EL "REALITY SHOW" DE "TRUMP DE ARABIA"

24 de mayo de 2017
                
Durante la campaña, Trump exhibió una tendencia enfermiza a proyectar un universo paralelo: sobre la decadencia de América, sobre el desequilibrado sistema comercial mundial, sobre la amenaza migratoria… O sobre la guerra de religiones. “El Islam nos odia”, dijo una y otra vez, en una irresponsable incitación a eso mismo que él pretendía falsamente denunciar.
                
Trump aterrizó en Arabia Saudí dispuesto a someterse a un giro orwelliano, con tal de salir indemne de un potencial desastre diplomático. Se avino a corregir su embridar su retórica y a decir lo que le aconsejaron, con mayor o menor agrado. Dicho a la manera trumpiana: a comerse sus propias palabras. Stephen Miller, el mismo asesor xenófobo que elaboró parte de sus exabruptos de campaña, le apañó para la ocasión un discurso de tono conciliador, con el que hacer olvidar tanta barbaridad demagógica reciente. En definitiva, una vuelta al guion convencional, al que informa la política exterior norteamericana desde antes de que él naciera.
                
En su forzada corrección (1), Trump no incidió en las causas profundas del terrorismo o de la inestabilidad de la región, como intentó Obama en 2009, en su mensaje de El Cairo, con mayor honestidad intelectual. Pero no era eso lo que le interesaba al actual presidente, y mucho menos a sus anfitriones saudíes.
                
De lo que se trataba era de que todo volviera a estar en su sitio con los jeques, tras la incómoda era de Obama, debido al acuerdo nuclear iraní y a los recelos (que no la oposición) del anterior presidente a avalar en su totalidad los excesos saudíes en Yemen.
                
Trump le dijo a los saudíes lo que quieren oír: que la Casa Blanca considera a Irán como el principal agente perturbador en Oriente Medio, con su respaldo político, militar y financiero a la Siria de Assad y a las milicias terroristas de Hezbollah en el Líbano, los grupos paramilitares shíies en Irak o la minoría houthi en Yemen.
                
La restauración del orden se coronó con una cuestionable venta de armas (110 mil millones de dólares). Y para rematar la puesta en escena, el showman televisivo se sometió un espectáculo de folklore local que no le debió hacer gracia alguna. El paseo de su esposa e hija, con modelos ad hoc para no escandalizar a la puritana familia anfitriona, puso la guinda de la performance.
                
EL ALIVIO IRANÍ
                
Mientras el contenido presidente recitaba estas y otras cantinelas que apenas entiende, en Iran se confirmaba la reelección del moderado Rohani como presidente de la República, por un margen convincente, casi veinte puntos, frente a su rival, el conservador Rasi, de siniestro historial.  El presidente iraní, más formado y experimentado que su homólogo de Washington, situó el contexto con elegante discreción. En vez de enredarse en replicas inútiles, resaltó su deseo de que la “nueva administración norteamericana se asiente para abordar los asuntos que interesan a ambos países en beneficio de la estabilidad regional”.
                
Los resultados en Irán suponen un alivio transitorio. Como señala Suzanne Maloney, una de las principales expertas occidentales en la República islámica, el importante triunfo de los moderados y aperturistas no elimina las resistencias del establishment conservador, que sigue controlando gran parte del aparato militar y policial y la judicatura. Más de un tercio del electorado sigue respaldando a los ultras (2).
                
No obstante, hay motivos para ser moderadamente optimista. El triunfo de Rohani se ha amplificado por el excelente resultado de los reformistas y moderados en los comicios municipales paralelos. En Teherán, por ejemplo, todos los concejales pertenecen a la línea aperturista. La perspectiva de una transición aperturista parece más cercana ahora, para algunos observadores, como el teólogo iraní exiliado Mehdi Khalaji (3).
                
Trump permanece ajeno a estos contrastes y matices.  para no estorbar el exótico reality show de Ryadh. Iran tiene un sistema político brutal, pero al menos un parte de sus dirigentes son elegidos por la ciudadanía. Arabia Saudí es una dictadura teocrática sin matices.
                
