1 de febrero de 2017
El
nuevo Presidente de Estados Unidos ha ofrecido un anticipo inquietante de lo
que puede ser su mandato: demagogia en el relato, distorsión de la realidad,
precipitación política, desorden administrativo, desconcierto en la gestión de
su equipo y, sobre todo, reflejos autoritarios, antidemocráticos e
irrespetuosos con los derechos de ciudadanos y los valores de su país. Y todo
en ello en menos de diez días. Ni lo más pesimistas podían prever semejante
destrozo. En cantidad y en calidad.
Estados
Unidos ha vivido el fin de semana más agitado desde los atentados del 11 de
septiembre. En esta ocasión, no se trata de una agresión exterior, sino de
quien, por mandato constitucional, está obligado a proteger las leyes y el
estado de derecho. En nombre precisamente de una amenaza terrorista exagerada y
un alarmismo inducido, el desbocado Trump hizo uso de su pluma presidencial
para socavar uno de los pilares más positivos del sistema político y social
norteamericano: la inmigración, el pluralismo de ideas y culturas y la
diversidad racial.
El
bloqueo de los refugiados sirios y la prohibición de entrada en el país a las
personas procedentes de siete países de mayoría musulmana, incluidos quienes ya
tenían la carta verde de residencia o
estaban habilitados por un visado vigente, dejó atónitos a políticos, abogados,
funcionarios y activistas. En apenas una hora, emergió un contrapunto
esperanzador de la resistencia cívica frente al atropello. Miles de ciudadanos
se congregaron de forma espontánea en los aeropuertos donde viajeros que
intentan entrar o regresar a Estados Unidos estaban siendo retenidos por los
funcionarios de migración.
Aparte
de atentatoria contra derechos y libertades, la orden de Trump es incoherente.
Y sospechosa. Ninguno de los atentados cometidos en Estados Unidos en los
últimos quince años ha sido realizado por terroristas que procedieran de los
países puestos en cuarentena. Y, sin embargo, otros como Egipto o Arabia Saudí,
de los que eran nacionales muchos de los terroristas del 11 de septiembre, han
quedado libres del plumazo xenófobo. Oportunismo, capricho o, como han apuntado
sagazmente algunos comentaristas, casual circunstancia de que en esos países
exentos tiene el magnate negocios o inversiones.
UNA
GESTIÓN BOCHORNOSA
La orden
ejecutiva de Trump no sólo representa un atentado contra los valores del país.
Además, resultó una auténtica chapuza administrativa. La precipitación con la
que actuó el presidente sorprendió incluso a algunos miembros de su propio
gobierno, incluso el responsable político de gestionar la ejecución de la
orden, el Secretario de Seguridad interior. El Secretario de Defensa, a quien
Trump no para de ensalzar con esa retórica tan suya del elogio vacuo, ni
siquiera fue consultado.
Aparte del
fondo de la cuestión, algunos medios han detallado estos últimos días el clima
de desconcierto que se vivió en los aeropuertos, ya que no había emergencia de
seguridad alguna que justificara la precipitación de la medida (1).
El artífice de
la medida fue el estratega jefe, Stephan Bannon, el propagandista de ultraderecha,
supremacista blanco y xenófobo. Este mismo personaje fue el que inspiró gran
parte del discurso de inauguración presidencial, atajo de invocaciones
populistas, nacionalistas y catastrofistas que incomodaron a los sectores más
templados del partido republicano.
La
justicia no tardó mucho en actuar, aunque la reacción, ciertamente, no fue
generalizada. Una juez de Brooklyn fue la primera en emitir una providencia que
suspendía la retención de ciudadanos sin impedimento legal para ingresar en el
país. La Secretaria de Justicia y fiscal general en funciones, nombrada por
Obama y pendiente de sustitución, dio la instrucción a sus subordinados de no defender
la orden ejecutiva por no estar ajustada a las leyes vigentes. Trump respondió a su manera. No esperó a que el Senado
confirmara a su escogido para el puesto: la destituyó de inmediato, “por
traición”, y nombró como interino a un fiscal de Virginia que se ha allanado a
la voluntad del Jefe. Así parece que va a funcionar EE.UU. a partir de ahora, si
la sociedad civil, el legislativo o los aliados no lo remedian.
