OBAMA: PASO AL FRENTE EN ASIA

24 de noviembre de 2011

No es previsible que la política exterior tenga un gran peso en las elecciones del año próximo en los Estados Unidos. El desempleo, la crisis económica, el papel del Estado de los servicios público y el manido asunto de los values (valores) dominarán seguramente la campaña y determinarán el resultado.
No obstante, hay asuntos de política exterior que tiene una repercusión económica directa y contundente. Quizás el caso más claro, el que mejor percibe la opinión pública norteamericana, es el de las relaciones con China. En sus tres años de mandato, desde distintas latitudes políticas, se ha percibido como blanda, vacilante o desconcertada la actitud de Obama hacia la gran potencia emergente. Durante su reciente gira asiática, el presidente estadounidense ha escenificado un giro o, al menos, ha emitido un mensaje claro: está en marcha, y públicamente, una estrategia de contención y compromiso hacia Pekín.
REFUERZO DE LA PRESENCIA MILITAR
El primer pilar es el refuerzo de la presencia militar en la zona. Estados Unidos parece decidido a reforzar su presencia naval en el Pacífico, donde es una potencia innegable, y de donde nunca se ha retirado, aunque se haya hecho menos visible en las últimas décadas. El primer paso es el anuncio del envío de 2.500 marines a la base australiana de Darwin, un enclave estratégico desde el que se vigilará el despliegue aeronaval de Pekín en el llamado Mar del sur de China, una región marítima objeto de serias dispuestas entre varias potencias ribereñas (la propia China, Filipinas, Vietnam).
Obama anunció esta decisión ante el Parlamento australiano, en vísperas de reunirse con sus socios estratégicos asiáticos en Indonesia, en la cita anual de la ASEAN, en la que también estaba presente China, por supuesto. Aunque la medida sea muy discreta, lo importante es el camino que indica, según algunos analistas. En efecto, Obama aseguró también que los recortes previstos en el presupuesto del Pentágono (400 mil millones de dólares en los próximos diez años) no afectarían a la solidez de la seguridad asiática. De esta forma, el presidente confirmó lo que algunos de sus colaboradores ya venían apuntando desde hace tiempo: Asia será la prioridad estratégica de Estados Unidos en el siglo XXI. Hillary Clinton fijó doctrina en un reciente artículo en Foreign Policy; el Secretario de Defensa, Leon Panetta, se ha referido en tono abiertamente crítico a la "falta de transparencia" del presupuesto militar y del despliegue operativo de China; y, finalmente, Thomas Donillon, el Consejero de Seguridad Nacional, anunció el necesario 'reequilibrio del énfasis estratégico' de Estados Unidos, una vez que se liquiden las operaciones militares en Irak y Afganistán.
HACIA EL PRIMER ESPACIO ECONÓMICO MUNDIAL
El segundo pilar es el económico. Si Estados Unidos quiere afirmar y reforzar su presencia militar es porque necesitar asegurar el gran espacio económico, comercial y financiero del futuro (ya presente, en realidad). Esa zona disputada del Mar de China constituye el escenario fundamental de las rutas mercantiles regionales. El valor del comercio que transita por esas aguas supera los 5 billones de dólares, la tercer parte de los cuales atribuibles a transacciones norteamericanas.
Pero, además, resulta de capital importancia para Estados Unidos 'estabilizar' la zona para asegurar el gran proyecto estratégico asiático de Washington: el 'TransPacific Partnership'; es decir, la gran zona de libre comercio del Pacífico. De momento, China no está incluida en este club, en tanto no 'cumpla' ciertas normas 'liberales' de comportamiento económico, comercial y monetario.
