MAGREB: TIEMPO DE DECISIONES

27 de diciembre de 2019

                
En el norte de África parece haber llegado el tiempo de la resolución a las crisis que sacuden a esos países desde hace semanas, meses o años, según el caso. Tres son los escenarios que merecen especial atención inmediata: Argelia, Libia y el Sahara Occidental.
                
ARGELIA: UNA DESAPARICIÓN INESPERADA
                
En Argelia, el anuncio de la muerte repentina del Viceministro de Defensa, jefe del Estado Mayor y, ante todo, auténtico “hombre fuerte” del régimen, el general Ahmed Gaïd Salah, ha trastocado todos los cálculos sobre el futuro del proceso de liberación/adaptación del sistema político. Salah había conseguido mantener con firmeza el timón a pesar de las fuertes turbulencias ocasionadas por el movimiento popular de protesta (Hirak) que lleva diez meses exigiendo la democratización del país, la erradicación de la corrupción y la renovación completa y absoluta de los cuadros dirigentes.
                
El Hirak, pacífico pero persistente, ha forzado dimisiones, encausamientos judiciales, encarcelamientos y jubilaciones definitivas de numerosos altos cargos. El anciano y enfermo Abdelaziz Butteflika, jefe aparente de un Estado sacudido por la calle, tuvo que renunciar a una nueva y esperpéntica reelección.  La contestación popular desencadenó una lucha entre los distintos clanes por arrojar sobre los demás la responsabilidad de los males que aquejan a la población, por hacerse con la herencia. En definitiva, por prevalecer.
                
El general Salah, en su día aliado de Butteflika, terminó por enviar a la historia al amortizado jefe del Estado y abrió un combate feroz con el hermanísimo Saïd, que aspiraba a controlar la sucesión después de aceptar que ya era imposible la prolongación. Aparatos burocráticos, poderosos intereses económicos privados y mafias puras y duras han participado en esta guerra sorda, a decir de quienes intentan desentrañar uno de los sistemas más herméticos del mundo árabe.
                
A sus 79 años, el general Salah pretendía agotar la protesta y seguir “manejando los hilos” hasta su retirada. (1). Salah tomó el mando de la transición y, contra la voluntad del Hirak, mantuvo un proceso electoral desacreditado. Los cinco candidatos eran figuras del régimen, aunque alineados en facciones distintas. Con una participación que no llegó al 40%, un éxito del movimiento de protesta, se impuso Abdelmajid Tebboune,  uno de los primeros ministros efímeros y decorativos de Butteflika (2). Como era de esperar, enseguida tendió la mano a la oposición popular (3). El último acto público de Salah, cuatro días antes de su muerte, fue, precisamente, la asistencia a la toma de posesión de Tebboune, que condecoró al general con la medalla al Mérito Nacional en su distinto más alto. “Quizás hasta sea cierto que lo ha matado un infarto”, ha escrito mi compañero Paco Audije, atento seguidor de Argelia (4).
                
Según el diario independiente EL WATAN, la desaparición del último mujahid supone un “giro en la vida nacional” (5). Veremos en qué sentido. De momento, el relevo de Salah al frente del Ejército ha sido rápido. El general Saïd Chengriha, hasta ahora un mando regional, es el nuevo jefe militar: el primero en su puesto que no luchó en la guerra de la independencia. Ese ha sido el factor legitimador de las fuerzas armadas argelinas en estos 60 años. Los militares no han sido el único poder, pero sí el más decisorio, desde que el coronel Bumedian derribara a Ben Bella y acabara con el romanticismo de la liberación. En los 90, un directorio de media docena de generales aplastó a un islamismo combatiente que se había subido a las barbas del régimen: la “guerra civil” costó 200.000 muertos. Butteflika fue una apariencia de normalidad civil. Salah afianzó el control militar. La guerra de clanes podría reabrirse.
                
LIBIA: ¿HACIA LA BATALLA FINAL?
                
En la vecina Libia, después de años de sangriento pulso por hacerse con la herencia de Gaddafi, los dos grandes bloques en que se han sustanciado las distintas milicias, corrientes y gobiernos podrían estar preparándose para el combate final. La solvencia del Gobierno de Unidad Nacional (GNA), reconocido por la mayoría de la comunidad internacional, es discutible. Sus apoyos externos aún son más dudosos que los internos. Enfrente tiene a un autodenominado Ejército Nacional Libio, que es, más bien, una banda armada (pero muy armada), liderada por el autoritario general Jalifa Haftar, un tipo con una historia truculenta, disidente del régimen de Gaddafi, luego agente de la CIA, más tarde enemigo a muerte de los islamistas y ahora cuidado por Rusia, que le aporta mercenarios curtidos (6). La mayoría de los gobiernos europeos dicen despreciarlo, pero Francia mantiene un doble juego. Las potencias árabes involucradas en la guerra libia favorecen cada cual a un bando distinto.
                
