10 de diciembre de 2025
La
última actualización de la Estrategia de Seguridad Nacional (NSS) de Estados
Unidos, elaborada por la administración Trump, ha levantado ronchas en
despachos, gabinetes y medios de comunicación europeos. El actual gobierno
norteamericano arremete contra sus aliados por sus políticas “débiles” frente a
la “inmigración masiva” y las “invasiones” poblacionales, con sus secuelas de
terrorismo, narcotráfico, trata de blancas y espionaje, que provocan la “borradura
de la civilización occidental” (1).
La
trascendencia del documento, sin embargo, ha sido sobrevalorad, tanto por
razones como por complejos políticos. La defensa expresa que la NSS hace de los
“partidos patriotas” europeos frente a la hegemonía de los que han gobernado
ocho décadas amparados en el ‘consenso centrista’ (desde conservadores a los
socialdemócratas) ha escocido lo suyo (2). Aquí radica la clave de la polvareda,
no en el supuesto alcance estratégico real del documento.
Lo
que ha molestado en el establishment europeo es que el apoyo de Estados
Unidos (en absoluto incondicional) se condicione a un cambio del panorama
político en el viejo continente. Los partidos adscritos al orden liberal temen,
esta vez en serio, ser desbordados por las hasta ahora marginales opciones de
la extrema derecha. Y, sin embargo, no dejan de comprar sus recetas
precisamente en lo que la NSS pone más énfasis (el control de la inmigración a
toda costa), sin combatir de verdad la inconsistencia y demagogia de la
propaganda ultra.
Hace
unos años, no muchos, fueron los conservadores en Francia y en el centro de
Europa los que se apuntaron a la retórica y a las medidas defendidas desde el
ámbito cultural xenófobo. Hoy en día, son los partidos liberales doctrinarios
(aún minoritarios en gobiernos y coaliciones) y hasta los socialdemócratas
(cada día más debilitados e irreconocibles) los que navegan también a favor del
viento reaccionario en esa materia. La política migratoria europea la lideran
Giorgia Meloni (neofascista italiana) y Mette Fredericksen (socialista danesa).
Las dos despiertan admiración y concitan elogios (3).
Los
medios liberales se han desgañitado en sus protestas, como lo han hecho ciertos
académicos y estrategas, pero los gobiernos son más flemáticos, porque saben
que la extrema derecha es un apéndice con el que hay que entenderse. Sólo
molesta cuando atenta contra la hegemonía de las élites políticas. Son, o
pueden ser, útiles compañeros de viaje y soporte más que fructífero de pactos
y coaliciones (qué vamos a decir en
España), pero empieza a ser molesta cuando reclama más pedazo del pastel que los
partidos del consenso sistémico están dispuestos a concederle o cuando quieren
el pastel entero (como en Francia o, últimamente, Gran Bretaña). En vez de
plantearse políticas decididamente distintas de las inspiradas por esas
formaciones ultras, las copian, las adaptan a la retórica liberal y las barnizan
con una capa de humanismo. La era del cordón sanitaria ya pasó. Y el ejemplo
más evidente es la política migratoria.
La
deriva restrictiva ha alcanzado estos últimos días su consagración con la
aprobación, por los ministros de Interior y Justicia de la UE, de un paquete de
medidas que promueven los centros de deportación en países ajenos, la reducción
de las cuotas de reubicación solidaria de los demandantes de asilo y la
contribuciones que deben pagar los países miembros como compensación por no
aceptar los inmigrantes que les correspondan. No llega a lo que Trump quiere y
empieza a hacer en Estados Unidos, Europa, con la oposición de España y algún
otro país, se le parece mucho (4).
Que
personalidades de alto nivel instituciones pero escaso poder real como el
Presidente del Consejo Europeo, Antonio Costa, o la inane Ministra (¿?) de
Exteriores de Europa protesten con tono indignado por la “interferencia” de
Estados Unidos en los procesos políticos de países aliados dice poco o muy poco
de la verdadera dimensión de la crisis transatlántica. La Presidenta de la
Comisión, la más importante de esta triada de políticos comunitarios, ha guardado
un silencio significativo. Difícilmente puede rasgarse las vestiduras, después
de haber interpretado el papelón de un supuesto acuerdo para solventar la
crisis comercial con Estados Unidos. Estos líderes comunitarios, cuya
apariencia en los medios es inversamente proporcional a su peso real, no son
quienes deciden las acciones. Ni siquiera puede decirse que haya una política
europea frente a las andanadas de Trump. Hay casi tantas como países, hay
países cuyos dirigentes están encantados con Trump, y hay tantas estrategias
como países de verdad capaces de plantar cierta resistencia al amigo
americano.
