OBAMA SALDA CUENTAS CON NETANYAHU

29 de diciembre de 2016
                
No es la primera vez que Estados Unidos adopta una resolución en las Naciones Unidas que contraría a Israel, pero la abstención de esta semana en el Consejo de Seguridad, que permitió la aprobación de la resolución 2334, tiene un alcance de particular importancia. La decisión de la administración Obama es más que significativa en el fondo y en la forma, pero sobre todo por el momento en que se produce.
                
Básicamente, la Resolución 2334 (llamada a forma parte de la historia del proceso de paz en Palestina) condena a Israel por su política de expansión de los asentamientos en los territorios ocupados en la franja occidental del río Jordán (Cisjordania) y el sector oriental de Jerusalén. La resolución invoca la Cuarta Convención de Ginebra, que prohíbe expresamente a las potencias ocupantes la anexión del territorio bajo su control, la trasferencia de población ajena o cualquier política destinada a alterar su equilibrio demográfico, que es exactamente lo que Israel lleva haciendo desde 1967.
                
El malestar entre los dos gobiernos adquirió dimensiones muy difíciles de manejar desde la decisión norteamericana de resolver la cuestión nuclear de Irán no por la fuerza, sino mediante un acuerdo de congelación y limitación temporal con fuertes garantías. Para Netanyahu y la derecha israelí, se trató de una auténtica traición. Pero con anterioridad, la extensión de los asentamientos judíos ya había envenenado las relaciones bilaterales.

LA COLONIZACIÓN, EL MAYOR OBSTÁCULO PARA LA PAZ

La colonización judía de Palestina no es el único, pero sí el principal obstáculo para hacer posible la fórmula que la comunidad internacional parece haber convenido en los últimos años para resolver el conflicto más intratable del último medio siglo; es decir, la solución de los dos estados: el actual Israel y Palestina. Ante la creciente deriva de las opciones políticas en Israel hacia posiciones cada vez más intransigentes, tanto en la cuestión palestina, como en otros asuntos de contenido social, ideológico y religioso, el Likud, un partido nacionalista y conservador pero tradicional, ha ido radicalizado su mensaje, para no ser desbordado por las formaciones emergentes de la ultraderecha.
                
Hasta tal punto se ha enrarecido el clima en Israel que el propio Netanyahu ha tenido que frenar una iniciativa legislativa para legalizar asentamientos ilegales, es decir, los que se han levantado sin el preceptivo permiso de las autoridades israelíes. Algunos analistas temen que después del voto en la ONU, el primer ministro no se conforme con represalias más o menos diplomáticas o técnicas y ceda a las presiones para una regularización general.
                
Lo novedoso de la resolución aprobada el 27 de diciembre es que el Consejo de Seguridad establece que no reconoce cambios en las fronteras posteriores al 4 de junio de 1967, cuando comenzó la llamada guerra de los seis días, en la que Israel ocupó territorio de Egipto, Siria y Jordania. La resolución menciona expresamente Jerusalén, lo que ha dolido especialmente a los responsables israelíes, que no han renunciado nunca a que la ciudad sea reconocida algún día, internacionalmente, como la capital eterna del pueblo judío.
                
Netanyahu reprocha a Obama que haya ido tan lejos, cuando en 2011 defendió, como habían hecho algunos de sus antecesores, que en las negociaciones pudiera procederse a intercambios de territorios, con un doble propósito: consolidar garantías de seguridad para Israel, pero no sin perjudicar una razonable continuidad territorial del futuro Estado palestino. Este empeño se asemeja a un puzzle endiablado que la incesante actividad colonizadora hace cada día más difícil. Es a lo que John Kerry se ha referido este miércoles cuando ha denunciado que la colonización israelí hace inviable la solución de los dos Estados.
                
El cruce de reproches vuelve a ser agrio entre Israel y Estados Unidos. Netanyahu ni siquiera se privó de una lacerante ironía al declarar que mientras Siria se deshace en pedazos a a la administración Obama no se le ocurre otra cosa que emprenderla con sus amigos en el Consejo de Seguridad. Más grave aún es que el primer ministro israelí haya acusado al gobierno norteamericanos saliente nada menos que de haber orquestado la resolución. Washington y algunos de los otros catorce miembros del organismo han desmentido categóricamente esta acusación.

