EMPRESARIOS PRESIDENTES

20 de diciembre de 2017               
El conservador Sebastián Piñera, un hombre de negocios seducido desde hace tiempo por la política, volverá a ser Presidente de Chile, a partir de marzo del año que viene. El triunfo obtenido en las elecciones del domingo pasado confirma el giro a la derecha en la región. Sin sables o sermones. Ahora es la empresa, el éxito privado, lo que marca tendencia.        
En Chile, como en Argentina o como en Perú, la ciudadanía otorga la confianza a quien parece haber demostrado que sabe hacer dinero. Por si pudiera replicar la eficacia económica a escala nacional. Es la nueva propuesta ilusoria en una región que parece moverse por bandazos: golpes militares en los setenta, rectificaciones neoliberales autoritarias en los ochenta, década perdida generalizada en los noventa, respuesta progresista con el cambio de siglo y ahora esta apuesta por el espejismo de los negocios como fórmula salvadora.                
SEGUNDA OPORTUNIDAD PARA PIÑERA
Piñera ya probó suerte cuando el desgaste de la Concertación y el fracaso de las políticas sociales niveladoras alejó de las urnas a millones de electores en 2010. A pesar de los vientos favorables que supuso el alto precio del cobre en los mercados internacionales y de otros factores coyunturales positivos, la gestión del empresario multifacético chileno no fue demasiado brillante. La fórmula del centro izquierda post-pinochetista volvió a ganar las elecciones siguientes. Piñera encajó como pudo la frustración y se propuso obtener una segunda oportunidad. No ha tardado mucho en conseguirla.
Todo indica que ese modelo que ofreció a Chile cierta estabilidad política y niveles de crecimiento económico muy por encima de la media regional está agotado. La gran coalición de centro-izquierda, desde los democristianos a los comunistas más o menos pactistas, ha cumplido su recorrido histórico. En estas elecciones hubo un momento en que, ante la perspectiva del giro a la derecha, podía reeditarse ese gran pacto contra cualquier forma de herencia (política, económica, social o cultural) de la dictadura.
El gran fracaso del segundo mandato de Bachelet ha sido el preludio de la derrota de su heredero, Alejandro Guillier. Dos han sido los factores que han condenado al centro-izquierda: el efecto negativo de la crisis internacional, que generó un nuevo ciclo bajista en el precio de las materias primas (en Chile, el cobre) y algunos sonoros casos de corrupción en el propio entorno familiar de la presidenta. Aunque la honestidad de ella nunca se ha puesto en duda (como la de Dilma Roussef en Brasil) las manchas le salpicaron desde muy cerca
Chile es un caso muy singular en América, porque los resultados económicos, de las últimas décadas, deberían haber permitido logros más ambiciosos en la reducción de la desigualdad. No ha sido así. Ese ha sido el principal fracaso del centro-izquierda.
Los movimientos sociales, en particular el estudiantil, ha sacado los colores a esa coalición que ha gobernado en Chile casi ininterrumpidamente en el país (salvo el interregno fallido de Piñera) en las últimas (casi) tres décadas. La Concertación empezó a resquebrajarse por el tramo más a la izquierda, como era de esperar. La constitución de un Frente Amplio (resonancias uruguayas), no fue suficiente para contener el giro a la derecha. El pacto interclasista y multipartidista, con remotas evocaciones de la transición española, se había acabado hace mucho tiempo. Las rivalidades y enfrentamientos no preludiaban nada bueno. A nadie le pueden haber sorprendido los resultados electorales.
El candidato apoyado por el centro-izquierda en la segunda vuelta, un periodista televisivo de orientación socialdemócrata, Alejandro Guillier, no pudo explotar su popularidad entre los ciudadanos para revertir una tendencia perdedora. Ahora toca autocrítica y preparar el futuro. Pero la fórmula, todo el mundo está de acuerdo, ya no puede ser la Concertación.
Piñera tampoco lo va a tener fácil. No dispone de mayoría en el legislativo y, aunque se presenta ahora con un discurso más moderado y ha prometido favorecer acuerdos con la oposición, está por demostrar que pueda conseguirlo. Los estudiantes se la tienen jurada por el desprecio con el que los trató en su primera etapa presidencial. Los sectores populares más activos no se fían de su conversión y aguardan en orden de combate.
MISMAS INTENCIONES, DIFERENTE DISCURSO
El otro presidente-empresario por antonomasia en la región es el argentino Julio Macri. Con el fútbol como banderín de enganche y objeto de seducción (Boca Juniors o Colo-Colo), ambos empresarios/políticos deben más sus triunfos a los goles en propia meta de sus adversarios que a los suyos propios. Macri se aprovechó de la descomposición del kichnerismo y la enésima división peronista. Piñera ha cabalgado sobre la decadencia de la Concertación.             
Era cosa de tiempo, de poco tiempo, que las políticas liberales de Macri generaran rechazo. A las movilizaciones del año anterior se añade ahora una protesta que gana fuerza día a día, en este caso contra la propuesta de reforma de privatización del sistema de pensiones. Es un tema explosivo éste en la región. Sin ir más lejos en Chile, pionero de este enfoque neo-liberal que el pinochetismo tardío impuso, inspirado en el capitalismo popular thatcherista.    
Piñera tendrá que gestionar una agenda opuesta en ese capital asunto. Los partidos del centro-izquierda y los movimientos sociales no le darán tregua si no cumple con su promesa de enterrar el pernicioso sistema de fondos privados de pensiones, que ha añadido más desequilibrios en una sociedad ya de por si muy desigual. El otro reto que tendrá será apaciguar al movimiento estudiantil. En campaña se comprometió a ampliar y reforzar la educación universitaria en un sentido opuesto al que promovió en su primer mandato. Los estudiantes no olvidan uno de sus lemas más conocidos: la educación es una mercancía más.             
El dilema de Piñera es que si se acerca al centro y hace guiños a la izquierda y a los sectores sociales más activos se enajenará el apoyo de la derecha más dura. Los pinochetistas andan en retirada, pero el presidente retornante los sigue necesitando para sumar. Como le está ocurriendo a Macri, la renta del cansancio o del rechazo de las fórmulas agotadas no son suficientes para garantizar la estabilidad de unas reformas liberales, aunque el término, muy impopular en la región, se oculte bajo un espeso manto de marketing y propaganda.        
El otro caso de empresario achicharrado en los pasillos del poder político ha sido el de Perú. El Congreso ha iniciado el proceso de destitución del Presidente Kuczynski por un asunto de corrupción. El triunfo por la mínima sobre la hija de Fujimori ha resultado ser de muy corto vuelo. Ahora soplan vientos inciertos, después de un fallido mandato izquierdista, que se quedó a medio camino entre el populismo chavista y el social-liberalismo del APRA.                   
América Latina parece abocada a unos años de inestabilidad, de espejismos liberales, de nuevos ajustes duros para clases populares, disfrazados de reformas. Después de aquella feroz década pérdida, esa región a la que prestamos incomprensiblemente tan poca atención los españoles, parece encaminada a otro periodo de confusión y desatinos.

