ALEMANIA: LAS CENIZAS DE ÁNGELA

29 de noviembre de 2017
                
Ángela Merkel es la última y para algunos inesperada victima de la crisis de confianza que asola Europa. El fracaso para formar un gobierno de coalición tripartito o tricolor (solución Jamaica) se desvanece por razones perfectamente anticipables: abismo entre las posiciones de los dos socios más derechistas (el ala bávara de los democristianos y los liberales) y esa formación dividida, heterogénea y cada vez más confusa en que han derivado los verdes.
                
El presidente de la República, Franz Steinmaier, un veterano pero gris político socialdemócrata ha apelado a la responsabilidad de los dirigentes políticos para que no devuelvan al electorado un trabajo que les corresponde a ellos. Una fórmula idéntica a la escuchada en España el año pasado. Alemania se citaba hasta hace seis meses como ejemplo y Alemania es hoy, como sostiene Judy Dempsey, “el nuevo problema europeo” (1).
                
Existe la convicción general de que Merkel no sería la candidata de la CDU a canciller si tienen que repetirse las elecciones. Esa posibilidad es ahora más cercana que hace un par de semanas. El caso ejemplar se convierte en pesadilla. Para conjurar el fracaso político que sería una vuelta apresurada a las urnas, se evocan dos opciones de último recurso: la reedición de la gran coalición o un gobierno minoritario de la CDU con apoyos puntuales de otros partidos.
                
La gran coalición, que los socialdemócratas rechazaron comprensiblemente la noche misma de las elecciones, tras sufrir una humillante derrota: el peor resultado de la posguerra con apenas un 20% de los votos. El candidato socialista, Martin Shultz, pasó de ser la gran esperanza del SPD para desalojar a Merkel hace tan sólo unos meses a convertirse en un líder triturado más de la socialdemocracia europea.
                
Es difícil que una prolongación del gobierno de gran coalición, con retoques de poca monta, puede recobrar la vitalidad de la izquierda moderada en Alemania. Las apelaciones a la responsabilidad, a la estabilidad, a la centralidad y demás rutinas del vocabulario político germano pueden resultar contraproducentes. Quizás este reflotamiento in extremis de la gross koalition puede ser simplemente una estratagema no para evitar las elecciones, sino para mejorar unas penosas perspectivas en las urnas.
                
La otra opción sería un gobierno democristiano en minoría y con acuerdos puntuales, con liberales o verdes, alternativamente. Algunos representantes del establishment como el Presidente del Instituto de estudios económicos (IFO), entidad asesora del gobierno en materia económica, defienden esta opción como la menos mala, o la única posible para conjurar el regreso al puerto electoral (2).
                
¿A QUIEN LE INTERESAN LAS ELECCIONES?
                
Sin duda, a la derecha ultranacionalista agrupada con o más o menos coherencia en la formación Alternativa por Alemania. Sus líderes han celebrado el fracaso de la negociación para alcanzar un compromiso de gobierno tripartido como un éxito propio. Saben que Merkel será la principal damnificada y creen poder seguir mordiendo en el electorado desconcertado de la CDU para ampliar su base parlamentaria, ya de por sí considerable: más de 90 diputados en el Bundestag. No está nada mal para tratarse de un partido ultranacionalista en Alemania.
                
Los liberales del FPD, socios malogrados del viaje a Jamaica, parecen felicitarse por el encallamiento de la situación. No en vano fueron ellos los que dieron por agotadas las negociaciones, lo que provocó cierta sorpresa en las otras dos formaciones. En los ochenta y noventa afianzaron una cierta sensibilidad centrista. Pero el FPD tuvo siempre un alma más reaccionaria en los asuntos sociales y económicos. Muchos de sus sucesivos líderes bufaron a modo contra el excesivo y demasiado caro estado de bienestar alemán. Ese discurso ha hecho fortuna (3). La CDU ha sido criticada por asumir la retórica socialdemócrata  en escaños y tribunas para luego ajustarla a proporciones más modestas en comisiones y despachos.
                
A los verdes, finalmente, el naufragio del tripartito no les causa demasiados estragos. Más bien, al contrario, les libera de una tensión anunciada. Las distintas corrientes del partido no tardarían demasiado en entrar a la greña sobre las decisiones de un gobierno en el que ellos estaban condenados a ser el eslabón frágil, por mucho que los más favorables evoquen su condición de llave. Pero llave de una puerta que nadie sabe a dónde conduce.
                
¿DE JAMAICA A WEIMAR?
                
La CDU, por tanto, es la gran perdedora y, por extensión, su líder, la otrora indiscutible Ángela Merkel. Ya hemos escrito varias veces aquí que el liderazgo de esta calculadora dama del centroderecha europeo ha estado sobrevalorada. Su principal virtud no es precisamente la audacia, como equivocadamente los medios le reconocieron con motivo de la crisis de los refugiados de 2015. Más bien al contrario. Merkel ha sido una maestra en esperar a detectar cómo sopla el viento, qué corrientes políticas son las más potentes y luego apuntarse en el momento de menor impacto del riesgo. Por eso no le convence el gobierno en minoría.
                
