ARGENTINA: EL ESTILO MACRI Y EL SISTEMA PERONISTA

26 de Noviembre de 2015

Hay políticos que esconden su programa y políticos que se esconden detrás de su programa. Para los primeros, el programa es un incordio, porque son tácticos por instinto o naturaleza y prefieren no atarse demasiado a promesas o compromisos que no están seguros de saber, querer o poder aplicar. Para los segundos, el programa es una especie de garantía de legitimación, de blindaje social, para protegerse de decisiones personales o de un estilo áspero de gobierno. Los primeros suelen ser calificados como pragmáticos o tacticistas; a los segundos, se los considera populistas o militantes.
                
Esta dicotomía puede aplicarse al caso argentino. Si los Kirchner (sobre todo, Cristina) se amparaban en el programa, en el compromiso con ciertas capas populares de la sociedad, en los compromisos con sus supuestas bases, para justificar un estilo de gobierno discutible, es decir, se protegían detrás del programa o de la ideología, Macri pertenecería al sector de quienes esconden su programa, porque no tienen o no les interesa exponerlo.
                
UN PROGRAMA ‘ESCONDIDO’

En su camino a la Casa Rosada, Mauricio Macri se ha comportado, efectivamente, como un tacticista, como un pragmático. Ha sido de lo más cauteloso sobre lo que haría en caso de ganar las elecciones. Se ha limitado a consideraciones generales y a desplegar recursos evasivos, como invocar la falta de información sobre la situación real del país, para eludir compromisos concretos.
                
Esta actitud no sólo resulta útil para captar votos de sectores no necesariamente adscritos a su base social o a su corriente ideológica. Permite también minimizar el desgaste que sufren los políticos cuando, nada más alcanzar el gobierno, hacen algo distinto o incluso contrario a lo prometido antes de las elecciones.
                
Macri, por supuesto, es lo opuesto a un ideólogo. Tampoco es un populista, a pesar de que tenga gestos que puedan ser erróneamente interpretados como tales. Quienes lo conocen coinciden en destacar su perfil de gestor. Lógico, si se tiene en cuenta su origen empresarial. Parece cierto que Macri ha aplicado en su quehacer político la experiencia adquirida en la gestión de sus negocios. Por lo general, los empresarios que se meten a políticos tienden a ser pragmáticos, a no verse condicionados por exigencias ajenas al negocio.
                
Pero la administración pública no es una empresa. Los empresarios travestidos en políticos suelen enjuiciar con suficiencia la praxis política, a la que consideran sospechosa, confusa y negligente.  A la hora de la verdad, muchos de ellos caen en los peores vicios que critican. Berlusconi es un ejemplo paradigmático de ello. Construyó su discurso político descalificando las corruptelas y perversiones de la decadente I República italiana, pero terminó emulando y superando sus registros más despreciables.
                
No hay razones para anticipar que a Macri le puede esperar la misma suerte que a Il Cavalieri, aunque en su biografía protopolítica se puedan encontrar algunas sorprendentes similitudes. Tanto Berlusconi como Macri construyeron su popularidad con las ilusiones que proyecta el fútbol, un poderoso imán que atrae a las mayorías habitualmente despolitizadas. Sin los brillantes triunfos de Milan y Boca no podría entenderse el éxito político de Berlusconi y Macri, respectivamente. Otros, por supuesto, no tuvieron tanta suerte, como Bernard Tapie, Florentino Pérez o Jesús Gil, por poner sólo los ejemplos más conocidos y cercanos. O merecen otro análisis, como el de los oligarcas rusos y ucranianos.
                
Sus defensores aseguran que Macri aplicó en Boca un estilo empresarial, de gestión de equipos. Y que ese mismo patrón lo trasladó al gobierno de la capital argentina. Poca ‘política’ y mucha gestión. Resultados traducibles en los balances. Eso, en fútbol, significa títulos. En un macromunicipio como Buenos Aires, servicios eficaces y eficientes (calidad al mejor precio). Un buen presidente futbolero deja que el entrenador haga las alineaciones y no se obnubila con fichajes astronómicos. Un buen jefe de Estado construye equipos solventes y no se enreda en megaproyectos arriesgados. Ese es el estilo Macri. Una derecha con rostro.
                
Macri es, a priori, un Presidente atípico para un país como Argentina. Una cosa es dirigir una ciudad como Buenos Aires (la capital, no la provincia), espléndida, cosmopolita, orgullosa, y otra cosa es tomar las riendas de un país desigual, contradictorio o, como se dice por allá, altamente conflictuado. Buenos Aires ha podido vivir con una especie de dandy (latino, pero dandy) al frente. Está por ver si el resto del país, el que no sólo no le ha votado, sino que lo recibe con ruidosa desconfianza, termina aceptándolo.
                
El país que Macri hereda parece abocado, una vez más, a una cuesta abajo en su rodar, como dice el tango, tras una década de prosperidad y mejoras sociales. Ciertamente, el balance del llamado kirchnerismo es engañoso. Ni tan brillante como proclaman sus actores y exégetas, ni tan negativo como denuncian sus adversarios y críticos. Algunos indicadores (inflación, cuentas públicas, etc,) son más que preocupantes, pero (empleo, beneficios sociales, etc.) son los más positivos en décadas.
                
