UCRANIA: MAS ALLÁ DEL RUIDO DEL ANIVERSARIO

22 de febrero de 2023

El aniversario de la guerra en Ucrania está siendo prolífico en actos ceremoniales y golpes de efecto. El más destacado, la visita “sorpresa” de Biden a Kiev y su posterior mensaje en Varsovia, entre los habituales parámetros norteamericanos del coraje y la esperanza. El discurso de Putin ante la Duma aporta pocas novedades, salvo el anuncio de la suspensión del tratado de control nuclear, luego matizado por la diplomacia rusa. Parece inminente una propuesta china de paz. Entretanto, domina en Occidente la idea de que ‘Ucrania puede ganar’, pero ello exigirá mantener la cohesión aliada y un esfuerzo continuado de ayuda al país invadido.

En otras palabras, hay guerra para rato, y el resultado es aún incierto. Más allá de la inevitable propaganda de todos los actores (directos e indirectos), lo cierto es que la mayoría de las previsiones que se han hecho desde el comienzo del conflicto han sido erróneas o, el mejor de los casos, poco acertadas. En los primeros días se pensaba que Rusia se daría poco menos que un paseo militar, en la línea de lo ocurrido en la campaña de Crimea. Se confiaba poco en la capacidad de Ucrania para organizar una defensa eficaz, debido a la disparidad de medios.

Al cabo de sólo unas semanas, se fue imponiendo la impresión de que Rusia había errado en su estrategia, evidenciado una falta de profesionalidad en sus cuadros militares y una asignación de medios incomprensible. Superado el impacto inicial, desde Occidente se proyectó una imagen de unidad, cohesión y firmeza más aparente que real, pero útil para armar un programa de sanciones con el que se pretendía gripar la maquinaria de guerra de Putin y provocar el malestar y el descontento de la población rusa. Tampoco fue eso lo que ocurrió. La economía rusa ha resistido mejor de lo esperado, pero peor de lo que se admite en el Kremlin. Las protestas contra la guerra ha sido minoritarias, en parte por una cierta aceptación popular de la retórica antioccidental y nacionalista del Kremlin, debido a tres décadas de lo que allí se percibe como humillaciones y desprecio. A eso se añade la represión de cualquier manifestación crítica.

El análisis imperante en Occidente es que, prácticamente desde las primeras semanas, Putin  ha ido de corrección en corrección, tanto en estrategia como en selección del liderazgo militar o en decisiones operativas, a veces de manera errática. Algunos episodios supuestamente criminales  (Bucha, Chernikiv, Járkov) reflejarían cierta frustración del Ejército ruso.

En realidad, no se han sabido nunca las pretensiones iniciales de Putin y de su círculo de confianza más estrecho, porque nunca se han explicitado públicamente. De un aparente empeño de conquista territorial lo más amplia posible, se pasó a priorizar el control de las regiones del este y sur de Ucrania, y cuando esa tarea se estancó o incluso experimentó retrocesos sonoros (como en Jersón), la campaña militar rusa se centró en estabilizar las conquistas en el Este y luego en operaciones de castigo contra las infraestructuras de servicios básicos. En estos momentos, resulta difícil prever qué será lo siguiente.

Dara Massicot, una investigadora experta en Rusia, perteneciente a una organización tan poco sospechosa como la RAND, desgrana en un artículo reciente los errores de Rusia (técnicos, logísticos, políticos...) pero afirma que el Kremlin ha aprendido y se detectan ya con claridad rectificaciones favorables a sus intereses. Massicot recuerda un viejo adagio bélico: “en la guerra, los informes iniciales son a menudo erróneos o fragmentarios”. Sólo el tiempo, añade, dirá si Rusia puede lograr el éxito o es Ucrania la que prevalece. La campaña ha seguido hasta ahora un curso impredecible, razón por la cual Occidente no debería apresurar juicios sobre los errores rusos. Y deja un consejo final: si se sobreestimó la capacidad de Rusia antes de la invasión, ahora hay riesgo de que se subestime (1). En la misma línea se pronuncia Stephan Walt, quien sostiene que no todo han sido fallos en la actuación de Putin durante estos meses (2).