El último movimiento público lo ha hecho Turquía. Erdogan ha sido un intervencionista compulsivo en las crisis de Oriente Medio durante toda la presente década. En algunos casos, por interés directo, como en Siria; en otros, por una cuestión de influencia y prestigio, que, en estos momentos, y ante la política norteamericana de saldos, adquiere una importancia notable. Erdogan ya apoya al jefe del gobierno reconocido, Fayed al-Sarraj, con armas y logística; ahora promete también soldados, policías y asesores (7).
                
Este posicionamiento turco coloca a Erdogan en el bando opuesto al escogido por Putin, algo que cuestiona el acercamiento entre Moscú y Ankara, claramente manifiesto en la gestión de la posguerra siria. El “nuevo sultán” demuestra, una vez más, que no se casa con nadie, más allá de sus conveniencias. Sarraj representa un intento de conciliación con los islamistas más o menos moderados, que es la línea que defiende Erdogan en la región, aunque esa política genere una profunda desconfianza en Arabia Saudí o en Egipto, donde no se tolera otro uso político del Corán que el dictado por la cúspide del poder.
                
El embargo de armas a todos los contendientes es una farsa, como en otras guerras. Hace unos meses, Haftar estuvo a punto de asaltar Trípoli, tras una agresiva campaña envolvente desde el este y el sur. Hay cierta sensación de que es ahora o nunca. Trump se inhibe, aunque Haftar es ese tipo de líderes que le gustan. Pero el aparato diplomático-militar de Washington tratará de neutralizar a su errático jefe cuando llegue la fase definitoria.
                
SAHARA: ¿LA HORA DE LA VERDAD?
                
El Sahara Occidental es el tercer escenario de este análisis. El reciente 15º congreso del Frente Polisario ha confirmado una línea más dura, ya iniciada con la llegada al poder de Brahim Ghali, tras la muerte de Mohammed Abdelaziz, hace cuatro años. De forma explícita, los dirigentes saharauis hablan de lucha armada, tras tres décadas de fracaso diplomático (8).
                
El retraso sine die del referéndum y el ninguneo de la misión de la ONU (MINURSO), por las obstrucciones de Marruecos y la falta de interés efectivo de la comunidad internacional, parecen haber condenado la solución pacífica. En las bases saharauis hay un deseo de acabar con un proceder que se ha demostrado ineficaz y frustrante. La normalización de la vida de refugiados recuerda cada vez más al caso palestino. La radicalización es una reacción anunciada, pero no necesariamente más fructífera, porque el Polisario no dispone de fuerza suficiente para plantear un desafío militar serio al reino alauí. La suerte de los saharauis seguirá siendo ajena a sus decisiones y voluntades. La inestabilidad regional y los planes de las potencias internacionales no favorecen las aspiraciones saharauis.

NOTAS

(1) “Mort de Ahmed Gaïd Salah, homme fort du pouvoir algérien devenu la bête noir des manifestants”. CHRISTOPHE AYAD. LE MONDE, 23 de diciembre. El mismo autor había publicado días antes un perfil del jefe militar: “Le general Gaïd Salah, dernière figure del ‘sistème’ en Argélie”. LE MONDE, 15 de diciembre.

(2) “Qu’est Abdelmajid Tebboune, le vainqueur de l’élection présidentielle en Algérie”. AMIR AKEF. LE MONDE, 14 de diciembre.

(3) TODO SOBRE ARGÉLIE (TSA), 13 de diciembre

(4) “Incertidumbre ante la muerte repentina del hombre fuerte de Argelia”. PACO AUDIJE. PERIODISTAS.ES, 23 de diciembre.

(5) “¿La fin d’une époque?”. EL WATAN, 24 de diciembre.

(6) “With the help of russian fighters, Libya’s Haftar could take Tripoli”. FREDERIC WEHREY. FOREIGN POLICY, 5 de diciembre.

(7) “Newly aggressive Turkey forges alliance with Libya”. KEITH JOHNSON. FOREIGN POLICY, 23 de diciembre; “Turkey pivots to Tripoli: implications for Libya’s civil war and U.S. policy”. SONER CAGAPTAY y BEN FISHMAN. THE WASHINGTON INSTITUTE, 19 de diciembre.

(8) “El Frente Polisario pone la vuelta a las armas encima de la mesa. GEMA SUÁREZ (enviada especial a Tinduf). LA VANGUARDIA, 20 de diciembre.

UN EPITAFIO POLÍTICO PARA CORBYN


18 de diciembre de 2019
          
En su exposición pública de las razones sobre la “decepcionante” derrota electoral del 13 de diciembre, el líder del Partido laborista británico, Jeremy Corbyn, establece las claves de lo ocurrido y sus consecuencias (1). Se pueden extractar en diez ideas:
                
1) La volatilidad política se ha acentuado. En 2017, el Labour, ya con el actual liderazgo subió diez puntos y en 2019 ha descendido ocho.
                
2) Las comunidades de las zonas industriales arrasadas de las Middlands, Gales y el norte experimentan una gran frustración ante la desigualdad y la falta de soluciones.  
                
3) El Brexit ha provocado una gran polarización y el Labour no ha superado la división entre remainers y leavers.
                
4) Los conservadores han capitalizado este sentimiento de frustración con un falso mensaje en torno al Brexit, a pesar de su propia incapacidad para llevarlo a efecto.
                
