THERESA DE LOS MIL DÍAS

28 de marzo de 2019
              
Como una Ana Bolena de estos tiempos, Theresa May rendirá su cabeza (política) mil días después de haber llegado a lo más alto. No será el Rey (o la Reina) quien la arroje al cadalso, sino el alter ego del poder británico, el Parliament, o más bien sus partenaires tories, que la escogieron como segunda esposa, tras repudiar al primerizo Cameron, un pretendiente que nunca pudo complacer los anhelos soberbios de un Reino rupturista.
                
Ciertamente, la severa y encallecida Theresa carecía de los encantos seductores de aquella damisela perturbadora e intrigante del Renacimiento. Pero ambas practicaban, aunque con desigual habilidad, el arte del doble juego, la ambigüedad y la deliberada indefinición para confundir a adversarios, rivales o tibios.
                
Esta licenciosa digresión ucrónica encaja en el panorama surrealista que se dibuja en el distrito londinense de Westminster, sede de las principales instituciones británicas. Después del doble rechazo al farragoso y inconvincente acuerdo de separación con Europa, agotadas todas las estratagemas de dilaciones y órdagos, exhaustas las invocaciones al desastre o a la catástrofe, May se encuentra en la torre del castillo aguardando la implacable sanción del destino. Ofrece su cabeza al soberano para salvar su legado político, una carta otorgada que no podrá garantizar lo que se le exigía: la reconquista de la glorioso independencia nacional.
                
El dilema del divorcio de Europa ha consumido la energía no sólo de los políticos  o los burócratas más dilectos del Reino. Lo más grave es que ha atizado los impulsos fratricidas más enconados de la nación británica. El Brexit ha sido más destructivo que la tan novelada guerra de las dos rosas, porque ha roto amistades, separado familias y perturbado el diálogo social.
                
Es dudoso que otras elecciones, las segundas en dos años, puedan arreglar el entuerto, porque es probable que arrojen un resultado idéntico o muy parecido al actual. La fractura va más allá de las posiciones ideológicas. La pertinaz división conservadora encuentra réplica no menos agria en sus oponentes laboristas. En ambos campos hay partidarios de una u otra rosa (brexiter o remainer) y terceros incomprendidos que tratan inútilmente de tender puentes sobre fosas cada vez más abismales. Solo los marginales liberales o los alejados escoceses se mantienen unidos en su oposición a la ruptura con la UE.
                
Desde el pasado lunes, el Parlamento ha tomado el control del Brexit, reduciendo a la primera ministra a una especie de jefa de negociado en el callejón de Downing Street. Theresa May ha convertido el take back control (“recuperar el control”), famoso lema de Dominic Cummings, el publicista que diseñó la campaña del Brexit, en failure of control (o “pérdida de control”), en expresión de Stephen Paduano, un periodista colaborador de la London School of Economics, uno de los templos de la inteligencia británica (1).  
                
Pero, como era de esperar, este guiño orwelliano de poder parlamentario tampoco ha servido para salir del atolladero. Las ocho propuestas indicativas presentadas por los diputados como alternativas al dos veces repudiado Acuerdo de Retirada fueron rechazadas por el pleno de los Comunes, este miércoles.
                
Las propuestas que más cerca estuvieron de prosperar fueron la del histórico tory pro-europeo Kenneth Clarke de negociar una “amplia o permanente unión aduanera” entre el Reino Unido y la UE, o la de un par de laboristas (Kyle y Wilson), que consistía en someter a  referéndum cualquier acuerdo que pudiera salir de esta agónica ronda  parlamentaria (2).
                
Nadie confía en nadie. Como en las piezas más sombrías de la dramaturgia shakespeariana, el Reino se consume en la recriminación o la desconfianza. Tampoco falta el impulso ciego de la traición, y no en sentido alegórico. El diario conservador TELEGRAPH desveló hace unos días que los brexiteers más radicales contactaron con los nacional-populistas polacos, italianos y húngaros para que sus gobiernos ejercieran el veto e hicieran imposible la prolongación del artículo 50 (3).
                
Europa espera con impaciencia cada vez menos contenida. La diplomacia ha agotado ya sus habilidades y encubrimientos. Los días de prolongación del Brexit concedidos a una humillada primera ministra resultan tan irreales y estériles como las maniobras de una Theresa May sentenciada.
                
Amanda Sloat, la analista de la BROOKINGS para el Brexit, prevé un futuro incierto, tanto si al final, por acoso y derribo, saliera adelante el Acuerdo de Retirada (WA), como si se impone el Brexit duro (4).
                 
La ruptura radical implicará renunciar a las cláusulas pactadas del divorcio, sin periodo de transición y sin salvaguarda o excepción para la frontera entre las dos Irlandas.
                
Pero incluso el WA resucitado tampoco despejará los nubarrones. Gran Bretaña y Europa -anticipa Sloat- se enfangarán en un interminable proceso de discusión, pieza a pieza, regulación a regulación, sobre aduanas, tarifas, normativas, controles sanitarios, patrones de calidad, etc.
                
Se avecina, si algo inesperado no lo remedia, un tiempo de niebla densa en el Canal de Mancha, un factor atmosférico que convoca la nostalgia y la melancolía, como apuntaba con mezcla de ironía y tristeza Sam Byers, un escritor británico residente en Estados Unidos (5).
                