UNA COALICION REGIONAL FRENTE A PEKIN
El tercer pilar es el diplomático. Más allá de la disuasión militar, esta apuesta de Washington tiene un significado político. Obama envía, por fin, lo que muchos de sus socios asiáticos le reclamaban con ansiedad desde su llegada a la Casa Blanca: un pronunciamiento claro de firmeza frente a Pekín. Hasta ahora, la política de la Casa Blanca se percibía entre sus aliados como excesivamente apaciguadora. A esta percepción han contribuido notablemente los 'halcones' republicanos. Sea como fuere, la administración norteamericana se ha embarcado en una intensa campaña diplomática. Durante la reciente gira asiática, Obama hizo algo que a Pekín no debió gustar en absoluto: defender un enfoque multilateral para abordar las disputas marítimas regionales. Los chinos han insistido en tratar con cada país los diferendos concretos; de esta forma, su capacidad de presión es más fuerte.
Lo más llamativo, en todo caso, es el anuncio del establecimiento de vínculos con Myanmar (Birmania). El régimen militar ha adoptado algunas medidas de apertura, desde la designación del general Thein Sein como nuevo presidente del país. La propia oposición birmana, con la emblemática Nobel de la Paz, Aung San Suu Kyi a la cabeza, ha considerado alentadoras la evolución del régimen y se dispone a participar en el juego político. Obama se apresuró a tomar el testigo y anunció la próxima visita de la Secretaria Clinton a Rangún, aunque se cuidó de advertir que las autoridades birmanas debían dar muchos pasos todavía para alcanzar la democracia y el respeto de los derechos humanos.
Este maniobra de acercamiento a Myanmar también está relacionada con la política de firmeza hacia China, porque el régimen militar birmano pasa por ser uno de los principales aliados regionales de Pekín. No obstante, en los últimos tiempos se ha percibido en la región y en Occidente ciertas fricciones entre los dos países. El proyecto de construcción de una prensa en Myanmar puso en evidencia estas discrepancias. De hecho, hay quien asegura que en la apertura del régimen pesa más la búsqueda de nuevos aliados que un deseo democratizador.
Desde China, este giro norteamericano ha sido recibido con la habitual duplicidad. Lenguaje duro y desafiante en alguno de los medios oficiales (el Global Times, portavoz oficioso en política exterior, denunció maniobras dañinas e intento de arrinconar a China). En cambio, en la cumbre de la ASEAN, el primer ministro Wen Jiabao optó por un tono evasivo, moderado y elegante, muy en su línea, ya que pasa por ser el líder más reformista de la cúpula china. Aunque rehusó entrar en el fondo de la cuestión, se abstuvo de defender los puntos de vista oficiales más polémicos.
En definitiva, Estados Unidos oficializa esta 'nueva fase' de su política asiática, inaugura un tono público más firme con Pekín, contención sin renunciar al compromiso de incorporar a China al concierto internacional, y reafirma su condición de líder regional, en un nuevo 'balance estratégico'.

EL ESPEJISMO EUROPEO

17 de noviembre de 2011

En medio del naufragio, gobiernos, parlamentos, representantes políticos, portavoces mediáticos y líderes sociales europeos persiguen desesperadamente fórmulas no ya para acabar con la crisis, sino, en el mejor de los casos, para suavizarla y/o acortarla. Lo cual no quiere decir que se detecte pluralismo en el debate. Salvo desde posiciones muy minoritarias, se impone una suerte de 'pensamiento único', el mismo que alentó, estructuró intelectualmente, y ahora pretende justificar y escamotear escandalosamente las causas y efectos de la crisis.
LA 'SOLUCION' TECNÓCRATA
Sorprende el entusiasmo -o al menos el alivio- que ha provocado la instauración de sendos gobiernos 'tecnocráticos' en Grecia e Italia. Quizás sea la desesperación o el rechazo a lo conocido, pero ha bastado con conocer la identidad de los dos nuevos 'capitanes' para sembrar semillas de 'esperanza'. Se ensalzan los perfiles de Papademos y Monti, se enfatiza su competencia, se destaca su 'apoliticismo' (por así decirlo). En cambio, se silencia o se aplica sordina a otros rasgos inquietantes. En el caso de Monti, el más laureado, se pasa por alto su trayectoria profesional en defensa de políticas claramente responsables del desaguisado. ¿Qué confianza merece el hombre que actuó de 'conseguidor' de Goldman Sachs en Europa? LE MONDE, en su perfil actualizado del nuevo jefe del gobierno italiano, recuerda esta línea de su curriculum pero elude valorarla, sumándose al tono positivo general.