5) El Partido laborista ha duplicado sus efectivos en dos años y se ha impuesto en el debate público sobre la necesidad de un cambio social, expresado en la simpatía demostrada hacia el programa electoral (Manifiesto)
                
6) Esta autoridad política no se ha expresado en un triunfo electoral, necesario para enterrar las políticas de austeridad y promover mejoras para los sectores más desfavorecidos.
                
7) La tarea por delante consiste en seguir escuchando a esas comunidades, no alejarse de ellas y volver a defender políticas injustas.
                
8) La clase trabajadora debe seguir siendo la fuerza motriz del partido.
                
9) La gran mayoría de os medios, aliados de los conservadores y de los poderes económicos, han sido muy hostiles.
                
10) Asunción de responsabilidad personal por el fracaso electoral y anuncio de su dimisión como líder, una vez que se haga una reflexión y se prepare la sucesión.
                
LA CRÍTICA INTERNA LABORISTA
                
En el partido y en el entorno laborista, hay coincidencias y divergencias en las criticas desatadas por el resultado más favorable desde 1935. Moderados y radicales coinciden en:
                
- Censurar el instinto defensivo, casi impermeable de Corbyn, al rodearse sólo de los más fieles y despreciar, cuando no apartar y purgar, a cualquier elemento crítico.
                
- Resaltar la acumulación de propuestas sin claridad ni consistencia. La defensa de los servicios públicos quedó sepultada bajo un programa l (Manifiesto) sobrecargado de promesas discutibles (la semana laboral de 4 días o la gratuidad de la banda ancha, por ejemplo).
                
- Destacar la torpeza, indefinición y ambigüedad de Corbyn sobre el Brexit. La posición favorable a la salida de Europa se corrigió con la defensa de otro referéndum pero sin fijar posición: no se contentó ni a remainers ni a leavers (2).
                
En THE NEW STATESMAN (publicación situada a la izquierda de THE GUARDIAN), el escritor y documentalista PAUL MASON disecciona los errores y torpezas de Corbyn y reclama una convergencia no sólo entre las distintas corrientes del partido, pero también con el centro liberal para frenar a los nacional-populistas en las municipales de la próxima primavera (3).
                
Los sectores alineados que dominan el bloque parlamentario, más o menos con el blairismo, se sienten maltratados por Corbyn desde 2017, admiten que las disputas internas por el Brexit han influido en el resultado (sería imposible negarlo), pero restan importancia a este factor o lo consideran secundario con respecto al estilo de liderazgo. Los moderados apuntan a Corbyn como responsable del fracaso, basándose en los siguientes reproches:
                
- atrincheramiento en una ideología estatalista, basadas en el aumento del gasto público y el intervencionismo, sin atención a la capacidad real de gestión y al impacto fiscal.
                
- sectarismo organizativo por el apartamiento de dirigentes no incondicionales.
                
- campaña caótica y errática, dominado por la proliferación de mensajes, falta de foco en una propuesta clara y convincente, lucha de egos y escasa habilidad comunicativa (4).
                
- antisemitismo subyacente, asunto que generó una polémica abundante durante el verano sin desaparecer del todo, lo que habría dañado la imagen ética del partido.
                
No obstante, tanto moderados como progresistas no corbynistas admiten que el septuagenario diputado por Islington ha tenido coraje para defender una visión de igualdad y derechos sociales en un entorno devastado tras la austeridad neoliberal de los conservadores (y de de Blair, no lo olvidemos)  y la hostilidad de la mayoría de los medios.
                
Los portavoces de la moderación no ofrecen, sin embargo, un relato concluyente sobre cómo debía haberse respondido a la intoxicación provocada por el Brexit. Cuando Corbyn defendía la salida de una Unión Europea dominada por el neoliberalismo, lo criticaban. Cuando intentó situarse en una posición intermedia entre remainers y leavers, le imputaron, con cierta razón, ambigüedad y falta de claridad.
                
El apoyo a un segundo referéndum le ha costado al laborismo la perdida de muchos de sus feudos del norte. Su base obrera se adhirió al relato que asigna a Europa buena parte de la responsabilidad en la decadencia. La destrucción del tejido industrial tenía que ver sobre todo con factores internos del sistema británico, pero esas verdades incómodas no eran tragables.
                
LA FUGA DEL VOTO OBRERO AL NACIONAL-POPULISMO
                
Los exégetas del Brexit se encontraron ante una oportunidad inédita: saldar su obsesión enfermiza con el continente y hacerse valer de la demagogia nacional-populista para “romper el muro rojo” y conquistar distritos electorales obreristas secularmente afectos al laborismo (5). Margaret Thatcher destruyó a los sindicatos, pero nunca se atrajo a las bases trabajadoras. Johnson, en cambio, ha apelado al obrero desesperado que, falto de propuestas verdaderamente alternativas, se aferra a la solución milagrosa del Brexit. “Han surgido los red tories”, titulaba el muy eurófobo DAILY TELEGRAPH, entre la ironía y el alborozo (6). Un voto prestado, como reconocía Johnson, que no es tory, ni puede serlo, sino nacional-populista, Como ocurre, mutatis mutandis, en Francia, Alemania, los países nórdicos, Italia, y, en menor medida de momento, la propia España.
                