EL FUTURO DEL PERONISMO O PARTIDO-SISTEMA

Los gobiernos no peronistas en Argentina suelen verse sometidos a un desgaste social mucho más intenso. En otras épocas, los poderosos y más que oscuros sindicatos constituían una palanca temible del Justicialismo derrotado. Alfonsín padeció y explico con lucidez este fenómeno, en la segunda mitad de los ochenta. Hoy, esas fuerzas corporativas de dudosa representatividad obrera comparten dominio e influencia con otras organizaciones populares. Que no aguardan a Macri con los brazos abiertos, precisamente.

El peronismo, siempre difícil de entender y más aún  de explicar, ha mutado de nuevo durante la era kirchnerista. En su versión actualizada hay poca fidelidad histórica y mucho discurso modernizador. Nadie, dentro del movimiento, aspira a superar las divisiones y fracciones, porque sería como negar la esencia del fenómeno mismo. Más que un partido-estado que aspira a ocupar todas las parcelas del poder, el neoperonismo sería un movimiento-sistema: los resortes de su fortaleza residirían en la sociedad más que en el estado.

Mientras Macri empiece a fijar las líneas de su gobierno, el neoperonismo, o mejor dicho, los neoperonismos (kirchnerista, antikirchnerista y ecléctico) tendrán que acomodar discurso, estrategia y figuras para, en primer término, definir su oposición y, a medio plazo, reescribir un programa detrás del cual se puedan esconder, es decir, blindar, legitimar sus designios personales y políticos.

Cristina Fernández puede creer que está libre del incendio que ha abrasado a Scioli, pero sus rivales no se privaran de recordarle el doble juego de seleccionar a un candidato ajeno a sus planteamientos, apoyarlo sin entusiasmo (por no decir, cortocircuitarlo) y luego desentenderse o aprovecharse de su fracaso. Pero Macri se equivocaría si creyera que esa división interna de la oposición puede beneficiarlo. Cuando interese, el nuevo Presidente se convertirá en válvula de escape, chivo expiatorio o justificación de las tensiones y enfrentamientos que aguardan, previsiblemente, al peronismo-sistema.        

LAS PRINCIPALES IMPOSTURAS EN TORNO AL TERRORISMO ISLAMISTA

19 de Noviembre de 2015
                
                
En la avalancha política y mediática sobre el múltiple atentado de París, como en cualquier macro-acontecimiento relacionado con el terrorismo, hay una narrativa pública dominante y una realidad mucho más discreta, contradictoria e incierta. Algunas imposturas son recurrentes y terminan por aceptarse social y políticamente. Veamos las más frecuentes.

1.- Los atentados terroristas nos empujan a la guerra. Falso. La masacre terrorista de París no es lo que empujará a Francia a la guerra. El estado galo ya había practicado actos de guerra contra el Daesh y otros grupos terroristas delegados y afines mucho antes. Lo mismo puede decirse de EEUU y el 11-S, de España y el 11-M o Gran Bretaña y el 7-J. La guerra no empieza cuando las víctimas empiezan a caer de este lado, aunque sean numerosas.

2.- La respuesta militar es eficaz en la lucha contra el terrorismo. La experiencia tiende ponerlo seriamente en duda. Una campaña militar intensiva puede obligar a replegarse a un determinado grupo u organización, e incluso destruirlo operativamente, pero en muchos casos también está sembrando las semillas de otros actores terroristas nuevos. Por citar sólo lo más reciente, el debilitamiento de Al Qaeda propició el surgimiento del Daesh.

Derivado de lo anterior, se atribuye el fortalecimiento reciente del yihadismo a la excesiva cautela de la actual administración norteamericana. Es un cúmulo de falsedades o inexactitudes. No es cierto que Obama sea un ‘blando’ o que haya renunciado a derrotar militar al terrorismo. Ha empleado medios militares, y no poco contundentes. Pero el presidente norteamericano merece crédito cuando dice que el envío de tropas de tierra a Siria no sólo no resolvería seguramente la amenaza terrorista sino que la agravaría, porque los centros de gravedad del terrorismo encontrarían la manera de desplazarse a otros lugares potencialmente propicios. El discurso de la debilidad frente al terrorismo tiene una motivación política y escasa base empírica.

Los republicanos insisten en la obscenidad de ignorar que la respuesta militar al 11-S fue el mayor estímulo del terrorismo yihadista en tiempos recientes. Obama también tiene motivaciones políticas para sostener la política que sostiene, pero actúa con más sensatez que sus adversarios, o que algunos de sus “amigos” políticos, como Hillary Clinton, partidaria de maneras más fuertes, pero muy selectivas, contra la amenaza terrorista.

3.- Las acciones de fuerza de los estados democráticos contra el terrorismo islamista son actos legítimos y justos. No necesariamente. El terrorismo se cobra, por naturaleza, víctimas inocentes. De la misma manera que nuestros bombardeos, con aviación convencional o con drones, matan más inocentes que terroristas en los lugares donde estos se reagrupan, organizan y se esconden. La diferencia es que nuestras víctimas tienen rostros, nombres y honores. Las ajenas son números imprecisos en un relato apresurado. Con las operaciones militares no se resuelve nada, se cobra venganza y no se hace justicia.

