TURQUÍA: LA NOSTALGIA OTOMANA

26 de octubre de 2016
               
Después de completar la purga y acomodar el Estado a sus ambiciones y ensueños políticos, el Presidente turco, Recep Tayip Erdogan, cree llegado el momento de cobrarse avances en el frente exterior.
                
La guerra de Siria, aunque resulte un escenario plagado de peligros para Turquía, se le presenta al líder turco como un campo de oportunidades. El pasado verano, tras asegurarse que las consecuencias del fallido golpe militar se encontraban bajo control, lanzó a unidades seleccionadas de su ejército a controlar el norte de Irak, con el propósito de impedir que las victorias militares de las milicias kurdas turco-sirias se hicieran fuertes y avanzaran en su proyecto de instaurar el germen de una futura entidad semi-independiente en la zona.
                
De esta manera, Erdogan decidió, cuando él quiso o cuando le convino mejor, aceptar esa insistente invitación de Estados Unidos y sus aliados occidentales de combatir al Daesh en Siria. Formalmente, las operaciones militares turcas en el norte de Irak tienen ese objetivo, pero en la práctica para el sistema político-militar turco de lo que se trata es de impedir que el vacío de poder generado por el repliegue de los yihadistas sea aprovechado por los kurdos para fortalecer sus posiciones.
                
Washington, impulsado por la necesidad de restañar heridas, tras los reproches de Erdogan por lo que consideró en su momento como tibieza cuando no esquinada complicidad norteamericana en la intentona militar, se sintió en la necesidad de presionar a los combatientes kurdos para que se mantuvieran en la ribera oriental del Tigris y no completaran su aspiración de consolidar una zona continua de terreno en la frontera sirio-turca.
                
Ahora, iniciada la batalla para recuperar Mosul al Estado islámico, el presidente turco, seguramente con el beneplácito del Ejército, ha visto una nueva oportunidad de afianzar la presencia turca en la región. En el complicado plan de combate, que se ha ido gestando durante meses, Washington descartó la participación de fuerzas militares turcas, pero Erdogan está reclamando su parte en el botín, mediante la entrada en combate.
                
En la base turca de Bashiqa, situada muy cerca de Mosul, en el norte de Irak, se mantienen unos ochocientos soldados, apoyados por carros, blindados y artillería, tras las exitosas operaciones militares del verano, ahora en espera de unirse al asalto contra la fortaleza del Califato.            

Aparte del temor principal, a que las guerras de Siria e Irak favorezcan la emergencia de una entidad kurda en su frontera sur, con capacidad para convertirse en germen de una entidad política autónoma primero e independiente después, a los turcos, de confesión sunní mayoritariamente, les inquieta el refuerzo del poder político chíi, confesión dominante en Irak y absoluta en Irán. Uno de los motivos invocados por el régimen turco para justificar su activa participación en el conflicto iraquí es la salvaguarda de la seguridad de la población sunní en Mosul. En la base de Bashiqa, oficiales e instructores turcos entrenan a unas milicias sunníes dirigidas por un antiguo gobernador de Mosul.
                
El activismo turco ha sido todo menos discreto. En los últimos días, el presidente turco ha pronunciado proclamas y encendidos discursos reclamando no sólo sitio en este combate específico, sino en la redefinición de la región. Erdogan sabe que una de las consecuencias de las guerras en Siria e Irak puede ser la conformación de entidades políticas semi autonómas o federadas, y quien sabe si el redibujo de unas nuevas fronteras. Y no quiere que Turquía esté ausente o sea una simple invitada u observadora.
                
La partición de Siria, por ejemplo, es objeto de debate abierto en los gabinetes de estrategia en Estados Unidos y en Europa. Hay quien abiertamente lo está proponiendo como fórmula inicial para detener la guerra y, con posterioridad, para conformar un nuevo país, basado en equilibrios étnicos y religiosos. Al estilo de Bosnia, salvando las distancias (1).
                
Ante la eventualidad de una redefinición del mapa político y geoestratégico, Erdogan quiere reservar un papel muy protagonista para Turquía. El nacionalismo turco, ya sea de inspiración laica o islamista, no ha aceptado nunca las consecuencias prácticas del derrumbamiento del Imperio Otomano, al término de la Primera Guerra Mundial. Y aunque el nacimiento de la nueva Turquía, en los años, suponía la superación del revanchismo, de las tentaciones imperiales y de las nostalgias de grandeza, lo cierto es que la descomposición abierta o semicontrolada de las vecinas Siria e Irak han reabierto el apetito de los nostálgicos del expansionismo turco.
                
Estados Unidos contempla con mucha preocupación esta enésima exhibición de fuerza de Erdogan. Una de las mayores preocupaciones de Washington ha sido convencer al gobierno de Irak, para que excluyera del combate de Mosul a las milicias chiíes armadas y financiadas por Irán. De esta forma, pretendían privar al Daesh de un elemento de propaganda en su esfuerzo de resistencia, ya que los yihadistas no podrían presentarse ante la población local como defensores de la mayoría sunní de la ciudad frente a los asaltantes chíies.
                
