UCRANIA Y OTROS CONFLICTOS PREVISIBLES EN 2023

28 de diciembre de 2022

Ucrania seguirá dominando la atención internacional en 2023. Pero no está aún claro si la actual guerra de movimientos (lentos y trabajosos) se prolongará durante todo el año o dejará paso a una guerra de posiciones, si se ensayan intentos o simulacros de intentos de negociación. Que Putin haya evocado esta tesitura recientemente, que los aliados de Ucrania lo vengan insinuando desde hace meses y que el propio Presidente ucraniano se haya abierto a ello (aunque condicionado a unas exigencias que parecen fuera de alcance) hacen pensar en que algo ocurrirá. Se está alcanzando el nivel de agotamiento y, lo que es más importante, las opciones de cada bando de conseguir avances significativos y determinantes se reducen.

A Rusia le queda la baza nuclear táctica, pero es más que improbable, porque ello supondría cruzar una línea roja de consecuencias incontrolables para el Kremlin, aparte de los efectos destructivos para el ecosistema de sus regiones más occidentales. Ucrania depende de una nueva escalada en el suministro de material militar, que no parece viable. Las empresas del complejo industrial-militar han hecho su agosto, pero su capacidad de producción a corto plazo parece exhausta.

Por lo demás, aparecen ya síntomas evidentes de fatiga, tensiones presupuestarias y cierto desinterés en Occidente. Las medidas anticrisis (control de la inflación, fondos de compensación a los consumidores, etc) están llegando al límite. Casi todo el mundo quiere que se intente un fin razonable de la guerra. Es probable que, en 2023, las diplomacias se vean consumidas en este esfuerzo, aunque de momento casi nadie atisbe una vía eficaz. La fórmula paz por territorios es inaceptable para Kiev; por el contrario, Moscú no parece que vaya a renunciar en una mesa a las precarias ganancias territoriales en el este del país vecino. La clave de las negociaciones residiría en las compensaciones no territoriales que una y otra parte pudiera obtener, pero, a día de hoy, no se antojan decisivas para desbloquear la situación.

IRÁN: CRISIS SIN ALTERNATIVA

El otro foco de interés seguirá centrado en Irán, donde la protesta contra el régimen islámico no remite y se ha convertido ya en la más importante y longeva desde 1979. La inicial revuelta juvenil tras la muerte en custodia de una joven por llevar inadecuadamente el hijab alcanza ya niveles de contestación ciudadana en numerosas regiones del país.

La represión no parece, en esta ocasión, suficientemente disuasoria. Los ayatollahs están preocupados, según algunas fuentes citadas en Occidente. Sin embargo, la ausencia de una alternativa política organizada y con apoyo social suficiente impide contemplar una salida razonable a la crisis. Ni siquiera los moderados del régimen parecen contar con la confianza de una mayoría de la población.

PALESTINA: ¿INTIFADA O SUMISIÓN?

Otros conflictos latentes tienen pinta de empeorar. El que más asoma, sin duda, es el de Palestina. La nueva coalición ultraderechista ha pasado ya la investidura en la Knesset, no sin problemas, debido a las exigencias de los partidos más extremistas, que han porfiado por lograr posiciones de poder e influencia superiores a su representatividad. Se saben necesarios -imprescindibles, más bien- para Netanyahu, el primer ministro del “eterno retorno”, cuya principal motivación política tras un episódico ostracismo es su propio salvamento personal: de la acción judicial, de la ignominia pública y quizás de la cárcel.

Lo más llamativo de estas concesiones obligadas ha sido la creación de una especie de viceministerio de Defensa para los territorios ocupados, que ocupará el líder del Partido sionista religioso, Bezalel Smotrich, cuyas posiciones sobre el asunto palestino son las más extremistas que haya podido tener cualquier ministro anterior. Smotrich inició su andadura política en el campo del racismo terrorista del rabino Koch (condenado incluso en Estados Unidos) y no ha abandonado lo fundamental de ese ideario. Es partidario abierto de la anexión de Judea y Samaria (como ellos denominan a los territorios ocupados) y, entretanto, de la represión sin contemplaciones de cualquier forma de protesta o reivindicación palestina.