Al cabo, como Bolena en su tiempo, May no ha sabido colmar la ambición que devora a su furibundo señor. Ana no pudo dar al Rey el vástago que prolongara la dinastía. Theresa no ha sabido proporcionar a ese Reino replegado sobre sí mismo el mapa hacia un futuro glorioso libre de las ataduras continentales.

NOTAS

(1) “This is what ‘Taking back control’ looks like”. STEPHEN PADUANO. FOREIGN POLICY, 27 de marzo. https://foreignpolicy.com/2019/03/27/this-is-what-taking-back-control-looks-like/

(2) THE GUARDIAN, 28 de marzo.



(5) “Britain is drowning itself in nostalgia”. SAM BYERS. THE NEW YORK TIMES, 23 de marzo. https://www.nytimes.com/2019/03/23/opinion/sunday/britain-brexit.html

INFORME MUELLER: EL HUMO Y EL FUEGO

27 de marzo de 2019

                
Por fin hay informe Mueller, pero el informe Mueller no es fin del Rusiagate. El fiscal especial que ha investigado durante casi dos años las controvertidas relaciones del equipo de campaña de Trump con el Kremlin ha rendido cuentas al Fiscal General, William Barr, quien ha remitido un extracto del informe, no el texto completo, a los líderes del Congreso, junto a su particular interpretación, más favorable a Trump de lo que el propio informe sugiere.
                
UN FINAL ABIERTO
                
El informe Mueller resulta intrigante por lo que dice y por lo que no dice. O por lo que se sabe que dice y no dice. Tan significativas son sus afirmaciones como sus inhibiciones.
                
1) No se ha podido probar que existiera colusión entre Trump o miembros de su equipo de campaña y agentes rusos para influir en las elecciones presidenciales de 2016.
                
2) No se pronuncia sobre un posible delito de obstrucción a la justicia por parte de Trump y asociados. Para ser claros: el investigador se abstiene de exonerar al presidente. En  cambios, el fiscal general sí lo hace, quizás apresuradamente, al señalar que si no hay delito no puede haber obstrucción, lo cual es discutible.  Barr da un paso más al argumentar que no se han podido establecer una “intención corrupta” en el comportamiento del entorno de Trump. Al fin y al cabo, como dice el NEW YORK TIMES, Barr ha hecho lo que Trump esperaba que hiciera cuando lo nombró, para reemplazar al ultraconservador pero díscolo Sessions (1).
                
Una frase del editorial del WASHINGTON POST sobre la investigación de las relaciones de Trump con Rusia durante el periodo electoral capta con brillantes el momento político norteamericano: “Where there is smoke, there is not always fire”: Que haya humo no siempre quiere decir que haya fuego (2).
                
Las incógnitas persisten y seguirán abiertas, incluso después de que se conozca todo el contenido de la investigación. A juzgar por las conclusiones que el fiscal general ha entregado al Congreso, Mueller se abstiene de calificar jurídicamente comportamientos a falta de pruebas concluyentes: sólo los describe o los señala. Por tanto, la serie continuará. Hay humo, no se ha declarado un incendio general, pero quien sabe si hay fuego no localizado aún.
                
Hay que recordar también que las controvertidas relaciones de Trump con la Rusia de Putin no es el único asunto que proyecta negros nubarrones sobre su figura pública y privada. Hay varias causas pendientes en el estado de Nueva York relacionadas con sus negocios, sus prácticas fiscales, sus estrategias crediticias, sus presuntos encubrimientos de sobornos a testigos de conductas sexuales lesivas o incómodas para sus propósitos electorales, etc. En total 199 cargos criminales, 37 acusaciones o declaraciones de culpabilidad y cinco sentencias de prisión ya firmes para antiguos operativos y colaboradores. En definitiva, Trump sigue estando bajo sospecha. Por Rusia y por Trumplandia (3).
                
LA DIVISIÓN POLÍTICA GARANTIZA LA PROLONGACIÓN DE LA POLÉMICA
                
Los republicanos respiran aliviados, porque no se ven en la obligación de defender contra corriente a su teórico líder político. Lo han hecho de mala gana durante dos años, excepto algunos pocos convencidos, más por el cálculo político de no incomodar a la base social trumpiana que por convicción sincera. Pero también están los alienados con el Presidente, algunos con la furia de los conversos como el senador Graham, que ya ha amenazado con investigar al FBI y, en particular, a su exjefe Comey.
                
Trump ha cantado victoria. Ha hecho una interpretación sesgada del resultado, desde luego. Aunque inicialmente pareció que iba a mostrarse más contenido de lo habitual, la prudencia le duró horas. Ya está de nuevo entregado a insultos y descalificaciones (“son unos traicioneros”, ha dicho de quienes respaldaban una investigación exhaustiva). Comentaristas no necesariamente afines intuyen que sus opciones de reelección son más sólidas ahora que hace dos meses, tras el desgaste del cierre del gobierno o la polémica por el muro fronterizo. Se esperan con impaciencia las encuestas para comprobar si hay indulto social.
                