En Irak, el primer ministro Abadi, un chíie moderado y muy diplomático siempre en sus manifestaciones, se vió obligado a contestar al intervencionismo turco con una dureza inhabitual. “Por dignidad nacional”, replicó Abadi, las fuerzas iraquíes no permanecerían impasibles ante una intervención militar turca en Mosul: “les haríamos frente”, sentenció.
                
Anteriormente, Erdogan se había mostrado irrespetuosamente desdeñoso con el gobierno iraquí al declarar que Bagdad es simplemente “el administrador de un ejército del chiismo” (2).
                
La administración Obama ha tomado cartas en el asunto. El jefe del Pentágono, que sigue desde la zona el desarrollo de la batalla de Mosul, está realizando intensas gestiones en Ankara y Bagdad para aplacar este brote de tensiones entre dos países que son aliados de Estados Unidos, pero en esfuerzos y objetivos no siempre coincidentes.

NOTAS.

(1)     “Syria. A deadlock for years to come”. MICHAEL O’HANLON. BROOKING INSTITUTION, 17 de octubre.

(2)     “Turkey’s push to join battle for Mosul inflames tensión with Iraq”. NEW YORK TIMES, 23 de octubre; “Turkey barges into the Mosul fight”. NEW YORK TIMES, 24 de octubre.

LA TRAMPOSA DENUNCIA DE DONALD TRUMP

21 de octubre de 2016
                
La última tormenta político-electoral desatada por Donald Trump en Estados Unidos (en Washington, no tanto en el resto del país) ha sido su negativa a reconocer de antemano los resultados del 8 de noviembre.
                
En el tercer y último debate electoral, el nominado republicano se puso misterioso al decir al moderador que "mantendría el suspense" ante la pregunta sobre su aceptación del veredicto de las urnas.
                
Hillary respondió con la contenida indignación que caracterizó su actuación en este último gran espectáculo televisado previo a las elecciones. La nominada demócrata hizo algunas referencias a la limpieza del sistema electoral norteamericano más que discutibles.
                
Es un hecho que las elecciones norteamericanos no son un modelo de democracia, contrariamente a lo que creen muchos en Europa. El sistema está plagado de trampas, obstáculos y trucos que privan del voto a numerosos ciudadanos. La exigencia de carnets de identificación, que en Estados Unidos no son moneda común y corriente como aquí, impide que sectores significativos de la población más desfavorecida vote. Estar identificado cuesta dinero, más del que muchos pobres se pueden permitir. Por no hablar de la población ex-carcelaria (demasiado numerosa en aquel país) y otros condicionamientos, algunos de ellos tan absurdos que resultarían escandalosos en Europa.
                
Muchas organizaciones de derechos cívicos trabajan para que la gente se registre, condición previa para votar (de nuevo, otra exigencia que no existe en Europa), o para ayudar a los ciudadanos a eliminar los obstáculos para registrarse. Esas ong's y algunos medios contestatarios, e incluso otros acomodados en el sistema, llevan décadas denunciando esta debilidad del sistema electoral norteamericano. El ex-presidente Carter dijo en una ocasión que las elecciones norteamericanas deberían contar con observadores internacionales.
                
Recientemente, el Tribunal Supremo ha adoptado algunas medidas que protegen a los ciudadanos de las maniobras de algunos estados, principalmente los dominados por la derecha republicana, para limitar el derecho de voto.  Pero hay mucho por hacer y el riesgo de retroceso está siempre presente.
                
Al poner en duda el resultado legítimo de las elecciones, Donald Trump no denuncia, y mucho menos afronta, las brechas en la legitimidad electoral. No era esa su intención. Ni un sistema más justo y democrático, su objetivo.         
                
Lo que Trump pretende es justificar su presentida derrota. El anti-candidato del Partido Republicano ha hecho una campaña desastrosa. A la fatiga que la incontinencia de estupideces y falsedades ha generado, se han sumado las injurias a mujeres, grupos sociales o raciales, a medios menos complacientes, o a su propia rival directa.
                
Trump se empeora a sí mismo (un ejercicio verdaderamente sobresaliente por la dificultad que comporta), cuando intentó luego hacerse el gracioso y aseverar que sólo reconocería los resultados si él resultaba ganador.
                
Después de todo, el sistema político-mediático norteamericano se "merece" a un tipo como Donald Trump. Sin la atención casi obsesiva, más o menos involuntaria, hipócrita, que ha recibido de casi todos los medios, sin la instrumentalización de su venenosa popularidad por parte de la errática y vengativa derecha política, Trump no habría pasado de ser lo que es: un oportunista aventurero con pocos escrúpulos, un sarta de tópicos demagógicos y apenas unas cuentas ideas recurrentes del arsenal reaccionario estadounidense.
                
No reconocer su presentida derrota y prolongar innecesariamente la duración de la liturgia de la noche electoral al no comparecer públicamente para felicitar a Hillary Clinton sería la última manifestación de lo único que sabe hacer: concitar en él el foco de la atención mediática.
                
El sistema electoral norteamericano necesita una revisión profunda. Pero Donald Trump no es ni puede ser el profeta de su reforma, sino un farsante escandaloso.

                

DAESH: ¿DERROTA FINAL O ENÉSIMA TRANSFORMACIÓN DEL JIHADISMO?

19 de octubre de 2016
                
Ha comenzado lo que parece ser la penúltima batalla en la guerra contra el Daesh. Se está librando en Mosul, segunda ciudad de Irak en población, capital del autoproclamado Califato y epicentro de su poder económico y propagandístico.
              