El estado comatoso en que se halla el gobierno autónomo y el hartazgo de la población hacen temer nuevos estallidos de violencia, que podrían servir de justificación a medidas de fuerza. La antipatía que este gobierno despierta en la Casa Blanca no será un impedimento decisivo. En Washington andan preocupados por otras crisis de mayor envergadura y alcance. El caso es similar al que se puede observar con Arabia Saudí: se preferirían otros gobiernos u otro estilo, pero no será imposible acomodarse a lo que hay, tratando de atemperar sus actuaciones. Hay una cierta resignación en las esferas de poder sobre Oriente Medio, un abandono de los grandes planes para la región. Los canales que la derecha israelí y las petromonarquías tienen abiertos con el Kremlin en plena guerra no han favorecido los intentos de diplomatizar las desavenencias. En 2023 se cumplirá medio siglo de la guerra del Yom Kippur, que provocó el primer shock petrolero, primera ruptura seria entre el mundo árabe y Occidente. Entonces, Israel y Arabia estaban en bandos distintos; hoy, se hallan embarcados en un proyecto de buena vecindad regional. Aunque los saudíes no se han unido de manera formal a los acuerdos Abraham, actúan ya en la misma longitud de onda: una relación puramente pragmática con Israel, frente común contra Irán y autonomía estratégica relativa de Estados Unidos. Lo que coloca a los palestinos al borde de la desesperación: o huida hacia adelante o rendición.

ÁFRICA: GUERRAS FUERA DE RADAR

Otros conflictos de envergadura que suelen merecer menos atención mediática se concentran en África. En Etiopía se alcanzó en noviembre un acuerdo de alto el fuego entre las fuerzas del gobierno y los rebeldes del Tigré (en el norte del país). Pero es sólo un primer paso precario. Las tensiones regionales y étnicas son múltiples. Y las injerencias externas, poderosas, sobre todo la de Eritrea, que está colaborando activamente con el gobierno de Addis Abeba en la lucha contra los tigriños. En Asmara no olvidan la dolorosísima guerra de independencia contra Etiopía cuando en este país gobernaba Meles Zenawi, originario del Tigré. Otros estados de la región, como Egipto y Sudán, tienen mucho interés en el rumbo de esta guerra. Está lejos de resolverse una disputa tripartita sobre el proyecto etíope de una gran presa en el Alto Nilo.

También debe seguirse con atención la atribulada situación en el Congo, donde también se vive una tensa situación de tregua en una guerra interminable, en la que los países vecinos (Uganda, Ruanda) ejercen un papel fundamental. La riqueza mineralógica del país le hacer ser un botín irresistible. Las grandes potencias (Estados Unidos, China y Rusia, sin olvidar a la UE) han recalibrado sus respectivas políticas africanas. Todas dicen actuar en beneficio de un continente atormentado, pero estos esfuerzos tienen una motivación puramente egoísta.

La mayor crisis, en todo caso, se concentrará en Somalia, donde el 40% de la población se encuentran en serio riesgo de malnutrición severa, de hambre, según la ONU. La sequía es el principal factor de esta amenaza. Pero también la guerra interna entre el actual gobierno islamista moderado y los extremistas de Al-Shabab, en su día franquicia de Al Qaeda, todavía con notable capacidad de lucha y, sobre todo, de realizar audaces operaciones de acoso.

OTRAS ÁREAS DE INESTABILIDAD

Fuera de África, existe un alto riesgo de que se reaviven conflictos armados en el Cáucaso, entre Azerbaiyán y Armenia, por el control del Alto Karabaj. Los azeríes se encuentran en posición de fuerza, tras las últimas ofensivas y la debilidad de la posición mediadora de Moscú, que ha perjudicado notablemente a los armenios. Los drones turcos han posibilitado ganancias territoriales significativas de Azerbaiyán. No cabe pensar en una guerra abierta, pero si pueden producirse escaramuzas puntuales.

En la propia Turquía, los problemas de Erdogan (elecciones este próximo año sin que pueda darse por segura su continuidad, por primera vez desde su acceso al poder) hacen temer la salpicadura de brotes conflictivos dentro y fuera del país. Es previsible un agravamiento de la situación en el Kurdistán. El reciente atentado de París puede servir de excusa para exacerbar los agravios en las dos partes. El conflicto kurdo-turco reverberaría inevitablemente en el norte de Siria, en la región kurda, que el presidente turco sólo controla a medias.

Más improbable, pero más peligrosa, sería una crisis forzada en el Egeo. Los yacimientos gasísticos mediterráneos resultan un potente estímulo para generar cierta inestabilidad. Erdogan se ha permitido amenazas contra Grecia en las últimas semanas.

En Kosovo se han agravado las tensiones entre el gobierno y la minoría serbia por cuestiones de convivencia. Serbia ha puesto a sus fuerzas armadas en estado de alerta máxima. Europa ha podido hasta ahora evitar el desbordamiento, pero se viven horas de indudable peligro.

Tampoco debe descartarse un nuevo afloramiento de las tensiones chino-indias en el Himalaya. Tras el brote bélico limitado de 2020, en el que India salió más perjudicada, se mantiene un tenso statu quo. La tensión geoestratégica mundial sobrevuela un conflicto fronterizo que se lleva arrastrando durante décadas sin solución pronta a la vista.