En los demócratas afloran distintas sensibilidades pero todos coinciden en una cosa: Barr tiene que hacer público todo el informe Mueller, para superar esta fiebre especulativa sobre lo que investigador dice o no dice, insinúa o no insinúa, sugiere o no sugiere, recomienda o se inhibe. Esa es una batalla unificadora en el partido y en esa se concentran ahora todas las tendencias, sabedoras de que más tarde volverán a surgir las desavenencias de familia.
                
EL ALCANCE DE LA DIVISIÓN DEMÓCRATA.
                
La división demócrata sobre la estrategia a seguir con el caso Trump no será fácil de resolver. Los más moderados tienen aversión a un conflicto demasiado agudo. Les repulsa Trump, pero aspiran a recuperar ese electorado tradicional que gravita entre los dos grandes partidos, en los estados oscilantes de los grandes lagos y el sureste. Demasiada hostilidad hacia Trump les aleja del objetivo electoral.
                
El sector centrista no pretende dejar de presionar al presidente hotelero, pero cree que se le debe derrotar en las urnas y no empeñarse en un casi imposible proceso de destitución en el Congreso. Para esta corriente, la batalla no es ya la eliminación política prematura de Trump, sino las respuestas a los problemas que más preocupa al electorado: inmigración, sistema sanitario, política fiscal, etc,
                
El ala izquierda, en claro auge tras los resultados legislativos de noviembre, presiona para que se supere la pesadilla del trumpismo y se persiga con todos los medios legítimos disponibles las irregularidades innumerables del empresario-candidato-presidente. Esta corriente no establece una distinción entre establecer la responsabilidad de la actual Casa Blanca y la lucha por una sociedad más justa. Son las dos caras de la misma moneda.
                
En los dos próximos años asistiremos a dos batallas en Washington: la tradicional, que entablaran demócratas y republicanos por la Casa Blanca; y la que el partido del Barrito librará en su propio seno por definir su estrategia. Pragmatismo versus principios. Eficacia frente a autenticidad. Reforma continuista frente a cambio sustancial.
                
Nunca antes el debate interno demócrata se ha planteado en términos tan nítidos. Nunca ha tenido el ala izquierda tanta pujanza, tantos líderes como ahora. Bien es verdad que no todo el ala progresista actúa al unísono. Hay muchas voces y un riesgo más que alto de cacofonía, de confusión. Estas discrepancias no se corresponden solamente con el campo de actuación: candidatos y congresistas. En cada uno de ellos se perciben diferencias de sustancia. No es lo mismo el socialismo democrático de Sanders que el progresismo fiscal rectificador de Warren. No es lo mismo el pragmatismo indefinido de Kamala Harris, que la ambigüedad amable de O’Rourke o la ambición por la reconquista del centro de Klobuchar, Gillibrand o Booker. Y queda pendiente lo que decida Biden, cuyo perfil tradicional provoca recelo entre los progresistas y lesiona las opciones de los moderados.

¿HABRÁ REPLIEGUE DE LOS MEDIOS?
                
Se abre otra línea de debate: el papel de los medios de comunicación. Los sectores ya han empezado a lanzar nuevas salvas contra la credibilidad de los medios más críticos con el presidente.
                
El mantra de las fake news amenaza con arreciar y convertirse en doctrina presidencial. De hecho se percibe ya cierto tono de contención en los medios mayoritarios que han mantenido una línea de oposición al presidente hotelero, aunque no puede hablarse todavía de autocrítica. En los medios más progresistas, se acusa la falta de definición del Informe Mueller, pero tampoco se tenían en esas latitudes demasiadas expectativas. Al fin y al cabo, el fiscal especial es un producto genuino del sistema.  

NOTAS

(1) “No collusion, no ‘exoneration’” (Editorial). THE NEW YORK TIMES, 24 de marzo.

(2) “Trump did not collude. But it’s wrong to say Mueller exonerated him” (Editorial). THE WASHNGTON POST, 24 de marzo.

(3) “The President has not be exonerated”. JOHN NICHOLS. THE NATION, 25 de marzo.


EL GATILLO Y LA PANTALLA


20 de marzo de 2019
                
El aberrante atentado de Nueva Zelanda pone de relieve las dimensiones del fenómeno terrorista en la era digital. En estos tiempos, el crimen no sólo es un pretendido acto de reivindicación, venganza, emulación o combate. También se diseña para concitar adhesiones de una comunidad afín más o menos clandestina y  anestesiar el rechazo mediante la conversión del acontecimiento en un espectáculo casi irreal.
                
No es la primera vez que un asesino fanático “transmite” los detalles de su fechoría. Pero este individuo australiano ha franqueado algunos límites, al exhibir un dominio perverso de la tecnología como factor multiplicador de su alarde de odio.
                
La masacre de Christchurch nos deja notables lecciones, tanto por la sustancia del hecho como por los procedimientos empleados, su alcance y las responsabilidades ajenas:
                
1)  La principal amenaza terrorista mundial ya no es necesariamente islamista (sin pretender minimizarla), sino la que representan grupos o individuos relacionados con el racismo o supremacismo blanco. Muchos expertos vienen desde hace tiempo señalando esta realidad, algunos de ellos, norteamericanos (lo que no deja de ser especialmente significativo), como Daniel Byman, de la Brookings Institution, o Peter Bergen, autor de varios libros sobre el terrorismo yihadista.
                
