¿EXIT DEL BREXIT?

26 de septiembre de 2018

                
No hay término del universo lingüístico político global actual más empleado que Brexit. Un hallazgo de la politecnia o de la publitecnia política (cada vez más confundidas). En los tiempos que corren, se busca hacer economía de casi todo, pero, muy especialmente de la lectura, de la reflexión. Y, por ende, del lenguaje. Se descartan los matices en procura del impacto, del golpe decisivo, del término ganador, definitivo.
                
Brexit lleva dos años arrasando, firmemente anclado en lo más alto del debate político europeo. Paradoja sublime. La fortuna del término arrastra la mayor generación de caos, intranquilidad, desconfianza y malestar que ha conocido el llamado proyecto europeo desde el viraje liberal de los noventa, codificado bajo la voz Maastricht.
                
Pues bien, parece que el Brexit ha agotado su hegemonía. La ambigüedad que fue clave de su éxito se ha convertido, al final, como le ocurre a cualquier impostura, en el motivo final de su hundimiento. El Brexit parece haber perdido todo su encanto. Cada vez se le percibe más como una referencia, como el chicle que se nos pega a la suela del zapato: se empieza por no darle importancia y termina convirtiéndose en un incordio irritante.
                
El revolcón que la primera ministra británica se llevó en Salzburgo y los rebuscados equilibrios del Labour en su congreso de Liverpool son las últimas manifestaciones de ese sueño de soberanía recobrada devenido en pesadilla aislacionista que significa el Brexit (1).
                
Pase lo que pase, el entusiasmo que despertó en los sectores nacionalistas británicos su triunfo en el referéndum de 2016 se ha esfumado. Haya o no hay acuerdo negociado en octubre, o in extremis en noviembre, el resultado se antoja difícil de digerir. Para británicos y para europeos. El pacto no será lo fundamental: las interpretaciones, digresiones, conflictos y disputas legales, políticas y hasta emocionales serán un calvario. Un divorcio infernal, al cabo.
                
Tampoco habrá mejor suerte si no hay Brexit, es decir si, por cualquier de los caminos posibles (nuevo referéndum, elecciones generales, voto parlamentario supremo, cabriola constitucional), Gran Bretaña termina permaneciendo en la Unión Europa. Es imposible no imaginar los reproches, recriminaciones, reclamaciones y advertencias, e incluso la aparición de nuevas líneas de fractura, si eso fuera posible.
                   
El Brexit blando de May (Plan Chequers), el Brexit duro de Boris y sus secuaces, el no, pero sí, o depende, de los laboristas, o el Brexit sin Brexit de la élite económica-financiera tienen poco vuelo. La Europa nuclear, eso que suele conocerse como el eje franco-alemán, con sus adherentes (Bélgica, Holanda no tanto, los ibéricos España y Portugal, Italia ya no) buscará una salida decente, que no una solución.
                
En Salzburgo quedó enterrada la cuadratura del círculo (1) que implicaba aceptar lo que a los brexiteers moderados interesaba (la libre circulación de bienes industriales y agrícolas), descartando a las otras libertades constitutivas del proyecto europeo (servicios, capital y personas). Tampoco coló la pretensión británica de conjurar cualquier tipo de frontera física entre el Ulster e Irlanda, lo que podría convertirse en un colador por el que Londres obtuviera los beneficios que la salida de la UE comportaba. La alternativa defendida por Barnier, el negociador europeo, se encontró con el rechazo total de May. El efecto habría sido devastador para los patriotas ingleses porque, si bien la fórmula eliminaba la fronteras entre las dos Irlandas, levantaba de hecho otra entre el Ulster y Gran Bretaña, algo inaceptable para los recalcitrantes instintos ingleses, y peligroso para el proceso de paz (2).
                
LA CUENTA ATRÁS
                
En las próximas semanas, se negociará, contrarreloj, en vías y escenarios paralelos. Londres con Bruselas (con París, con Berlín); May tendrá que reagrupar a sus backbenchers tories, en estado de shock, unos, deslumbrados por el ardor guerrero, otros (3).
                
Las fórmulas manejadas durante más de dos años (Canadá, Noruega, etc) vuelven a estar sobre la mesa (4), pero con la incómoda sensación de que ninguna de ellas reparará lo irreparable y, sobre todo, tampoco servirá para prevenir futuras desgracias, efectos imparables del destrozo ocasionado. El nacionalismo es, por vocación, irredento. No se conformará con un compromiso chapucero o alambicado. Esa supuesta brillantez del Brexit que pretendidamente cortaría por lo sano la gangrena europea en el tejido británico se ha convertido en una bacteria infectada que seguirá infectando, después de su mutación, a la patria entera.
                