Taiwan, pese a la abundante literatura geoestratégica, no debería convertirse en la “Ucrania de Asia”, como sostienen algunos gabinetes de análisis en Estados Unidos. La difícil salida del Covid y la delicada situación económica no aconseja aventuras militares de China. En Taipei se adoptan medidas suplementarias de defensa y Washington revisa sus mecanismos de apoyo a la isla. Pero un estallido bélico o una crisis mayor sería una sorpresa.

 

LA TÚNICA DE MESSI Y EL PONCHO DE PERÚ

21 de diciembre de 2022

Minutos después de ganar la Copa del Mundo de fútbol con Argentina, Leo Messi subió al escenario montado para recibir el trofeo, como capitán de la selección albiceleste, de manos del Emir de Qatar, Al Thani. El soberano qatari se le acercó en actitud de camaradería y complicidad, le pasó el brazo por el hombro y le musitó unas palabras. Luego hizo una indicación a uno de sus asistentes, que acto seguido colocó al astro argentino una túnica sobre su camiseta. Ataviado de esta guisa, Messi tomó la estatuilla que ha perseguido desde que era un niño y se fue a cumplir con el rito de levantarla al cielo junto a sus compañeros. La foto que será testimonio imperecedero de la hazaña deportiva nos deja a un Messi extravagantemente dispuesto para la posteridad, casi disfrazado, alienado en una vestimenta que, por lo demás, ocultaba parcialmente la prenda que encarna por excelencia la pertenencia, el compromiso, la identidad del futbolista: su camiseta. Messi protagonizó el momento climático de la noche velado por un capricho de su nuevo dueño, el jeque que lo fichó para el Paris St. Germain, club que adquirió sobre un fondo de sospechas, en una operación aun subjudice, que facilitó la concesión a Qatar de esta magna cita deportiva.

Este Campeonato ha sido pródigo en conexiones y consecuencias políticas, ya comentadas aquí. Las polémicas previas sobre las condiciones laborales o el desconocimiento de derechos de las minorías propiciaron un clima enrarecido e incómodo, que la FIFA manejó con torpeza. Para remate, en los últimos días de competición saltó el escándalo de corrupción en el Parlamento europeo, aún por esclarecer, con Qatar (y Marruecos) como inductor.

A Messi, extrañeza pasajera aparte, no pareció importarle demasiado que le colocaran esa túnica. Estaba en la nube, cumplía el sueño que ha tenido desde que se escapaba de la escuela para jugar a la pelota en su Rosario natal y confirmaba su condición de Dios del fútbol, como lo jalea hiperbólicamente la prensa deportiva. Hace mucho tiempo que ha dejado de ser un simple jugador. Es ya una marca, una mercancía. Lo sabe y lo acepta. Ayuda mucho la lluvia dorada que cae sin cesar sobre él. A primeros de año suscribió un contrato para promocionar el turismo en Arabia Saudí y hacer lobby para que este país organice el Mundial de 2030. Por este “partido” cobrará 30 millones de dólares anuales (1).

Messi sucede ya sin discusión a Maradona. Es algo más que un cambio de corona en el Reino del fútbol. Se trata de la consagración ceremonial del tránsito desde un deporte originario de las clases populares al fabuloso negocio de estos tiempos, capricho y/o promoción de millonarios sin escrúpulos y oportunistas descarados, que han convertido el juego en espectáculo y a los futbolistas más deseados en una especie de mercenarios.

Uno de los compañeros de Messi en el equipo campeón, el portero Divu Martínez, héroe de la noche con sus paradas agónicas al final del partido contra Francia y en la decisiva tanda de penaltis, recordaba con lágrimas en los ojos cómo tuvo que salir de su país cuando era un jovencito pobre, para buscarse la vida en Inglaterra. En pocas palabras este jugador resumía su destino y el de tantos como él. De la pobreza a la riqueza, del olvido a la fama. Un sueño personal que a duras penas, forzadamente, se quiere compartir con unos compatriotas enfervorecidos en un empeño sublimado de gesta nacional.

Como era de esperar, en Argentina se ha desatado la locura. El fútbol ofrece satisfacciones de las que carece pese a sus inmensos recursos naturales y humanos. Se sacraliza el fútbol, se diviniza a sus figuras y se viven sus éxitos como tesoros colectivos. No es de extrañar: ha sido útil compañero de viaje del peronismo, de la dictadura militar, de la débil democracia recobrada y, ahora, de esta República post-peronista , de nuevo endeudada y empobrecida.

Estos héroes de infancia mísera y presente millonario juegan lejos del solar patrio. El año en que Argentina ganó el primer Mundial, el organizado bajo la Junta Militar, todos los jugadores pertenecían a clubes nacionales, menos uno (la superestrella Mario Kempes, que militaba en el Valencia). En el segundo triunfo mundial (1986), ya eran cinco los integrantes de la selección que hacían fortuna lejos del país, con Maradona a la cabeza. En Qatar sólo uno de los 26 futbolistas del plantel juega en Argentina (el tercer portero que, dicho sea de paso, no ha disputado ni un solo segundo); el resto tiene contratos sustanciosos con clubes europeos (uno con un norteamericano). El sentimiento patriótico tan exageradamente exhibido queda ahogado en un patrioterismo retórico que apenas trasciende el canto colectivo del himno nacional antes de cada partido.