Seguramente nunca sabremos las víctimas civiles de los bombardeos de estos días en Raqqa, la capital del Califato. El Daesh camufla sus centros de mando, control y comunicación en edificios civiles. Esas víctimas anónimas están doblemente indefensas. Raqqa es una cárcel a cielo abierto, donde decenas de miles de personas viven bajo opresivas normas casi medievales de rigor religioso y social. Pero, en contraste con la mayoría del resto del país, la destrucción devastadora de la guerra no está presente. Con la intensificación de las represalias militares acumularán un sufrimiento adicional.

4.- Los terroristas golpean Occidente porque odian nuestros valores de libertad, justicia y prosperidad. Inconsistente. La mayor parte de las acciones terroristas y el mayor número de víctimas del terrorismo se localizan en países no occidentales, debido al sectarismo religioso o las rivalidades regionales. Yemen es un ejemplo terrible. El terrorismo no es una consecuencia del “choque de civilizaciones”, como algunos pretenden, sino un medio simple de hacer daño al enemigo, de manera indiscriminada, y un instrumento letal de propaganda.

5.- El terrorismo es un fenómeno lejano que se importa. Inconsistente. Los jóvenes que regresan de Siria, como antes lo hacían de Afganistán u otros lugares, dispuestos a ejecutar acciones terroristas, no se han “convertido” allí. Han viajado para recibir entrenamiento, orientación e instrucciones, pero es aquí donde han cultivado previamente el convencimiento de que deben combatir con la violencia valores e intereses occidentales, por marginación social o por envenenamiento ideológico y/o religioso.

6.- Los estados enemigos de Occidente en Oriente Medio son los patrocinadores y protectores de los terroristas y nuestros aliados los que nos ayudan a perseguirlo, combatirlo y derrotarlo. Totalmente falso. El terrorismo islamista actual, el más reciente, ha surgido precisamente en los estados de mayoría islámica cuando han sido derribados y/o neutralizados los regímenes políticos contrarios a Occidente (Irak, Siria, Libia, Yemen, etc.). Nuestros aliados árabes tradicionales no suponen una garantía contra el terrorismo, precisamente. Es una sospecha admitida, aunque no proclamada públicamente, que algunos de ellos tutelan, financian y manipulan grupos terroristas, por razones de rivalidad regional o de política interna (Arabia Saudí, Pakistán, etc.).

7.- La cooperación internacional resulta esencial en la lucha contra el terrorismo. Afirmación ambivalente. En ocasiones se convierte en activo dudoso y escurridizo. Cuando los aliados islámicos se comprometen en la persecución directa contra supuestos objetivos terroristas muchas veces alumbran situaciones perjudiciales para la causa. En algunos casos, porque lo hacen de manera interesada e ilegítima, como en el caso de Egipto. O peor, porque inciden directamente en el terrorismo de Estado, contra sus propios ciudadanos (de nuevo, Egipto) o contra países supuestamente rivales y, por supuesto, más débiles (es el caso de las operaciones militares saudíes en Yemen, denunciadas por la ONU, sin consecuencia real).

8.- El terrorismo no tiene nada que ver con el Islam. Debatible. La invocación a Dios es uno de los principales móviles de inspiración violenta. Entre los extremistas de la religión musulmana o de cualquier otra, a lo largo de la historia y en los tiempos presentes. La afirmación opuesta es también impugnable. La sospecha generalizada sobre las mezquitas o imanes es enfermiza y peligrosa. La religión puede ser fuente de guerra o de paz, depende quién, cómo y para qué se utilice.

9.- El clima social generado por la dialéctica terrorismo-antiterrorismo no perjudica la convivencia democrática entre distintos sectores sociales, étnicos, religiosos y culturales. Muy dudoso. El incremento de la islamofobia es un hecho estudiado y comprobado. En Estados Unidos y en Europa. Las declaraciones bienintencionadas de los dirigentes políticos obtienen resultados muy modestos.

Estos días en Francia se han escuchado voces de observadores cualificados alertando sobre la sensible transformación de la ciudanía ante la colectividad y la cultura musulmana. Temen que la tolerancia, la comprensión y las actitudes favorables a su integración estén tocando fondo.

10.- El combate contra el terrorismo aconseja suspender, recortar o alterar parcial y temporalmente, las garantías constitucionales. Discutible. Antes de promover cambios constitucionales, como hizo precipitadamente el presidente francés la trágica noche del viernes, tal vez debería admitirse que el funcionamiento de las agencias de inteligencia es, como todo, mejorable. Deberían afinarse los protocolos de intercambio de información. Los autores de la mayoría de los peores atentados terroristas eran conocidos por los servicios de seguridad occidentales.

Algunos nos preguntamos estos días si se han olvidado tan pronto las lecciones de la histeria patriótica en Estados Unidos después de los atentados de 2001.

