LA TENSIÓN FRANCO-ALEMANA

 13 de marzo de 2024

Que entre París y Berlín hay una mala comunicación es algo que ya se admite sin reservas incluso entre las cúpulas del poder en ambas capitales. Las desavenencias provocadas por la guerra de Ucrania es el terreno en el que se escenifican las tensiones. Pero hay factores de fondo que han contribuido a hacer de esta brecha un elemento de preocupación mayor en al estabilidad europea. Apuntamos los siguientes:

EL FACTOR ESTRATÉGICO

La geografía determina las opciones estratégicas. Alemania siempre ha mirado de reojo al Este como un polo de inquietud, pero también de oportunidad. Lo primero ha pesado, casi siempre, mucho más que lo segundo. Las guerras han condicionado históricamente la convivencia con Rusia, sea cual sea el régimen político que en cada etapa histórica haya existido allí. Hay un hecho incontrovertible: Alemania nunca le ha ganado una guerra a Rusia. En cambio,  en la paz los intereses alemanes han prevalecido. De ahí que en Berlín (o en Bonn, durante la primera guerra fría) siempre haya existido una pulsión de apaciguamiento frente a Moscú. Antes, Hitler quiso  aplazar el inevitable enfrentamiento con la Rusia de Stalin con un pacto táctico, no estratégico (1939), un recurso para ganar tiempo y consolidar su dominio de Europa Occidental.

Con el triunfo de la Unión Soviética, Alemania soportó la división del país durante casi medio siglo, un castigo aún más humillante que los anteriores. La parte occidental prosperó y la oriental se estancó. Pero ese triunfo soterrado no sirvió para facilitar el reencuentro. Willy Brandt lo comprendió muy bien cuando lanzó su Ostpolitik (política  oriental) a comienzos de  los años setenta. La iniciativa causó preocupación en Washington, no tanto por oponerse a una distensión que compartía, sino por el riesgo de perder el control del proceso. También en París hubo ciertas renuencias. De Gaulle y sus herederos siempre mantuvieron un cauce de cooperación abierto con Moscú, pero desconfiaban de las aperturas alemanas.

Con la crisis del sistema soviético, las tensiones franco-germanas afloraron de nuevo. Una Alemania unida y fuerte despertó los fantasmas de tres guerras devastadoras para Francia. El entonces canciller Kohl fue el principal valedor de Gorbachov y ejerció de agente conseguidor de fondos para una Unión Soviética que se deshacía a ojos vista.  El compromiso reiterado de Alemania con la paz y la integración europea no pareció antídoto suficiente para conjurar la visión de una Europa oriental alemanizada  por el peso económico de la nueva potencia política y territorial. La actuación de Alemania en las guerras yugoslavas, percibida inicialmente en París como dinamitadora, contribuyó a acrecentar esos temores.

Tras el fracaso del ensayo democratizador en la nueva Rusia, en gran parte provocado por un capitalismo de rapiña alentado desde Occidente, Alemania siguió cultivando unas relaciones muy estrechas con Moscú, para impedir una deriva indeseable en el Kremlin. Hasta que las sucesivas crisis de Ucrania han dado al traste con ese proyecto estratégico.

En Francia, también ha interesado siempre un modelo de relación autónoma con Moscú, en colaboración o no con Alemania o con Estados Unidos, pero en modo alguno subordinado. El nacionalismo gaullista ha pervivido, tanto en la derecha como en la izquierda. De alguna forma, las élites francesas han tratado de evitar que, ni en la cooperación, ni en la confrontación, París jugara un papel de segundo orden en las relaciones con el Kremlin.

De ahí que Macron (más papista que el Papa: más gaullista que el General), intentará un arriesgado juego de mediación con Putin tras la fantasmal intervención en Crimea y la más evidente en el Donbas, en 2014; y, ocho años después, cuando se consumó la invasión de Ucrania. Se ha especulado mucho sobre las verdaderas intenciones de aquel viaje del presidente francés a Moscú. Macron es cualquier cosa menos ingenuo. Al cabo, quizás se trató de la inevitable necesidad del Eliseo de dejar su impronta.

Ahora que cualquier conciliación con Moscú se antoja lejana, Macron se pone a la cabeza de los halcones y pretende hacer olvidar que alguna vez quiso parecer paloma, al apuntar que, aunque no hay consenso aliado, no se puede descartar el envío de soldados a Ucrania, para evitar un triunfo militar de Rusia. De todos los gambitos de Macron, este ha sido el más o uno de los más arriesgados. Y el que más irritación ha provocado al otro lado del Rhin (1).

Desde febrero de 2022, Alemania ha enterrado las distintas derivadas de la Ostpolitik, y le ha tocado hacerlo a un canciller socialdemócrata, quizás el más gris y menos dotado para un liderazgo de altos vuelos. Olaf Scholz anunció el zeitenwende (traducible como ‘cambio de era, o de tiempo). Medio siglo de acercamiento a Rusia se ponía en cuestión. La ecuación económica (materias primas energéticas a cambio de maquinarias y bienes de equipo) en las relaciones bilaterales se disolvía bajo el peso de las sanciones occidentales contra Moscú. Más aún, la Alemania pacifista post-hitleriana se comprometía a un esfuerzo militar de 100.000 millones de dólares (para empezar) con los que rejuvenecer, reforzar y ampliar el aparato militar alemán.

Pero en todo hay un límite, o una línea roja. Alemania no ha sido tímida con Putin, a pesar de ser el país europeo más perjudicado por los embargos, las limitaciones y condicionantes en el consumo de petróleo y gas rusos. La guerra económica se aceptó como inevitable en Berlín. Pero a partir de aquí se ha ido con pies de plomo, en particular en el suministro de armamento a Ucrania. Aún así, Alemania es, después de Estados Unidos, el mayor contribuidor neto en los arsenales de Kiev (2). Que no se olvide.

Francia también ha tomado sus precauciones en la presión al Kremlin, igual que EE.UU, pese a la retórica y la propaganda de guerra fría imperante desde hace dos años. Por eso, la última provocación de Macron ha molestado tanto en Berlín. Además, como suele habitual en sus alardes, el presidente francés añadió el insulto a la injuria, al sugerir que la delicada fragilidad de Ucrania exigía más “coraje” y menos timidez de los aliados (3).

Scholz le replicó con discreción diplomática y burocrática, sin salidas de tono, recordando que las decisiones de la OTAN descartaban boots on the ground (envío de tropas a Ucrania). Pero su ministro de Defensa, Pistorius, no se resistió a devolverle el guante y afearle esa nueva lección de moralidad. Los ministros de Exteriores de ambos países trataron de diplomatizar la crisis días después, pero no se arriesgaron a celebrar una conferencia de prensa conjunta para no evidenciar que la herida política entre Berlín y París seguía abierta. La filtración de una reunión de altos mandos militares alemanes, espiada por agentes rusos, enturbió aún más el clima (4).

Otro elemento invariable desde la guerra fría: Berlín puede apoyar el proyecto de defensa autónoma europea, pero nunca lo ha dejado de considerar como subordinado a la OTAN. El paraguas nuclear americano es intocable, entonces y ahora. Y ni siquiera una eventual (y sólo especulativa, por ahora) disponibilidad estratégica del arsenal nuclear francés son capaces de modificar ese axioma (5).

FACTORES POLÍTICOS

Aparte de las consideraciones estratégicas, en ésta última crisis también han pesado los factores políticos internos. Macron afronta las elecciones europeas con la aprensión de un triunfo, inevitable según parece. del ultraderechista Rassemblement National. En su día, se le consideraba un partido prorruso e incluso con financiación generosa del Kremlin. En los últimos años, la presidenta del Partido ha intentado alejarse del Kremlin, pero no lo ha conseguido del todo. Y Macron quiere explotar esa supuesta vulnerabilidad de una mujer a la que ha derrotado dos veces en las elecciones presidenciales, pero que parece destinada a ocupar el Eliseo en 2027, si este año tiene unos resultados exitosos en las europeas.

En el debate parlamentario de esta semana sobre el acuerdo bilateral de seguridad con Kiev, Marine Le Pen ordenó la abstención. Dejó claro que apoya la resistencia ucraniana, para que no haya dudas sobre su cambio de actitud con Rusia. Pero vio en la iniciativa del partido del Presidente una clara intención electoralista. En la izquierda se evidenciaron las divisiones: insumisos y comunistas votaron en contra, socialistas y ecologistas, a favor, pero estos últimos rechazaron la sugerencia del envío de tropas.