La opción Canadá-plus (Brexit claro y sin tapujos, pero con acuerdos preferente de libre cambio) se antoja como más plausible en esta hora, pero es un camino de espinas. La solución Noruega vuelve a estar sobre la mesa, pero con muchas reticencias, porque equivale a un Brexit sin Brexit, es decir a tener que aceptar buena parte del acervo comunitario sin participar en las decisiones. La permanencia de GB a la EFTA sería el punto de unión.
                
Mientras duren las negociaciones, se anticipa el desastre. Un informe de los responsables de las aduanas británicas proclama que cada 30 minutos de retraso en las fronteras para las inspecciones obligadas en caso de Brexit¸ quebrará una empresa. Cada día son más las firmas británicas que hacen acopio de material para amortiguar el impacto (5).
                
Los laboristas se mueven también en el filo de la navaja. Corbyn lidera un equipo que sigue empujando el timón hacia la izquierda, con propuestas de superación de un capitalismo “codicioso” mediante: una revolución ecológica en algo más de una década, el reparto del 10% de las acciones a los trabajadores en empresas de 250 empleados, la renacionalización de servicios básicos y extensión de prestaciones sociales para las familias trabajadoras, etc (6).
                
Pero sobre el Brexit, el laborismo se mueve en la indefinición. No descarta apoyar un nuevo referéndum para permanecer, siempre que siempre que en esa consulta se puede también votar para que “el pueblo recupere el control”, “no se pierdan derechos”, se rechace el “caos económico” y “no se pongan en riesgo los empleos”. Un mensaje clásico del laborismo envuelto en una formula condicionada que prolonga la indefinición. Con una socorrida formula (“todas las opciones abiertas”) se pretende zanjar la cuestión. ¿En falso? (7).
                
EUROPA, PERPLEJA
                
En este lado del Canal de la Mancha no pintan las cosas mejor. Macron y Merkel a no tienen el control del proceso, porque, entre otras cosas, no consiguen afinar su discurso europeo. El presidente francés no termina de encontrar en la Canciller la socia que esperaba para reavivar el proyecto europeísta (8). Merkel es un pato cojo. Está prisionera de sus aliados conservadores, bávaros y de otros länder, alarmados ante la pujanza de los populistas nacionalistas de la AfD. Baviera se presenta como un test insoslayable el mes que viene. Se prevé una subida espectacular de los xenófobos y un retroceso histórico de los social-demócratas (SPD), socios reticentes de Merkel en un gobierno federal cogido con pinzas.
                
En definitiva, ocurra lo que ocurra con el Brexit, no habrá sosiego en Europa. Por si fuera poco, aparecen nubarrones que hacen temer réplicas de una crisis que nunca se fue.

NOTAS

(1) “L’art du ‘deal’”. EDITORIAL. LE MONDE, 21 de septiembre.

(2) “Qu’est-ce le ‘back-stop’, formule proposé par l’UE pour resoudre la question irlandaise?”. LE MONDE, 21 de septiembre

(3) “May to face pressure to ditch Chequers Plan in cabinet showdown”. THE GUARDIAN, 23 de septiembre.

(4) “Brexit countdown: the five possible outcomes with 200 days to go”. THE GUARDIAN, 11 de septiembre.

(5) “Customs delays of 30 minutes will bankrupt on in 10 firms, say bosses”. THE GUARDIAN, 26 de septiembre.

(6) “Corbyn vows to end ‘greed is good’ capitalism”. THE GUARDIAN, 26 de septiembre; “How Labour plan to give workers 10% stake in big firms work”. THE GUARDIAN, 25 de septiembre.

(7) “Full text of the composite on Brexit”. THE GUARDIAN, 26 de septiembre.

(8) “En Europe, la marche solitaire d’Emmanuel Macron”. FRANKFURTER ALLGEMEINE SONTAGSZEITUNG, 17 de septiembre (original en francés, reproducido por COURRIER INTERNATIONAL, 18 de septiembre).

