UN ATAQUE ESPERADO DESDE HACE DOS DÉCADAS

13 de junio de 2025

Por fin ha ocurrido lo que tomo el mundo temía desde primeros de siglo: un ataque de Israel contra las instalaciones nucleares de Irán, en la localidad desértica de Natanz, y otros establecimientos militares relacionados.

Durante dos décadas largas, Estados Unidos ha tratado de evitar una solución militar para que se desencadenara una escalada de incalculables consecuencias en la región y en todo el planeta. Pero no ya que equivocarse: las iniciativas de Washington no se pueden considerar en modo alguno una mediación. Alineadas con Israel “sin fisuras”,  con mayor o menor grado de coincidencia, las sucesivas administraciones norteamericanas han intentado neutralizar el programa nuclear del régimen islámico.

Georges W. Bush ensayó una solución militar blanda, cibernética, consistente en “infectar” el sistema de control de los dispositivos nucleares. Pero no pasó de la fase de diseño. Fué ya en el mandato de Obama cuando se ejecutó con el nombre en clave de Juegos Olímpicos. Centrales, centrifugadoras y otras instalaciones quedaron gripadas, inutilizadas durante un tiempo.  En paralelo, Israel ejecutó operaciones encubiertas de sabotaje y asesinato de prominentes científicos y mandos del programa nuclear.

Cuando Obama se dio cuenta de que este esquema de disuasión no había sido suficiente, decidió optar por la vía diplomática, consistente en controlar, retrasar y canalizar las ambiciones iraníes.

Israel se lo tomó a mal, por considerar que esa no era una solución duradera y, por lo tanto, debía abandonarse. Obama no hizo caso a Netanyahu. Ni siquiera a los países árabes rivales de Irán en la zona, en particular las petromonarquías del Golfo. Pero el entonces Presidente norteamericano siguió adelante y consiguió forjar un acuerdo en 2015, un año antes de despedirse de la Casa Blanca.

Irán aceptaba una serie de limitaciones en la producción de combustible y, lo que era más importante, en el enriquecimiento del uranio, por debajo del necesario para poder fabricar bombas.

Israel siguió con su política de rechazo y acogió con alborozo el triunfo de Trump. Una de las primeras medidas del millonario neoyorquino fue denunciar el pacto sellado por Obama, lo que habilitó a Irán para recuperar sus planes iniciales. Trump lanzó la política denominada de “máxima presión”, que incluía la amenaza de ataques militares. Pero los ayatollahs no cedieron.

Otras crisis en Oriente Medio y el acercamiento entre Israel y los regímenes árabes conservadores desaconsejaron una crisis de alto rango. El tiempo fue pasando, Teherán se fue acercando al punto de ruptura, es decir, al umbral pasado el cual estaría en condiciones de producir las temidas bombas nucleares.

En los últimos cinco años, con otro demócrata en la cúspide del poder ejecutivo en Washington, ha habido un juego de equilibrios entre Estados Unidos, Israel, los aliados más preciados de Washington en la zona y las instituciones mundiales asociadas al control de la crisis. Hasta que Hamas, desde sus posiciones en Gaza, atacó territorio israelí en octubre de 2023.

Las brutales represalias israelíes debilitaron a la organización palestina amiga de Irán. Meses después, la  caída del régimen proiraní de la familia Assad en Siria dejaron a los altos clérigos chiíes sin su mejor aliado en la región.

Trump regresó a la Casa Blanca con el Irán más débil desde la instauración de la República Islámica en 1979. A los reveses internacionales se ha sumado una crisis socio-económica pavorosa, provocada por el impacto de las sanciones internacional y la mala gestión interna.

Trump, sin embargo, no cumplió con su promesa de regresar a la política de “máxima presión” y ha intentado una negociación que, lo reconozca o no, giraba en torno a los parámetros fijados durante la administración Obama.

Pero el acuerdo no terminaba de llegar. Israel, en manos de un gobierno extremista y sumamente belicista, se creía capaz de “terminar el trabajo” y “decapitar la cabeza de la hidra”.  Pese a los intentos discretos de Washington por frenar lo inevitable, el gobierno de Netanyahu ha optado por atacar sin más dilaciones. En un contexto de críticas internas y externas por la prolongación de la carnicería en Gaza y la irresuelta recuperación de los rehenes aún en poder de Hamas, el primer ministro Netanyahu parece decidido a ganarse un lugar de privilegio en el panteón de figuras insignes de la historia del Estado judío.

El Irán nuclear quizás no sea destruido completamente por estas operaciones israelíes. Las centrifugadoras más modernas que enriquecen el uranio se encuentran bien protegidas en instalaciones blindadas bajo tierra en la zona de Fordow. Israel no dispone de las bombas para penetrar esas capas de seguridad. Washington, sí. Pero hasta ahora se ha resistido a proporcionárselas a su aliado estratégico en la región. ¿Hasta cuándo durará la negativa?