EL CASO MBAPPÉ: FÚTBOL, POLÍTICA Y DINERO

25 de Mayo de 2022

El fútbol no es sólo un espectáculo de masas y, como tal, un foco ocasional de la atención política y un vivero permanente del show mediático. También es un reflejo fiel de la globalización económica y del predominio brutal del capitalismo sobre cualquier manifestación de la cultura, el ocio y el esparcimiento en prácticamente todo el mundo.

El fichaje frustrado de la estrella francesa Kylian Mbappé por el Real Madrid ha provocado una corriente inmensa de decepción entre los aficionados del vigente campeón de la Liga española, que ya lo veían “vestido de blanco” la próxima temporada, como principal garante de la hegemonía futbolística planetaria que el presidente del club, el poderoso empresario y promotor inmobiliario, Florentino Pérez, persigue desde hace décadas. Mbappé debía ser el emblema de una nueva era que tendrá como escenario un estadio remozado al nivel de los mejores del mundo, en uno de los barrios más elegantes y caros de la capital.

Pero más allá de la decepción deportiva, el sentimiento dominante ha sido la “indignación”. Tanto en las masas de seguidores como en unos medios de comunicación cada vez más distanciados de su función social y convertidos en hinchas de los clubes. En la ronda de agravios han participado algunos responsables políticos, aunque más prudentemente.

El enfado está motivado en primer lugar por la supuesta ”traición” del futbolista, al que esos medios habían atribuido desde hace meses su compromiso de vincularse al Real Madrid, el “equipo de sus sueños infantiles”, según se ha dicho y escrito con profusión. Algunos de estos fanáticos comentaristas ha llegado a escribir que Mbappé será desde ahora un “perdedor”, por haber plantado al Real Madrid, el “Rey de Europa”, fórmula hiperbólica para destacar su condición de equipo con mayor número de trofeos (13) de la competición que disputan cada año los mejores clubs de las ligas nacionales.

Pero las principales invectivas más severas se dirigen al París St. Germain, donde juega y seguirá jugando Mbappé (al menos hasta 2025). Un club históricamente modesto, pero convertido en campeón casi indiscutido, a golpe de talonario desde que lo adquirió el estado de Qatar, una de las riquísimas petromonarquías del Golfo Pérsico. El máximo dirigente del club, Al Jelaifi, es un mero delegado del emir Al Thani. Los qataríes intentaron sin éxito renovar el contrato del futbolista a finales del año pasado y rechazaron sistemáticamente las sucesivas ofertas ascendentes del Real Madrid, en un pulso que excedía la dimensión económica. La saneada situación del club español no pudo doblegar a los dueños del PSG. Para la familia real qatarí era insoportable que el sucesor de Messi en el cetro del fútbol mundial les diera un portazo. Aún no se sabe la millonada que ha retenido al jugador en París, amén de otras regalías.

El momento era deportivamente clave. Este año la Copa del Mundo se disputará en Qatar. La asignación de la sede del Mundial resultó en su día polémica, por el ínfimo peso del emirato en el planeta fútbol. Conceder a Qatar la organización del campeonato más prestigioso del deporte internacional supuso, entre otras cesiones y adaptaciones, modificar el calendario de la competición del verano al otoño (noviembre y diciembre), debido al imperativo climático, lo que supondrá una interrupción no menor de las ligas nacionales en Europa. El dinero que Qatar puso en los despachos de la FIFA resultó una oferta imposible de rechazar. Algunos críticos incidieron también en la naturaleza absolutista del régimen qatarí o en su desprecio por los derechos humanos, particularmente los de las mujeres. Claro que la Federación española hizo lo propio con la competición de la Super Copa, concedida a Arabia Saudí. Las consideraciones morales no fueron tenidas en ningún momento en cuenta. En el hipercapitalista deporte del fútbol sólo el dinero establece las pautas.

Pese a ello, el fútbol sigue siendo un factor movilizador de pasiones nacionales, o mejor dicho, nacionalistas, con un fervor digno de mejores causas. En pocos fenómenos lúdico-sociales, se generan contradicciones tan flagrantes. En los clubes, entidades privadas, muchas de ellas propiedad de grandes magnates por lo general extranjeros, la mayoría de los jugadores titulares no pertenecen al país en que juegan (y mucho menos a la ciudad en las que radican). Oligarcas rusos, jeques árabes o grandes capitalistas norteamericanos dominan en la Premiere, (Liga inglesa), la más rica y potente de Europa. En España, salvo el Real Madrid o el Barcelona, los clubes son sociedades anónimas deportivas. Nuevos ricos chinos u orientales se han hecho con clubes históricamente importantes o tienen gran peso en sus Consejos de administración.