PERÚ: EL GRITO DE LA MISERIA

Mientras Argentina delira con el éxtasis deportivo, en la no tan cercana Perú se viven días de agitación social. Allí, ni siquiera se puede aplicar el bálsamo balompédico, porque la selección nacional quedó fuera de la fase final y atraviesa por una larga decadencia deportiva.

La destitución y encarcelamiento del Presidente Castillo, tras un desesperado y todavía no explicado intento de reconducirse en el poder frente a la hostilidad del Congreso, ha dado lugar una enérgica protesta social en las regiones andinas más pobres. No está claro que los protagonistas de la revuelta sean necesariamente partidarios o militantes próximo a Castillo. Más bien parece que se trata de un pronunciamiento contra los aparatos tradicionales de un poder elitista y desprestigiado hasta la náusea. La corrupción o el abuso de poder han sido los instrumentos que la casta gobernante ha esgrimido en sus internos ajustes de cuentas en los últimos años. La pulcritud institucional, que el Presidente había vulnerado con la disolución apresurada del Legislativo, no les dice nada a quienes deben luchar cada día para sobrevivir.  

La victoria de Castillo, hace poco más de un año, se interpretó como una corriente de aire fresco, que se quedó en soplo. Este profesor de primaria ha sido poco más que un aprendiz de iluminado sin partido real, sin bases estructuradas, sin equipo coherente. Una presa fácil para los lobos que habitan en los círculos de poder real en Lima. Sus gruesos errores, las malas compañías y unos colaboradores sin un mínimo concepto de lealtad han enterrado su quimera milenaria. Una muerte política anunciada.

La gobernante interina es la hasta ahora Vicepresidenta, Lucia Boluarte, una funcionaria de cierta consideración en el Estado peruano, que pasó de ser compañera de viaje  a encarnar lo que los partidarios de Castillo consideran como “traición”. En los primeros momentos de la crisis quiso estirar su mandato hasta el límite que tenía asignado el presidente depuesto (2026), pero la revuelta social le ha obligó a acortar los plazos electorales a 2024 (2). Habrá que ver si es capaz de mantener los planes. De momento, la policía se está empleando con una virulencia que ya ha sido denunciada como excesiva (3). Lo de siempre.

En 2008 visité Perú para hacer un programa sobre un país al que sus élites promovían como la nueva joya del Pacífico. Con orgullo, se disponía a acoger la Cumbre anual de los países de la APEC, una zona intercontinental de libre cambio. Gobernaba por entonces el APRA, el partido más estable desde la independencia, adscrito confusamente a la Internacional Socialista, pero en la práctica declaradamente liberal, como tantos otros de la misma divisa, en América y en Europa. El primer ministro del momento, Jorge del Castillo, me desgranó las venturosas cifras que sancionaban los éxitos de su política económica. Pero no podía explicarme por qué el índice de pobreza, marginación y atraso se reducía tan despacio, apenas imperceptiblemente. Tuve ocasión de visitar entonces precisamente algunas de las zonas que ahora se revuelven contra una operación política de la que desconfían profundamente, aunque no tomen un partido definido en la reciente disputa. La inmensa mayoría de la población de esas regiones eran entonces completamente ajenas a la satisfacción de su jefe de gobierno. Como tampoco entienden o les importan los remilgos de unos legisladores más preocupados de salvaguardar sus intereses que de ofrecer soluciones para los más desfavorecidos del país.

El estallido social de estos días en Perú es la expresión, quizás efímera, de un hartazgo social, de algo fieramente opuesto a ese orgullo deportivo que enardece estos días a los argentinos. Messi se deja enfundar en la túnica de quien le paga, pero el misero campesinado peruano del otro lado del subcontinente vive aplastado debajo el poncho (al cabo, una túnica andina) que ha sido el emblema de una miseria de siglos.

 

NOTAS

(1) “What Lionel Messi reveals about geopolitics”. CATHERINE OSBORN. FOREIGN POLICY, 2 de diciembre.

(2) “Castillo’s ouster is not the end of Peru’s political crisis”. SIMEON TEGEL (periodista británico residente en Lima), FOREIGN POLICY, 16 de diciembre.

(3) “Deriva autoritaria en la crisis institucional del Perú”. IPS, 19 de diciembre.