No siempre ha acertado, por supuesto. O el acierto tenía fecha de caducidad. De nuevo el asunto de los refugiados fue paradigmático. Merkel se quedó bastante sola en una Europa aterrorizada por el auge nacional-populista. Desde su partido le pidieron cuentas, le exigieron rectificación, le volvieron elegante pero contundentemente la espalda. Y la canciller hizo lo que mejor sabe: girar sobre sus pasos y navegar a favor de corriente.
                
El problema es que la marea ya era muy fuerte y no pudo enderezar el barco. Al menos no lo suficiente. Para entonces, en el hígado del alemán medio, que controla con mucho esfuerzo su malestar por el arrastre de la mala conciencia, se había instalado un ánimo de desquite. Primero se dejó oír la calle, sobre todo en el desventurado sector oriental, tan decepcionado por las promesas rotas. Y luego, en las urnas, el pasado mes de septiembre.
                
Donde la mayoría contempla un atasco, algunos ven una oportunidad. Según esta perspectiva, Alemania necesitaría un reseteo. Una nueva cita electoral obliga a un esfuerzo de imaginación a los dos grandes partidos, tras décadas de rutina. El otro efecto positivo puede ser el agotamiento del voto de protesta. Ante el espectro de la inestabilidad, vuelta al redil, según el diagnóstico optimista de la vicedirectora del Fondo Marshall (4).
                
Una historiadora germanista de la Sorbona, Hélène Miard-Delacroix, ha evocado esta misma semana el “espectro de Weimar”, es decir esa Alemania de entreguerras que cayó como fruto maduro en las garras del nazismo (5). No porque estemos ante una situación análoga a la de finales de los años veinte del pasado siglo, por supuesto. Pero la dispersión del voto en seis grandes formaciones ý el sistema de elección proporcional, con la escueta de corrección del umbral del 5% para acceder al Bundestag, hace más difícil la consecución de una mayoría estable de gobierno. Es el miedo más que la realidad lo que aviva los fantasmas.
                
No es cosa menor en Alemania el miedo. Pero a veces se comete el error de exagerar esas percepciones tan negativas. Nadie está seguro de lo que se debe hacer en la situación actual. Y cuando los políticos alemanes convencionales dudan, los extremistas avanzan. En Alemania como en casi cualquier otra parte.

NOTAS

(1) Germany is Europa’s Newest problem. JUDY DEMPSEY. CARNEGIE EUROPE, 20 de noviembre.

(2) Germany’s Götterdämmerung. HANS-WERNER SINN. FOREIGN AFFAIRS, 21 de noviembre.

(3) Germany has plungued into unprecedented political chaos. PAUL HOCKENOS. FOREIGN POLICY, 20 de noviembre.

(4) Germany’s chance for a reset. SUDHA DAVID-WILP. FOREIGN AFFAIRS, 21 de noviembre.


(5) “En politique, l’Allemagne ne fait pas la exception”. HÉLÈNE MIARD-DELACROIX. LE MONDE, 28 de noviembre.