OCCIDENTE: INTERESES MÁS QUE VALORES

El factor más determinante de la guerra, en todo caso, ha sido la participación occidental. Durante meses, los dirigentes de la OTAN negaban estar en guerra contra Rusia, cuando era evidente lo contrario, desde que se decidieron las primeras medidas económicas punitivas. El temor a la escalada hacia un enfrentamiento total sólo explica en parte esta impostura.

Las sanciones económicas son un instrumento innegable de combate. Y las ejecutadas en este caso son las más severas concebibles. En este aspecto, las previsiones tampoco han sido del todo acertadas. El Kremlin contaba con ellas y ha intentado protegerse, hasta donde le ha sido posible, con apoyo de otros estados, mediante contrabando o activando mercados alternativos La guerra económica de Occidente contra Rusia se asemeja al juego de gato y el ratón, como sintetiza en un documentado artículo el corresponsal diplomático de THE GUARDIAN (3).

La dependencia energética europea de Rusia atemperó durante meses la respuesta en ambos lados del Atlántico. La presión contra Moscú se ha ido haciendo a cuentagotas, evaluando cada paso con suma cautela. Los éxitos militares ucranianos, propiciados por el armamento aliado, alentaron una mayor audacia, primero topando el precio a pagar por el petróleo ruso y más recientemente sustituyendo parte del gas por el otros proveedores o por otras fuentes de energía. A medida que se disipaba la amenaza de un desfondamiento de la economía europea, se fue incrementado la presión (4).Pero es pronto para calibrar los efectos persistentes de esta guerra económica, para Rusia y para Europa (5).

El fundamento de la participación occidental está sustentado en un discurso sobre los valores. Se presenta la guerra como una confrontación entre la democracia y la autocracia, elemento cardinal de la doctrina Biden. Cada presidente norteamericano aspira a dejar un estándar básico de conducta en el mundo, una doctrina, y Biden cree haber encontrado la suya.

Los medios  liberales, desde la derecha moderada hasta el centro izquierda, han comprado este discurso occidental con escasas aristas críticas. Sin embargo, la historia difícilmente acredita esta posición. Estados Unidos, y también Europa, respaldan regímenes autocráticos en el mundo, incluso dictatoriales, sin empacho alguno, cuando sirven a sus intereses. O hace la vista gorda.

Este criterio rector ha operado también en el caso de Rusia. Cuando el Kremlin post soviético actuó en sintonía con los designios occidentales se obviaron o minimizaron las críticas. Recuérdese la destrucción de Chechenia o la cooperación con Moscú en la lucha contra el extremismo islamista. Por el contrario, cuando la actuación rusa difería de la occidental, se activaba la palanca de los valores.

El supuesto combate entre democracia y autocracia es una construcción retórica. Ucrania no era precisamente un modelo de democracia antes de la guerra. Y, en caso de victoria, es dudoso que lo vaya a ser, al menos en un corto espacio de tiempo. La conversión de Kiev a los valores liberales es, por ahora, un desideratum, o un recurso propagandístico. Son los intereses los que conforman y determinan las decisiones en política exterior. Los valores son la envoltura justificativa con que se intenta hacerlos más respetables, más aceptables para los ciudadanos.

La OTAN nunca ha querido admitir que quisiera acorralar a Rusia desde el comienzo de la posguerra fría. Pero en geopolítica, lo que importa son las percepciones de amenaza. Más allá de las manipulaciones y mentiras de Putin, es difícil negar que Rusia tuviera legítimas razones para sentirse acosada, como señalan no pocos analistas de la escuela realista norteamericana, en absoluto sospechosos de simpatías prorrusas.

