SIRIA: MIL GUERRAS Y UNA PAZ INVEROSÍMIL

27 de Enero de 2016
                
La Conferencia de Paz sobre Siria se ha retrasado. No es descartable que la demora se prolongue, incluso más allá del viernes, nueva cita. No hay acuerdo en casi nada para empezar a hablar. Pero el escollo que más se destaca estos días últimos tiene que ver con lo más primario en un esfuerzo diplomático de esta naturaleza: los participantes.
                
El responsable de la ONU encargado de las conversaciones, Stefan de Mistura, está harto. Apenas lo oculta. Unos y otros le ponen vetos en la lista de asistentes. Sobre todo los saudíes, que quieren imponer a sus protegidos. De Mistura ha dirigido una carta a los estados permanentes del Consejo de Seguridad para que tomen cartas efectivas en el asunto (1).
                
Estas dificultades iniciales son sólo las primeras en una larga lista no muy difícil de anticipar. Hasta hace sólo unas semanas se imponía el convencimiento general de que no era posible una solución militar del conflicto. Ahora las opiniones son más diversas.
                
Algunos analistas consideran que la intervención rusa ha reforzado a Assad hasta el punto de volver a hacerle creer en la victoria militar (2). Esta afirmación seguramente es exagerada. Otras estimaciones, por el contrario, indican que el régimen ha obtenido un respiro, pero no ha mejorado ostensiblemente sus posiciones.
                
Quizás la mejor noticia para las autoridades de Damasco es que sus enemigos siguen divididos, y por mucho tiempo, por lo que parece. El empeño saudí en convertir a sus protegidos en los elementos centrales de una solución debilita las opciones más moderadas, si es que existe ya alguna.
                
TODOS CONTRA TODOS
                
En Siria se vive algo similar a una guerra de todos contra todos. En el plano bélico, las alianzas en una zona, región, provincia o enclave se diluye a los pocos días o semanas. Los amigos de hoy, o de aquí, se convierten mañana, o allá, en enemigos. La aparente afinidad ideológica o étnica, o incluso un padrinazgo común, no impiden esta variabilidad. Para los propios especialistas, la elaboración de un mapa de contendientes por zonas resulta un quebradero de cabeza. O, en todo caso, un ejercicio sometido a continua revisión.
                
En un esfuerzo de síntesis, y advirtiendo que la simplificación es inevitable, diremos que se pueden detectar en Siria guerras distintas que se solapan, confunden, desvirtúan y, en ciertos momentos, se anulan entre sí.
                
A priori, el régimen de Assad se enfrenta a todos. Pero los rebeldes combaten entre ellos en frentes paralelos, simultáneos o solapados. Esta multiplicidad de enfrentamientos  sobre el terreno, en varios lugares y durante bastante tiempo, termina por congelar, suspender o neutralizar el conflicto inicial. Hay discrepancias y choques serios entre laicos (casi simbólicos) y yihadistas. Los yihadistas del Frente Al-Nusra, la franquicia de Al Qaeda, y el Daesh se combaten ferozmente. Los favoritos de Arabia Saudí, como Jaish al Islam o Al Ahrar Al-Sham, colaboran en algunas zonas con Al-Nusra, y en otras se enfrentan con saña; a su vez, esos dos grupos amparados y financiados por Riad, se han negado apoyo en ocasiones, por discrepancias tácticas, sectarias o de liderazgo.
                
Los kurdos constituyen un factor generador de paradojas en cadena. Por un lado, los combatientes del YPG (kurdos sirios) son los enemigos más activos de los yihadistas en el norte, lo cual ha favorecido una especie de pacto tácito de no agresión con Damasco. Por otro lado, los kurdos son los combatientes más fiables para los norteamericanos y sus principales receptores de ayuda y apoyo sobre el terreno. Pero esta relevancia kurda irrita de forma insoportable a Turquía, teórica aliada de Estados Unidos. De hecho, los turcos combaten con más ferocidad a sus kurdos (PKK), aliados del YPG.
                
Las urgencias humanitarias complican aún más las cosas, porque los contendientes no dudan en tomar como rehenes a la población civil para obtener ciertas ventajas, alivios o intercambios satisfactorios, en términos tácticos y/o propagandísticos.
                