La oposición conservadora ha aprovechado la campaña de demolición del líder laborista de turno practicada por los corrosivos tabloides para debilitar aún más la imagen de Corbyn. Sólo fueron más benignos o, en el caso de los diarios de Murdoch, incluso favorables.
                
Los medios liberales como el semanario THE ECONOMIST han sido más comedidos en sus certificados de defunción, aunque ya habían descalificado la propuesta laborista como peligrosa para la economía, excesiva en su alcance, profusa en detalles y confusa en su presentación (7). Luego, en su estimación de la derrota, la firma colectiva Bagehot acentuaba la importancia de las desaconsejables compañías de que se ha rodeado Corbyn:
                
- el movimiento de base Momentum, al que califica de “guardia pretoriana”, con sus 40.000 activistas, que primero lo auparon al liderazgo del partido y luego lo “protegieron” de las críticas de parlamentarios y otros sectores moderados,
                
- la facción más radical de los sindicatos, en particular de Unity, que controla la dirección de los Trade Unions desde su ruptura con Blair.
                
THE ECONOMIST predice que estos males prevalecerán en el proceso de transición. La influencia de Momentum y del ala radical de las unions continuará y el nuevo liderazgo estará tan a la izquierda como Corbyn (8).
                
Es tiempo de reflexión pero sería un error arrojar al niño con el agua de la bañera. Al cabo, el laborismo ha obtenido un 32% de los votos (el sistema electoral británico, ya se sabe, prima de manera abusiva al más votado). Un porcentaje que quisieran para sí los socialistas en Holanda (6%), Francia (menos del 8%), Bélgica (16%), Italia (19%), Alemania (20,5%); y aún superior a países donde gobiernan, como Suecia y España (28%) o Dinamarca (26%) y Finlandia (18%). Sólo en Portugal o en Malta la socialdemocracia reúne mayor apoyo popular.


NOTAS

(1) “We won the argument, but I regret we didn’t convert that into a majority for change”.  JEREMY CORBYN. THE OBSERVER, 14 de diciembre.

(2) “Why Labour lost -and how it can recover from an epic defeat”. GEORGE EATON. THE NEW STATESMAN, 15 de diciembre.

(3) “Corbynism is over. Labour’s new leader must unite the center and the left”. PAUL MASON. THE NEW STATESMAN, 13 de diciembre.

(4) “Clash of egos and ‘policy incontinence’: inside Labour’s campaign”. HEATHER STEWART. THE GUARDIAN, 13 de diciembre.

(5) “Working-class voters desert Labour as ‘red wall’ crumbles”. JOHN HARRIS y JOHN DOMOKOS. THE GUARDIAN, 13 de diciembre.

(6) “A great victory for Red torysm. But Boris can’t take his new voters for granted”. PHILLIP BLOND. THE DAILY TELEGRAPH, 14 de diciembre.

(7) “Labour publishes s a manifesto to expand the British state. THE ECONOMIST, 21 de noviembre.

(8) “Jeremy Corbyn’s crushing defeat”. BAGEHOT. THE ECONOMIST, 13 de diciembre.

EL BREXIT SE IMPONE AL CAMBIO SOCIAL

13 de diciembre de 2019

                
Boris Johnson ha ganado probablemente la batalla política de su vida. Ha persuadido a un número suficiente de británicos para imponer su estrategia y su designio. El tiempo dirá si el rumbo que ha fijado este nuevo timonel conduce al país al desastre, como sostienen muchos analistas, o si, por el contrario, se abrirá paso un futuro prometedor.
                
El triunfo de este elitista con fachada de contestatario y maneras de clown político confirma la revuelta contra el estilo convencional de gobierno que ha marcado la historia de Europa en los últimos 75 años: un consenso centrista basado en la alternancia entre el liberalismo conservador y la socialdemocracia reformista y una previsibilidad política garante de la estabilidad institucional. El virus Trump, con las mutaciones correspondientes, arraiga en este lado del Atlántico y en otras zonas del mundo con culturas políticas muy diferentes.
               
INCÓGNITAS POR RESOLVER
                
El mensaje victorioso ha sido Get the Brexit done (completar el Brexit). O, dicho de otra forma: acabar con un culebrón extenuante y poner en manos del su propagandista más exitoso la gestión del objetivo. Según los resultados provisionales, los tories tendrán 66 diputados más (hasta 363) y una mayoría de casi noventa, que conjura cualquier problema de recorrido.
                
Y, sin embargo, como ya han anticipado no pocos analistas durante la campaña electoral, no está tan claro que ni siquiera un resultado contundente como el de este 12 de diciembre asegure que el 31 de enero del año entrante el Reino Unido deje de ser parte de la Unión Europea. Aunque los tories, en un ejercicio de rendición al modelo carismático, sigan como un solo hombre a su refrendado líder y la mayoría del Parlamento respalde el pacto alcanzado con Bruselas, persisten ciertos obstáculos que proyectan dudas considerables.
                
