VENEZUELA, ENTRE DOS IMPOSTURAS


30 de enero de 2019
             
No resulta fácil escribir sobre Venezuela sin dejarse arrastrar por dos relatos enfrentados e irreconciliables durante años. Los intentos por mantener el teclado limpio de prejuicios y contaminación propagandística son cada vez más trabajosos.

Durante cierto tiempo se podía matizar a la hora de criticar y/o analizar el comportamiento del oficialismo y de la oposición. Pero la polarización, obsesivamente presente en la vida política y social venezolana, se ha recrudecido al máximo. Ya no hay posibilidad de acercamiento y mucho menos de conciliación. Es todo o nada. No se trata de perseguir la equidistancia por un prurito de neutralidad profesional. Es más bien un esfuerzo por no dejarse llevarse por las respectivas corrientes de propaganda.

Digámoslo claro: el chavismo ha fracasado. La confusa y retórica revolución bolivariana se ha quedado desnudo e inerte en medio de la ruina nacional. Pase lo que pase con la crisis en curso. Una inflación más allá de cualquier explicación racional no puede justificarse solamente por una supuesta guerra económica promovida desde el exterior. El sistema se ha desintegrado.

Pero para ser igual de sinceros, la llamada oposición democrática no resulta convincente. No lo ha sido nunca, más allá algunos ejemplos personales. Durante mucho tiempo, los opositores han estado lastrados por la falta de proyecto nacional, las ambiciones personales y ese estigma de egoísmo de clase de la burguesía nacional, que nunca supo qué hacer con el país mas allá de satisfacer sus apetitos de consumo y su encapsulamiento frente al malestar sempiterno de las clases populares. No es extraño por eso que la autoproclamación de Guaidó como supuesto líder legítimo haya dejado fríos a los sectores populares, que son los que más han sufrido la descomposición del chavismo. El pueblo no añora el consenso centrista anterior la revolución ni ese liberalismo democrático que ahondó las diferencias sociales.

UN FUTURO INCIERTO

Es difícil ser optimista sobre el futuro de Venezuela. La riqueza del país, como ocurre con el caso de Argentina, distinto pero análogo en esta dimensión del análisis, opera como un agravante y no como un atenuante. Venezuela atesora una riqueza demasiado tentadora como para dejarla pudrirse en el olvido.

Para no repetir lo evocado hasta la saciedad estos días, conviene centrarse en las presentidas intenciones de los principales agentes: las distintas facciones del régimen bolivariano (cuarteado y muy lejos de la solidez y firmeza de los años dorados);  una oposición tradicionalmente dividida e ineficaz pero ahora energizada por la parálisis oficialista y el impulso descarado del exterior; el nuevo activismo de los Estados Unidos, más revanchista que nunca, debido al individuo que se sienta en el despacho oval; y no pocos dirigentes vecinos que están de nuevo en mayor o menos sintonía con el gigante del norte, aunque parecen abocados a reproducir los viejos vicios de la dependencia, la ineficacia y la desigualdad social.

Maduro se ha ahogado en su propia incompetencia. No ha dudado en protegerse con reflejos autoritarios: reduciendo el espacio a los opositores, intentando ahogarlos, sofocarlos y ningunearlos. Se ha refugiado en la retorica hueca y engañosa de una revolución acosada, según el libreto de sus instructores/protectores cubanos. Mientras el país se deterioraba, lo único que se le ha ocurrido es atrincherarse en una ineficaz guerra de contrapropaganda y dejar que la corrupción engordara a los garantes uniformados del continuismo. La riqueza petrolera del país daba para más, por mucha presión económica o boicot orquestado desde fuera, como sostiene el oficialismo. El recurso del supuesto apoyo chino o ruso o chino (potencias que practican el capitalismo de Estado de prestigio) es una muestra de su fracaso como proyecto revolucionario autónomo.