11.- La lucha contra el terrorismo aglutina a las fuerzas políticas y sociales y no es objeto de disputas partidistas. Pura apariencia. Por debajo de las solemnes protestas unitarias, el antiterrorismo está sometido a las mismas reglas de rivalidad política, solo que las disputas se libran en terrenos paralelos y en tiempos diferentes. Pasado el momento inicial del impacto terrorista, a los pocos días, se escuchan matices y desavenencias, primero sutiles y luego abiertas, en la que unos, la oposición, resaltan los errores y la incompetencia, y otros, los gobiernos, califican las críticas de oportunismo y manipulación.

En el caso francés, se avistan ya los corolarios políticos de la reciente tragedia. Es más que probable que el Frente Nacional obtenga un redito político sustancioso. Y que los otros partidos traten de evitarlo como sea. Marine Le Pen se ha conducido con pies de plomo para que nadie pueda acusarla de oportunismo, pero su discreción no es generosa: sabe que la clase media francesa tiene menos miedo cada día en otorgarle la confianza para gobernar. Las próximas elecciones departamentales serán un test significativo. El tercer protagonista mayor de la escena, el expresidente Sarkozy no dudará a la hora de proclamar un discurso nacionalista pero con retórica ‘republicana’ y, ante todo, con ‘estatura presidencial’. Hollande se juega sus aspiraciones de reelección en la percepción de seguridad tanto como en la disminución del desempleo, como él mismo ha manifestado.

12.- Los medios de comunicación contribuyen, por lo generar, a generar una cultura de solidaridad y unidad frente al terrorismo. Muy discutible. La exuberancia demostrada por los medios cuando se producen macro-acontecimientos terroristas tiene más que ver con la ambición de conquistar mejores índices de audiencia, aprovechando el clima de intranquilidad, la necesidad de saber lo que ocurre y los impulsos primarios, que con una vocación altruista de servicio ciudadano. 
                

En definitiva, lo peor del relato público sobre la lucha antiterrorista es que pocas cosas son lo que parecen y los discursos políticos y mediáticos confunden más que esclarecen. No se trata de una conspiración maligna o de un gigantesco cinismo. Parte de la explicación reside en la complejidad de las causas y en la enorme dificultad de las soluciones (que, en todo caso, siempre serán parciales). Pero, en momentos de conmoción general, la sociedad acepta con alivio, o con resignación, mentiras o medias verdades tranquilizadoras y unificadoras, que verdades desnudas terribles o desagradables.

                

LAS CLAVES DEL 13-N: ¿UN CAMBIO DE ESTRATEGIA YIHADISTA?

15 de Noviembre de 2015
                
El múltiple atentado de París, junto a las otras dos acciones recientes reivindicadas por el Estado Islámico o Daesh, la voladura del avión ruso y el atentado suicida de Beirut, invitan a considerar si se ha producido un cambio fundamental de estrategia de los yihadistas.
                
Desde su fundación, el Daesh se diferenció de Al Qaeda, en cuestiones orgánicas, doctrinales y, más precisamente, estratégicas. Al Qaeda  operaba como un movimiento clandestino pero sin pretensión de convertirse  en opción de gobierno. La prioridad de sus actuaciones eran las potencias internacionales ('enemigo lejano') que, según Bin Laden, amparaban, manejaban y corrompían a los regímenes árabes o islámicos ('enemigo cercano').
                
Los fundadores del Daesh creyeron, en cambio, que desafiar frontalmente a Estados Unidos y a sus aliados occidentales conduciría a la derrota rápida y segura. La prioridad debían ser los 'enemigos cercanos'. Siria e Irak eran los objetivos obvios. Desde luego, eran muy  'cercanos', hasta el punto de ser los lugares de origen de los principales dirigentes iniciales del Daesh. Pero, sobre todo, eran totalmente vulnerables. En Siria, una guerra prolongada había destruido la funcionalidad del Estado y en Irak no terminaba de cuajar un nuevo Estado, sobre el que siguen pesando las presiones contrarias de Estados Unidos e Irán.
                
La 'hoja de ruta' yihadista era clara: lograr victorias militares rápidas y seguras, hacerse con el poder en las zonas conquistadas y consolidar posiciones (baqiya wa tatamaddad),  para erigirse en modelo de gobierno (Califato)  y propagar la jihad internacional. Los triunfos militares del Daesh y la consolidación de sus 'gobiernos locales' en Siria (Raqqa) e Irak (Mosul, Ramadi) provocaron dos dinámicas opuestas: reactivación yihadista e intensificación de la respuesta occidental.
                
LA REACTIVACIÓN YIHADISTA
                
En el universo yihadista se propagó un clima de euforia. Las organizaciones y grupúsculos veteranos fueron abandonando Al Qaeda para adherirse al Daesh y surgieron formaciones nuevas entusiasmadas con la proyección renovada de la Jihad.
                