El caso Mbappé, por tanto, difícilmente constituye una novedad en este juego dominado por un capitalismo salvaje y depredador. El Real Madrid ha perdido con las mismas armas, pero menos decisivas, que su rival parisino. Qatar ha echado el resto para conservar al sucesor de Messi en el cetro futbolístico mundial. En ocasiones anteriores, el equipo de la Castellana se llevó a los astros más rutilantes a base de millones, no de apetencias deportivas y menos de impulsos sentimentales. Igual proceder practican los clubes-empresa ingleses o ese otro “club-Estado” que es el Manchester City, propiedad de los Emiratos Árabes Unidos.

Los futbolistas de élite se evaden de esta condición económica que determina su  profesión. Se colocan el gorro patriótico cuando compiten con sus selecciones nacionales, en consonancia con sus aficiones. Pero se lo cambian por la bufanda de sus clubes, que son quienes les pagan sus fichajes y sueldos astronómicos, cuando regresan a los torneos domésticos. El sentimiento nacional es de quita y pon, una mercancía más del universo mercantilista en que viven.

Mbappé no iba a ser una excepción. Dejó guiños de “cariño” al madridismo, lo que provocó delirantes manifestaciones de rendición incondicional al futbolista, incluso después de marcarle goles al Real en la actual Champions League. Ahora, esa miel se ha transformado en hiel.

El propio Mbappé ha tirado de guion nacionalista, para explicar su decisión de seguir en el PSG. En su rueda de prensa de lunes, dijo que había recibido la “llamada de la patria [francesa] y de la capital [París]”.  Y todo ello, claro está, con el deseo de “llevar a Francia a lo más alto”.

“Un acento gaullista”, ha titulado con ironía LE MONDE. Macron y Sarkozy (gaullista de maneras más que de principios el primero; y de origen luego olvidado, el segundo) “presionaron” al jugador para que se quedase en París. Es decir, los dos principales políticos de Francia (en pleno auge, uno; “vieja gloria”, el otro) se implicaron en el affaire del año del mercado futbolístico, como si de una gran empresa “nacional” se tratara. El prestigio de Francia es un valor político intangible, pero también una divisa económica.

El fútbol no es sólo el deporte más popular del planeta por número de seguidores. Durante decenios ha sido el ascensor social más potente y rápido de los niños y adolescentes de las clases más pobres. El propio Mbappé es de Bondy, banlieu del departamento de Seine-Saint Denis, uno de los enclaves más conflictivos de la emigración subsahariana y magrebí. Sus orígenes sociales no son de los más humildes (su padre es un exjugador de fútbol y entrenador camerunés y su madre una jugadora de balonmano de raíces argelinas). Pero algunos de sus compañeros, en el PSG y en la selección gala, pertenecen a esa población a la que Sarkozy despreció cuando era Ministro del Interior: denominó “chusma”, a los jóvenes más radicales o desesperados, tras unos incidentes violentos. Hoy, desclasados y alejados de sus raíces africanas, esos jugadores son adultos multimillonarios y patriotas de ocasión.  

Mbappé seguirá jugando en el equipo del apéndice suburbial de la ciudad que lo vio nacer hace 23 años y liderará a una Francia poderosa que aspira a revalidar su título de Campeona del Mundo. El sueño del emir y de su delegado del PSG es que el astro francés levante la Copa hacia el cielo de Qatar, el próximo diciembre. No muy distinto es el de los Macron, Sarkozy y tantos otros, que no ven en los selectos futbolistas del combinado nacional a un grupo de hombres de infancia misérrima con origen familiar en las excolonias de África, sino a ciudadanos de una Francia orgullosa que cantan la Marsellesa y que, por lo general, ya han olvidado de dónde vienen.

LA FRONTERA NORTE DE LA OTAN: EL FIN DE UNA NEUTRALIDAD SOBRE EL PAPEL

18 de mayo de 2022

Finlandia y Suecia abandonan una centenaria neutralidad y piden ingresar en la alianza política y militar occidental. Aparentemente, un cambio sísmico de la estructura de seguridad europea. En la práctica, poco cambiará. Ambos estados nórdicos ya estaban desde hace decenios muy estrechamente vinculados con Occidente. La neutralidad era una divisa ideológica, en el caso de Suecia, y un forzado condicionamiento, en el de Finlandia.