 

EL BAILE DE LAS ALIANZAS

14 de diciembre de 2022

Las alianzas ya no son lo que eran. Estructuras otrora sólidas, estables y confiables han pasado a ser referencias líquidas, mudables, flexibles y, en ocasiones, altamente inquietantes. En realidad, siempre ha sido así en la historia de las relaciones internacionales. Pero este diagnóstico debe entenderse como aplicable al tiempo de nuestras vidas o, por decirlo de manera académica, al mundo que surgió del final de la última guerra planetaria. Setenta y cinco años o quince lustros, de los cuales los nueve primeros fueron de férrea estabilidad (codificada como “guerra fría”); en los seis siguientes, el mundo bipolar soviético-norteamericano dio paso a otro no multipolar sino unipolar (bajo dominio de Estados Unidos), aunque sometido a ajustes regionales dispares, que alumbraron una nueva rivalidad entre dos grupos heterogéneos.

El primero está constituido por un núcleo dominante (el denominado “orden liberal”), articulado en dos ejes geoestratégicos (Atlántico y Pacífico) y vectores subsidiarios (y problemáticos) en el Oriente Medio, África, Asia interior y América central y meridional. Frente a este núcleo hegemónico se ha venido alzando una corriente emergente, heterogénea, desigual y débilmente estructurada. Sólo en los últimos años, no más de diez o quince, alentadas por la gran crisis depresiva de finales de la primera década del siglo, una serie de potencias incómodas o abiertamente hostiles al “orden liberal” se han ido acercando, hablando, intercambiando visiones, pero sin llegar a definir un bloque o una alternativa global de poder.

Desde Occidente se quiere ver en China al motor de ese grupo de descontentos o de aspirantes a modificar las actuales bases del sistema mundial. Para Estados Unidos, la nueva rivalidad es un pulso entre democracias y autocracias. En Pekín se impugna el enfoque: no se trata de crear un bloque que pretenda aspirar a la hegemonía, sino de cuestionar la noción misma de hegemonía o de orden universal, que en realidad encubre un sistema de dominación.

En este proceso de ajuste de las relaciones internacionales, las alianzas secundarias se ven continuamente sacudidas por posicionamientos coyunturales y movimientos tácticos, que no llegan a alterar el equilibrio básico, o mejor dicho, el desequilibrio real a favor de Occidente, pero sí abren espacios de relación más plural, más abierta y menos previsible.

EL ENCUENTRO DE DOS ABSOLUTISMOS

Este largo introito puede servir para ayudar a entender los últimos movimientos en la esfera mundial, que pueden sorprender desde visiones superficiales o apresuradas. Ciertamente, es chocante que un Presidente de Estados Unidos pasara el verano pasado un mal momento en Arabia Saudí, país líder del cartel de exportadores de petróleo, la materia prima que todavía engrasa la economía capitalista global, y aliado secular periférico de Occidente.

Por el contrario, el líder chino y el Príncipe con poder real escenifican un cálido y sustancioso encuentro. Las relaciones económicas entre China y Arabia Saudí han alcanzado ya niveles de importancia estratégica (1). Los chinos se abastecen en los pozos saudíes de la cuarta parte del petróleo que necesita su economía para afianzarse en el segundo puesto del ranking mundial (del 40% si consideramos a todos los países árabes exportadores de crudo). En sentido inverso, los saudíes adquieren en el gran taller chino una proporción muy notable de mercancías que aseguran su modelo de vida consumista, imitación del occidental. Pero la interdependencia bilateral va mucho más allá de las transacciones energéticas o de bienes de consumo. La cooperación de los últimos años se fortalecerá con proyectos en sectores estratégicos como las telecomunicaciones y en otros convencionales pero muy importantes como la construcción o el turismo, por un valor cercano a los 30.000 millones de dólares (2).

En esta convergencia de absolutismos pragmáticos han cabido actores secundarios de las petromonarquías del Golfo y del resto de la región. Egipto es un ejemplo casi paradigmático. Después de recibir durante decenios la más cuantiosa ayuda exterior de Estados Unidos (a la paz con Israel), en este agente esencial de la arquitectura occidental en la zona se aprecian grietas preocupantes. Desde el fracasado de la primavera aperturista, las pirámides ya no se inclinan solamente hacia el oeste. En el país del Nilo, la diversificación es la nueva divisa.

La reciente cumbre chino-árabe no ha sido sólo un espectáculo de relaciones públicas o una mera operación de afirmación autocrática como se quiere ver en Washington. Es realidad, es una consecuencia lógica de las contradicciones internas en el orden liberal, que se asienta, para su estabilidad, en estructuras autoritarias de poder en la periferia, en esos vectores geoestratégicos secundarios.

Estas relaciones inquietan en Washington, debido al enfriamiento de sus vínculos con las petromonarquías (3). Los desencuentros de RIad y sus socios regionales con las administraciones demócratas no han sido resueltos, al punto de que en el Golfo se anhela el regreso de Trump.  