TRUMP SE DILUYE EN SU PROPIA CARICATURA

13 de diciembre de 2017
                
Los análisis y comentarios en torno a las salidas de tono de Trump, sus anuncios dudosamente legales e incluso constitucionales, los planes fiscales que apadrina, favorables de forma desvergonzada no ya a los ciudadanos más ricos del país sino a sí mismo en tanto empresario de dudoso respeto por las normas vigentes, y finalmente sus escopetadas en materia exterior empezaron a ser cansinamente repetitivas ya hace tiempo.
                
No puede girar el interés internacional en torno al más incompetente inquilino en la historia de la Casa Blanca. No puede convertirse la anécdota en categoría ni el twit que no cesa en sinónimo de política oficial. Pero, por exigencias del guion, el caso es que es así.
                
Trump es un personaje de comedia bufa, de reality show en horas bajas, en perdida acelerada de capacidad imaginativa. Pero aún y todo, hay bufonadas presidenciales que superan la paciencia de propios y extraños.
                
LA MASCARADA DE JERUSALÉN
                
El precipitado, inconsistente, innecesario y perturbador anuncio del reconocimiento de Jerusalén como capital de Israel ha sido la última mascarada del no-presidente norteamericano y quizás una de las que pueden comportar peores consecuencias, en un momento de especial incertidumbre sobre la estabilidad en la región de Oriente Medio.
                
Es bien sabido que el estatus de Jerusalén era uno de los asuntos más delicados de las siempre estancadas negociaciones de paz, la piedra de toque más sensible de cualquier acuerdo. Había consenso entre los actores externos comprometidos en el proceso de no tocar esa pieza antes de avanzar con las otras, también importantes, pero quizás menos volátiles. Incluso el establisment político y diplomático norteamericano compartía esa prevención desde hace décadas.
                
Nada más estimulante para un personaje de diván como Trump que azotar un manotazo a ese castillo de naipes protegido bajo una campana de cristal. Mientras encargaba a su yerno la tarea más complicada de la diplomacia internacional desde el Tratado de Versalles, es decir, la conclusión de un acuerdo estable de paz en Palestina, el infatigable no-presidente se encargaba de segarle la hierba bajo sus pies, por pura incompetencia (1).
                
