SOLAMENTE CRISTINA

20 de octubre de 2011

Sólo cuenta ella. Salvo sorpresa mayúscula y altamente improbable, Cristina Fernández obtendrá este domingo la reelección en primera vuelta como Presidenta de la República Argentina.
Los sondeos le predicen un triunfo que rondaría el 55% de los votos, diez puntos más de los que necesita para no competir en una segunda vuelta. Podría incluso conseguir la reelección con el 40%, si aventajase en diez puntos al segundo clasificado. Pero esta segunda se antoja más lejana. Todo apunta a una 'barrida' sin precedentes en la reciente historia política argentina.
Cristina Fernández se encuentra en esta situación de privilegio político -ahora insólita en Europa, aunque menos extraña en América Latina-, por méritos propios y por deméritos ajenos. Comencemos por lo primero.
ASPIRANTE, ESPOSA, PRESIDENTA, VIUDA, LÍDER
La presidenta argentina no es una mujer simpática. No lo es, desde luego, para sus adversarios, que han llegado a odiarla secreta y hasta públicamente, antes incluso de alcanzar el puesto máximo, cuando todavía era esposa...del Presidente, de Néstor Kirchner. Antes ya, incluso, en su etapa de Gobernadora de la decisiva Provincia de Buenos Aires.
Para desacreditar o neutralizar a Cristina, se dispararon todos los registros. Los que resaltaban su autoritarismo, su arrogancia, su escaso respeto por la separación de poderes, incluso su maquiavelismo, su sed inagotable de poder... Incluso sus maneras. "Es iracunda", me dijo el fallecido presidente Alfonsín, con quien nunca llegó a empatizar lo más mínimo.
Otras descalificaciones se centraban en su fragilidad real, su ausencia de proyecto de verdadero, su demagogia, su condición de puro producto propagandístico. "No se crean eso de que ha participado en todas las decisiones fundamentales", me decía Roberto Lavagna el primer ministro de Economía de su marido, Nestor Kirchner, y luego rival en las presidenciales de 2007. "Cristina cree que sabe... y no sabe casi nada", me aseguraba el mordaz periodista Jorge Lanata, en vísperas de su imperial triunfo de hace cuatro años.
A Cristina no le ha ayudado mucho su carácter, ni antes de llegar al poder, ni, por supuesto, después, ya investida de toda la autoridad. Cuando pasó por Madrid, en el verano de 2007, se permitió el lujo de bromear acerca de sus maneras bruscas. "Tengo que aprender a no mover el dedito con gesto admonitorio", dijo.
El desgaste, los errores, los pecados de soberbia hicieron retroceder el proyecto kirchnerista en 2009. La pareja perdió la mayoría en el legislativo y, por unos meses, sus rivales se frotaron las manos ante la perspectiva de un derrumbamiento, de una catástrofe.
Y ocurrió una 'catastrofe', sí, pero no ésa, no la que se esperaba, sino otra: la muerte repentina de él, de Néstor Kirchner. Hace ahora un año. Muchos pronosticaron que Cristina se derrumbaría, porque sus adversarios políticos se empeñaban en afirmar que, en realidad, no era ella la que gobernaba, sino él. Erigido en jefe indiscutible de facción, Néstor había sabido sujetar el edificio de una inclasificable izquierda peronista y aguantar el vendaval de la temida decadencia.
Como viuda, Cristina creció. Aunque se le atribuyeron problemas mentales, e incluso una deriva cierta hacia la incapacidad política en la soledad política de la Casa Rosada, la presidenta de negro ha renacido este último año. A pesar de que no han faltado reveses y escándalos (uno de los más sonados, el fraude en casa de sus amigas, las Madres de la Plaza de Mayo), fracasos y previsiones poco halagüeñas acerca de la sostenibilidad de los factores sobre los que se ha levantado la fortaleza de su proyecto, Cristina llega a estas elecciones sin rival. Acredita un crecimiento económico superior al 8% en el último trimestre, un descenso del paro a niveles no conocidos en dos décadas (7%), una mejora indiscutible de indicadores populares muy sensibles, un avance educativo reconocido internacionalmente, un salto tecnológico y la atención indisputada de las llamadas 'urgencias sociales'.