Scholz también afronta el desafío de la ultraderecha, con elecciones este otoño que podrían consolidar el dominio de la AfD (Alternativa por Alemania) en los länder orientales. Este partido ha conquistado a los ciudadanos que no tienen un recuerdo tan negativo de la RDA, pero en su auge también ha mordido en la base socialdemócrata. El canciller no quiere aparecer demasiado hostil ante un electorado que no participa del discurso antirruso.

FACTORES INSTITUCIONALES

En este desencuentro París-Bonn, como en otros anteriores, la estructura de los respectivos sistemas políticos también ejerce una influencia perturbadores. El sistema político francés es presidencialista; el alemán es parlamentario.

En Francia, el Presidente ejerce una atribución exclusiva y personal en la política exterior. No necesita ni siquiera de su propia mayoría (en este caso, de la minoría que lo apoya) para formular sus propuestas internacionales. En Alemania, por el contrario, el Canciller tiene que pactar la política exterior con sus socios de coalición, e incluso, en las raras veces que ha habido un gobierno monocolor mayoritario, el Bundestag ha ejercido una influencia considerable.

FACTORES PERSONALES

Finalmente, el estilo personal tampoco es desdeñable. Suele ser habitual que en el Eliseo y en la Cancillería no habiten caracteres afines. El Presidente francés está condicionado por el aurea de un sistema político que descansa sobre una figura engrandecida y exige un liderazgo real, pero también efectista. Que lo sea y que lo parezca. El Canciller, en cambio, es una suerte de primus inter pares, por destacado que sea. Por eso, desde 1945, la estatura personal de los líderes alemanes ha estado siempre encuadrada en unas estructuras firmes que evitan el hiperliderazgo. Es el escarmiento del Jefe (Führer).

Esa limitación (histórica y política) se refuerza, a veces, con el estilo puramente personal. En la actualidad, la brecha es quizás la más amplia de los últimos ochenta años. Un Presidente francés al que le gusta hablar y un Canciller que es, quizás, el más discreto desde la posguerra.

De Gaulle y Adenauer cultivaron poco la relación personal, pero tampoco se lo propusieron. Pompidou y Brandt nunca se entendieron especialmente bien, aunque el alemán se cuidó mucho de que su creciente popularidad no irritara en París... hasta que el escándalo Guillaume acabó con su carrera. Giscard y Schmidt confirieron a su cooperación un carácter técnico, obligados por la crisis del petróleo tras las guerras de Oriente Medio. Mitterrand y Kohl elevaron el tono de la relación bilateral, pero no siempre ajustaron la dinámica personal. El alemán fue el canciller más longevo de la posguerra y también el más mediático, pero el francés nunca renunció, antes al contrario, a la solemnidad con que se ejercía el cargo. Merkel minimizó a Sarkozy (y luego a Hollande), pero no por remarcar sus cualidades personales, sino por ponerlas al servicio del indiscutible liderazgo económico alemán en la Europa de la posguerra fría. Macron quiso acabar con esa inferioridad francesa, a duras penas. No está claro que lo consiguiera frente a una Merkel en retirada, pero cree tenerlo más fácil con el gris Scholz.

 

NOTAS

(1) “France-Allemagne, un tándem secoué par l’épreuve de la guerre en Ukraine”. PHILIPPE RICHARD & THOMAS WIEDER. LE MONDE, 9 de marzo.

(2) “German Chancellor pledges to boost [ammunition] production for Ukraine”. DER SPIEGEL, 5 de febrero (versión en inglés).

(3) “Le débat sur l’envoi de soldats en Ukraine révèle les profondes differences de vision de la guerre parmi les allies”. LE MONDE, 6 de marzo.

(4) “Now It’s Germany’s turn to frustrate Allies over Ukraine”. THE NEW YORK TIMES, 4 de marzo.

(5) “Dans cette nouvelle ère où l’affrontement a remplacé la cooperation, la question de la dissuasion nucleaire reprend tout son sens”. SYLVIE KAUFFMANN. LE MONDE, 7 de febrero.

USA: LAS PRIMARIAS QUE NUNCA EXISTIERON

 6 de marzo de 2024

Ha pasado el Supermartes de las elecciones norteamericanas sin sorpresas dignas de consideración. Biden y Trump se encaminan  hacia una repetición del duelo de 2020, pero con papeles invertidos. En esta ocasión, el líder demócrata será el incumbent  (el titular del cargo) y el republicano hará de aspirante. Aunque ninguno de ellos haya obtenido técnicamente aún el número suficiente de delegados para ser coronados en las convenciones del verano, las cartas ya están echadas. Este año ha habido primarias sólo formalmente, pero no ha habido eso que tanto gusta a periodistas y los aficionados a la política como espectáculo: emoción, disputa (1).

Biden y Trump reflejan gran parte de las dolencias del sistema norteamericano. De un lado, el establishment esclerotizado, envejecido, y no sólo biológicamente. Los ochenta años cumplidos del actual presidente han sido motivo de debate durante al menos los dos últimos años, entre las bases, escalones medios y grandes electores del partido. Aún esta viva la discusión, aunque ha derivado ya hacía los márgenes especulativos. Nadie se ha querido postular y a nadie se ha señalado como alternativa. Por distintas razones. No parece elegante debilitar al líder de facto del Partido mientras está gobernando (se ha hecho antes, pero en muy pocas ocasiones). No hay motivos políticos de fondo: la economía marcha bien, Estados Unidos, se dice, ha recuperado crédito en el mundo (o mejor dicho, entre sus aliados de siempre). Y, last but no least, el perfil moderado de Biden parece lo más aconsejable para atraerse a los republicanos moderados que están espantados ante una vuelta de Trump.

Desde los sectores más dinámicos y/o progresistas del Partido Demócrata las cosas se ven de otra manera. Ya no les basta con apelativos retóricos a la democracia, con gestos amables hacia las clases menesterosas o con gastadas proclamas de los valores de la nación elegida. Las minorías raciales, sociales e incluso los sectores menos favorecidos de las clases medidas necesitan otro Partido Demócrata. O simplemente otro Partido a secas (2).

GAZA, RUINA MORAL DE BIDEN

La guerra de Gaza -en particular, la abominable campaña de venganza de Israel por lo ocurrido el 7 de octubre- ha terminado por fracturar sin remedio a los demócratas. Biden, su gobierno y la fracción legislativa que lo apoya se han descolgado de las bases más progresistas por su resistencia a desasociarse de la actuación israelí. La crítica contenida de la Administración no ha sido suficiente para conjurar el malestar.

Quizás lo más interesante de estas primarias en blanco y negro haya sido el número de no commitment votes (traducible como votos no comprometidos o votos en blanco) en el estado de Michigan, uno de los que se apuntan como claves para decidir el ganador en noviembre. Biden ganó allí en 2020 y confiaba en hacerlo este año. Durante la prolongada huelga en la industria del motor, el presidente hizo uso de sus reflejos populistas y se calzó la gorra de sindicalista para apoyar las protestas laborales, conforme a su trayectoria política. En estado automotriz por excelencia, recuperar a la base obrera parecía una estrategia ganadora frente a un Trump que ejerce una atracción fatal sobre las masas de trabajadores blancos sin estudios superiores.

Pero Biden no contaba hace meses con la bomba de tiempo que la guerra de Gaza dejaría en Michigan. El estado cuenta con el mayor número de árabes americanos, y en algunos distritos constituyen una mayoría. Allí ganó su escaño en la Cámara Baja la palestina de origen Rashida Tlaib, una de las integrantes del squad o grupo progresista de mujeres que constituye la punta de lanza del sector crítico del Partido Demócrata. Para denunciar la pasividad, la tibieza o la complicidad (según el ánimo de cada uno) de Biden frente a Israel, Tlaib y sus seguidores  promovieron una campaña de voto en blanco, extensible a otros estados. En Michigan, más de 100.000 electores registrados como demócratas depositaron su no commitment vote  o voto en blanco. Fue una especie de voto de castigo o de advertencia. Si esos demócratas persisten en su actitud en noviembre, y aseguran que lo harán, Biden podría perder estado clave y comprometer muy seriamente su aspiraciones de reelección. Quizás no valga con decir que sería peor para los palestinos otra presidencia de Trump. Los daños propios duelen más que los ajenos y despiertan más resentimiento (3).