EL APOYO MILITAR, FACTOR DECISIVO

Si Ucrania tiene hoy posibilidades de prevalecer es debido al apoyo militar occidental. El de Estados Unidos, como era de esperar, ha sido el más decisivo. El monto asciende casi a 45 mil millones de dólares, más del doble que el de la UE y el resto de países europeos juntos, según el Instituto alemán Kiel (6). En total, casi diez veces el presupuesto de defensa ucraniano en 2020. Tal es el volumen de los suministros occidentales, que los depósitos están casi vacíos. La guerra consume más de lo que Occidente puede reponer, y en particular Europa (7).

La implicación occidental ha sido gradual. El temor inicial a una represalia rusa parece ahora exagerado. La polémica sobre la entrega de carros de combate a Ucrania refleja también ese comportamiento calculado. El debate ha sido más político que militar. Está por ver si llegan los tanques a tiempo y su operatividad real, debido a los condicionamientos técnicos y logísticos. Se apunta ya un episodio parecido con los aviones de combate o con los misiles de largo alcance. Cada paso que dan Estados Unidos y sus aliados hace más insostenible la tesis de que Occidente no está en guerra con Rusia.

EL DILEMA CARDINAL DE LA GUERRA

Admitir sin falsos retorcimientos esta realidad obliga a afrontar el dilema más difícil de este conflicto: si bien Occidente no puede aceptar que Ucrania pierda esta guerra (o que la gane Putin), resulta enormemente peligroso una derrota de Rusia. La imprudente respuesta de Putin a la percepción de acoso occidental respondía a sus necesidades e intereses políticos y los de la élite que lo respalda. Nadie ha hecho más daño a Rusia que su propio Presidente y sus cómplices. Pero al llevar al límite su obsesión casi suicida su obsesión por la seguridad de Rusia ha colocado a Occidente en el disparadero: tan indeseable resulta una Rusia envalentonada por una victoria, como una Rusia extremadamente debilitada por una derrota humillante.

Este hipotético escenario, agranda exponencialmente la sombra de una respuesta a la desesperada de Rusia: véase el recurso al arma nuclear. Quizás un farol, pero demasiado peligroso para no tomárselo en serio. La suspensión del tratado New START sobre el control de las armas atómicas estratégicas, anunciada el día 21 por Putin, refuerza estos temores, aunque esta decisión tenga escasas repercusiones prácticas . El deteriorado estado de la relación entre Washington y Moscú ya había convertido el tratado casi en papel mojado.

La situación actual es definida por el profesor Walt como “asimetría de intereses”: Ucrania es más importante para Rusia que para la OTAN. Cuanto mayor sea el suministro de armas occidentales, más expuesto estará Occidente a ser arrastrado a una conflagración directa (8).

Tal tesitura es contraria a las prioridades estratégicas de Estados Unidos, centradas en contener el ascenso de China. Emma Ashford, una investigadora cercana a los demócratas, sostiene que “la guerra de Ucrania ha demostrado las desagradables realidades de la confrontación sobre las esferas de influencia entre las grandes potencias”. En esta crisis se han “revelado los límites del poder norteamericano para disuadir por medios no militares a los actores para que no actúen en sus zonas más próximas o apreciadas”, como es el caso de Ucrania para Rusia (9). Las líneas rojas de Washington están marcadas. Ashford cita al propio Biden: “Estados Unidos no librará la tercera guerra mundial en Ucrania”. Palabras que son eco casi perfecto de las pronunciadas por Obama después de la toma rusa de Crimea en 2014.

 

NOTAS

(1) “What Russia got wrong”. DARA MASSICOT (Experta en Rusia de la RAND Corporation). FOREIGN AFFAIRS, marzo-abril

(2) “What Putin Got right”. STEPHEN M. WALT. FOREIGN POLICY, 15 de febrero.