ZIMBABWE: EL COCODRILO TUMBA AL DINOSAURIO

22 de noviembre de 2017
Ha caído la penúltima dictadura africana. Ha nacido la penúltima dictadura africana. Así pueden resumirse dos semanas de una ópera bufa con trasfondo de sangre y miseria que denigra un poco más la maltratada imagen del continente.
Robert Mugabe, el primero y único presidente de Zimbabwe en sus 37 años de vida como estado independiente, sale de la historia por la puerta de atrás, desde un cuarto oscuro y miserable, tras arruinar y envilecer al país que lo convirtió en héroe (1).
A pesar de la alegría en las calles y las celebraciones de una población hasta cierto punto sorprendida por la aceleración de la crisis, hay pocos motivos para la esperanza, al menos inmediata. La dictadura no ha caído como resultado de una revuelta popular. Ni siquiera por efecto de una presión social con apoyo internacional. Se ha tratado, lisa y llanamente, de un golpe palaciego, de un ajuste de cuentas entre facciones, todas con las manos manchadas de sangre y los bolsillos bien llenos.
Las referencias zoológicas del título de este comentario están extraídas del vocabulario político y socio-periodístico local: la lucha por el poder en Zimbabwe, en esta fase terminal del régimen mugabiano, ha sido bastante animal.
UNA AMBICIOSA PRESUMIDA Y SU INSECTO PREFERIDO
La segunda mujer del depuesto dictador, Grace, es cuarenta años más joven que el nonagenario Mugabe. Una mecanógrafa ambiciosa sedujo al líder mientras la primera dama agonizaba de cáncer, permaneció pacientemente a su lado hasta consolidar sus aspiraciones de mando absoluto, se forjó una base social entre mujeres y jóvenes del partido gobernante y cortejó a la nueva generación de tecnócratas impacientes por heredar los beneficios del poder.
Cuando el anciano empezó a renquear y el cáncer lo atrapó, hizo de acompañante en sus viajes hospitalarios, con especial asiduidad en Singapur. Mugabe se sometía a tratamiento, mientras Grace se iba de tiendas. De tiendas caras. Entonces es cuando se ganó el apodo de Gucci Grace.
A la primera dama de segunda generación le sobraba ambición, pero le faltaba cabeza. Así que apañó una alianza con uno de los más listos del corral, Jonathan Moyo, destinado a ser uno de los herederos del gran jefe. Moyo había forjado una alianza con el segundo del Estado, Emmerson Mnangagwa, para acelerar la transición y jubilar al viejo dinosaurio. Pero su secuaz lo traicionó cuando se creyó con suficiente fuerza para ser el único sucesor con garantías (2).                  
El maniobrero Mnangagwa es un curtido muñidor de sanguinarias rectificaciones del régimen. Desde su puesto al frente de los servicios de inteligencia ha supervisado la lista de adversarios y caídos en desgracia con una frialdad espeluznante, que le valió el apodo de cocodrilo, que a él parecía complacerle. Sus lazos con los militares y, sobre todo, con los veteranos guerrilleros del movimiento de liberación, reforzaron sus opciones de futuro (3). Pero no pudo evitar la amplitud de las conspiraciones de alcoba.
La ambiciosa Grace acogió al engañado Moyo y le prometió un lugar junto a ella en su futuro trono si le organizaba esa legión de jóvenes, mujeres, técnicos y modernos visionarios. A ello se entregó el joven político con tanta paciencia y determinación, que el propio Mugabe le dedicó el epíteto de gorgojo, un insecto que devora el grano.                 
El anciano líder ya chocheaba notoriamente, así que reforzó la apuesta por su esposa, convencido de que los políticos, militares y guerrilleros veteranos de su generación estaban tan amortizados como él.
La vieja generación no se resignó a este revés de la fortuna y se entabló la fase final de una pugna a muerte entre las dos facciones, con sus respectivos aliados detrás. Grace y Moyo no estaban seguros de la solidez de sus posiciones y decidieron sorprender a sus rivales con un movimiento sorpresa. Camelaron a Mugabe para que destituyera al número dos, Mnangagwa, que puso pies en polvorosa, para preparar el contraataque desde sus plataformas de apoyo en Suráfrica y Mozambique.
EL REFLEJO DEFENSIVO DEL VIEJO RÉGIMEN
Con lo que no contaban los descuidados líderes de la nueva generación era con la capacidad de resistencia del viejo régimen. El cocodrilo había acordado una transición pactada con el Ejército, que blindara los privilegios adquiridos estas décadas, en la que también quedarían incluidos los veteranos de la guerra patriótica.
El cocodrilo mordió con la dentadura prestada de los militares. Apresó entre sus fauces al dictador y lo sometió a una negociación de su propia muerte política, generosa en la forma, pero humillante en el fondo. Mugabe se resistió unos días, quizás esperando que los soldados más jóvenes se alinearan con la facción de su desventurada esposa, retenida en paradero desconocido y presentada ante el país y el mundo como la verdadera responsable de las desgracias de Zimbabwe.
Lo que no había conseguido la oposición, las organizaciones sindicales contestatarias o las asociaciones cívicas, es decir, la eliminación del dinosaurio, lo protagonizaron los propios exponentes del régimen. La mafia en la que se ha convertido Zimbabwe ha asistido a una guerra de familias, y se ha impuesto la más tradicional, la que tenía más que perder (4).
China fue el sostén principal del ZANU-PF de Mugabe en la lucha por la hegemonía durante la guerra de liberación, que lo enfrentó a muerte contra el ZAPU de Joshua Nkomo, el otro mítico líder guerrillero. Y, conociendo sus maneras, Pekín tratará de mantener sus intereses en el país, pese a la ruina en que se encuentra. Pero se dice que Mnangagwa ha cultivado relaciones con gobiernos extranjeros, instituciones financieras internacionales y otros centros de poder mundial para orquestar un lavado del régimen. O sea, un mugabismo sin Mugabe.          La democracia no está en el horizonte inmediato, como sostiene un diplomático norteamericano experimentado en África (5).                
No debe sorprendernos que Occidente se avenga a esta operación de reciclaje. No en vano, los crímenes, abusos y excesos del régimen de Mugabe han servido de anestesia y olvido de las perversiones colonialistas. El recuerdo de la vergonzosa actuación de Gran Bretaña y la historia de la vieja Rhodesia es una lectura de gran utilidad estos días, como nos recuerda el veterano periodista James North (6).    
El cocodrilo ha ganado al gorgojo y a la presumida arribista en la eliminación del dinosaurio. Pero más temprano que tarde el natural recambio generacional tendrá que producirse. Con estos protagonistas del zoo o con otros. La resolución de la crisis parece temporal o transitoria.


NOTAS
(1) “How Mugabe Ruined Zimbabwe”. THE ECONOMIST, 26 de febrero.
 (2) “Behind the Rapid Mugabe’s Fall: a Fired, a Feud and a First Lady”. NORIMITSU ONISHI. THE NEW YORK TIMES, 19 de noviembre.
(3) “A Strongman Nicknamed Crocodile is Poised to Replace Mugabe”. KIMIKO DE FREITAS-TAMURA. THE NEW YORK TIMES, 16 de noviembre.
(4) “Why Zimbabwe’s Military Abandoned Mugabe. PHILIP MARTIN. FOREIGN AFFAIRS, 17 de noviembre.
(5) “Robert Mugabe and the poisonous legacy of the Bitish Colonialism”. JAMES NORTH. THE NATION, 21 de noviembre
(6) “Mugabe is gone, but Zimbabwe’s Dictatorship Will Remain”. JOHN CAMPBELL. FOREIGN AFFAIRS, 17 de noviembre


                  

ORIENTE MEDIO: LOS PUÑALES DEL PRÍNCIPE IMPACIENTE

15 de noviembre de 2017
                
Arabia Saudí e Irán luchan a muerte por el control de Oriente Medio. La pugna excede la brecha religiosa (sunníes contra chiíes). Tiene una dimensión económica, cultural y social. Está en juego una nueva cartografía estrategia de la región, precisamente cuando se cumplen 100 años de la Declaración Balfour, el primer documento de compromiso a favor de un hogar nacional para los judíos de todo el mundo.
                