LAS RIVALIDADES DE GUANTE BLANCO
                
En el plano diplomático, la situación no es mucho más clara, como el retraso en el inicio de la Conferencia de Paz ha puesto palmariamente de manifiesto.
                
Estados Unidos y Rusia no comparten una estrategia común. Washington pretende que la derrota del Daesh no sirva para consolidar a Bashar el Assad y su sistema de poder bajo la hegemonía alauí, sino que abra el paso a un nuevo régimen más abierto y democrático. Moscú sólo aceptaría la caída de su protegido en Damasco si le sustituyera otro que garantizara sus intereses estratégicos (presencia militar e influencia en la zona). Informaciones recientes parecen apuntar a una escalada limitada del compromiso militar norteamericano no directo, sino bajo cobertura saudí o de otros estados árabes conservadores tradicionalmente aliados. En la Casa Blanca se mantiene el convencimiento de que el Kremlin no puede permitirse, en la actual situación de fragilidad económica rusa, con el petróleo por debajo de 30 dólares, la prolongación de su compromiso militar en Siria.
                
Esta rivalidad entre las dos grandes potencias externas en Oriente Medio se convierte en hostilidad abierta y cada vez más peligrosa en el caso de Arabia Saudí e Irán. La Casa de los Saud quiere un cambio radical de régimen y la hegemonía de la mayoría sunní. La República Islámica necesita conservar a toda costa el eje chíi en posición de fuerza junto al Mediterráneo.
                
Hay otros enfrentamientos no menos agrios. Rusia se ha olvidado, al menos por el momento, de sus planes de cooperación económica y energética con Turquía, tras el desgraciado y todavía no suficientemente explicado incidente del avión ruso abatido por las baterías antiaéreas turcas. El actual gobierno de Iraq, aunque más moderado y aparentemente menos sectario que el anterior, tampoco ve con buenos ojos que en su flanco occidental triunfe una opción sunní radicalizada o sometida a los dictados de Arabia Saudí. Aunque Assad no es un aliado directo de los chiíes iraquíes, es un protegido de Teherán, que sigue teniendo una influencia capital en Bagdad, sobre todo a la hora de evitar un nuevo desafío de los extremistas sunníes del Daesh.
                
En fin, como sostiene con lucidez un veterano analista de la región, a la hora de imaginar la paz, lo más sensato es ser escéptico (3). Siria sigue siendo un pandemónium de muy difícil abordaje. Sólo el agotamiento real de las opciones militares, por extenuación pura y dura, puede abrir la puerta a negociaciones diplomáticas y políticas reales y no ficticias o aparentes, es decir, de cobertura. Si el actual bloqueo se prolonga, como parece más que probable, la desesperación de la población se agravará, si eso es posible, continuará el éxodo y y el drama de los aspirantes a refugiados terminará por resquebrajar del todo Schengen, uno de los fundamentos de la Unión Europea.


(1) U.N. Envoy signals that Ryad is obstructing Syria peace talks. COLUM LYNCH. FOREIGN POLICY, 20 de enero.

(2) "Assad has it his way. The Peace talks and after" JOSHUA LANDIS y STEVE SIMON. FOREING AFFAIRS, 19 de enero.


(3) "A Skeptic´s Take on solving Syira". DAVID AARON MILLER. FOREIGN POLICY, 23 de diciembre.

GOOD MORNING, IRAN

18 de Enero de 2016
                
No ha habido manifestaciones de alegría en las calles iraníes. Discreta, aunque solemne, sesión en el Parlamento. Sobrio discurso del presidente Rouhani con escasas concesiones triunfalistas y una promesa fundamental: emplear los fondos liberados por el levantamiento de las sanciones para promover el crecimiento y desarrollo del país y el bienestar social de los iraníes.
                
UNA LARGA RECUPERACIÓN...
                
Esta prudente reacción al final de las sanciones es consistente con el futuro previsible. A Irán le queda un largo trecho para disfrutar plenamente de la bonanza creada por la esta "nueva atmósfera" (Rouhani dixit). Ciertamente, el alivio se hará sentir pronto. Lo más inmediato será el acceso, por parte del Estado y de los particulares, a los casi 100 mil millones de dólares en activos iraníes bloqueados hasta ahora en las plazas financieras internacionales. Poco a poco, la industria petrolera nacional irá aumentando la venta de crudo en el mercado internacional, hasta alcanzar, a final del año, el millón de barriles diarios, lo que proporcionará al país 30 millones de dólares adicionales cada día.
                 