No hay todavía datos fiables sobre la extensión de los no commitment en esta jornada de Supermartes. Pero el clima debe preocupar en la Casa Blanca y en el Partido. En el promedio de encuestas, Biden va por detrás de Trump en todas las encuestas (4). No es una diferencia insuperable, pero si el actual Presidente no consigue asegurar sus votos otrora más seguros, difícilmente podría dar la vuelta a la situación.

LA FRACTURA REPUBLICANA

Del lado republicano, las cosas tampoco son para celebrar. El partido del elefante se mueve entre la resignación y una euforia inconsistente. Hace tiempo que está escindido en al menos dos corrientes: la trumpista y la convencional. Pero en esta última hay distintas sensibilidades.

Los trumpistas son básicamente los RINO  (acrónimo de republicans in name only  o republicanos sólo de nombre). Aglutinan a ultraconservadores, libertarios sin carga ideológica firme y sobre todo oportunistas. Se han colocado detrás de la sombra de Trump por pura conveniencia. Son racistas, clasistas, negacionistas de todo pelaje y condición: un crisol de lo que sería en Europa la ultraderecha más rancia. Pero conectan con un sector muy amplio de los trabajadores blancos que se sienten amenazados por las minorías raciales (negros, latinos, asiáticos) y sociales (mujeres feministas, jóvenes contestatarios, ciudadanos con opciones sexuales o de género distintas a las convencionales, etc) (5).

Eso no quiere decir que la fracción trumpista del Partido Republicano se haya vuelto obrerista. Cuenta con el apoyo de multimillonarios, o millonarios, que van por libre en la estructura social, que se han descolgado de sus afines de clase o son outsiders en la selva del capitalismo norteamericano. Por seguidismo o magnetismo, estos privilegiados económicos arrastran a sectores incomodados de las clases medias. Esta melánge interclasista carece de programa político solvente, pero constituye una carga de profundidad para un sistema político agotado.

La facción tradicionalista del Partido Republicano está desmoralizada, pero no derrotada. Se ha aferrado a la candidatura fantasmal de Nikky Haley en estas primarias, como un recurso testimonial. La fragilidad de la resistencia era más que evidente. Haley forma parte del núcleo de dirigentes republicanos que sucumbió al empuje de Trump, al aceptar ser su embajadora ante la ONU. Sonó con fuerza para ser Secretaria de Estado, pero en uno de sus habituales cambios de humor, Trump la descartó, al sospechar que era un caballo de Troya, uno más, en su administración errática y a la deriva.

Los comentaristas republicanos moderados e incluso los que se autoproclaman neocon como Bret Stephens, columnista del New York Times, han promovido esta aventura en solitario de Haley como un gesto de coraje, un mensaje de alarma u otras encendidas proclamas sobre los peligros que acechan a la democracia americana (6). En realidad, los republicanos no acaban de entender, o no quieren admitir, que no es Trump y sus seguidores quienes amenazan a la democracia. Ellos son síntoma, no causa, de la decadencia del sistema político. Se aprovechan de su fragilidad para sacar provecho propio, personal o de casta.

Durante estos últimos años, los conservadores razonables creían que Trump podría hundirse bajo la trama de sus causas judiciales en permanente aumento. Ya son casi un centenar, de distinta naturaleza, y ha ocurrido todo lo contrario: es más fuerte que nunca. No han entendido, o han tardado en entender, que con cada proceso judicial que se abre en su contra, Trump obtiene más apoyo de esa base social vengativa que lo ve como un agente destructor, sin reparar en las consecuencias. El personaje está crecido y se atreve a decir cosas como “seré un dictador desde el primer día”. Aviso al deep State o establishment, que lo frenó en su primer mandato.

El discurso “político” de Trump es más simple que el asa de un cubo, pero, por eso mismo, eficaz: menos impuestos, más tarifas a la importaciones (sobre todo las de China), barreras sólidas frente a los inmigrantes “que envenenan la sangre americana”, cierre del grifo protector de los aliados exteriores, apoyo a los dictadores amigables con América, etc. Una versión del fascismo siglo XXI, sin bases doctrinales más allá de cuatro simplezas. Justo lo que su base social demanda y lo que interesa a sus protectores poderosos más cínicos.   

Después de dos o tres primarias más, Biden y Trump habrán alcanzado el número suficiente de delegados para asegurarse su nominación respectiva. Las Convenciones se convertirán en una fotocopia a la inversa de hace cuatro años, pero en esta ocasión sin pandemia condicionante: se recuperará el espectáculo. El resultado de esta disputa repetida no está decidido, ni mucho menos (7). Pero, pase lo que pase, la democracia americana ha tocado fondo, incluso en sus aspectos formales sobre los que realmente se ha venido sosteniendo en las últimas décadas.

NOTAS

(1) “’It never mattered less’: Super Tuesday is looking less than super this year”. DAVID SMITH. THE GUARDIAN, 4 de marzo.

(2) “Michigan’s Uncommitted campaign is challenging Biden. It could save him again”. JOHN NICHOLS. THE NATION, 20 de febrero.

(3) “Over 100.000 Michigan primary votes were ‘uncommitted’. What does it mean?”. THE WASHINGTON POST, 28 de febrero.

(4) https://www.realclearpolling.com/polls/president/general/2024/trump-vs-biden

(5) “How paradoxes of class wil shape the 2024 election”. E.J. DIONNE Jr. THE WASHINGTON POST, 3 de marzo.

(6) “Nikky Haley’s last ditch. BRET STEPHENS. THE NEW YORK TIMES, 27 de febrero.

(7) “Ten thousand people can decide the presidential election”. ELAINE KAMARCK. BROOKINGS INSTITUTION, 3 de enero

CALENTURAS DE LA ACTUAL ‘GUERRA FRÍA’

 28 de febrero de 2024

Desde la intervención rusa en Georgia en 2008, si no antes, se suele utilizar el moto ‘guerra fría’ cada vez que ha habido picos de tensión entre el Kremlin y la OTAN. O entre la Casa Blanca y Pekín, a cuenta de Taiwan, del pulso por el control de mares y rutas del Extremo Oriente o de las disputas comerciales. Pero desde la crisis de Crimea, en 2014, y, por supuesto, desde la invasión de Ucrania, hace dos años, la intermitencia se ha convertido en permanencia. Esta ‘guerra de fría’ del siglo XXI ya no es ocasional o coyuntural. Es estructural y definitoria de las relaciones entre el Este y el Oeste. Y, si bien en forma distinta a la anterior ‘guerra fría’, condiciona también los vínculos entre el Norte y el Sur.

UN DESASTRE PARA TODOS

La guerra de Ucrania va mal. Para todos. Sin duda, en primer lugar, para el propio país escenario de los combates y la destrucción. También para Rusia, que, pese a una evolución favorable de los acontecimientos, soporta un desgaste humano, material, moral y estratégico considerable. Y para Occidente, que ha visto como sus estrategias solapadas de intervención no han conseguido los resultados esperados. Finalmente, también para el Sur, que necesita otro entorno más pacífico para superar sus viejas y nuevas dependencias.

La sensación general es que la guerra está fuera de control. Ucrania depende de manera muy peligrosa del apoyo exterior. Eso que se llama “moral de combate” se resquebraja un poco cada día. El reclutamiento de tropas de refuerzo se antoja más difícil. El porcentaje de la población que está dispuesto a renunciar a terreno nacional para detener la guerra aumenta cada mes. Las grietas en la élite son más visibles que nunca (1).

Rusia hace tiempo que renunció a acabar con el régimen ucraniano. Ni siquiera si consigue consolidar sus ganancias territoriales (en total, casi un 20% del país), estaría en condiciones de lograr una rendición del rival que facilitaría la caída de sus dirigentes y mucho menos el alejamiento de Occidente. Por el contrario, Ucrania está hoy más insertada que nunca en el complejo político y militar de la OTAN y su pertenencia a la Unión Europa, aunque más lejana de lo que proclaman los líderes continentales, está mas cerca que al comienzo de la contienda.