La solicitud, formalizada ya tras la votación parlamentaria, debe confirmarse ahora con la aceptación del club al que se pide ingresar. No parece haber más problema que el planteado por Turquía, que mantiene una hostilidad con finlandeses y suecos por el asilo que estos países brindan a los kurdos que pelean por su independencia. Veremos si hay veto turco efectivo o se negocia un precio político o de otro tipo que salve la fiesta de la ampliación aliada.

En todo caso, los procesos de ratificación en los estados miembros pueden prolongarse unos meses, quizás un año. En ese periodo, la guerra puede haber terminado, o no. Podría haber un acuerdo entre Moscú y Kiev, que fijase  la neutralidad ucraniana con garantías de seguridad, o no. O podría estar dibujándose una revisión de las reglas del equilibrio estratégico en Europa, con o sin Putin, con una Europa más activa y los EEUU de nuevo volcados en China. O no.

DE LA FINLANDIZACIÓN A LA ATLANTIZACIÓN

Finlandia ha sido un país muy peculiar en el escenario europeo, por su cercanía al gigante euroasiático y cooperación con la Alemania nazi. Después de una breve guerra perdida contra los soviéticos en los albores de la última conflagración mundial, el país tuvo que acomodarse a una vecindad vigilada férreamente por Moscú (la finlandización), pero con una independencia política de la que no gozaban los países de Europa Oriental. De la necesidad, Finlandia hizo virtud. Helsinki, se convirtió en la anfitriona del deshielo, de la suavización de la guerra fría en Europa, al albergar la Conferencia de Seguridad y Cooperación (1975) y su secretariado posterior. Un modelo que, con las adaptaciones obligadas por la desaparición de la URSS, se ha mantenido durante estos últimos treinta años. Hasta la guerra de Ucrania.

La peculiaridad finlandesa era aceptada masivamente por la población. Todavía a comienzos de este año, el 70% de los finlandeses no era partidario de ingresar en la OTAN, pese a los temores bélicos crecientes. Simplemente, no se veía necesario. Finlandia formaba parte de esa especie de OTAN externa, un apéndice que le brindaba ciertas protecciones, una amplia compatibilidad con los sistemas defensivos aliados (interoperabilidad, en la jerga otaniana) y el acceso al bazar armamentístico occidental y norteamericano en particular (Helsinki ya había firmado el contrato de compra de 64 F-35, el avión de combate de última generación).

Ucrania cambia esta acomodación flexible. Rusia deja de ser un volcán dormido o apenas activo para convertirse en una amenaza inminente de erupción a lo largo de sus 1.300 kilómetros de frontera común. Los ecos de la guerra al otro lado del continente resuenan en Finlandia como una advertencia apremiante. Los partidarios de una atlantización sin reservas han ganado el relato: según sondeos, en apenas tres meses, 7 de cada 10 finlandeses quieren que su país ingrese en la OTAN cuanto antes (1). El propio ministro de Exteriores, Pekka Haivisto, admite que el factor psicológico (el miedo a una más que improbable invasión rusa) ha tenido un peso considerable en esta vuelta de página teórica de la historia nacional (2).

En este periodo de transición, no faltarán los riesgos. La economía finlandesa tiene lazos nada desdeñables con Rusia, y no sólo en el dominio energético (60% de las importaciones). Está acordada para el año próximo el inicio de la construcción por la empresa rusa Rosatom de una central nuclear. El turismo ruso es un rubro importante para lar arcas finesas. La cooperación en comunicaciones, transportes y medio ambiente también es importante (3).

Rusia ha reaccionado con malestar muy contenido, casi burocrático. Las “consecuencias” que se han invocado son vagas, quizás porque hay otras urgencias en el Kremlin. El nuevo encaje finlandés complica el flanco noroccidental de Rusia, al reforzar la vigilancia aliada en el Báltico e incrementar la presión sobre el aislado enclave Kaliningrado, base de la flota septentrional rusa. En esa zona se concentran los imaginarios de una potencial nueva crisis, debido a la supuesta vulnerabilidad de los pequeños estados bálticos, algunos de los cuales cuentan con un significativa minoría rusa (4).