Kerry ha replicado este miércoles a Netanyahu que a los amigos hay que hablarles con franqueza y respeto y que Israel ha estado desoyendo durante años los consejos de Estados Unidos sobre lo peligroso de sus actuaciones. El Secretario de Estado ha recordado, como era de esperar, que la actual administración norteamericana ha superado todos los récords históricos en ayuda militar a Israel y ha votado siempre en la ONU a favor de sus intereses. Pero el asunto de la colonización se ha convertido en una línea roja porque perturba muy gravemente, ha insistido Kerry, la solución de los dos estados
                
Esta renovada irritación tiene un cierto aire a saldo de cuentas. Obama y Netanyahu nunca se han entendido, esa es la verdad. La confianza se ha quebrado en numerosas ocasiones. El primer ministro israelí abusó de las influencias judías en Washington para inmiscuirse en la política interior norteamericana en momento muy sensibles de confrontación entre la Casa Blanca y un Congreso dominado por los republicanos.

Ahora, la administración Obama está a tres semanas de echar el cierre y muchos de los responsables de la política regional, incluido el propio Presidente, están persuadidos de que Netanyahu no ha favorecido avances en el proceso de paz, aunque también atribuyan parte del fracaso a los palestinos. 

ESPERANDO A TRUMP

Por su parte, los sectores más conservadores de Israel creen que este periodo negativo está a punto de acabar. En el horizonte se avista, con alto grado de seguridad, un giro radical en la política de Washington mucho más favorable a Israel. El presidente electo norteamericano ha seleccionado como aspirante a embajador en Israel a un hombre de negocios claramente contrario a la solución de los dos estados y en absoluto contrario a la colonización, que se sepa. Incluso el nuevo líder de la minoría demócrata en el Senado ha disentido de la abstención en el Consejo de Seguridad, igual que uno de los mediadores más veteranos, el exsenador Mitchell.

En realidad, la abstención, por mucho que irrite a Israel, era la opción más prudente y moderada de las que había barajado estos últimos meses la administración Obama. Europa, con Francia a la cabeza, favorece iniciativas más rotundas para avanzar en el proceso y garantizar la viabilidad de un Estado palestino. De hecho, a mediados de enero hay programadas citas diplomáticas inmediatas que podrían arrojar novedades. Para entonces, presidirá el Consejo de Seguridad Suecia, país conocido por sus tradicionales posiciones pro-palestinas (ya ha reconocido el Estado palestino, de hecho). Trump puede inaugurar su mandato con una crisis con sus aliados europeos por el asunto de Oriente Medio. Un mal comienzo para un mandato que el mundo espera con el corazón encogido.

EL DOBLE GOLPE TERRORISTA EN EL TRIÁNGULO ANKARA-MOSCÚ-BERLIN

21 de diciembre de 2016
                
En el momento de escribir este comentario no hay indicios de que los atentados Ankara y Berlín del pasado 19 de noviembre estén conectados o coordinados. Y, sin embargo, no sería extraño que así fuese… Si no e vero…

Después de la escenificación del acto final de la tragedia de Alepo, era de esperar una acción terrorista singular, de gran impacto mediático, tras varios meses de relativa pausa. En este caso, el efecto propagandístico no ha consistido tanto en la magnitud del golpe, sino en la práctica simultaneidad de dos acciones. La primera, el asesinato ante las cámaras del embajador ruso en Turquía, durante un acto cultural; y la segunda, el atropello de un camión de gran tonelaje a los visitantes de un mercado navideño en Berlín, siguiendo un patrón similar al ejecutado en Niza el verano pasado.

Dos atentados, tres países directamente afectados y un propósito aparentemente claro: incidir en las tensiones que traban la lucha antiterrorista internacional y las distintas posiciones ante la guerra en Siria. Alemania, Rusia y Turquía bien podrían constituir un triángulo virtual en una hipotética estrategia del Daesh para contrarrestar sus derrotas militares en Mesopotamia con acciones efectistas de pretendido valor propagandístico.
                