Con más rapidez de la que quizás pareciera conveniente a los propios dirigentes del Daesh,  estos seguidores del Califato reactivaron el combate contra los 'enemigos cercanos'.  Los estados o entidades amenazados por el empuje de las franquicias, sucursales o extensiones del Daesh  pueden agruparse así:
                
- Los 'descompuestos' por el proceso de la mal llamada 'primavera árabe', (Libia y Yemen) o los susceptibles de 'desestabilización' (Egipto y Túnez).
                
- Los 'corruptos', 'vendidos' o 'colaboradores' de Occidente (Arabia Saudí, los países del Golfo, Jordania y, en cierto modo, Turquía).
                
-Los 'herejes', es decir, partidos, milicias, agrupaciones o movimientos de confesión chií o asimilada (alauíes, houthies, etc.), armados, financiados y/o protegidos  por Irán, el enemigo más odiado por ser un desafío directo desde el mismo corazón del Islam militante.
                 
                
LA RESPUESTA OCCIDENTAL
                 
En Occidente cundió la alarma por la solidez de las posiciones adquiridas por el Daesh en Irak y los avances constantes en Siria, mientras se ponía en evidencia la fragilidad del estado iraquí y se diluía la oposición 'moderada' al régimen de Assad.
                
No sin vacilaciones, renuencias y demoras, la administración Obama decidió adoptar un giro en su estrategia hacia una participación más activa y directa. En Irak, reforzó la capacidad militar del gobierno central, envió más asesores militares y respaldó con aviación el contraataque contra las posiciones yihadistas en la provincia de Anbar, con algunos éxitos (Tikrit) pero también fracasos (Ramadi). En Siria, persistían las dudas, debido a la debilidad creciente de las milicias pro-occidentales. Hasta que la vulnerabilidad de Assad se hizo crítica y Putin decidió acudir militarmente en rescate de su aliado tradicional en Oriente Medio.
                
La apuesta rusa imprimió una nueva dinámica a la "guerra contra el terror". Obama reevaluó las opciones en Siria. Después de un enésimo intento fallido, descartó el rearme de las frágiles milicias moderadas y decidió intensificar los bombardeos aéreos de las posiciones yihadistas. De los países que secundaban esta ofensiva norteamericana contra el extremismo islamista, el más activo ha sido, sin duda, Francia, por delante de Gran Bretaña, o de las potencias árabes conservadores, enfangadas en el conflicto del Yemen (Arabia Saudí y sus aliados del Golfo) o en sus propias amenazas internas (Egipto).
                
LAS REPRESALIAS DEL DAESH
                
Hasta hace pocas semanas, los casos de terrorismo islamista en Occidente eran obra de simpatizantes locales o de 'lobos solitarios' (el extraño ataque en el tren Ámsterdam-París del pasado agosto) o actos específicos de 'castigo' (asalto al Charlie Hebdo, en enero). Estos episodios constituían acciones aisladas. No parecían responder a un cambio de estrategia; es decir, a la decisión de llevar el combate al corazón del 'enemigo lejano'.
                
Sin embargo, desde comienzos del otoño, y coincidiendo con la aceleración de los acontecimientos bélicos, ya no podemos hablar de actos aislados, sino de una escalada en toda regla. En apenas unos días,  el Daesh ha encadenado tres operaciones  terroristas audaces, contra los enemigos que más le han apretado: la voladura de un avión de turistas rusos que regresaba del Sinaí (golpe simultáneo a Rusia, el principal respaldo de Assad, y a Egipto), atentado suicida en uno de los principales feudos de Hezbollah, el barrio de Bourg El Barajneh, en el sur de Beirut (golpe a Irán y a sus protegidos chiíes) y múltiple asalto terrorista en Paris (golpe a Francia, precisamente el país europeo más activo en la 'guerra contra el terrorismo').
               
Aún es pronto para confirmar si estas represalias reflejan un cambio de estrategia. Por ahora, se pueden manejar varias hipótesis, no excluyentes: 1) que el Daesh se sienta seriamente debilitado y necesite enviar a sus militantes, seguidores y simpatizantes una contundente y espectacular demostración de fuerza;  2) que pretenda atemorizar a los ciudadanos occidentales y rusos para generar un clima contrario al compromiso bélico en Oriente Medio; 3)  que ante la hipótesis de una próxima derrota, retirada o repliegue de sus feudos en Irak o Siria, quiera preparar un escenario prioritario de combate distinto al mantenido hasta ahora.
                
En este nuevo escenario, el desafío para el Daesh es Estados Unidos. Los atentados de los últimos días son impactantes, pero sólo atacando directamente intereses norteamericanos, aunque no sea necesariamente en su territorio, pueden los extremistas islamistas mantener su condición de fuerza temible.
               


PARIS HA VIVIDO SU 11-M

14 de Noviembre               

No es la primera vez que un sobresalto terrorista golpea a la capital francesa, por supuesto, pero el ataque múltiple del 13 de noviembre, por su amplitud y su impacto (120 muertos)  no tiene precedentes, como acertadamente señaló Hollande a los pocos minutos de ser evacuado del Estadio donde presenciaba un partido de fútbol internacional.
                
No están esclarecidas completamente las circunstancias en las que produjeron los sucesivos atentados (parece que seis) ni el proceso que condujo a la actuación policial en la sala de conciertos Bateclan, donde un grupo terrorista tomó como rehenes a sus ocupantes.
                