(3) “The sanctions war against Russia: a year of playing cat and mouse”. PATRICK VINCOUR. THE GUARDIAN, 20 de febrero;

(4) “Un an de guerre: pas d’ effrondement mais un tournant économique pour l’Europe. LE MONDE, 20 de febrero.

(5) “Are U.S. sanctions on Russia working? Entrevistas con los expertos NICHOLAS MULDER y AGATHE DEMARIS. FOREIGN POLICY, 7 de febrero.

(6) https://www.ifw-kiel.de/topics/war-against-ukraine/ukraine-support-tracker/

(7) “Un an de guerre en Ukraine: l’onde de choc pour les armées aliées”. LE MONDE, 17 de febrero.

(8) “Friends in need. What the war in Ukraine has revealed about alliances”. STEPHEN M. WALT. FOREIGN AFFAIRS, 13 de febrero.

(9) “The persistence of the Great-Power competition. What the war in Ukraine has revealed about geopolitical rivalry”. EMMA ASHFORD (Profesora en la Universidad de Georgetown e investigadora en el Stimson Center). FOREIGN AFFAIRS, 20 de febrero.

 

TURQUÍA: DESPUÉS DEL TERREMOTO, LOS SEÍSMOS POLÍTICOS

 15 de febrero de 2023

La espantosa cifra de muertos en el terremoto de Turquía lo convierten ya en la mayor catástrofe en la historia contemporánea del país. La tragedia excede el ámbito del desastre natural. Más allá de la violencia sacudida de la tierra (7,8º Richter), la causa de semejante mortandad, destrucción y miseria reside en las condiciones de construcción de los edificios, plagadas de incompetencia y corrupción.

El régimen trata de cubrir ahora estas vergüenzas con iniciativas oportunistas de investigación de responsabilidades y órdenes de procesamiento y detención en los casos más evidentes. Pero esta negligencia criminal hubiera sido imposible sin la pasividad cuando no la complicidad oficial.

El problema precede al “sultanato” de Erdogan, pero en los veinte años que lleva en el poder (primero como Primer Ministro y luego como Presidente), el líder turco ha incrementado los riesgos de la desgracia. Antes de las elecciones de 2018, que lo elevaron a la Jefatura del Estado, el partido de Erdogan (AKP, Partido de la Justicia y el Desarrollo) validó de manera retroactiva y a pesar de la protesta de la oposición, todas las edificaciones efectuadas previamente sin las correspondientes autorizaciones, que, en gran número, no satisfacían las condiciones estipuladas de seguridad. Más recientemente, hace sólo unos meses, el AKP rechazó una moción de la oposición que contemplaba la inspección de los edificios para comprobar su resistencia ante un terremoto (1).

Como ocurre en la mayoría de los países subdesarrollados o en desarrollo, incluidos aquellos sometidos a mayor riesgo sísmico, las lamentaciones posteriores a este tipo de catástrofes suelen evaporarse con el paso de tiempo, hasta que la tierra vuelve a rugir. Turquía no es una excepción, a pesar de que se cuenta entre las primeras veinte economías del mundo.

A la negligencia criminal se añade la incompetencia del Estado en las primeras actuaciones de rescate y salvamento. Sólo la presencia de más de treinta mil expertos extranjeros en la zona siniestrada hizo posible una decente labor de socorro. Las críticas sobre la actuación oficial llovieron de inmediato, pero han sido silenciadas o neutralizadas por un abrumador aparato de propaganda (2).

Ironías de la historia, la carrera política de Erdogan se benefició de las consecuencias de una tragedia similar, en 2002, pero ahora podría encaminarse hacia su ocaso como efecto de este último terremoto, según estiman algunos analistas, quizás más inspirados por el deseo que por el contexto socio-político dominante. Tras el terremoto bien podrían producirse seísmos políticos de consideración.

SOMBRAS SOBRE EL PROCESO ELECTORAL

La catástrofe quedará pronto subsumida en la campaña electoral ya en marcha. En las próximas semanas, sino días, Erdogan anunciará la fecha de los comicios presidenciales y legislativos. Aunque el tope legal es el 18 de junio, la estimación mayoritaria es que no se demorarán más allá de mediados de mayo.