SIRIA COMO INSPIRACIÓN… PARA LARGO

Para el yihadismo, Rusia se ha convertido en la potencia enemiga preferente por su compromiso militar explícito en la defensa y recuperación del otrora tambaleante régimen sirio. Turquía es un rival más ambiguo, con el que no se termina de romper completamente los puentes, pieza frágil del rompecabezas occidental en la zona y campo fértil de tensiones étnicas y provocaciones armadas. Alemania es la líder no discutida, aunque discutible, de la apagada, contradictoria y bloqueada Europa, pero en todo caso, país clave en el debate sobre la acogida de refugiados, y también en la filtración de un selecto ejército de reserva de los combatientes islamistas.
                
El policía turco que ejecutó de manera tan impactante al diplomático ruso deja bien clara la motivación que impulsó su acto criminal: “No olviden Siria, no olviden Aleppo. Mientras allí no haya seguridad, ustedes tampoco gozarán de ella”. Mensaje claro, acción directa, efecto garantizado.
                
Rusia, principal, aunque no único, apoyo militar del régimen sirio, había asumido el riesgo de sufrir una represalia terrorista (o varias, quizás una cadena), dentro o fuera de sus fronteras. Que la primera de estas acciones encajadas haya sido en Turquía puede ser casualidad. Pero el entorno estratégico justificaría que hubiera sido seleccionado a propósito. Rusia y Turquía mantienen una inestable y oscilante relación, porque quieren cosas distintas en Siria y apoyan bandos enfrentados en sus empeños respectivos, pero comparten hasta cierto punto un enemigo común. Ankara y Moscú se necesitan mutuamente para contrarrestar la estrategia occidental, de la que Turquía forma parte, pero con no pocas reservas, por no decir discrepancias abiertas, en particular el rechazo frontal a colaborar con los kurdos, que son muy buenos aliados de Washington, pero enemigos mortales del régimen turco.  
                
Si el atentado de Ankara hubiera estado inspirado directa o indirectamente por el Daesh, o por cualquier otra facción islamista vinculada en mayor o menor grado de pertenencia a la franquicia de Al Qaeda, sería difícil considerarlo como una simple acción caliente de venganza por el martirio de Alepo. Se pueden barajar dos hipótesis.

La primera, que golpear simbólicamente a Rusia en territorio turco, en la persona de su embajador, tendría como objetivo humillar a los aparatos estatales de ambos países.

La segunda, que los autores pretendieran provocar un nuevo foco de tensión entre Ankara y Moscú, al desencadenar una polémica por las evidentes fracturas de seguridad. El asesino superó los supuestos filtros de vigilancia turcos, ayudado por su condición de policía, aunque no estuviera de servicio. Pero los rusos no pueden construir un reproche creíble, puesto que el propio diplomático asesinado había rechazado protección específica.

En cualquier caso, si la intención era perjudicar la relación bilateral, el resultado ha sido el contrario. Putin y Erdogan convinieron de inmediato en rechazar la eventual provocación y reforzar la colaboración en materia antiterrorista y en cooperación económica (comercial y energética).

Después del incidente del avión ruso derribado por la fuerza antiaérea turca en 2015, que puso a los dos países al borde de la ruptura, la evolución de los acontecimientos en Siria, el fallido golpe militar en Turquía, los reproches turcos a Estados Unidos por el amparo al clérigo que supuestamente inspiró la intentona, las tensiones entre Bruselas y Ankara y el empeoramiento del clima entre Washington y Moscú se han combinado para favorecer un acercamiento entre los dos grandes rivales de la conjunción euroasiática. A la que se ha sumado ahora Irán, justo después de del atentado de Ankara. ¿Casualidad?