COREA: LA ASTUCIA DE KIM CABALGA SOBRE LA VANIDAD DE TRUMP

19 de septiembre de 2018

                
La resolución del conflicto coreano puede asemejarse a una partida de cartas por parejas en la que se han flexibilizado las reglas y cada jugador tiene cierta autonomía para hacer valer su mano, siempre que no se perjudique demasiado al compañero de tándem.
                
La tercera cumbre del año entre los líderes de las dos Coreas refleja el interés de ambos por afianzar su relativa autonomía de sus patronos o protectores. El norcoreano Kim y el surcoreano Moon parecen decididos a avanzar en una por ahora precaria reconciliación, por razones algunas diferentes y otras comunes.
                
MANTEQUILLA ANTES QUE CAÑONES
                
Éstas últimas son las más evidentes: unas buenas relaciones arrojarán un dividendo económico. Ambos gobiernos están ansiosos por hacer realidad esta perspectiva. Moon arrastra momentos difíciles por el incremento del desempleo y otros síntomas de crisis. Kim, pese al sesgo histórico, está más interesado en mantequilla que en cañones. Pero, obviamente, para que estas ventajas se materialicen deben eliminarse las sanciones, o al menos reducirse notablemente. Y eso no depende de las dos Coreas por completo.
                
Corea del Sur quiere que el diálogo continúe, que el avance sea palpable y que los efectos empiecen a dejarse sentir, aunque sea con símbolos, con gestos, con logros modestos. La nueva reunificación de familias realizada este verano es una muestra de ello. El atrevimiento a diseñar planes de cooperación económica, industrial y comercial es otro signo de esta sana ambición. Doscientos empresarios han acompañado a Moon en su visita a Pyongyang, incluidos representantes de los principales chaebols (conglomerados económicos), como Samsung, LG, Hyundai, etc. Hay decenas de proyectos conjuntos como la creación de zonas especiales, la conexión ferroviaria o diversas iniciativas turísticas emblemáticas.
                
Para Corea del Norte este horizonte de desarrollo económico es aún más acuciante. Kim Jong-un lo ha hecho explícito en numerosas ocasiones. Desde el comienzo mismo de su mandato proclamó que el reforzamiento militar (programa nuclear) debía producirse acompañado del desarrollo económico, el denominado biungjin (avance paralelo). El primero se ha logrado, al menos en la retórica oficial, pero el segundo ha ido más lento.
                
Hace ya tiempo que Kim se deja ver en visitas a plantas industriales, centrales de energía, obras de infraestructura, etc. Algunos investigadores occidentales que gozan de un conocimiento más profundo de Corea del Norte impugnan esa visión reduccionista que pinta a Kim como un dirigente caprichoso, iracundo e impredecible. Por el contrario, lo ven como una suerte de Presidente-Director General, empeñado en mejorar la salud económica del país. Como él mismo dijo en uno de sus primeros discursos, “para lograr que el pueblo norcoreano pudiera dejar de apretarse el cinturón”. No es la generosidad o la sensibilidad social lo que inspira estos propósitos, necesariamente: la propia supervivencia del régimen y de la propia dinastía es lo que se encuentra en juego.
                
Por todo ello, las dos Coreas saben que hay que avanzar en el asunto clave de la seguridad. Ambas desean la reconciliación mutua, pero aún persisten fuertes impulsos de desconfianza. De ahí que no se arriesguen a volar sin la tutela protectora. Seúl no puede prescindir del paraguas norteamericano y Pyongyang del respaldo chino. Pero los dos patronos no actúan desinteresadamente: exigen que se mantengan sus condiciones de patronazgo.
               
                
TRUMP, COMO PARTE DEL PROBLEMA
                
Washington quiere la desnuclearización total, irreversible y verificable de Corea del Norte. Nadie del establishment norteamericano discute ese objetivo. Pero el problema reside en la estrategia para lograrlo. Trump ha desbaratado décadas de paciente esfuerzo, apoyado en el instintivo mensaje de que no ha arrojado resultados. Tampoco sus chuscas amenazas del año pasado (fear and fury). Así que optó por la solución personal, el tête a tête, o el estilo business que a él tanto le gusta. Ese estilo improvisado impregnó Singapur, con el resultado conocido: confusión, improductividad, desorientación. Peor aún: más que avances, se han registrado retrocesos. Se ha recuperado el lenguaje pesado, han aflorado de nuevo veladas o explícitas amenazas. Se ha puesto en evidencia el gran lastre de Trump: convierte la política exterior norteamericana en un ejercicio de vanidad, obsesionado por su pretensión de hacer historia, de ser the best.
                
