EGIPTO: LA REVOLUCION CAÓTICA


24 de mayo de 2012

                Egipto celebra elecciones presidenciales en un clima político caótico e imprevisible, pero al mismo tiempo cargado de vigor ciudadano, de envidiable aspiración democrática y de apasionada confrontación política. La calle hierve, las organizaciones sociales y políticas se esfuerzan por conectar con sus bases más exigentes que fieles y, mientras tanto, la economía sigue deteriorándose, las condiciones de vida de la mayoría de los egipcios se vuelven cada día más precarias y el país entero vive entre la esperanza y la desesperación.

                Esa sería la rápida radiografía de la realidad egipcia. En ese contexto, el proceso electoral se antoja como un episodio más de la revolución, tan efímero, incierto y volátil como la mayoría de los anteriores. Pero no por ello menos apasionante.

                UN PROCESO PLAGADO DE INCIDENTES

                A las elecciones se llega tras un largo proceso político desordenado, contradictorio y confuso, lo que ha impedido una normalización que hubiera sido deseable para afrontar las necesidades y desafíos económicos y sociales del país. La Asamblea surgida de las elecciones ganadas abrumadoramente por los islamistas (moderados y radicales) ha sido suspendida por supuestas infracciones. El proceso constitucional sigue pendiente de cierre. Y el Alto Consejo de las Fuerzas Armadas retiene formalmente el poder.

                La revolución egipcia presenta rasgos que la hacen única en el contexto de las alteraciones políticas y sociales vividas en los últimos quinientos días en el mundo árabe. Un régimen autoritario y prolongado cayó... pero no del todo. Una alternativa islamista surgió con fuerza, pero no se ha conseguido imponer en el plano institucional. Una pluralidad política se dibuja y expresa cotidianamente en las calles, pero pareció impugnada en las urnas durante las interminables elecciones legislativas. El Ejército, como pilar del Estado y única fuerza de continuidad institucional, parece por momento la referencia interna y externa, pero está corroída por su falta de legitimidad. Algunos de los candidatos reciben a veces más apoyo de otras formaciones políticas que de las que originalmente proceden. Otros han sido neutralizados por instancias provisionales de poder en oscuras decisiones, o bien se han desdibujado, perdido, deslegitimado o simplemente diluido en el marasmo político.

                Nadie puede asegurar que dispone de una hoja de ruta para Egipto. Los militares, que parecía el garante de la estabilidad, se ven obligados a pactar con los Hermanos Musulmanes, sin duda el mayor polo de atracción social y de expresión política. Pero la división interna expone a la cofradía al asalto permanente de sus rivales (ya sean los piadosos 'salafistas' o los segmentos decididamente laicos) y a la manipulación de los uniformados. Militares y cofrades han pactado y se han enfrentado, han convenido voluntades y dejado que sus intereses contradictorios las rompan poco después. Unos y otros buscan el poder: conservarlo, pese a todo, los primeros; conquistarlo y mantenerlo, los segundos. 

                Las dudas sobre las prerrogativas presidenciales en la práctica abonan este clima de inestabilidad. Se tiene la sensación de que todo puede ocurrir: desde una involución autoritaria, sangrienta o no, con un grado de apoyo exterior dependiente de las circunstancias del momento, hasta un desbordamiento revolucionario.

                CANDIDATOS: PERFILES Y SIMULACIONES.

                A la hora de escribir estas líneas, la elección, en términos puramente nominales, parece jugarse, sin descartar la sorpresa, entre dos candidatos: Abdel Moneim Aboul Fotouh y Amr Moussa.

                Fotouh representaría esa mayoría musulmana devota pero no extremista, lo que fue la   democracia cristiana popular en la Europa de posguerra. Ese sector social y político se considera comprometido con los valores tradicionales del Islam, sin renegar de ciertos principios democráticos y de una tolerancia afincada en el respeto de los derechos humanos y de las convicciones individuales. Todo ello con matices, naturalmente, y sometido a interpretaciones que a veces pueden resultar desagradables en Occidente. 