Parece importar poco, a estas alturas, el nunca resuelto dilema de la manipulación de las estadísticas, el ocultamiento o la manipulación de las cifras oficiales de inflación, que el gobierno sitúa por debajo de la mitad de ese 25% real que airean la mayoría de los economistas, casi todos ellos adversarios declarados de la señora. La mayoría de los medios de comunicación privados, punta de lanza de la oposición anti-kirchnerista, rumian desolados su derrota, después de cuatro años de pulso inclemente.
CASI NADIE ENFRENTE
Argentina ofrece buenos ejemplos de oposiciones achicharradas y oficialismos enaltecidos. Es una característica sorprendente de cierto peronismo, quizás la franquicia política contemporánea con mayor capacidad de reinventarse a sí misma. Una anécdota del fundador de la dinastía ilustra bien este fenómeno. Le preguntó en cierta ocasión un periodista al general, todavía exiliado y a la espera en su chalé madrileño de Somosaguas, que pensaba hacer para regresar al poder. "Nada -contestó Perón-. Lo harán todo mis adversarios".
Cristina podría decir algo similar. No le ha hecho falta acumular aciertos y logros -que también puede acreditarlos-, después del aviso de debacle política -la derrota legislativa de 2009- y del mazazo personal de 2010 -la PÉRDIDA, así con mayúsculas, del marido, compañero y "visionario". Se ha limitado a facilitar los errores de sus oponentes. La oposición se ha entregado a una batalla cainita por conseguir el dudoso puesto de 'outsider'.
El radicalismo, ahora liderado por un confuso Alfonsín (Ricardo, hijo del respetado Presidente), parece sumido en un marasmo sin retorno. La mercurial Elisa Carrió, látigo de los Kirchner con sus denuncias sobre la corrupción del entorno matrimonial, se ha diluido en la irrelevancia. Los rivales de la pareja en el peronismo parecen entregados a una rivalidad sin alcance. Duhalde sigue masticando su estéril rencor. El local y reducido caudillaje de Rodríguez Saa en la esquinada y diminuta provincia de San Luis es pura presencia testimonial.
El único que parece salvarse del naufragio es Hermes Binner, el líder del minúsculo Partido Socialista. Desde su feudo en Santa Fe, provincia próspera del interior, proyecta un prestigio más bien personal, patricio, elegante. Pero, me comentaba estos días un periodista de CLARIN, "no logra consolidar una propuesta política que se diferencia de este gobierno, no tiene un discurso diferenciador, no tiene propuesta alternativa, se deshace en críticas poco sólidas, tampoco seduce, su modelo político es muy similar al del gobierno". En todo caso será segundo, un distante segundo: un improbable líder de una oposición desaparecida.
La previsión más razonable es que las resistencias a Cristina no procedan de las bancadas políticas, ni siquiera de los titulares de prensa, sino del ciclo económico adverso que ya se teme. Si las tasas de crecimiento menguan, los márgenes de generosidad social se estrecharán y el peronismo se podría convertir de nuevo en rana, siquiera por un tiempo. Emergerán de nuevo los intereses corporativos (agrarios, financieros), que plantaron cara a los Kirchner a mitad de la década pasada, con poco éxito. Habrá que ver entonces si Cristina es capaz de hacer honor a esa apelativo de 'Lady Teflón' con que la bautizó un comentarista. De momento, sólo ella brilla con luz propia en la equivoca constelación política argentina.