Sobre esta fiebre pretenciosa, ha tratado de consolidar Kim una estrategia ventajosa. No ha roto puentes. Por el contrario, anunció medidas cosméticas relacionadas con su programa nuclear, sedujo (y seduce) a Trump y trata de ningunear a sus asesores. Y, sobre todo, cultiva las relaciones con el vecino, con cuidado de no indisponer a su protector en Pekín. La astucia del líder norcoreano se amplifica por el desconcierto personalista que domina en la Casa Blanca, como ha ratificado el libro de Woodward o la famosa denuncia anónima.
                
La mayoría de los analistas coinciden en que Washington necesita una estrategia, que haga posible de la desnuclearización de Corea un objetivo realizable y no una condición previa irreal o un principio doctrinario. Conviene ser flexible, se apunta, pero no dejarse atrapar por algunas celadas norcoreanas. La “declaración de final de la guerra coreana” es la fundamental, porque es la antesala de una retirada militar norteamericana de Corea del Sur y de la eliminación, siquiera progresiva de las sanciones. Kim habla con mucha ambigüedad de entregar su carta mayor (las armas nucleares) y lo condiciona siempre a que desaparezca el mínimo riesgo de ataque norteamericano. Mientras tanto, va anunciado pasos que son más irrelevante de lo que suenan o parecen. Pero como su vecino desea que no se quiebre el proceso, Seúl utiliza estas aparentes concesiones o gestos de buena voluntad para convencer a Trump de que el gran logro de su mandato sigue siendo posible.
                
Algunos expertos han esbozado planes e incluso una hoja de ruta para desmilitarizar Corea del Norte, atendiendo a estas cautelas sobre campos minados, que contemplan medidas de fomento de la confianza, reducciones calculadas de fuerzas, concesiones paralelas, sistemas de verificación, etc. Pero a Trump todo este trabajo, diplomático, técnico, detallado, le aburre, le fatiga y le supera. O hay foto y fanfarrias a la vista, o se borra. Y sus colaboradores tampoco saben si el empeño que pongan en la tarea servirá para algo o será desbaratado por cualquier impulso del comandante en jefe. Para muestra ahí está la decisión de imponer tarifas a las importación de productos chinos, valorados en 200.000 millones de dólares. Miembros de su equipo económico lo desaconsejaron, pero Trump se inclinó por sus instintos, abonados por algunos de sus asesores más nacional-populistas que aún gozan de su atención preferente.
                
Esta escaramuza anticipada de guerra comercial no alienta a China a mantener una política constructiva en Corea, más allá de sus intereses estratégicos, que consisten en conservar la carta coreana como elemento de presión, algo que desagradaría a Kim. Por eso, paciente y astutamente, el líder norcoreano fomenta la reconciliación con el Sur. Un delicado juego de presiones combinadas cuyos efectos son difíciles de predecir.


REFERENCIAS

- “The real reason Kin Jong-un wants to declare the end of the Korean War”. JUNG PAK. BROOKINGS INSTITUTION, 17 de septiembre.

- “Coopération et desnuclearisation au programme de sommet interkoréen de Pyongyang”. LE MONDE, 18 de septiembre.

- “North Korea’s nuclear program isn’t going anywhere”. AKINT PANDA Y VIPIN NARANG. FOREIGN AFFAIRS, 13 de agosto. 

- “The new nuclear normal in North Korea?”. AKINT PANDA. THE DIPLOMAT, 17 de septiembre.

- “A road map to desmilitarize North Korea”. RICHARD SOKOLSKY. CEIP, 27 de julio.

- “North and South Korea push to end the Korean War, but U.S. remains wary”. THE NEW YORK TIMES, 17 de septiembre.

- “Kim Jong-un focuses on economy, as nuclear talks with U.S. stalls”. THE NEW YORK TIMES, 20 de agosto.

- “Moon Jae-in prepares for make or break inter-Korean summit with Kim Jong-un”.
THE GUARDIAN, 17 de septiembre.

- “The wolf of Pyongyang”. DAVID KANG. FOREIGN AFFAIRS, 9 de agosto de 2017.