Sin embargo, empiezan a surgir sospechas de que Erdogan recurra a una nueva argucia política y decrete un aplazamiento o retraso electoral. La Constitución prevé esta contingencia en caso de guerra, pero la magnitud de la desgracia podía llevar a un experto en manipulación política como el presidente turco a equiparar la provisión legal con lo acontecido en el sureste del país.

Hay motivos objetivos para una medida semejante. Aparte de las víctimas directas, el terremoto ha alterado profundamente las condiciones de vida de 13 millones de turcos, una quinta parte de la población del país. Más de siete mil edificios han colapsado y otros muchos, aún por cuantificar, pueden haber quedado seriamente dañados. Las infraestructuras se han visto seriamente afectadas. La capacidad de un Estado débil y poco competente para organizar unas elecciones en la zona siniestrada se ha visto aún más reducida. Por no hablar del escaso interés ciudadano por participar, en semejantes condiciones.

El analista turco residente en Estados Unidos Soner Cagaptay cree que podría haber un consenso partidario para agotar al límite la cita electoral (18 de junio) y así dar más tiempo a que las labores de reconstrucción restituyan una cierta normalidad funcional. Pero Erdogan podría intentar un aplazamiento más prolongado. No le faltan herramientas, debido a la “colonización” persistente del organismo judicial electoral durante sus años de mandato y, en particular, desde la intentona fallida de golpe de Estado en 2016. La inmensa purga practicada en la judicatura, cuerpos de seguridad y fuerzas armadas han convertido a los aparatos estatales en instrumentos de la Jefatura del Estado. Erdogan puede hacer casi lo que quiera, aunque su astucia le lleva a no rebasar ciertos límites y permanecer en un ámbito formal del Estado de Derecho. Una catástrofe como la actual permite o hace más tolerable medidas extraordinarias y favorece los impulsos autoritarios del “Sultán” (3).

LAS TRES CARAS DEL ARSENAL POPULISTA

Más allá de la destrucción provocada por el terremoto,  Erdogan lleva meses activando todas las palancas a su alcance para contrarrestar los efectos de su discutible gestión al frente del país, en particular el penoso balance económico y social. Con una inflación que llegó a alcanzar el 85% en noviembre para descender al 64% antes de acabar el año, Erdogan tiró de recursos populistas para aplacar el malestar social. Elevó el salario mínimo en más del 50% y los sueldos de los funcionarios un 30%, subsidió préstamos a pequeños y medios comerciantes y hombres de negocios (base electoral primordial del AKP) y adelantó la edad de jubilación (4).

No se descarta, asimismo, que Erdogan aproveche la convocatoria electoral para insertar un referéndum sobre el uso del velo, cortocircuitando una iniciativa similar pero en sentido contrario, de los partidos kemalistas o de inspiración laica de la oposición (5).

Estas medidas presentan la apariencia positiva de la estrategia presidencial. El lado oscuro es el arsenal represivo. La unidad de la oposición inquieta a Erdogan y podría representar la principal amenaza para la continuidad de su poder. Pero el líder turco también dispone de herramientas para debilitar a sus adversarios. Lo primero sería desactivar a su principal rival, el alcalde de Estambul. Desde que derrotara al candidato oficial en 2019, Ekrem Imamoglu es objeto permanente de asedio. Sobre él pesa una condena de inhabilitación por insultos al Consejo Supremo electoral, que los observadoras consideran políticamente inducida desde la cúspide del poder. El recurso interpuesto por el alcalde hace que la sentencia no sea aún firme, hasta que se pronuncie el Supremo. Por tanto, podría ser seleccionado como candidato unificado de la oposición democrática. Pero se ha sabido que el Ministerio del Interior trabaja duramente para que la Fiscalía puede presentar una demanda adicional, aún más falsaria, por supuesto apoyo al terrorismo. Si Imamoglu fuera finalmente inhabilitado, podría surgir otra figura unificadora, el alcalde de Ankara, Mansur Yavas, de una combatividad más discreta. De hecho, no ha dicho públicamente que aspire a suceder a Erdogan. El presidente podría intentar manipular al frente opositor y favorecer varias candidatura con el propósito de dividir el voto.