Otros beneficios, como la recuperación de la inversión extranjera, se hará esperar, por dos razones: primero, las empresas multinacionales querrán comprobar las condiciones de sus potenciales operaciones en un entorno político inestable (procesos electorales inciertos a la vista);  y, en segundo lugar, el riesgo de cualquier discrepancia seria en la aplicación del acuerdo nuclear podría disparar el snap-back; es decir la reintroducción escalada parcial o total de las sanciones (según la gravedad del eventual incumplimiento).
                
Aparentemente, el régimen iraní tendrá que resolver ahora un dilema básico: la distribución efectiva de los dividendos del acuerdo nuclear. El presidente Rouhani y los reformistas quieren dedicar la inmensa mayoría de estos nuevos recursos disponibles a mejorar el aparato productivo del país y atender las necesidades de la población. Los conservadores o intransigentes, sin desdeñar este aspecto, querrán reservar parte de los fondos para reforzar la influencia de Irán en el entorno regional, un objetivo que los reformistas no rechazan pero consideran muy secundario.
                
El debate interno y casi nunca público lleva meses desarrollándose.  Pero se resolverá el mes que viene, el 26 de febrero, cuando el país elija un nuevo Parlamento y, lo que es tan importante o más, una nueva Asamblea de Expertos, es decir, el organismo encargado de designar al Guía de la Revolución, la máxima autoridad del país, el hombre que se sentará en la silla de Jomeini.                    
                
Rouhani tiene una baza: las expectativas de la población, pese al desánimo creciente de los últimos años, por el efecto erosionador de las sanciones. El presidente reformista acredita unos resultados prometedores: ha conseguido reducir la carestía de la vida, pero el desempleo se mantiene o crece. El paro real se estima en un 30% y no en el 12% que sostiene la estadística oficial. El año fiscal se cerrará en marzo con crecimiento cero, después de un ligero repunte en 2014, que siguió a dos años de recesión. Las previsiones para el siguiente periodo son cautas, pese al levantamiento de las sanciones.
                
En las calles de las grandes ciudades, es apreciable la ansiedad, como reflejan algunos medios occidentales (1). El anterior presidente, Ahmadineyad, recurrió a medidas populistas para aplacar el malestar creciente de la población. Rouhani ha ido desmontando esa política, en el convencimiento de que el final de las sanciones favorecería un despegue económica antes de que la exasperación popular cristalizara en un malestar social fuera de control.
                
... PERO UNA BASE SÓLIDA
                
Irán es un país rico, educado y razonablemente desarrollado. Aunque la industria petrolera se ha visto golpeada por sucesivas crisis, el potencial es enorme: en los momentos más florecientes, era el cuarto productor mundial y el segundo exportador. Teherán no oculta su objetivo de conseguir exportar hasta cuatro millones de barriles diarios, incluso aunque esa aportación masiva de crudo provoque una caída de los precios hasta los 20 dólares. Estos cálculos suenan demasiado optimistas, según varios expertos occidentales, porque la infraestructura petrolera iraní necesita urgentes reparaciones inversiones (500.000 millones de dólares sólo para cumplir con los objetivos más inmediatos antes de fin de año).
                
Pero el régimen confía en un nuevo esplendor petrolero basado en dos factores: el atractivo que nuevas reservas y proyectos de explotación pueden ejercer sobre las compañías internacional (las inversiones se calculan en 200.000 millones de dólares en los próximos cuatro años) y la admisión de capital extranjero en el plan de privatización de la industria petrolera que está elaborando el Gobierno (2).
                