Que el impulso religioso no explica el alcance real de este conflicto lo demuestra la nómina de aliados que uno y otro bando está tratando de reunir. O los sacrificios o descargos que cada parte está haciendo para situarse en posición óptima de combate.
                
UNA PURGA SIN PRECEDENTES
                
Arabia Saudí es formalmente el aliado occidental en esta disputa, en tanto productor de buena parte del petróleo con el que funcionan nuestras fábricas, circulan nuestros coches y se calientan nuestros hogares, merece una consideración cuidadosa.
                
El reino atraviesa un periodo convulso de transición hacia una supuesta apertura social (cambios de mentalidad sobre todo en cuestiones de género) y económica (con el horizonte de 2030 como meta), sin cuestionar, por supuesto, la naturaleza propia del régimen.  Arabia seguirá siendo, mientras sus dueños puedan asegurarlo, un Estado familiar.
                
Pero en la familia se ha desatado una trifulca colosal. El hijo del Rey Salman, Mohamed Bin Salman (conocido en la prensa internacional por sus iniciales: MBS) parece un sujeto impaciente. Su padre ya se saltó la línea dinástica establecida convirtiéndolo en príncipe heredero. Pero, por si esa amplísima licencia política no fuera suficiente, le invistió de grandes poderes y atribuciones en los dominios de la economía, de la seguridad interna y externa y de la selección de cuadros. Con la socorrida arma de la lucha contra la corrupción puso en sus manos un látigo con el que arrancar la piel política de parientes enemigos/rivales/renuentes.
                
Y el Príncipe ha batido el látigo a conciencia. Doscientos príncipes, semi-príncipes, meta-príncipes y hombres de negocios han sido detenidos, puestos en arresto domiciliario o bajo vigilancia estricta, por orden de este ambicioso, aunque no demasiado enigmático, Príncipe (1). El pasado verano ya fueron apartados de sus puestos influencias notorias figuras religiosas demasiado intransigentes incluso para los estándares saudíes. Y a finales de junio, el hasta entonces Príncipe heredero, Mohammed Bin Nayef, primo del actual sufrió un acoso digno de un guion de cine hasta que se vio obligado a presentar una renuncia forzada a sus pretensiones sucesorias.
                
Con calculada previsión, el heredero se había procurado en meses anteriores no pocas sesiones en cancillerías, mesas de dirección de grandes empresas occidentales y/o globales, medios de comunicación, compañía de relaciones públicas, etc. Ha perseguido con insistencia implantar en Occidente su imagen de modernizador, de renovador, de patrocinador de una especie de viaje al futuro. Naturalmente, sin pronunciar una crítica convincente del sistema, y menos de su propio padre, el Rey Salman, vetusto, carca entre los carcas del clan e incapaz ya de tomar decisiones. Con él se cierra el ciclo de los sudairis, los hijos de la mujer preferida del rey Abdulaziz. Entre otros muchos elementos oscuros, en estas mil y una noche de puñales largos acontecidas y por acontecer, también se ha librado un ajuste de cuentas familiar.
                
Uno de los principales expertos occidentales, vinculado al sector de los hidrocarburos nos ha actualizado el directorio de vips saudíes. Para quien tenga curiosidad... (2)
                
LA DESESTABILIZACIÓN REGIONAL
                
Las potencias occidentales contemplan esta danza palaciega con aprensión. Es cierto que, mientras el petróleo siga fluyendo por los oleoductos de salida, no importará demasiado cuánta sangre o veneno corra por los corredores de palacio. Pero los designios del Príncipe ambicioso están destinados a alterar el mapa regional, y eso ya resulta más inquietante (3).
                
MBS parece convencido de que Arabia debe frenar de una vez lo que considera intolerable y agresivo expansionismo de Irán. En la casa Saud está muy nerviosos por el cariz que están tomando los acontecimientos en Siria tras la derrota militar del Daesh. El régimen proiraní de Damasco parece consolidado, aunque eso sea mucho decir. Y la tutela de Teherán sobre el fragmentado Irak es cada vez más evidente.
                
A estos dos avances de la supuesta estrategia de dominación iraní en el Levante del libreto estratégico árabe se une la inquietud por la situación en el Líbano (4). En este país atormentado, ha venido funcionando un equilibrio de religiones, sectas y comunidades, con la aquiescencia más o menos activa de las potencias regionales que tutelaban a unas y otras. Líbano ha sido siempre un rara avis. Pero cuando la extrañeza ha resultado demasiado para el equilibrio de intereses, ha saltado dramática y sangrientamente en pedazos como en la guerra civil que se prolongó desde 1975 a 1990. 
                