Con este bagaje tan pobre, Trump fue a cumplimentar al otro aliado tradicional de Washington en la región que contempla el nuevo tiempo con aparente entusiasmo: Israel. Ya no tanto. La euforia de los ultranacionalistas israelíes tras el triunfo de Trump se desvanece a medida que pasan las semanas. La promesa electoral de trasladar la embajada norteamericana a Jerusalén se ha olvidado. La barra libre a las colonias se ha esfumado, aunque Trump se mostrará más permisivo que Obama. Sin hacer mucha alharaca, en la Casa Blanca se recupera la doctrina de los dos estados. A falta de un cambio de sustancia, gestos: como la foto en el Muro de las lamentaciones, con desprecio de la sensibilidad palestinas, apenas compensada con una visita de compromiso a Belén.
                
El soplo de Trump al jefe de la diplomacia rusa de una supuesta operación terrorista del Daesh, suministrada a Washington supuestamente por el Mossad, ha alertado a la inteligencia israelí. Los serios y profesionales servidores del “puño de David” no comparte el entusiasmo de los extremistas que menudean en el gobierno: prefieren el estilo serio y articulado de Obama, pese a las diferencias de concepto que pudieran haber existido (4).
                
EL ATENTADO DE MANCHESTER Y EL ESPECTRO DEL IMPEACHMENT
                
Como contrapunto trágico de la orquestada gira de Trump, ocurría el atentado de Manchester. Por primera vez, el látigo del terrorismo yihadista sacude una campaña electoral en Occidente. ¿Casualidad? Probablemente, aunque quizás es más acertado estimar que el Daesh golpea cuando puede y no cuando quiere.  
                
Manchester, en todo caso, es obra de grupos extremistas que son tributarios de una visión medievalista de la fé no muy distinta de la que inspira a la petromonarquía saudí. Días antes de la llegada de Trump, Arabia Saudi utilizó a Egipto en la ONU para impedir una moción de Washington que pretendía incluir en la lista mundial de organizaciones terroristas al “Estado Islámico de Arabia”. El argumento de Ryadh, que irritó a Washington, es que no existe tal cosa, que en el suelo saudí no hay una estructura del Daesh, sino células sueltas o “lobos solitarios”, como en Occidente. Naturalmente, es dudoso que Trump evocara este asunto en su lobotomizada estancia entre palacios y verbenas.
                
A la espera de la etapa europea, el primer viaje de Trump al exterior con aires de ópera bufa se salda de la manera esperada. Más allá de un gafe menor, la camisa de fuerza impuesta por colaboradores y/o familiares ha evitado ridículos mayores.
                
El ganador del colegio electoral ha estado más pendiente del goteo incesante de sus destrozos internos. Nuevas revelaciones ofrecen indicios cada vez más inquietantes de que Trump ha intentado obstruir la labor de la justicia y manipular en su beneficio a los servicios de inteligencia. La obscena exhibición de su incompetencia se solapa con una conducta que podría ser considerada delictiva.


NOTAS

(1) “Don’t be fooled by Trump’s Saudi Arabia speech. He’s still an islamophobe”. MEHDI HASSAN. THE WASHINGTON POST, 22 de mayo.

(2) “What will Rohani’s repeat mean for Iran and Washington”. SUZANNE MALONEY. BROOKINGS INSTITUTION, 22 de mayo.

(3) “Iran’s next big transition is coming sooner than you think”. MEHDHI KHALAJI. THE WASHINGTON INSTITUTE, 23 de mayo.

(4) “Israel intelligence furious over Trump’s loose limps”. KAVITA SHURANA, et alas. FOREIGN POLICY, 19 de mayo.

MACRON: EL ACTO DECISIVO DE SU GRAN OBRA TEATRAL

17 de mayo de 2017
                
De joven, el flamante presidente francés quería ser dramaturgo. Con esa ambición sedujo a su profesora y terminó convirtiéndola en su esposa. Una historia personal casi insuperable, de esas que definen una biografía, que perfilan un carácter. Luego ha ido ampliando su producción, tanto en el terreno de la realización privada, como en el de la vida pública. Se encuentra ahora en plena ejecución de su obra maestra. Ha concluido con brillantez el primer acto (planteamiento: su ascenso político) y el segundo (nudo: la victoria electoral); le queda ahora el tercero (la realización: el gobierno).
                