Por mucho que se hable del compromiso de Trump con la derecha dura israelí, o con los fanáticos evangélicos que se han convertido en el mejor abogado/financiador de los judíos más recalcitrantes, lo cierto es que es el impulso irresistible de sus caprichos más que la convicción profunda de sus ideas es lo que ha determinado su decisión de la semana pasada.
                
En el departamento de Estado y en la propia Casa Blanca, en la ONU y en los think-tank que asesoran al gobierno se repite insistentemente que el anuncio trumpiano tendrá pocas repercusiones prácticas. No veremos la bandera de la embajada norteamericana ondear en el cielo sacralizado de Jerusalén antes de dos años, si es que la vemos entonces. Ni se ha modificado la posición norteamericana sobre las fronteras de la ciudad santa, ni sobre el estatus de ese territorio intocable para cristianos, musulmanes y judíos. O sea, todo seguirá más o menos igual, excepto el dolor de la caprichosa patada en el estómago a los palestinos (3) y, más retóricamente, a los árabes en general, o el bofetón a los propios socios occidentales. Que 14 de los 15 miembros del actual Consejo de Seguridad de la ONU hayan criticado la ocurrencia del magnate norteamericano vestido con toga presidencial indica bien a las claras la magnitud de la torpeza.
                
LAS INTENCIONES DEL PRESIDENTE
                
Muchos se preguntan qué pretendía Trump con esto, ahora que habían reconstruido las relaciones con los saudíes, bien es verdad que sobre bases más que dudosas, con el objetivo de aislar a Irán, o por lo menos de frenar la secuencia de éxitos de los ayatollahs en toda la región, desde sus fronteras hasta el Mediterráneo. Tras la derrota del ISIS llegaba el tiempo de construir y no romper barajas muy antiguas y apreciadas.
                
Algunos analistas responden que el llamado presidente ha querido distraer la atención del cerco que lenta pero pacientemente se cierne sobre sus turbios manejos preelectorales. El trabajo sistemático y eficaz del investigador especial Mueller en torno a los vínculos de la campaña presidencial con el Kremlin y sus asociados avanza y va derribando o poniendo en clara evidencia a los principales colaboradores de Trump. Que su malogrado, efímero y patético Consejero de Seguridad Nacional (el puesto más importante de un gabinete presidencial) se avenga a colaborar con el equipo de Mueller indicaría la consistencia de las acusaciones.
                
UNA CASA BLANCA DISPARATADA
                
¿Puede decirse que el insólito líder de Occidente esté nervioso? Tal vez. Pero más bien debemos de pensar que es inasequible a ese tipo de consideraciones. El domingo pasado, el NEW YORK TIMES publicaba un extenso trabajo de investigación (3) , basado en el testimonio de unas setenta personas del entorno presidencial en el que se expone con bastante nivel de aproximación y detalle el perfil, los rasgos, reflejos y manías del personaje público, pero sobre todo privado. El trabajo periodístico no tiene desperdicio, aunque no revele secretos fabulosos ni sorprenda a los lectores más familiarizados con la actualidad política de los Estados Unidos.
                
La obsesión de Trump por los programas de televisión, su dependencia de Twitter y su adicción a la Coca-Cola zero, la propensión a rodearse de quien le viene en gana, su resistencia a seguir el asesoramiento sensato de los consejeros que él mismo ha elegido o ha dejado vivos tras una especie de purga sin fin y sin un claro propósito, el caprichoso manejo de la agenda y otras muchas circunstancian que hacen de la Casa Blanca una réplica insuperable de cualquier serie de ficción televisiva hacen pensar seriamente de nuevo si este hombre puede no ya ser reelegido, sino concluir su actual mandato. El artículo mencionado recoge, no obstante, su aparente ambición de competir en 2020 y se permite dispararse a sí mismo, y desde ya mismo, en la caza, captura, acoso y derribo de sus potenciales o presentidos adversarios.
                
Ya sea ofendiendo a millones de musulmanes, inmigrantes o mujeres, ya jugando a un pulso de testosterona con el líder norcoreano, ya haciendo mofa de derechos sociales o de libertades públicas, ya defendiendo prácticas de dudoso gusto o de cuestionable legalidad, Trump desafía la capacidad de asombro de la clase política, de los medios que le han bailado demasiado el agua, de las entidades civiles extremistas o defensoras de causas claramente antidemocráticas y/o peligrosas. Ha conseguido que no importe demasiado lo que diga, siempre que los equipos de rescate de sus sandeces sean capaces de neutralizar las consecuencias de sus actos o declaraciones.