LÍBANO, DE NUEVO ANTE SUS FANTASMAS
                
De entonces acá, el Líbano ha tratado de encontrar una nueva acomodación sin variar demasiado las reglas del reparto del poder entre sunníes, chiíes, cristianos maronitas, drusos y otras comunidades menores. No han faltado los sobresaltos, como el asesinato del primer ministro sunní Rafiq Hariri hace doce años. El crimen se lo atribuyó a Siria, aunque el régimen nunca lo admitió.
                
Como su padre, Saad Hariri se propuso mantener un cierto equilibrio entre sunníes, chiíes y cristianos, al frente de un gobierno de concentración en el que participan agentes tan aparentemente opuestos como el general cristiano Michel Aoun o Hezbollah, la entidad político-militar más poderosa de Oriente Medio, elemento fundamental de la salvación del clan Assad en su lucha contra el tenebrismo sunni y las deslavazadas milicias prooccidentales.
                
Ese equilibrio inestable pero útil se hizo añicos hace unos días cuando Hariri viajó a Riad y apareció en una televisión saudí para anunciar su dimisión, pretextando presiones de los iraníes. Un corolario de opereta que completaba la purga simultánea en el Reino wahabí. La comparecencia de Hariri fue tan chapucera que tuvo el efecto contrario al esperado. El líder de Hezbollah se mostró amable con el primer ministro, le rogó que volviera al Líbano y siguiera al frente del gobierno, apuntando que todo se había tratado de una maniobra intimidatoria de sus patrones saudíes (5). En efecto, los negocios particulares de Hariri tienen una dependencia de los intereses saudíes, tan marcada o más que la que pesa sobre el país en su conjunto. Arabia tiene la capacidad de estrangular a modo la economía libanesa, como señala con precisión la investigadora local Hanin Ghaddar (6).
                
Todo este juego podría detenerse, o al menos atenuarse. Lo ha intentado, con más voluntad que éxito el presidente Macron, tan hiperactivo como sediento de protagonismo interno y externo. Si Estados Unidos embridara al ambicioso Príncipe, se contendría el problema. Pero lo que ocurre es todo lo contrario. Con la irresponsabilidad que lo caracteriza, Trump trata de arruinar el acuerdo nuclear con Irán al tiempo que otorga carta blanca a MBS para hacer lo que le plazca (7). Con gran satisfacción de ciertos sectores israelíes, que consideran irremediable la confrontación con los ayatollahs y, en particular, una nueva guerra contra Hezbollah, sin duda bajo el recuerdo ominoso de la derrota con que se saldó la primera. La conformación de una alianza Estados Unidos-Arabia Saudí-Israel parece en marcha (8).
                
Obama ya cometió el grave de no detener la guerra en Yemen, una carnicería pavorosa que se pretende presentar como resultado de otra conspiración shíi inspirada por Teherán (9). El drama pasa vergonzosamente desapercibido en la mayoría de los medios occidentales, en parte por la fatiga de un conflicto que nadie parece interesado en concluir. Si se abre en Líbano un nuevo frente de esta pugna entre las dos grandes potencias regionales, estaríamos ante un riesgo de guerra mayor que dejaría pequeñas a todas los vividas en las últimas décadas.


NOTAS

(1) “The Remaking of the Saudi State”. NATHAM BROWN. CARNEGIE INSTITUTE, 9 de noviembre; “The Saudi crown prince just made a very risky power play. DAVID IGNATIUS. THE WASHINGTON POST, 6 de noviembre.

(2) “Meet the next generation of the Saudi rulers”. SIMON HENDERSON. FOREIGN POLICY, 10 de noviembre.

(3) “A Purgue in Riyadh. What Mohammed Bin Salman’s Crackdown means for Saudi Arabia and the Middle East”. TOBY MATHIESSEN. FOREIGN AFFAIRS, 8 de noviembre; “What Saudi Arabia’s purgues means for the Middle East”. MARC LYNCH. CARNEGIE INSTITUTE, 6 de noviembre; “Crown Prince’s power grab poses new regional risks”. FREDERIC WEHREY. CARNEGIE INSTITUTION, 8 de noviembre.

(4) “Hariri’s resignation and wy the Middle East in on the edge”. HADY AMR.BROOKING INSTITUTION, 7 de noviembre.

(5) “Hezbollah Urges ‘Patience and Calm’ amid Lebanon’s political crisis”. ANNE BARNARD. THE NEW YORK TIMES, 5 de noviembre.

(6) “Saudi Arabia’s War on Lebanon. HAINI GHADDAR. THE WASHINGTON INSTITUTE FOR NEAR EAST POLICY, 13 de noviembre.

(7) “Donald Trump has unleashed the Saudi Arabia that We always wanted -and feared. DAVID AARON MILLER & RICHARD SOKOLSKY. FOREIGN POLICY, 10 de noviembre.

(8) “La dangereuse alliance entre les Etats-Unis, Israël et l’Arabie Saoudite. CRISTOPHE AYAD. LE MONDE, 9 de noviembre.


(9) “Yemeni children starve as ais is held at border”. THE GUARDIAN, 12 de noviembre.

