A RITMO DE TRUMP-ETEO

10 de agosto de 2015
                
Que la política norteamericana tiene, a menudo, un gusto exagerado por el circo es algo sabido. Las exigencias audiovisuales, ahora reforzadas y en absoluto mitigadas por las redes sociales, explican en parte este fenómeno. En realidad, es la tiranía del dinero lo que empuja a la política estadounidense a la trivialidad del espectáculo por el espectáculo. Los ciudadanos, muchos de los cuales  tienen una relación contradictoria e inconsistente con la clase política y sus epígonos, en el fondo no conciben otros parámetros de actuación. Salvo una minoría ilustrada, concienciada y muy activa (mucho más de lo que podemos encontrar en Europa, por cierto, donde tendemos a simplificar lo que ocurre al otro lado del Atlántico).
                
XENOFOBIA, VULGARIDAD Y ESCÁNDALO
                
Esta dimensión circense de la política norteamericana vive momentos de apogeo con la figura del empresario inmobiliario Donald Trump, convertido en el 'media-star' del tinglado. El debate televisivo de la semana pasada (exponente claro de lo dicho más arriba) ha amplificado esta percepción de protagonismo extravagante y desmedido.
               
  La cosa no tiene gracia, por supuesto. Trump se ha colocado en cabeza de las preferencias de voto del electorado republicano con un discurso xenófobo y agresivo (como cuando trató a los mexicanos sin papeles como criminales), cargado de superficialidad, presuntuosidad y vulgaridad. La clave de su éxito -¿momentáneo?- es su posicionamiento, facilón y oportunista, fuera del 'establishment' político.
                
Ese furor despectivo hacia lo político, que crece como una mancha de aceite en casi todas las sociedades occidentales, ha permitido a Trump dislocar el debate interno del Great Old Party y poner en evidencia la fragilidad de los otros aspirante del partido a la nominación presidencial.
                
En otro momento, algunos de estos 'candidatos a la candidatura' podrían tener o adquirir cierta altura o pedigrí presidencial, aunque sin alardes. Es el caso de Jeb Bush, más parecido a su padre que a su hermano,  o Rand Paul, el libertario y en su día favorito del 'Tea Party'. O el 'moderado' y 'compasivo' Chris Christie. Y últimamente Kasich, de Ohio, con su "responsabilidad fiscal". El resto es o parece poca cosa. Es el caso de Marco Rubio, de origen cubano y anticastrista sin matices, se encuentra todavía en el huevo y parece controlar mal su ambición y mucho menos su patrimonio. O resultan estridentemente derechistas, como Scott Walker, azote de empleados públicos y sindicalistas en Wisconsin. O se muestran como conservadores preconciliares como el hispano Ted Cruz. No faltan 'derrotados' impenitentes como Huckabee, Perry o Santorum. O neófitos como Carla Fiorino, la ex-gerente de Hewlett Packard, o Carson, el único negro. O veteranos ya amortizados, como el senador Graham.
                
A casi todos ellos los ha hecho trizas la retórica tronante y vulgar de Trump, que a muchos españoles les podía recordar a Jesús Gil. Al principio, no se lo tomaron demasiado en serio, como suele ocurrir con estos fenómenos político-mediáticos. Muchos estrategas, en la nómina de los candidatos o fuera de ellos, pensaron que Trump se quedaría en los cajones cuando se diera el pistoletazo de salida. De momento, no ha sido así. El 'perturbador' de la pre-campaña ha tomado la delantera, en la primera curva,  y con un cómodo margen de ventaja.
                
No hay que perder el tiempo en desgranar el 'pensamiento' político de Trump. Ni siquiera sus juicios u opiniones formulados a bote pronto. Es una colección de tópicos que definen los manidos prejuicios  de la subcultura política conservadora norteamericana. El mensaje es el candidato. Como todos los tipos que han hecho dinero debido en gran parte a las influencias políticas, se permite con un descaro sonrojante despreciar a la política y a los políticos. Nadie mejor que ellos conocen y practican la corrupción.
                
EL MACHISMO Y EL FACTOR FEMENINO
                
El debate del otro día, aunque consolidó la figura dominante de Trump, también le dejó arañazos políticos y mediáticos. La polémica se focalizó en sus referencias machistas dirigidas a una de las coordinadoras, la popular periodista de la Fox Megin Kelly. Una pregunta crítica de ella sobre algunas expresiones misóginas de Trump irritaron al 'candidato'. En uno de sus comentarios posteriores al debate, Trump dijo que a Kelly "le salía sangre por los ojos... y por todas las partes de su cuerpo". Una referencia velada a la menstruación.
               
Desde ese mismo momento, las redes sociales entraron en combustión. La plataforma femenina del Partido Republicano fue singularmente dura, y qué decir del equipo de campaña de la mega-candidata demócrata, Hillary Clinton. La reacción de los rivales de Trump en la carrera fue variada. Algunos se sumaron al coro más crítico y otros fueron discretamente reprensores, pero también hubo quien calló. Los republicanos tienen un problema con el electorado femenino. La mayoría de las mujeres, en su conjunto, no así las blancas, votan por el candidato demócrata desde 1992.
                
La onda expansiva de los comentarios machistas de Trump ha dominado todo el fin de semana veraniego. El magnate ha intentado compensar su metedura de pata negando que se refiriera a la menstruación, "porque un hombre inteligente como yo, que ha construido una empresa tan impresionante, no puede hacer una declaración tan estúpida como esa" (sic).
                
¿RUPTURA CON LOS REPUBLICANOS?
                
Trump ha aprovechado la polémica para erigirse una vez más en víctima, denunciar que todos están contra él y abonar las especulaciones sobre su desvinculación del  GOP  y el lanzamiento de su candidatura como independiente, si la dirección republicana sigue mostrando hostilidad hacia él. En fin, otro Ross Perot, veinticuatro años después. Ironías de la historia, aquella operación de un candidato outsider contribuyó a destruir políticamente a Bush padre. Ahora, podría ser la tumba del menor sus hijos, Jeb.
                
Esta opción de un tercer candidato es más que factible. Después de todo, Trump se sumó al intento de Perot de construir otro partido, el Partido de la Reforma, después de la derrota (obtuvo un 19%). Pronto se cansó o pensó que no era el momento, y flirteó con los demócratas, en particular con Hillary, a quien presume de haber financiado generosamente. Luego se acercó a los republicanos, pero hizo mofa de Bush (W). Últimamente, más que acomodarse a un confuso y errático discurso republicano, le ha gustado desbarrar por libre. En el debate se negó ostentosamente a comprometer su apoyo al candidato que ganara la nominación, si no era él el elegido.
               
Decía un editorialista de THE NATION hace unos días que lo peor de Trump es que los republicanos no pueden atacar muchos de sus exabruptos, porque, sin tanta salsa, los han estado abonando o propiciando. Atrás queda la hipoteca del 'Tea Party', cuyos mensajes ultra conservadores y anti políticas públicas lastró peligrosamente a muchas figuras del GOP o condicionó a quienes, como Romney, nunca se sintieron a gusto en su compañía.
               
A los republicanos sólo les une ahora el intento enfermizo de demolición de Obama, cueste lo que cueste. Trump puede darles una 'bala de plata' con la que no contaban hace unos meses. Pero algunos de ellos temen disparársela  en el pie. O en la cabeza. De ahí que quizás tengan que tragar carros y carretas, machismo y xenofobia, vulgaridad y estupidez a raudales.