Se espera que la recuperación del maná petrolero sirva para impulsar otras industrias y actividades económicas que están consolidadas pero duramente afectadas por tres décadas de turbulencias: automóvil, construcción, acero, químicas, finanzas, etc. La posición de Irán en el G-20 es sólida y no ha sido puesta en riesgo ni siquiera durante el periodo de las sanciones. Por poner un ejemplo, quizás no se sepa que la industria automotor es más fuerte que la británica o la italiana. El gran desafío ahora es la diversificación productiva. Pero el país parece bien dotado para afrontarlo. Dispone de universidades e instituciones técnicas y científicas de talla mundial. Irán es el principal inversor en ciencia de todo Oriente Medio, con centros tecnológicos internacionalmente reconocidos en biología, informática y comunicación. En no pocos indicadores Irán supera a países BRIC como India o Brasil (3)
                
En el aspecto social, la mejora de Irán es innegable. Antes de la revolución islámica la esperanza de vida era de 54 años y ahora es de 74. La tasa de alfabetización es del 98%. La quinta parte de la población es universitaria. A pesar de la crisis, la clase media no ha desaparecido, aunque la mayoría de la población tiene que apañarse con salarios que no llegan a los 200 euros mensuales y una carestía de vida creciente hasta hace apenas dos años.
                
En definitiva, Irán ha vuelto y todo indica que su intención es permanecer y no reincidir en políticas que arriesguen el horizonte de un futuro mucho mejor. Los ayatollahs tienen que decidir si la influencia exterior es más importante que la prosperidad nacional. Y las grandes potencias tendrán mucho que decir. Irán no se abriría sólo a Occidente. La intención de los reformistas es equilibrar el nuevo paradigma de apertura a Occidente con el reforzamiento de las relaciones ya desarrolladas con los países emergentes. Los riesgos no son pequeños. El turbulento y destructivo Oriente Medio puede desbaratar, una vez más, estos planes.

(1) "A Téhéran, l'effet de l'accord nucléaire se fait attendre". LE MONDE, 15 de diciembre.

(2) "Why Oil Must not flow fast from Iran". MANSUR KASHFI. FOREIGN AFFAIRS, 26 de 
Octubre.

(3) "Rebooting Iran's economy". MASSUD MOHAVED. FOREING AFFAIRS, 22 de Noviembre.
               
                

EL ÚLTIMO AÑO DE OBAMA

14 de Enero de 2016

                
Obama es un excelente productor de discursos. En fondo y forma. Esa habilidad fue uno de los factores más importantes en la conquista de la Casa Blanca. Hasta sus adversarios lo admiten, aunque añaden que ahí se agotan prácticamente sus méritos. O casi. No es cierto, por supuesto, pero no puede negarse que el actual presidente crea grandes expectativas con sus discursos. Y luego, la realidad de la política, los formidables obstáculos que le ponen sus enemigos y sus propias inconsecuencias devuelven unos resultados algo decepcionantes.
                
En su alocución sobre el Estado de la Unión, el Presidente hizo otro ejercicio brillante al diagnosticar, con altura y profundidad, la realidad del país, sin triunfalismo ni exhibiciones infantiles de poderío al que están entregados obscenamente algunos de sus rivales.  Obama, como es preceptivo en esta ocasión, avanzó sus objetivos para el año que le resta: prometió profundizar en políticas que sigan reduciendo la brecha social, aunque sea en dimensiones modestas. O corregir y reparar algunas injusticias en el sistema de control de la migración. 
                
Pero lo más destacable de este acto litúrgico mayor en Washington ha sido la reflexión sobre algunas de las dolencias profundas del sistema político norteamericano. Y, sobre todo, la admisión honesta por parte de Obama de que la situación no ha mejorado, sino que ha empeorado en sus años de mandato.
                
Cosa grande ésta. No sólo por la autocrítica, que vino acompañada en el discurso de una dura invectiva contra sus adversarios. En su campaña presidencial, Obama prometió instaurar un clima menos partidario (es decir, sectario) y no lo ha conseguido. Lo intentó durante los dos primeros años, pero la oposición cerrada de los republicanos a los estímulos económicos para superar la crisis y aún más feroz a la reforma (modesta) del sistema sanitario, convenció al presidente de que resultaba casi imposible el empeño.
                         
Tras la frustración inicial, vino el vuelco en el legislativo, primero con la conquista republicana de la Cámara en 2010 y del Senado en 2014. Entre esos cuatro años, Obama fué abandonando cualquier esperanza de entendimiento. Y terminará su mandato con el convencimiento de que sólo las a las acciones ejecutivas, es decir el recurso a las atribuciones presidenciales, podrá engrosar su incierta agenda transformadora. Habría que preguntarse si ese objetivo de consenso (para expresarlo en términos políticos españoles) es en realidad posible.
                