BERLÍN: ALIENTO DEL AUGE EXTREMISTA

Sobre el atentado de Berlín pesan más incógnitas, pese a la autoría expresa del Estado Islámico. Hasta hace poco, Alemania no parecía un objetivo prioritario de los yihadistas. No figura en el grupo de cabeza de la operación militar contra el Daesh; y, en el plano diplomático, Berlín ha sido el principal agente en el alejamiento europeo tanto de Rusia como de Turquía.

La canciller Merkel es la principal abogada del mantenimiento de las sanciones contra Moscú por la ocupación consolidada de Crimea y el enquistamiento de la situación militar en las provincias orientales de Ucrania; a lo que se ha venido a añadir el fuerte malestar germano por la responsabilidad rusa en el sufrimiento de Alepo. Aunque otros países europeos participan de esta postura, Berlín ha asumido un rol más protagonista, más activo.

En relación a Turquía, la jefa del gobierno alemán no oculta su frustración por la conducta de Erdogan. Berlín ha tenido un papel importante en el parón de las negociaciones de adhesión de Turquía a la UE. La inmensa purga efectuada por el régimen tras el intento de golpe militar ha hecho imposible un diálogo fructífero con Bruselas. El acuerdo para limitar y controlar el flujo de refugiados procedente de las zonas de guerra en Oriente Medio se está aplicando en términos generales, aunque el flujo de huidos se haya desplazado hacia otras rutas y con menor intensidad.

¿Por qué entonces, esta fijación de los extremistas islamistas con Alemania? Porque los actos de terror agudizan las contradicciones en la política alemana sobre los refugiados. Merkel tendrá que soportar -ya está ocurriendo- nuevas embestidas de la extrema derecha, que la hace responsable, por negligencia, de los atentados que han sacudido Alemania durante el presente año. La canciller defendió en su momento una política aperturista ante la demanda de asilo, pero la presión de sus propias bases y los sucesivos actos de violencia terrorista le han hecho adoptar posiciones más restrictivas. Cada atentado es una amenaza para su liderazgo interno y un acicate para la crítica oportunista de los sectores alemanes más reaccionarios. 

VOTOS EN LA NIEBLA

14 de diciembre de 2016
                
Hay un cierto aire de extravagancia en el debate sobre la supuesta interferencia encubierta de Rusia en las recientes elecciones norteamericanas. La gravedad de este turbio asunto contrasta con la aparente mala gestión del problema. Casi nadie se salva de ser señalado: el Kremlin, la Casa Blanca, la CIA, el FBI, los dos grandes partidos y Trump.
                
La primera noticia de que oscuros agentes rusos podían estar intentando influir en las elecciones emergió el pasado verano, durante la convención demócrata. Cuentas de correo electrónico del Comité Nacional y de John Podesta, jefe de campaña de la candidata Clinton, estaban siendo pirateadas desde hacía un año. Los datos extraídos fueron enviados a Wikileaks y a Guccifer, una web fantasma controlada desde Rusia. Algunas revelaciones indicaban que la dirección del Partido Demócrata no estaba siendo neutral y favorecía a Hillary o perjudicaba a Bernie Sanders con sus actuaciones. El escándalo obligo a dimitir a la Presidenta del partido.
                
Los demócratas denunciaron la interferencia y exigieron una investigación. La polémica perduró durante toda la campaña, alentada por el propio candidato republicano que no se privó de realizar comentarios sarcásticos y aprovechar el caso para reforzar su estrategia de cuestionar la honestidad de su rival.
                
Más tarde, cundió el temor de que los servicios de inteligencia rusos pudieran manipular o inutilizar las máquinas de votación e incluso interferir en los programas informáticos de recuento de los votos. Pero la Casa Blanca, acorde con las agencias de seguridad, creyeron más conveniente tranquilizar a la ciudadanía.
                
Tras los sorprendentes resultados electorales y el contraste entre el voto popular (triunfo de Hillary Clinton por casi tres millones de sufragios) y el voto del Colegio Electoral (victoria de Donald Trump, gracias a la ligera ventaja de apenas unos millares de votos en estados como Pensilvania, Michigan y Wisconsin), brotaron iniciativas a favor de la revisión del recuento. El equipo de Hillary se mostró remisa (como ya le ocurriera e Al Gore en 2000), pero terminó por apoyar la iniciativa de la candidata verde Jill Stein.
               