UN ÉXITO A CABALLO DE LOS TIEMPOS
                
Macron ganó las recientes elecciones francesas con un mensaje de optimismo, de confianza en las posibilidades del país y de reunificación de las energías nacionales y sociales. Nada original. Nada nuevo, pese a las favorables proyecciones mediáticas, basadas en el endeble argumento de que no pertenecía a los partidos tradicionales de la V República.
                
En política, hay pulsiones que, siendo muy superficiales, resultan muy eficaces. En tiempos de fatiga, de desconcierto, de escepticismo, la tentación de la novedad es muy poderosa. Macron representa eso: el espejismo de lo nuevo, de lo distinto, de lo positivo.
                
La victoria de Macron ha hecho que muchos analistas crean conjurado, al menos de momento, el peligro del populismo, del nacionalismo extremista, de la extrema derecha. Es una pretensión engañosa. En Francia, había un voto del miedo manipulado por Marine Le Pen y el Frente Nacional y un voto del miedo al miedo, sobre el que ha cabalgado con habilidad el candidato vencedor.
                
El nuevo tiempo en Francia no será muy distinto del viejo, pero tendrá un envoltorio distinto. Los problemas de un país no los cambia casi nunca unas elecciones, ni siquiera a veces una revolución (o varias, en cadena). La historia ofrece numerosos ejemplos de uno y de lo otro. En la política actual, tan importante es lo que pasa como lo que se representa. Macron es el resultado provisional de una fabulosa representación. Inacabada.
                
LOS PRIMEROS PASOS  
                
Macron-presidente tardará en diferenciarse del Macron-candidato. Parecerse lo más posible a lo que se dice ser es un activo carísimo en política, y más ahora cuando la confianza ciudadana anda tan escasa. Los primeros pasos en el Eliseo han sido muy calculados.
                
1) Visita a Alemania para unir su suerte a la de la dirigente política más estable de Europa: Angela Merkel. Macron se erige en recuperador de un eje franco-alemán que, en realidad, nunca ha estado seriamente en cuestión. Hollande prometió liberarse de la austeridad, pero no quiso o no puedo hacerlo, y desde luego nunca se planteó impugnar la alianza estratégica con Alemania. Macron no inventa nada, ni siquiera reescribe esta parte del guion. Más bien, acentuará la tramoya. Inflará la agenda, con el consentimiento de Merkel, que puede servirse del joven líder francés para apuntalar sus ya sólidas perspectivas electorales en septiembre, como se ha visto con el batacazo socialdemócrata en la Renania del frenado Shultz. Macron y Merkel se encontrarán muy a gusto en el terreno compartido de la ambigüedad.
                
2) Nombra a un segunda fila de la derecha como primer ministro. Es difícil que pueda haber sorprendido la designación de Edouard Philippe. Su nombre circulaba hace días en las quinielas políticas. No ha pasado por alto que este político es uno de los veintiún parlamentarios que no ha cumplido estrictamente con las reglas de transparencia sobre patrimonio e intereses. Algo poco coherente con la regeneración que Macron proclama.

La selección no ha podido ser más cuidadosa. Macron ha elegido a un personaje secundario, sin ambiciones a corto plazo. Un político que interpreta bien el estilo macronista: dice que a veces es de derechas y a veces de izquierdas (sic).
               
Philippe, hasta ahora alcalde de Le Havre, una ciudad atlántica de la desembocadura del Sena, es un fiel de Juppé, el líder del sector moderado, más centrista de la derecha. Juppé fue derrotado por Fillon en las primarias con un programa contrario sin ambages al discurso nacional-populista que había ido calando en su partido desde los tiempos de Sarkozy.
                
La intención de Macron parece clara: elige a un dirigente de la derecha tibia para agudizar las contradicciones de Los Republicanos, afilar aún más el debate de las legislativas y cobrar ventaja en la más que probable batalla de la cohabitación. Macron ya despedazó al Partido Socialista. No es probable que haga lo propio con la derecha. Pero puede neutralizarla o dificultar sobremanera su labor de oposición. En eso parece estar. La composición del gobierno es corolario de lo anterior.
                