Obama representó en 2009 una oportunidad de cambio, no porque presentara un programa de desafío del sistema, sino por esa pasión por la novedad que corresponde a una nación todavía joven. El origen africano del candidato, su facilidad para dominar los nuevos recursos de la comunicación política, el auge demográfico de las minorías y, por supuesto, otros factores más coyunturales como el monumental fiasco de la agenda exterior neocon propiciaron su éxito.
                
Como suele ocurrir, las urgencias desplazan a las prioridades. Y Obama tuvo que afrontar el fabuloso pinchazo de la burbuja financiera, la destrucción masiva de empleo, el desfondamiento de industrias emblemáticas (automóvil). Contrariamente al espíritu neoliberal que seguía anclado en Europa, Obama recuperó a Roosevelt y adoptó versiones adaptadas del keynesianismo. La derecha lo tildó de "socialista"; la izquierda, de tímido. En lo sucesivo, a los conservadores no les bastó con esta etiqueta tabú y han intentado destruirlo por todos los medios posibles. La izquierda americana se ha movido entre el apoyo y la decepción, la comprensión y la frustración.
                
En su discurso de la Unión de este martes, Obama  ha ido más allá de la clásica letanía de relación de consecuciones y medidas, o de reproches. Ha señalado los vicios del sistema político. No los coyunturales, sino los estructurales. Ha singularizado la debilidad intrínseca de una democracia a la que alegremente muchos de nuestros políticos y poco informados comentaristas siguen considerando como "la mejor del mundo".
                
En un párrafo de especial brillantez, Obama puso el dedo en la llaga. "Ciudadanos americanos, sean cuales sus creencias o preferencias partidarias, tanto si han apoyado mi agenda o la han combatido con todas sus fuerzas, nuestro futuro colectivo depende de su voluntad de cumplir con sus deberes como ciudadanos. Voten. Exprésense. Velen por sus prójimos, especialmente por  los débiles, por los vulnerables, con la conciencia de que si nosotros estamos donde estamos ha sido por que alguien, donde sea, ha velado por nosotros. Necesitamos que cada americano tenga una vida pública activa, y no sólo en elecciones".
                
En coherencia con lo anterior, Obama deberá invertir mucha energía en favorecer el ejercicio del voto, que sigue siendo objeto de trampas y celadas, en procurar que dejen de manipularse o se manipulen menos los censos, tamaños y composiciones de los distritos electorales para obtener o asegurar resultados, en impedir que el dinero condicione masivamente el debate político.
                
Obama no quiere ser un pato cojo, como ha escrito John Nicols, el corresponsal en Washington del semanario progresista THE NATION. La historia dirá si esta milla final le empuja hacia el panteón de las esperanzas incumplidas o le asegura el reconocimiento de haber hecho más fuerte moralmente el país.  


AMENAZAS EXTERNAS Y PELIGROS INTERNOS

11 de Enero de 2016
                
Alemania y Francia se encuentran atrapados estos días en un debate arriesgado sobre la seguridad y los valores. Al otro lado del Atlántico, en los Estados Unidos, ocurre algo similar. No es difícil apreciar un denominador común: la tensión entre la necesidad de afrontar amenazas externas y el peligro de que los medios empleados se conviertan en un peligro para la preservación de derechos y libertades.
                
En Francia, se vive esta estas semanas una aguda polémica en torno a la propuesta avanzada por la dupla Hollande-Valls de privar del derecho de ciudadanía francesa a los condenados por delitos relacionados con el terrorismo, si gozan de doble nacionalidad.
                
En Alemania, el aparente asalto generalizado a mujeres en las cercanías de la estación central de Colonia durante la celebración de fin de año ha puesto bajo el foco acusador a numerosos extranjeros, algunos de los cuales podrían formar parte del grupo de refugiados que encontró asilo en el país el verano pasado.
                
Finalmente, en Estados Unidos, el enésimo intento del Presidente Obama de poner coto al ejercicio abusivo del derecho a la autodefensa, convertido en licencia para matar, en impunidad de criminales y desequilibrados, se enfrenta a una resistencia irracional e hipócrita, ahora reforzada por un miedo exagerado al terrorismo islamista.
                