Mientras se sustanciaba el complicado procedimiento, saltó la noticia que ha removido el clima político preinaugural. La CIA dio a conocer un análisis en el que concluye, “con alto grado de certidumbre”, que las interferencias informáticas rusas pretendían influir en las elecciones presidenciales, perjudicando a Clinton y favoreciendo a Trump. Según la agencia, los hackers piratearon también al Partido Republicano, pero no proporcionaron la información extraída a terceros, contrariamente a lo que habían hecho con el Partido Demócrata.
               
El Presidente electo enterró el ánimo conciliador que exhibió en los primeros días posteriores a su victoria y volvió a mostrarse provocador y desafiante. Se mofó de la CIA y cuestionó de nuevo su competencia, al comentar que “éstos son los mismos que dijeron que Saddam Hussein tenía armas de destrucción masiva”. Trump intentó zanjar las protestas de los demócratas acusándolos de malos perdedores.  Portavoces republicanos fueron más cautos y se limitaron a negar, poco convincentemente, que hubieran sido infiltrados por los rusos.

Las miradas se dirigen también a la Casa Blanca, que previamente había descartado una influencia efectiva de Rusia en el proceso electoral y había dado por bueno el resultado, igual que la candidata derrotada. Una extensa investigación del New York Times plantea ahora interrogantes sobre las decisiones de la actual administración, la profesionalidad de FBI, el comportamiento de los medios, la intención de Wikileaks y otras variables del caso (1).


EL ‘JAMÓN DEL SANDWICH’

Las revelaciones de la CIA no mejoran el prestigio de la agencia, ni mucho menos. Todo el mundo se pregunta por qué no ha revelado hasta ahora la información, ya que disponía de ella antes de las elecciones. Debido al carácter reservado de su tarea, las especulaciones priman sobre las certidumbres. Por lo general, estas instituciones de inteligencia tratan de situarse al margen de las rivalidades políticas, de no ser el “jamón del sándwich partidista”, como comentaba sardónicamente estos días un profesional veterano.

No siempre ocurre así, desde luego. Otro de los asuntos más controvertidos de la reciente campaña lo protagonizó precisamente el FBI, la agencia de seguridad interior. Su directo, James Comey, originó una gran tormenta política al revelar que se iban a estudiar comunicaciones informáticas del exmarido de una colaboradora de Hillary, por si ofrecían algún dato sobre el famoso asunto de los correos de la candidata demócrata mientras era Secretaria de Estado. En el momento de esta decisión, Hillary aventajaba sustancialmente a su rival en todos los sondeos. En sólo unos días, las distancias se acortaron notablemente hasta rozar el empate técnico. Sólo entonces, Comey rectificó y suspendió las investigaciones por considerar que carecían de relevancia. Según recientes trabajos de análisis, la interferencia del director del FBI parece haber sido decisiva en el giro de las preferencias electorales (2).

UNA INAUGURACIÓN BAJO SOSPECHA

La acumulación de elementos circunstanciales sobre la influencia del Kremlin en la política de Estados Unidos se ha reforzado con candidatos gubernamentales que disfrutan de muy buenos contactos en Moscú. Es el caso del escogido para dirigir la diplomacia, Rex Tillerson, actual Presidente de la petrolera Exxon, que ha realizado importantes negocios con la compañía estatal rusa y ha sido condecorado por el Kremlin; o del virtual Consejero de Seguridad Nacional, el general Michael Flynn, un estruendoso defensor de la colaboración estratégica con Rusia, por citar sólo lo más destacados.

La dirección republicana, mal que bien, se había esforzado por encajar con su nuevo líder político. Pero algunos de los nombramientos anunciados, los procedimientos exhibidos en el proceso de selección de nombres, la influencia excesiva de su entorno familiar (en particular, el yernísimo Kusher), el ruido que hace el propagandista reaccionario, Bannon, por no olvidar la incógnita siempre latente sobre el conflicto de intereses entre el Presidente y el hombre de negocios, han enrarecido el clima pre-inaugural.