3) La conclusión de las listas electorales con la que competir con garantías en las legislativas de junio también lleva esa marca de ambición con formas suaves que caracteriza a Macron. El político externo a su formación que con más claridad apoyó su candidatura presidencial, François Bayrou, líder del centrista MODEM (Movimiento demócrata) ha empezado a probar los peligros de la engañosa suavidad de su socio político. Después de pactar con él o con sus colaboradores una reserva de puestos en las listas de las legislativas, se vio cogido de corto, en artimañas propias de la vieja política de siempre. Al final, tras poner el grito en ese cielo que Macron ocupa ahora casi en exclusiva, consiguió recuperar algunas posiciones en la batalla política. Pero la confianza puede haber quedado comprometida.
                
EL GRAN DESAFÍO
                
El gran desafío para Macron no estará en el escenario, sino en la platea, en parte en el patio de butacas (los poderes económicos que le reclamarán la involución social) y sobre todo en el gallinero, es decir, en los espacios alejados de las mejores posiciones de visión, en las fábricas, talleres, oficinas, aulas, ambulatorios, transportes públicos y demás lugares donde la derrota de la extrema derecha será alimento muy escaso para afrontar la dura vida diaria.
                
Para navegar en este horizonte de conflicto, Macron reescribirá el guion de identificar extrema derecha y extrema izquierda. Con la etiqueta de los extremos coincidentes intentará neutralizar la contestación, deslegitimarla, hacerla sospechosa. Le ha servido en la campaña, pero será mucho más difícil conseguirlo desde el Eliseo.

Macron puede maniobrar sobre el escenario dar continuidad a los actos anteriores. Pero igual que el acto tercero de una obra teatral exige máximo poder de convicción y una superior tensión dramática, gobernar es siempre más exigente que hacer campaña. Su anterior experiencia de gobierno al frente de Economía resultó decepcionante, pero consiguió que su responsabilidad se disolviera en la de su patrón Hollande. Ahora no tiene ese recurso. Macron ya no es un outsider. El poder lo ha colocado bajos los focos, en el lugar central, sin pausas ni escapes. Ningún otro tropiezo minimizará los que él pueda cometer sobre las tablas. La ambigüedad tiene los días contados. El optimismo está amortizado con la victoria. Ahora comienza el verdadero drama de gobernar. El acto decisivo. 

MACRON DERROTA AL NACIONAL-POPULISMO CON UN AMBIGUO OPTIMISMO

8 de mayo de 2017
                
Dos de cada tres franceses que decidieron votar el 7 de mayo han entregado a Macron la confianza para alejar el peligro del nacional-populismo. Un triunfo claro, esperado y tranquilizador para buena parte de la sociedad, pero construido sobre demasiadas incógnitas. Lo que explica la cifra de abstención más alta en cuarenta años (25%) y el llamativo voto en blanco o nulo (casi el 9%).
                
El flamante Presidente compareció dos veces en la noche electoral. Primero, con una declaración institucional, muy formal y grave. La segunda, en el Carrusel del Louvre, para compartir la victoria con decenas de miles de sus seguidores. Apareció sólo, en una estampa que evocó a Mitterrand, con el europeo himno a la alegría acompañando su paso. En ambos discursos, el mismo el mismo halo de ilusión, generosidad, modestia y unidad. Un aire presidencial clásico. Ni rastro de partidismo. Una victoria de Francia. El humilde orgullo de sentirse francés. Un tono humanista, integrador y europeo para replicar al nacionalismo excluyente derrotado. Nada que pueda dividir, nada que presagie una definición política.
                
En el Carrusel del Louvre, donde estuve, reinaba la alegría y el alivio. Pluralidad social. Más gente joven, pero también mayor. La población de origen inmigrante, la más entusiasta.
                
EL SHANGRI-LA DE MACRON
                
Sólo una sexta parte de los electores de Macron en la segunda vuelta lo votaron por su programa; uno de cada dos, para impedir una victoria o simplemente el peligro ascenso de la ultraderecha. Significativo.
                