                
El Trump real se transforma cada día más en su caricatura. Y en la irrealidad e inconsistencia de esta mutación radica que su presidencia sea más una anécdota que un trágico paréntesis en la historia de los Estados Unidos. 

(1) “Jerusalem. After 30 Years of Hope and Failure, What’s Next for Israel/Palestine. HADY AMR. FOREIGN POLICY, 11 de diciembre.

(2) “How Trump’s Jerusalem Announcement Will Shape Palestinian Politics”. GAITH AL OMARI. FOREIGN AFFAIRS, 6 de diciembre.


(3) “Inside Trump’s Hour-by-Hour Battle for Self-Preservation”. THE NEW YORK TIMES, 10 de diciembre.

YEMEN: EL FIN DE LA DANZA SOBRE LA CABEZA DE LAS SERPIENTES

5 de diciembre de 2017
    
Hay pocos asuntos del panorama internacional que revistan una enorme gravedad y merezcan tan poca atención como el de Yemen.

Ese país, al que los romanos denominaron la “Arabia Félix”, por el regalo que suponía ser bendecido por las aguas suaves del Mar Rojo en contraposición a la aridez inclemente que se extendía más al norte, se encuentre sumido en una pavorosa guerra interna (incivil) de sectas, facciones, ambiciones personales y potencias regionales apoyadas por la complicidad y/o la pasividad occidental.

La ONU considera Yemen como un caso claro de catástrofe humanitaria. Sin paliativos. Las causas de la crisis se remontan a varias décadas atrás. Pero pueden rastrearse con claridad las responsabilidades con sólo remontarnos a 2011, cuando se desata la mal llamada primavera árabe, en 2011.

MÁS QUE PRIMAVERA, ESPEJISMO

Aquella revuelta, justificada pero ambigua, espontánea en su origen pero manipulada inmediatamente desde dentro y desde fuera, le costó el cargo al entonces Presidente Ali Abdallah Saleh, un autócrata más de los que hacían y deshacían a su antojo en la región, con el aprovechamiento personal, familiar y tribal como único objetivo claro de su mandato. Occidente se había acomodado a este jerifalte por la única y sencilla razón de ofrecerse como correa de transmisión de la estrategia antierrorista.

El patrón de Saleh era el vecino poderoso saudí. Al percatarse de que la suerte de su protegido estaba echada, se optó rápidamente por un recambio, en la persona de un hombre más limpio, menos gastado, Abed Rabbo Mansur Hadi.

El depuesto líder no se conformó fácilmente. Cualquier cosa le podía valer para pagar caro su destino. El desorden del momento propició una revuelta de una minoría de orientación shií en el sur del país conocidos como los houthies, apoyados por Irán.

Saleh había reprimido a modo a los houthies durante años, como enemigos sectarios que eran, frente a la hegemonía sunni que él encabezaba hasta 2011. Pero, bajo el principio de que los enemigos (tradicionales) de mis (recientes) se pueden convertir en mis amigos (convenientes), el tornadizo líder en desgracia apañó una alianza con los houthies.

Con la excusa de la interferencia iraní, los saudíes y algunos de sus aliados del Golfo participaron activa y masivamente en la guerra para favorecer a su nuevo protegido, Hadi. Lo que vino después fue una guerra horrible, que ha martirizado a la población, destruido casi toda la infraestructura del país e hipotecado su futuro.

A pesar de los impresionantes recursos y los nulos escrúpulos demostrados, la Casa Saud ha sido incapaz de doblegar la resistencia houthi. Obama prestó ayuda de inteligencia, logística y armamentista a Ryad, aunque la ineficacia y la brutalidad de la campaña militar le generó muchas dudas.
  
CAMBIOS EN EL TABLERO REGIONAL

Trump no se ha andado con tantas dudas. De inmediato le dio un cheque en blanco a la petromonarquía, convertidos en amigos íntimos por obra y gracia de su primera, extravagante e inconsistente gira por Oriente Medio. Restaurada una alianza muy deteriorada tras el acuerdo nuclear con Iran, la carta saudí se ha convertido en uno de los principales pilares de la improvisada y errática visión exterior de la Casa Blanca. Trump ha puesto a su yerno al timón de una diplomacia desnortada y desmoralizada, en detrimento del propio secretario de Estado, el petrolero Tillerson, a quien todo el mundo da por acabado antes de Navidad o en el primer aniversario de la inauguración del presidente, a finales de enero.
            