Lo único que faltaba era la revitalización del thriller de espionaje en que se ha convertido esta oscura trama de intereses entre Rusia y el círculo Trump, que ha irritado a pesos pesados como McCain o Rubio.  Tanto es así que los legisladores republicanos se han visto obligados a aceptar la creación de una comisión de investigación parlamentaria.

El sistema electoral norteamericano, como hemos denunciado aquí muchas veces, está plagada de irregularidades y defectos que desnaturalizan seriamente el sistema democrático. La sombra del Kremlin, real, imaginada o imaginable, sólo agrava aún más la percepción de que otros factores ajenos a la voluntad popular han podido torcer el destino de América.

(1) “The Perfect Weapon: How Russian Cyberpoer invaded the U.S.”. NEW YORK TIMES, 14 de diciembre.


(2) “How did Trump win? The FBI and the Russians”. MOTHER JONES, 12 de diciembre.

RENZXIT

5 de diciembre de 2016
                
Suele decirse que la política es el arte de lo posible. En los tiempos que corren, sería más acertado corregir el aforismo y proclamar que la política es la capacidad de seleccionar bien los riesgos. Y si hay un riesgo que conviene calcular con particular destreza, para asegurarse que puede convertirse verdaderamente en oportunidad, ése es el del referéndum.
                
Renzi debe estar pensando algo similar, ahora que la ruleta rusa de la consulta a los ciudadanos le ha dejado tumbado sobre la lona. De poco le consolará no haber sido un rara avis, sino uno más de los políticos de su tiempo que apuesta mal, que se cree capaz de sobreponerse a un ambiente envenenado y desfavorable que devora políticos, dirigentes, consensos que parecían firmemente anclados.
                
El primer ministro italiano creyó poder cambiar la arquitectura constitucional de su país, inoperante y cuajada de disfunciones. Era un empeño interesante y hasta necesario. Pero la oferta alternativa que sometió a la consideración de la ciudadanía presentaba elementos muy discutibles y algunos incluso sospechosos.
                
La neutralización del Senado como factor obstaculizador de la vida política o la concesión de mayores poderes al ejecutivo mediante una ley electoral que permitiera mayorías más claras y estables de gobierno parecían propuestas cargadas de sentido en un país en el que la política se asemeja a un juego de ajedrez endiablado y opaco. Sin duda, esa realidad se debía a unas reglas calculadamente complicadas e insidiosas. Pero las reglas obedecen o reflejan culturas y pautas cívicas muy arraigadas.
                
Cuando inició el proceso que ha desembocado en el enésimo referéndum-trampa que hemos vivido en Europa, Renzi creía tener el proceso bajo control. Confiaba en su capital político, en eso que denominamos coloquialmente como “popularidad”. Pero como suele ocurrir en el devenir político, no hay bien más perecedero que el consentimiento ciudadano. En los tiempos que corren, la caducidad se acorta de manera dramática.
                
El referéndum siempre esconde objetivos y propósitos subyacentes al que se plantea públicamente. La reforma del sistema político italiano era ese objetivo nominal en el caso presente. Pero Renzi se dejó arrastrar por la tentación de apostar a doble o nada para reforzar su posición política, que empezaba a renquear, a ofrecer flancos demasiado frágiles.
                
Cuando alguien pierde, es muy fácil poner en evidencia sus errores. Que los cambios institucionales eran necesarios, casi nadie lo pone en duda. Pero en el clima político actual, dominado por un malestar ciudadano casi obsesivo, las consultas directas se convierten en armas cargadas de resentimiento. El tiempo ya no agota políticos: los devora.

EL CÁNCER PERPETUO DE ITALIA

Las razones por las que un porcentaje tan claramente alto de italianos ha rechazado la propuesta de su primer ministro son variadas. Pero al haberse atrapado el propio Renzi en la disyuntiva aprobación o dimisión (por mucho que intentara desmarcarse a medias cuando empezó a presentir una posible derrota), el referéndum se convirtió, de repente, en un arma letal, en una tentación irresistible de rivales y desengañados para castigarlo. El homo politicus italiano es profundamente cínico. Los italianos desprecian profundamente a sus políticos, pero superan claramente a otros europeos en la promoción de las alternativas más dudosas.