Desde otra sensibilidad mediática, declaradamente liberal, el semanario británico THE ECONOMIST afirma en su último comentario editorial que los tecnócratas pueden ser buenos para determinar medidas financieras, sostenibilidad de la deuda y tipos de esfuerzos a realizar. Pero matiza: "no lo son tanto a la hora de establecer cómo debe ser distribuido ese esfuerzo, si se debe elevar impuestos o recortar prestaciones a uno u otro sector social (...) Ésas son cuestiones políticas, no técnicas. Y no dejarán de serlo porque se nombre primer ministro a un tecnócrata".
Más allá de las virtudes y capacitaciones personales, lo cierto es que los que deciden o los dueños del 'relato de la crisis' se empeñan en afirmar que las cosas empiezan a encauzarse. Ojalá. Pero debe permitirse serias dudas al respecto.
Entre las mayores preocupaciones recurrentes durante la gestión política de la crisis, se encuentra el deseo -la ansiedad, podríamos decir- de 'salvar' el proyecto europeo. Lo que, en primer término, y en este momento de la película, equivale a reflotar el euro. Algunos economistas reputados sobre cuya competencia no cabe albergar muchas dudas, impugnan esta visión. No sólo los archileídos y respetados 'nobeles' Krugman o Stiglitz. Otros más 'neutros' o incluso ortodoxos, más apegados a la ideología neoliberal, o 'social-liberal' están empezando a cuestionarse ciertos dogmas vigentes desde los ochenta.
Pero no parece que estas críticas, dudas o revisiones vayan a hacer zozobrar la mano de hierro que conduce el timón europeo. Estos días, se debate con fruición imprecisas propuestas de cambios legislativos y jurídicos para evitar, prevenir o, eventualmente, sancionar a 'incumplidores'.
LA RECETA ALEMANA
Alemania encabeza ese esfuerzo. La canciller Merkel, obligada a ciertas concesiones para evitar una catástrofe en Grecia, parece escarmentada y quiere asegurarse de que no volverá a ser colocada ante un dilema indeseable. Lo hace por convicción, sin duda, forjada en su tardía militancia anticomunista y en su rigurosa formación luterana. Pero también empujada por sus urgencias electorales. Los democristianos alemanes encadenan siete derrotas electorales regionales, sus socios liberales se derrumban y la perspectiva de la pérdida del poder federal, como puro castigo, resulta inquietamente real.
Hay en Alemania un convencimiento obstinado en que la culpa de todo esto la tienen los gobiernos 'gastones' europeos (del sur, principalmente) y sus sociedades irresponsables o ligeras de costumbres. No toleran que mientras ellos, los alemanes, han hecho sacrificios y se han ajustado a consumir conforme a sus posibilidades, los demás han dado rienda suelta a sus caprichos y excesos. Algo de razón pueden tener. Pero tienden a cerrar los ojos ante la realidad de la aparente prosperidad alemana. El crecimiento germano se basa en la fortaleza de su sector exportador, algo que no se ha construido durante ni en los años inmediatos a la crisis, sino en décadas. Y, por cierto, con base no sólo en el esfuerzo propio sino en la generosidad ajena durante los años de la reconstrucción de posguerra.
Alemania ha sido 'generosa' con muchos países europeos, porque, entre otras cosas, el desarrollo de esos a los que ha contribuido a ayudar garantizaba la fortaleza de su economía, la fidelización de sus mercados para sus productos manufacturados y de alto valor añadido.