Estos días, el presidente palestino, Mahmud Abbas (otro zombi de los muchos que habitan en la región) se ha escandalizado al comprobar que los saudíes están dispuestos a lanzar una iniciativa diplomática que favorece los intereses israelíes hasta un extremo que nunca habían osado llegar en cualquier capital árabe desde hace 7 años. El eje Washington-Tel Aviv-Ryad está en el horno.

El trasfondo de este reordenamiento estratégico tiene mucho que ver con lo que se percibe como “avances de Irán” en la región. No en vano, la República islámica ha conseguido un corredor de aliados que le asegura acceso al Mediterráneo mediante su influencia creciente en Irak, Siria y Libano (a través de Hezbollah).

Consciente de estos movimientos y de la fortaleza que sus aliados temporales houthies han ido adquiriendo estos años, bajo una protección distante y difusa de los ayatollahs iraníes, el malogrado Saleh consideró llegado el momento de cambiarse de nuevo de lado el fusil. Gajes del oficio de maniobrero. En una ocasión dijo que su tarea política consistía en “danzar sobre la cabeza de las serpientes”. O sea, en roman paladino, pasar de un bando a otro al ritmo de la percepción de sus intereses.
                     
Pero como ese juego es siempre incierto y muchas veces peligroso, algunas de esas serpientes se han revuelto contra el que pretendía jugar con ellas y le ha mordido mortalmente. El pasado lunes, los houthies, que no le habían condonado la pena de muerte dictada contra él hace años, aunque la hubieran aplazado en beneficio de unas ventajas temporales, se han cobrado la venganza. De esta forma, los houthies golpean antes de ser traicionados de nuevo. O mejor dicho, nada más ser traicionados de nuevo, porque el giro de Saleh era ya más que claro (4).
           
Los saudíes aprovecharán este ajuste de cuentas para intentar estrechar el cerco. Lo que significa más sufrimiento de la población, entre los ignorantes tuits del inquilino de la Casa Blanca.



NOTAS.

(1) “How humanitarian crisis began, and how to end it”. ORKABY. FOREIGN AFFAIRS, 23 de noviembre.

(2) “The Human Toll of a unending War”. FAITE. FOREIGN POLICY, 22 de julio.

(3) “Talk of a peace plan that snunbs palestinians roils Middle East”. THE NEW YORK TIMES, 3 de diciembre.

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(4) “The death of Yemen’s strongman sets the stage for even more caos”. ISHAAN THAROOR. THE WASHINGTON POST, 5 de diciembre.

ALEMANIA: LAS CENIZAS DE ÁNGELA

29 de noviembre de 2017
                
Ángela Merkel es la última y para algunos inesperada victima de la crisis de confianza que asola Europa. El fracaso para formar un gobierno de coalición tripartito o tricolor (solución Jamaica) se desvanece por razones perfectamente anticipables: abismo entre las posiciones de los dos socios más derechistas (el ala bávara de los democristianos y los liberales) y esa formación dividida, heterogénea y cada vez más confusa en que han derivado los verdes.
                
El presidente de la República, Franz Steinmaier, un veterano pero gris político socialdemócrata ha apelado a la responsabilidad de los dirigentes políticos para que no devuelvan al electorado un trabajo que les corresponde a ellos. Una fórmula idéntica a la escuchada en España el año pasado. Alemania se citaba hasta hace seis meses como ejemplo y Alemania es hoy, como sostiene Judy Dempsey, “el nuevo problema europeo” (1).
                
Existe la convicción general de que Merkel no sería la candidata de la CDU a canciller si tienen que repetirse las elecciones. Esa posibilidad es ahora más cercana que hace un par de semanas. El caso ejemplar se convierte en pesadilla. Para conjurar el fracaso político que sería una vuelta apresurada a las urnas, se evocan dos opciones de último recurso: la reedición de la gran coalición o un gobierno minoritario de la CDU con apoyos puntuales de otros partidos.
                
La gran coalición, que los socialdemócratas rechazaron comprensiblemente la noche misma de las elecciones, tras sufrir una humillante derrota: el peor resultado de la posguerra con apenas un 20% de los votos. El candidato socialista, Martin Shultz, pasó de ser la gran esperanza del SPD para desalojar a Merkel hace tan sólo unos meses a convertirse en un líder triturado más de la socialdemocracia europea.
                
Es difícil que una prolongación del gobierno de gran coalición, con retoques de poca monta, puede recobrar la vitalidad de la izquierda moderada en Alemania. Las apelaciones a la responsabilidad, a la estabilidad, a la centralidad y demás rutinas del vocabulario político germano pueden resultar contraproducentes. Quizás este reflotamiento in extremis de la gross koalition puede ser simplemente una estratagema no para evitar las elecciones, sino para mejorar unas penosas perspectivas en las urnas.
                