LA BATALLA DE MOSUL
                
Los análisis previos anticipan una campaña sangrienta que puede durar dos meses o más, según el optimismo o la cautela de unos u otros. Todos, en cambio, coinciden en el pronóstico sobre el resultado: ganará la denominada coalición. ¿Quiénes la componen?  Un complejo y desigual conglomerado de fuerzas compuesto por, el ejército regular, la policía federal y las fuerzas antiterroristas de Irak, los peshmerga (milicianos) kurdos, las milicias chiíes pro-iraníes semiautónomas, fuerzas tribales sunníes y rebeldes pro-turcos. En labor de apoyo, protección y orientación,  la aviación, los servicios de inteligencia y las fuerzas especiales norteamericanas y otros efectivos militares europeos (1).
               
                
El pronóstico es palmario. Ante tal despliegue de fuerza, los jihadistas (entre 3.000 y 5.000 según las fuentes) sólo tienen contadas opciones: una resistencia parcialmente subterránea, numantina, horriblemente destructiva y sangrienta, con la aniquilación como único horizonte plausible; la huida (muy improbable, al menos en condiciones favorables); o la rendición incondicional (convertida en otra forma de sacrificio, ya que nadie garantiza clemencia a los derrotados).
               
                
Uno de los principales expertos en Irak, por su experiencia directa en varias zonas del país, Michael Knigths. Este analista asegura que son muy improbables los llamados "escenarios pesadilla" (sacrificio de gran parte de la población convertida en escudos humanos, voladura de los puentes sobre el Tigris, destrucción de los sistemas de agua y electricidad, desencuentros  o malentendidos entre los asaltantes y la resistencia local o enfrentamientos sectarios entre los distintos grupos de la coalición).  La extensa red de vigilancia aérea y sobre el terreno desplegada durante meses por Estados Unidos  y el gobierno iraquí parece suficiente para prevenir estos desastres (2).
                               
Quien sabe. En todo caso, el verdadero debate sobre la campaña de Mosul no es militar, por mucho que en algunos medios se sienta de nuevo esa excitación que sólo parecen  despertar las noticias bélicas.  En Mosul se juega, a decir de muchos observadores, el futuro cercano de Irak.  Y, quizás, de toda la región.
                              
Lo más difícil no será expulsar al Daesh sino establecer en la ciudad y en su área de influencia (provincia de Ninive y aledañas en el norte del país) un sistema que garantice la estabilidad y la convivencia entre nacionalidades, etnias y confesiones (3). La ambición de las potencias regionales limítrofes (Turquía e Irán) y la incertidumbre sobre la política de la nueva administración norteamericana hacen imposible prever un desenlace satisfactorio de este dilema político. Por no hablar del fantasma de la partición (4), una tentación o amenaza que resulta también recurrente en Siria.              
               
LA REESCRITURA DE LAS PROFECÍAS
               
Otro factor que complica la estabilidad es la vecina guerra de Siria. Si el Daesh pierde su capital institucional y económica, se verá obligado a librar su última batalla en Raqqa, su bastión militante y propagandístico en Siria. En las últimas semanas habrían llegado a esta ciudad cientos de cuadros del califato acompañados de sus familias, procedentes de Mosul, para escapar del exterminio anunciado. Seguramente, apenas conseguirán aplazar su aniquilación. Las posiciones del Daesh en Siria están diluyéndose por días.          
               
El pasado fin de semana los extremistas abandonaron Dabiq, localidad emblemática como pocas, donde la propaganda califal situaba la que debía ser victoria definitiva contra los cruzados, según una ancestral profecía. Los rebeldes sirios pro-turcos se apoderaron de la ciudad con una facilidad mucho mayor de lo esperados, desmintiendo pronósticos de sacrificio masivo de los milicianos califales.  La propaganda jihadista, en un reflejo orwelliano, ya está reescribiendo sus proclamas de hace dos años y anunciando que "no era aún el momento de la batalla definitiva" y otros mensajes de improbable fortuna (5).
                            
El ISIS (o Daesh) está acabado. Todo indica que Obama dejará la Casa Blanca con ese objetivo prácticamente cumplido. Otra cosa es que el extremismo islámico esté derrotado. Eso sería una pretensión irreal, absurda. Después de todo, este Estado Islámico es heredero de otras formaciones similares o análogas que se solapan y suceden de forma espontánea, casi inevitable. La propuesta extremista desde una óptica político-religiosa es una realidad que será difícil desarraigar en Oriente Medio durante generaciones, mientras no haya un cambio en las condiciones de vida de la población, un giro impensable en las políticas de las potencias occidentales en la zona y un reequilibrio de las opciones políticas locales o regionales.   
                
La derrota (militar) del Califato puede alentar la narrativa del martirio, muy fértil en aquellas mentalidades, por incomprensible que nos resulte a los occidentales. De las ruinas de Al Qaeda, devastada tras el 11-S, emergió una nueva corriente de extremismo islámico que el Daesh supo interpretar, reorientar o liderar. Lo más probable es que otra formación, se llame como se llame, emerja del apocalipsis jihadista que se perfila en Mosul y Raqqa.
                