Una de las consideraciones que Byman hace del luctuoso episodio de Christchurch es que, en su actuación de vigilancia, “los  servicios de seguridad y las agencias gubernamentales [norteamericanas] tienen que priorizar al nacionalismo blanco y a otras formas de terrorismo de extrema derecha”. Justamente lo contrario de lo que ha hecho la administración Trump, que ha reducido los fondos de estos programas policiales (1).
                
Bergen asegura que la amenaza terrorista en América ya no son los grupos yihadistas, Desde el tan consecuencial 11 de septiembre de 2001, el terrorismo blanco ha sido mucho más letal, en gran medida porque anida y crece un entorno de impunidad y negligencia oficial (2).
                
En otras partes del mundo, incluida Europa (recuérdese al noruego Breivik o el activismo de baja intensidad de grupos neonazis y afines), este terrorismo blanco parece alejado del radar de los servicios de  seguridad y es alentado por una islamofobia creciente (3).
                
2) La reglamentación del uso doméstico o particular de armas con gran poder destructivo no es sólo una asignatura pendiente en Estados Unidos. En Nueva Zelanda se han frustrado no pocos intentos de controlar esta acreditada amenaza. Ahora, la primera ministra Ardern parece dispuesta a sacar adelante una ley que restrinja la posesión de estas armas, pese a las presiones de un influyente lobby industrial, aunque no tenga capacidad de presión de la Asociación estadounidense del rifle. Está por ver hasta dónde puede llegar la enérgica jefa del gobierno neozelandés, porque no ha precisado el alcance de su iniciativa (4).
                
3) El espectáculo es el mensaje. El gatillo es casi nada sin la pantalla. El impacto creciente e imparable de las redes sociales en cada ámbito de la vida social y personal también ha impregnado, y de qué manera, el fenómeno terrorista. Este Brenton Tarrant no sólo irrumpió en las dos mezquitas-objetivo con sofisticadas armas de matar. Se dotó también de herramientas de difusión y propaganda en tiempo real y se aseguró de propagar previamente sus fundamentos racistas y supremacistas. En su osadía, llegó a enviar su panfleto de odio (con el pretencioso título de Manifiesto) a la propia oficina de Ardern, ocultando, naturalmente, los aspectos operativos (5).
                
4) Las grandes compañías del universo digital han vuelto a mostrar sus carencias a la hora de neutralizar, cuando aún resulta eficaz, la propagación de esta terrible amenaza. Como ocurre con la dimensión policial de la lucha antiterrorista, la legislación de control y prevención difiere según países y/o culturas. Europa se ha esforzado en controlar a los gigantes tecnológicos de la cibercomunicación, tanto en los asuntos fiscales como de seguridad, pero en Estados Unidos apenas si se han realizado avances, debido a ciertos escrúpulos que invocan la defensa de la libertad de expresión.
                
Aunque firmas como Facebook, Twitter, Google o Youtube aseguren que suprimieron tan deprisa como pudieron la reemisión del video del asesino australiano, millones de copias siguieron fluyendo impunemente por las redes. La tecnología para abortar contenidos indeseables o peligrosos va por detrás de la habilidad de los delincuentes para eludir estos controles, como se ha puesto de manifiesto en este caso. Basta con alterar ciertas especificidades de color, tamaño u otras para desbaratar el algoritmo de detección y hacer circular el perverso contenido por las autopistas desprotegidas de la comunicación social e interpersonal (6).
                
5) La respuesta política importa. Y mucho. Estos días se ha valorado favorablemente el comportamiento valiente de la mencionada primera ministra laborista neozelandesa. No es la primera vez que posicionamientos públicos de Jacinda Ardern generan muestras de reconocimiento e incluso de admiración. En este caso, su empatía hacia familiares y deudos de las víctimas, sus muestras de respeto y apoyo hacia la comunidad musulmana y algunos gestos, como el uso de hijab en sus comparecencias públicas posteriores al atentado, le han valido el aplauso general (6). Aunque algunas de sus afirmaciones (por ejemplo, su declarada intención de no referirse en lo sucesivo al criminal por su nombre para privarle de notoriedad) puedan resultar discutibles, la estatura demostrada estos días contrasta con otros casos (7).
                
Inevitablemente, nos referimos a Donald Trump. Aparte de unas condolencias convencionales y carentes de energía -y tal vez de sinceridad-, el presidente hotelero volvió a minimizar el peligro del supremacismo blanco. Un intento sin duda de borrar sus huellas en una trayectoria vergozante de simpatía y connivencia pasiva hacia ese terrorismo blanco señalado por los investigadores como la principal amenaza terrorista. Difícilmente podría esperarse otra cosa de un presidente que, en una de sus primeras decisiones ejecutivas, pretendió anular los permisos de entrada en Estados Unidos de ciudadanos procedentes de más de media docena de países con mayoría confesional musulmana. O que convierte falsa e injustamente a los inmigrantes latinos en factores de criminalidad y delincuencia.
                