LA ALARMA FRANCESA
                
Resulta inquietante que un gobierno socialista se deje arrastrar por el impacto emocional de los últimos atentados cometidos en noviembre en París. La propuesta de privación de la ciudadanía francesa no parece una medida muy eficaz para reducir la amenaza terrorista, pero puede resultar devastadora para la defensa de los derechos y libertades.
                
No puede extrañar que la propia ministra de Justicia, Christian Taubira, se haya manifestado en contra. En el partido socialista, aunque muchos militantes y simpatizantes apoyan la iniciativa, también se han escuchado voces críticas. No sólo la de los frondeurs (los opuestos a la política socio-económica del tándem Hollande-Valls) o la de la alcaldesa  de París, Anne Hidalgo, claramente enfrentada con el primer ministro. Otros diputados han expresado su malestar por lo que consideran una "disipación de la autoridad moral".
                
Hasta hace dos meses, Hollande era cada día más impopular y la firmeza de Valls para frenar la hemorragia por la derecha no terminaba de funcionar. El ensayo de cambiar de etiquetas a las políticas anti-crisis (rigor, en vez de austeridad) no convencía a casi nadie. El asedio del nacionalismo populista había puesto a la defensiva al tándem gobernante.
                
Los atentados de París han resultado una tentación peligrosa de recuperar popularidad mediante la afirmación de la autoridad y la exhibición de músculo. La propuesta de privación de nacionalidad es quizás la más cuestionable de las medidas contra la amenaza yihadista, por mucho que encuentre respaldo masivo en una ciudadanía asustada e intimidada. La sensatez aconseja políticas más templadas y pacientes, pero a la cúpula socialista no le sobra tiempo y le falta discurso político propio y respaldo mediático. De ahí la alarma suscitada (1).
                
ALEMANIA: COLONIA, CAMBIO DE DIRECCIÓN
                
En Alemania, la crisis de Colonia pone en evidencia la fragilidad del discurso mediático-humanitario de la canciller Merkel. Su defensa de acogida sin reservas a los cientos de miles de personas huidas de las guerras, conflictos y derrumbes de Oriente Medio y África el pasado verano se ha terminado volviendo contra ella. Merkel ha terminado irritando a gobiernos mucho menos razonables de Centroeuropa que, tradicionalmente, seguían a Berlín con veneración; ha desconcertando a sus propios bases políticas que nunca entendieron su entusiasmo por la acogida ilimitada de refugiados; y ahora corre el riesgo de decepcionar a esos desventurados, si termina por restringir las políticas de acogida.
                
Aunque Merkel ha tenido cuidado de referirse solamente a los refugiados delincuentes como algunos de los supuestamente implicados en las agresiones sexuales e intentos de violación en la estación de Colonia, lo cierto es que, desde hace semanas, se observa un ánimo de rectificación en la canciller alemana. Como en Francia, la liberación de instintos mediático-políticos no frenan las simpatías xenófobas, nacional-populistas o ultraderechistas. Todo lo contrarios: las dos formaciones alemanes que capitalizan el malestar social por la inmigración, Alternativa por Alemania y Pegida, han multiplicado su capacidad de convocatoria.
                
El lamentable episodio de Colonia sigue dominado por la confusión. Las declaraciones desafortunadas de la alcaldesa de la ciudad (agredida durante la campaña de su elección por un grupo xenófobo) minimizando la gravedad de las agresiones sexuales, el extraño desempeño de la policía municipal durante la noche de marras y las versiones discrepantes sobre lo ocurrido y su dimensión real abonan una ambiente de emotividad y alarmismo social que no contribuye positivamente a la clarificación de los hechos.
                
EE.UU.: EL TERRORISMO INTERNO
                
En Estados Unidos, el Presidente Obama parece haber encontrado la marca más indeleble de su legado. Fracasado su intento de dejar al país libre de "guerras de elección" externas, intentará racionalizar la mayor paradoja de las percepciones nacionales sobre la seguridad ciudadana. Obama ha sido el presidente que con mayor pasión, compromiso y firmeza ha denunciado el escandaloso tinglado que pervierte el espíritu de la Segunda Enmienda constitucional; es decir, el derecho de los ciudadanos a portar armas para su defensa personal.
                