De hecho, los líderes del Califato ya han anticipado su destrucción y han ensayado alternativas de supervivencia: en África, en Asia, pero sobre todo en Occidente. El ISIS perderá su condición de Estado (lo ha perdido ya) y regresará (ya lo está haciendo) a la clásica forma de organización armada o terrorista. Si puede hará daño, mucho daño, Europa, con atentados de gran envergadura. Cuando los militares de élite occidentales terminen su trabajo en Iraq y en Siria, se multiplicará el trabajo de los distintos cuerpos policiales y de inteligencia, sometidos ya a una presión enorme, en Europa, en Estados Unidos y en otras latitudes. 
                
Las profecías no se cumplen casi nunca, como en Dabiq; los pronósticos, sólo a medias. Y las batallas desiguales  como la que se va a librar en Mosul, o próximamente en Raqqa y otros enclaves de Siria, terminan replicándose en nuestras ciudades, en forma de coches-bombas, atentados suicidas y cualquier otra forma de venganzas mortales.

NOTAS

(1) "Quelles sont les forces en présence por la bataille de Mossul"; Comment la bataille contre l'Etat islamique se prépare-t-elle autour de Mossoul?". LE MONDE, 17 de octubre.

(2) "The liberation of Mosul will go betther than you thought". MICHAEL KNIGHTS. THE WASHINGTON INSTITUTE, 18 de octubre.

(3) "Truly winning the battle of Mosul".DANIEL BIMAN. MARKAZ,BROOKING INSTITUTION, 18 de octubre.

(4) "Is protecting Mosul minorities an excuse for partition?". BEVERLY MILTON-EDWARDS. AL JAZEERA, 17 de octubre.


(5) "After losses in Sira and Iraq, ISIS moves the goal posts". NEW YORK TIMES, 18 de octubre.

SIRIA Y YEMEN: DOS GUERRAS SIMILARES, DOS NARRATIVAS DIFERENTES

13 de Octubre de 2016
                
Raramente, el foco de interés mundial se pone en más de un escenario al mismo tiempo. Los conflictos armados (las guerras, para entendernos) son absorbentes, pero sólo una vez que capturan el interés público dominante. Absorbentes y excluyentes. Cuando se convierten en el asunto preferente, hacen olvidar a otros, no menos graves, no menos mortíferos, pero sí menos eficaces en la conquista de la pantalla.

Es por eso que, en estos momentos, la atención diplomática, política, humanitaria, mediática y propagandística está puesta en Siria, mientras otra guerra igualmente brutal, devastadora y peligrosa para la estabilidad regional y global, la de Yemen, casi está pasando desapercibida.

Este fenómeno de la atención dispar va más allá de eso que en los noventa, en otro momento de acumulación de desastres bélicos, se llamó la “fatiga de la compasión”. Porque, al cabo, de eso se trata. Las guerras se inician por razones que poco o nada tienen que ver con cuestiones humanitarias (aunque sí fieramente humanas, incluso las que se ocultan bajo pretextos religiosos o sobrenaturales), pero se convierten en asuntos de interés general o global, cuando son capaces de acumular tanto sufrimiento humano, siquiera remoto, delante de nuestros ojos que la mala conciencia, o la buena, nos obliga a prestarle atención.

Siria es una calamidad absoluta, porque ninguno de los contendientes es fiable. No hay una solución positiva, y eso explica que un actor tan decisivo como Estados Unidos no se haya comprometido a fondo. Los partidarios de un intervencionismo más activo, ya desde el posicionamiento liberal (que en EE.UU. equivale a “progresista”) o desde la perspectiva neocon en retroceso, reprochan a Obama su pasividad, incluso su falta de visión estratégica, cuando no lo hacen responsable directo del caos actual.

Afortunadamente no falta quien replica a bienintencionados o guerreros con sólidos argumentos. Como Steve Simon, uno de los principales conocedores de la región, responsable de Oriente Medio en la primera administración Obama y agudo analista. Contra la opinión mayoritaria y la venenosa intoxicación de los sectores más reaccionarios, Simon afirma que no hay que intervenir militarmente, que hay tener mucho cuidado sobre el grupo al que se apoya y los objetivos que se pretende defender. Con buen juicio, recomienda insistir en la vía diplomática, por gastada e ineficaz que se haya mostrado hasta ahora, para proteger lo más posible a la población civil, reducir su injustificado sufrimiento y propiciar una solución política a medio plazo.

La paciencia no vende, no es mediática, no captura las pantallas. Pero suele ser el mejor condimento para avanzar en soluciones complejas. Desde el momento en que una guerra se convierte en un arma política arrojadiza en conflictos políticos ajenos, la posibilidad de una solución pacífica se reduce. Ocurrió en Bosnia y está ocurriendo en Siria.

Pero, volviendo al dilema del principio, ¿por qué Siria preocupa tanto y en cambio a nadie parece interesarle lo que pasa en Yemen? Se puede decir que, siendo ambos conflictos muy graves y temibles, el sirio es más peligroso, más mortífero. Es discutible.

Yemen es un país más desconocido, no menos importante. Ni más pequeño, ni menos relevante geoestratégicamente. La persistencia del conflicto yemení es tan desestabilizadora de la región como el sirio. Pero este último tiene resuelto el elemento clave que convierte una guerra en preferencial: están más implantados los papeles de bueno y malo, de amigos y enemigos, de villanos y víctimas.