Aaron David Miller, un fino analista de la región y veterano en las negociaciones de paz entre israelíes y palestinos, recordaba hace unos días un irónico comentario que en su día hiciera el entonces jefe de la diplomacia saudí sobre la naturaleza de las relaciones bilaterales. Saud Al Faisal venía a decir que Washington pretendía mantener un matrimonio católico con Arabia Saudí, mientras que ellos preferían las uniones polígamas, conforme a la tradición musulmana. Varias esposas, valga decir varios aliados, cada cual con su papel asignado y su función definida. Ya sea China (para la expansión económica), Rusia (para asegurar la estabilidad de la OPEP+), Europa (socio múltiple), incluso Israel (una relación en ciernes, secreta, casi impía, pero prometedora). Y, por supuesto, Estados Unidos, garante imprescindible de la seguridad del reino, frente a las “amenazas iraníes”. Sin que eso implique exclusividad (4).

LA DIPLOMACIA MULTIFACÉTICA DE TURQUÍA

Algo similar, aunque con características diversas, ha ocurrido con la visita del líder turco al reino saudí. Erdogan no olvida que el ejército turco es el segundo de la OTAN y no reniega del Tratado atlántico, pero su mirada es periférica. Juega sus bazas en las zonas más turbulentas del mundo árabe (Siria, Libia) en posiciones distintas a las que sostienen los países occidentales. Para ello pacta con el Kremlin sin que defender opciones rivales en esos conflictos suponga un inconveniente mayor. Prueba de ello es que negocia contratos de armamento en Moscú, aunque ello le prive de los más sofisticados aviones norteamericanos del futuro/presente.

Y, por si no fuera poco, Erdogan se permite bravuconear ahora con una acción militar contra Grecia, un aliado en la OTAN, con quien mantiene una relación de vecindad siempre espinosa, a cuenta de las islas del Mar Egeo (asunto complicado recientemente por el control de los yacimientos de gas en el Mediterráneo oriental).

En esta diplomacia multifacética, hace ahora el camino de la Meca, después de años de incómoda convivencia, para conseguir dinero, inversiones, negocios con que combatir la pavorosa crisis que atenaza a la economía turca, con una inflación cercana al 85% y una divisa depreciada. Es una operación de supervivencia: Erdogan afrontará por primera vez desde su ascenso al poder la perspectiva razonable de una derrota electoral (5).

 

 

LA LUCHA POR ÁFRICA

Mientras toda esta actividad periférica seguía su curso, la diplomacia americana, en alianza con el nutrido tejido empresarial, reunía en Washington a los gobiernos africanos para corregir una deficiencia histórica (el desinterés selectivo en la región) y sanar las promesas incumplidas, hechas por Obama en 2014, despreciadas por Trump y ahora recuperadas por Biden (6).

África puede ser terreno menor en el pulso mundial, si atendemos a sus poblaciones (17% de los habitantes planetarios) o a su desarrollo económico, social y humano, pero muy lucrativo en materia primas de indiscutible valor estratégico (7). China le ha ganado la partida a Estados Unidos en África (el valor del comercio chino en la región cuadriplica al americano). Incluso Rusia ha establecido cabezas de puente en materia de seguridad y control. La posición de dominio occidental en el continente, asegurada desde el final de la guerra fría ha perdido empuje y vigencia. Se impone una reconsideración de las alianzas, pero el esfuerzo es ahora un camino cuesta arriba.

 

NOTAS

(1) “Xi Jinping en Arabie Saoudite, une visite à multiples enjeux  géopolitiques and économiques”. COURRIER INTERNACIONAL, 7 de diciembre;

(2) “The Gulf looks to China”. THE ECONOMIST 7 de diciembre;

(3) “What Saudi Arabia wants from President Xi’s visit”. SIMON HENDERSON y CAROL SILBER. THE WASHINGTON INSTITUTE ON NEAR AND MIDDLE EAST, 6 de diciembre.

(4) “Xi’s Saudi visit shows Rydadh’s monogamous marriage to Washington is over”. AARON DAVID MILLER. FOREIGN POLICY, 7 de diciembre.

(5) “Les pétrodollars du Golfe á la rescousse de la Turquie et d’Erdogan”. PAULINE VACHER. L’ORIENT LE JOUR, 8 de diciembre.

(6) “The United States is back in Africa”. NOSMOT GBADAMOSI. FOREIGN POLICY, 14 diciembre.

(7) “Africa past is not its future”. MO IBRAHIM. FOREIGN AFFAIRS, noviembre-diciembre.