El liderazgo político no sólo es responsable del terrorismo por la debilidad en la prevención o la ineficacia en la persecución. Puede favorecerlo también si lo justifica, lo minimiza o lo equipara a otras manifestaciones legítimas de protesta o malestar social. Trump lo ha hecho con motivo de los atentados racistas de estos dos últimos años. Sus muestras de simpatía lo convierten en cómplice de las narrativas e imaginarios supremacistas (8).
                
Líderes europeos y del resto del mundo están emulando a Trump, por oportunismo más que por convicción, como el brasileño Bolsonaro, que por estos días visita Washington con su tropel de ministros racistas, machistas o negacionistas. Las políticas xenófobas de Salvini, de Orban y de otros dirigentes europeos con mando en plaza o aspirantes a conseguirlo abonan, lo admitan ellos o no, el terreno del fanatismo criminal, porque lo inscriben en un falso relato de protección frente a una invasión imaginaria o de defensa, nada menos, que de los valores cristianos. Difícil encaje en una doctrina que tiene como primer precepto el de no matarás.

NOTAS

(1) “Five initial thoughts on the New Zeland terrorist attack”. DANIEL L. BYMAN. BROOKINGS INSTITUTION, 15 de marzo.

(2) “The real terrorist threat in America”. PETER BERGEN y DAVID STERMAN. FOREIGN AFFAIRS, 30 de octubre de 2018.

(3) Algunas reflexiones de especial interés: “Guide to Islamophobia”. (Recopilación de artículos). FOREIGN POLICY, 15 de marzo; “New Zealand massacre highlights global reach of white extremism”. PATRICK KINGSLEY. THE NEW YORK TIMES, 15 de marzo; “The march of white supremacy, from Oklahoma City to Christchurch”. JAMELLE BOUIE y “The anatomy of White terror”. ASNE SEIERSTAD, ambos en THE NEW YORK TIMES, 18 de marzo.

(4) “Jacinda Ardern says cabinet agrees New Zealand gun reform ‘in principle’”. THE GUARDIAN, 18 de marzo; “From Aramoana to Christchurch: a shorthand of New Zealand relationship with guns”. THE ATLANTIC, 17 de marzo.

(5) “How the Christchurch shooter played the world’s media”. FOREIGN POLICY, 15 de marzo.

(6) “How social media’s business model helped the New Zealand massacre to go viral”. THE WASHINGTON POST, 18 de marzo;  “Spread of New Zealand attack videos sparks global calls to hold tech giants accountable”. CATZAKRZEWSKI |TECHNOLOGY 202. THE WASHINGTON POST, 18 de marzo.

(7) “Jacinda Ardern’s response to the mosque attacks praised worldwide”. ISHAAN THAROOR. THE WASHINGTON POST; “Ardern says she will never speak suspect’s name”. THE GUARDIAN, 19 de marzo.

(8) “It’s not complicated. Trumps encourages violence”, DAVID LEONHARDT. THE NEW YORK TIMES, 17 de marzo; “The racist theory that underlies terrorism in New Zealand and the Trump presidency”. ISHAAN THAROOR. THE WASHINGTON POST, 18 de marzo.


EUROPA, EN ORDEN DISPERSO

13 de marzo de 2019

                
A poco más de dos meses de las elecciones europeas, el panorama político de la Unión es sombrío. Cabe preguntarse incluso si puede hablarse de Unión strictu sensu, es decir, de proyecto compartido, de estrategias consensuadas, de políticas coordinadas, de lealtades comprometidas pese a las normales y deseables diferencias ideológicas.
                
El Brexit suele citarse como el caso más preocupante de la política europea. En parte, es cierto, pero este largo y agónico proceso de desacoplamiento británico está escondiendo o relegando otros procesos menos evidentes.
                
LA AGONÍA DEL BREXIT
                
De nada le ha servido a Theresa May el apaño jurídico-político obtenido a última hora sobre el backstop (salvaguarda) irlandesa. La derrota parlamentaria del martes sobre el acuerdo con los 27 fue algo menos abrumadora (149 votos negativos más que afirmativos) que la anterior (230 rechazos más que apoyos), pero humillante por igual. A la hora de escribir este comentario (miércoles, 13), son dos las opciones tasadas en Westminster: voto hoy para decidir si se sale de la Unión a las bravas; y, en caso negativo, mañana, jueves, propuesta de extensión de la fecha de salida, sobre la que decidiría, en su caso, el Consejo Europeo del 21 de marzo (1) Pero a estas opciones se une una tercera que aún no está inscrita en el calendario de sesiones, pero que se siente como elefante en la habitación: un segundo  referéndum para deshacer el nudo gordiano. Sin descartar elecciones anticipadas, pese al pánico tory (2).
                
El problema es que la división parlamentaria ni siquiera se explica por la fractura partidaria. Los tories están a la greña, en parecidas proporciones a los laboristas. En los dos campos moran brexiteers y remainers, e incluso conciliadores resignados. En la periferia, hay más homogeneidad: liberales y nacionalistas escoceses son partidarios decididos de la permanencia, mientras los unionistas irlandeses se alinean con los euroescépticos más duros.
                