Macron debe gran parte de su triunfo a no hacer enemigos, a no molestar a casi nadie (excepto al FN, naturalmente). Eso le ha obligado a no hablar demasiado claro, a refugiarse en un programa ambiguo, a defenderse en un campo de generalidades.
                
El discurso del Macron candidato ha sido una colección de buenos deseos, de ideas tradicionales con un vago aroma renovador, de normalidad democrática, de mensajes previsibles. La clave de su éxito ha estado en el tono, no en la sustancia. En su aire kennediano de apelación al esfuerzo de todos y cada uno en favor del bien común; en un optimismo basado en la voluntad, pero poco asentado en la realidad; en una indefinida invocación a una nueva manera de entender y practicar la política, sin explicitar en qué consiste.
                
Sin embargo, lo que hasta ahora ha operado como fortaleza, puede convertirse pronto en debilidad. En efecto, la ambigüedad puede servir para sumar millones de votos en unas elecciones, sobre todo si enfrente se tiene el fantasma del extremismo, pero puede ser insuficiente para gobernar. El shangri-la macroniano de una Francia feliz en la que todo el mundo se sienta a gusto puede desvanecerse de la noche a la mañana. Primero, en el campo político y, más tarde en el ámbito social.
                
EL DESAFÍO DE GOBERNAR
                
Las elecciones legislativas se jugarán el 11 y 18 de junio. Aún no se sabe si Macron podrá contar con una mayoría propia suficiente para gobernar o dependerá del apoyo de los partidos derrotados en estas elecciones. El nuevo Presidente no renuncia a insuflar a su movimiento político del élan necesario para convertirse en hegemónico. Pero es una tarea aún incierta. La derecha (Los Republicanos) aspira a cobrarse la revancha y jugar de nuevo la carta de la cohabitación, es decir, el contraste o reequilibrio del poder del Eliseo desde la plataforma de Matignon (sede de la jefatura del gobierno). Los socialistas, en depresión indisimulada, sólo pueden convertirse en comparsa o quedar relegados a la marginación.
                
Macron no ha revelado aún el nombre del primer ministro con el que espera adoptar las medidas más urgentes, en materia económica, social y política. Se trata de una decisión clave, porque puede dar una idea de las alianzas que el nuevo presidente considera más conveniente a sus planes.
                
La derecha trata de devaluar el triunfo de Macron como el puro reflejo del miedo a la extrema derecha y califica al nuevo presidente de heredero soterrado de Hollande. Frente a los amagos de Macron para atraerse al sector más moderado de LR, el partido tradicional de la derecha francesa adopta una actitud desdeñosa. El responsable de la campaña legislativa, François Baroin, una estrella en alza, ha dicho que Macron “ha ganado la batalla de la ambigüedad, pero Los Republicanos ganarán la batalla de la claridad”. Es una buena codificación del mensaje que debe esperarse de la derecha en los comicios de junio. Si LR obtienen la victoria es muy difícil que se sumen al proyecto de Macron. Tratarán, por el contrario, de reducir su capacidad de maniobra, de restarle protagonismo y alcance, de convertir su presidencia en una transición hacia la recuperación del poder pleno en 2022.
                
En cuanto al PSF, las opciones restan limitadas. Para conjurar la posible hipoteca de haber formado parte del primer equipo de Hollande, Macron no ha hecho guiños de complicidad a los socialistas. Al contrario, más bien aspira a absorber al sector más liberal del partido, es decir, los que ya le han apoyado en su aventura política, pero con sus condiciones. Dicho de otra forma, Macron será muy cuidadoso en no parecer demasiado próximo a sus antiguos compañeros de gobierno. De los socialistas, a Macron sólo le interesan algunas individualidades. Y cuanto más se debilite el partido, más fuerte serán sus opciones de construir una mayoría propia. Un drama para el PSF, que ha sido la formación política ajena que más ha defendido el voto a Macron en la segunda vuelta.
                
LA DOBLE OPOSICIÓN DE LOS EXTREMOS
                
El Presidente tendrá dos rivales claros: el nacional-populismo derrotado pero más que pujante y la izquierda insumisa, radical o simplemente inconformista.
                