A la espera de completarse el conocimiento preciso y riguroso de lo ocurrido, pueden avanzarse algunas consideraciones.

                
1) El Daesh ha confirmado que con sus actos terroristas de la noche del viernes en París ha querido responder a la participación de Francia en la guerra de las grandes potencias  contra la organización yihadista en Irak y Siria, intensificada en las últimas semanas con operaciones militares de gran envergadura.
                
2) Francia se confirma como objetivo preferente de las represalias yihadistas. Sólo en este año, el país vecino ha sufrido tres sobresaltos terroristas: el ataque a la revista satírica 'Charlie Hebdo' (enero) el atentado frustrado en el tren de alta velocidad Ámsterdam-París (agosto) y ahora el múltiple asalto del 13 de noviembre.
                
3) La vulnerabilidad de Francia no debería explicarse necesariamente por la debilidad o deficiencia de sus fuerzas y sistemas de seguridad, sino por la enorme amplitud de la amenaza interna. Francia es uno de los países europeos con una mayor proporción de población que puede ser potencialmente captada por el terrorismo islamista.
                
4) Otro motivo del apetito terrorista por Francia es el papel especialmente activo que ha desempeñado el estado galo en las operaciones militares contra el Daesh en Iraq y Siria. Sólo Estados Unidos le ha superado, aunque muy ampliamente, en intensidad y contundencia.
                
5) El análisis de lo ocurrido debe ir más allá de las necesarias y comprensibles declaraciones de condolencia y condena. Se impone una reflexión más profunda sobre el fenómeno del terrorismo islamista. Por duro que resulte siquiera evocarlo, las sociedades occidentales deben asumir que cuando se declara una 'guerra contra el terrorismo' las víctimas no pueden caer siempre del mismo lado. Por repugnantes que sean los principios y las actuaciones de grupos fanáticos como el Daesh, no puede eludirse una consideración autocrítica sobre las políticas occidentales en Oriente Medio. 

                
6) Dos días antes del ataque múltiple en París, el Daesh golpeó Beirut con un doble atentado suicidio que provocó más de cuarenta muertos en la humilde barriada de Bourg El Barajneh, donde se encuentra uno de los principales campamentos de refugiados palestinos. Esta zona del sur de la capital libanesa se halla bajo control de Hezbollah, la formación política-militar chií que combate contra el Daesh en Siria. Este atentado amenaza seriamente la muy precaria estabilidad del Líbano. La atención prestada ha sido lamentablemente escasa.

HELMUT SCHMIDT: LA INTELIGENCIA DEL PRAGMATISMO

11 de Noviembre de 2015

Con la muerte de Helmut Schmidt desaparece uno de los últimos pioneros de la unidad europea, el político más agudo de la Alemania de posguerra y un ejemplo de cómo la jubilación política no debe implicar dejación del servicio público o decadencia personal. Helmut Schmidt ha muerto con 95 años. Su vida y su obra han sido el reflejo de todo un siglo, convulso como pocos en Europa y escenario de una transformación mundial de inusitada amplitud y velocidad vertiginosa.
                
En todas sus dimensiones  públicas –alemana, europea y mundial-, demostró paciencia, personalidad y resolución.  Su legado no debe buscarse en la presciencia de sus planteamientos ideológicos o en la autoría de una obra histórica. Será recordado por lo que, durante el ejercicio de su tarea, fue no pocas veces criticado: su pragmatismo, su capacidad para conducir el país en tiempos difíciles y su empeño constante en asegurar logros tangibles.
                
Nacido en Hamburgo, en el seno de una familia humilde durante la turbulencia de Weimar, sus años de infancia y juventud fueron un reflejo contundente de una generación marcada. El primer logro práctico de su vida fue camuflar la condición judía de su abuelo, para eludir la locura antisemita nazi. Coqueteó con las juventudes hitlerianas, pero nunca se afilió al Partido Nacional-Socialista. En la guerra desempeñó un papel profesional de artillero en el frente ruso, lo que le valió una Cruz de Hierro. Contrariamente a otros políticos germano-parlantes, nunca escondió estos orígenes.
                
Llegó al socialismo por orígenes sociales y por una breve experiencia con la visión solidaria del cristianismo. Su carrera política se inició pronto, en su Hamburgo natal, tras formarse en economia. En dos periodos divididos por una breve y poco alentadora presencia en el Bundestag, construyó su perfil de gestor eficaz y laborioso en el gobierno de la ciudad, en particular durante unas pavorosas inundaciones a comienzos de los sesenta.
                
Las primeras responsabilidades de alto nivel en la política estatal fueron en el terreno militar, en el cénit de la guerra fría. Willy Brandt lo escogió para el sensible puesto de Ministro de Defensa cuando ganó las elecciones de 1969. Schmidt contribuyó a la construcción de la Ostpolitik, la política de acercamiento al Este, uno de los pilares de la distensión y fundamento de la reconciliación inter-alemana. Cuando el escándalo del espionaje tumbó al entrañable canciller alemán, pocos en el SPD dudaron de quién debía tomar el relevo.
                