UN
DIRECTORIO PARA LLENAR EL VACÍO
En
los últimos meses, ha surgido un liderazgo informal pero real, compuesto por
las tres grandes potencias europeas: Alemania, Francia y Gran Bretaña (conocido
como E3). Esta “trilateral” europea trasciende el ámbito comunitario. El Reino
Unido de Gran Bretaña, decidió hace casi diez años salirse de la UE, con la ilusoria
idea de reverdecer glorias del extinto imperio y sacudirse el yugo leguleyo del
continente. El otrora celebrado eje París-Bonn (luego Berlín) para la
conducción estratégica de la política exterior e institucional de Europa, hace
tiempo que dejó de funcionar con eficacia. Otro componente no escrito: los líderes
de estos tres países encuentran en el terreno exterior una compensación para sus
apuros internos (5).
A
falta de una política exterior de los 27, el Directorio asume la conducción del
asunto que consume el pensamiento estratégico de Europa: la guerra de Ucrania. Aunque
este Directorio mantiene un cierto nivel de cohesión en el sostenimiento de las
aspiraciones de independencia real de Ucrania, su poder real para influir en el
curso de la guerra es muy escaso. Tanto que, en cada reunión y comunicado
correspondiente, el E3 insiste en resaltar la importancia esencial de Estados
Unidos para garantizar la seguridad de Ucrania y, por extensión, la de Europa. Nada
de entablar un pulso con Trump ni de seguir la “vía china” de la firmeza. El
rearme es el camino para lograr la “autonomía estratégica”, pero no la ruptura,
se repite insistentemente en París, Berlín y Londres (6).
Ciertamente,
la NSS confiere a EE.UU no el papel tradicional de aliado mayor de la OTAN,
desempeñado desde 1949, sino el de una suerte de “mediador” para “restablecer
el equilibrio estratégico con Rusia” y convencer a Europa de que debe abandonar
su “posiciones irreales” ante la guerra de Ucrania. Esto ha provocado una irritación
considerable también en el mundo liberal-conservador norteamericano se debe a
que su retórica de “guerra cultural” entorpece el liderazgo incuestionable de Washington
(7) y su visión del mundo conduce a una “paradoja” inexplicable (8).
No
obstante, lo que verdaderamente importa es lo que se hace sobre el terreno. Pocos
medios se han hecho eco estos días de una ley votada el domingo en el Congreso
de Estados Unidos, que cada año prolonga el despliegue militar norteamericano
en Europa y prohíbe que los efectivos caigan por debajo de los 76.000 hombres
más de 45 días (6). Que esta administración exija una mayor contribución europea
en el gasto su propia defensa no quiere
decir que Washington se inhiba de sus responsabilidades. Europa debe escuchar
el mensaje, sostiene una veterana analista de las relaciones transatlánticas
como Judy Dempsey (9).
Los
intereses vitales de Estados Unidos pasan por afianzar su presencia militar y
diplomática en Europa, y eso se reconoce
también en ese documento de la discordia, aunque haya cambiado el tono y las exigencias
de la vieja Alianza.
La
Estrategia de Seguridad Nacional, ésta como las anteriores, son piezas de
papel, grandilocuentes y severas, pero poco prácticas. Igual de irrelevante
resultó la estrategia de defensa y promoción de las democracias frente al
desafío de las autocracias (doctrina Biden), como resultará seguramente este
panfleto xenófobo y reaccionario (doctrina Trump) que denuncia la falsa amenaza
a la civilización occidental, vehiculizada por el ‘gran desplazamiento’; es
decir, la sustitución de las poblaciones autóctonas por las masas crecientes de
inmigrantes de otras culturas y religiones).