UCRANIA: INVIERNO, GUERRA Y CASTIGO

 7 de diciembre de 2022

El invierno llama a la puerta en Europa. En Ucrania se ha instalado ya en ciudades y campos, encalleciendo aún más la vida de sus habitantes, que sobreviven a duras penas. La guerra ha entrado en una fase de castigo directo a la población civil o a los que no combaten en los frentes. Rusia lleva semanas atacando las infraestructuras y servicios básicos de Ucrania, mientras sus fuerzas militares retroceden o se repliegan en el sur y se estancan en el este. Las interrupciones frecuentes de la luz y el agua potable auguran un invierno penoso y sombrío.

No se saben muy bien los propósitos de Moscú, aunque todo indica que pretende minar la moral de la población ucraniana y quebrantar el espíritu de resistencia. La frustración por el innegable fracaso de la denominada “operación militar especial” se traduce en una respuesta de venganza contra la población de localidades como Kiev y otras ciudades donde siempre ha sido más palpable la hostilidad hacia Rusia.

Hay, sin embargo, otra explicación, más allá de la frustración rusa o del castigo como factor de represalia. La creación de condiciones de vida insoportables o penosas podría generar un caldo de cultivo favorable a la exploración de vías alternativas a la confrontación militar, mediante la consideración de una tregua, para dar una oportunidad a la negociación.

De momento, la respuesta del gobierno ucraniano no ha ido en esa dirección, sino todo lo contrario. Los ataques contra bases aéreas rusas alejadas notablemente de la frontera (casi 300 kilómetros) indicarían que no hay vacilación. Más bien se pretende demostrar que Kiev puede hacer daño en territorio ruso y prevenir o al menos dificultar la campaña de castigo a las poblaciones civiles emprendida por Moscú.

Esta extensión de la guerra a territorio ruso, de momento limitada y con daños casi solamente materiales, ha reactivado las alarmas en Occidente, que teme tanto a la victoria como a la derrota de Rusia en esta guerra. A la victoria, porque, pese a su enorme coste, reforzaría la capacidad de intimidación de Moscú; a la derrota, o a la inminencia de la derrota, porque podría desencadenar respuestas desesperadas de último recurso, véase el uso del arsenal atómico (1).

Esta delgada línea entre victoria y derrota, este difícil e incierto equilibrio entre lo deseable y lo conveniente consume el esfuerzo de los estrategas occidentales. Públicamente, se saludan los avances ucranianos e incluso sus audaces golpes de efecto (en el sur, en las cercanías de Crimea, en tornos a los núcleos estratégicos del este o ahora en las réplicas contra bases rusas). Pero estas expresiones de solidaridad y apoyo se combinan con discretas llamadas a la contención, a la consideración de salidas negociadas. Desde los estamentos militares se ha sido más explícito. El jefe del Estado Mayor norteamericano, general Milley, ha dicho sin ambages que la posibilidad de que Ucrania consiga echar a las tropas rusas de ese 20% de su territorio ocupado no es, de momento, muy elevada. Por tanto, parece sensato negociar.

ESPECULACIONES SOBRE LA NEGOCIACIÓN

Pero esta opción es más fácil evocarla que plantearla en términos realistas y concretos. La conocida fórmula de “paz por territorios” es sinónimo de fracaso en otros conflictos de larga duración. Después de casi 300 días de guerra y de una destrucción pavorosa, no parece muy probable que el actual gobierno ucraniano se avenga a reconocer la pérdida territorial actual o similar. Mientras tenga capacidad de combatir, Kiev intentará mejorar sus posiciones, o bien para acercarse a lo más parecido a una victoria o para fortalecer sus opciones negociadoras (2).

Tampoco en Moscú se deja ver un apetito urgente de negociación. Primero es preferente superar el ambiente de debilidad y fracaso que empieza a filtrarse en las instancias de poder y en las élites que respaldan el régimen de Putin. Las críticas superan desde hace tiempo el estrecho y desorganizado ámbito de la oposición y se dejan escuchar entre los partidarios del sistema de poder. Y eso incluye a círculos militares oficiosos y a núcleos que apoyaron de manera ferviente la “operación especial”. Hay reproches por exceso pero también, y mucho más sonoros, por defecto, por no haber hecho lo suficiente o por haberlo hecho de forma tan incompetente, como documenta Andrei Soldatov, uno de los principales conocedores del estamento militar y de seguridad e inteligencia rusos. En todo caso, Putin parece haber controlado estas brechas (3).

Otro enfoque de la negociación sería no tanto el sacrificio de territorios por parte de Ucrania, sino la concesión en materia de definiciones política y estratégicas. Dicho más claramente, la renuncia de Ucrania a sus pretensiones de ingreso en la OTAN, a cambio de un estatus de neutralidad reforzada con garantías de no agresión por parte de Rusia y de defensa occidental en caso de vulneración de este compromiso. Esto se complementaría con la incorporación a la Unión Europea, en el plazo más corto posible.