En Siria, se nos presentan dos grandes villanos que, a su vez, son enemigos entre sí: el régimen de Bashar el Assad y los extremistas islámicos del ISIS. No se puede derrotar a los dos a la vez, así que Estados Unidos y sus aliados han preferido destruir primero a los jihadistas, pero sin que ello permita reforzarse al gobierno. Pero tan importante son los villanos locales como quienes los protegen, como se argumentaba en tiempos de la guerra fría. Entonces como ahora, la Siria oficial es el feudo regional de Rusia (antes la Unión Soviética).

Las víctimas, los buenos pasivos, son la población civil, la gente corriente que sufre, se muere de hambre, enferma sin remedio ni alivio y muere. Otros actores intermedios, a los que protegemos sin proclamarlo demasiado, o no protegemos tanto como pretendemos, porque ni siquiera sabemos si merecen ser consideramos buenos o de los nuestros. Por eso no cuentan mucho. Es demasiado complicado explicar sus rivalidades o sus contradicciones. Son los actores invisibles. Hacen la guerra incomprensible al desbordar el contorno humano para convertirlo en un asunto político, socio-económico, ideológico, religioso; es decir, distante, ajeno.

El encaje sencillo, evidente, de la guerra de Siria en el renovado pulso de Occidente con Rusia, con la potencia euroasiática, enemigo tradicional durante décadas, desdibujado en los últimos veinticinco años, pero temible de nuevo, favorece la atención preferente por esta guerra en la ribera oriental del Mediterráneo. 

En Yemen, en cambio, la situación es igualmente compleja, pero el maniqueísmo de buenos y malos, las antinomias de amigos y enemigos son mucho más incómodas. Las mayores barbaridades de la guerra las está cometiendo Arabia Saudí, potencia regional, no nacional. Carnicerías por error, descuido o premeditación convierten la aparente inhibición de Estados Unidos en insostenible. 

Washington mantiene distancia del conflicto, pero alimenta los bombardeos saudíes con la inteligencia imprescindible para que Riad no haya perdido ya la guerra. Para compensar la irritación saudí por el acuerdo nuclear iraní, la Casa Blanca ha otorgado a su gran aliado árabe un respaldo del que posiblemente ya se haya arrepentido.

La última barbaridad, el bombardeo de una morgue en la capital, Sanaa, obligó a portavoces oficiales norteamericanos a pedir públicamente explicaciones a sus protegidos saudíes. Días antes, el ataque a un convoy humanitario en Siria, había desencadenado una tormenta en la ONU y la anunciada ruptura del cese el fuego. Imposible no distinguir el doble rasero. Inevitable el discurso ambivalente sobre crímenes de guerra y responsabilidades.

El reciente intercambio de acciones militares limitadas entre las fuerzas norteamericanas y los rebeldes huthies apoyados por Irán no debe conducir a una escalada, aunque eso es lo que le gustaría que ocurriera, parcialmente, al petromonarquía árabe.

Los bandos locales en uno y otro país están plagados de divisiones, contradicciones y crueldades. La población yemení sufre tanto como la siria. Y la forma en que el régimen casi feudal de la Casa Saud defiende sus pretendidos intereses en Yemen no es más comprensible o justificable que la actuación rusa en Siria. Pero no interesa poner el foco en Yemen, porque habría que dar muchas explicaciones sobre la inconsistencia de los apoyos que Occidente, con mayor o menos discreción según el caso, proporciona.

En definitiva, Siria y Yemen son dos guerras similares, devastadoras y crueles hasta lo insoportable, que despiertan enjuiciamientos morales y atención mediática y diplomática en absoluto equiparable. De ese tratamiento, se desprende una narrativa, diferente, desigual y, a la postre, profundamente cuestionable.


MARRUECOS: CONSOLIDACIÓN DE LOS ISLAMISTAS, DECEPCIÓN DE LA IZQUIERDA

 9 de octubre de 2016

Los islamistas marroquíes del PJD consolidan su mandato pero tendrán que negociar pactos para hacer estable su gobierno durante los próximos cuatros. Mejoran su representación parlamentaria por encima de lo esperado (de 107 a 125), pero necesitan 198 para contar con mayoría absoluta.
                
Sus socios más probables son los nacionalistas del Istiqlal, claramente en retroceso (han perdido catorce escaños y pasan de 60 a 46 escaños) y los oficialistas de la RNI (Unión Nacional de Independientes), que  tendrán que conformarse con 57 escaños, 13 menos que hasta ahora. Ambas formaciones se han sucedido estos cuatro años como fuerzas auxiliares en el gobierno anterior, pero durante la campaña se han mostrado muy críticas con el PJD.
                
No será una coalición fácil. Los islamistas cuentan con el apoyo del Movimiento Popular y otros partidos menores, aunque el desgaste que han sufrido en estos cuatros años al lado de los islamistas puede hacerles menos proclives a continuar con el respaldo al PJD.
                
La oposición será liderada por los liberales eclécticos del PAM, considerado como el partido más cercano a Palacio. Mejorar ostensiblemente su representación (superan la barrera del centenar de escaños) y se confirman como alternativa, debido a su creciente implantación local.
                