En contraste, las sanciones no han hundido la economía rusa. Con su “perspicacia” habitual, el FMI ha vuelto a errar en sus previsiones. La economía rusa creció un 4% en 2023 (2), una cifra envidiable para Europa, atrapada en un nuevo ciclo de estanflación, lo que vuelve a instaurar las políticas de contención de precios y restricciones presupuestarias (3). Otra vez, las dependencias energéticas yugulan las opciones europeas. Hace medio siglo fue el boicot petrolero árabe tras la guerra del Yom Kippur; hoy es el abandono parcial de los suministros rusos. El castigo a Rusia ha sido  un boomerang para la economía europea, en unos países más que otros, ciertamente. Los dirigentes europeos no se atrevieron al boicotear la compra de gas ruso, sino a una prudente sustitución progresiva. No ha dado resultado tampoco. En algunos países, caso de España, se compra más gas ruso, debido al complejo sistema de distribución (4).

Sin embargo, aseguran algunos expertos, Rusia no va a salir indemne de esta guerra. Al cabo, las sanciones harán mella (o lo están haciendo ya, socavando las bases productivas del país). El crecimiento económico actual está dopado por el esfuerzo de guerra, que supone un 30% del presupuesto estatal (5). Hay dudas, no obstante, sobre cuánto sesgo hay en el análisis de la situación real y a largo plazo de la economía rusa. Se reconoce que la guerra ha obligado al poder a orientarse estratégicamente hacia Asia y a congelar sus relaciones con Occidente. Pero si algo hemos aprendido con la globalización es que nadie puede renunciar a medio mercado mundial. Ni siquiera la primera potencia económica mundial puede renunciar o desacoplarse.

Para Estados Unidos, el curso de la guerra es un desastre estratégico, aunque disponga de medios para controlar los daños. Tras el fracaso inicial de Rusia, confiaba en repetir el triunfo cosechado contra su rival en la primera ‘guerra fría’. En cada episodio desfavorable de la guerra para Rusia (repliegue de las fuerzas invasoras, estancamiento del frente en el Donbas, debilitamiento de la flota del Mar Negro, aislamiento de tropas en las bolsas del sur  e incluso la rebelión de opereta de Prigozhin), se ha querido ver un paso hacia un posible fin del régimen de Putin.

Rusia y China, con sus contradicciones sin resolver, están más cerca que nunca. Se sospecha, por no decir que se tiene la certeza, de que los chinos favorecen el aprovisionamiento de material militar a Moscú. Irán o Corea del Norte, que son la encarnación del ‘mal’ para los propagandistas americanos proveen a Rusia de drones y munición artillera. Turquía, aliado formal de la OTAN, es una pieza clave en el sistema de evasión de las sanciones occidentales. También otros aliados naturales de Washington en Oriente Medio y Asia, como Emiratos, Singapur, etc.

¿DESACOPLE AMERICANO?

En Estados Unidos, principal donante de armas a Ucrania, el mecanismo se ha atascado por la negativa de una facción de la oposición republicana en la Cámara baja a desbloquear otros 60 mil millones de dólares de ayuda militar. No se trata de una treta coyuntural de presión sobre la Casa Blanca. La crisis parece ser sólo un anticipo de lo que se prepara. Esos republicanos díscolos son seguidores de Trump, que se perfila como candidato presidencial favorito en noviembre, con un programa claro y contundente sobre Ucrania: “acabar la guerra en una reunión con Putin”. Lógicamente, para satisfacción de las demandas rusas.

Ese escenario de pesadilla ha disparado las alarmas en Europa, sazonado con otras declaraciones extravagantes del expresidente que vuelve a poner en duda la continuidad efectiva de la OTAN. El establishment no le dejó ‘castigar’ a sus ‘rácanos’ y/o ‘morosos’ aliados europeos, pero asegura que no volverá a permitir esa negligencia.

De este lado del Atlántico parecen tomarse en serio las amenazas. O al menos eso indican las ‘calenturas’ que se han producido en las últimas semanas. El llamado ‘pilar europeo’ de la Alianza Atlántica no es el de hace tres, cuatro o cinco décadas. Es más activo o más belicoso por el Este que por el Oeste. Las vetas orientales son más atlantistas, por así decirlo. Los polacos y los bálticos, países de frontera con Rusia y ‘víctimas del expansionismo histórico ruso’ presionan a favor de un mayor gasto militar, presentado como ‘inversión existencial en Defensa’.

Desde el núcleo central europeo, las respuestas son más templadas, pero no refractarias. Al cabo, el complejo industrial-militar alimenta el debate y las presiones en favor de un mayor esfuerzo  presupuestario no dejarán de aumentar. Alemania y Francia son clave.

En la política germana no hay unanimidad, ni en la coalición tripartita gobernante, ni siquiera en el principal de sus componentes, el Partido Socialdemócrata. El ministro de Defensa, Boris Pistorius, se ha tomado muy en serio el zeitewende (cambio histórico) que el canciller proclamó unos días después de la invasión rusa. El gobierno anunció un programa de rearme por valor de 100.000 millones de euros. Dos años después, se ha ejecutado una ínfima parte. Scholz sustituyó a su primera titular de Defensa por Pistorius, pero cuando éste ha querido pisar el acelerador de la maquinaria militar se ha encontrado con resistencias, incluso en la Cancillería (6). La situación económica no está para alegrías. Alemania está en el furgón de cola de las economías europeas. La transición energética está resultando lenta y fatigosa. Las elecciones se acercan. El SPD está hundido en las encuestas, incluso por debajo de los xenófobos de la AfD, que, contrariamente a otros afines en Europa, no están entusiasmados, sino al contrario, por esta nueva guerra fría.

En Francia, las perspectivas electorales son también inciertas. Macron tiene que lidiar con guerras sociales internas (campesinos, clases medias descontentas, trabajadores revueltos) y un creciente aislamiento político (presión de la derecha conservadora, grietas en su entramado centrista, euforia de la ultraderecha). El giro a la derecha en el interior viene acompañado de un endurecimiento de la retórica en el ámbito exterior. Macron ha vuelto a soliviantar a los aliados al decir que “no está descartado el envío de soldados a Ucrania”, aun reconociendo que “no había consenso”. Se quedó cortó en su matización. Más bien hay consenso en descartar esa eventualidad, y así se apresuraron a recordárselo muchos aliados europeos.

En realidad, y como ha ocurrido en otras declaraciones suyas anteriores, el presidente francés navega entre la realidad y la provocación. Si somos rigurosos, ya hay soldados occidentales en Ucrania. Lo que ocurre es que no forman parte de expediciones oficiales o abiertas. Algún analista lo ha recordado estos días (7). Pero lo verdaderamente relevante es la presencia de guerreros ocultos, de fuerzas de inteligencia occidentales que juegan un papel de primer orden tanto en las operaciones defensivas como ofensivas de Ucrania desde las fases iniciales de la guerra. Un trabajo de investigación del NEW YORK TIMES arroja datos muy detallados de la extensión e intensidad de esta implicación (8).

¿UNA DEFENSA AUTÓNOMA EUROPEA?

Ante las perspectiva de un triunfo (o no derrota) de Putin en Ucrania y el regreso de Trump a la Casa Blanca, Europa reavive sus viejos dilemas sobre una Defensa autónoma (9). En las últimas semanas se han escuchado voces augurando una agresión rusa contra miembros de la OTAN en un plazo de entre tres y cinco años, más o menos. Ese también fue un tópico nunca cumplido de la anterior guerra fría. El relato fue típico del mecanismo de profecía autocumplida. Si la URSS no traspasó el telón de acero fue el reforzamiento militar de Occidente, el paraguas nuclear americano.

En estos momentos, el asunto de la supuesta amenaza rusa y una Defensa común de Europa da para más que una referencia en este comentario. Pero valga con decir que estamos lejos de eso: tanto por razones estructurales, técnicas y materiales, como políticas. Si los dirigentes se calientan la boca con declaraciones altisonantes es en parte en compensación por debilidades intrínsecas del proyecto. La necesidad es discutible, la oportunidad es debatible, pero la viabilidad, al menos a corto plazo, es escasa (10).

La actual ‘guerra fría’, como la anterior, será rica en previsiones catastróficas, en tensiones y contradicciones políticas, en acontecimientos imprevistos y, sobre todo, en enriquecimientos de sectores industriales concretos. No deberíamos olvidarlo.

