liderazgo político ante un vacío alarmante a su alrededor.
                
En la actual crisis de la migración, Merkel ha sido más prudente de lo que la inevitable dimensión emocional del asunto ha proyectado. Es cierto que ha defendido los "valores humanitarios europeos" para reclamar una actitud más generosa de sus socios continentales. Es cierto que ha secundado con mensajes o discursos la actitud ejemplar de muchos de sus ciudadanos, que han acudido a recibir a los migrantes que han llegado a territorio alemán con socorro material y moral. Es cierto que ha puesto el dedo en la llaga de la parálisis política y la quiebra institucional (crisis de Schengen y de la Regulación de Dublín), como le reconocen algunos analistas. Es cierto, en definitiva, que Merkel, quizás a pesar de sí misma, se ha comportado como se espera que lo haga una dirigente política y no una administradora.

No obstante, para conjurar el peligro siempre acechante de la propaganda, es necesario completar el análisis. La Canciller alemana ni es ni pretender ser madre auxiliadora de los desamparados. En su actuación de estos últimos días se detectan también dosis de encaje diplomático, cálculo político y contradicciones morales.
                
Antes de este verano de pánico, Alemania pensaba acoger a 800.000 personas huidas de los puntos más calientes del planeta. Esta cifra ya parece desbordada. Con diferencia, es el país que asume el mayor esfuerzo de acogida. Merkel quiere acabar con la actitud evasiva, por no decir claramente hostil, de algunos de sus socios europeos.  

Las posiciones son bien diferentes. Francia, por necesidades del guion europeo, se ve empujada a respaldar la iniciativa alemana, incluso con gestos mediáticos, como la visita de Manuel Valls a Calais. Otros, por el contrario, proclaman un cambio pero en sentido opuesto al preconizado por el eje franco-alemán. Enough is enough, ha venido a decir el primer ministro británico, James Cameron y su contundente Secretaria del Home Office, Theresa May. Con menos claridad, como en él es habitual, Mariano Rajoy secunda la postura de Londres. Otros, singularmente los PECOS (países centrales y orientales de pasado comunista) y algunos nórdicos mantienen una línea dura, se inhiben o sucumben al silencio.
             
Las circunstancias de cada país, el auge de los partidos populistas, la menguante capacidad de las arcas y servicios públicos para soportar en la práctica esa actitud generosa  y la gestión del relato de la crisis explican la división y hasta el nerviosismo de los líderes políticos. Pocas veces se ha escuchado, entre aliados y socios, un cruce de acusaciones y recriminaciones tan áspero como en estos últimos días.
                
Muchos de los gobiernos que se alinearon con Merkel y Schäuble para doblegar a los griegos, discrepan de la Canciller en el asunto de la migración. Y, por el contrario, ahora son los griegos los que aplauden su posición en el problema migratorio, junto con los italianos, los dos países que han recibido el mayor impacto de acogida inmediata.

Con la crisis migratoria, Merkel ha equilibrado la imagen de villana Rottenmaier que exhibió en el rescate griego, aunque ya había ensayado este esfuerzo compensatorio entonces, al defender la integridad de la zona euro (poli buena) frente a otras opciones mucho más duras dentro de su propio partido, personificadas en el Ministro Schäuble (poli malo). Ahora, se somete a una sesión reforzada de lifting político y diplomático predicando hacia los migrantes una generosidad que rebate encarnizadamente en el debate interno europeo.
                
Es una situación paradójica. Merkel defiende a machamartillo, con una intransigencia deplorable, unas políticas que generan desempleo, desigualdad y desesperanza para millones de ciudadanos comunitarios, mientras ofrece un rostro humanitario a los que llegan del otro lado de la fortaleza europea reclamando su participación en sociedades que ellos todavía perciben como oasis de bienestar, en contraste con el infierno de sus países.
                 
Pero en la actuación de Merkel hay otros motivos que tienen que ver más con el cálculo político interno, en clave específicamente germana, que no conviene olvidar. La solidaridad de numerosas capas de la sociedad alemana convive con un nuevo brote de xenofobia y racismo criminal. Los ataques salvajes contra centros de acogida de refugiados se han incrementado en todo el país (especialmente en el este), hasta alcanzar una media de uno por día (180 en el primer semestre del año). La Canciller tardó muchísimo en pronunciarse sobre estos actos que evocan los peores momentos de la historia alemana.

Es típico de ella dejar que las crisis maduren en exceso o consuman mucha energía antes de posicionarse. Hace unas semanas, el semanario DER SPIEGEL publicó un excelente análisis sobre su conducta política, bajo el ilustrativo título de “Las Cenizas de Ángela”. Cuando, finalmente, hace unos días, la Canciller visitó el centro de Heidenau para escenificar su compromiso con los refugiados fue increpada por los xenófobos, que la acusaron ruidosamente de 'traidora'.
                
Después de esa experiencia, Merkel hizo más explicito su exigencia de resolver el desafío de los refugiados. Sabe que la amenaza racista no está derrotada en su país. El partido Alternativa por Alemania, contrario al incremento de la inmigración, o el movimiento Pegida, alarmista sobre la islamización crecienteno deben tomarse a la ligera, por supuesto. Pero, comparativamente, resultan mucho más manejables que otras fuerzas políticas en otros países no menores de la Unión, cuyo peso numérico, influencia social y capacidad de desestabilización se han demostrado mucho mayores. Una dirigente prudente como Merkel tiene muy presentes estas circunstancias.
               
Por estas y otras razones, no es probable que el gran pacto europeo sobre la migración y el derecho de asilo sea fácil, y mucho menos duradero. No hay que esperar demasiado de las próximas citas en el calendario. La divergencia de intereses, las presiones populistas internas, las desiguales actitudes de las mayorías sociales y la mediocridad de la dirigencia política actual hacen temer salidas y no soluciones.