SUECIA: EL AUGE ELECTORAL DEL NACIONAL-POPULISMO COMO SÍNTOMA

12 de septiembre de 2018

                
Cada vez que un partido etiquetado como de extrema derecha cosecha un buen resultado electoral captura de forma desproporcionada el interés mediático (lo que amplifica la percepción de su influencia) y genera una supuesta alarma que alimenta precisamente lo que supuestamente se pretende frenar o combatir.
                
Hay que observar cierta tendencia a confundir los grupos descaradamente extremistas y violentos (neonazis, neofascistas, skin heads, gamberros racistas, etc.) con las formaciones nacional-populistas, cercanas pero no idénticas. Estos nacionalistas xenófobos han duplicado sus resultados electorales desde 2013: del 12,5% al 25% (1). Algunos se han convertido ya desde hace tiempo en opciones desigualmente sólidas de gobierno: el PiS polaco, el FIDESZ húngaro, la Lega italiana, el Partido del Pueblo danés, el Partido de la Libertad austríaco) mientras otros se han consolidado, pero parecen aún lejos del poder ejecutivo (la AfD  o Alternativa por Alemania, el otrora Frente Nacional (hoy Reagrupamiento Nacional) francés, el Partido de la Libertad de Holanda, los Demócratas de Suecia, etc.
                
Los nacional-populistas suecos han vivido una experiencia similar a la de otros de sus análogos europeos, en las elecciones legislativas del pasado domingo. Fueron tan altas las expectativas de un resultado espectacular, casi sísmico, que el resultado al final se resolvió en una sensación de engañoso alivio. Los Demócratas de Suecia han mejorado notablemente su porcentaje con respecto a 2014 (del 12,9% al 17,6%), pero no franquearon el listón psicológico del 20% como predecían no pocos sondeos. De haber sido así, la presión sobre el bloque de centro-derecha para aceptarlos como aceptarlos como king-makers (garantes de una coalición estable de gobierno) hubiera sido muy fuerte. La sensación poselectoral es que el nacional-populismo en Suecia ha venido para quedarse, pero no para determinar, aún, el futuro político del país, a pesar de la habilidad de su carismático y astuto líder, Jimmy Akesson.
                
No será fácil encontrar una fórmula de gobierno en Suecia. Los dos bloques clásicos de centro-izquierda (socialdemócratas, verdes y excomunistas) y centro-derecha (moderados o conservadores, centristas, democristianos y liberales) quedaron casi empatados en torno al 40%, con unas décimas de ventaja para los primeros. Ante este panorama, Ivar Ekman, un analista de la radio pública sueca, ha pergeñado tres referencias como opciones:  alemana, danesa y norteamericana (2).
                
La fórmula alemana sería una gran coalición entre los principales partidos de cada bloque tradicional (socialdemócratas y moderaten).  No parece posible, porque no existe esa tradición en Suecia. La polarización izquierda-derecha no es dramática, pero está consolidada. Además, se teme que esa solución alimentara el crecimiento de los extremos. La opción danesa, es decir la coalición de facto de los nacional-populistas con los conservadores, es hipotética, porque ya ha sido rechazada por el bloque centro-derechista. Finalmente, el modelo USA consistiría en un esfuerzo de los socialdemócratas por dividir el bloque opuesto, atrayendo a los elementos más centristas, como intentaron hacer los demócratas de Hillary con los republicanos moderados en las presidenciales de 2016.
                
EL TRIUNFO DE LAS IDEAS
                
Más allá de este análisis sobre combinaciones políticas, lo más relevante es el cambio profundo de sistema social en Suecia, un fenómeno que trasciende el auge del nacional-populismo. Es evidente que la inmigración ha sido el elemento acelerador de la crisis sistémica. Suecia ha acogido a casi medio millón de peticionarios de asilo esta década. En la actualidad, el 18,5% de la población sueca ha nacido en el extranjero, frente al 14,7% en 2010 o el 11,4% al comenzar el siglo. El pico más alto se registró en 2015, con 163.000 demandantes. Poco después, el primer ministro Lofven declaró que Suecia estaba saturada y, como hiciera Merkel al poco tiempo en Alemania, se echó el freno. El año pasado sólo se admitieron algo más de 25.000 personas. Suecia ha dejado de ser uno de los paraísos del asilo europeo (3).
                
El éxito de los Demócratas de Suecia no se expresa en su auge electoral, por notorio que resulte, sino en cómo han conseguido inocular su agenda ideológica (y psicológica) en el resto de las formaciones políticas. Algo parecido a lo que consiguió Marine Le Pen al colonizar el programa y los reflejos políticos de la derecha conservadora francesa durante el mandato de Sarkozy. Es una victoria sorda en la “guerra de las ideas” (4).
                