Tan importante para la aplicación efectiva del Brexit son las condiciones de salida ya acordadas como la relación futura entre el Reino Unido y la UE, en particular en el dominio comercial. Es más que probable que las condiciones que los socios europeos pongan sobre la mesa resulten difícilmente digeribles para los británicos. Johnson y sus exégetas han vendido tratados de libre comercio con Europa, Estados Unidos y otras potencias económicas que, de momento, sólo existen en su imaginación.
                
LA DECEPCIÓN LABORISTA
                
Las elecciones han dejado tocado al Partido Laborista, que encadena la cuarta derrota consecutiva. Pierde más de cuarenta diputados y pasa a duras penas de los 200.  Una bomba que ha destruido a Jeremy Corbyn, el líder más izquierdista del partido en décadas. Ya ha anunciado la noche pasada que no aspirará a disputar otras elecciones. Los resultados indican que ese norte rojo que voto leave en 2016 ha preferido asegurar el abandono de Europa, aunque para ello se haya entregado a los tories y vuelto la espalda a la formación que tradicionalmente les ha representado.
                
Corbyn ha pagado cara su ambigüedad sobre el Brexit, el equilibrio entre sus instintos políticos particulares (contrarios a una Europa que considera neoliberal y en mucho aspectos antisocial) y la adhesión de la mayoría de sus parlamentarios a una permanencia revisada.  No ha funcionado su digno empeño por hacer de las necesidades sociales el factor fundamental de esta batalla, y no un Brexit plagado de trampas e incertidumbres. Corbyn basó su ascenso en el apoyo de la juventud, pero tenía el enemigo en casa: los sectores más moderados del partido y los medios de comunicación afines que lo han hostigado sin descanso.  
                
FRACASO LIBERAL E IMPULSO ESCOCÉS
                
Los liberal-demócratas vuelven a padecer el calvario del distorsionador e injusto sistema electoral mayoritario. A pesar de subir un 4,3% en votos, pierden  10 escaños y se quedan en 11. La líder del partido, Joe Swinson pierde su asiento parlamentario. Los liberales eran los defensores más claros e inequívocos de la permanencia en la UE mediante la convocatoria de un nuevo referéndum, para revertir lo ocurrido en 2016.
                
Por el contrario, con su refuerzo electoral (trece diputados más, para llegar casi al medio centenar), los nacionalistas escoceses pueden haber conseguido su aspiración más deseada: volver a plantear un referéndum de independencia, ahora con el argumento de que las fuerzas dominadoras del Reino Unido “expulsan” a Escocia de Europa. La líder nacionalista escocesa, Nicola Sturgeon, anticipó que un resultado como el que se ha producido no dejaría otra opción que el divorcio de los británicos.
                
En definitiva, Johnson se convierte en el hombre del Brexit, unifica bajo su exuberante liderazgo a las familias euroescépticas y eurofóbicas de todo el espectro político y deja mal heridos a sus dos rivales tradicionales: liberales y laboristas. Pero, al mismo tiempo, ha lanzado un boomerang político: la retirada británica de Europa puede facilitar la separación escocesa del Reino Unidos, el Scotxit.

ARGENTINA: LA PENÚLTIMA OPORTUNIDAD DEL PERONISMO


10 de diciembre de 2017
                
Alberto Fernández ya es el nuevo presidente de Argentina. En octubre se impuso a Mauricio Macri por siete puntos de diferencia. El entonces jefe de Estado había elegido como compañero de fórmula a Miguel Ángel Pichetto, peronista moderado (y renegado). Fernández formó dúo con otra Fernández, Cristina, expresidenta, viuda de Kirchner y, ante todo, la figura política más destacada de la política argentina actual, sea cual sea la valoración que merezca.
                
CON LA VISTA EN CRISTINA
               
La gran incógnita es que peronismo veremos, si es que puede seguirse hablando, en puridad, de peronismo. Los Fernández pertenecen a sensibilidades diferentes del movimiento, que se presentaron divididas en 2015, facilitando el triunfo de Macri. Dicen algunos analistas que Alberto y Cristina jugarán roles distintos: el diálogo con el mundo financiero, industrial, agrario e internacional, el futuro presidente; los movimientos sociales, sindicales y suburbiales serán los interlocutores permanentes de la viuda (1).
                
El primer gobierno de los Fernández es una síntesis de estas dos voluntades, con peso señalado de los albertistas en el sector económico. Sergio Massa, cabeza de fila del sector disidente del kirchnerismo en 2015, será el presidente de la Cámara de Diputados. Otro signo del esfuerzo integrador para reparar el desastroso efecto de la división en 2015.
                
El asunto sobre el que gira la mayoría de las especulaciones es si Cristina será la jefa verdadera en la sombra (2). A punto de entrar en la setentena, sus energías se concentrarán en protegerse de los encausamientos judiciales que pesan contra ella por diversos casos de corrupción. El inicio de la vista oral, la pasada semana, confirmó su actitud combativa, desafiante (3).
                