Pase lo que pase en las próximas 48 horas, haya salida sin acuerdo el 29 de marzo o prórroga para seguir mareando la perdiz y desgastar a los recalcitrantes (la doctrina May), lo cierto es que la relación de Gran Bretaña con Europa va a ser motivo de controversia durante mucho tiempo, añadiendo sal en una herida proverbial.
                
Desde Europa, el Brexit se ha convertido en una pesadilla, pero más emocional que política. Casi todo el debilitado liderazgo europeo ha dado ya por descontado el desenganche británico. Sin duda, el goteo de las consecuencias económicas se dejará sentir con aflicción. Pero el hartazgo de la situación se sobrepone a la preocupación (3). O al menos eso es lo que se desprende del discurso pero también de las actitudes. No ha habido demasiada piedad para la poco inspirada May, tan denostada como Thatcher en Bruselas, pero menos respetada. Mas allá de una cortesía palaciega o un desinflado flotador postrero, se le ha dejado a su suerte.   
                
¿NEOGAULLISMO O SOPLO NAPOLEÓNICO?
                
En la fracturada Unión pesan otros procesos: la falta de respuesta coherente y solidaria a la inmigración, la pasividad ante los síntomas de una nueva recesión en ciernes, la falta de respuesta a los síntomas crecientes de desinterés norteamericano por el orden mundial vigente desde 1945, el desconcierto ante la amenaza nacional-populista, la parálisis ante el desafío chino o ruso (distintos pero potencialmente convergentes), por no hablar de la renuncia a tener un voz cadenciosa en los conflictos de Oriente Medio y el Magreb.
                
Ante esta falta abrumadora de liderazgo, se pretende elevar Macron, el presidente francés, como único capaz de unificar, de marcar el camino del “renacimiento europeo”. En una “carta a los ciudadanos europeos” (4) proclama un programa de cambio, basado en tres pilares (libertad, protección y progreso. Lo ha hecho sin contar con nadie, como una iniciativa voluntarista, de urgencia. ¿Reflejo gaullista o soplo napoleónico, como un impulso del destino?
                
Los rivales políticos internos le han reprochado arrogancia, vanidad y cierta hipocresía, al erigirse en profeta europeo mientras fracasa estrepitosamente en su proyecto interno, francés. La revuelta de los gilets jaunes se apaga, pero su respuesta del gran debate nacional ha volado corto y las causas del malestar social restan intactas.
                
En su carta se perfila una propuesta de vuelco institucional que ha molestado o confundido a muchos. Como bien apunta Sylvie Kauffmann, una de las editorialistas de LE MONDE, Macron “hace tabla rasa de los formatos existentes” (5). Ignora al BCE, no menciona a la zona euro y se refiere a Schengen  sólo para afirmar la necesidad de revisarlo por completo (mettre a plat). Oblitera el eje franco-alemán y parece pasar de las alianzas no escritas que han impulsado el proyecto europeo. Es la suya una ambición por encima de divisiones nacionales y alineamientos tácticos o programáticos.   
             
Los socios de Macron han respondido con fría cortesía, o con desgana. En Alemania, el gran partner, no se oculta cierta incomodidad por el afán pretencioso de Macron. Desde el SPD lo utilizan para denunciar la parálisis de la canciller Merkel (cada día más pato cojo), pero sin adherirse a sus ideas; desde la CDU se le recuerda que deben respetarse los canales existentes.
                
Al cabo, Macron no inventa nada. Más bien reacciona al nacional-populismo, a la deriva aislacionista-nacionalista de Trump y a las inquietudes euroasiáticas con el instinto de salvaguarda del sistema. Pone énfasis en la seguridad y relega las recetas de mayor justicia social a una retórica de protección.
                
LAS TURBULENCIAS MEDITERRÁNEAS
                
Mientras en el norte cunde la marea nacional-populista antimigratoria y en el centro se afianza, además de lo anterior, un instinto anticomunitario y, en cierta medida, se ignora el mandato institucional, en el sur se avivan similares peligros.
                
En Italia, se consolida la Lega como primer fuerza política. Más allá de bravuconadas retóricas, que la perdida batalla sobre el presupuesto ha reducido a su verdadera dimensión, el gobierno de los dos populismos hace exhibición de cabalgada en solitario. El último ejemplo es la decisión de sumarse al proyecto chino de nueva ruta de la seda, estrategia de penetración económica, tecnológica y comercial de Pekín, en su afán por convertirse en el principal actor internacional del siglo. Los ultras italianos se ofrecen como cabeza de puente de esa revolución que Bannon no pudo anclar en EE.UU., debido a la personalidad egocéntrica y errática de Trump. En contraste, el PDI gira a la izquierda, en busca de un electorado perdido, al elegir a Zingaretti, actual presidente de la región del Lazio, émulo de Corbyn, como nuevo líder (6).
                
En España, el final confirmado del bipartidismo y la emergencia, cuatro décadas después, de una ultraderecha hasta ahora domesticada bajo las alas normalizadoras del conservadurismo predicen la prolongación de un clima de ingobernabilidad, agravado por el brote independentista en Cataluña. El ciclo electoral irresolutivo amenaza con prolongarse.
                
Así las cosas, Europa camina en orden disperso, capturado en sus contradicciones nacionales, sin estrategias claras, frente a un mundo en transformación, convulso y peligroso.