 

 NOTAS

(1) “Ucraine: après deux ans de conflit, l’unité du pays épprouvée”. LE MONDE, 24 febrero.

(2) “Russia’s booming economy”. THE ECONOMIST, 27 febrero.

(3) “A travers l’Europe, le grand retour des restrictions budgétaires”. LE MONDE, 20 febrero.

(4) “El gas sigue dibujando mapas”. ENRIC JULIANA. LA VANGUARDIA, 27 febrero.

(5) “Putin’s unsustainable spending spree. How the war in Ukraine will overheat the Russian economy“. ALEXANDRA PROKOPENKO. FOREIGN AFFAIRS, 8 enero.

(6) “How Pistorius is transforming the German armed forces”. THE ECONOMIST, 21 febrero.

(7) “Foreign troops in Ukraine? They’re already there. ISHAAN THAROOR. WASHINGTON POST, 28 febrero.

(8) “The Spy War. How the CIA secretly helps Ukraine fight Putin”. NEW YORK TIMES, 25 febrero

(9) “Putin, Trump, production capacity: the defence challenges facing Europe”. LILY BAYER. THE GUARDIAN, 26 febrero.

(10) “Why Europe can’t get its military act together. The continent faces multiples obstacles on the way to military autonomy”. STEPHEN M. WALT. FOREIGN POLICY, 21 febrero.

 

FALSAS DEMOCRACIAS EN EL INDO-PACÍFICO

21 de febrero de 2024

En estos dos primeros meses del año se han celebrado elecciones generales (presidenciales y/o legislativas) en tres países del Indo-Pacífico, la zona hacia la que se desplaza el centro de gravedad del equilibrio mundial, según los expertos: Bangladesh, Pakistán e Indonesia. Juntos suman cerca de 700 millones de habitantes, casi un 9% de la población mundial, y reúnen el mayor número de musulmanes del mundo.

El sesgo autoritario allí es tan grande que las citas electores son simples ceremonias de legitimación del poder, más hacia fuera que hacia dentro del país. Igual ocurre en Filipinas, Malasia, Tailandia, etc. Democracias dinásticas, tuteladas o ambas a la vez. Falsas democracias.

BANGLADESH: ¿UN PARTIDO-ESTADO?

En Bangladesh, la Liga Awani ganó en enero tres de cada cuatro escaños del Parlamento, un porcentaje ligeramente inferior al obtenido en las elecciones de 2018, pero sin que ello supusiera merma alguna de su abrumador poder. La primera ministra del país es la jeque Hasina Wajed, hija del padre de la independencia, el jeque Mujibur Rahmanº (1).

La abstención, cifrada en un 60%, explica mejor el resultado electoral. Los principales partidos de la oposición boicotearon las elecciones en protesta por la falta de transparencia del proceso y, sobre todo, por los atentados a las libertades básicas. Algunos de los dirigentes opositores purgan penas de cárcel por motivos injustificables. Las denuncias por detenciones sin juicio y ejecuciones extrajudiciales son frecuentes (2).

Hasina dice mantener la línea progresista de su padre, pero la evolución de su régimen indica lo contrario. La Liga Awami ha mantenido una alternancia de poder con los nacionalistas conservadores. Pero últimamente sus enemigo más temidos han sido los radicales islamistas. En ese combate, Hasina ha contado con el apoyo de la India. El actual gobierno de Narendra Modi era más afín a los nacionalistas, pero el pragmatismo ha impuesto una colaboración estrecha. Las derivas autoritarias en ambos países han favorecido esta convergencia.

PAKISTÁN: UNA DICTADURA ENCUBIERTA            .

En Pakistán, las elecciones han sido aún más polémicas y tormentosas. El Ejército es el auténtico -por no decir único- agente político efectivo (3). Los partidos ejercen el poder desde que los militares se lo cedieron formalmente en 1998. Sólo nominalmente. El dominio castrense sobre las instituciones del Estado sigue inalterado. El golpe de Estado reactivo ha sido por reemplazado por actuaciones preventivas que determinan o condicionan fuertemente el resultado electoral. Se desacredita a quienes se salen o amenazan con salirse del guion militar.

Ha vuelto a pasar este año. El Movimiento populista de Isham Khan (un excampeón de cricket, el deporte nacional) era hasta hace sólo dos años el partido de gobierno, tras haber ganado las elecciones de 2018. Pero fue acusado esquinadamente de una serie de delitos, condenado y encarcelado en 2022. Irónicamente, Khan había sido el candidato preferido de los militares, sin cuyo favor difícilmente hubiera conseguido alzarse con la victoria. Creyó que con su popularidad podría orillar a sus antiguos protectores. Craso error. Los militares movieron los hilos de la justicia y el partido de Khan fue impedido de concurrir a las urnas (4).

El jugador de cricket no se rindió. Desde la cárcel denunció el tutelaje militar (que antes había aceptado de mejor o peor gusto) y promovió candidaturas afines a su partido con la etiqueta de “independientes”. El desafío ha sido exitoso pero insuficiente. Los “independientes” lograron un centenar de escaños, que no bastaban para formar una mayoría de gobierno (5). Los dos partidos que se han ido alternando en el poder en las últimas décadas, la Liga Musulmana (comandada por los Hermanos Sharif, conservadores) y el Partido Popular (estructura política de la familia Bhutto, de un confuso y discutible centro izquierda) se apresuraron a ponerse de acuerdo para formar una coalición de gobierno. Entre ambos suman más de 130 diputados (6).

El cinismo de la política pakistaní es más que notable. Los dos partidos que ahora unen sus fuerzas han sido enemigos cerrados con un destino compartido: ambos han sido maltratados por los militares, que han encarcelado y obligado a exilarse a sus dirigentes en varias ocasiones. De hecho, el fundador de la dinastía Bhutto (Zulfikar Alí) fue derrocado tras un golpe militar en 1971, acusado y condenado en 1974 por el supuesto asesinato de un oponente político y finalmente ejecutado en 1979. Su hija Benazir fue dos veces primera ministra, depuesta, exilada y asesinada por un supuesto extremista islámico en 2007, cuando regresaba a su país. Los Sharif potentados empresarios, han tenido un destino menos trágico, pero han vivido entre el favor y la desgracia. La corrupción ha sido el sustento jurídico de sus caídas, con no poco fundamento. Pero ha sido usada como arma arrojadiza cuando convenía a los cuarteles.

Nawaz Sharif ha preferido apartarse ahora de la primera línea y reponer como primer ministro a su hermano Shehbaz, que ocupaba el cargo tras la caída de Khan. El jefe del clan se marchó al exilio en Arabia Saudí y sólo cuando negoció satisfactoriamente la anulación de las penas regresó a Pakistán para controlar el proceso político tras la parcial liquidación de Imran Khan. El pacto poselectoral también tiene premio para la familia Bhutto. Aunque el líder formal del PPP es Bilawal, hijo de Benazir, quien realmente mueve los hilos es su padre viudo, Asif Ali Zardari, que también ha purgado penas por corrupción, de la que hay pocas dudas. Zardari será el nuevo Presidente, un cargo más ceremonial, pero no exento de poder para mantener sus privilegios.

El panorama que se le presenta a las dos dinastías ahora coaligadas es aterrador. Antes de 2026, Pakistán tendrá que pagar 78 mil millones de dólares, como servicio de la deuda externa, una de las más altas del mundo. Eso supone casi una cuarta parte de su PIB (340 mil millones). Las negociaciones con el FMI son a cara de perro, pero el margen de maniobra es casi nulo (7). El deterioro económico ha sido imparable en las últimas décadas. A comienzos de siglo la economía pakistaní era cinco veces menor que la su rival, la India; hoy es una décima parte (8). Ni los militares ni las élites políticas han sido capaces de reconducir las crisis sucesivas. Pakistán es un barco a la deriva, en permanente estado de guerra con la India. Ambos enemigos cuentan con arsenales nucleares, lo que añade un factor enorme de peligrosidad a sus recurrentes disputas.