LA GRAN DECEPCIÓN DE LA IZQUIERDA
                
La izquierda es la gran derrotada de estas elecciones. Los dos partidos tradicionales, la Unión Socialista de Fuerzas Populares, pese a mantenerse en la oposición estos años de gobierno islamista, ha visto reducida a la mitad su presencia en el nuevo Parlamento (pasa de 39 a 20 diputados). Los ex-comunistas del Partido por el Progreso y el Socialismo (PPS), que optaron en cambio por coaligarse con el PJD, también retroceden (pasan de 18 a 12), pese a sus prometedores resultados en las municipales del año pasado. La gran decepción ha sido la izquierda renovadora, que sólo obtiene dos escaños. Su líder, la carismática profesora Nabila Mounib, no ha conseguido un asiento parlamentario.
                
No es probable que los socialistas de la USFP se ofrezcan ahora para reforzar el proyecto islamista después de haber dicho que la victoria del PJD podría poner a Marruecos en la senda de Siria, una observación poco afortunada. Los comunistas, malparados por esa cohabitación, pueden replantearse su posición, ahora que ya no son tan necesarios.
                
Los islamistas marroquíes son más pragmáticos aún que los de Túnez. Aceptan la preeminencia absoluta del Trono en la conducción de los asuntos estratégicos del país. Aunque el soberano parece decidido a convencer a propios y extraños que acepta algo parecido a la monarquía constitucional, todavía se reserva palancas formales e informales de poder que tienen poco que ver con este sistema propia de los reinos europeos.

                

MARRUECOS: UNAS ELECCIONES PARA REORIENTAR LAS REFORMAS

7 de Octubre de 2016
                
Marruecos, nuestro vecino del sur, renueva hoy su Parlamento. Una veintena de formaciones políticas se presentan con aspiraciones de representación, pero dos son las llamadas a disputarse el triunfo y, lo que es más importante, la capacidad de gobernar.
                
La primera y favorita es el Partido de la Justicia y el Desarrollo, de orientación islamista moderada, actualmente en el gobierno, con una relación de aceptable colaboración con el Trono y una fuerte implantación social.
                
El principal aspirante a protagonizar el cambio es el Partido de la Autenticidad y la Modernidad, compuesto por personalidades de distintas extracciones políticas e ideológicas. Impulsado hace cuatro años, por un amigo íntimo del Rey y hoy su más próximo consejero Fuad Ali Al-Himma, se le percibe como el partido de la Corona.
                
A una distancia considerable en expectativa de voto aparecen otras formaciones que podrían ser muy necesarias para componer una inevitable coalición de gobierno. La más importante de estas fuerzas secundarias es el histórico Istiqlal, nacionalista. Comparte con los islamistas una visión social conservadora, pero su experiencia de cohabitación en el gobierno saliente ha sido difícil y tormentosa y se resolvió en la ruptura. Los puentes pueden rehacerse, pero la confianza entre ambos está bajo mínimos.  
                
UN JUEGO DE IMPOSTURAS
                
La pugna entre los islamistas del PJD y los liberales del PMA refleja la colección de imposturas tradicionales en la política marroquí. Cada bando acusa al otro de ser algo diferente de lo que proyecta y ambos tienen parte de razón, pero ocultan intencionadamente su verdadera identidad (1).
                
EL PJD no es tan independiente del único poder real en Marruecos (que es la Corona, asistida de los principales aparatos del Estado) como ellos pretenden, ya que su carismático líder y primer ministro, Abdelilah Benkirane, se ha adaptado, sin mucha resistencia, al peculiar modelo de monarquía sintética, tradicionalista y modernizadora a la vez, anclada siempre en papel dual del trono, político y religioso: el Rey es el Amir Al-Muminin, o Comendador de los creyentes, de los fieles, de la población entera. Los islamistas se ha desmarcado por completo de la experiencia de los Hermanos Musulmanes egipcios y, por supuesto, se presenta como bastión frente al extremismo yihadista, pese a que algunos los acusan de doble juego o de ambiguedad.
                
Los liberales eclécticos, que se reclaman de la autenticidad y la modernidad, quizás no sean marionetas del Trono, o simples instrumentos del tahakoum, término que puede traducirse como Estado profundo, como aseguran sus rivales islamistas, pero sus vínculos con el poder real son innegables e inocultables. Su líder actual es Ilyas el-Omari, un rifeño procedente de la izquierda que se ha ido centrando, tanto ideológica como institucionalmente, para convertirse en verdadera opción de gobierno. Ahora exhibe un progresismo laico muy militante, que le lleva a exageraciones como proclamar que "el PJD no defiende Marruecos sino el Califato" (2). Niega Omari la complicidad con el poder, que le imputan sus adversarios islamistas pero también la izquierda renovadora. Que el ministerio del interior haya negado cualquier intento de propiciar la alternancia política, lejos de convencer a analistas y ciudadanos comunes, ha alentado justo lo contrario.
                
El Parlamento contará con 395 diputados. Tras la revuelta de 2011, Mohamed VI introdujo cambios constitucionales en virtud de los cuales el primer candidato a formar gobierno debe ser el líder de la formación más votada. Pero la atomización del paisaje político marroquí empuja ineludiblemente a entablar coaliciones, una operación muy complicada y azarosa.
                