En su entorno aseguran que la señora ya no aspira a nada para sí. Su lucha es ahora por las opciones futuras de su primogénito. Tras una juventud complicada, Máximo Kirchner ya es diputado y aspira a ser el continuador de la dinastía. De momento, está al frente de la bancada parlamentaria, donde ejercerá una fuerte influencia sobre el gobierno.
                
El experimento liberal del empresario Mauricio Macri ha quedado zanjado, pero no se descarta que se mantengan algunas de sus políticas -las que menos aversión han producido en la población-, de igual manera que él tampoco rompió completamente con la herencia kirchnerista en 2015 al dejar en pie, en los primeros dos años, algunas medidas sociales, aunque muy recortadas. Con todo, nunca contó con la confianza de los sectores que respaldaban al peronismo.
                
Macri empezó con algunos éxitos macroeconómicos y un evidente apoyo exterior, que le valió la reválida en las legislativas de 2017. El presidente empresario tuvo cierta mala fortuna, como la sequía espantosa que arruinó la cosecha de soja, pero también mostró lentitud y algo de torpeza ante la evolución desfavorable de la coyuntura internacional.
                
La inversión extranjera fue un fiasco, Argentina se descapitalizó y acudió de nueva a la trampa mortal y autodestructiva del endeudamiento. La pobreza alcanzó niveles máximos en este periodo al alcanzar a más de la tercera parte de la población (4). El liberalismo firmó un nuevo fracaso y abrió la puerta a la quinta oportunidad histórica del peronismo, con el triunfo en las elecciones de octubre de este año (5).
                
UN ENTORNO REGIONAL ADVERSO
                
Alberto Fernández deja algunos indicios de moderación y otros de fidelidad a lo que espera la corriente más izquierdista. Su primer viaje al exterior no será Brasil, como él habitual en los presidentes argentinos, sino a México. Las relaciones del peronismo con Bolsonaro se resumen en un intercambio de insultos y descalificaciones en los últimos meses. No cabe esperar una conciliación en breve plazo.
                
El principal interlocutor regional de la nueva Argentina será el gigante del norte, cuyo presidente, Andrés Manuel López Obrador (AMLO) comparte sensibilidades ideológicas con los nuevos inquilinos de la Casa Rosada. De hecho, Argentina se ha integrado en el Grupo de Puebla, que busca una solución pacífica y pactada a la crisis venezolana.
                
Sin embargo, el nuevo ministro de exteriores, Felipe Solá, veterano caudillo peronista de la provincia de Buenos Aires, ha asegurado que Argentina permanecerá en el otro bloque latinoamericano, el Grupo de Lima, beligerante con Maduro y claro defensor de la legitimidad del presidente encargado, Juan Guaidó.
                
Está por ver cómo se concilia en Buenos Aires esta aparente contradicción y si se formará una especie de eje México DF-Buenos Aires, en un entorno regional adverso, con gobiernos derechistas en Brasil, Colombia y Chile, la deriva extremista conservadora en Bolivia, (pendiente de unas elecciones sobre las que pesan todos los temores) y Uruguay, donde el reciente triunfo del liberal-conservador Lacalle ha acabado con un largo periodo progresista del Frente Amplio.
                
También hay gran interés por comprobar cuál será el tono del diálogo con Washington. Alberto Fernández dice haber obtenido la comprensión de Trump para renegociar con el FMI las condiciones de un préstamo de 57 mil millones de dólares con las que afrontar esa pesadilla recurrente de la Argentina que es la deuda exterior, de nuevo desbocada en los dos últimos y calamitosos años de Macri. Pero, de momento, lo que se escucha son amenazas de elevación de tarifas comerciales al acero argentino, poco importante en el balance comercial del país austral, pero significativo del ambiente complicado que puede instalarse en las relaciones bilaterales (6).
                
UNA CONTINUA REINVENCIÓN
                
En fin, el peronismo regresa al poder, aunque muchos en Argentina piensan que nunca lo pierden del todo cuando resulta desalojado de él, por las urnas o por la fuerza. Este conglomerado político, social y sentimental lleva dominando la vida colectiva de los argentinos, como palanca de poder o como resistencia frente a él, durante los últimos 75 años. Tres generaciones: toda una vida.
                
El peronismo ha perdurado por su insólita capacidad para reinventarse, por su habilidad camaleónica, su conexión práctica con las necesidades de una mayoría de la población y el uso y abuso de los mecanismos de ejercicio del poder. Algunos estudiosos del fenómeno, más atrevidos, incluso se atreven a afirmar que el peronismo es el movimiento político que mejor representa la voluntad política dominante en la Argentina.  



NOTAS

(1) “En Argentina ‘le peronisme continuera à occuper le devant de la scène pendant au moins les dix années à venir’”. Entrevista con el analista Rosendo Fraga. LE MONDE, 26 de octubre.

(2) “Cristina’s comeback: Fernández de Kirchner sets for dramatic return as Argentina’s nº 2”. UKI GOÑI. THE GUARDIAN, 24 de octubre.

(3) “’La condena ya está escrita’, afirma Kirchner en su juicio por corrupción”. ROBERT MUR. LA VANGUARDIA, 3 de diciembre.

