EL SECUESTRO DE LA REVOLUCION

10 de febrero de 2011
A medida que pasan los días, crece la incertidumbre sobre la suerte de la revolución egipcia. Todos los actores de la crisis tratan de fortalecen sus posiciones conscientes de que no se ha dicho la última palabra.
LA PEREGRINACION DE TAHRIR
El actor principal, el pueblo egipcio que desea el cambio y desea que empieza ya, sin demoras, ni condiciones, ni trampas, se prepara para un pulso largo, complicado y peligroso. La plaza Tahrir se ha convertido en núcleo y símbolo de la protesta popular. ‘República Tahrir’ como le ha denominado el analista norteamericano Roger Cohen, uno de los editorialistas de NEW YORK TIMES. El otro, el afamado Thomas Friedman cita a un amigo cairota que ve la congragación del céntrico enclave como la “hajj a la Meca”; es decir, la peregrinación al principal sitio sagrado del Islam.
Con este analogía, el amigo de Friedman invita a una brillante reflexión sobre la naturaleza que, día a día, adopta la rebelión popular contra el autoritario régimen egipcio. No se trata de un movimiento religioso, ni de un ejemplo más de la amenaza islámica, como durante décadas ha esgrimido Mubarak para garantizarse el apoyo blindado de Washington.
Estos días se han leído en la prensa árabe, en Al Jazeera (que ahora descubren con ingenuo asombro muchos comentaristas norteamericanos) y los medios internacionales numerosos reportajes con los portavoces de la protesta. La reaparición esta semana del gerente de Google en Egipto , Wael Ghonim, en la Plaza Tahrir y en una entrevista posterior con un canal de televisión, después de haber sido detenido el 28 de enero por las fuerzas de seguridad, provocó un impulso de entusiasmo entre los resistentes. Ghonim favoreció la propagación de los primeros conatos de protestas al abrir una página en la red social Facebook con el título “Todos somo Jaled Said”, el joven que resultó muerto a palos en Alejandría y que se ha convertido, de alguna manera, en el ‘bouazizi egipcio’.
El protagonismo juvenil en la revolución es el elemento clave. Como se ha dicho estos días, los 100 millones de árabes entre 18 y 30 años parecen haber dado el paso definitivo hacia la liberación de su países, con una agenda en la que resulta difícil percibir un aroma islámico, sino más bien una aspiración de bienestar y modernidad. El efecto de las redes sociales, de la conectividad global ha sido condición necesaria pero no suficiente de la movilización, por mucho que se quiera seguir aventando el riesgo de extremismo religioso.
ENTENDER A LA HERMANDAD
Estos días se han publicado análisis interesantes en la prensa internacional acerca de la estrategia de los Hermanos Musulmanes (HM), el principal grupo político egipcio con identidad islámica. En LE MONDE, bajo el título ‘Qué quieren los Hermanos Musulmanes’ se pasa revista a la realidad actual de esta formación política, social y cultural, con la aportación de varios es expertos que han venido estudiando sus planteamientos y su evolución reciente.
Existe cierto consenso en considerar que en los Hm cohabitan varias sensibilidades, que podrían agruparse en tres tendencias fundamentales: los teocráticos, partidarios de un régimen a lo iraní; los salafistas, que avalarían una interpretación rigorista de los textos, en la línea de los saudíes; y, finalmente, los ‘demócratas’ o ‘reformistas’, para los cuales es preciso, al menos de momento, conciliar la charía con la democracia.
Los expertos consultados por LE MONDE ofrecen distintas visiones sobre la estrategia de los HM ante la revolución en marcha que vive Egipto.
Tewflik Aklimandos, historiador en el Colegio de Francia, estima que esa división es doctrinal pero no política y que, en caso de necesidad, el aparato ordenará una movilización de las bases con presupuestos todavía alejados de la ‘conversión democrática’. “Como los bolcheviques en 1917”, asegura.
En cambio, otros dos expertos discrepan de esta visión crítica. Stéphan Lacroix, islamista en la Facultad de Ciencias Políticas de París, admite que los militantes no se han definido sobre la estrategia a seguir y que el proceso de depuración estratégica sigue pendiente. La actitud conciliadora surge del convencimiento de que, “si fracasan las negociaciones, ellos saben que serán las primeras víctimas de la represión”. En todo caso, Lacroix considera que esta prudencia no es simplemente táctica y parece convencido de que, si el espacio político se abre, los HM se conformarán como partido islámico-conservador, porque saben que “el islamismo triunfante de los primeros setenta se ha apaciguado”.
Con esta apreciación coincide Joshua Stacher, un investigador de la universidad norteamericana de Kent. El modelo sería el APK turco, el partido del primer ministro Erdogan. Lo que no quiere decir que la Hermandad abandonara definitivamente su programa máximo: simplemente aplazaría su ejecución hasta fortalecer sus posiciones sociales e institucionales.