OTROS TERRORES VENDRÁN

 8 de noviembre de 2017
                
La liquidación de la quimera fanática de un pseudo Estado islamista absoluto se ha consumado según el libreto más o menos previsto: sangre, destrucción, sufrimiento de la población civil, resentimiento e incertidumbre sobre el porvenir. El fin del Daesh no augura un periodo de estabilidad y reposo. Al contrario: conviene prepararse para nuevas guerras, para otros terrores. Éstas son las razones que aconsejan una actitud de prevención:
                
1) El Daesh ha perdido su territorio (en realidad, más del 80% conquistado de forma fulminante, pero aún controla más espacio que cuando comenzó a operar en 2006), y millares de sus efectivos, pero cuenta con un ejército de reserva imposible de cuantificar porque se encuentra en continuo desarrollo. No estamos hablando de una fuerza combatiente surgida de levas medievales o encuadramientos propios de un estado moderno, sino de una concepción milenarista en la que cada hombre es un soldado en potencia que no lucha en un frente establecido sino allá donde alcanza su mirada (1).
                
2) Por mucho que la institucionalización de la insurgencia islamista radical, codificada en la formulación del Califato, pareciera la culminación de un movimiento de masas creciente, la fundación de un Estado teocrático no dejó de ser nunca un espejismo en el desierto febril de Oriente Medio. El siempre lúcido profesor de Harvard Stephen Walt sostiene que el Daesh creó un genuino “Estado revolucionario”, pero admite que pudo imponer su ley debido al “vacío de poder creado por la invasión norteamericana de Irak y el subsiguiente levantamiento en Siria” (2). Nadie con un mínimo rigor intelectual sostuvo nunca que el Califato iba a ser una realidad estatal duradera. Ni siquiera sus propios creadores lo creyeron, seguramente.
                
3) El auténtico desafío de ese estado islámico fantasma fue siempre, y seguirá siendo, con toda probabilidad, su capacidad para inspirar el ánimo de combate de millones de fieles frustrados por una vida de privaciones, falta de oportunidades, corrupción sistemática en las élites dirigentes de sus países, represión, autoritarismo, hipocresía religiosa y servil docilidad hacia los intereses de las grandes potencias extranjeras. Esas lacras no desaparecen con la liquidación del Califato o la derrota militar del Daesh.
                
4) La coalición que ha hecho posible la reconquista del territorio acaparado por ese Estado islámico se disolverá en cuanto alcance sus objetivos declarados. Ya está ocurriendo. En Irak y en Siria. Robert Malley, uno de los principales asesores de Obama en el diseño de la ofensiva contra el ISIS y hoy vicepresidente de International Crisis Group anuncia “la guerra después de la guerra”, basándose precisamente en esta realidad. Para la mayoría de los aliados o colaboradores de Estados Unidos, sostiene, “la guerra contra el Estado Islámico no ha sido nunca su principal preocupación” (3). El conflicto que viven como esencial es el que anida en lo más profundo de sus sociedades.
                
5) Sólo hace falta hacer un rápido repaso mental para detectar un panorama de segura inestabilidad: los kurdos perseguirán con más empeño su sueño estatal, los turcos y los otros tres estados con minorías kurdas se dedicarán con fruición a impedirlo; las facciones sirias tendrán que resolver la guerra que libraron antes de que el ISIS se aprovechara de la debilidad de unos y otros para ocupar parte del país; saudíes e iraníes se sienten indefectiblemente destinados a resolver a su favor una confrontación regional inesquivable; los iraquíes tendrán que afrontar una nueva espiral de sectarismo; y otros estados sunníes, como el egipcio, el qatarí, el jordano o los emiratos tendrán motivos, reales o pretextados para continuar el combate contra sus franquicias extremistas locales. Esta miríada de conflictos, regionales y locales, sectarios o étnicos, abonarán el caldo de cultivo para la reproducción de futuras recreaciones terroristas. O, mejor dicho, para la persistencia de una manifestación no admitida del terror entre otras institucionalizadas, amparadas y promovidas por estados legales pero dudosamente legítimos.
                
5) Incluso si la derrota militar y la pérdida de efectivos obliga al Daesh a un repliegue temporal, otros analistas temen que de su debilidad se aproveche el movimiento que lo antecedió en el imaginario de los musulmanes radicalizados. El resurgimiento de Al Qaeda ha sido evocado por algunos expertos como un potencial riesgo no deseado de la victoria contra el ISIS. Como recuerda uno de los principales especialistas occidentales en el integrismo islamista, el investigador de la Brooking Institución Daniel Byman, “Al Qaeda siempre ha denunciado que el Estado Islámico declaró prematuramente el Califato” (4), y ese error ha resultado perjudicial para la causa islamista. Los herederos de Bin Laden tratarán de convencer a los seguidores del Daesh de la conveniencia de regresar a la casa madre, de agruparse todos bajo el liderazgo del “fundador”, del líder más visionario del Islam contemporáneo.
                
6) Otra opción compatible con la anterior es la enésima transformación de la causa islamista en una organización que no sea formalmente ni el Daesh ni Al Qaeda, o bien una fusión de la dos, sin vencedores ni vencidos, esa reconciliación mística que forma parte del imaginario musulmán desde la muerte del Profeta, superadora de todas las divisiones y herejías. De forma tan acabada no parece posible, desde luego. Pero bastará la habilidad propagandista demostrada por el Daesh y la reserva teórica de los binladistas para construir una nueva utopía de la guerra santa que anime la sed de desquite.
                