A su vez, la oposición ha tardado mucho tiempo en ofrecer una alternativa unitaria, y al final o ha hecho de la peor manera posible: al dictado de Washington. Por muy simpática o refrescante que les resulte a ciertos medios la imagen de Guaidó, su gran padrino es el el más impresentable de las últimas décadas. El joven líder opositor puede presumir de liberal y moderno, pero le será difícil sacudirse el sello de haber sido teledirigido desde Washington. Los norteamericanos tampoco le ayudan mucho en la tarea del disimulo. El senador Marco Rubio, cubano de origen y anclado en Florida, representa los instintos mas clásicos del revanchismo frente al castrismo o sus epígonos (léase este bolivarismo desacreditado). Bolton, el neocon reciclado por Trump para su America first, se ha comportado con la arrogancia que ya exhibió en los calamitosos años de Bush W. No sabremos si su comparecencia en rueda de prensa dejando ver claramente apuntes en su libreta sobre el envío de fuerzas militares a la vecina Colombia fue un descuido o una muestra más de su bravuconería.

LOS MILITARES, CLAVE DE LA CRISIS

En este juego la clave reside en la decisión de los militares venezolanos. Las fuerzas armadas han sido un componente esencial del régimen bolivariano, no en vano su fundador salió de sus filas y se ocupó de convertirlas en el garante de su proyecto, en sintonía con ese imaginario del Libertador sobre el que Chávez construyó la legitimidad historicista de su movimiento.

Lo primero que hizo Maduro tras el órdago de Guaidó fue asegurarse de que la plana mayor militar compareciera ante las cámaras jurando lealtad al gobierno. Ese gesto, empero, tiene poca consistencia. Se sabe que hay grietas en la cadena de mando castrense, que hay descontento en los cuarteles y que el rumor de sables no es sólo una esperanza de la oposición. También Pinochet prometió lealtad a Allende y algo parecido hizo la cúpula argentina antes de deponer a la viuda de Perón.

Guaidó pretende cerrar la etapa chavista ganándose precisamente al principal pilar del régimen. Persigue sin ambages que haya un pronunciamiento militar para culminar la crisis. Promete amnistía y tabla rasa, pragmatismo que casa mal con la democracia y es opuesto a una noción decente de justicia. Los militares han sido, en los últimos años, los depositarios de los privilegios que todo ejercicio abusivo del poder conlleva. Se les promete mirar para otro lado con tal de que cambien de bando.

LA POSICIÓN EUROPEA Y ESPAÑOLA

Unas líneas sobre Europa y, en particular sobre España, a la que sus socios de la UE le reconocieron el papel de conductor de una posición más o menos común. Una supuesta vía intermedia, electoral, inicialmente desmarcada del golpismo crudo alentado por Washington, se terminó diluyendo. Finalmente, se ha lanzado un ultimátum a Maduro para que convocara elecciones en una semana, lo cual resultaba políticamente ficticio e imposible en la práctica.

España ha quedado atrapada en la crisis venezolana lo quiera o no su bienintencionado presidente, porque sus dos antecesores correligionarios se han comprometido a fondo en el devenir político del país. Uno, Felipe González, como defensor comprometido y sin reservas de la oposición; y otro, José Luis Rodríguez Zapatero, como mediador poco afortunado entre dos partes irreconciliables.

Dijo Pedro Sánchez hace unos días que Maduro representa todo lo contrario de lo que la izquierda española defiende. Desde luego, hay un océano entre el PSOE y ese Partido Socialista Unificado que representa la expresión política del chavismo. Pero no es fácil creerse que los militantes socialistas españoles se identifiquen con una oposición venezolana que, si finalmente triunfa, se lo deberá a unos militares corrompidos y acomodables y a la superpotencia exterior que pone siempre sus intereses por encima de las necesidades de las necesidades y derechos de los pueblos de la región.



AFGANISTÁN: EL DILEMA GUERRA O PAZ

23 de enero de 2019

                
Afganistán es una de esas guerras que se va perdiendo lentamente en la conciencia occidental. De vez en cuando, emerge a golpe de atentado u operación espectacular, por la dimensión de la carnicería o la audacia de su realización. Eso fue lo que ocurrió el pasado lunes. Los taliban hicieron explosionar un coche bomba frente a un edificio de los servicios de seguridad en la provincia de Wardak, donde son entrenados centenares de milicianos gubernamentales. El ataque causó decenas de muertos, lo que le convierte en uno de los más mortíferos de su categoría en 17 años de guerra.
                