Cabe
preguntarse, en efecto, si ese documento de la discordia no es otra cosa que un
mensaje de un Presidente en apuros para contentar a su base electoral más
activa (el movimiento MAGA), en un momento de cuestionamiento de su liderazgo (10).
EL
PELOTEO DEL MUNDO DE LA PELOTA
La
adulación a Trump se ha adherido a la piel europea. Este comportamiento va más
allá de los Estados o de los gobiernos. Sirva como anécdota muestra el bochornoso
espectáculo del sorteo de los partidos de la fase final del Mundial de fútbol,
que se celebrará en los tres países de América del Norte este verano.
El
negocio del balón, como cualquiera de notables dimensiones, no entiende de
ética ni de principios cuando se trata de maximizar, asegurar y consolidar
beneficios. La FIFA se rindió a la vanidad insaciable de Trump al concederle un
denominado “Premio de la paz” por sus atribuidos éxitos en el dominio de la
diplomacia mundial. Provocaba vergüenza ajena escuchar cómo Gianni Infantino repetía
las mentiras del caprichoso Presidente sobre su eficacia para resolver conflictos
bélicos.
Mientras
el dirigente más importante del deporte mundial (por el volumen de los negocios
que gestiona y la influencia política que acumula) loaba el genio y la
capacidad diplomática de Trump, las guerras que éste había supuestamente concluido
seguían produciendo muertos en la frontera de Tailandia y Camboya o entre
Ruanda y el Congo, y rebrotaban en Gaza y Líbano. El papelón de los ‘teloneros’
de Trump en la charada de la FIFA no es para olvidar. El liberal Carney y la progresista
mexicana Sheimbaum, por obligación o por devoción, se vieron arrastrados a una
ceremonia que bordeó el ridículo. Los protagonistas naturales del evento,
futbolistas y técnicos, quedaron reducidos a un papel de comparsas.
Esta
humillación de los supuestos valores universales del deporte han tenido poco
eco en los medios liberales. Poco o nada se ha dicho tampoco sobre los centenares
de futbolistas de origen africano, asiático o latino que contribuyen
decisivamente al éxito de sus clubes y selecciones nacionales. Nunca hubiera sido
más oportuno, después de que Trump hubiera decretado unos días antes el cierre
de las fronteras a ciudadanos de muchos de los países que competirán en verano en
estadios norteamericanos. La hipocresía alcanzó límites insuperables el pasado
viernes en Washington.
NOTAS
(1) “Trump Administration Says Europe Faces ‘Civilizational Erasure’”. THE
NEW YORK TIMES, 5 de diciembre.
(2) “Trumpworld thinks Europe has betrayed the West. Centrist
governments across the continent rightly sense a trap”. THE ECONOMIST, 2 de
diciembre.
(3) “Soutenue par l’UE, Giorgia Meloni investit en Afrique pour limiter
l’émigration”. LE MONDE, 20 de junio; “The UK wants to emulate
Denmark’s hardline asylum model – but what does it actually look like? MIRANDA
BRYANT. THE GUARDIAN, 14 de noviembre.
(4) “Europa allana el
camino a la creación de centros de deportación de migrantes fuera de la UE”. EL
PAÍS, 8 de diciembre.
(5) “Macron, Merz and Starmer are forming a new trilateral leadership. Three
leaders struggling at home, but vigorous abroad”. THE ECONOMIST, 27 de
noviembre.
(6) “Les Européens
refusent le rapport de force avec les Etats-Unis”. CLAIRE GATINOIS &
PHILIPPE RICARD. LE MONDE, 9 de noviembre.
(7) “The Only War the White House Is Ready for Is Culture War”. KORI
SCHAKE. FOREIGN POLICY, 8 de diciembre.
(8) “Trump’s Power Paradox. What Kind of World Order Does His National
Security Strategy Seek? MICHAEL KIMMAGE. FOREIGN AFFAIRS, 8 de diciembre.
(9) “Europe Needs to Hear What America is Saying”. JUDY DEMPSEY.
CARNEGIE, 9 de diciembre
(10) “Trump faces heat from MAGA base on ‘America First’ agenda, Epstein”.
HANNA KNOWLES. THE WASHINGTON POST, 13 de noviembre.