Francia se pega a la rueda alemana, como los ciclistas que no confían demasiado en sus fuerzas y esperan ser 'llevados' a meta sin quedar descolgados. El presidente Sarkozy está obsesionado con no separarse de la 'locomotora alemana'. De ahí que se haya rescatado la tesis del 'directorio europeo' comandado por el famoso eje París-Berlín, para escenificar una carrera con el pelotón partido (o sea: la Europa a varias velocidades). Pero lo cierto es que Sarkozy hace virtud de la necesidad: no puede ocultar, entre otras cosas, que el naufragio transalpino amenaza seriamente la estabilidad de los bancos franceses, muy comprometidos por la deuda italiana.
En otras instancias y capitales europeas, las presiones alemanas y la ansiedad francesa han provocado alarma. Se escuchan reproches y admoniciones más o menos elegantes. Bruselas se ha convertido en un hervidero de cabildeos y cenáculos de unos países y otros: los de la locomotora, todos los del euro, los más solventes del euro, los ajenos al euro. Más que fracturas ideológicas o políticas, hay puras posiciones de poder... o de debilidad.
Con la reforma del Tratado de Lisboa, recién estrenado, Merkel pretende blindar el proyecto europeo, aplicando esa máxima comunitaria de que 'Europa avanza a golpe de crisis'. Este pretendido axioma se instauró en los noventa, cuando otras turbulencias financieras y monetarias pusieron en jaque la integración europea y generó dudas y debilidades políticas notables. Entonces, Alemania arrostró gran parte de la responsabilidad por las dificultares que se autoimpuso al forzar una unificación precipitada y altamente gravosa, de la que toda Europa se resintió. No más, desde luego, que la propiedad sociedad alemana, por mucho entusiasmo que el 'reencuentro' provocara en la mayoría de los ciudadanos.
¿OBSTINACIÓN O DESIGNIO?
Se antoja como manifestaciones del gran espejismo europeo las supuestas 'soluciones clásicas': el rigor (para la mayoría), la austeridad (selectiva), el temor a la amenaza fantasma de la inflación (inexistente), el anatema del gasto público (inversión social), la demonización de la deuda (la pública), la persistencia en la desregulación (laboral, financiera, etc.). O ahora, después del desaguisado, la debilidad en el control de las finanzas y la ausencia de sanciones contundentes de las prácticas directamente o indirectamente delictivas. Se persiste en atar el proyecto de integración europea a los grandes intereses económicos con escasa atención a las necesidades y aspiraciones sociales.
No es posible que opciones descaradamente ideológicas -y hasta cargadas de cierto fanatismo- se presenten como recetas puramente técnicas. Que, como tales, sólo deben (y ahora pueden) ser aplicadas por técnicos. Eso sí, todos ellos investidos de un sacerdocio coloreado con los matices extraídos de la paleta que ha ennegrecido el panorama social europeo todos estos años. ¿Es obstinación, rigidez? ¿O todo obedece a un designio cuidadosamente programado?
Hay otra dimensión de este espejismo europeo: el considerar que los ciudadanos de los países miembros quieren más Europa, una casa común, un proyecto federal o confederal. Se citan encuestas, por supuesto. Pero la crisis ha dejado claro que el vigor de los estados-nación persiste y que la solidaridad intereuropea no estaba tan madura como se proclamaba con la mejor intención. En las distintas posiciones observadas durante las últimas semanas por unos y otros se percibe más la ansiedad por salvar los muebles propios que por preservar el edificio común.

ITALIA: EL CADÁVER Y EL ENTERRADOR

14 de noviembre de 2011

Una epidemia (política) mortal recorre Europa. Afecta a los dirigentes. O, más apropiadamente, a los jefes de gobierno y sus colaboradores más inmediatos (aunque no a todos). Este panorama de cadáveres (figurados) sólo es comparable, en su aspecto tétrico, al que componen los zombies: en realidad, ya están muertos, y lo saben, o lo sospechan, pero caminan y caminan, como si confiaran en que, haciéndolo, funcionará algún tipo de conjuro que, al cabo, les librará in extremis de su destino mortal.