ESTADOS UNIDOS Y FRANCIA: ESPEJOS Y ESPEJISMOS ELECTORALES

13 de octubre de 2011

Se aproxima un año -o, si se quiere, un curso- cargado de citas electorales en dos países marcadamente influyentes, Estados Unidos y Francia, los que habitualmente marcan tendencia, al menos en España, incursa a su vez en el mismo proceso político.
Los dirigentes que defienden sus puestos se afanan por buscar un mensaje salvador con el que compensar la falta de un programa ganador. Si por programa se entiende un compromiso firme, realizable; y por ganador, un respaldo sólido, inequívoco del electorado. Por su parte, los aspirantes intentan hacer creer que disponen de la clave para superar la catástrofe actual, aunque en privado admiten que sus posibilidades se deben más al desgaste de sus rivales que a la viabilidad de sus propuestas.
OBAMA, ENTRE LA HISTORIA Y EL ABISMO
En Estados Unidos, el incumbent, el titular del puesto presidencial, Barak Obama, batalla por recuperar el pulso que tanta esperanza (demasiado ingenuamente) despertó en 2008. Los presidentes norteamericanos se toman su reelección por una cuestión de orgullo personal, de acreditación política. No ser reelegido equivale a fracasar sin matices.
Obama afronta ahora una reelección que la crisis y sus propias vacilaciones han complicado más de lo que muchos se imaginaban cuando se sentó en el despacho Oval. La gran esperanza de renovación de América ha quedado convertida en un mal menor, en un relato convencional y conocido. Su base social le exige más compromiso, otra política, otras políticas. La derecha lo presiona, lo arrincona, lo obliga a rectificar, lo pone contra la pared de la crisis, del desempleo, del tramposo discurso de los 'values' (valores, principios... pamplinas).
Un año tiene Obama para recuperar el encanto perdido. Un año para recomponer su agenda, liquidar responsable pero firmemente guerras inútiles y carísimas y ocuparse de lo que necesita la mayoría social: puestos de trabajo, un sistema sostenible de salud y bienestar social, una solución justa y fiable de la emigración.
El movimiento indignado que 'ocupa' Wall Street ha sido visto como un 'tea party' al revés. No está claro. Como resaltan Naomi Klein y Katrina Van den Heuvel en THE NATION, no se encuentran fácilmente pancartas en favor del presidente en esas concentraciones cívicas de protesta contra el sistema. Aunque Obama no renuncie a seducir a esos desencantados, la maquinaría demócrata teme que la clase media se espante de su aparente 'radicalismo'.
Tiene Obama a su favor el desconcierto republicano. Más allá del lamentable cacareo del 'tea party', la derecha estadounidense sólo parece capaz de destruir. Destruye sus bases más sólidas para entregarse a experimentos ficticios, liquida candidatos o pseudo candidatos, ignora deliberadamente soluciones reales. Las escaramuzas han dejado en el camino, o dañado seriamente, a hombres de paja (Pawlenty) o de plomo (Perry), a mujeres de látex (Bachman, Pallin). Ahora el 'front runner', el favorito del momento, es el ex-gobernador de Massachussets, Mitt Romney, demasiado conservador para ser del nordeste, demasiado liberal para los dueños del santo grial republicano.
Pero surge una figura que puede equilibrar el debate, un 'Obama de derechas', con pedigrí de 'self made man'... ¡Sureño y negro! Un afroamericano de derechas. Si no resultó suficiente la primicia de un negro candidato en 2008, ahora serían dos los descendientes de esclavos luchando por el poder máximo. Se llama Herman Cáin. Familia humilde, empresario exitoso, mano dura en los negocios (reflotamiento de un pizzería), pico de oro en las tertulias, buen manejo de los medios... Y, last but no least, resonancias islamófobas. Un contrapeso perfecto para el elocuente Obama. Un duelo con morbo. Dos 'gladiadores' para el circo ya incuestionable de las elecciones norteamericanas.
http://www.guardian.co.uk/world/2011/oct/08/herman-cain-pizza-boss-whitehouse
FRANCIA: UTILIDAD DE LA MEDIOCRIDAD
En Francia, los socialistas se encuentran en pleno fragor primario para decidir el mejor rival de Sarkozy. Es de esperar que acierten, pero no pocos pensamos que el mejor rival del actual presidente es él mismo... La crisis económica y financiera ha desnudado las carencias de este político demasiado acorde con los tiempos. Atrapado entre la ambición de romper con el pasado y la tentación de seguir utilizando los mismos resortes de siempre, Sarkozy sólo habrá dejado el legado de una gestión con aroma autoritario y escasa originalidad, un dudoso glamour. Y las mismas sospechas de siempre sobre la honestidad de la práctica política.
Los socialistas elegirán entre dos figuras que en otro tiempo serían menores, pero hoy se presentan como destacables. Buenos ministrables, quizás jefes de gobierno, pero, por mor 'de lo que hay', aspirantes al Eliseo. François Hollande parece mejor colocado que Martine Aubrey. Al primero se le sitúa más a la derecha que a la segunda. Pero el desconcierto de la izquierda francesa (de toda la izquierda europea) convierte esas referencias en palabrería. Cada uno destaca de su curriculum lo que le falta a su rival. Hollande controla más el aparato político, pero carece de experiencia gubernamental. Aubrey aventa su imagen de 'ministra de las 35 horas', frente a su contestado liderazgo partidario.
Los dos cabalgan sobre el fracaso de su antecesora socialista, la malograda Segoléne Royal, perdida en un discurso sin mensaje, en la confusión sublimada del socialismo francés. Ahora, la candidata derrotada en 2006, dice apoyar a su ex-marido, Hollande, del que se separó en plena campaña al hacerse pública la infidelidad conyugal de él. Es una incógnita hasta qué punto Hollande agradecerá este gesto de 'la madre de sus hijos' o lo sentirá (resentirá) como un 'regalo envenenado' de su 'antigua compañera'.
Por contra, Aubrey cuenta con más posibilidades de hacerse con el respaldo del outsider socialista, Arnaud Montebourg, el tercero en la primera ronda de las primarias. Su mensaje vagamente altermundista, crítico con el sistema, ma non troppo, se encuentra más cerca del sesgo 'izquierdista' de la alcaldesa de Lille. Pero el nuevo 'enfant terrible' del socialismo francés espera ofertas, antes de pronunciarse. A nadie sorprendería que ante la perspectiva de una buena cartera gubernamental recortara o recondujera algunas de sus propuestas más 'atrevidas': la 'tutela pública de los bancos', la fiscalidad exigente de las finanzas, la eliminación de los paraísos fiscales, una 'desmundialización' (fórmula más moderna del viejo proteccionismo), el combate (reforzado) contra la corrupción, la renovación (o superación) de la Quinta República en favor de un sistema más parlamentario, menos atrofiado en la cabeza del Estado...
(http://www.lemonde.fr/politique/article/2011/10/11/programmes-montebourg-plutot-moins-eloigne-d-aubry-que-de-hollande_1585448_823448.html)
En todo caso, por encima de las disputas nominales, la ocasión podría ser útil para estimular el debate sobre una necesaria salida progresista de la crisis. Si eso es todavía posible...