(4) “La pobreza llega al 35,4% en el primer semestre del año: el índice más alto de toda la era Macri”. CLARÍN, 30 de septiembre.   
    
(5) “The resurrección of Cristina Fernández de Kirchner. How Argentina’s economic crisis powered a populist revival”. RICHARD KIRCHBAUM. FOREIGN AFFAIRS, 22 de octubre; “Argentina gives the Peronists another chance”. THE ECONOMIST, 28 de octubre.

(6) “U.S.—Argentina relations can survive Trump’s tariff threat”. BENJAMIN N. GEDAN. FOREIGN POLICY, 7 de diciembre.

OTAN: “MUERTE CEREBRAL” Y OTRAS DOLENCIAS

4 de diciembre de 2019

                
Para ser una ocasión tan señalada como es la celebración del 70º aniversario, la cumbre de la OTAN en las afueras de Londres ha resultado bastante discreta. Deliberadamente discreta. No en vano, se trataba de evitar que el enrarecido ambiente reinante terminara por aguar la fiesta. Se renunció al habitual comunicado final para no evidenciar la riña.
                
Desde que Trump, huracán de grado cinco, irrumpiera en el espacio atlántico, la Alianza occidental vive en plena turbulencia. Como candidato declaró que la OTAN estaba “obsoleta”, y ya instalado en la Casa Blanca no ha dejado de reprochar a sus socios europeos que se rasquen el bolsillo para contribuir más a la defensa común. Desde el último rifirrafe, el presidente hotelero había estado más comedido, debido sobre todo a que, en 2021, los alemanes  incrementarán su aportación en 25 millones y los franceses en otros 18 más, lo rebajará la factura de Estados Unidos en 131 millones.
                
El turco, Erdogan, tampoco se ha privado en los últimos meses de sembrar discordia. Ha impuesto su agenda en Siria y se ha acercado a Moscú con algo más que palabras al adquirir el sistema antimisiles rusos S-400, para consternación de sus formales aliados.
                
MACRON SACUDE EL AVISPERO
                
Pero lo que ha agitado más las aguas atlánticas ha sido la tronada del presidente francés, a comienzos del mes de noviembre. En declaraciones al semanario británico THE ECONOMIST (1), Macron afirmó que la OTAN se encontraba “en estado de muerte cerebral” y fijó con claridad los factores de la crisis: alejamiento norteamericano de Europa (anterior a Trump: ya Obama dio signos de interesarse mucho más por otras zonas, en particular por Asia); falta de pensamiento estratégico de Europa; confusión general sobre las prioridades de la Alianza; y actuaciones unilaterales inaceptables, como la mencionada de Erdogan.
                
Las palabras de Macron fueron claras, sin algodones diplomáticos, demasiado directas para un club acostumbrado a resaltar lo positivo, exaltar las décadas de paz, agrandar sus fortalezas y escamotear sus debilidades.
                
El presidente francés tiene cierto gusto por convertirse en foco de la conversación. Lo hace cuando aborda la realidad de su país, cada vez menos comprensivo con su retórica modernizadora, y aún más cuando se pronuncia sobre asuntos exteriores. Con todo, sus palabras contienen mucho de verdad y, si cabe expresarlo así, una innegable valentía.
                
Si este verano, durante la cumbre del G7 en Biarritz, pareció por algún momento que Trump y Macron podían encontrar ciertas vías de aproximación entre la tormenta comercial, lo cierto es que las declaraciones del presidente francés han descartado esa posibilidad. Quedan definitivamente enterrados los intentos del joven líder francés por seducir al millonario norteamericano, estimulando sin éxito su vanidad e instintos infantiles. Trump no resistió la tentación de la réplica. En los prolegómenos de la cumbre calificó de “insultantes” las palabras de Macron y le recordó “lo mal que va económicamente Francia” y su elevado desempleo. “Francia necesita a la OTAN más que a la inversa”, remató. En el encuentro bilateral, ambos líderes se enzarzaron en reproches y desencuentros sobre el terrorismo y el comercio.
                
Por su parte, el “nuevo sultán” turco también se había desquitado a gusto. Erdogan recomendó hace unos días a su colega francés que “examinara el estado de su propio cerebro”. La polémica alcanzó niveles de duelo. París consideró un insulto esas palabras y convocó al embajador turco, una medida que no es precisamente habitual entre aliados.
                
LA CRISIS DEL EJE FRANCO-ALEMÁN
                
Aparte de estos intercambios de florete, lo más inquietante es la brecha europea. Los reproches que el titular del Eliseo hace a sus socios europeos suenan bastante fundados. Europa no ha definido un proyecto estratégico de defensa y ha fracasado notablemente en el propósito de mantener una política exterior común, pese a los avances recientes.
                
“Europa ha olvidado que es una comunidad, pensándose simplemente como un mercado, con la teleología de la expansión”, dijo Macron a THE ECONOMIST. Es bastante cierto lo primero y más discutible lo segundo. El presidente galo parecía defenderse de los ataques que había cosechado al oponerse públicamente al ingreso pronto de varios países balcánicos.
                