Pero, paradójicamente, el cambio finlandés suscita tanto o más inquietud en la propia OTAN. O en su núcleo duro. La ayuda en caso de amenaza o agresión eventual al país dejaría de ser una opción para convertirse en obligación, por mor del artículo 5 del Tratado de alianza. Algunos expertos ya han dicho que Washington no está feliz con esta hipoteca de seguridad añadida, cuando debe afrontar la prioridad de lo allí se plantea como “desafío chino” (5).

Otro elemento de perturbación es el riesgo nuclear. Helsinki no querrá albergar armas tácticas (igual que Suecia), ni siquiera una base militar que se perciba como “extranjera”. Lo que busca Finlandia en este clima de relativo pánico es un seguro de protección que fortalezca su ejército de 280.000 reservistas y su arsenal armamentístico para impedir el escenario ucraniano (6).

SUECIA: UN PASO MÁS EN LA DIFUMINACIÓN DEL MODELO NACIONAL

El caso de Suecia es similar, pero presenta rasgos diferenciados. Allí la neutralidad ha sido menos condicionada. Resultó muy patente durante la guerra fría, sobre todo cuando los socialdemócratas eran activos críticos de la política norteamericana de defensa y promoción de tiranías anticomunistas. Su condición periférica y su prosperidad económica le favorecían.

Con respecto a la URSS, Suecia jugó siempre un papel cauteloso. Defendió a las disidencias en la propia Rusia y en los países satélites de Moscú y nunca fue ingenua en materia de seguridad. El país contó siempre con una defensa robusta, proporcional a sus recursos. Cuando se discutía el gasto militar, solían brotar las noticias en la prensa conservadora sobre la actividad inusual de submarinos soviéticos en la proximidad de las costas suecas (los llamados submarinos presupuestarios). La política internacional de Suecia no era un tema prioritario de la polémica política. El ingreso en la OTAN nunca se planteó con fuerza. La entrada en la UE propició una perspectiva de mayor compromiso en la seguridad común, pero sin tentaciones atlantistas (7).

Con la guerra de Ucrania, el giro histórico ha experimentado el mismo vigor que en su vecino finlandés, y desde premisas similares: como póliza de seguro reforzado, sin riesgos nucleares y con una misión especial de vigilancia en el Báltico.

El abandono de la neutralidad, más allá de las implicaciones estratégicas o militares, supone un paso más en la difuminación del modelo nórdico, que hacía de esta región una especie de espejo ideal en el que se miraban muchos socialistas progresistas europeos. Sus patentes de igualitarismo social, de fiscalidad progresiva, de santuario de los perseguidos por las dictaduras tercermundistas, de promoción y blindaje de nuevos derechos sociales se han ido diluyendo o debilitando. La socialdemocracia nórdica fue la manifestación más acabada y exitosa de un capitalismo con rostro humano o de un socialismo libre de las perversiones burocráticas, y dictatoriales. Hoy aparece como una peculiaridad con perfiles cada vez menos originales.


NOTAS

(1) “Finland is hurtling towards NATO membership. THE ECONOMIST, 8 de abril.

(2) “Finland’s Foreign Minister on why is moving toward NATO now”. FOREIGN POLICY, 7 de mayo.

(3) “Finland could join military alliance imminently”. DER SPIEGEL, 11 de mayo.

(4) “Finland’s new frontier. Will Russia seek to disrupt Helsinki’s NATO bid?”. FOREIGN AFFAIRS, 4 de mayo.

(5) “The dilemma at the heart of Finland’s and Sweden’s NATO membership bids”. CHRISTOPHER S. CHIVVIS. CARNEGIE INSTITUTE, 14 de abril.

(6) “NATO membership for Finland now likely”.  ROBIN FOSBERG y JASON C. MOYER. WILSON CENTER, 7 de abril.

(7) “NATO Nordic expansion”. CARL BILDT. FOREIGN AFFAIRS, 26 de abril.

EL AUTORITARISMO FAMILIAR EN ASIA

11 de mayo de 2022

Las dinastías políticas familiares (aparte de las monarquías) en Asia son un constante de las últimas décadas. Su naturaleza, origen y fortuna son variados y en ocasiones muy diferentes. En unos casos aparecen asociadas a los procesos de independencia, caso de los Nehru-Gandhi en la India, o de los Rahman en Bangla Desh (la primera ministra, Sheikh Hasina, es la hija de Mujibur Rahman, padre del país). En otros, se forjan como iconos de la resistencia contra la  dictadura o de secuestro del poder por los aparatos de fuerza (los Bhutto, en Pakistán o los Aung San, en Birmania), aunque su práctica política no haya sido ejemplar.

