12 de diciembre de 2018
Se extiende la sensación
de crisis en Europa. El callejón sin aparente salida del Brexit, la revuelta social en Francia y la incierta situación política
alemana se completan con el sobresalto italiano, el bloqueo político aderezado
con la emergencia de la extrema derecha en España. En los tres primeros casos,
se puede acudir a una cierta evocación teatral para recrear el drama político.
MAY RECREA A MACBETH
La premier británica
consumó el pasado lunes la representación de su fracaso personal y político en
la gestión del Brexit. Theresa May se
ha movido durante los últimos dos años y medio en el filo de la navaja,
amparada en el miedo de todos los actores a la catástrofe para lograr un acuerdo.
Creyó valerse de la ambigüedad como recurso de rectificación permanente en
procura del giro que mejor le conviniera en cada momento. Se ha movido entre
Westminster, Bruselas y las cabeceras políticas europeas siempre con libretos múltiples,
pero con la sintonía permanente del peligro que representaría para todos el
fracaso definitivo.
Decía hace unos meses Yanis
Varoufakis, el exministro griego, un apasionado de Shakespeare desde sus
tiempos de estudiante en Gran Bretaña, que a May le estaba pasando lo que a
Macbeth: se encontraba a expensas de unas fuerzas que escapaban a su control.
Cito su reflexión, realizada al periodista Mark Lawson (THE GUARDIAN), mientras
preparaba una conferencia sobre lo que la lectura del dramaturgo inglés puede
revelarnos sobre el comportamiento de los líderes políticos.
“Macbeth se encuentra
capturado, atrapado en su propia lógica. Comete error tras error en su intento
de resolver la equivocación inicial. Y, al final, se da cuenta de que se
encuentra a merced de fuerzas que escapan a su control. La grandeza de esta
obra consiste en mostrar la impotencia que puede generar el poder. No sé si
Theresa May se ha apercibido de ello” (1).
May no ha mantenido una línea
coherente de actuación, quizás con el propósito de tener más opciones para prevalecer
al final de la partida. La secuencia de errores
podría trazarse así: su error original habría sido no apostar claramente por la
permanencia en Europa; sumarse luego al Brexit
con un falso entusiasmo al percibirlo como fervor de la calle y de ciertos
despachos; acudir más tarde a la manipulación electoral para asentar su
liderazgo; y, cuando la iniciativa se convirtió en boomerang contra ella misma, adoptar una posición de equidistancia,
de síntesis moderada frente a las posiciones extremas o negativas, con la
pretensión de ser la única que podía garantizar la solución más razonable, la estabilidad.
Pero, para entonces, no gozaba del apoyo de buena parte de su partido, había
perdido la credibilidad ante sus socios europeos y se apreciaba muy vulnerable ante
sus rivales políticos. En definitiva, Macbeth
May a merced de fuerzas ajenas a su control.
Habrá que ver si, tras la
suspensión del voto en el Parlamento, ante el reconocimiento expreso de una
derrota inminente, May tiene aún margen de maniobra o seguirá improvisando.
MACRON EN GUISA DE TARTUFO
¿Qué le puede ofrecer,
desde el otro lado del Canal de la Mancha, el presidente francés, enfrentado a
una auténtica crisis social que amenaza con arruinar su mandato antes de haber
conseguido algún resultado palpable?
Macron se ha visto
obligado a retroceder en lo que siempre dijo que no haría: ceder a la protesta
de la calle. Creyó poder aguantar el desafío de los gilets jaunes, como había hecho, mal que bien, con sindicatos y estudiantes.
Pero la cólera en marcha se ha movido
con una lógica muy distinta al espíritu de salón y gabinete que alimenta el
instinto del dirigente galo.
De golpe, esa república coronada o imperial que
sus críticos le acusaban de practicar se ha convertido en un ejercicio poco
convincente de humildad. Como dicen los corresponsales del semanario alemán DER
SPIEGEL, “más que jugar el papel de Júpiter, sería un Ícaro, un hombre que
deseaba volar alto, pero se ha derrumbado y tendrá que gobernar con las alas
recortadas” (3).
En su alocución del lunes,
aparte de ofrecer concesiones salariales y aguinaldos sociales para intentar
aplacar la fronda callejera (4), Macron
colgó su capa de Júpiter y adoptó un tono más bien propio de Tartufo. El
presidente es un admirador de Molière, al que dedicó buena parte de sus
entusiasmos teatrales juveniles. Tal vez por eso, conocía bien los recursos de falsa
devoción del popular personaje. Macron se presentó ante los franceses como un dirigente
abrumado por la angustia cotidiana de los ciudadanos a los que cuesta llegar a
fin de mes. Muchos contemplaron su comparecencia como si de una representación
se tratara: el “presidente de los ricos” convertido en un líder compasivo, un Tartufo
de estos tiempos convulsos. Molière quiso escribir una comedia que pocos entendieron
y Macron ha hecho una versión dramática que muchos menos parecen dispuestos a
comprarle.
EL TONO FAUSTIANO DE
MERKEL
La trinidad de la debilidad del liderazgo europeo
se completa en Alemania, con la sucesión anunciada de la otrora poderosa Merkel.
La canciller ha conseguido que triunfara su preferida, de nombre tan difícil de
recordar (Annegret Kramp-Karrenbauer), que se la suele mencionar por su acrónimo
(AKK). Lo hizo por los pelos frente al nemesis
de Merkel, el resentido Friedrich Merz. Se impone por ahora la línea moderada, centrista,
frente al giro derechista que preconiza la otra mitad de la CDU. Veremos si AKK
cohabita con su mentora o quiere hacer valer su figura frente a los barones varones de su partido, para
demostrarles sus dotes de mando.
Puestos a encontrar referencias dramáticas clásicas
en el escenario alemán, me viene a la memoria un comentario de la Deutsche Welle, la radio pública germana,
durante la campaña de las últimas elecciones. El profesor de literatura Fritz Beithaupt
comentó con ironía que el mensaje de la CDU merkeliana
evocaba una alocución del Fausto de Goethe al celebrar la felicidad de la vida:
“Momento maravilloso, no perezcas nunca”. La Alemania que la canciller vendía a
sus ciudadanos era un país en el que “se vivía bien y felizmente, y que así
siga” (5).
Como May, Merkel también ha sido víctima de
fuerzas que no ha podido controlar, es decir, la xenofobia rampante en su país
o la desafección de sus propios colegas políticos; al igual que ahora Macron,
jugó al momento compasivo tartufiano con
la acogida de los refugiados, para luego retractarse, cuando percibió que los
vientos soplaban en la dirección contraria. A la canciller le asaltó la tentación
esencial del personaje de Goethe: sacrificar la salvación a cambio de la
felicidad juvenil de la vida terrenal. Merkel no sucumbió, pero ha sido
castigada a presenciar cómo su país se encuentra de nuevo sacudido por amenazas
oscuras.
NOTAS
(1)
THE GUARDIAN, 19 de marzo.
(2)
BBC, 10 de diciembre.
(3)
DER SPIEGEL, 10 de diciembre.
(4)
LE MONDE, 11 de diciembre.
(5)
DEUTSCHE WELLE, 8 de septiembre de 2017.