Pero, aparte de la inmigración hay otros factores que explican la “liquidación” del modelo sueco. Nima Sanandaji, un investigador sueco de origen iraní, autor de una veintena de libros sobre el sistema social sueco, afirma que el emblemático estado de bienestar sueco, otrora ejemplo mundial de desarrollo y justicia social, es insostenible. Esta tesis es discutible y no está exenta de contaminación ideológica y política. Pero ciertos síntomas merecen detenida atención, como acaba de recordarlo en un artículo escrito al calor de las elecciones (5).
                
La situación es paradójica porque, aún con sus problemas, Suecia goza de una salud envidiable para muchos países europeos. Disfruta del mayor porcentaje de trabajadores más cualificados del continente (brain business jobs), el 9% de la masa laboral sueca. Los estudios sobre calidad de vida y valores siguen situando a Suecia en el grupo más avanzado de países. Y, pese a este brote antimigratorio, basado en la manipulación de las cifras de criminalidad y otras imposturas, Suecia continúa siendo un país bastante abierto y generoso.
                
En contraste con estos indicadores positivos, Suecia presenta datos inquietantes. El país soporta un alto endeudamiento privado (185%, el doble que a comienzos de siglo), debido a la expansión del crédito a interés cero o negativo con el que se quiso compensar los rigores de la austeridad. En parte como consecuencia de estas políticas financieras orientadas al consumo, pero también del mantenimiento de una fiscalidad robusta para mantener en cantidad y calidad los servicios públicos, la inversión de capital ha disminuido. Muchas empresas de alta tecnológica y fuerte valor añadido se han desplazado hacia países del centro y este de Europa, donde se practican políticas de atracción de inversores extranjeros (lugares, por cierto, de notable auge nacional-populista).
                
Estas tendencias hace años que dispararon las alarmas sobre la sostenibilidad del modelo sueco de bienestar. El centro-derecha inició una política de privatización en la salud y las pensiones. Más de 600.000 suecos (un 6% de la población) han optado por la sanidad privada. Se augura que en los próximos siete años sólo se crearán nuevos puestos de trabajo en el sector público. Las arcas de los ayuntamientos (grandes suministradores de servicios a la comunidad) están bajo mínimos. El envejecimiento de la población incrementará las tensiones presupuestarias. La juventud que aportan los inmigrantes no se percibe ya como una garantía de solvencia del problema, sino como un elemento perturbador. Se cita con frecuencia el ejemplo de Malmö, donde se registra una cifra de criminalidad similar al de Nueva York.
                
La próxima batalla del nacional-populismo será las elecciones europeas de mayo. Para ese combate aparece, como un suerte de Dark Vader contratado, el gran druida Steve Bannon, después de que el Jefe Trump lo expulsara de su manto protector. Salvini, Orban y otros populistas se han encomendado a sus pócimas (6). A la vista de cómo suelen terminar sus experimentos, quizás sea algo indeseable que bien traerá.

NOTAS

(1) “Right-wing anti-inmigrant parties continue to receive support in Europe”. THE ECONOMIST, 10 de septiembre.

(2) “Swedish Unexcepcionalism. Sweden’s election shows that a strong far right is Europa’s new normal“. IVAR EKMAN. FOREIGN AFFAIRS, 10 de septiembre.

(3) “Suéde: l’extrême droite toujours persona non grata pour le moment en tout cas”. ANNE-FRANÇOISE HIVERT (corresponsal en los países nórdicos). LE MONDE, 10 de septiembre.

(4) “Sweden’s far right has won the war of ideas”. EMILY SCHULTHEIS. FOREIGN POLICY, 10 de septiembre.

(5) “So long, Swedish welfare state”. NIMA SANANDAJI. FOREIGN POLICY, 5 de septiembre.

(6) “Steve Bannon’s ‘movement’ enlists Italy’s most poweful politician”. JASON HOROWITZ. THE NEW YORK TIMES, 7 de septiembre.

ALARDES ULTRAS EN EUROPA: ALGO MÁS QUE ALGARADAS

5 de septiembre de 2018

                
El verano ha estado cargado de alardes ultraderechistas en Europa, para escándalo de los sectores más sensibles de la población, pero ante la indiferencia, resignación o incluso pasividad de buena parte de la ciudadanía.
                
