RESPUESTAS TRAMPOSAS A LA CRISIS

10 de Octubre de 2008

La crisis financiera se ha tragado a McCain. Salvo error monumental de Obama, las elecciones del 4 de noviembre tienen ya un ganador seguro. La serie de ataques a la desesperada de la campaña republicana golpean en el aire. Los analistas predicen, a menos de cuatro semanas de la cita electoral, también un hundimiento de los republicanos en las legislativas. Según el NEW YORK TIMES, “los demócratas podrían conquistar de seis a nueve asientos en el Senado y entre 25 y 30 escaños en la Cámara de representantes”. La era neocon podría acabar en la ignominia.

El segundo debate, anunciado como la última oportunidad de McCain para colocarse en una vía triunfadora, no sirvió más que para ahondar la impresión de que las propuestas del senador de Arizona están agotadas. La combinación de populismo fácil y de insinuaciones infundadas contra su rival resultaron patéticamente ineficaces.

Los medios, otrora indulgentes con McCain, empiezan a retirarle el crédito. Muchos de los que le ayudaron a construir su prestigio de “disidente” o de “independiente” de su propio partido han dejado de creer que su presidencia sea muy distinta a la de Bush.

Ni siquiera la pregonada experiencia de McCain en asuntos internacionales y de seguridad han sujetado sus expectativas, ante la brutal embestida del huracán financiero. Por mucho que se haya empeñado en emplear un lenguaje afilado contra los patrones de Wall Street, McCain no ha conseguido hacer olvidar que durante años ha respaldado, con su discurso y con sus votos, las políticas neoliberales y desreguladoras que han conducido a este desastre delictivo en las grandes finanzas del país.

Los otros medios, los medios más independientes o progresistas eluden en cierto modo el sobrepasado debate electoral y se concentran, inteligentemente, en las trampas y peligros que encierra el clima de pánico y urgencia creado por las élites económicas y políticas.

La aprobación del plan de rescate no debe impedir que se mantenga la vigilancia para que las victimas no terminen sufragando a los verdugos. El prestigioso intelectual Howard Zini, autor de la magnífica historia de Estados Unidos contada desde una perspectiva popular, propone en THE NATION que los 700 mil millones de dólares se gasten en “la gente que realmente los necesita”. Propone que el gobierno declare una moratoria en los desahucios, que ayude a los propietarios de casas a pagar sus hipotecas y que ponga en marcha un programa federal de creación de empleo, al estilo del New Deal durante la Gran Depresión de los años treinta.

En parecidos términos se pronuncia, desde las páginas del británico THE NEW STATESMAN, Robert Reich, Secretario de Trabajo del primer gobierno Clinton, y uno de los referentes socialdemócratas del Partido al que pertenece Obama. Reich se confiesa escéptico no sólo sobre el Plan Paulson, sino sobre cualquier paquete convencional de estimulo económico, por la profundidad de la crisis.

Después de documentar el incremento de la brecha social en Estados Unidos durante las últimas tres décadas, Reich pasa revista a los sucesivos fracasos por mantener el poder adquisitivo de la clase media. Para este momento, su propuesta es clara: “invertir en la productividad de los trabajadores, hacer posible que las familias tengan atención sanitaria, acceso a buenas escuelas y a educación superior, reconstruir las infraestructuras e invertir en tecnologías de energía limpia”. Todo ello, mediante un “programa fiscal progresivo”.

El discurso de Obama no debería estar muy alejado de estos principios. Pero persisten serias dudas sobre su capacidad de maniobra frente a un establishment político y financiero que presentará cualquier intento de política progresista como “aventurera” o incluso “peligrosa”.

En Europa, las ondas de choque de la crisis han puesto en evidencia la limitaciones del liderazgo político. “A la indecencia de los actores financieros, la inconsecuencia de los políticos”, se lee en un editorial de LE MONDE. Recomienda el diario francés “retornar a la política y a su cuestión central: a quien debe servir la riqueza de las naciones”.

Se percibe miedo a parecer ahora demasiado heterodoxo, ignorando que ha sido la ortodoxia lo que ha traído la catástrofe. En THE GUARDIAN hemos leído esta semana un valiente análisis de Jonathan Freedland acerca de la “impotencia política”: los líderes europeos han sido incapaces de advertir la crisis, de atajarla y, ahora, de proponer soluciones que responsabilicen a los principales causantes. De ahí que compartamos su conclusión: “esta no es sólo una crisis financiera o económica, sino una crisis democrática- el pueblo y sus representantes tienen poco o ningún control sobre lo que les afecta directamente”.