LA INCIERTA RUINA DEL IMPERIO MURDOCH

21 de julio de 2011

Sería catastrófico que el escándalo que amenaza con arruinar al imperio Murdoch quedara finalmente en un asunto de malas prácticas periodísticas aderezadas o reforzadas con el picante de la corrupción policial y la venalidad política.
Debería aprovecharse la situación para promover una reflexión en profundidad sobre al menos tres asuntos básicos de la vida ciudadana o, si se quiere, de la salud democrática:
- el poder crecientemente oligopólico de ciertos medios en el control del relato de la actualidad y en la conformación de los estados de opinión y diagnóstico de la sociedad.
- la conveniencia de regular el comportamiento de los medios en relación con la protección de la vida privada de las personas, del interés común y de los valores democráticos
- las relaciones con demasiada frecuencia obscenas entre ciertos poderes mediáticos y distintos sectores o familias políticas.
El ‘caso News of the World’ (en adelante, NoTW), o mejor dicho, el ‘caso Murdoch’ está siendo paradigmático en ese sentido. Pero sería infantil cree que se trata del único exponente de semejante perversión cívico-mediática-política.
El escándalo del espionaje telefónico, complicado con la complicidad, el encubrimiento o la permisividad policiales y la indiferencia, el miedo o la conveniencia políticas no convierte al asunto que domina las portadas y espacios informativos de estos días en un caso único. Ni siquiera podemos decir que se trata de un fenómeno exclusivamente británico.
El olor a escándalo tiene la virtualidad de provocar una reacción social que haga a partir de ahora más difícil la continuidad o impunidad de estas prácticas fraudulentas. Pero es dudoso que vaya a servir de vacuna para erradicarlas por completo.
Es aún pronto para decir si el imperio Murdoch ha iniciado un periodo de decadencia inevitable, en dirección cierta a su extinción o fragmentación o neutralización. El magnate australiano se presentó en la comparecencia pública (por cierto, política, simplemente, y, en consecuencia, sin responsabilidades que le preocupen seriamente, de momento) con una actitud aparentemente humilde, avergonzada, pero en absoluto concesiva o derrotada.
Murdoch compra tiempo, porque conoce una de las principales claves para entender el pulso público de las sociedades actuales: todo es efímero, pasajero, fútil. Lo que los medios, con su capacidad magnética para fijar las conciencias a iconos y mensajes, convierten hoy en trascendente lo que mañana olvidarán o sustituirán por otro asunto, al que le aguardará el mismo ciclo vital.
Sin duda, News Corporation pagará facturas de algunos platos rotos, o manchados, o envenenados. Es probable que sus ejecutivos sigan cayendo, los menos afortunados, para siempre, los mejor agarrados, mientras amaine la tormenta. Experto en la preparación, cocción, presentación, servicio y digestión de escándalos, la factoría Murdoch no carece de recursos para hacer lo propio con lo de casa.
Después de todo, en los sótanos o trasteros o discos duros de sus medios debe haber munición suficiente para seguir asustando a gente, por mucho que ahora todo el mundo se exhiba con tanta ‘valentía’ frente al hombre que los ha tenido tanto tiempo en el puño de sus caprichos. Los optimistas creerán que ha llegado la hora de la revancha: ahora que huele a sangre en Fleet Street, los humillados políticos o los altos funcionarios bajo sospecha no pueden permitirse el lujo de demorar el golpe de gracia.
En su comparecencia pública, un diputado laborista quiso saber por qué Murdoch fue la segunda persona que visitó a Cameron en Downing Street, después de que éste se convirtiera en Primer Ministro, y por qué acudió a la cita por una puerta trasera. ‘No lo sé, hice lo que me indicaron’, contestó el magnate a lo primero. A lo segundo calló. Pero no su hijo, James, que dio una pista de lo que vendrá a continuación si el escándalo continuaba: con el laborista –aseveró- mi padre también accedía por esa puerta trasera.
Un observador ha hablado de ‘revolving doors’ (puertas giratorias) para describir la relación entre cierta prensa y destacadas esferas políticas en el Reino Unido. El símil es brillante. Para que avance uno, el otro debe moverse también. Uno entra y otro sale, y luego el movimiento se efectúa al revés. Cameron ha esperado mucho para decir que ‘lamenta’ haber contratado a Coulson, uno de los druidas de ese auténtico imperio de la maledicencia o el chisme. Los laboristas se lo reprochan ahora, sabedores de que su exjefe de filas, Tony Blair, picaba mucho más alto, lo más alto, en la mercancía de favores. Miliban pude decir ahora que habla por él y que Blair es ya historia. Pero no podrá evitar que se le replique que su discurso se ha construido a toro pasado.
Los cambios en la empresa podrán ser profundos. Habrá que reemplazar a los ejecutivos y editores atrapados en la tela de araña tejida por la avaricia del propio grupo. Hasta es posible cierto repliegue temporal, para acallar las demandas de limpieza o hasta que se extingan los rumores de sangre. Algunos analistas de los medios predicen el freno en seco de la carrera del principal heredero, James, y otros creen que la herencia se va a malbaratar por la fragmentación inevitable que la amenaza.
El historiador de medios Patrick Eveno dice en una entrevista publicada en LE TRIBUNE DE GENEVE que “seis niños de tres madres diferentes son empujados a entenderse para gestionar miles de millones de dólares, lo que inevitablemente va a conducir al desmantelamiento”. Si algo o alguien no lo remedia, podríamos asistir a un culebrón digno de las primeras del grupo.
Los más críticos, o pesimistas, o viejos de lugar apuestan por el escenario de la vuelta a la normalidad, una vez que escampe. Es probable que durante un tiempo, se exhiba una mayor prudencia, una discreción más elegante, ciertas normas formales. Aparte, claro está, de apartamientos sonados, de vacaciones doradas. Pero dentro de un tiempo, cuando los políticos y la sociedad –y, last but no least, los otros medios- anden entretenidos en otros escándalos, en otras portadas de esas que parecen que no puede ser apagadas con nada, Murdoch, o sus herederos, o sus émulos emergerán de nuevo, seguramente con otras maneras y otras estrategias.
Para que esto no ocurra, habría que dar una respuesta satisfactoria a los tres asuntos de debate propuestos al comienzo de este comentario. Pero a ver quién se atreve a colocar ese cascabel al gato. Después de todo, siempre hay una campaña electoral próxima, un sustancioso negocio que cerrar… O un escándalo promisorio que cubrir.