Pero también el autoritarismo se convierte en el factor decisivo para la consolidación de clanes familiares que han adoptado formas abusivas o corruptas del poder (en Corea del Sur, el gobierno ferozmente anticomunista del presidente Park Chun-hee en las décadas de los sesenta y setenta tuvieron continuidad ya en el segundo decenio de este siglo en su hija, Park Geun-hye (2013-2017), finalmente destituida por cargos de corrupción.

Ahora mismo, otras dos dinastías asiáticas están de actualidad por motivos opuestos. En Sri Lanka (antigua Ceylan), los Rajapaksas se aferran desesperadamente al poder en un clima de crisis económica pavorosa y de sublevación popular y ciudadana. Las protestas han pasado ya a la fase de violencia y el clan se ha fracturado. El primer ministro, Mahinda, hermano menor, se ha visto obligado a dimitir. El primogénito, Gotabaya, continua siendo presidente, pero es difícil garantizar por cuánto tiempo. La inflación y la deuda acogotan al país, destinado a someterse a las reglas del Fondo Monetario Internacional (1).

FILIPINAS: EL APARENTE “REGRESO” DE LOS MARCOS

El caso más cercano para los españoles es el de Filipinas, antigua colonia en la que el castellano ha dejado importantes rastros en el idioma oficial que no único del país. En las recientes elecciones presidenciales, la familia Marcos ha recuperado el poder político supremo, con la victoria de Fernando, el hijo mayor del dictador depuesto en 1986 por una revolución popular y muerto en el exilio estadounidense (Hawai) tres años después (2).

No puede decir que vuelven los Marcos, porque nunca se fueron del todo. Primero regresaron escalonadamente al país desde comienzo de los noventa y fueron adquiriendo posiciones en la jerarquía política (gobernaciones regionales, escaños en el legislativos, ayuntamientos, etc). Su influencia nunca desapareció, porque si bien perdieron poder político conservaron siempre el botín económico saqueado a la nación: unos diez mil millones de dólares. En estos años, el Estado apenas ha podido recuperar una tercera parte aproximadamente. Pero en términos reales, la familia ha compensado esta “pérdida” con evasiones fiscales similares. Imelda, la viuda del dictador, ya ha sido condenada por ello, pero su caso está pendiente de revisión en el Supremo. Fernando, el presidente electo, se encuentra aún en plena batalla legal. Se teme que su ascenso a la cúspide del Estado le permite blindar esta acaparación fraudulenta.

El triunfo de Fernando Bong Bong (apelativo popular y populista) es una afrenta para muchos millones de filipinos cuyas familiares sufrieron una salvaje represión durante el mandato de su padre, que ganó las elecciones en 1965 e impuso la ley marcial en 1972 para perpetuarse en el poder sin contemplaciones constitucionales, argumentando el peligro comunista. En ese momento, Vietnam se encontraba en la fase final de la guerra de liberación, Estados Unidos minaba los puertos de Hanoi y Haiphong, sostenía ya sin convicción al gobierno títere de Saigón, bombardeaba desesperadamente ciudades y posiciones militares del norte y rumiaba su derrota. El anticomunismo era una divisa legitimadora de cualquier deriva dictatorial.

Tras la retirada norteamericana de Indochina, Filipinas conservó su condición de vigía de la expansión comunista en la zona. Lo que sirvió a Marcos para consolidar su dictadura, pero sobre todo para enriquecerse sin límites. La autocracia se reforzó con la cleptocracia (3).

EL FRACASO DEMOCRÁTICO

A muchos analistas liberales les sorprende ahora que este expolio masivo y el rastro de sangre y liberticidio no le haya pasado factura a los Marcos. En realidad, la democracia filipina nunca desmontó la base social y económica que permitió la perversidad política de esos años. De hecho, los gobiernos democráticos se vieron continuamente amenazados por los militares, fuerza de reserva de las élites económicas del país.

Los Marcos mantuvieron su red de contactos y alianzas forjados durante la era del patriarca de la dinastía y prepararon pacientemente su regreso desde su feudo en la región de Ilocos Norte. La vida de la gran mayoría de la población no ha mejorado sustancialmente en estas tres últimas décadas. La democracia formal no les ha dado de comer ni les ha sacado de la miseria ni les ha dado un horizonte de dignidad (4). Este el principal factor del triunfo de Bong bong y de una restauración. Pero no el único.