Los acontecimientos más gruesos tuvieron lugar en Chemnitz, localidad de Sajonia, länder oriental de Alemania. Sucesivas manifestaciones, marchas y pronunciamientos xenófobos, racistas y violentos aventaron los crecientes temores a una deriva autoritaria en la sociedad alemana.
                
El desencadenante fue el asesinato de un ciudadano germano-cubano, supuestamente cometido por dos refugiados, uno iraquí y otro sirio. Diversos grupos del espectro ultra se apresuraron a tomar el centro de la ciudad para denunciar la inseguridad y el riesgo de criminalidad que la afluencia de extranjeros refugiados ha provocado en todo el país. La policía quedó desbordada, lo que alentó a los manifestantes a prolongar y endurecer sus protestas, hasta que grupos de extrema izquierda decidieron oponer una resistencia activa.
                
Chemnitz es un síntoma de este renacido malestar alemán supuestamente provocado por el incremento de la inmigración, o más bien por la manipulación de la que es objeto. Se trata, no obstante, de un fenómeno que, como bien se sabe, trasciende el ámbito alemán para convertirse en el fenómeno más desestabilizador de las sociedades europeas actuales. En las semanas previas habíamos asistido a la polémica atizada por la derecha xenófoba gobernante italiana, ante la llegada de personas desesperadas desde África a través del Mediterráneo.
                
Se corre el peligro de considerar los actos violentos de Chemnitz, el cierre de los puertos meridionales de Italia o las innumerables muestras de intransigencia que se suceden en espacios públicos y privados europeos como expresiones desagradables e inquietantes, pero en absoluto mayoritarias o generalizadas. Incluso es razonable admitir que una excesiva propagación de alarma termina sirviendo de altavoz a estas manifestaciones inaceptables.
                
Pero conviene evitar la confianza en que la sangre no llegará al río, o en que estas tendencias terminarán agotándose en sí mismas. Estos días se debate en Alemania sobre la inercia o falta de reflejos de los aparatos del Estado en la prevención de estos sobresaltos extremistas. La proliferación de grupos ultras, más o menos coordinados, confusos en sus objetivos aunque coincidentes en sus métodos, hubiera merecido una mayor atención. Ciertamente, no han faltado políticos y ciudadanos que llevaban tiempo alertando de ello (1).
                
LA DIMENSIÓN INSTITUCIONAL

Lo más preocupante es que estas algaradas xenófobas encuentran eco estructurado en el espacio institucional. El triunfo de la xenófoba Lega en las recientes elecciones italianas se ha visto prolongado en las últimas semanas con encuestas que apuntan a un crecimiento de las preferencias electorales del partido del popular ministro del Interior. Pero Salvini, tan amante de las fronteras, no límites para su visión y propone ampliarla en un movimiento europeo (2). 
                
En Alemania, se registra un fortalecimiento demoscópico de Alternativa por Alemania (AfD), la primera formación radical derechista en ingresar en el Bundestag (90 diputados), como suelen señalar los analistas políticos alemanes. Esto último exige un matiz. La rama bávara de la democracia cristiana, la CSU (Unión Cristiano Social) constituye el partido hegemónico de ese länder desde hace décadas y sus posiciones no han sido precisamente moderadas; de hecho, en los últimos años ha radicalizado su mensaje en materia migratoria, hasta el punto de poner en riesgo extremo la coalición de toda la vida con la CDU de la canciller Merkel.
                
Baviera celebra elecciones autonómicas en septiembre. Hasta hace sólo unas semanas los principales líderes de la CSU creyeron rentable radicalizar sus propuestas hostiles a la inmigración, para no dejarse ganar el terreno por la AfD. Sin embargo, el efecto de este empeño parece haber sido el contrario al esperado. Las encuestas habrían indicado un estancamiento, o incluso un retroceso en las perspectivas electorales, lo que ha motivado un cambio inesperado de mensaje, en este caso, en la dirección moderada (3).
                