La 'crisis financiera' (como se llama un poco a la ligera, para que encaje bien en los titulares de prensa y rótulos de los telediarios) se ha llevado por delante ya a media docena de líderes europeos en los tres últimos años. A unos los han apartado las urnas, cuando se ha propiciado esa oportunidad; a otros, sus propios correligionarios o socios de coalición. En realidad, unos y otros han sido agentes interpuestos. El verdadero verdugo ha sido... LA CRISIS.
LA PARADÓJICA CAIDA DE BERLUSCONI
El último en caer ha sido el italiano Silvio Berlusconi. Como intérprete esencial del espectáculo en política, su 'desgracia' no ha decepcionado, por supuesto. Su salida nocturna del Palacio Chiggi, el sábado 12 de noviembre, constituye una pieza melodramática más de su carrera (pseudo) política.
Estos días, naturalmente, se pueden leer análisis y balances de la 'era Berlusconi', algunos muy agudos, finos y ocurrentes. Saviano y Tabucchi firman dos muy interesantes en EL PAIS. Hay un cierto consenso entre los medios progresistas a la hora de expresar una satisfacción indescriptible por el final del mayor bufón de la política europea en esta etapa del tránsito secular. No faltan razones, claro está. Pero, en estos momentos propicios de examen de conciencia, sería pertinente preguntarse por la responsabilidad de los 'progresistas' en la prolongación insoportable de Berlusconi. Y, lo que es peor, del 'berlusconismo'.
Vayamos al personaje, primero. Berlusconi llenó un vacío, como muchos recuerdan ahora con propiedad. Me tocó personalmente cubrir para TVE la primera victoria electoral del sui generis empresario milanés, en 1994. Incluso entre la izquierda, la emergencia de su estrella política a partir de su fortaleza mediática despertaba cierto interés, cierta curiosidad. Se consideraba al personaje como un fenómeno efímero. Se lo interpretó más bien como una anomalía. Una especie de catarsis necesaria para la enferma república italiana... Enferma de una enfermedad interminable, tras décadas de fiebre alta, de sobresaltos, de coqueteo con el deceso, siempre aplazado. Algunos incluso lo consideraron como algo desagradable pero necesario, porque no creyeron que fuera duradero. Después de todo, ¿qué era duradero en la política italiana?
La izquierda leyó mal lo que significaba Berlusconi, porque no supo ver que por detrás se escondía el 'berlusconismo'. Es decir, que en realidad lo que se estaba fraguando no era la regeneración de la república, hundida ya definitivamente bajo el peso de la corrupción (Tangentópoli) y el descrédito de los políticos profesionales/tradicionales. Después de todo, Berlusconi, zafio y salaz, barrería de una u otra forma con la sobrecarga de sotanas en la política italiana, mandaría a los viejos (y, en ciertos casos, siniestros) dinosaurios democristianos a los altares, a las sacristías o a capillas oscuras y marginales. A la postre, el Vaticano, eterno operador de la política italiana, se convirtió al 'berlusconismo', por acción (casi siempre) o por omisión (cuando convino).
La 'piccola' izquierda socialista (socialdemócrata) creyó incluso que Berlusconi contribuiría a liquidar la resistencia del poderoso PCI, aunque los comunistas ya hubieran hacía tiempo abandonado sus siglas y el comunismo... y su alma entera, según algunos de los suyos.
En realidad, no ocurrió ni una cosa ni otra. La vieja clase política se deshizo de sus hábitos, pero algunos de sus exponentes, los que tenían edad y vigor para hacerlo, se reciclaron. Y los nuevos, los 'hechos a medida', no resultaron mejores ni más probos, precisamente. Los comunistas, lejos de desaparecer y favorecer el crecimiento de los socialistas, de una socialdemocracia digna de tal nombre, demostraron su capacidad de adaptación a los nuevos tiempos. Como 'leal oposición' al magnate, se reforzaron. Hasta fueron cómplices de la resurrección de 'Il Cavalieri', como apunta acertadamente Tabucchi en su mencionado artículo, al poner en marcha una reforma constitucional con la que pretendían sobrevivir políticamente, cuando en realidad lo que consiguieron fue prolongar la estela de su adversario formal. Después de eso, cumplido su papel, voluntario o no, los ex-comunistas y el el resto de la izquierda se diluyeron definitivamente en 'olivos' o 'margaritas'.