Lo más significativo es que los talibanes firmaron esta operación en vísperas de una nueva ronda negociadora con delegados norteamericanos en Doha (Qatar), un conducto con más de ocho años de existencia, que se ha vigorizado en los últimos meses (1).
                
Nadie está interesado en prolongar una guerra tan inútil como casi todas y devastadora como pocas. La OTAN ya se retiró en 2014, con una sensación encontrada de fracaso y responsabilidad semicumplida. Obama quiso concluir con honor la pesadilla que su antecesor había iniciado sobre los escombros de las Torres Gemelas, sin éxito y después de penosas disputas con algunos generales discordantes. Dejó la Casa Blanca con los efectivos norteamericanos reducidos al mínimo. Trump prometió liquidar el expediente, pero, como le ocurre con la mayoría de sus promesas, sus bravatas sofocan los resultados reales.
                
Los taliban también están hartos de guerra, pero no quieren dejar las armas a toda costa. Cuando consiguieronque Washington aceptara negociar con ellos y no solamente con el gobierno (según ellos, una pura marioneta de los americanos), se anotaron un triunfo político indudable. Que refleja, ni más ni menos, su capacidad militar para controlar los tiempos. O al menos para participar en el diseño de la solución.
                
Por si fuera preciso demostrar que la vía diplomática no es señal de debilidad, los taliban dejan su sello sangriento de cuando en cuando, con especial interés en diezmar los servicios de seguridad o inteligencia y en eliminar figuras señeras o emblemáticas del gobierno en provincias de singular importancia estratégica. La nueva ofensiva, denominada Al Khandaq, en homenaje a una batalla legendaria del Profeta, coincidió precisamente con el inicio de la misión del enviado especial de Trump, el exembajador en Kabul, Zalmay Jalilzad.
                
Este aparente doble juego es, en realidad, un comportamiento clásico de los grupos guerrilleros e incluso de no pocos ejércitos convencionales en periodos concretos de un largo conflicto. Nada mejor que exhibir el músculo militar sobre el terreno en disputa para mejorar las bazas políticas en las lejanas mesas donde se discute el futuro.
                
A este respecto, hace un par de semanas, Michael Semple, en su día representante adjunto de la Unión Europea en Afganistán, establecía un interesante paralelo entre la pretendida táctica de los taliban y el Vietcong. La guerrilla norvietnamita consiguió forzar la ronda negociadora que desembocó en los acuerdos de paz de París con una campaña de ofensivas sucesivas que pusieron en evidencia la dependencia que el incompetente y corrupto régimen de Saigón tenía del apoyo militar y económico de Estados Unidos.
                
Semple estima, no obstante que Afganistán no es Vietnam, y señala varias razones: el nuevo estado afgano es más viable de lo que fuera el Vietnam del sur de comienzos de los setenta; la idea de democracia, derechos humanos y servicios públicos está comenzando a arraigar en el país, pese a la debilidad gubernamental y el cáncer de la corrupción y el nepotismo; los taliban no gozan de los mismo apoyos internacionales que el Vietcong; y, finalmente, la base social y confesional de los extremistas islámicos es muy reducida, lo que les impide garantizar la unidad nacional en la posguerra (2).
                
Estas consideraciones avalarían el interés objetivo de los taliban por concluir la guerra. Siempre y cuando, claro, obtuvieran ciertas concesiones irrenunciables. Formalmente, la primera de ellas es la completa retirada militar norteamericana, por mucho que ahora la presencia sea de apenas 7.000 hombres en tareas secundarias de instrucción, inteligencia y asesoramiento. Otras exigencias sobre el reparto de poder y el sistema social siguen en la agenda taliban, pero se plantean de manera menos rotunda y rígida que hace unos años.
                