Los ecos de Sajonia y el termómetro de Baviera reflejan el desencaje del panorama socio-político alemán. La fragmentación de la voluntad electoral responde a esta tendencia, y puede verse incrementada con la reciente aparición de un nuevo movimiento, en este caso en el extremo opuesto del espectro político. De las filas de Die Linke (La Izquierda) ha surgido una iniciativa, autodenominada Aufstehen (algo así como Levantamiento o En pie), que pretende aglutinar el malestar social por la apertura de fronteras, pero desde posiciones de izquierda. Uno de sus promotoras es Sarah Wagenknecht, hasta ahora líder adjunta de Die Linke, partido nacido por la convergencia entre la izquierda socialista de Oskar Lafontaine y los restos del PDS (trasunto del SED, el extinto partido comunista único de la Alemania Oriental).
                
Las frustraciones sociales generadas por la reunificación alemana en el territorio oriental han sido durante años un fecundo campo de cultivo para todo tipo de manifestaciones de malestar y radicalidad políticas. Pero ha sido la ultraderecha quien ha atraído a la gran mayoría de los descontentos. Wagenknecht ha dicho que “está harta de dejar la calle en manos de la ultraderecha” y pretende canalizar esa malestar hacia posiciones de protesta izquierdista (4). Una manifestación más de la insurgencia frente al consenso centrista, que parecía tener en Alemania su feudo más sólido.
                
DEMONIOS EN EL PARAÍSO

Algo similar ocurre en Suecia, otrora baluarte del modelo reformista de posguerra y principal ejemplo de éxito de la socialdemocracia europea. Las elecciones de este próximo domingo pueden certificar la consolidación de la ultraderecha xenófoba como partido de gobierno y la confirmación de la decadencia socialdemócrata. La derecha parece dispuesta a considerar una coalición con estos parvenus para acceder al gobierno, privilegio del que ha disfrutado en muy pocas ocasiones a lo largo de las siete u ocho últimas décadas. Se perfilaría, en definitiva, una versión sueca de la fórmula austriaca, la convergencia de las derechas, diferentes más en estéticas que en mensajes y programas.
                
Suecia sigue el itinerario alemán, danés y europeo. Como dice el conspicuo Carl Bildt, líder de los moderaten (liberales), “el modelo sueco se ha fundido”. El país ha acogido a más de 150.000 extranjeros desde 2015, una cifra considerable para una población de poco más de 10 millones de habitantes. La crisis ha tensionado el emblemático sistema de protección social sueco y el virus de la austeridad ha corroído convicciones antaño sólidas (5).
                
Malmöe constituye una avanzadilla del avance populista ultra. La segunda ciudad del país, principal urbe meridional, es el laboratorio de la nueva realidad política, pero sobre todo de la manipulación de mitos y miedos. El paro, el aumento de la población musulmana y la criminalidad (la real y la ficticia o exagerada) ha servido de fertilizante a la extrema derecha, en una ciudad dual, en la que el espejo deformado de Rosengard (el “Chicago escandinavo”) es vecino de un centro encantador o del distrito high-tech de Västra-Hamnen (6).
                
El auge extremista exige algo más que denuncias y alarmas. Dos profesores de la Universidad de Viena, Markus Wagner y Tomas Meyer, proponen una reflexión sobre el efecto de la inmigración y la crisis en el discurso y la praxis de los partidos políticos europeos (7). Más allá de los clichés, prejuicios o posiciones aparentemente de principios, se antoja imprescindible una revisión de la estrategias. La asunción por la derecha moderada europea de ciertos presupuestos de la ultraderecha no ha hecho a esta más moderada, sino al contrario (de ahí el afloramiento neonazi sin tapujos en Chemnitz, por ejemplo). A su vez, el desplazamiento de la óptica liberal a la autoritaria es ahora más perceptible en el centro-izquierda que hace treinta años.

NOTAS

(1) “The Riots in Chemnitz and their aftermath: the return of the ugly German”. DER SPIEGEL, 31 de Agosto.

(2) “Salvini lance l’idée de une ‘Ligue des ligues’ en Europe”. LE MONDE, 2 de julio.          

(3) “Ebranlé par l’extrême droite, la CSU recentra sa campagne en Bavière”. LE MONDE, 29 de agosto.

(4) “Una izquierda por las fronteras”. LA VANGUARDIA, 5 de septiembre.

(5) “Sweden was long seen as a ‘moral superpower’. That maybe changing”. THE NEW YORK TIMES, 3 de septiembre.

(6) “Malmö, epouvantail de l’extrême droite”. LE MONDE, 31 de agosto.

(7) “Decades under influence. How european’s parties have been shifting right”. MARKUS WAGNER y THOMAS MEYER. FOREIGN AFFAIRS, 4 de abril.