Marine Le Pen ha obtenido once millones de votos, en una soledad absoluta, con un gran esfuerzo de movilización de casi todo el sistema en su contra. Su derrota no es para relajarse. El Frente Nacional aspira a aprobar la asignatura pendiente; es decir, lograr una posición parlamentaria fuerte e influyente. El sistema electoral les perjudica, porque el filtro de las dos vueltas y su aislamiento político les hace enfrentar coaliciones muy poderosas.
                
La izquierda más radical, que no extremista, librará su oposición en la calle, en las fábricas, en los servicios públicos. No tendrá otra alternativa que desafiar al Presidente con la movilización social, en cuando se confirme un previsible programa de gobierno con los parámetros tradicionales de neoliberalismo más o menos compasivo. El riesgo de confluir con la derecha nacional-populista es grande. De ahí que Melenchón ya haya dicho que la suma de la abstención, los votos en blanco y los nulos han superado los números del Frente Nacional. Una matemática política discutible.

                
En fin, Francia tendrá el líder más joven (39 años) desde Napoleón. Suave en sus maneras, pero lleno de ambición y determinación, como ha escrito Anne Fulda, una de sus primeras biógrafas. ¿Será Macron un puño de hierro en un guante de seda?


CIEN DÍAS DE RUIDO... Y DE NADA

3 de mayo de 2017 
                
Así puede resumirse el inicio del mandato más estrafalario en la historia de los Estados Unidos.  Trump no pasa el corte, para utilizar la terminología de la actividad a la que parece dedicarse si no con más energía, desde luego con más gusto.
                
Estos días, medios, think-tank, analistas e institutos de opinión se han dedicado a escrutar resultados, sustancia y estilo, logros y fallos. Y, lo que resulta más revelador, a comprobar la enorme brecha que existe entre lo que el Presidente dice y lo que hace, entre la imagen que proyecta del país o de sus rivales y la real. El resumen de este esfuerzo es sencillo: ruido y nada (1).
                
Trump ha hecho mucho ruido. Mucho tuit. Mucha declaración grandilocuente. Mucha afirmación gruesa. Verdades nulas o dudosas. THE WASHINGTON POST ha detectado casi 500 falsedades del Presidente en este periodo inaugural: cinco por día (2).
                
Resultados, pocos, y ninguno de importancia, siquiera media o baja. Los fracasos han sido tan estrepitosos como la exageración del éxito con que se anticiparon: las ilegales y calenturientas medidas para limitar la inmigración, el rechazo de la reforma sanitaria de Obama, la obtención de financiación inicial para levantar un muro en la frontera con México, el arranque del programa de reconstrucción de infraestructuras.
                
Otras iniciativas se han anunciado a bombo y platillo, pero cunden los pronósticos que le auguran recorrido corto: por ejemplo, la reforma fiscal, injusta y tramposa, con la que Trump satisface a los más ricos y se autoregala un respiro para las empresas de su clan.
               
En política internacional, más ruido, es decir, más bombas. Algunas decisiones adoptadas mientas contempla la televisión a altas horas de la noche o en el intervalo de entrevistas con dirigentes mundiales, poco preparadas, por cierto.
                
¿Y qué decir de su equipo de gobierno? Absoluto descontrol. Una transición caótica. Dimisiones o ceses con bochorno incorporado, como el de Flynn; oscurecimientos inexplicados (véase Bannon, en rol de “príncipe de las tinieblas”); promociones nepóticas del clan familiar; nombramiento de los puestos medios clave (más de quinientos), en suspenso.
                
Trump es un completo fraude. Eso ya lo sabíamos antes de empezar. Pero el arranque no ha podido ser más calamitoso. Ni siquiera es cierta su proclamada fidelidad a los votantes, a esa América profunda, poco informada, dominada por los prejuicios (cuando no por el odio), resentida y desarticulada. Las contradicciones o imposturas con palmarias. A saber:
                
-Trump asumió un discurso atronadoramente populista y un discurso engañosamente nacionalista para ganar, pero no sabe, ni puede, ni seguramente quiere ponerlo en práctica. En sólo tres meses se ha puesto en evidencia la falacia completa de su estrategia.
                
