UCRANIA: DESPUÉS DE LA MASACRE




20 de Febrero de 2014
                 
Tres meses de protesta en Kiev han acabado en matanza. Era uno de los desenlaces anunciados, tras una cadena de acontecimientos lamentables en los que, si se quiere ser riguroso, no hay un solo responsable, el Presidente Yanúkovich y su sistema de poder
                
La represión brutal no debe justificarse bajo ningún concepto. Pero sería ingenuo o interesado ignorar o esquivar que determinados sectores emboscados en la protesta perseguían precisamente lo ocurrido estos días: es decir, que una exhibición de fuerza diera por concluida una fase de la crisis para debilitar internacionalmente al régimen y replantear el asalto al poder, sin demasiados escrúpulos hacia los procedimientos civilizados. De hecho, ya se han producido ataques y ocupaciones de edificios en varias ciudades del país.
                 
UN COMPROMISO FALLIDO
                 
En las horas previas al asalto de las temidas Berkut (unidades antidisturbios), se estaba discutiendo una reforma constitucional que reforzaba los poderes del Parlamento en detrimento de la autoridad presidencial. Además, se habían producido ciertas concesiones de ambas partes, y en particular del gobierno, que había ofertado una amnistía para liberar a buena parte de los detenidos, a cambio de que unos grupos de manifestantes abandonaran la alcaldía de Kiev, que llevaban semanas ocupando, como refugio del intenso frío invernal.
                 
Poco después de este compromiso, que la propia Unión Europea saludó como positivo, se produjo un vuelco que abocó a la salida violenta. El gobierno sostiene que los sectores más extremistas de la oposición habían introducido armas en la plaza Maidan, epicentro de las protestas, y empezaron a agredir a las fuerzas del orden. La ocupación de un edificio usado habitualmente por los militares, en las proximidades del Parlamento, pudo ser otro precipitante de la actuación policial. Portavoces de los manifestantes aseguran que la carga se inició sin que mediara provocación. Pero un periodista de LE MONDE cuenta que los ultraderechistas disponían de útiles de de defensa paramilitares, lo que podría indicar que esperaban (¿deseaban?) una escalada violenta. Tras las primeras embestidas policiales nocturnas, hubo intentos de diálogo entre el gobierno y la oposición, sin resultado aparente. La tregua que se ha pactado después de que corriera la sangre se antoja frágil y efímera.
                 
Esta deriva de la crisis ucraniana hace más difícil, si no lo era ya, un compromiso político. La radicalización favorece a los sectores más intolerantes de ambos bandos. El régimen reforzará sus tesis de que se preparaba un golpe extremista, con el apoyo -voluntario o no, pero en todo caso irresponsable-  de los gobiernos occidentales. La oposición más radical, de orientación ultraderechista y antisemita, apuesta por un reforzamiento de las sanciones europeas y norteamericanas y podría preparar una campaña de desestabilización sin contemplaciones.
                 
El resultado de esta estrategia de la tensión dependerá, por un lado, de la firmeza con la que Moscú respalde a Yanúkovich.  De momento, empieza a fluir la primera entrega de los 15 mil millones de dólares en créditos. Más influencia tendrá en los acontecimientos el sentido en que circulen las apuestas de los llamados oligarcas, es decir, los poderosos magnates de la industria y los servicios. Hasta hace pocos meses,  respaldaban casi unánimemente al Presidente, pero en las últimas semanas han ido rebajando y condicionando su apoyo.
                 
UNA OPOSICIÓN DE DUDOSA SOLVENCIA
                
 La tragedia de Ucrania es que a un régimen corrompido por los intereses y un autoritarismo trasnochado no se le enfrenta una oposición sólida, inteligente y equilibrada, sino un ramillete de partidos liderados por dirigentes ambiciosos, mediocres o extremistas.
                 
El líder más popular es el antiguo boxeador Vitali Klitschko, residente largos años en Alemania (habla perfectamente alemán), cuyo partido (denominado UDAR, siglas en ucraniano de PUNCH, la bolsa de entrenamiento de los boxeadores) obtuvo un 14% de los votos en las elecciones legislativas. Su programa es exiguo, centrado casi exclusivamente en el combate contra la corrupción, sin entrar en detalles. Ha hecho del acuerdo con la UE su bandera, aunque los diplomáticos europeos reconocen en privado que carece de capacidad para dirigir el país, y menos en estas circunstancias.
                
 La otra fuerza emergente es SVOBODA, Libertad en eslavo. Una denominación engañosa para una formación claramente xenófoba y ultranacionalista. Obtuvo 10% en las elecciones legislativas. Su líder, Oleh Tyahnybok, emplea un lenguaje antisemita apenas disimulado y gusta de inflamadas proclamas nacionalistas que resultan ofensivas para la mitad oriental del país, que es rusoparlante y tan ucraniana como la occidental.
                 
Finalmente, la formación más experimentada es la congregada en la plataforma PATRIA, cuya líder, Iulia Timoshenko cumple pena de cárcel por corrupción. Esta antigua primera ministra no es una heroína de la libertad o la transparencia, aunque los dirigentes de la UE hayan promovido activamente su liberación. Con independencia de las irregularidades que se observaron durante el proceso judicial, Timoshenko arrastra unas credenciales poco envidiables. En su ausencia, dirige el partido Arseni Yatsenyuk, ex de casi todo lo importante: ministerio de exteriores y de economía y presidencia del Parlamento. Algunos comentaristas occidentales creen que podría intentar  forjar una plataforma unitaria de la oposición. Empeño en absoluto garantizado, ya que, si el régimen cayera, la siguiente batalla, ya en ciernes, enfrentaría a unos grupúsculos de la oposición contra otros.
                
 La protesta ucraniana más digna no debería buscarse entre los partidos, y menos entre las falanges violentas de la ultraderecha, sino en sectores cívicos bienintencionados, pero escasamente articulados: estudiantes que creen en el compromiso europeo como si se tratara de un salvavidas, periodistas defensores de la transparencia, activistas de derechos humanos idealistas o seducidos por la mística de las recientes revoluciones ciudadanas, etc.
                 
Las sanciones que ya prepara la UE constituyen la clásica respuesta a este tipo de crisis, complejas en su gestación y difíciles en su tratamiento. Como suele ser habitual, podría perjudicar más a la población que sufre el mal gobierno que a los responsables de las desgracias. Si la oposición más radical interpreta el castigo como una señal de apoyo a su lucha sin cuartel, la iniciativa podría engrasar la catástrofe.
                 
Defender la libertad y los derechos humanos es una obligación de la Europa democrática. Pero convendría no posicionarse a favor de opciones de dudosa credibilidad democrática. Sería un error que sólo contribuirá a profundizar y agravar el conflicto.