Schmidt se convirtió en jefe del gobierno alemán en 1974, cuando el mundo occidental se encontraba bajo la sacudida del desafío petrolero árabe, tras la guerra del Yom Kippur, que tendría réplica no menos intensa a finales de la década, por los efectos de la revolución iraní.
                
En estos años terribles, el político de Hamburgo se distinguió por dos afanes: gestionar la crisis económica con el menor coste social posible y construir una respuesta europea ambiciosa para proteger las conquistas y avances de posguerra en el continente.
                
Si Adenauer y De Gaulle tuvieron la visión de cimentar, en los sesenta, la reconciliación franco-alemana y convertirla en la piedra fundacional de una nueva Europa, serían Helmut Schmidt y Valery Giscard D’Estaign a quienes correspondería consolidar el eje París-Bonn como motor de ese ambicioso proyecto.
                
Schmidt y Giscard no pasarán a la historia por la dimensión histórica de sus logros conjuntos pero, como se ha dicho justamente, quizás haya sido la pareja franco-alemana mejor avenida, la que supo desarrollar el trabajo cotidiano más fructífero y la relación política más sólida, pese a sus concepciones políticas dispares y sus orígenes sociales bien diferentes. A ellos se debe el sistema monetario europeo, indiscutible precursor del euro o la creación de un Parlamento europeo elegido por sufragio universal. La complicidad que generaron en el ejercicio de su liderazgo político no ha sido superada por sus continuadores. 
                
Uno de los episodios más amargos de su mandato fue la emergencia de un terrorismo nacional (la Fracción del Ejército Rojo) más anclado en el sectarismo ideológico que en la realidad social del país. El malestar de una generación a la que no bastaba la mejora de las condiciones materiales de vida despertó las contradicciones del “milagro alemán”. El brote terrorismo hizo asomar algunas amenazas contra las libertades que parecían definitivamente abolidas en la atormentada historia alemana.

Alemania, frontera de la ‘guerra fría’, no podía escapar a los efectos del deterioro en las relaciones Este-Oeste a finales de los setenta. El episodio de los euromisiles y la invasión soviética de Afganistán, complicadas luego por la descomposición física y política del Kremlin y la combativa irrupción de la pareja Reagan-Thatcher, impusieron un clima de confrontación internacional contrario al estilo y la trayectoria del canciller alemán.
                
Schmidt se enfrentó a la mayoría de sus correligionarios socialdemócratas al defender la instalación de los misiles Pershing y Cruise en suelo alemán, pero no se privó de criticar a Washington y a la OTAN (entonces bajo la dirección del británico tory Lord Carrington) por su falta de tacto e insensibilidad hacia la realidad alemana.
                
El contexto internacional contribuyó, sin duda, a debilitar el liderazgo de Schmidt. Los liberales, hasta entonces socios del gobierno de coalición con el SPD, decidieron en 1982 cambiar el fusil de hombro y adoptar una posición más acorde con los nuevos aires gélidos de la política mundial. Respaldaron al democristiano Kohl en la primera moción de censura contra un canciller alemán desde 1945.
                
Los analistas siempre sostuvieron, sin embargo, que no fue la política exterior, es decir, las divergencias del canciller socialdemócrata con sus aliados occidentales, la causa inmediata de su caída, sino el enrarecimiento del panorama político interno. Schmidt, con su verbo afilado y su actitud altiva, se había ganado el resentimiento de sus adversarios democristianos y hasta de sus aliados liberales. Entre los propios militantes socialdemócratas, el canciller en desgracia nunca tuvo el cariño que despertó Willy Brandt, por su aire a veces tecnocrático y distante en los duros años de gestión de la crisis.
                
Después de su caída, Schmidt conservó una gran influencia en la política alemana. Pero lejos de querer jugar a mandarín de las turbulencias del SPD durante la larga travesía en la oposición durante década y media, se erigió en observador crítico y agudo desde las páginas de Die Zeit, donde tenía la responsabilidad de coeditor.
                
Helmut Schmidt no pretendió ser nunca un político popular o, mejor dicho, “populista” aunque algunos elementos de su biografía personal lo avalaran, como sus orígenes humildes, su trayectoria de hombre hecho a sí mismo y un matrimonio longevo y feliz con su novia de juventud, la muy querida Hannelore. Su muy moderada política económica le enfrentó con los poderosos sindicatos alemanes, pero su estilo independiente le hizo chocar a menudo con los sumos sacerdotes de la ortodoxia económica alemana. Una de sus axiomas más famosos fue que siempre era preferible ”un 5% de inflación a un 5% de desempleo”. Algo impensable de escuchar en boca de un canciller alemán en la generación posterior.

                
Helmut Schmidt no fue protagonista principal de la distensión, ni de la unificación alemana, ni de los momentos más rimbombantes de la Unión Europea. Pero en todos esos procesos no es difícil encontrar las huellas de su labor sólida y paciente. El socialismo europeo pierde a un líder poco carismático pero muy capaz. Es lícito discrepar de su ideario político pero resulta imposible no honrar su inteligencia.