-Trump quería cambiar la política exterior y lo que está ocurriendo es que la corriente profunda de la política exterior lo está superando (3). Los colaboradores corrigen sus gafes e interpretan sus incoherentes postulados. O simplemente lo ignoran sin decirlo. Con resignada y paciente dedicación. La rectificación, propia o de su entorno, ha sido permanente. Nada de nueva política hacia Rusia, corrección de su visión sobre la utilidad de la OTAN, marcha atrás en la consideración de China y, en general, una confusión irritante en el manejo del dossier asiático, “el mayor error de estos cien días de política exterior”, según Stephen Walt ( ).  .
               
-Trump se declaró campeón de la seguridad nacional, pletórico de “ideas” y fuerte de maneras. Pero, en sólo unas semanas ha declinado su responsabilidad en un sanedrín de militares (McMaster, Mattis, Kelly, Pompeo) que le reescriben continuamente el guion. Eso sí, parece que fue suya la decisión de bombardear un aeropuerto sirio en castigar por el uso de armas químicas, por parte del régimen de Damasco. Un ataque de humanidad, en un individuo que dedica sus mejores elogios y recibe con la mejor de sus sonrisas en el despacho oval a los dirigentes más autoritarios del planeta.
               
-Trump prometió devolver los frutos de la economía a esos millones de trabajadores (blancos) que se sienten estafados por los años de la alegría financiera, y lo que ha hecho en realidad ha sido entregarle las llaves de la máquina reparadora a exponentes destacados de Wall Street, como Mnuchin (secretario del Tesoro) o Cohn (jefe de los asesores económicos). Él se reserva las fotos con los mineros de Pennsylvania o los tuits promisorios. A la postre, Trump sirve y servirá a los más ricos y poderosos, como deja entrever su apresurado borrador de reforma fiscal.  Y suma y sigue.
                
Lo más inquietante de estos primeros cien días es que, como decía con ácida lucidez un articulista, “lo otrora impensable ya ha dejado de ser destacable”, porque “América se está acostumbrando a la locura de Trump” (5).
                
Una vez más, es necesario recordar la responsabilidad mediática. Los medios han contribuido muy notablemente a poner a Trump donde está: los fanáticos, con su entusiasmo; los amarillos, con su oportunismo; los serios u honestos, con su empeño por amplificar sus absurdas propuestas o sus insultos. Se corre el riesgo de repetir el error ahora que ocupa la Casa Blanca: trivializando sus barbaridades o exagerando el riesgo de su mandato.
                
No es aventurado decir que Trump no gobierna. Hizo un amago de gobernar durante dos semanas. Creó una crisis institucional con la chapuza fascistoide de la prohibición de entrada en el país a ciudadanos de siete países árabes. Luego fracasó en su enfermizo intento de acabar por la vía rápida con el legado de Obama. Y luego vió la oportunidad de apretar el gatillo, sin riesgo ni propósito.
                
Más allá de eso, cuando se ha tenido que remangar para liderar y gobernar, ha descubierto “lo duro que es este trabajo” (sic). Y ha perdido interés. A Trump ni le gusta ni tiene estómago para esa parte aburrida y sistemática de la política. Por eso, habría decidido delegar el trabajo. Puede decirse que Trump ha puesto en leasing el gobierno de América. Esa es la única buena noticia (relativa, muy relativa, a tenor de los que controlan ahora el negocio) de estos cien días.

NOTAS:

(1) “The making of a legacy: first steps in the Trump era”. NEW YORK TIMES, 28 de abril; “One hundred days of disquietud”. VARIOS AUTORES. PROJECT SYNDICATE, 28 de abril.

(2) “100 days of Trump claims. Fact cheker”. THE WASHINGTON POST, 29 de abril.

(3) “An assessment of the Trump’s first 100 days of foreign policy”. VARIOS AUTORES. BROOKINGS INSTITUTION, 28 de abril.

(4) “The worst mistake of the Trump’s first 100 days”. STEPHEN WALT. FOREIGN POLICY, 26 de abril.


(5) “America is getting used to Trump’s insanity”. MAX BOOT. FOREIGN POLICY, 25 de abril.