Un miembro de la delegación del gobierno Obama en las conversaciones de Qatar, John Walsh, se cuestionaba a finales del verano la sinceridad de los propósitos insurgentes. Ciertamente, Walsh avalaba la flexibilidad de los taliban, incluso en el asunto de la retirada militar norteamericana. Según su relato, en conversaciones privadas con enviados extranjeros, portavoces del movimiento se habían apartado del maximalismo y mostrado abiertos a negociar calendarios y condiciones del yankee go home. Al parecer, los taliban temen que, como ocurrió en Irak o como se anuncia en Siria, una retirada norteamericana demasiado precipitada genere un caos que ninguna de las fuerzas afganas podría prevenir o resolver. Es significativo señalar que, en los últimos años, los soldados del Pentágono han estado concentrados no tanto en perseguir a los taliban cuanto en destruir efectivos y redes del ISIS, rivales de los antiguos estudiantes coránicos en el propósito de medievalizar el país (3).
                
El mayor inconveniente de la vía diplomática es el calendario. En abril se celebran elecciones presidenciales. El actual gobierno (una suerte de coalición de las fuerzas apoyadas por Occidente) tiene intención de continuar, no sólo por supervivencia política, sino por temor no confesado a un péndulo revanchista, si los coránicos volvieran a controlar las palancas del poder. El presidente Ghani y el primer ministro Abdullah pretenden confirmarse (en su posición actual o invertida, o en una versión más clásica de gobierno-oposición). Si los taliban no fuerzan un compromiso convincente en los próximos tres meses, intentarán boicotear el proceso electoral como intentaron hacer con las legislativas de octubre, a base de irrupciones en sedes de votación, atentados llamativos y toda suerte de intimidaciones y deslegitimación del proceso político (4).
                
Este doble camino, a veces paralelo, a veces convergente, presenta riesgos enormes y dificultades de una dimensión tan compleja que exige una administración inteligente, flexible y paciente en Washington. Justo todo lo contrario de lo que existe en la actualidad. A Trump no le interesa Afganistán en absoluto, y ahora ni siquiera tiene a sus generales llevándole de la mano.

John Bolton, el supuesto hombre fuerte en materia de seguridad internacional, es un neocon superviviente, ideólogo extremista, unilateralista, obsesionado con Irán y poco amigo del compromiso. Que Trump no haya segado los pies bajo la hierba del embajador Jalilzad responde menos a la convicción del presidente-hotelero en las oportunidades de paz que a la pereza que le produce examinar a fondo el dossier afgano.
                
El dilema guerra o paz en Afganistán es un juego equivoco por la volatilidad del escenario interno, la confrontaciones de ambiciones en cada bando y la falta de una cultura de pacto tras tres décadas de hegemonía guerrerista. Lo complica todo más el caos de la Casa Blanca, con una oposición política capaz por fin de poner al presidente contra las cuerdas y la amenaza latente de una destitución o una neutralización del Comandante en Jefe.
                 
NOTAS

(1) “After deadly attack on afghan base, Taliban sit for talks with US diplomats”. THE NEW YORK TIMES, 21 de enero.

(2) “The Taliban’s battle Plan. And why it’s unlikely to succeed”. MICHAEL SEMPLE. FOREIGN AFFAIRS, 28 de noviembre.

(3) “Is the Taliban prepared to make peace?”. JOHN WALSH. FOREIGN AFFAIRS, 7 de septiembre.

(4) “Elections en Afghanistan: le talibans au centre du jeu politique”. JACQUES FOLLOROU. LE MONDE, 27 de octubre; “Ballots and bullets in Afghanistan”.VANDA FELBAB-BROWN. BROOKING INSTITUTION, 23 de octubre.

EL MALEFICIO DESTRUCTIVO DEL BREXIT


16 de enero de 2019
                
Después del contundente rechazo del Parlamento británico al acuerdo sobre el Brexit (432 contra 202), la derrota más humillante para un gobierno desde 1924, la pregunta más escuchada este miércoles en Europa es: ¿Y ahora qué?
                
Nadie sabe la respuesta. O no se atreve a apostar por ella. En realidad, la incógnita que se propaga en todos los círculos políticos, económicos, académicos y mediáticos es el eco de un clamor que resuena desde hace meses. El Reino Unido de Gran Bretaña no sabe cómo salir de un embrollo plagado de trampas, mentiras y ensoñaciones. La situación actual era la única posible tras dos años y medio de incompetencia y confusión.
                
