9 de noviembre de 2016
La América del
malestar ha elevado a Donald Trump a la cúspide del país. Contra la inmensa
mayoría de los pronósticos y expectativas, el candidato más extravagante de la
historia reciente se convierte en el próximo presidente de los Estados Unidos.
El
triunfo de Trump ha sido muy ajustado en votos populares -apenas un punto de
diferencia, según resultados aún provisionales- pero convincente en el reparto
de votos del colegio electoral. El magnate inmobiliario ha ganado en casi todos
los estados reñidos (Ohio, Florida, Pensilvania, Carolina del Norte, Wisconsin).
Sólo se le escapó Virginia. Y a esta hora seguía sin decidirse Michigan.
En
su discurso de celebración de la victoria, Trump se ha mostrado conciliador y
ha adoptado un tono humilde, muy diferente al empleado en la campaña. Incluso
se ha permitido reconocer los servicios de su adversaria. Pero ha sido
absolutamente evasivo acerca de sus intenciones de gobierno, más allá de tópicos
y vaguedades sobre la reconstrucción del país, la superación de la división
nacional y la promesa de un futuro brillante para todos.
La
incomparecencia de Hillary Clinton en la noche electoral ha sido chocante. Llamó
a Trump para felicitarlo y admitir su derrota, pero no ha aparecido públicamente
para pronunciar el habitual y casi obligado discurso de concesión de la
victoria de su rival.
La
América más progresista, consciente de las desigualdades o simplemente educada se
encuentra en estado de shock. Como escribía a última de la noche el Nobel de economía,
Paul Krugman, intuyendo la victoria de Trump, esa América “quizás no entiende
en el país en el que vive”.
El
análisis meditado de los resultados permitirá en las próximas horas o días explicar
con más rigor lo ocurrido. Pero puede avanzarse que la elevada abstención de las
minorías afroamericana y latina ha podido ser decisiva para la derrota de la
candidata demócrata en los estados de Ohio, Pensilvania y Carolina del Norte.
Por el contrario, buena parte de esa clase obrera blanca malestar por la crisis
económica y social y los efectos negativos de la globalización ha comprado el
discurso populista y engañoso del candidato republicano.
Con
el triunfo de Trump, se confirma de la manera más contundente posible la deriva
del mundo occidental por la senda del extremismo, el populismo y el
nacionalismo exclusivista. Después del Brexit
y del auge de los partidos y movimientos xenófobos en Europa, el rumbo que se
dibuja en Estados Unidos no puede ser más inquietante.
Es más que probable
que, una vez instalado en la Casa Blanca, Donald Trump rectifique buena parte
de su discurso y se avenga a encajar sus promesas en el cauce mucho más clásico
del acervo político tradicional. Puede ayudar a esta acomodación con el establishment la mayoría republicana en
las dos cámaras del legislativo, confirmada en estas elecciones.