En el NEW YORK TIMES, un inestigador de las actuaciones de la CIA en Oriente Medio se muestra también confiado en la evolución democrática de los HM, no tanto por convicción, cuanto por necesidad. Reuel Marc Gerecht afirma que esta formación está intentando conciliar el islam con la libertad, en una especia de ‘confluencia de civilizaciones’ (frente a ese choque inevitable tan denostado que aventuraba Huttington), porque sabe que no tiene otro camino para llegar al poder.
LA ANESTESIA DE SULEIMÁN
El régimen egipcio está consiguiendo ganar tiempo, pero aún no ha conseguido ‘secuestrar la revolución’. Las maniobras de Suleimán son todo lo hábiles que se esperaban, porque se conocía la sutileza con que se conduce este personaje, el preferido por Israel para la sucesión de Mubarak, según confirmaron algunos de los despachos de Wikileaks. Promete un calendario de reformas y un compromiso democrático. Pero la presión de la calle le ha obligado a mostrar la fiereza autoritaria, al decir que ‘Egipto no estaba maduro para la democracia’, que la retirada inmediata de Mubarak conduciría al caos, o que no se puede descartar un ‘golpe’ (no dijo de quien) si los manifestantes desbordaban los límites.
Los contactos que ha mantenido Suleimán con las fuerzas políticas de la oposición permiten interpretar la estrategia del poder: retrasar compromisos, asegurar el control de la calle, debilitar a la oposición mediante maniobras divisorias y alentar el desasosiego árabe para favorecer las presiones sobre Washington.
EL EMBROLLO DE OBAMA
La administración Obama se ha enredado. En Washington se ha diluido las expresiones de simpatía ante las manifestaciones de entusiasmo popular, tan del gusto presidencial. Las consideraciones pragmáticas han recobrado en Washington el papel dominante que ocuparon los primeros días de revuelta. No poco habrán influido las llamadas implorantes desde Ryad, Amann y otras capitales árabes. Pero sobre todo el intenso teléfono rojo con Tel Aviv.
Fuentes oficiales norteamericanas se empeñan en quitar importancia al atasco y afirman que las partes se han dado un respiro. Pero esta fase de espera hace que emerjan las consideraciones críticas. La elección de Frank Wisner como enviado especial ante el raïs durante la fase álgida de las protestas resultó una torpeza incomprensible, debido a su perfil sospechoso por sus relaciones personales de larga data con Mubarak y su condición de abogado del Ejército egipcio.
Probablemente, Obama persiga una equidistancia entre la ‘República Tahrir’ y sus aliados regionales. Sería lo ideal para conservar intereses y preservar su imagen de líder idealista comprometido con libertad y el cambio. Pero no le será fácil que la dupla Mubarak-Suleimán acepte algunos puntos de su plan para esa “transición ordenada”. Lo más inmediato, el levantamiento del estado de sitio y la renuncia a todo tipo de práctica represiva. Y, lo esencial: que las negociaciones con la oposición estén basadas en propuestas ‘significativas’ sobre el futuro político de Egipto.
Por segunda vez desde el comienzo de la crisis, el Vicepresidente Biden le ha leído esta cartilla Suleiman, aunque quizás en esta ocasión con otras provisiones más discretas. Lo que no sabemos es si han sido ‘conminaciones’ o ‘recomendaciones’ para evitar que los intereses pro-occidentales no corran riesgos innecesarios.
En todo caso, no se habla, públicamente, por supuesto, de la renuncia de Mubarak, que los revolucionarios han convertido en ‘arco de su estrategia’ de combate y que la Casa Blanca, por razones obvias, elude. No sólo por conveniencia, sino por estética diplomática.
El problema para Washington es que la tozudez de los revolucionarios es inatacable, mientras que la de Mubarak y Suleimán resulta cada día más incómoda. En THE NATION, RICHARD DREYFFUS cree que ‘declinante el poder y la influencia de los Estados Unidos en Oriente Medio. El analista del semanario progresista norteamericano considera que la suspensión de la ayuda militar a Egipto resultaría ahora inconveniente, no porque esté a favor de ella, sino porque se podría repetir el garrafal error cometido con Pakistán, país al que se retiró la ayuda a finales de los noventa, tras el golpe de Musharraf, para luego restablecerla e incrementarla para ganarse el favor de los militares pakistaníes contra Al Qaeda.
El NEW YORK TIMES, periódico tan defensor de la causa judía como de las visiones mundiales de los progresistas templados, añade a las demandas de la Casa Blanca una serie de exigencias para Suleimán; a saber: la creación de una comisión independiente para vigilar el proceso democrático, el criterio pactado para el registro de partidos políticos, el acceso garantizado de todos los participantes a los medios de comunicación oficiales y la presencia de observadores internacionales en las elecciones para supervisar el voto y el recuento.
En Heliópolís, un aislado pero astuto Mubarak debe también ocupar su tiempo en asegurar que su fortuna, más entre 40 y 70 mil millones de dólares, según THE GUARDIAN, se encuentra a buen recaudo. Para eso también necesita este tiempo precioso.