Hay otro ámbito de actuación, que es además uno de los preferidos de Erdogan, el exterior (6). Y en este también es susceptible de combinar las iniciativas “positivas” y las agresivas. Entre las primeras, renovados intentos de mediación en la guerra de Ucrania, como la que propició el restablecimiento de la exportación del grano ucraniano a los países necesitados. O la astuta duplicidad de proporcionar drones de alto valor combativo a Kiev, mientras permite a Rusia esquivar las sanciones occidentales. Podría también elevar la fiebre nacionalista, tan apreciada por sus bases, mediante una crisis provocada con Grecia a cuenta de la rivalidad en el Egeo. O alentar medidas unilaterales de independencia del régimen títere en el norte de Chipre. Y siempre parece a su alcance una nueva operación militar contra las bases kurdas del norte de Siria, aunque para ello necesite del aval del Kremlin.

 

NOTAS

(1) “The earthquake in Turkey and the question of guilty”. DER SPIEGEL, 10 de febrero.

(2) “How corruption and misrule made Turkey’s earthquake deadlier”. GONUN TOL (Director del Middle East Institute). FOREIGN POLICY, 10 de febrero.

(3) “How will Turkey’s earthquake affect the current election cycle”. SONER CAGAPTAY. THE WASHINGTON INSTITUTE ON NEAR AND MIDDLE EAST, 14 de febrero.

(4) “As tough election loom in Turkey, Erdogan is spending for victory”. BEN HUBBARD. THE NEW YORK TIMES, 26 de enero.

 (5) “Turquie: l’anée commence sous le signe du voile” (Entrevista con SAMIN AKGÖNÜL, Director del departamento de estudios turcos en la Universidad de Estrasburgo). COURRIER DES BALKANS, 2 de enero.

(6) “Turkey’s turning point. What Will Erdogan do to stay in power”. HENRY BARKEY (Profesor de la Universidad de Lehigh y experto en Oriente Medio en  el Council of Foreign Relations de Washington). FOREIGN AFFAIRS, 3 de febrero.

FRANCIA Y GRAN BRETAÑA, FOCOS DEL MALESTAR SOCIAL EN EUROPA

 8 de febrero de 2023

El invierno en Europa no está siendo tan catastrófico como se temía, debido a la anunciada crisis energética derivada de la guerra en Ucrania. Las intervenciones públicas y las medidas de control del precio del gas, el petróleo y sus derivados de Rusia han permitido amortiguar el golpe y evitar un nuevo repunte inflacionista. Aun así, la crisis se deja sentir y sigue erosionando el nivel de vida de las clases populares y medias. En los gobiernos nacionales y europeo se debate la duración y alcance de las políticas de amortiguamiento y compensación, ante la prolongación de una guerra cuyo fin no parece cercano. Los agentes sociales calibran la capacidad de respuesta. Dos países destacan en la expresión del malestar social: Francia y Gran Bretaña.

FRANCIA: EL CALVARIO DE LAS PENSIONES

En Francia, el Presidente Macron decidió no esperar a un aplacamiento de la dinámica bélica para acometer, por segunda vez, el espinoso asunto de la reforma del sistema de pensiones. En mala hora. Con una mayoría exigua en el Parlamento y la hostilidad manifiesta de los sindicatos, las fuerzas políticas de izquierda y de la derecha nacional-populista y el apoyo condicionado de los conservadores, el gobierno se encuentra en una posición fragilizada.