Los Marcos han utilizado otros actores favorables a su intereses. El más evidente ha sido el de los Duterte, otra dinastía familiar que aspira a consolidarse. El presidente saliente ganó las elecciones de 2016 con un proyecto descaradamente autoritario y populista basado en la lucha sin complejos contra la delincuencia y el tráfico de drogas. Obtuvo un éxito arrollador, en parte por su sintonía expresa y ruidosa con el emergente Trump, en Estados Unidos. Duterte, sin embargo, no se enfeudó por completo al vasallaje norteamericano tradicional en Filipinas. No ha dudado en cultivar relaciones oportunistas con esta China neonacionalista que observa pocos escrúpulos ideológicos para afianzar su base estratégica de poder en Asia oriental. Que Manila y Pekin mantengan un diferendo territorial en el archipiélago de las Spratley no ha sido un obstáculo en el acercamiento de estos años.

Rodrigo Duterte no podía optar a la reelección por la norma constitucional que limita el ejercicio del poder a un mandato de seis años. Pero ha tomado el relevo su hija Sara, que ha ganado las elecciones a la vicepresidencia (en Filipinas, las candidaturas de los dos principales cargos ejecutivos se eligen separadamente). En apariencia, padre e hija no están en buenos términos. Rodrigo incluso se ha permitido ironías machistas sobre la idoneidad de una mujer para conducir el timón del país. Sara se ha confesado lesbiana, pero de forma tan confusa y contradictoria que el colectivo LGTBI se ha mostrado escéptico. La futura vicepresidente dice no compartir el estilo y los métodos de su progenitor, pero su experiencia como alcaldesa de Davao, la segunda metrópolis del país, acredita lo contrario (5). En todo caso, los Marcos y los Duterte han fraguado una alianza electoral exitosa que cuenta con el apoyo implícito de las grandes fortunas filipinas y sus servidores estatales.

MENDACIDAD Y MANIPULACIÓN

El otro factor que explica esta victoria dual es el de la grosera manipulación de la historia y la memoria, favorecida por el uso fraudulento de las redes sociales. Los Marcos han reclutado un ejército de intoxicadores profesionales que se han dedicado a convertir la cleptocracia familiar en un relato de dorada prosperidad, en los setenta y primeros ochenta, y de recuperación de esa falsa prosperidad en el futuro inmediato. Los crímenes se han obviado o convertido en una limpieza de extremistas y comunistas.

El monumental engaño ha cuajado, sobre todo en las clases populares, cuya desafección por la democracia liberal es similar a la de otros países de la zona o de Occidente, como en bien sabido. Fernando Bong bong ni siquiera ha necesitado una hoja notable de servicios políticos. Su paso por el Senado ha sido mediocre, por ser benigno. Se ha inventado o falseado acreditaciones universitarias. Tanto da: su “mérito” reside en el apellido. Y en una memoria familiar adulterada y amparada por una impunidad “democrática”.

Lo que pueda deparar esta restauración en la cúspide de la dinastía Marcos es una incógnita. El ejemplo de Sri Lanka, a pesar de las enormes diferencias económicas, políticas y estratégicas entre ambos países, no augura un porvenir tranquilo. En cuanto se evidencie la verdadera naturaleza de las engañosas promesas de la dupla Marcos-Duterte, puede generarse una contestación social.

Es de esperar, sin embargo, China y Estados Unidos traten de preservar la estabilidad para garantizar sus intereses. Aunque Sri Lanka tiene su papel en ese nuevo eje de seguridad que se quiere construir en la zona del Indo-Pacífico para contener a China, Filipinas es una plataforma mucho más importante. Duterte ha sabido jugar la carta del equilibrio entre los dos grandes. Es previsible que Marcos se conduzca bajo el mismo patrón.

 

NOTAS

(1) “Sri Lanka on the brink” DUSHI WEERAKOON. FOREIGN AFFAIRS, 14 de abril. “How one powerful family wrecked a country”, ISHAAN THAROOR. THE WASHINGTON POST, 11 de mayo; “How the Rajapaksas destroyed Sri Lanka’s economy”. AMITA ARUNDPRAGRASAM. FOREIGN POLICY, 28 de abril; “Sri Lanka’s economic crisis has created a political one”. THE ECONOMIST, 9 de abril.

(2) “After 36 years, a Marcos is again on the road to power”. THE NEW YORK TIMES, 10 de mayo.

(3) “Aux Philippines, le fils Marcos aux portes du pouvoir. BRICE PEDROLETTI. LE MONDE, 6 de mayo.