En la actualidad, el PJD cuenta con 107 diputados, pero aspira a mejorar su representación, hasta los 115, según uno de sus portavoces. Con esa fuerza parlamentaria puede encabezar una coalición medianamente estable, atrayendo de nuevo al Istiqlal y a otras pequeñas formaciones más o menos instrumentalizadas por la Corona.
                
El PAM proclama que es opción de gobierno y airea sus buenos resultados en las elecciones municipales del año pasado. Logró imponerse en cuatro de los diez departamentos y cuenta con sólidas posiciones en algunos municipios grandes. Pero los islamistas, pese a su discreto balance en el terreno económico (escaso crecimiento de apenas un 1,5% en estos cuatro años) y los claroscuros en otra de sus políticas preferentes, la lucha contra la corrupción, mantienen un nivel aceptable de popularidad.
                
El otro asunto que concita gran interés social y político es el rol social de la mujer. La reforma del moudawana o código de familia ha sido muy modesto. El PAM se presenta como una fuerza modernizadora, si no feminista, comprometida claramente con la superación de viejos y muy tradicionales principales, que limitan los derechos de las mujeres y bloquean su proyección social (3).  Los islamistas, más pragmáticos que sus análogos en otros países árabes  camuflan su conservadurismo, y prueba de ello es su posición en el controvertido asunto de las herencias.
                
LA IZQUIERDA, VERDADERA OPCIÓN DE CAMBIO
                
La verdadera opción de cambio social y político y de renovación ideológica e incluso generacional la abandera una coalición denominada Federación de la Izquierda Democrática, que aglutina, entre otros, al Partido Socialista Unificado y a las fuerzas que alumbraron el Movimiento 20 de febrero, la expresión marroquí de la primavera árabe de 2011.
                
El objetivo de esta confluencia en la izquierda no tradicional es hacer de Marruecos una sociedad moderna y respetuosa del papel activo de la mujer, defender los derechos e intereses de las clases populares y avanzar hacia una monarquía plenamente constitucional.
                
Nabila Mounib es la cabeza de cartel de esa plataforma electoral de la izquierda renovada y la secretaria general del PSU, formación radical que se ha moderado para competir en el panorama político. Doctora y profesora universitaria, de gustos un tanto elitistas, pero muy contundente en sus críticas al régimen, se configura como una dirigente de futuro. En Palacio no la ven con malos ojos desde que consiguió convencer al gobierno sueco de que no reconociera a la República saharaui (4).
                
La izquierda se dibuja poco a poco en Marruecos como verdadera fuerza de cambio, aunque todavía es débil socialmente. Las movilizaciones de 2011 crearon una dinámica de renovación que luego se debilitó. Ahora parece resurgir, pero su fuerza se reduce a los mayores núcleos urbanos (5).No obstante, la persistencia de los veterano partidos demasiado comprometidos con la absoluta prevalencia de palacio (como los socialistas históricos de la USFP o los antiguos comunistas del Partido para el Progreso y el Socialismo, socio del PJD en el gobierno), o la influencia corporativa de los sindicatos, suponen un obstáculo para un proyecto global de renovación política y transformación social.
               
(1) "Morocco's Legislative Elections wil test the reform process" SARAH FEUER. THE WASHINGTON INSTITUTE FOR NEAR EAST POLICY, 5 de octubre.

(2) "Dossier. Législatives au Maroc 2016". JEUNE AFRIQUE. http://www.jeuneafrique.com/evenements/legislatives-au-maroc-2016/

(3) "Moroc's Liberal Challengers", ILIA BERMAN. FOREIGN AFFAIRS. 5 de octubre.

(4) "Au Maroc, Nabila Mounib veut incarne un 'troisième voie'". YOUSSEF AIT AKDIM. LE MONDE. 27 de septiembre.


(5) "L'amertume ds militants du 'primtemps marrocaine'".CHARLOTTE BOZONNET LE MONDE, 3 de octubre. 

COLOMBIA: LAS OPCIONES TRAS EL REFERÉNDUM

5 de Octubre de 2016
                
La conclusión más repetida tras la derrota de los acuerdos de paz en Colombia es que ha triunfado el NO. Es discutible. Más bien, ha triunfado la perplejidad, la indecisión o el simple desinterés por los intereses públicos, a tenor de la altísima abstención (más de las dos terceras partes del censo). Es un dato capital que en las zonas más afectadas por la guerra, donde ha habido más víctimas, el SI ha triunfado de forma abrumadora. Han sido los núcleos de población más alejados del conflicto los que han hecho fracasar políticamente el acuerdo.
                
En las últimas 72 horas se han adoptado algunas medidas por los protagonistas del proceso y se han apuntado escenarios alternativos desde puestos de observación y análisis.
                
LAS PRIMERAS ACTUACIONES DE LOS PROTAGONSITAS
                
1) El gobierno y las FARC no dan por muerta la paz y para escenificarlo sin demora, han vuelto a La Habana, aún no se sabe si para renegociar, modificar o replantear el acuerdo, o simplemente para concertar una respuesta pactada. Algo que no debe darse por garantizado: aunque las dos partes tienen interés en salvar el acuerdo, sus objetivos son diferentes.
                