Pero puesto que lo anterior es sobradamente sabido, es lógica la insistencia en la pregunta formulada al principio: y ahora qué. ¿Retirada de la UE sin acuerdo? ¿Aplazamiento más allá del 29 de marzo? ¿Renegociación siquiera aparente del acuerdo? ¿Elecciones generales? ¿Segundo referéndum? Algunas de estas opciones no son excluyentes. Pero ninguna de ellas constituye una solución por sí sola. Detengámonos a analizar los escenarios.
                
RETIRADA SIN ACUERDO             
                
Esta opción parece más plausible y cercana que nunca. Lo ha dicho el siempre locuaz presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, al poco de conocerse la votación en Westminster. Este escenario viene cargado de negros presagios sobre la economía británica, de los que no escapará por completo el resto de Europa. Se han manejado cifras de espanto (por ejemplo, caída de 8 puntos del PIB, según el Banco de Inglaterra), cuya solidez está por demostrar.
                
Esta especie de descenso a los infiernos sin demasiado asideros para interrumpir la caída puede llevar aparejada una aniquilación de buena parte de la clase política británica. A la premier May le han hundido los suyos, pero esos mismos quieren preservarla en lo alto del potro de tortura para no entregar las llaves de Downing Street a un “rojo peligroso” como Jeremy Corbyn. La jefa del desgobierno volvería a hacer lo contrario de lo que ha estado defendiendo, un rasgo definidor de su carrera política. En este caso, se verá obligada a gestionar un desenganche del continente en peores condiciones aún, amparada quizás en un discurso de evocación chuchilliana: “sangre, sudor y lágrimas”.
                
APLAZAMIENTO DE LA SALIDA
                
Quizás May siga pensando que, antes de precipitarse en el abismo, tendrá esa última oportunidad que desde su entorno se ha venido apuntando estas últimas semanas. Después de superar la moción de censura laborista, la estólida Theresa tratará de mantener la ficción de un nuevo acuerdo “in extremis”. Necesitará, para ello, de un aplazamiento de la fecha de salida, ya que no hay tiempo. Pero sobre todo, precisará de un último flotador de aquellos de los que se quiere separar: los líderes europeos Sin la luz verde de sus todavía socios continentales no será posible borrar el 29 de marzo del calendario del Brexit.
                
En Europa hay poco humor para las tribulaciones autoinducidas de los británicos. Nunca ha habido una historia de amor entre ambos lados del Canal de la Mancha y un proceso de divorcio no parece el mejor momento para invocarlo. Por añadidura, quienes podrían prolongar la vida de May o están absorbidos en la tarea de salvar la suya propia (Macron, Sánchez), o ya tienen fecha de caducidad (Merkel), o están empeñados en hacer de Europa un solar irreconocible (Salvini, Orban, Kaczynski, Kurz, etc).
                
Y aunque hubiera voluntad política, no hay tiempo, ni margen legal o normativo para algo muy diferente. Como se viene diciendo estas semanas en Bruselas, se pueden cambiar puntos y comas, hacer retórica o aventar los mejores deseos, pero la sustancia del acuerdo no se tocará.
                
La narrativa de May es sorprendente. Se ha intoxicado con su propio autoengaño sobre la viabilidad de una estrategia errática y fallida desde el principio. En un articulo de obligada lectura para los interesados, Charles Grant, el director del Centro para la Reforma de Europa (un think-tank con sede en Londres, no en Bruselas) disecciona la incompetencia y los errores de la premier británica en el desarrollo del Brexit. Ni ella ni sus principales asesores han entendido en modo alguno la lógica de los negociadores europeos. Contrariamente a los diplomáticos y funcionarios británicos, que, en vano, han intentado prevenir a Downing Street del desastre al que se encaminaba. En Bruselas ha prevalecido, según Grant, “las tres Ps” (principios, política y precedente), por encima de cálculos estratégicos o previsiones económicas catastrofistas, las principales bazas de May para lograr una avenencia europea a sus deseos (1).
                
Sin exonerar n modo alguno a la jefa del gobierno británico, otro destacado analista de las cuestiones europeas, Matthias Matthijs, sostiene que el acuerdo suscrito por May es la peor opción para el Brexit... con excepción de todas las demás Remedo de otra de las máximas del inefable Sir Winston en su apología de la democracia (ya se sabe: el peor de los sistemas políticos, con excepción de todos los demás). Matthijs apela a consideraciones pragmáticas, sin dudas alentadas por ciertas tendencias en  Europa (2). Pero Grant parece más atinado en su análisis que Matthijs el momento político que sacude los fundamentos europeos.
                