Después de tres jornadas de huelgas de impacto considerable, aunque quizás decreciente, llega la hora de los cálculos sobre la relación de fuerzas y la reconsideración de estrategias. La jefa del gobierno, Elisabeth Borne, asume el desgaste político y es la encargada de trazar el terreno en el que abordar posibles vías de encuentro con los únicos que se prestan a ello, el partido de Los Republicanos (1).

El aspecto clave y más polémico de la reforma es el retraso en dos años de la edad jubilación (de los 62 a los 64 años), a partir de 2030. Más allá de las cuestiones técnicas (2), el alcance político se centra en la cuestión del reparto de cargas para asegurar la viabilidad del sistema. Las pensiones en Francia son un asunto casi exclusivamente público, no hay un modelo alternativo privado de envergadura como en otros países del entorno europeo. La izquierda, en términos generales, sostiene que se estabilice el sistema mediante el incremento de la fiscalidad sobre los más ricos, es decir, justamente lo contrario de lo que ha hecho Macron desde su llegada al Eliseo, en 2017.

Los macronistas consideran que esta impugnación es ideológica o motivada por razones partidistas. A su juicio, la izquierda se evade de la responsabilidad de garantizar el bien común con el sólo propósito de desgastar al gobierno. Borne se dice dispuesta a corregir algunos de los aspectos más irritantes de la reforma, como, por ejemplo, avanzar la edad de retirada de los 64 a los 62 años (dos más que en la actualidad) para las llamadas “carreras largas”, es decir, para los trabajadores que empezaran muy jóvenes su trayectoria laboral y en tareas penosas o  duras, que supongan mayor desgaste físico. Esta era una de las exigencias de los Republicanos para apoyar el gobierno (3).

Sin embargo, estas concesiones son claramente insuficientes para la oposición y no está claro que sirvan para garantizarse el respaldo de los conservadores (4). El frente de izquierdas quiere simple y llanamente la retirada del proyecto y un nuevo replanteamiento de la cuestión sobre bases sociales más justas. No se trata de un discurso vacío. Numerosos economistas acreditan la viabilidad del sistema sólo con ajustar la actual fiscalidad. Algunos apuntan que con una subida de dos puntos a las rentas más altas se solucionaría el problema. El nacionalismo populista se apunta a la defensa de las clases más desfavorecidas y medias, pero resta ambiguo sobre el asunto de la fiscalidad.

Macron ha pretendido retirarse de la primera línea de la polémica, escarmentado por la experiencia quemante de la crisis de los “chalecos amarillos”, pero sus adversarios políticos no están dispuestos a que funcione el recurso del “fusible Borne”. En la heterogénea mayoría presidencial también se dejan escuchar ciertas desavenencias, tanto de fondo como de estrategia, aunque no es previsible una fractura interna. Al menos de momento.

En todo caso, si las cosas se complicaran, el gobierno no descarta sacar adelante el proyecto por decreto (es decir, recurriendo al controvertido artículo 43,2 de la Constitución gaullista en vigor), como ya ha tenido que hacer con las leyes de presupuestos y financiación de la seguridad social. Esta eventualidad podría encender aún más la conflictividad y consolidar el discurso de la oposición sobre el creciente déficit democrático de la era Macron. Con los “pinchazos” del Presidente en política exterior (Rusia, África y enésimo bloqueo del eje franco-alemán), el frente interno se antoja una pesadilla de difícil gestión para el Eliseo.

GRAN BRETAÑA: UNA CRISIS SISTÉMICA

En Gran Bretaña, la crisis social es aún más profunda. No se trata de percepciones o de confrontaciones políticas. Algunos analistas atribuyen al Brexit gran parte de los males que aquejan a la cohesión social británica, pero otros profundizan más y señalan la causa mayor del desastre: el empeño en un modelo neoliberal, más o menos corregido, mediante los guiños compasivos de David Camero o los oportunismos populistas de Boris Johnson), cuando no reforzados por la incompetente Lizz Truss, que provocó una crisis de confianza sistémica en apenas un  par de meses en Downing Street.