Italia arrastra el incómodo privilegio de haber sido el primer país de la Unión Europea que respaldó una alternativa abiertamente populista, en la figura de Silvio Berlusconi, hace más de veinte años. Por mucho que se quiera explicar el ascenso de Il Cavalieri por los efectos devastadores de la tangentopoli, la corrupción sistémica, el pudrimiento institucional y el agotamiento de un modelo injustamente ensalzado como paradigma de las habilidades políticas y una especie de inteligencia innata, los efectos de aquella deriva han sido claramente negativos para el país. Y persistentes.

Una generación después, la liquidación virtual de la I República Italiana no ha generado dinámicas de cambio positivo. Aparte del mencionado timo de la regeneración con que Forza Italia sedujo y engañó a un país falsamente considerado como sabio en política, la eterna crisis italiana no ha dejado de producir subproductos políticos a cada cual más incapaz de generar soluciones reales para el país. A saber: el reforzamiento de un movimiento xenófobo en el norte (la Liga Norte); la tentación tecnocrática de gobiernos supuestamente liberados de la inmunda maquinaria partidista pero a la postre escasamente conectados con las aspiraciones legítimas de la mayoría (ensayo Monti); fórmulas populistas de protesta de ambiguos perfiles sin programas claros de gobierno (el Movimiento Cinco Estrellas), que decepcionan más pronto que tarde (gestión municipal muy discutida en Roma y Turín); o la recurrente figura del líder auto-presentado como renovador, poco o nada apegado a los aparatos políticos  o a las ideologías (Renzi) que presentan el aval de una gestión local (Florencia) como promoción de una ambición nacional.

LENTEJAS POLÍTICAS

¿Y ahora qué? Pues seguramente, más de lo mismo. El Presidente de la República pondrá en marcha el habitual turno de consultas para, calculadora política en mano, descifrar si alguien reúne los apoyos necesarios para formar un nuevo gobierno. Padoan, el actual ministro de Finanzas, es el candidato más citado, al frente de otro “gobierno técnico” contra la “inestabilidad”. Pero, aunque no inevitables, las elecciones son muy probables. En el clima actual de fervor populista y nacionalista no es descartable el repunte de la Liga Norte, del Movimiento Cinco estrellas e incluso el despertar de Berlusconi, alentado por su avatar Trump.

Las consecuencias del referéndum fallido no se agotan en Italia. Se trata de un asunto europeo, que viene a unirse a las úlceras del Brexit. Se temen más temblores en la eurozona por la fragilidad bancaria italiana. Asoma otra vez el ciclo infernal. Si 2016 ha sido un annus terribilis, el que asoma puede traernos terremotos políticos aún más desestabilizadores: un triunfo parcial o total del Frente Nacional en Francia o de los xenófobos en Holanda, por no hablar de la confirmación del fantasma nacionalista en Alemania, el próximo otoño. Es sarcástico que la Canciller Merkel, cuyas políticas han causado tanto sufrimiento en Europa, sea jaleada ahora como la gran esperanza de estabilidad.

La democracia está seriamente cuestionada en Europa, como lo está en Estados Unidos y en casi todos los escenarios del mundo. La crisis financiera mutó en corrosión social, luego en perplejidad política y presenta ya síntomas de alta vulnerabilidad sistémica. El consenso de la posguerra mundial está acabado, y lo peor es que nadie parece a la altura de ofrecer una alternativa que nos aleje de los fantasmas que abocaron al mundo al abismo bélico hace más de setenta años. Una reciente encuesta de la Universidad de Harvard revela que el apego a la democracia de los millenials, de los ciudadanos jóvenes menores de 25 años, es el más débil de las últimas seis décadas, en ambos lados del Atlántico. Pero eso será material para otro comentario.