ELECCIONES GENERALES
                
La ensoñación de May tiene un avatar en su némesis político, Jeremy Corbyn. El líder laborista sostiene que un gobierno bajo su dirección puede renegociar el acuerdo con Europa y conseguir un Brexit en mejores condiciones. No ha dicho cómo ni en qué capítulos, aparte de vagas referencias a la justicia social y a los derechos de los trabajadores.
                
El problema es que, para llegar a esa posibilidad (muy dudosa en todo caso), tendría que forzar elecciones inmediatas (casi imposible porque May cuenta con apoyo suficiente para superar la moción de censura laborista y continuar en el cargo), y luego ganarlas. Esta segunda condición es complicada incluso hipotéticamente. Para apoderarse del gobierno en las urnas, Corbyn necesitaría los votos de sus militantes y muchos más. Y lo peor para Corbyn es que ni siquiera tiene asegurado el respaldo de los primeros, si mantiene su actual posición sobre el Brexit. La inmensa mayoría del votante laborista quiere un segundo referéndum para enmendar el fiasco y anclar a Gran Bretaña en Europa (3). Corbyn y su equipo directivo de confianza responsabiliza a la tecno-burocracia europea de la deriva perjudicial para las clases populares, y con gran parte de razón. Pero no se ve claro cómo una salida de la UE puede favorecer esa rectificación del rumbo por la que él combate.
                
La derecha laborista ha intentado destruir el liderazgo de Corbyn desde el principio, pero el diputado por Islington no parece haber escogido la mejor línea de defensa con el Brexit. Corbyn ha respondido con una calculada ambigüedad a las demandas crecientes de las bases laboristas a favor de un segundo referéndum, con confusas apelaciones a la defensa de la voluntad expresadas por los británicos en junio de 2016. Pero Corbyn elude decir con claridad que la campaña del Brexit estuvo plagada de manipulaciones e incluso groseras mentiras sobre las supuestas ventajas de la desconexión europea.
                
SEGUNDO REFERÉNDUM
                
La opción del segundo referéndum es anatema para los brexiteers de uno u otro signo, porque el resultado parece cada vez claro: rectificación y permanencia en Europa. Esto no puede darse por seguro, pero todas las encuestas lo predicen (4). Muchos de los que practican el discurso del respeto por la voluntad popular defienden este status quo sin salida con un cinismo digno de mejor causa. No se trata de hacer profesión de fé europeísta, muy desprestigiada por estos tiempos, sino analizar con seriedad los males del sistema político británico sin derivarlos a otras instituciones.
                
El segundo referéndum tiene un fundamento democrático incontestable: lo votado en 2016 no ha producido los efectos deseados, la aplicación del resultado de la consulta sería muy negativo para los intereses generales, contrariamente a lo proclamado en su días por los adalides del divorcio, y no hay otra salida alternativa a la vista. Si, aún así, el pueblo británico cree que su destino será mejor fuera de las instituciones europeas, puede confirmarlo con un nuevo voto. Tan soberano será el segundo referéndum como el primero.

NOTAS

(1) “In search of los Brexit: how the UK repateadly weakened its own negotiation position”. CHARLES GRANT. THE NEW STATESMAN, 14 de enero.

(2) “The worst Brexit option, except for all the others. Why Theresa May’s deal is the best way forward”. MATTHIAS MATTHIJS. FOREIGN AFFAIRS, 20 de diciembre.

(3) “Most Labour members believe Corbyn should back second Brexit vote. Nearly 90% of party member would opt to stay in the EU in a ‘people’s vote’, finds survey”. PETER WALKER. THE GUARDIAN, 2 de enero.

(4) “If Corbyn backs Brexit, he faces electoral catastrophe”. PETER KELLNER. THE OBSERVER, 5 de enero.