NOTAS

(1) “MPs ignore May’s pleas and defeat her Brexit deal by 19 votes”. THE GUARDIAN, 13 de marzo.

(2) “What’s next for Brexit: Britain plays the ultimate game of ‘Deal or not Deal’”. AMANDA SLOAT. BROOKINGS INSTITUTION, 7 de marzo.

(3) “Europe needs to show Britain the door”. JUDY DEMPSEY. CARNEGIE EUROPE, 7 de marzo (reproducción de un artículo publicado originalmente en THE WASHINGTON POST, 30 de enero).

(4) “Pour une renaissance européenne”. EMMANUEL MACRON, (Varios diarios europeos), 4 de marzo.

(5) “Dans sa ‘lettre aux citoyens d’Europe’, Macron fait table rase des formats existents dans le UE”. SYLVIE KAUFFMANN. LE MONDE, 6 de marzo.

(6) “Los votantes del PD italiano eligen a un izquierdista para sustituir a Renzi” LA VANGUARDIA, 3 de marzo.

ARGELIA: UN PRESIDENTE ZOMBI FRENTE A UNA JUVENTUD DESENCADENADA


6 de marzo de 2019
                
Argelia vive días de fuerte agitación social. La decisión del presidente Bouteflika de optar electoralmente a un quinto mandato ha encendido las calles de la capital y de otras ciudades importantes del país. El jefe del estado está internado en un hospital de Ginebra, tras un accidente vascular cerebral que lo tiene postrado. Se trata de un presidente fantasmal, que ni aparece en público ni ejerce muchas de las funciones de su cargo. No exactamente una marioneta, pero sí una figura puramente referencial de un entramado de poder cada vez más cerrado sobre sí mismo. La juventud protagoniza las protestas, hartas de un sistema agotado, sostenido por la vigilancia policial, la tutela militar y la corrupción de los cuadros dirigentes (1).
                
La primavera árabe pasó por Argelia como un soplo apenas perceptible. Desde luego, hubo revueltas, protestas en las calles y  un cierto desafío para el poder. Pero Bouteflika, entonces en la mitad de su tercer mandato, maniobró con habilidad para desactivar el peligro que alertó al régimen. Contrariamente a lo que ocurrió en Túnez o Libia, el régimen argelino superó la prueba de la indignación con pocos daños (2). Como Marruecos... mutatis mutandis.
                
El malestar que aumenta día a día en Argelia va más allá del rechazo a un líder. Es el reflejo del hartazgo social y de la expresión al fin desencadenada de una nueva generación que ya no puede ser engañada o intimidada por los dos grandes fenómenos socio-políticos de la historia argelina como país soberano: la guerra de liberación nacional e independencia (1954-1962) y la guerra contra el islamismo extremista en la década de los noventa (3).
                
UNA PROLONGADA DESLEGITIMACIÓN
                
Durante más de treinta años, la legitimidad del régimen argelino se basó en la epopeya anticolonial.  Fiereza y orgullo de un pueblo que sus dirigentes interpretaron en su beneficio, no sólo político, sino también en forma de lucro personal y privilegios blindados. Los tres pilares del sistema eran -y son- las fuerzas armadas, el aparato policial y de inteligencia y los altos funcionarios civiles, atrincherados en la gestión de los recursos energéticos, la gran riqueza nacional.
                
En el otoño de 1988, una revuelta popular y espontánea por el alza de los precios de los productos de primera necesidad comprometió  la estabilidad del régimen. La gente seguía teniendo miedo, pero el hambre fue una pulsión más poderosa. La desestabilización provocó dudas en el sistema. La oposición política, atenazada y siempre sumisa o débil, no supo o no pudo generar una alternativa. Fueron los contestarios religiosos, hasta entonces tan controlados por el poder como el resto de las fuerzas periféricas al sistema, quienes convirtieron el malestar social en expresión política.
               
En diciembre de 1991, los islamistas, dominados por sectores rupturistas, vencieron en la primera vuelta de las elecciones legislativas. Todo el mundo dio por hecho que, semanas después, confirmarían su victoria y estarían en condiciones de plantear una seria lucha por el poder real. El régimen se alarmó y, tras unos días de vacilación, decidió poner fin a la apertura forzada por la revuelta de 1988: suspendió la segunda vuelta electoral y se replegó sobre si mismo. En ese proceso le acompañó buena parte de la oposición, que temía más la irrupción islámica que la prolongación del autoritarismo institucional.
                
Para tapar el fiasco electoral, y mientras se preparaban para la guerra, los militares acudieron a un veterano de la independencia y luego exilado disidente, Mohamed Budiaf, figura respetada pero sin base alguna de poder, puro instrumento de una apariencia civil, si no democrática. El intento fracasó dramáticamente, con el asesinato del escogido, obra de uno de sus guardaespaldas, nunca se supo si incitado o dirigido desde el propio sistema.  
                
EL ESPANTO DE LA GUERRA CIVIL
                
La interrupción del proceso democrático provocó una guerra civil pavorosa. Para los islamistas, nunca convencidos de la vía democrática para hacer valer su modelo social, la decisión del régimen fue la demostración de que debían combatir a sangre y cuchillo. Se inició entonces un desafío terrorista desesperado, que fue replicado por una represión brutal, sin escrúpulos ni garantías.
                