(4) “The Philippines’ strongman problem. How political dinasties are dominating the presidential election”. SHEYLA S. CORONEL. FOREIGN AFFAIRS, 5 de mayo.

(5) “Is the Philippines ready for another Duterte”. REGINE CABATO. THE WASHINGTON POST, 27 de abril.

 

LA UNIDAD TARDÍA Y FRÁGIL DE LA IZQUIERDA FRANCESA

 5 de mayo de 2022

El 3 de mayo era el aniversario de la constitución del Frente Popular, el acontecimiento político que marcó el primer hito de la unidad de la izquierda francesa desde la trágica ruptura de jacobinos e indulgentes en los tiempos de la Revolución. La fecha tenía para muchos un valor simbólico añadido para consagrar una operación política que devolviera la confianza a millones de ciudadanos progresistas tras la última gran decepción de la década pasada.

La unidad de la izquierda, en todo caso, está aún muy lejana. Lo que se está fraguando ahora a toda prisa es un acuerdo de oportunidad, un arreglo para asegurar la supervivencia o, para decirlo claramente, un apaño electoral. A la hora de escribir este comentario, el pacto mayor, es decir, el que reúne a socialistas e insumisos es aún provisional. Ambas formaciones se resisten a ceder demasiado o a que se interprete su plus de flexibilidad como una cesión excesiva. Algunos dirigentes ecologistas y socialistas temen que esta unidad sea para Melenchon una forma encubierta de afirmar su empeño hegemónico.

LOS INSUMISOS LIDERAN EL EMPEÑO

Los insumisos tienen la mejor baza en la convergencia porque su líder, Jean-Luc Melenchon, resultó revalidado en la primera vuelta de las elecciones presidenciales como el líder de la izquierda, con un 21,95% de los votos, lo que supuso una mejora de casi dos puntos y medio con respecto a 2017. Se quedo cerca de superar a Marine Le Pen y, por tanto, de enfrentarse a Emmanuel Macron en la contestación final.

Impulsado por estos resultados, el líder de los insumisos pareció apostar más por la absorción que por la unidad. Se postuló como primer ministro, convocando a los electores de izquierda a que lo respaldaran de forma contundente en las legislativas para obligar al presidente a la cohabitación, es decir, a aceptar un gobierno de orientación política distinta a la suya.

Melenchon, un antiguo socialista, crítico y altanero, ha estado años fraguando una alternativa de izquierdas a la deriva liberal y centrista del socialismo francés, al que define como “social-liberal”. En las legislativas de 2017 los insumisos consiguieron el deseado surpasso a comunistas, socialistas y ecologistas, franqueando la barrera del 11% en primera vuelta. Pero las alianzas y el ballotage de la segunda vuelta (esa artimaña de la V República para favorecer el bipartidismo) le privaron de ser el partido de izquierda con mayor representación en la Asamblea Nacional (17 diputados frente a los 30 del PSF), pero no de superar claramente a ecologistas y comunistas.

Melenchon tiene la enorme virtud política de la paciencia. Mientras el PSF se consumía en la oposición sin perspectivas de convertirse de nuevo en la alternativa, los ecologistas se dividían entre opciones rupturistas y pactistas y los comunistas procedían al enésimo lavado de cara, los insumisos consolidaban su implantación territorial y se presentaban como la única opción real de contestación al liberalismo arrogante de Macron y la manera más segura de frenar el avance de Le Pen entre el electorado popular.

Durante las semanas o meses previos a las presidenciales, todos los amagos de componer una candidatura común fracasaron estrepitosamente. Quizás debería decirse que nunca hubo la mínima oportunidad de cuajar por la falta de voluntad de sus dirigencias y el ego de algunos de sus principales líderes. Los esfuerzos de algunas plataformas ciudadanas resultaron vanos. La solución a la desesperada de Christiane Taubira acabó en una renuncia apagada y triste. Nadie estuvo seriamente dispuesto a hacer sacrificios reales. Pero quizás el más intransigente de todos fue Melenchon, convencido de que la historia estaba de su parte.

Ahora, tras la sanción electoral, los partidos clásicos de la izquierda en los últimos treinta años, se ven obligados a ceder el estandarte del liderazgo de la izquierda a esta formación más reciente, por mucho que les desagraden ciertos comportamientos despectivos de su líder.