TURQUÍA: LA AMPLIA VICTORIA DE ERDOGAN, UNA COMPLICACIÓN PARA OBAMA

 2 de Noviembre de 2015
                
La amplia victoria del AKP, el partido islamista moderado que encabeza Recep Tayyip Erdogan, le permitirá contar con mayoría absoluta en el nuevo Parlamento, aunque no la suficiente para acometer sin apoyos externos una deseada reforma constitucional para reforzar los poderes presidenciales.
                
El resultado ha sorprendido a los observadores y desautorizado a los sondeos, que predecían números más ajustados. El AKP, con un 49,3% del total de los votos obtenidos, reunirá el 57,5% de los diputados, beneficiado por la ley electoral que prima ligeramente a los partidos más votados.
                
El nuevo Parlamento reflejará el desplazamiento de votos desde la derecha nacionalista radical (MHP), que ha perdido cuatro puntos, hacia el AKP. Los republicanos de centro izquierda (CHP) repiten resultado (apenas pierden unas décimas) y la alianza de kurdos y progresistas retrocede tres puntos y a punto ha estado de quedarse fuera del Parlamento, si no hubiera superado el umbral del 10%.
                
Estos cinco últimos meses han constituido un ejemplo de manual de cómo inducir un clima político propicio para favorecer soluciones de autoridad reforzada:
                
-un resultado electoral sin una mayoría política clara en junio, por primera vez en más de una década.
                
-indisposición máxima de los actores políticos para forjar pactos estables de gobierno.
                
-efecto directo de las guerras paralelas en el sur (Siria, Irak y antiterrorista internacional):
                
-agudización del sentimiento nacionalista turco, al elevarse el perfil kurdo por el apoyo recibido de las potencias occidentales en la lucha contra el extremismo islamista.
                
-emergencia brutal de una nueva oleada terrorista, con especial impacto del doble atentado del 10 de octubre en el centro Ankara.
                
-crecientes dudas sobre la competencia y/o la voluntad de algunos aparatos del estado en la prevención, vigilancia y control de elementos extremistas de diverso signo (yihadistas, extrema derecha nacionalista y extrema izquierda kurda).
                
La acumulación de todos estos elementos, de gran potencial desestabilizador cada uno de ellos, preparaba el terreno para el éxito de un mensaje de fuerza. De ahí que la oferta de Erdogan y los suyos a los electores turcos haya sido clara e insistente: "estabilidad o caos". Naturalmente, la mitad de los turcos, creen haber elegido lo primero.
                
¿Es la estabilidad lo que espera a Turquía? Para Erdogan y sus seguidores, estabilidad equivale a autoridad reforzada; es decir a férreo control del proceso político y represión de las tensiones sociales. Acostumbrado a las amplias mayorías y a afincado en un estilo de gestión que fomenta la polarización, Erdogan sólo parece capaz de gobernar con mayoría absoluta: sin compromisos, sin pactos. De ahí que cualquier escenario que no fuera exclusivamente éste lo asimilara al 'caos'.
                
Y, sin embargo, es razonable temer que la estabilidad que puede a priori proporcionar esa autoridad reforzada genere más tensiones en la calle y en los medios de comunicación no sumisos. Cada vuelta de tuerca de Erdogan provocará resistencias, protestas, seguramente violencia y, en un clásico comportamiento del ciclo, más pulsión autoritaria.
                
Los sectores sociales que no aceptan el modelo de sociedad construido en la última década larga por el islamismo moderado, o que no se han visto beneficiados por el crecimiento económico, buscarán otras vías de expresión del malestar, como ya ocurrió en 2013.
                
El otro frente de inquietud, más apremiante incluso, lo constituye el denominado 'problema kurdo', ahora inevitablemente mezclado o confundido con la guerra contra el extremismo islámico.
                
La mayoría absoluta del AKP, con o sin reforma constitucional, propiciará una república más presidencialista. No será un cambio brusco. Erdogan ya ha ido socavando la autoridad práctica del primer ministro reforzando el personal de la presidencia y asumiendo actuaciones directas o indirectas.
                
Ese desplazamiento de poder es especialmente visible en el terreno de la seguridad interior y exterior, más que nunca interconectadas en el contexto actual. Erdogan es el interlocutor absoluto de Occidente en la guerra contra el Daesh. Si en meses anteriores, con una posición política más debilitada, ha puesto cara su colaboración, es de temer que ahora eleve aún más el precio. Previsiblemente, pondrá todo su peso en prevenir un mayor protagonismo de los kurdos sirios del YPG, estrechos aliados de sus homólogos turcos del PKK, insistirá en sus demandas de crear zonas seguras en el norte sirio y radicalizará su exigencia de derrocamiento de Bashar el Assad.
                
En definitiva, un Erdogan más fuerte no es una buena noticia para Estados Unidos y sus aliados europeos, pero si para Arabia Saudí y los países árabes conservadores que recelan de la estrategia norteamericana, en particular el acercamiento a Irán. Más allá de las previsibles tensiones internas,  la 'estabilidad' de la que Erdogan hace bandera puede ser fuente de inquietud en una zona ya de por si convulsa.