La guerra de los noventa dejó 200.000 muertos, millones de desplazados, ruina económica, desestructuración social y profundo resentimiento. El régimen se militarizó aún más y la vida política quedó, más que nunca, bajo vigilancia policial. El partido de la liberación, el oficialista FLN, quedó desacreditado, estalló en facciones y se convirtió en una formación casi residual. Sus cuadros se refugiaron en la tercera dimensión del poder (tecnoburocracia), como aliados o subsidiarios de la dupla militar-policial (seguricracia).
                
LA SEGUNDA VIDA POLÍTICA DE BOUTEFLIKA
                
Ese fue el país que heredó Abdulaziz Bouteflika, ya por entonces un veterano del sistema. Había sido ministro de exteriores en los setenta, una de las figuras más activas del Movimiento de No Alineados, infatigable defensor de la causa saharaui en la Organización de la Unidad Africana y cara amable del estólido régimen argelino. La triada gobernante lo recuperó, con el propósito de proyectar otra imagen de Argelia.
                
En 1999, a sus sesenta años, Bouteflika era una persona bien distinta y Argelia era otro país. Cuarenta años de independencia y recursos energéticos fabulosos no habían alcanzado para cimentar un proyecto nacional sólido, estable y democrático. Argelia encaró el nuevo siglo con más miedo que esperanza. El trauma de los noventa resultó intimidatorio. Bouteflika se apoyó en las secuelas del espanto para consolidar el régimen. Alentó la creación de un sector de negocios integrados por antiguos funcionarios, militares retirados e intermediarios de intereses extranjeros. Disponía aún de consumada habilidad para mantener el equilibrio entre las fuerzas del sistema y de experiencia diplomática para esquivar desvaídas y poco convencidas presiones exteriores. Supo hacer de una estabilidad amordaza la garantía de continuidad, como ha explicado muy bien la historiadora argelina Karima Dirèche (4).
               
La eclosión de la primavera árabe y la coyuntura negativa de los mercados energéticos hizo que saltaran algunas costuras. Con paciencia de sastre, Bouteflika desactivó el peligro, como queda dicho más arriba. Pero no sin sobresaltos. La seguricracia se vió obligada a resolver ciertas pugnas internas. El poderoso jefe de la inteligencia militar, el general Mohamed Mediene, conocido como Toufik, cayó en desgracia a finales del verano de 2015. Era uno de los pocos militares que quedaban de una generación ya avejentada del ejército (los janvieristas o eneristas), que forzaron la salida del también general Chadli y llevaron el timón durante la guerra civil de los noventa. Bouteflika no fue un espectador neutral (5). Rescató a viejos rivales de Mediene y apostó por una nueva hornada militar, que ahora líder el jefe del Estado Mayor, general Saleh. El anciano presidente resulta conveniente para las fuerzas armadas (6). Se ha convertido en un figura fantasmal, una referencia histórica en blanco y negro. Un zombi.
                La oposición ha contemplado con impotencia este ciclo recurrente de regeneración /degeneración del régimen (7). Los islamistas reciclados (los contestatarios están muertos, en prisión o en el exilio) se han avenido a la colaboración institucional y a la complicidad política. Las fuerzas más tradicionales, como los bereberes del RCD o los socialistas, se han visto sacudidos por recambios generacionales y procesos de autocrítica. No han superado todavía el ninguneo de las dos últimas décadas. Otros grupúsculos de izquierda resultan insignificantes. Sólo el resucitado FLN ha generados alternativas, pero más aparentes que reales, como el exprimer ministro Benflis. El miedo ha guardado la viña argelina.
                
La juventud está sola, pero aparentemente resuelta. Ese puede ser un diagnóstico quizás arriesgado o apresurado de estas últimas semanas. La diáspora argelina en Francia contempla con cierta esperanza este nuevo proceso de contestación, pero ¿valdrá para algo? Es pronto para decirlo, después de lo ocurrido en 2011. Mientras, desde un hospital junto al Lago Leman, un octogenario cuyo poder real es el de la representación resume en su persona otra amarga deriva de una revolución liberadora.

NOTAS

(1) “A Argel, le colère de la jeunesse répond à la candidature d’Abdelaziz Bouteflika”. LE MONDE, 4 de marzo.

(2) “Retour au calme en l’Algérie après les manifestations contra la vie chère”. LE MONDE, 7 de enero de 2011.

(3) “Jusqu’où ira le mobilization contre Bouteflika en Algérie”. Entrevista con ABDOU SEMMAR, editor de la página web ALGÉRIEPART. COURRIER INTERNATIONAL, 26 de febrero.

(4) Entrevista con la historiadora argelina Karima Diéche. LE MONDE, 1 de marzo de 2019.

(5) “Algérie, depart forcé pour le general ‘Toufik’, puissant chef du renseignement”. LE MONDE, 13 de septiembre de 2015.

(6) “The Algerian Exception”. KAMEL DAOUD. THE NEW YORK TIMES, 29 de mayo de 2015.

(7) “Algérie: Quelles forces d’opposition face à Bouteflika”. LE MONDE, 4 de marzo.