ESTADOS UNIDOS: EL MOMENTO VIOLETA

9 de enero de 2019

                
La oposición más activa de la resistencia política y social contra la errática, insostenible y peligrosa presidencia de Donald Trump lleva nombre de mujer. Muchos nombres. Causas y temperaturas plurales, pero un mismo propósito: acortar y, si fuera posible, acabar con el periodo más negro en la Casa Blanca desde los sombríos años de Nixon.
                
El año comienza con el aire fresco que ha entrado en el Capitolio (1). De los 545 miembros de la Cámara de Representantes, más de un centenar son mujeres, el número más alto de la historia.
                
NANCY PELOSI, LA INCOMBUSTIBLE
                
La speaker (presidenta de la Cámara), Nancy Pelosi, no es precisamente un modelo de renovación o cambio. Está a dos años de ser octogenaria, ya ocupado anteriormente ese puesto (durante los primeros años de Obama) y es un exponente del establishment político de Washington. El ala izquierda del partido no la quería como líder parlamentaria de un grupo, que es más progresista que nunca. Pero la habilidad y tenacidad de la californiana y la falta de un liderazgo alternativo aún con experiencia le ha confirmado en el tercer puesto del escalafón del Estado (después de Trump y del vicepresidente y líder del Senado).
               
De Pelosi no se espera una estrategia de confrontación sin concesiones con la Casa Blanca. Pero su olfato político le ha hecho modificar, al menos externamente, su lenguaje y su performance. Unos días antes de su regreso al cargo, protagonizó una agarrada monumental con Trump, a cuenta del shutdown (suspensión de ciertas labores administrativas), en el despacho oval, transmitida por televisión, que dejó boquiabiertos incluso a los más avezado cronistas de la Casa Blanca. El presidente hotelero salió mal parado, pero no así Pelosi, que mantuvo el tipo, no se dejó intimidar y puso en evidencia la falta de aptitudes de su rival para el cargo que ocupa con tan escasa autoridad.
                
En días sucesivos, Pelosi ha contemporizado con quienes en el Partido presionan para forzar el juicio político del presidente, aunque su instinto le dice que, en la cultura política norteamericana el pacto casi siempre es preferible a la confrontación. El sector tradicional no cree que se pueda reconquistar la Casa Blanca simplemente con un discurso de combate y plantea una moderación pragmática para recuperar estados que votaron por Trump (2).
                
ELISABETH WARREN, LA “DESEADA”
                
Desde otras latitudes más a la izquierda, el protagonismo también presenta rostros femeninos cada vez más populares. Estos días ha despuntado Elisabeth Warren, senadora por Massachussets, ya en sus setenta años, y con una larga carrera de servicio público a sus espaldas. Warren anunció el último día del año su intención de presentarse a las elecciones internas del PD. Sus seguidores y simpatizantes en la franja progresista del partido llevan más de una década pidiéndoselo, pero ella nunca se había decidido. 

La presencia de Hillary en las dos carreras anteriores pareció disuadirla, aparte de otras consideraciones personales y políticas. Ahora, ha dado por fin el salto, al menos en intención (falta por concretar su candidatura formalmente), alentada por la corriente de descontento con Trump y el auge progresista en el electorado demócrata (3).
                
Elisabeth Warren ha sido una de las senadoras más señaladas de la oposición frente al presidente-hotelero, y ya es decir. Trump puso en duda sus declaradas raíces nativas (indias) y se burló públicamente de ella, llamándola en público Pocahontas. La senadora se hizo una prueba de ADN para acreditar la veracidad de sus palabras. Pero la gestión de este pique le valió críticas en algunos medios, con la complacencia de algunos compañeros de partido.
                
Warren es una abogada doctorada en Harvard, la institución académica elitista de las afueras de Boston y pertenece a esa clase ilustrada típica de la costa este. Pero sus raíces son humildes. Es hija de un portero y ha sido siempre una infatigable defensora de las clases medias y populares. Obama le nombró responsable de una Comisión para estudiar política de control y regulación de las entidades financieras, tras el vergonzoso crack de 2008. Pero el anterior presidente, mucho más moderado que ella, no se decidió a aplicar gran parte de sus recomendaciones. La izquierda demócrata le venera por su integridad y la solvencia de su discurso. En los últimos Congresos, tuvo siempre reservado un espacio destacado. Hace unas semanas publicó un ensayo sobre la política exterior que Estados Unidos debía emprender, en un gesto claro de sus propósitos políticos.
                Pero ella y su entorno son conscientes de representar una posición minoritaria, por creciente que resulte. Trump ha dicho que Warren debería consultar con un psiquiatra si cree que puede ganar las elecciones. Puede limitar el alcance de su empeño la posible competencia con Bernie Sanders, senador vecino, que protagonizó un espléndido papel en el pulso con Hillary. El de Vermont aún no ha decido si repetir experiencia. Una reciente denuncia de sexismo en su equipo, aún por esclarecer, puede resultar un lastre en este momento violeta.
                