El actual primer ministro, Rishi Sunak, ministro de Hacienda con Johnson y rival derrotado de Truss en las primarias tories, se ha hecho cargo de un país en rumbo a la bancarrota y el desgarro social más grave en medio siglo. No es un sanador, ya que él mismo ha contribuido a crear esta situación, aunque presume de unas supuestas credenciales de competencia de los que carecían sus antecesores en el cargo.

Sunak es un multimillonario que ha demostrado escasa empatía social en varias ocasiones. Su astucia le impide incurrir en resbalones escandalosos, pero su distanciamiento le priva del nervio necesario para embridar el malestar social. Las huelgas en el sistema sanitario parecen fuera de control (5). Los servicios públicos están bajo mínimos y el descontento adquiere unas proporciones semejantes al que derrumbó el gobierno del entonces premier laborista James Callaghan, tras el atroz invierno de 1978-79. Aquella crisis alumbró el éxito de Thatcher y, meses más tarde, con el triunfo de Reagan al otro lado del Atlántico, abrió la era de un nuevo liberalismo económico feroz y ultraconservador en materia social y política.

El actual premier es un producto acabado de ese neoliberalismo basado en la hegemonía del capitalismo financiero sobre el productivo, la reducción implacable de los servicios públicos en favor del beneficio de las empresas privadas sustitutorias y la lógica del interés particular sobre las soluciones colectivas en cualquiera de las escalas sociales. El fracaso de estas recetas no es en ninguna parte tan palpable como en el Reino Unido. El nivel salarial medio es menor al de hace 18 años, algo que no tiene precedentes en el mundo occidental desde la posguerra, como señala Simon Tisdall (6). El sistema de protección social es el más debilitado de la OCDE incluido Estados Unidos, que es ya decir. La austeridad practicada desde la crisis financiera ha reducido el gasto (o inversión pública) en siete puntos: del 46% al 39% del PIB. Ni siquiera la iniciativa privada parece satisfecha. El país registra la tasa de inversión más baja de las principales economías mundiales. La desigualdad social adquiere niveles no alcanzados en décadas. Gran Bretaña es el único país europeo donde ha disminuido la esperanza de vida (7).

Pero el neoliberalismo resistió con la pócima envenenada del Brexit. Ahora que se cada día se ve más claro el gran engaño, los conservadores parecen en rumbo al desastre electoral con un retraso de treinta puntos en las encuestas. Pero no está claro que los laboristas, muy divididos sobre la cuestión europea, pero también sobre la dialéctica entre lo público y lo privado pueda revertir esta larga y pronunciada decadencia.

Quienes soñaban con un nuevo esplendor, con un Greater Britain, se despiertan cada mañana con la boca seca. Los nostálgicos del Imperio difícilmente puede soportar que, en estos momentos, el PIB de la India, en su día la joya colonial, sea superior en términos absolutos al del Reino Unido.

 

NOTAS

(1) Réforme des retraites: les questions pour comprendre ses contours et ses enjeux”. LE MONDE, 11 enero.

(2) “Réforme des retraites: àpres la troisème journée de mobilisation, les incertitudes du gouvernement”. LE MONDE, 8 febrero.

(3) Réforme des retraites: Elisabeth Borne loue la ‘justice’ du project du gouvernement”. LE MONDE, 11 enero.

(4) “Réforme des retraites: qu’en disent les parties d’opposition”. LE MONDE, 12 enero.

(5) “Up to half a million to strike across UK as talks go ‘backwards’”. THE GUARDIAN, 31 enero.

(6) “Britain is much worse off than It understand”. SIMON TILFORD. FOREIGN POLICY, 3 febrero.

(7) “British cautionary tale of self-destruction”. DAVID WALLACE-WELLS. THE NEW YORK TIMES, 25 enero.