Pakistán ha sido actor principal en la prolongada guerra de Afganistán, como aliado y rival de Estados Unidos, sucesiva o alternativamente. En Washington nunca sabían si los militares pakistaníes les ayudaban o les boicoteaban. Bin Laden fue liquidado por un comando americano cuando se escondía en Abbottabad, una ciudad en la que viven muchos oficiales, pero la poderosa inteligencia militar siempre negó conocer su paradero. Tras la retirada de Afganistán, las relaciones entre Pakistán y Estados Unidos han perdido peso. En Washington es prioritaria ahora la ‘carta india’. Pero los tradicionales lazos económicos y militares entre Pakistán y China obliga a los norteamericanos a no descuidar a ese socio tan escurridizo como caótico.

INDONESIA: DUPLA DE ANTIGUOS RIVALES

En Indonesia, las cosas no pintan mejor. En las elecciones presidenciales, el vencedor ha sido Prabowo Subianto un militar autoritario que jugó un papel represivo destacado durante la dictadura militar de su suegro, el General Suharto, que dirigió el país en el último tercio del pasado siglo, entre atroces violaciones de los derechos humanos (9).

Si los pactos en Pakistán carecen de cualquier ética política, en Indonesia ocurre tres cuartos de lo mismo. O peor.  Hace cinco años, el actual Presidente, Joko Widowo (conocido como Jokowi), abandono el pálido progresismo del Partido de la Lucha democrática, fundado por Megawati, la hija de Sukarno, y se apuntó a la corriente populista en boga. Con este giro táctico consiguió derrotar a los nacionalistas conservadores de GERINDRA (Movimiento de la Gran Indonesia), que habían acudido a Prabowo como figura de ‘hombre fuerte’ para alzarse con el poder. Widowo, se consolidó en el poder con una política populista de grandes proyectos de infraestructuras, financiados en parte por China, mano dura contra el crimen y el islamismo radical y una ambiguo equilibrio en las relaciones con Washington y Pekín

Cuando se sintió fuerte, Widowo integró a Prabowo en su gobierno nada menos que como Ministro de Defensa. Sukarno se habría removido en su tumba.  Ahí no quedó la cosa. Jokowi quiso formar su propia dinastía, pero su hijo Gibran era aún demasiado joven para heredar su puesto. Incluso tuvo que retorcer la ley (con la complicidad de un juez cuñado suyo) para que fuera candidato... pero no de su partido, del que se apartó definitivamente, sino como segundo de Prabowo (10).

El éxito estaba garantizado. La dupla de antiguos rivales ha ganado con amplitud las presidenciales. Pero en las legislativas el resultado ha sido más discutido. Según los datos provisionales, el exgeneral no contará, con un Parlamento alineado. En todo caso, en un país tan corrompido e institucionalmente frágil, la cohabitación podría ser más fluida de lo esperable (11). El director del programa Asia-Pacífico en la reputada Chathan House londinense anticipa cambios, pero confía en que el pragmatismo de Prabowo limitará sus instintos autoritarios (12).

Este wishful thinking de los analistas occidentales cuando evalúan los regímenes autoritarios con disfraz democrático es muy recurrente y responde a la lógica persistente desde la guerra fría. Al cabo, lo que determina su bendición no es la calidad democrática de los sistemas políticos sino su disposición para defender o actuar conforme a los intereses occidentales. Y en estos tiempos de hoy, estar en el “lado bueno” de la historia equivale, fundamentalmente, a tomar partido por Occidente en la disputa estratégica con China.

 

NOTAS

(1) https://www.cidob.org/biografias_lideres_politicos/asia/bangladesh/hasina_wajed

(2) “Bangladesh is now in effect a one-party state”. THE ECONOMIST, 8 de enero.

(3) “The Military is still pulling the strings in Pakistan’s election”. MUNEEB YOUSUF & MOHAMAD USMAN BHATTI. FOREIGN POLICY, 5 de febrero.

(4) “Pakistan’s real test begin after elections”. AL JAZEERA, 8 de febrero.

(5) “The rise and fall, and rise again of Imran Khan”. THE NEW YORK TIMES, 11 de febrero.

(6) “Imran Khan’s opponents reach deal to shut his allies out of government”. THE NEW YORK TIMES, 14 de febrero.

(7) “Pakistan can’t stop the cycle of discontent”. HUSAIN HAQQANI. FOREIGN AFFAIRS, 16 de febrero.

(8) “Pakistan is out of friends and out of money”. THE ECONOMIST, 14 de febrero.

(9) “Indonesia’s election winner has a dark past and a cute image”. JOSEPH RACHMAN. FOREIGN POLICY, 14 de febrero.

(10 ) “Indonesia’s election reveals its democratic challenges”. THOMAS PEPINSKY. BROOKINGS, 12 de enero.

(11 ) “La démocratie indonésienne résistera-t-elle à la presidence de Prabowo Subianto?” COURRIER INTERNATIONAL, 16 de febrero; “The world’s third-biggest democracy could be sliding backwards”. ISHAAN THAROOR. THE WASHINGTON POST, 14 de febrero.

(12) https://www.chathamhouse.org/2024/02/continuity-prabowo-means-change-indonesia ;
 “Indonesia’s democracy is stronger that a strongman”.
BEN BLAND. FOREIGN AFFAIRS, 13 de febrero.

 

EE.UU: VEJEZ Y OBSOLESCENCIA

14 de febrero de 2024

La edad de los políticos vuelve a aparecer en el centro del debate político norteamericano. Es un asunto recurrente, que no presenta solución a corto plazo. Un informe de un fiscal especial sobre posibles irregularidades cometidas por el Biden al manejar de forma inapropiada material clasificado y compartirlo con un ayudante que le escribía sus memorias se ha convertido en un ‘boomerang’ para el Presidente en ejercicio en sus aspiraciones de ganar un segundo mandato de los electores. Las conclusiones del fiscal son exculpatorias en el fondo de la cuestión. Pero al señalar como atenuante la “pobre memoria” de Biden, debilitó su posición política (1).

El intento desesperado del Presidente por demostrar que su memoria es buena y que está capacitado para la función que desempeña resultó un desastre. Más que disipar dudas -que era imposible- lo que ocurrió fue justo lo contrario: contribuyó a considerar que, después de todo, el fiscal Hur fue bastante suave en sus apreciaciones (2).

Algunos republicanos solicitaron que se abriera el debate de la inhabilitación. Los demócratas incidieron en su doble lenguaje habitual cada vez que la edad de Biden (81 años) se pone bajo los focos: apoyo público e inquietud privada. ¿Podría concluir un segundo mandato?

Comentaristas liberales se apresuraron a señalar que tampoco Trump anda sobrado de juventud: apenas tiene cuatro años menos que su contrincante (3). Y en cuanto a capacidad cognitiva... pues qué decir. Su problema quizás no sea la memoria, pero sí, desde luego, su claridad de juicio. Partidarios del presidente y algunos supuestos neutrales replican que una cosa es expresar opiniones poco consistentes con la cultura política dominante, como hace frecuentemente Trump, y otra la integridad de su discernimiento. Esta defensa es porosa. Trump no sólo es un “disidente” del “mainstream” político norteamericano. En su intento por presentarse como el “solucionador en jefe” o el “desatascador” de las disfunciones del sistema, suele ignorar las obligaciones legales nacionales o internacionales.

Su más reciente despropósito ha generado una nueva tormenta entre sus aliados europeos, algo también recurrente. Al decir en un mitin electoral que “sugeriría que Putin que hiciera lo que demonios quisiera con aquellos aliados que no paguen lo que les corresponde por su defensa”, habría cruzado una línea roja: la vulneración del artículo 5 del Tratado del Atlántico Norte, que obliga a cualquier Estado miembro a responder si uno de ellos es atacado. Algunos notables republicanos como el Senador Marco Rubio, salió en su defensa, relativa, al señalar que Trump no habla como un político al uso. Otros indicaron que no es lo mismo patinar por rompedor que perder los papeles por fragilidad biológica. Los patinazos de Trump son autoprovocados; los de Biden son involuntarios.