2) El presidente Santos ha admitido que no tiene plan B. O dijo que no lo tenía, para no alentar una respuesta negativa, o para afirmar la idea de que la paz no podía ser moneda de cambio. De hecho, convirtió la firma de los acuerdos en una celebración de la paz, creyendo que el positivo efecto propagandístico le permitiría alcanzar un porcentaje favorable superior al 70%, como auguraban los sondeos más optimistas.
                
3) El líder guerrillero, Rodrigo Londoño, ha manifestado que defenderán el acuerdo con palabras y no con balas. Pero si desde el gobierno, o desde sectores del Ejército opuestos al proceso, consiguen arrinconar al gobierno, a Timochenko  y al resto de sus compañeros de dirección les podría resultar imposible controlar a sus comandantes intermedios y la sucesión de escaramuzas bélicas sería inevitable.
                
4) El ex-presidente Álvaro Uribe, el principal dirigente político opuesto al acuerdo, se ha mostrado cauteloso, en cierto modo conciliador y ha pretendido proyectar una imagen de estadista, al avenirse a una reunión con el Presidente Santos para encontrar una solución. Uribe es el vencedor político del chasco referendario, pero corre el riesgo, si no administra bien su éxito, de que se vuelva contra él, en caso de que se imponga de nuevo el escenario de una guerra fuera de control.
                
LAS OPCIONES PREVISIBLES
                
1) Una primera opción, la más deseable, sería un ajuste del acuerdo, incorporando algunas de las exigencias del bando del NO, en particular, la noción de justicia transicional (evitación de la pena de cárcel incluso para los delitos de sangre) y los derechos políticos blindados de los guerrilleros (puestos reservados en el Parlamento, en próximas elecciones). Lo más positivo sería que la renegociación no se prolongara mucho (sólo algunas semanas, no meses) y que el gobierno considerara innecesario convocar otro referéndum, como apunta Adam Isacson, responsable de la Oficina de Latinoamérica, en Washington (1).
                
En cuanto al contenido de las rectificaciones, la investigadora Valda Felbab-Brown afirma que "el liderazgo de las FARC necesitará aceptar algún grado de responsabilidad y arrepentimiento...y tendrá que aceptar un mayor grado de justicia jurídica por su comportamiento pasado y no sólo esperar perdón" (2).
                
Los defensores del NO sostienen que el gobierno ha sido muy complaciente con la guerrilla en la rendición de responsabilidades y, con toda seguridad, van a insistir ahora, con el resultado de la consulta encima de la mesa, que los guerrilleros con delitos de sangre probados afronten penas de "efectiva restricción de libertad" de entre cinco y ocho años.
                
El problema es que los guerrilleros difícilmente van a aceptar dejar las armas para entrar en la cárcel. Para ellos, tal escenario equivaldría a una "rendición" que no merecería la pena aceptar, y seguramente preferirían volver a las armas,  como sostiene acertadamente Isacson en su artículo antes citado.  Esto nos sitúa en el segundo escenario.
                
2) El regreso al escenario bélico para recalibrar fuerzas. Es la aspiración no declarada de los opositores al acuerdo. Uribe y los suyos creen que las FARC se encuentran muy debilitadas y, de habérseles presionado un poco más, se habían avenido a un trato más ajustado a la justicia, tal y como ellos la contemplan.    
                
La derecha radical se maneja con cierta hipocresía en la proclamación de la justicia. En la negociación para la reinserción de los paramilitares (las Autodefensas), que Uribe promovió, acordó y ejecutó, las supuestas penas de prisión pactadas estaban plagadas de agujeros, lo que permitió una cierta impunidad de hecho, aunque no de derecho.
                
Otro factor que pueda empujar a la reanudación de la guerra en el replanteamiento radical de los derechos políticos garantizados a los guerrilleros.  No es previsible que los uribistas acepten que no se modifique este capítulo del acuerdo.
                
3) La tercera opción que se está manejando es una reforma de la Constitución. Paradójicamente, la derecha más radical y la guerrilla coinciden en esta aspiración, aunque por razones distintas.
               
Los conservadores activos pretenden introducir valores de orientación religiosa y endurecer la persecución de ciertos delitos que tienen fuerte raigambre social y política.
                
La izquierda, por el contrario, aspira a que la Carta Magna garantice medidas de reforma agraria y reparto de la riqueza. De hecho, una de las mayores concesiones de las FARC en el acuerdo de paz ha sido precisamente la distribución de tierras a campesinos pobres.
              
El gobierno y los progresistas más moderados consideran muy arriesgado abrir ahora el melón constitucional. Consideran que la última reforma, efectuada en 1991, supuso la modernización de un texto centenario y la consagración de derechos de minorías (3).
               
En definitiva, lo inmediato sería impedir que el resultado del referéndum precipite el bloqueo de algunas provisiones previstas, como el traslado paulatino de los siete mil guerrilleros hacia las zonas de desmovilización y la liberación de niños soldados.

(1) "Back to Square One". ADAM ISACSON. THE CIPHER BRIEFING, 4 de octubre.

(2) "Voters said 'no' to peace in Colombia. What's next?". VANDA FELBAB-BROWN.  BROOKINGS INSTITUCIÓN, 3 de octubre.

(3) NEW YORK TIMES, 4 de octubre.