La otra opción sería un gobierno democristiano en minoría y con acuerdos puntuales, con liberales o verdes, alternativamente. Algunos representantes del establishment como el Presidente del Instituto de estudios económicos (IFO), entidad asesora del gobierno en materia económica, defienden esta opción como la menos mala, o la única posible para conjurar el regreso al puerto electoral (2).
                
¿A QUIEN LE INTERESAN LAS ELECCIONES?
                
Sin duda, a la derecha ultranacionalista agrupada con o más o menos coherencia en la formación Alternativa por Alemania. Sus líderes han celebrado el fracaso de la negociación para alcanzar un compromiso de gobierno tripartido como un éxito propio. Saben que Merkel será la principal damnificada y creen poder seguir mordiendo en el electorado desconcertado de la CDU para ampliar su base parlamentaria, ya de por sí considerable: más de 90 diputados en el Bundestag. No está nada mal para tratarse de un partido ultranacionalista en Alemania.
                
Los liberales del FPD, socios malogrados del viaje a Jamaica, parecen felicitarse por el encallamiento de la situación. No en vano fueron ellos los que dieron por agotadas las negociaciones, lo que provocó cierta sorpresa en las otras dos formaciones. En los ochenta y noventa afianzaron una cierta sensibilidad centrista. Pero el FPD tuvo siempre un alma más reaccionaria en los asuntos sociales y económicos. Muchos de sus sucesivos líderes bufaron a modo contra el excesivo y demasiado caro estado de bienestar alemán. Ese discurso ha hecho fortuna (3). La CDU ha sido criticada por asumir la retórica socialdemócrata  en escaños y tribunas para luego ajustarla a proporciones más modestas en comisiones y despachos.
                
A los verdes, finalmente, el naufragio del tripartito no les causa demasiados estragos. Más bien, al contrario, les libera de una tensión anunciada. Las distintas corrientes del partido no tardarían demasiado en entrar a la greña sobre las decisiones de un gobierno en el que ellos estaban condenados a ser el eslabón frágil, por mucho que los más favorables evoquen su condición de llave. Pero llave de una puerta que nadie sabe a dónde conduce.
                
¿DE JAMAICA A WEIMAR?
                
La CDU, por tanto, es la gran perdedora y, por extensión, su líder, la otrora indiscutible Ángela Merkel. Ya hemos escrito varias veces aquí que el liderazgo de esta calculadora dama del centroderecha europeo ha estado sobrevalorada. Su principal virtud no es precisamente la audacia, como equivocadamente los medios le reconocieron con motivo de la crisis de los refugiados de 2015. Más bien al contrario. Merkel ha sido una maestra en esperar a detectar cómo sopla el viento, qué corrientes políticas son las más potentes y luego apuntarse en el momento de menor impacto del riesgo. Por eso no le convence el gobierno en minoría.
                
No siempre ha acertado, por supuesto. O el acierto tenía fecha de caducidad. De nuevo el asunto de los refugiados fue paradigmático. Merkel se quedó bastante sola en una Europa aterrorizada por el auge nacional-populista. Desde su partido le pidieron cuentas, le exigieron rectificación, le volvieron elegante pero contundentemente la espalda. Y la canciller hizo lo que mejor sabe: girar sobre sus pasos y navegar a favor de corriente.
                
El problema es que la marea ya era muy fuerte y no pudo enderezar el barco. Al menos no lo suficiente. Para entonces, en el hígado del alemán medio, que controla con mucho esfuerzo su malestar por el arrastre de la mala conciencia, se había instalado un ánimo de desquite. Primero se dejó oír la calle, sobre todo en el desventurado sector oriental, tan decepcionado por las promesas rotas. Y luego, en las urnas, el pasado mes de septiembre.
                
Donde la mayoría contempla un atasco, algunos ven una oportunidad. Según esta perspectiva, Alemania necesitaría un reseteo. Una nueva cita electoral obliga a un esfuerzo de imaginación a los dos grandes partidos, tras décadas de rutina. El otro efecto positivo puede ser el agotamiento del voto de protesta. Ante el espectro de la inestabilidad, vuelta al redil, según el diagnóstico optimista de la vicedirectora del Fondo Marshall (4).
                