7) El regreso de los yihadistas occidentales combatientes en los frentes iraquíes o sirios a sus países de origen fue evocado hace unos meses como otro factor de riesgo de nuevas amenazas terroristas. La prolongación de la guerra exterior abierta en una suerte de guerra interior larvada y silenciosa daría nuevo vigor al concepto de “lobos solitarios”, de veteranos alimentados por el resentimiento de la derrota y la sed de venganza. Sin embargo, una acreditada conocedora de este universo, Vera Mironova, acaba de concluir un estudio (5) en el que se pone de manifiesto que muchos de estos veteranos lo que quieren, en gran parte, es olvidarse del Daesh, o bien porque se han dado cuenta de su error, o porque se han sentido estafados. Los que conservan intactas sus creencias y lealtades al Califato sin tierra están teniendo muchas dificultades en superar el filtro turco u otras paradas intermedias. Pero basta con que unos pocos centenares completen su regreso para esperar desagradables noticias.  
                
8) Es un riesgo exagerado, tal vez, pero no desdeñable. Que la mayoría de estos combatientes estén identificados por los servicios de seguridad occidentales, no quiere decir que sean completamente controlables, como lamentablemente se ha podido comprobar. Resulta imposible impedir la acción de un individuo que decide convertirse en soldado de Dios, secuestra un coche o una camioneta y atropella a unos ciudadanos, sin importarle lo que pueda pasarle a continuación.   
                
En resumen, se cierra un ciclo del extremismo islámico, pero se abren demasiadas incógnitas como para concluir que se ha resuelto un problema. No es la amenaza fantasma de un Califato ilusorio lo que desestabiliza Oriente Medio y provoca sobresaltos terroristas en las calles europeas o norteamericanas, sino un sistema de poder ineficaz, injusto y protegido por Occidente.


NOTAS

(1) “With the loss of Its Caliphate, ISIS May Return to Guerrilla Roots”. RUKMINI CALLIMACHI et als. THE NEW YORK TIMES, 18 de octubre.

(2) “What the End Means”. STEPHEN WALT. FOREIGN POLICY, 23 de octubre.

(3) “What comes After ISIS”. ROBERT MALLEY. FOREIGN POLICY, 10 de julio.

(4) “How the Islamic State will grapple with defeat in Raqqa”. DANIEL L. BYMAN. BROOKINGS INSTITUTION, 19 de octubre.

 (5) “The Lives of Foreign Fighters Who Left the ISIS”. VERA MIRONOVA et alas. FOREIGN AFFAIRS, 27 de octubre.


CHINA: LA AMBICIÓN PARADÓJICA DEL TIMONEL DEL SIGLO XXI

2 de noviembre de 2017
                
Xi Jingpin es el hombre más poderoso del planeta. No lidera el país más rico ni el más fuerte. Pero sí el más poblado. Y, por encima de todo, el que dispone de la clase dirigente más compacta. China camina con paso firme hacia el liderazgo mundial con el horizonte de mitad del siglo. Es muy probable que ese sueño, ya explícito, se consume. Pero nadie, ni siquiera sus principales actores pueden anticipar la solidez de esa hegemonía. Inevitable, tal vez, pero quizás resulte más efímera que las contempladas por el mundo hasta la fecha.
                
HACIA EL SIGLO CHINO
                
El decimonoveno congreso del Partido Comunista chino se ha cerrado sin grandes sorpresas. Dos grandes designios con sus fechas límite: el primero, superar los desequilibrios sociales mediante la reducción de la pobreza y la orientación del crecimiento económico al servicio de la prosperidad general (2035); el segundo, la confirmación del país como gran potencial global, con ambiciones nacionales, pero también con responsabilidades para el conjunto de la humanidad, como la preservación del planeta (2050).
                
Esta dupla de dimensiones descomunales, envueltas en la retórica tradicional china, puede resultar pretenciosa o una cuidada elaboración propagandística. Pero no está privada de fundamento. A pesar de sus desequilibrios persistentes, el crecimiento económico, aunque desigual, es sólido. El potencial militar aumenta lenta, pero inexorablemente. En el lenguaje oficial, se trataría de hacer posible el “sueño chino del rejuvenecimiento nacional”
                
El Congreso, por tanto, no ha hecho más que codificar doctrinalmente una ambición que alimenta cada día el empeño de la dirección y el ánimo de la gran mayoría de la población.
               
  LA ELEVACIÓN SUPREMA DE XI
                
Tal vez por eso, no ha sido el diseño o el anticipo del futuro lo que ha atraído el interés de los observadores por el desarrollo y el resultado del Congreso. Como casi siempre ocurre, el foco se ha puesto en las dinámicas de poder. China no es una democracia. Pero tampoco, hasta ahora, una dictadura unipersonal. Hay pocas potencias en la historia en las que el juego de poder se practique de forma tan sutil, tan codificada.
                
Desde la muerte de Mao, hace cuarenta años, el equilibrio del poder entre las élites del sistema político ha respondido a reglas pactadas, respetadas y, por lo general, cumplidas. Un propósito rector ha inspirado los mecanismos del poder político: el equilibrio. Plasmado o expresado en un liderazgo colegiado, sin menospreciar el valor ceremonial del primus inter pares. El partido nunca ha renunciado al acuerdo entre facciones, para evitar experiencias traumáticas como la Revolución Cultural. Fue Deng, victima señalada de esta gran purga a muerte, quién estableció el consenso como método para resolver las luchas de poder.
                
