AQUELARRE FALSARIO DE LOS REPUBLICANOS NORTEAMERICANOS

5 de Septiembre de 2012

        Que los discursos y propuestas políticas están plagados de promesas de difícil cumplimiento, de supuestos discutibles y de verdades a medias es algo que se tiene asumido por la ciudadanía con relativa tranquilidad. A veces, incluso, los líderes políticos mienten; de forma descuidada o piadosa, en muchas ocasiones. Pero, por mucho que el desprestigio de la mal denominada 'clase política' política haya hecho fortuna, pocas veces hemos escuchado la sarta de mentiras palmarias, descaradas y malintencionadas -sin exagerar- que se han proferido en la reciente Convención del Partido Republicano de los Estados Unidos.

             LA IMPOSTURA DE LA REGENERACION 

             El G.O.P. (Viejo Gran Partido), como se conoce en el argot político de allá al Partido Republicano, vive momentos críticos desde el final de la última administración que detentó, hace casi cuatro años. Corroído por la ineptitud ante la crisis financiera, que sus políticas ayudaron y alentaron a manifestarse con estrépito, y desprestigiado por las mañas y mentiras que metieron al país en una aventura bélica innecesaria e ilegal, los republicanos se replegaron en la oposición con ánimo de revancha. 

        Tan disparatados fueron los mandatos de W. que dirigentes, militantes y simpatizantes del partido se convencieron de que hacía falta otra 'revolución conservadora', otra vuelta a imprecisos pero convincentes orígenes, un discurso de regeneración y simpleza, como requisito imprescindible para reconquistar el poder. Máxime cuando consideraban que se había producido una suerte de 'usurpación', por el triunfo arrollador y entusiasta de un tal Barack Obama, a quien negaron ya antes del primer día no ya la cordialidad mínima, sino la propia legitimidad. Gran sarcasmo, cuando las 'victorias' electorales de Bush llegaron envueltas en un insoportable tufo fraudulento.

          El tono de esa presentida regeneración lo dio un movimiento que se autodenominó 'Tea party', por su supuesta vinculación con el espíritu de los fundadores, el episodio iniciático de la rebelión contra la colonia británica, el rechazo al poder del Gobierno (del Estado, se diría en Europa), la reivindicación de la libertad individual y la repulsión a pagar impuestos o a sufragar cualquier política pública merecedora de tal nombre.

           El entusiasmo con que fue acogida esta iniciativa, por lo demás absolutamente inhábil como programa de gobierno, desarticulada desde el punto de vista organizativo y profundamente reaccionaria en sus fundamentos, obligó a los aspirantes a dirigir el Partido, sentarse en el Capitolio y recuperar la Casa Blanca a seguir su melodía, aunque cada cual trataba de adaptar la letra de su discurso como podía. 

          Con ese son oportunista, los republicanos se aprovecharon de la crisis financiera y económica que sus políticos habían contribuido decisivamente a crear para dominar la Cámara de Representantes, pero no pudieron conquistar el Senado, más influyente y decisivo. Con todo, su emergencia legislativa sirvió para hacer la vida imposible al Presidente. Obama vaciló, intentó pactar con fuerzas intrínsecamente negadas para el consenso y la conciliación, decepcionó a muchos sectores de su base social y, fiel a una estrategia de corredor de fondo, confió en los atisbos de recuperación para desactivar la amenaza ultraconservadora en la milla final de su proceso de reelección.

                Los precandidatos republicanos, fieros y desunidos pese a sus razonables perspectivas de éxito, se entregaron a una pelea descarnada que hizo olvidar la retórica de los vigilantes inspiradores. Los preferidos del 'tea party' se fueron diluyendo ante la figura que menos  credenciales del nuevo espíritu neoconservador podía presentar.  Las ínfulas de regeneración y vuelta a los confusos orígenes cedieron ante la fuerza del dinero electoral. Después de tres años de proclamar pureza, los republicanos terminaron por inclinarse ante la conveniencia oportunista que encarna, mejor que ningún otro en el partido republicano, Mitt Romney.
 
                El ex-gobernador de Massachussets, con una trayectoria política conservadora, pero muy alejada de los postulados del 'tea party', llegó a las vísperas de la Convención con la nominación en el bolsillo pero con la frialdad de los suyos en el ambiente. Para lograr ese otro triunfo, no el de la suma de delegados, sino el de corazón o el afecto, eligió a Paul Ryan, un joven representante de Wisconsin que no se había calcinado en las primarias, y favorito del 'tea party' partidario por sus políticas fiscales radicales, que Romney nunca practicó. 

                MENTIRAS NUEVAS, VIEJAS Y PODRIDAS

            Con este bagaje de impostura camuflada, atenuada por razonables opciones de triunfo en noviembre y por una pareja electoral más acorde con el ánimo de los tiempos, se congregaron los republicanos en Tampa, Florida, un Estado que será, una vez más, crucial en la decisión electoral.  Y por mucho que las Convenciones sean una patraña como elemento de debate político, y que encontrar algún grado autenticidad se convierta en un propósito alucinado, lo cierto es que el  'circo de Tampa' se convirtió en un auténtico aquelarre. 

           Romney desplegó su experiencia como obispo mormón para justificar su trayectoria política y, lo que fue más chocante, personal. Su discurso fue mediocre e hizo poco por calentar el corazón de sus votantes. Así lo reflejaron las encuestas. El candidato dejó la artillería para su compañero de 'ticket', el airado Ryan.  El candidato a Vicepresidente aplicó un espejo deformado para glosar algunas de los acontecimientos políticos de los últimos tres años. No es que ofreciera una interpretación sesgada o interesada de lo ocurrido. Es que mintió descarada y vergonzosamente.  

          Hasta los medios en perfecta sintonía con el 'establishment' publicaron crónicas tan sólo dedicadas a poner en evidencia su grosera alteración de los hechos. Tan escandaloso resultó el espectáculo que la 'patochada' de un Clint Eastwood patético pasó sin pena ni gloria (e incluso con el bochorno apenas disimulada de la muy correcta esposa de Romney).  Algunas publicaciones progresistas recordaron con datos que las Convenciones republicanas suelen ser depósitos de mentiras célebres (citaron a Reagan, a Bush padre y a W). Pero Ryan se pasó de la raya. Pero, no fue una opción personal, sino una estrategia calculada de manipulación, desinformación y encanallamiento del debate político para provocar reacciones intemperadas de los demócratas y fortalecer un clima de tensión y confrontación. Puede dudarse, con bastante fundamento, de la eficacia de tal estrategia. Pero encaja en ese escenario de catástrofe con el que los republicanos quieren presentar la realidad del país, en el que sólo un 'cambio' podría enderezar el rumbo. Lo que constituye, sin duda, la mentira más esencial.