                Pero Fotouh no es el candidato de los Hermanos Musulmanes, organización a la que perteneció hasta hace dos años, de la que fue vicepresidente, incluso, y que representó con cierta brillantez. Pugnas personales, ideológicas y políticas lo colocaron frente a sus antiguos camaradas, hasta el punto de que ahora lo consideran un renegado. El candidato escogido por de la cofradía, su líder político, Khaïrat Al-Shater, resultó excluido por la Comisión Electoral alegando una supuesta doble nacionalidad egipcio-norteamericana, irregularidad poco explicada, nunca documentada convincentemente y apenas aceptada. Los HM acudieron entonces a su 'número dos', Mohammed Morsi, un candidato, más oscuro, carente de carisma y un tanto dogmático, al que sólo recientemente han conseguido proyectar con cierta fuerza.

                Frente a Fotouh, ha surgido, en la franja más decidida laica, despojada de cualquier significación religiosa militante, liberal en las formas -y elitista también, todo hay que decirlo-, el septuagenario Amr Moussa. Opaco, invisible o desaparecido en los primeros meses de la revolución, este diplomático y político del antiguo régimen ha tratado en las últimas semanas de borrar todas sus huellas de vinculación con Mubarak. Más aún: de empeñarse en una historia de discrepancias con el raïs destituido. Sin embargo, como Ministro de Exteriores lo sirvió convenientemente y luego, como Secretario General de la Liga Árabe, siguió actuando oficiosamente en colusión con él. Sin embargo, Moussa asegura que ese puesto pan-árabe fue, de hecho, una 'patada hacia arriba' que le propinó Mubarak para alejarlo de la escena política egipcia. Algo poco creíble, si se tiene en cuenta que en ese Egipto sólo había espacio para el moderno 'Faraón'. 

                En un reciente debate televisivo, Moussa intentó presentar a Fotouh como una especie de lobo (islamista radical) con disfraz de cordero (tolerancia hacia la minoría cristiana copta, las mujeres y los sectores laicos), aprovechando que era bien considerado por los 'salafistas'' de Al Nour. Fue un intento inútil. Los radicales decidieron apoyarlo no por identificación ideológica, sino por puro cálculo político. Fotouh había roto con los Hermanos Musulmanes, rivales del Al Nour en la busca del voto piadoso, y, al mismo tiempo, era y es el mejor situado para batir a Moussa.

                Más allá de esta triada de candidatos preferentes, una decena más se baten por una difícil notoriedad. El más destacado de los outsiders es Ahmed Shafiq, el último jefe de gobierno de Mubarak, el candidato de las Fuerzas Armadas (él mismo es militar retirado: fué jefe de la Aviación, el  mismo puesto que tenía Mubarak cuando sucedió al asesinado Sadat). Su pobre gestión de las semanas revolucionarias ha arruinado ese perfil tecnocrático que se labró cuando, tras dejar el uniforme, se puso al frente de la reconversión de la Aviación civil. El resto de candidatos pertenecen a la atomizada izquierda de resonancias nasseristas. Los 'jóvenes revolucionarios' (o al menos alguno de sus más visibles portavoces) se han alineado con Fotouh, en gran parte por su carisma y su historial de perseguido bajo el antiguo régimen, pero sobre todo porque fue el único que frecuentó la Plaza Tahrir en momentos emblemáticos del proceso revolucionario. Eso puede llevarle al sillón de Heliópolis (sede de la Jefatura del Estado). 

                Está por ver si el astuto Moussa ha conseguido inocular el miedo en los sectores laicos y concitar en torno a su discutida figura a todos los que prefieren a un Egipto mas secular que devoto. Sería el giro 'girondino' de la revolución egipcia, siempre bajo la amenaza de un 'brumario' que cierre el ciclo revolucionario.