Moscú ya dijo en su momento que la inclusión de Ucrania en la UE no sería un gran problema, pero, naturalmente, en las circunstancias actuales, es evidente que el Kremlin querría vincular ese eventual pacto a un levantamiento completo de las sanciones y la recuperación de las relaciones económicas y comerciales con Europa; y quizás a ciertas ventajas adicionales.

Con respecto al dominio militar y estratégico, la negociación sería más compleja e incierta, en particular en el asunto de las garantías de la neutralidad ucraniana. Paradójicamente, sin embargo, las reservas rusas podrían reforzarse con las reticencias occidentales a implicarse en un conflicto militar con Rusia de forma mecánica o legalmente obligatoria.

Finalmente, el estatus de los territorios en disputa tampoco se prevé de fácil resolución, si tenemos en cuenta la escasa o nula aplicación del doble acuerdo de Minsk, tras la anexión de Ucrania y la ocupación de facto de parte de las oblats (provincias) de Donetsk y Luhansk.

Todos estos cálculos y especulaciones, apenas esbozados aquí, se complican con otras pretensiones de reparación y compensaciones por destrucción y daños y determinación de responsabilidades por crímenes de guerra, que no dejan de ser evocadas por las autoridades ucranianas, con eco en los dirigentes occidentales, pero más en tribunas que en despachos.

LA ESCISIÓN OCCIDENTAL

Más allá del contenido concreto de una tentativa agenda de negociaciones aparece como amenaza definitiva de bloqueo y fracaso la presión de los principios, como señala Christopher Blattman, un politólogo de la Universidad de Columbia especializado en guerras de larga duración. Su análisis comparativo del conflicto ucraniano en relación con otros anteriores le lleva a una conclusión pesimista sobre la posibilidad de un pronto final de la guerra (4).

Lo que subyace en este debate es una aparente irracionalidad de posiciones, según el profesor de relaciones internacionales de Harvard Stephen Walt. La escisión entre partidarios incondicionales de Ucrania y promotores de una salida negociada es cada vez más amplia y espinosa. Su análisis se centra en Estados Unidos, pero es extensible a Europa. Lo chocante es la heterogénea composición de estos dos bandos. Entre los partidarios más fieles de Ucrania se cuentan los liberales intervencionistas, los neoconservadores nostálgicos de las guerras preventivas o de reacción y algunos progresistas defensores de la actuación ética en las relaciones internacionales. En el lado contrario, se alinean actores con visiones casi nunca coincidentes, como los realistas, para quienes  el mundo se rige por intereses más que por valores; los liberales prudentes, que defienden principios pero sin forzar conflictos peligrosos; y los progresistas críticos, que suelen denunciar la duplicidad de las intervenciones occidentales como puras maniobras interesadas, encubiertas por discursos engañosamente nobles (5). Un cuarto grupo, más cínico, estaría integrado por los republicanos trumpistas, entregados a una propaganda grosera y sin escrúpulos, anclada en oscuras vinculaciones con el Kremlin (6).

Las escisiones doctrinales se reflejan en el sentimiento de la opinión pública. Sondeos recientes reflejan un debilitamiento del apoyo a Ucrania, en Estados Unidos. La Cámara baja, ahora en poder de los republicanos, podría bloquear o condicionar adicionales paquetes de ayuda (7).

Esta niebla ideológica y política es la última reverberación externa de las brumas invernales que se abaten sobre Ucrania. Meses de frío, insalubridad, hambre y miedo para la mayoría de una población, cuyos sentimientos nacionales pueden verse sometidos a la insoportable prueba de la supervivencia. En el otro lado de la catástrofe, los rusos que no participan de las ventajas del poder y sus aledaños sufrirán un invierno quizás menos cruel pero también doloroso y desesperanzado.

 

NOTAS

(1) “Three scenarios for how war in Ukraine could play out”. THE ECONOMIST, 14 de noviembre.

(2) “Guerre en Ukraine: l’impossible négociation”. ALAIN FRACHON. LE MONDE, 1 de diciembre.

(3) “Putin’s Warriors. How Putin has co-opted its critics and militarized the home front”. ANDREI SOLDATOV E IRINA BOROGAN. FOREIGN AFFAIRS, 6 de diciembre.

(4) “The hard truth about long wars. Why the conflict in Ukraine won’t end anytime soon”. CHRISTOPHER BLATTMAN. FOREIGN AFFAIRS, 29 de noviembre.

(5) “The perpetually irrational Ukraine debate”. STEPHEN M. WALT. FOREIGN POLICY, 29 de noviembre.

(6) “Top U.S. conservatives pushing Russia’s spin on Ukranian war, expert say. PETER STONE. THE GUARDIAN, 6 de diciembre.

(7) “Support slipping for indefinite U.S. aid to Ukraine, poll finds”. THE WASHINGTON POST, 6 de diciembre.