GERONTOCRACIA NORTEAMERICANA

El trasfondo de este debate, que la cercanía electoral agita y emborrona, es mucho más complejo. La política norteamericana es, desde hace tiempo, una gerontocracia en su cúspide. Es menos conocido aquí el caso de los legisladores que dominan (o dominaban) con mano firme el Congreso. La anterior Presidenta de la Cámara de Representante, la demócrata Nancy Pelosi, pasó ampliamente los ochenta antes de retirarse, un poco voluntariamente, un poco empujada por la última derrota de su partido. El líder de la minoría republicana en el Senado, Mitch McConnell también es octogenario y, recientemente y por dos ocasiones, se ha quedado súbitamente paralizado mientras comparecía en público, ante la alarma de los presentes. Su colega demócrata, Chuck Schumer, es sólo algo más joven (73 años), pero lleva mucho tiempo desempeñando el liderazgo de su grupo y está muy afianzado en su escaño senatorial por Nueva York. Coincidencia infeliz, el Secretario de Defensa, Lloyd Austin, protagonizó hace poco un notable revuelo en Washington al saberse que ocultó las razones médicas de una ausencia pública: luego tuvo que aclarar que padece un cáncer de vejiga, que finalmente le ha obligado a ser hospitalizado.

La edad , y justamente los agujeros de memoria, ya fueron motivo de discusión pública durante el mandato de Ronald Reagan, que confundía nombres de países e identidades de dirigentes con cierta frecuencia. En su caso, nunca quedó claro si se trataba de una forma de senilidad o de puro desconocimiento del mundo. O de ambas cosas.

Los patinazos de Biden y el Informe Hur llegan en un momento no sólo sensible de calendario electoral, sino también de graves crisis bélicas internacionales. No es fácil discernir si a los demócratas más activos les preocupa más la “poor memory” de Biden o su capacidad de juicio en particular en lo que está ocurriendo en Gaza. A medida que las barbaridades del ejército israelí se hacen cada vez más insoportable, su inicial posición de apoyo incondicional se ha ido matizando, pero sin cuestionar lo fundamental. En esto se ve arropado por sus colaboradores más cercanos que, como hacían los de Trump para mitigar sus entuertos, tratan de poner en contexto sus pronunciamientos.

Pero hay comportamientos en Biden que no pueden imputarse en modo alguno a la edad o a su consecuente frágil memoria. Y en particular, en el conflicto entre Israel y Palestina. Es bien sabida su larga trayectoria de apoyo y justificación de las acciones del estado sionista. Pero estos días, el director del Centro Árabe de Washington, Yussef Munayyer, ha recordado un episodio que resulta muy significativo para entender lo que cabe esperar de Biden ante la tragedia de Gaza. Cuenta este intelectual palestino que, con motivo de un viaje del entonces primer ministro israelí, Menahem Begin a EE.UU en 1982, los senadores norteamericanos le afearon la crudeza de los bombardeos contra las posiciones palestinas en Beirut, tras la invasión del Líbano. Incluso el Presidente Reagan, poco sospechoso de ser crítico con Israel, había dicho previamente que esas acciones estaban provocando un “holocausto” y debían concluir. Entre todas esas manifestaciones de suave incomodidad, se alzó la voz del joven senador demócrata Joseph Biden, respaldando los bombardeos “aunque provocaran la muerte de mujeres y niños” ( ).

LA ANCIANIDAD DEL SISTEMA

En realidad, el problema es mucho más grave que la idoneidad del Presidente para aspirar a mantenerse en el cargo, por razones de salud. Lo que es realmente preocupante es la incapacidad del sistema político norteamericano para regenerarse. O, para ser preciso, de renovarse en los puestos de la cúspide. Cuando surgió la figura de Obama, a mitad de la primera década de siglo, los comentaristas más conservadores (en ambos partidos) trataron de atajarlo con referencias al peligro de su inexperiencia, sobre todo en el terreno internacional. No les faltaba razón: Obama pasó al Senado desde un único mandato en el legislativo de Illinois y a la Casa Blanca tras un solo periodo legislativo en la Cámara Alta. Pero lo que realmente inquietaba era que Obama contravenía los rígidos mecanismos de escalada política.

Desde entonces, la base de las élites políticos se han rejuvenecido un tanto. En el GOP (Great Old Party), los revitalizadores han sido políticos ultraconservadores, primero bajo la estela del movimiento Tea Party (en los años 10) y ahora impulsado por la corriente Trump, en la que se confunden tradicionalistas, rompedores y simples oportunistas, pero sin un liderazgo visible que no sea el del anterior Presidente. Los jóvenes legisladores demócratas, por el contrario, han girado a la izquierda, provocando una pluralidad de posiciones políticas, como la crisis de Gaza está poniendo de manifiesto. Pero ni los pesos pesados convencionales ni esta tendencia más dinámica han sido capaces de proponer candidatos alternativos con solvencia (5). En parte por respeto reverencial al anciano líder; en parte, por los obstáculos de la maquinaria partidaria.

Una última reflexión: la rejuvenización no siempre es garantía de renovación. En EE.UU se está viendo con los comportamientos erráticos y dinamitadores de la mayoría republicana en la Cámara de Representantes o en los legislativos de muchos Estados conservadores, con asaltos permanentes al derecho de voto y de las minorías. Más que la edad de los principales líderes, el problema más grave reside en la obsolescencia del sistema.

 

NOTAS

(1) “4 takeaways form the report on Biden’s handling of classified material”. SHANE HARRIS & JOSH DAWSEY. THE WASHINGTON POST, 8 de febrero;

(2) “Special counsel’s report puts Biden’s age and memory in the spotlight”. MICHAEL SHEAR. NEW YORK TIMES, 8 de febrero.

(3) “Why the Age issue is hurting Biden more so much more than Trump”. REBECCA DAVIS O’BRIEN. NEW YORK TIMES, 10 de febrero.

(4) “Is Joe Biden uniquely indifferent to Palestinian suffering?”. YOUSEF MUNAYYER. THE NEW REPUBLIC, 8 de febrero.

(5) “Joe Biden’s chances do nor look good. The Democrats have no plan B. THE ECONOMIST, 4 de enero.

GUERRAS ESTANCADAS

 7 de febrero de 2024

Las dos guerras que consumen el debate político y económico en Occidente están estancadas, si como tal se entiende la falta de resolución satisfactoria.

En Ucrania, a punto de cumplirse los dos años de guerra, aumenta el consenso sobre la imposibilidad de que las Fuerzas Armadas del país consigan recuperar siquiera una parte del territorio ocupado ahora por Rusia (1). Sólo una minoría de analistas y/o dirigentes políticos occidentales, generalmente ex altos miembros de la OTAN o del Pentágono, hacen coro al Presidente Zelensky y su retórica de victoria (2). El liderazgo occidental no está preparado para admitir que no se han conseguido los objetivos fijados al apostar decididamente por la causa ucraniana. Y mucho menos para decirlo públicamente. Estamos en la fase de la preparación del terreno, de la búsqueda de una narrativa alternativa que permita contemporizar el fracaso, por ejemplo mediante un cambio de estrategia que privilegie la defensa (3).

UCRANIA: EL TRABAJOSO CAMBIO DE DISCURSO

En la discusión pública se entremezclan factores diferentes que reflejan posiciones políticas pero no alteran la situación militar. Se dice ahora, para explicar la frustración, que la “ayuda” (en dinero y en armas) ha sido considerable, pero no suficiente, y tardía en cualquiera de sus fases. Las resistencias políticas han sido siempre fuertes o al menos capaces de dilatar las decisiones. El esperado cansancio de las opiniones públicas y los efectos de la guerra económica contra Rusia se ha instalado ya de forma irreversible en el ánimo de la clase política.

Tampoco ha ayudado las grietas en la conducción ucraniana de la guerra. La unanimidad de los meses favorables no ha resistido la prueba de los primeros fracasos, y en particular de la famosa contraofensiva del verano pasado. Se han exagerado las debilidades rusas (caos organizativo, incoherencia operativa, errores de bulto, falta de liderazgo militar sólido, confusión en los objetivos estratégicos, etc). Se ha enrevesado la propaganda con la realidad. Esta acumulación de problemas ha terminado por crear un cisma entre el mando militar y el liderazgo político, y de forma pública, además. La disputa entre Zelensky y el comandante militar Zaluzhny ha sido el último episodio de una divergencia creciente (4). Si a eso sumamos las sucesivas denuncias de corrupción y muy especialmente las referidas al mal uso de la ayuda exterior, el panorama no favorece el mantenimiento de la confianza occidental.

En este momento, no es de extrañar que la nueva infusión de recursos externos no concite el entusiasmo que podría haberse esperado en fases previas del conflicto. Europa ha aprobado un nuevo paquete de ayuda, económica y militar, por un momento de unos 50 mill millones de euros (desbloqueado al fin por Hungría, tras un largo pulso con las instituciones comunitarias). La Casa Blanca sigue sin convencer a los republicanos para que hagan lo propio, a pesar de que ha accedido a endurecer la lucha contra la inmigración irregular en la frontera sur.