El primer presidente afro-americano tenía muy difícil hacer avanzar los derechos de su comunidad racial, por un prurito de neutralidad. Pero se ha sentido más libre para denunciar los abusos de la industria de fabricación de armas, el descaro del lobby favorable al uso sin límites y controles de estas herramientas que, por experiencia, se utilizan más para matar que para impedir ser objeto de agresión. El Presidente tiene mucho poder en Estados Unidos, pero en materia legislativa está muy sujeto al Congreso, y cuando esté es hostil, o algo peor, si está claramente decidido a hacer naufragar al Ejecutivo al precio que sea, la capacidad de maniobra se reduce claramente. Con efectos dramáticos, en el caso de las armas.

                
En Europa, este principio de la autodefensa armada, del ojo por ojo, nos suena a tiempos poco civilizados. Pero Obama no pretende hacer entender esto a sus ciudadanos. Las garantías que persigue mediante el agotamiento de sus atribuciones ejecutivas constitucionales no atenta contra el principio de la segunda enmienda, sino a la prevención de sus abusos y peligros más evidentes. Poco importa que el 90% de los actos terroristas sean cometidos por criminales o desequilibrados que gozan de discrecionalidad e impunidad sin límites. Resulta como mínimo chocante que el terrorismo yihadista, ocasional y sometido a una vigilancia minuciosa y poderosa, provoque un pánico desatado y alumbres propuestas grotescas como las formuladas por el candidato Trump. Y, sin embargo, la ciudadanía acumule una tras otra las tragedias del gatillo fácil no sólo sin inmutarse, sino bajo la prevención de que un Presidente quiera poner cota a tanta irracionalidad.                

GUERRAS DE RELIGIÓN, GUERRAS DE AMBICIÓN

 4 de Enero de 2016
                
Era uno de los asuntos anunciados que iban a dominar la escena internacional en 2016, y no se ha demorado mucho la confirmación. El año empieza con la oficialización de una ruptura entre Arabia Saudí e Irán, las dos potencias islámicas de Oriente Medio que ya era una realidad en la práctica desde hace meses. La guerra fría ha durado tres décadas y media.
                
La acumulación y el agravamiento de los conflictos entre los protegidos de uno y otro habían empujado la rivalidad hacia terrenos de confrontación directa. Sólo faltaba una chispa, una provocación o un ligero relajo de la contención para que una enemistad con raíces religiosas milenarias se convirtiera en gran amenaza para la inestable estabilidad en la región.
                
La ejecución del considerado como líder de los contestatarios chíies de Arabia Saudí, el jeque Alí Al-Nimr, anunciada en la mañana del sábado, tenía todo el potencial incendiario imaginable. Que el líder chií estaba condenado a ese destino era cosa sabida. La cuestión es por qué la Casa Real ha decidido que la ejecución se efectuara en vísperas de la importante Conferencia sobre el futuro de Siria y las negociaciones de paz en Yemen, y cuando declina claramente el poder de los sunníes extremistas del Daesh en Irak. Podemos avanzar varias hipótesis, basadas en factores internos y externos, no necesariamente excluyentes:
                
1) La ejecución de Al-Nimr tiene aires de desquite, por mucho que haya una cobertura judicial (por lo demás carente de mínima garantía, según estándares internacionales). Zahran Alloush, líder de Jaish Al Islam (Ejército del Islam), el grupo combatiente preferido por la Casa Saud en Siria, había sido liquidado hacía pocos días en su feudo de Ghutta oriental, un suburbio de Damasco, en una operación del Ejército de Bashar el Assad, aliado de Irán.
                
2) Arabia no parecía cómoda con el inicio de la Conferencia de Paz en Siria, en las circunstancias actuales.  La Casa Real siente esta iniciativa casi como una imposición de los Estados Unidos para detener la sangría. Riad ha reprochado durante años a la administración Obama que haya sido demasiado consentidora con el régimen sirio. Los saudíes siempre han preferido una solución militar, sobre todo en los momentos en que el presidente sirio se encontraba al borde del colapso. Después de la intervención militar rusa, Assad ha pasado de ser el problema a extirpar a convertirse en parte de la solución, al menos de forma transitoria. 
                