Una historiadora germanista de la Sorbona, Hélène Miard-Delacroix, ha evocado esta misma semana el “espectro de Weimar”, es decir esa Alemania de entreguerras que cayó como fruto maduro en las garras del nazismo (5). No porque estemos ante una situación análoga a la de finales de los años veinte del pasado siglo, por supuesto. Pero la dispersión del voto en seis grandes formaciones ý el sistema de elección proporcional, con la escueta de corrección del umbral del 5% para acceder al Bundestag, hace más difícil la consecución de una mayoría estable de gobierno. Es el miedo más que la realidad lo que aviva los fantasmas.
                
No es cosa menor en Alemania el miedo. Pero a veces se comete el error de exagerar esas percepciones tan negativas. Nadie está seguro de lo que se debe hacer en la situación actual. Y cuando los políticos alemanes convencionales dudan, los extremistas avanzan. En Alemania como en casi cualquier otra parte.

NOTAS

(1) Germany is Europa’s Newest problem. JUDY DEMPSEY. CARNEGIE EUROPE, 20 de noviembre.

(2) Germany’s Götterdämmerung. HANS-WERNER SINN. FOREIGN AFFAIRS, 21 de noviembre.

(3) Germany has plungued into unprecedented political chaos. PAUL HOCKENOS. FOREIGN POLICY, 20 de noviembre.

(4) Germany’s chance for a reset. SUDHA DAVID-WILP. FOREIGN AFFAIRS, 21 de noviembre.


(5) “En politique, l’Allemagne ne fait pas la exception”. HÉLÈNE MIARD-DELACROIX. LE MONDE, 28 de noviembre.