Las frenéticas conversaciones de estos días han girado sobre varios polos: estrategia, programa y reparto de circunscripciones. Sin despreciar a los dos primeras, por supuesto, la tercera ha sido la clave de la discusión. Cada partido o formación ha luchado por favorecer su validación parlamentaria. El sistema electoral obliga a alcanzar como mínimo la segunda plaza o incluso la tercera siempre que, en este caso, su número de votos supere el 12,5% de los inscritos (las llamadas “triangulares de la segunda vuelta”). Los especialistas de cada partido o formación miran con lupa las posibilidades de su candidato para determinar en cuales de cada una de las 577 circunscripciones tiene serias opciones pasar el corte. Los desistimientos o cesiones en beneficio del afín mejor colocado es la clave habitual ante la segunda vuelta. Sin embargo, hace preciso adelantar ahora esa decisión, para no poner en peligro la pugna final.

RECUPERAR LA BASE SOCIAL PERDIDA

El predicamento del Reagrupamiento Nacional en las zonas de otrora dominio de la izquierda ha alterado notablemente el panorama político. Para la izquierda, el rival político inmediato es el nacionalismo populista. Hay que ganar esa batalla para poder luego competir con la previsible combinación liberal-conservadora en la segunda vuelta. Esto supone un cambio de paradigma en la política de la V República.

Tras la irrupción electoral del Frente Nacional a finales de los noventa, eran los candidatos de la derecha gaullista o del centro-derecha liberal los que tenían que descartar a los ultras para confiar luego en contar con el voto de sus electores en la confrontación final con la izquierda, generalmente el PSF y, en menor medida, el PCF o los ecolos. Pero cuando la ultraderecha comenzó a hacerse fuerte, se impuso el llamado pacto republicano, es decir la alianza de conveniencia del consenso centrista, para cerrar el paso a la extrema derecha.

Esa estrategia ha sido una de las causas del ascenso de los nacional-populistas, que han generado un discurso victimista no exento de realidad sobre los trucos del sistema político diseñado por las élites para marginar la voluntad popular nacional. Después de asegurar una base conservadora original, Marine Le Pen profundizó su estrategia de extensión de la base electoral hasta alcanzar los caladeros de la izquierda en poblaciones de fuerte depresión económica, notable impacto migratorio y desigual reparto de la riqueza. Ya ocurrió en 2012, con más intensidad en 2017 y con indiscutibles resultados este año, en las presidenciales. Las legislativas se han convertido en una cita existencial para la izquierda.

En este doble esfuerzo, contra la ultraderecha y contra la derecha liberal, las formaciones de izquierda que ahora buscan desesperadamente un acuerdo unitario sobre la bocina, han evidenciado claras diferencias. Mientras socialistas y ecologistas perdedores en primera vuelta han optado por recomendar tradicionalmente el voto a las “candidaturas republicanas” (es decir, liberales o incluso conservadores) “para frenar a la extrema derecha”, los insumisos han sido siempre menos complacientes o completamente hostiles a esta plasmación electoral del consenso centrista. El propio Melenchon proclamó, tras los resultados de la primera vuelta de las recientes presidenciales, que “ningún voto debería ir a Le Pen” en la segunda vuelta, pero sin por ello animar a sus seguidores a votar por Macron, como hicieron, aunque fuera de mala gana, los candidatos socialistas y ecologistas. Los comunistas, aunque más circunspectos, también se mostraron partidarios de elegir lo malo antes que lo peor.

CONSOLIDAR LA OPOSICIÓN

Si el 3 de mayo se ha aireado como fecha emblemática no lo es menos este 2022, que marca el 50º aniversario del “programa común”, el pacto entre socialistas, comunistas y radicales que en 1972 sentó la bases de la conquista del poder por la izquierda una década después, con Mitterrand en el Eliseo y una mayoría en la Asamblea Nacional. Aquel acuerdo también fue complicado y frágil, sometido a tensiones constantes y recriminaciones permanentes. La unidad apenas duró tres años. Mitterrand, que nunca confió en los comunistas, se avino a ello por necesidad táctica. Ahora el panorama es muy distinto: los socialistas ya no escriben la partitura, los comunistas ya no pueden exhibir su potencia de percusión y los ecologistas están muy lejos de armonía táctica de sus correligionarios alemanes. El director de orquesta es un personaje flamboyant y privado de la condición presidencial por el radicalismo de sus posiciones. La unidad que ahora se plantea no tiene como objetivo el poder, sino la forja de una oposición digna de tal nombre.