3) Desaparecido Alloush, el nuevo dirigente de Jaish Al Islam, menos fiable al parecer, necesita asentarse y demostrar su capacidad de liderazgo. Las otras facciones deudoras de los saudíes en Siria son mucho más débiles, están demasiado divididas, carecen de liderazgo sólido, o son muy cercanas a Al-Nusra, la franquicia de Al Qaeda, no admitida por nadie en las negociaciones. Lo mejor que podría pasar para los saudíes era un retraso en la reanudación del proceso diplomático, que Washington difícilmente estaría dispuesto a aceptar.
                
4) Otro motivo que puede ayudar a entender la ejecución tan 'oportuna' del jeque chií está relacionado con los equilibrios internos entre el poder político y el poder religioso en Arabia Saudí. El principal dirigente islámico del país, el Gran Mufti Abdelaziz Al-Sheikh, ya había advertido que no era aceptable ejecutar a condenados sunníes, aunque estuvieran acusados de actos terroristas y vinculados a Al Qaeda, y se hubiera sido clemente con el hereje Al-Nimr.
                
En una muestra del tono sectario que domina el discurso religioso saudí, el Gran Mufti ha manifestado que las ejecuciones suponen, en realidad, una actitud piadosa hacia los ajusticiados, porque se les había liberado de seguir cometiendo actos malignos. Lo más escandaloso es que Al-Nimr nunca había incitado a la violencia ni se le había podido probar actuación conspirativa alguna, por mucho que sus sermones y proclamas fueran altamente despectivas hacia la familia real y los chiíes de las provincias orientales del reino lo consideraran como su líder espiritual indiscutible desde las revueltas de 2011.
                
5) Finalmente, en la decisión de llevar a cabo la ejecución ha podido jugar un papel de cierta importancia la necesidad de aplacar el pulso por el poder en el seno de la familia real, no tan bien avenida como quiere proyectar la propaganda oficial.
                
El rey Salman, en el umbral de los ochenta, es una figura ultraconservadora que no renuncia a imprimir su sello en el reino, tras los años moderadamente reformistas de su medio-hermano Abdullah. Del día a día, sin embargo, se encargan los dos herederos sucesivos: el primero, su sobrino, Mohamed Bin-Nayef, ministro del Interior; y el segundo en la línea sucesoria, su hijo, Mohamed Bin-Salman, ministro de Defensa. Ambos son, por tanto, los máximos responsables de la seguridad del país.Disientan o no los dos primos en asuntos de relativa importancia política, lo que nadie duda es que compiten tanto como colaboran.
                
Bin Salman se encuentra en una débil posición por la sangría de la guerra de Yemen -otro combate interpuesto contra Irán-, que ha sido unánimemente denunciada por las organizaciones humanitarias como innecesariamente brutal, sin por ello resultar 'eficaz'. Su primo, Bin-Nayef,  'heredó' de su padre el control de los aparatos policiales y de seguridad y mantiene una sólida base de poder. Nayef Bin-Abdulaziz, que estaba llamado al trono pero murió joven, era precisamente uno de los principales blancos de las invectivas del jeque Al-Nimr. La animosidad del primer heredero del régimen saudí hacia el clérigo chií era innegable.
                
Por tanto, la ejecución del líder chií favorece una imagen de cohesión en el régimen saudí, emite un mensaje de firmeza a Irán y hace más difícil a Estados Unidos proseguir con su política de reequilibrios en la región. Un indicio adicional de que Riad había apostado por la ruptura es que no ha apreciado los esfuerzos de Teherán para contener el daño y frenar a su población más exaltada, algo que si ha hecho Washington, de manera  clara y expresa.
                
En definitiva, demasiados factores empujaban a Arabia Saudí a una línea de confrontación más directa con Irán. Los actos de violencia contra la embajada y otros edificios oficiales saudíes eran más que previsibles. EE.UU. ha intentado por todos los medios apaciguar el malestar saudí por el acuerdo nuclear con Irán y el fortalecimiento de los aliados iraníes en Irak y Yemen, aparte de los apoyos ya clásicos a Hezbollah en Líbano y a los alauíes en Siria. Otro frente inquietante se dibuja en Bahrein,  país precisamente fronterizo con las regiones orientales del reino donde los chiíes tienen más presencia y resultan ser muy ricas en petróleo.

                 
La guerra de religión, larvada y ancestral, servirá de tapadera a otra mucho más inmediata e insidiosa por el control y la influencia en una región donde cualquier factor adicional de desestabilización podría resultar insoportablemente peligroso.