ZIMBABWE: EL COCODRILO TUMBA AL DINOSAURIO

22 de noviembre de 2017
Ha caído la penúltima dictadura africana. Ha nacido la penúltima dictadura africana. Así pueden resumirse dos semanas de una ópera bufa con trasfondo de sangre y miseria que denigra un poco más la maltratada imagen del continente.
Robert Mugabe, el primero y único presidente de Zimbabwe en sus 37 años de vida como estado independiente, sale de la historia por la puerta de atrás, desde un cuarto oscuro y miserable, tras arruinar y envilecer al país que lo convirtió en héroe (1).
A pesar de la alegría en las calles y las celebraciones de una población hasta cierto punto sorprendida por la aceleración de la crisis, hay pocos motivos para la esperanza, al menos inmediata. La dictadura no ha caído como resultado de una revuelta popular. Ni siquiera por efecto de una presión social con apoyo internacional. Se ha tratado, lisa y llanamente, de un golpe palaciego, de un ajuste de cuentas entre facciones, todas con las manos manchadas de sangre y los bolsillos bien llenos.
Las referencias zoológicas del título de este comentario están extraídas del vocabulario político y socio-periodístico local: la lucha por el poder en Zimbabwe, en esta fase terminal del régimen mugabiano, ha sido bastante animal.
UNA AMBICIOSA PRESUMIDA Y SU INSECTO PREFERIDO
La segunda mujer del depuesto dictador, Grace, es cuarenta años más joven que el nonagenario Mugabe. Una mecanógrafa ambiciosa sedujo al líder mientras la primera dama agonizaba de cáncer, permaneció pacientemente a su lado hasta consolidar sus aspiraciones de mando absoluto, se forjó una base social entre mujeres y jóvenes del partido gobernante y cortejó a la nueva generación de tecnócratas impacientes por heredar los beneficios del poder.
Cuando el anciano empezó a renquear y el cáncer lo atrapó, hizo de acompañante en sus viajes hospitalarios, con especial asiduidad en Singapur. Mugabe se sometía a tratamiento, mientras Grace se iba de tiendas. De tiendas caras. Entonces es cuando se ganó el apodo de Gucci Grace.
A la primera dama de segunda generación le sobraba ambición, pero le faltaba cabeza. Así que apañó una alianza con uno de los más listos del corral, Jonathan Moyo, destinado a ser uno de los herederos del gran jefe. Moyo había forjado una alianza con el segundo del Estado, Emmerson Mnangagwa, para acelerar la transición y jubilar al viejo dinosaurio. Pero su secuaz lo traicionó cuando se creyó con suficiente fuerza para ser el único sucesor con garantías (2).                  
El maniobrero Mnangagwa es un curtido muñidor de sanguinarias rectificaciones del régimen. Desde su puesto al frente de los servicios de inteligencia ha supervisado la lista de adversarios y caídos en desgracia con una frialdad espeluznante, que le valió el apodo de cocodrilo, que a él parecía complacerle. Sus lazos con los militares y, sobre todo, con los veteranos guerrilleros del movimiento de liberación, reforzaron sus opciones de futuro (3). Pero no pudo evitar la amplitud de las conspiraciones de alcoba.
La ambiciosa Grace acogió al engañado Moyo y le prometió un lugar junto a ella en su futuro trono si le organizaba esa legión de jóvenes, mujeres, técnicos y modernos visionarios. A ello se entregó el joven político con tanta paciencia y determinación, que el propio Mugabe le dedicó el epíteto de gorgojo, un insecto que devora el grano.                 
El anciano líder ya chocheaba notoriamente, así que reforzó la apuesta por su esposa, convencido de que los políticos, militares y guerrilleros veteranos de su generación estaban tan amortizados como él.
La vieja generación no se resignó a este revés de la fortuna y se entabló la fase final de una pugna a muerte entre las dos facciones, con sus respectivos aliados detrás. Grace y Moyo no estaban seguros de la solidez de sus posiciones y decidieron sorprender a sus rivales con un movimiento sorpresa. Camelaron a Mugabe para que destituyera al número dos, Mnangagwa, que puso pies en polvorosa, para preparar el contraataque desde sus plataformas de apoyo en Suráfrica y Mozambique.
EL REFLEJO DEFENSIVO DEL VIEJO RÉGIMEN
Con lo que no contaban los descuidados líderes de la nueva generación era con la capacidad de resistencia del viejo régimen. El cocodrilo había acordado una transición pactada con el Ejército, que blindara los privilegios adquiridos estas décadas, en la que también quedarían incluidos los veteranos de la guerra patriótica.
El cocodrilo mordió con la dentadura prestada de los militares. Apresó entre sus fauces al dictador y lo sometió a una negociación de su propia muerte política, generosa en la forma, pero humillante en el fondo. Mugabe se resistió unos días, quizás esperando que los soldados más jóvenes se alinearan con la facción de su desventurada esposa, retenida en paradero desconocido y presentada ante el país y el mundo como la verdadera responsable de las desgracias de Zimbabwe.
Lo que no había conseguido la oposición, las organizaciones sindicales contestatarias o las asociaciones cívicas, es decir, la eliminación del dinosaurio, lo protagonizaron los propios exponentes del régimen. La mafia en la que se ha convertido Zimbabwe ha asistido a una guerra de familias, y se ha impuesto la más tradicional, la que tenía más que perder (4).
China fue el sostén principal del ZANU-PF de Mugabe en la lucha por la hegemonía durante la guerra de liberación, que lo enfrentó a muerte contra el ZAPU de Joshua Nkomo, el otro mítico líder guerrillero. Y, conociendo sus maneras, Pekín tratará de mantener sus intereses en el país, pese a la ruina en que se encuentra. Pero se dice que Mnangagwa ha cultivado relaciones con gobiernos extranjeros, instituciones financieras internacionales y otros centros de poder mundial para orquestar un lavado del régimen. O sea, un mugabismo sin Mugabe.          La democracia no está en el horizonte inmediato, como sostiene un diplomático norteamericano experimentado en África (5).                
No debe sorprendernos que Occidente se avenga a esta operación de reciclaje. No en vano, los crímenes, abusos y excesos del régimen de Mugabe han servido de anestesia y olvido de las perversiones colonialistas. El recuerdo de la vergonzosa actuación de Gran Bretaña y la historia de la vieja Rhodesia es una lectura de gran utilidad estos días, como nos recuerda el veterano periodista James North (6).    
El cocodrilo ha ganado al gorgojo y a la presumida arribista en la eliminación del dinosaurio. Pero más temprano que tarde el natural recambio generacional tendrá que producirse. Con estos protagonistas del zoo o con otros. La resolución de la crisis parece temporal o transitoria.


NOTAS
(1) “How Mugabe Ruined Zimbabwe”. THE ECONOMIST, 26 de febrero.
 (2) “Behind the Rapid Mugabe’s Fall: a Fired, a Feud and a First Lady”. NORIMITSU ONISHI. THE NEW YORK TIMES, 19 de noviembre.
(3) “A Strongman Nicknamed Crocodile is Poised to Replace Mugabe”. KIMIKO DE FREITAS-TAMURA. THE NEW YORK TIMES, 16 de noviembre.
(4) “Why Zimbabwe’s Military Abandoned Mugabe. PHILIP MARTIN. FOREIGN AFFAIRS, 17 de noviembre.
(5) “Robert Mugabe and the poisonous legacy of the Bitish Colonialism”. JAMES NORTH. THE NATION, 21 de noviembre
(6) “Mugabe is gone, but Zimbabwe’s Dictatorship Will Remain”. JOHN CAMPBELL. FOREIGN AFFAIRS, 17 de noviembre