LA CORRIENTE RENOVADORA EN EL CONGRESO
                
Pero entre los movimientos sociales y de base las preferencias se dirigen hacia otras mujeres mucho más jóvenes, algunas neófitas o con poco recorrido en política y por tanto muy lejos aún de la carrera presidencial. Algunas ya empiezan a ser habituales en el panorama mediático. Entre ellas, quizás la más destacada es Alexandria Ocasio-Cortez, a quien medios conservadores y gestores ultras de las redes sociales han intentado desacreditar antes incluso de estrenar despacho oficial, con polémicas estériles y artificiales sobre sus aficiones y estilo personales. La representante por el distrito 14 de Nueva York, de origen portorriqueño, abandera causas progresistas en lo social, en lo ecológico  y en lo moral (4).
                
Junto a Ocasio-Cortez, ha tenido notoriedad estos días Rashida Tlaib, flamante congresista por Michigan, de origen palestino, situada en la franja más izquierdista del espectro demócrata. En un brindis celebrado en un bar cercano al Capitolio tras su toma de posesión, hizo una proclama a favor del impeachment del presidente, que prensa y políticos conservadores aprovecharon para denunciar el creciente viento de revanchismo al otro lado del pasillo del legislativo (5).
                
De vuelta a las latitudes más establecidas, otras mujeres se citan como posibles precandidatas: Kristen Gillibrand o Amy Klobuchar, senadoras por Nueva York y Minnesota, y respectivamente, y en particular Kamala Harris, senadora por California (y antes fiscal general del mayor y más rico estado de la Unión), hija de inmigrantes de origen indio y jamaicano (6). Las tres son progresistas, pero con posiciones más templadas que Warren o Sanders.
                
Ya hay un debate abierto interno en el Partido Demócrata sobre la conveniencia de una mujer candidata, tras el fracaso de Hillary (7). Los demócratas obtuvieron 19 puntos más que los republicanos en el voto femenino del pasado noviembre. Las activistas de base del partido son mujeres en abrumadora proporción. La iniciativa #MeeToo avala esta corriente violeta. Pero los sectores más tradicionales plantean objeciones sobre la percepción de género en unas elecciones generales, sin duda un reflejo del machismo político norteamericano.

NOTAS

(1) “Liberal fresmen are shaking the Capitol just days into the new Congress”. THE NEW YORK TIMES, 6 de enero.

(2) “Impeachment is not a high priority for voters, recent polls show”. BROOKINGS INSTITUTION, 3 de enero.

(3) “Elisabeth Warren doesn’t want to be Hillary 2.0”. EDWARD-ISAAC DOVERE. THE ATLANTIC, 31 de diciembre; “Elisabeth Warren has something that Hillary Clinton didn’t”. KAREN TUMULTY. THE WASHINGTON POST, 7 de enero.

(4) “A cautious hope emerges among Alexandra Ocasio-Cortez’s constituents”. ROBERT SAMUELS. THE WASHINGTON POST, 5 de enero.

(5) “Rashida Tlaib calls for taking immediate steps towards impeachment on her first day in Congress”. JOHN NICHOLS. THE NATION, 3 de enero; “Rashida Tlaib said nothing wrong. But the reaction was obscene”. MICHELLE GOLDBERG. THE NEW YORK TIMES, 7 de enero.

(6) “Will It be a black woman who turfs Trump out of the White House”. RICHARD WOLFFE. THE GUARDIAN, 6 de enero.

(7) “Democrats puzzle over whether a woman will beat Trump”. THE NEW YORK TIMES, 5 de enero.