Berlusconi puso en pie el 'berlusconismo' desde el primer día. Nada de lo que se esperaba ocurrió. Nada, claro está, que tuviera que ver con renovación, siquiera vitriólica, de la política italiana. Lo que se cumplió fue lo que se temía: la continuación de la corrupción, pero con otros métodos. O con los mismos, pero mejor vendidos. Con más descaro: con más focos. Visto desde ahora, la 'Tangentopoli', por muy despreciable que fuera, se antoja minúscula comparada con la colusión descomunal de esta década y media larga.
Pero lo peor no han sido las obscenas manifestaciones de este 'ordine nuovo sui generis' (no hay espacio, siquiera para enumerarlas). Lo más grave ha sido la sensación de impunidad que Berlusconi ha sido capaz de construir a su alrededor. Se comprende que muchos italianos saltaran a la calle la noche del sábado para celebrar la caída del magnate (en una escena que me recordó mucho a la liquidación política de Craxi, por cierto). Pero quizás Berlusconi habría durado mucho más, si las turbulencias de la crisis no hubieran puesto al descubierto su calamitosa gestión.
Lo más desalentador de la caída de Berlusconi es que no la han propiciado sus víctimas, sino sus propios aliados (de conveniencia; en realidad, todos sus socios han sido de esa naturaleza), los dirigentes de su coalición, aguardando detrás de las columnas desde hace tiempo, a la espera del momento propicio para asestar la puñalada. O sus agentes naturales: es decir, los mercados, el sistema capitalista (en su manifestación más brutal y descarnada) que lo elevó y consagró, del que se ha nutrido, el que ha propiciado su poder y su proyección política. A Berlusconi lo ha matado el único aire que respira: el dinero.
La oposición, las oposiciones (política, ideológica, social, mediática), han asistido al fin (provisional) de Il Cavalieri como espectadoras. Consecuencia de esas dos décadas de impotencia, la izquierda y toda la gente decente (políticamente) de Italia asiste ahora desarmada a una salida incierta y dudosa de tanta inmundicia.
MONTI Y LA EXTRAÑA COMPLACENCIA
Mario Monti emerge como un nuevo 'príncipe' de la cosa pública. 'Príncipe', no en el sentido 'maquiaveliano' (que no 'maquiavélico'), sino en su resonancia aristocrática. Se le presenta también como otro personaje destinado a superar la basura, aunque con una proyección estética completamente opuesta al magnate milanés. La discreción hecha hombre para hacer olvidar cuanto antes el exhibicionismo bochornoso encarnado por su antecesor.
Curiosamente, la izquierda italiana (y europea) recibe a Monti con alivio, con cierta complacencia. No es cuestión de construir aquí una crítica de su trayectoria. Pero tampoco conviene olvidar lo que representa el 'elegido' (por un ex-comunista también, por cierto, el Presidente Napolitano). Es paradójico que, en el monumental desconcierto que vive la clase dirigente europea, se pergeñen como bomberos ciertos exponentes tecnócratas (en Grecia, en Italia, ¿donde será el siguiente?). La tecnocracia europea lejos de poder acreditar soluciones a lo que vivimos ahora, es más bien cómplice y responsable de lo ocurrido. Desde la tecnocracia se han propiciado políticas que han contribuido sobremanera primero al desorden financiero y luego a estas políticas de respuesta, claramente injustas y seguramente inadecuadas e ineficaces.
Consideración final. Que Berlusconi huela ya a podrido, no significa que esté muerto del todo. Puede ser un zombi al revés: no un muerto que se cree vivo, sino un vivo al que todos creen ya muerto. Que Monti exude sensatez y eficacia no quiere decir que vaya a aplicar las recetas que mejor convenga a la mayoría de los italianos. Es probable que ni pueda, ni lo pretenda. Recordando 1994, en Italia casi nunca las cosas son como parecen.