Algunos
dirigentes europeos ya han manifestado su desacuerdo e incluso su malestar. Unos,
con cierta claridad, como Merkel, Hollande o Tusk. Otros, con una cautela
excesiva, como la británica May, a quien los periodistas tuvieron que casi extraer
una declaración de inconformidad. Millón y medio de británicos han solicitado
que se cancela la programada visita de Trump este verano (2). El Presidente del
Gobierno español ha ejercido su proverbial tancredismo:
por una muy mal entendida prudencia, o por su habitual indolencia.
AFRENTA
A MEXICO
En otros
casos, no es malestar exterior sino afrenta. Es el caso de México. Otra orden-exprés trumpianas, la construcción
de un muro, supuestamente para controlar la migración y prevenir la llegada de
criminales (sic), constituye un escándalo, por las graves implicaciones
diplomáticas y sociales. En Estados Unidos viven más de 30 millones de personas
de origen mexicano, que han contribuido poderosamente a la prosperidad del país.
Este
otro reflejo xenófobo conecta con la conspiratoria narrativa de la ruina
americana provocada por acuerdos comerciales perniciosos. El NAFTA, tratado de
libre comercio suscrito por Estados Unidos, México y Canadá, no ha significado daño
económico y pérdida de empleo para los norteamericanos, como proclama engañosamente
Trump. Un artículo antiguo, ahora reeditado, de la delegada de comercio en el
gobierno de Bush padre, Carla Hills, pone en evidencia las falsedades en que
descansan las invocaciones del actual presidente.
México absorbe
la séptima parte de las exportaciones norteamericanas. O dicho de manera más
gráfica: más que las destinadas a los emergentes BRIC (Brasil, Rusia, Indica y
China), juntos. México le compra a Estados Unidos más productos estadounidenses
que las cuatro potencias comercial europeas reunidas (Alemania, Gran Bretaña,
Francia y Holanda). El suma y sigue de los datos que ridiculizan el discurso de
Trump sería interminable, pero el artículo es imprescindible para hacerse una
idea de la magnitud del engaño (3).
La agresiva
iniciativa presidencial puede reabrir viejas heridas de humillación y vergüenza
en el vecino del sur. Hace unos días, el historiador Enrique Krauze, liberal de
vocación y moderado en sus expresiones políticas, advertía que, contrariamente
a lo que ha sido tradición en México ante las numerosas ofensas y menosprecios históricos
del gigante del norte, en esta ocasión no se puede actuar como si nada hubiera
ocurrido. Por el contrario, se impone una respuesta firme e inequívoca de las
autoridades de su país frente al atropello. (4).
El estreno de Trump se
corona con la selección de un candidato cercano a los ultras para ocupar el
puesto vacante en el Tribunal Supremo. Demócratas y progresistas ya han
anunciado una resistencia feroz. En definitiva, diez días que han avergonzado a
la América decente y a una comunidad internacional circunspecta. Trump parece dar
la razón a quienes denuncian que su mandato degradará profundamente la
democracia norteamericana.
(1)
“How
Trump’s rush to enact inmigration ban unleashed global caos”. NEW YORK TIMES, 30 de enero.
(2)
“There May feels heat over travel ban as Donald Trump stands firm”. THE GUARDIAN, 31 de enero.
(3)
“NAFTAS’s
economics upsides”. CARLA HILLS. FOREIGN AFFAIRS, 6 de diciembre de 2013.
(4)
“Trump
threaten a good neighbor”. ENRIQUE KRAUZE. NEW YORK TIMES, 17 de enero
de 2017.