La novedad del este 19º Congreso es que, de manera lenta, cautelosa y pactada entre los herederos de quienes hasta ahora habían venido actuando de otra manera, esas reglas han sido revisadas. La cita quinquenal del PCCH ha podido consagrar, sin proclamarlo, una apuesta por un liderazgo más personal. No a favor de una ambición particular, sino como instrumento más eficaz de un proyecto compartido. Mao está de vuelta. No sus principios o ideas, sus ensoñaciones o la idealización de su memoria. Es la recreación de su poder máximo lo que emerge. No como fin en sí mismo. Más bien como modelo o herramienta de los designios de una sociedad más fuerte, dentro y fuera. Más rica, más próspera, más fuerte.
                
Discrepancias menores aparte, casi todos los sinólogos, ya sean occidentales o chinos, coinciden en resaltar la consagración de Xi Jinping como el dirigente más poderoso del país desde la muerte del fundador de la China moderna. El actual líder ha logrado lo que nunca otro había conseguido: que sus orientaciones, proyectos o visiones sean reconocidos como “pensamiento”, es decir, como doctrina en una próxima reforma de la Constitución. Ni siquiera el pequeño gran Deng Xiaoping, el ave fénix que resurgió de las cenizas y modificó el rumbo del país tras la muerte del fundador, pudo aspirar a tanto.
                
El último gobernador de Hong-Kong, Chris Patten, ha visto en el triunfo de Xi la coronación de un “nuevo emperador” (1). Más en línea con el lenguaje simbólico chino, la analista Rebecca Liao lo ha definido como el “nuevo Gran Timonel”, honor con que se coronó a Mao hace más de medio siglo (2). Minxin Pei, uno de los principales politólogos chinos, natural de Shanghai, también ve en lo ocurrido una vuelta al “gobierno del hombre fuerte” (3). Un analista de riesgo que elabora informes para gobiernos y empresas, como Andrew Gilholm, ha acuñado el término de “Xitocracia” para definir la nueva realidad del poder en Pekín (4).
                
Estas fórmulas semánticas resumen análisis bastante coincidentes sobre el estilo y la metodología del nuevo y parece que indiscutible líder chino. A saber: 1) suprema maestría en la eliminación no sólo de los potenciales rivales actuales, sino de los presentidos como futuros; 2) lucha contra la corrupción como herramienta ambivalente de limpieza y purga; 3) manipulación de las reglas de sucesión pactadas desde hace cuatro décadas para legitimar su más que probable continuidad en el poder más allá de los dos mandatos hasta ahora respetados; y 4) paciente conformación de una alianza con los cabecillas locales para hacer efectiva la aplicación de las políticas decididas en la cúspide.
                
CONTRADICCIONES Y PARADOJAS
                
Pero los mismos analistas contrapesan los atributos exitosos del reforzado líder con la persistencia de problemas estructurales que parecen escapar a su control. Lo que Roach recuerda como la “contradicción principal” en el análisis marxista aplicado a China: “la tensión entre un desequilibrado e inadecuado crecimiento y la creciente necesidad de una vida mejor para el pueblo” (5). Asumida esta “contradicción”, el resto parece preocupar menos. Xi y sus aliados del Comité Permanente (7 miembros) y del Politburó (25) no parecen tan interesados  en el fortalecimiento del sector privado o en el saneamiento de las empresas públicas. Hay confianza plena en el sistema, avalada por los indicadores económicos oficiales.
                
Por supuesto, hay que olvidarse de nociones ajenas a la cultura política china como la democratización o la promoción de la sociedad civil. La proclama del gobierno mediante las leyes y no tanto del gobierno de la ley anuncia un control más estricto de la Asamblea Popular. La mano derecha de Xi en la dirección se ocupará de asegurar una subordinación plena de este órgano legislativo del sistema de poder chino.        
                
Otra incógnita es el comportamiento de la burocracia que Minxin Pei considera como la única resistencia real al poder pleno de Xin. Sus métodos serán, asegura este analista, los mismos que han practicado los oficiales mandarines durante siglos: una pasiva obstaculización de las órdenes supremas.     
               
En definitiva, un gran país, un proyecto ambicioso y sin complejos, un líder supremo y un poder sin fisuras, ante la paradójica persistencia de unas debilidades, contradicciones o paradojas sin resolver.

NOTAS

(1) “China’s New Emperor”. CHRIS PATTEN. SYNDICATE PROYECT, 25 de octubre.

(2) “China’s New Helmsman. Where Xi Jinping Will Take the Middle Kingdom Next”. REBECCA LIAO. FOREIGN AFFAIRS, 30 de octubre.

(3) “China’s Return to Strongman Rule. The Meaning of Xi Jinping’s Power Grab”. MINXIN PEI. FOREIGN AFFAIRS, 1 de noviembre.

(4) “China’s Xitocracy. Hoe It’s Undermining the Deng Consensus in Beijing”. ANDREW GILHOLM. FOREIGN AFFAIRS, 11 de agosto.

(5) “China’s Contradictions”. STEPHEN S. ROACH. SYNDICATE PROYECT, 23 de octubre.

(6) “The Paradox of Xi’s Power”. MINXIN PEI. SYNDICATE PROYECT, 27 de octubre.