Por debajo de la andanada de Macron subyace el desentendimiento franco-alemán, que ya resulta imposible maquillar. Merkel calificó de “radicales” las reflexiones de Macron y dejó claro que ella no compartía su “juicio intempestivo” sobre la cooperación aliada. El resto de dirigentes adoptaron posiciones próximas a la canciller alemanas o prefirieron dejarlo estar.
                
Macron, después de todo, hace gala de ese espíritu libre o verso suelto que Francia siempre ha jugado en la Alianza. Desde De Gaulle, con su política de silla vacía y de retirada del Comité Militar, hasta las puestas de perfil de sus herederos políticos, incluidos los socialistas, la voz francesa ha sido intermitentemente discordante. El proyecto de defensa europea autónoma, complementaria que no alternativa a la OTAN, ha sido siempre una ambición de París. Alemania, desde la reunificación y el final de la guerra fría, se ha dejado querer y se ha avenido a pasos prácticos, como la cooperación armamentística y la integración de unidades de poder combativo menor, pero siempre con cautela.
                
Las impertinencias del presidente hotelero empujaron a Merkel a ensayar cierta audacia, algo que no es su estilo, a la vista de que el “desenganche” norteamericano parece irreversible, incluso después de Trump. O al menos eso así lo perciben la mayoría de los alemanes (2). Sólo una ingenuidad inexplicable o una ceguera geopolítica pueden ignorarlo, como ha señalado la editorialista y antes directora de LE MONDE, Sylvie Kauffmann (3).
                
El problema es que Macron y Merkel no se entienden bien. El motor franco-alemán “petardea” desde hace tiempo, según un diplomático germano citado por DER SPIEGEL (4). No ha habido sintonía en la reforma de la UE, de la que el líder francés quiso hacer emblema y propósito singular de su mandato. Tampoco se ha consolidado una posición común ante Rusia y China, problema permanente, el primero, y desafío estratégico de alcance, el segundo. Sobre esto último también se extendió Macron, en tono crítico, en la mencionada entrevista.
                
Para compensar este regusto amargo, el secretario general, el noruego Stoltenberg, vistió el cargo buscando vías de aproximación, en declaraciones a LE MONDE (5). “Macron ha estimulado el debate,” vino  a decir, para resaltar enseguida los esfuerzos de la Alianza por mejorar y ponerse al día frente a las exigentes condiciones del momento: firme respuesta tras la anexión rusa de Crimea y la agresión a Ucrania, el refuerzo operativo, iniciativas de modernización en distintos dominios (militar, técnico, operativo) y, por supuesto, el espíritu de colaboración. Palabras propias de una organización bastante opaca, en realidad.
                
Una veterana observadora, Judy Dempsey, no comparte este panorama tan positivo dibujado por Stoltenberg, y asegura que la OTAN ha envejecido mal: “tiene 70 años, y se le nota”. Estos son los achaques que le observa: no admite errores (Libia, Afganistán, falta de orientación estratégica de algunas de sus operaciones); no debate sobre crisis de primer orden (el proyecto nuclear de Irán, la guerra de Siria, el auge de China y su refuerzo militar en sus aguas meridionales); no comparte las investigaciones de inteligencia (a veces por la desconfianza que provocan los lazos aún vivos entre los servicios de algunos países recién llegados y Rusia); no es prioritaria para los líderes europeos (no digamos para Washington); y, finalmente, no ha sido, a su juicio, suficientemente contundente con Rusia (6).
                
Hay otra voces más complacientes, desde luego, más en la línea oficialista, o en la conciliadora de los alemanes, que juegan ese papel de puente entre París y Washington, con propuestas de debate y reflexión (7). Macron teme que, si no hay un compromiso político, se produzca un sofocamiento de despacho. A la postre, no obstante, será necesaria una clarificación, si se quiere evitar que la siguiente celebración de la Alianza sea la su muerte, biológica, por causa natural.
               


NOTAS

(1) “Emmanuel Macron warns Europe: NATO is becoming brain-dead”. THE ECONOMIST, 7 de noviembre.

(2) Encuesta del PEW RESEARCH CENTER y el KÖRBER-STIFTUNG, citada en “Germans are deeply worried about the U.S. alliance, but Americans have hardly noticed”. ADAM TAYLOR. THE WASHINGTON POST, 25 de noviembre.

(3) “Macron ne construira pas tout seul l’Europa puissance dont il rêve”. SYLVIE KAUFFMANN. LE MONDE, 20 de noviembre.

(4) “NATO turns 70. Political disputes overshadow Alliance anniversary”. DER SPIEGEL, 29 de noviembre.

(5) “Jean Stoltenberg recherche l’unité”. LE MONDE, 29 de noviembre.

(6) “NATO just turned 70-and It’s showing its Age”. JUDY DEMPSEY. CARNEGIE EUROPE, 4 de abril.

(7) “Europe alone. What comes after the Transatlantic alliance”. ANNA POLYAKOVA y BENJAMIN HADDAD. FOREIGN AFFAIRS, julio-agosto 2019; New perspectives on shared security: NATO’s next 70 years”. THOMAS VALASEK. CARNEGIE EUROPE, 28 de noviembre.