Es difícil anticipar qué impacto real van a tener estos fondos suplementarios en la marcha de la guerra, pero son muy pocos lo que esperan un giro radical de los acontecimientos. La mayoría de los analistas recomienda el fortalecimiento de las defensas o de la capacidad de disuasión de las fuerzas ucranianas, para mejorar las opciones de negociación con Rusia. Pero cada vez se acepta más como inevitable que el presidente ruso aguarda un triunfo de su “amigo” Trump en las elecciones de noviembre antes de comprometerse en una vía negociada. Si el expresidente hotelero cumple su promesa de “acabar con la guerra” en una breve conversación con Putin, debe esperarse lo peor para los intereses ucranianos. A eso se añade una evolución favorable del desempeño militar ruso y su capacidad de adaptación a las circunstancias de la guerra (5).

PSICOSIS DE GUERRA

Y lo mismo debe decirse de Europa, que habrá visto esfumarse una buena cantidad de recursos en una guerra que se ha querido presentar como “una batalla por la democracia y la legalidad internacional”, cuando en realidad se ha tratado de una mala lectura de los temores rusos (justificados o no) y una pésima gestión de los planes de ampliación de la Alianza Atlántica. 

En año de elecciones y de renovada amenaza de auge de la extrema derecha (fuerzas identitarias nacional-populistas, menos hostiles al Kremlin que los partidos del consenso liberal-centrista), en  Europa se detecta una “psicosis de guerra” (6), ante una más que probable reedición de la dupla Trump-Putin. Vuelve a evocarse la posibilidad de que una América de nuevo bajo la deriva trumpiana se salga de la Alianza u obligue a revisar algunos de sus postulados básicos: de hecho, si no de derecho. Un grupo de expertos, entre ellos una exministra española de Exteriores, ha hecho una serie de recomendaciones ante un “abandono americano de Europa” (7).

Académicos y estrategas recomiendan a los gobiernos que no sean tímidos en el incremento de los presupuestos de defensa y en una capacidad militar propia, autónoma de la OTAN. De forma paralela, se intensifican las alarmas sobre el riesgo de una nueva “agresión rusa”, sobre todo en el Báltico, donde se concentra ahora el frente más radicalmente anti-Moscú (8).

En esta elaboración del “gran miedo” se introducen otros factores de inestabilidad, como el alejamiento del Sur Global, que no ha comprado el discurso occidental sobre Ucrania. Después de la “guerra de Gaza”, esta tendencia se ha reforzado y ampliado, no sólo en el mundo árabe e islámico, sino también en África, América Latina y Asia, como ha puesto de manifiesto el caso presentado por Suráfrica ante la Corte Internacional de Justicia.

LAS PARADOJAS DE LA ANIQUILACIÓN DE GAZA

Esta línea de argumentación nos lleva al segundo conflicto “estancado”: el de Gaza. Que, en realidad, ya no es sólo el de Gaza, sino, de nuevo, el del conflicto palestino en su conjunto. Israel se ha enfangado en una operación militar indefendible, por mucho que sus poderosos protectores internacionales se estén empleando a fondo en apaciguar un estado de opinión cada vez más hostil. La destrucción de esa “cárcel a cielo abierto” y el sufrimiento de las personas es lo único asegurado. La eliminación total de Hamas, como se pretendía al menos oficialmente, no tanto. Y aunque, al final, así fuera, continúa abierta, y sangrando en abundancia, la herida del futuro de la Franja y, por extensión, de la “convivencia” israelo-palestina (9).

La administración Biden se encuentra tan atascada como su protegido israelí. Su papel como mediador neutral nunca ha sido aceptado más que por sus aliados más cercanos, como les ocurrió a sus antecesores en Washington. Ahora, ni siquiera por ellos. El mundo árabe, desgarrado y ninguneado, exige gestos convincentes, que pasan por concesiones israelíes, ahora menos probables que hace cuatro meses. Peor aún: la complicación tantas veces anunciada de la crisis de Gaza, ha metido a Estados Unidos en un nueva operación militar en la región, sin salida clara (10). A Biden le está pasando lo que a Obama: pese a sus intenciones, no se ve capaz de librarse de la trituradora que supone la gestión convencional de los problemas en la zona.

No obstante, sigue vigente la tentación, entre israelíes, norteamericanos y algunos estados europeos de la crisis actual tiene una salida militar. Que se podrá liberar a los rehenes, a casi todos, y que con el aplastamiento de Hamas, poco a poco todo volverá a la “tranquilidad”, a una suerte de “pax americana”, que, como es sabido, constituye un pudrimiento sin solución verdadera.

Hay un discurso paralelo, público, que insiste en la opción de los dos Estados, pese al rechazo continuado y explícito del actual gobierno israelí. Ni siquiera debería darse por hecho que, con otro ejecutivo (más moderado, más “centrado”), habría más posibilidades de un acuerdo. Se especula con la caída de Netanyahu, bastante improbable (11). Pero ni Benny Ganz, ni siquiera el liberal Yaïr Lapid, caso de que pudieran reeditar algo similar a la exgobernante coalición Blanco y Azul, podrían comprometerse con un pacto de contenido tan difuso. No sería suficiente con recuperar el mecano de Oslo, hacer algunos ajustes y ponerle más pisos.

Ni siquiera se sabe que nivel de aceptación podría encontrarse en el socio palestino. La Autoridad Nacional está desacreditada desde hace tiempo, en parte por sus prácticas corruptas, pero también por su servilismo hacia Israel. Y los sectores palestinos no islamistas más activos no están por la labor de “blanquear” la barbaridad de Gaza con un acuerdo de mínimos.

En todo caso, la crisis ha producido una importante paradoja.  Después de repetir por activa y por pasiva que el “terrorismo” palestino nunca podría llevar a una solución del “conflicto”, lo que estamos viendo es que lo que precisamente ha llevado a rescatar las viejas fórmulas diplomáticas ha sido precisamente la operación militar de Hamas del 7 de octubre, que para Israel, Estados Unidos y gran parte de Europa es simplemente una “operación terrorista”. Quienes sostienen que, con sus excesos y hechos condenables, se trató de una acción militar de una fuerza de resistencia frente a un poderosísimo ocupante, pueden sentir sus análisis validados.


NOTAS

(1)“Ukraine’s hopes for victory over Russia are slipping away, ISHAAN THAROOR. WASHINGTON POST, 29 enero; “How Russia stopped Ukraine’s Momentum”. STEPHEN BIDDLE. FOREIGN AFFAIRS, 29 enero.

(2)“Ukraine has a path to Victory”. ROSE GOTTEMOELLER y MICHAEL RYAN. FOREIGN POLICY, 8 enero.

(3)“How Ukraine can win through Defense”. EMMA ASHFORD y KELLY GRIECO. FOREIGN AFFAIRS, 10 de enero; “Ukraine can win a war of attrition”. DAVID WHITE. WILSON CENTER, 25 enero. “How Ukraine can regain its edge”. ANDRYI ZAGORODNYUK. FOREIGN AFFAIRS, 17 enero.

(4)“The feud between Ukraine’s President and army chief boils over”. THE ECONOMIST, 30 enero.

(5) “Russia’s Adaptation Advantage”. MICK RYAN (militar australiano retirado). FOREIGN AFFAIRS, 5 de febrero.

(6)”Inquietud por la amenaza rusa”. BEATRIZ NAVARRO (corresponsal en Bruselas). LA VANGUARDIA, 29 de enero.

(7)”Trump-proofing Europe. How the Continent can prepare for American abandonment”. ARANTXA GONZÁLEZ-LAYA et als. FOREIGN AFFAIRS, 2 de febrero.

(8) “Why are European defence leader talking about war”. DANIEL SABBAGH. THE GUARDIAN, 26 enero.

(9) “Why an end to the war in Gaza is still far off” AARON DAVID MILLER (Carnegie). FOREIGN POLICY, 24 de enero.

(10) “The ever-expanding Middle East war”. THE ECONOMIST, 24 de enero.

(11) “Is Netanyahu cornered?”. DAVID AARON MILLER. FOREIGN POLICY, 6 de febrero.