LA FRONTERA NORTE DE LA OTAN: EL FIN DE UNA NEUTRALIDAD SOBRE EL PAPEL

18 de mayo de 2022

Finlandia y Suecia abandonan una centenaria neutralidad y piden ingresar en la alianza política y militar occidental. Aparentemente, un cambio sísmico de la estructura de seguridad europea. En la práctica, poco cambiará. Ambos estados nórdicos ya estaban desde hace decenios muy estrechamente vinculados con Occidente. La neutralidad era una divisa ideológica, en el caso de Suecia, y un forzado condicionamiento, en el de Finlandia.

La solicitud, formalizada ya tras la votación parlamentaria, debe confirmarse ahora con la aceptación del club al que se pide ingresar. No parece haber más problema que el planteado por Turquía, que mantiene una hostilidad con finlandeses y suecos por el asilo que estos países brindan a los kurdos que pelean por su independencia. Veremos si hay veto turco efectivo o se negocia un precio político o de otro tipo que salve la fiesta de la ampliación aliada.

En todo caso, los procesos de ratificación en los estados miembros pueden prolongarse unos meses, quizás un año. En ese periodo, la guerra puede haber terminado, o no. Podría haber un acuerdo entre Moscú y Kiev, que fijase  la neutralidad ucraniana con garantías de seguridad, o no. O podría estar dibujándose una revisión de las reglas del equilibrio estratégico en Europa, con o sin Putin, con una Europa más activa y los EEUU de nuevo volcados en China. O no.

DE LA FINLANDIZACIÓN A LA ATLANTIZACIÓN

Finlandia ha sido un país muy peculiar en el escenario europeo, por su cercanía al gigante euroasiático y cooperación con la Alemania nazi. Después de una breve guerra perdida contra los soviéticos en los albores de la última conflagración mundial, el país tuvo que acomodarse a una vecindad vigilada férreamente por Moscú (la finlandización), pero con una independencia política de la que no gozaban los países de Europa Oriental. De la necesidad, Finlandia hizo virtud. Helsinki, se convirtió en la anfitriona del deshielo, de la suavización de la guerra fría en Europa, al albergar la Conferencia de Seguridad y Cooperación (1975) y su secretariado posterior. Un modelo que, con las adaptaciones obligadas por la desaparición de la URSS, se ha mantenido durante estos últimos treinta años. Hasta la guerra de Ucrania.

La peculiaridad finlandesa era aceptada masivamente por la población. Todavía a comienzos de este año, el 70% de los finlandeses no era partidario de ingresar en la OTAN, pese a los temores bélicos crecientes. Simplemente, no se veía necesario. Finlandia formaba parte de esa especie de OTAN externa, un apéndice que le brindaba ciertas protecciones, una amplia compatibilidad con los sistemas defensivos aliados (interoperabilidad, en la jerga otaniana) y el acceso al bazar armamentístico occidental y norteamericano en particular (Helsinki ya había firmado el contrato de compra de 64 F-35, el avión de combate de última generación).

Ucrania cambia esta acomodación flexible. Rusia deja de ser un volcán dormido o apenas activo para convertirse en una amenaza inminente de erupción a lo largo de sus 1.300 kilómetros de frontera común. Los ecos de la guerra al otro lado del continente resuenan en Finlandia como una advertencia apremiante. Los partidarios de una atlantización sin reservas han ganado el relato: según sondeos, en apenas tres meses, 7 de cada 10 finlandeses quieren que su país ingrese en la OTAN cuanto antes (1). El propio ministro de Exteriores, Pekka Haivisto, admite que el factor psicológico (el miedo a una más que improbable invasión rusa) ha tenido un peso considerable en esta vuelta de página teórica de la historia nacional (2).

En este periodo de transición, no faltarán los riesgos. La economía finlandesa tiene lazos nada desdeñables con Rusia, y no sólo en el dominio energético (60% de las importaciones). Está acordada para el año próximo el inicio de la construcción por la empresa rusa Rosatom de una central nuclear. El turismo ruso es un rubro importante para lar arcas finesas. La cooperación en comunicaciones, transportes y medio ambiente también es importante (3).

Rusia ha reaccionado con malestar muy contenido, casi burocrático. Las “consecuencias” que se han invocado son vagas, quizás porque hay otras urgencias en el Kremlin. El nuevo encaje finlandés complica el flanco noroccidental de Rusia, al reforzar la vigilancia aliada en el Báltico e incrementar la presión sobre el aislado enclave Kaliningrado, base de la flota septentrional rusa. En esa zona se concentran los imaginarios de una potencial nueva crisis, debido a la supuesta vulnerabilidad de los pequeños estados bálticos, algunos de los cuales cuentan con un significativa minoría rusa (4).

Pero, paradójicamente, el cambio finlandés suscita tanto o más inquietud en la propia OTAN. O en su núcleo duro. La ayuda en caso de amenaza o agresión eventual al país dejaría de ser una opción para convertirse en obligación, por mor del artículo 5 del Tratado de alianza. Algunos expertos ya han dicho que Washington no está feliz con esta hipoteca de seguridad añadida, cuando debe afrontar la prioridad de lo allí se plantea como “desafío chino” (5).

Otro elemento de perturbación es el riesgo nuclear. Helsinki no querrá albergar armas tácticas (igual que Suecia), ni siquiera una base militar que se perciba como “extranjera”. Lo que busca Finlandia en este clima de relativo pánico es un seguro de protección que fortalezca su ejército de 280.000 reservistas y su arsenal armamentístico para impedir el escenario ucraniano (6).

SUECIA: UN PASO MÁS EN LA DIFUMINACIÓN DEL MODELO NACIONAL

El caso de Suecia es similar, pero presenta rasgos diferenciados. Allí la neutralidad ha sido menos condicionada. Resultó muy patente durante la guerra fría, sobre todo cuando los socialdemócratas eran activos críticos de la política norteamericana de defensa y promoción de tiranías anticomunistas. Su condición periférica y su prosperidad económica le favorecían.

Con respecto a la URSS, Suecia jugó siempre un papel cauteloso. Defendió a las disidencias en la propia Rusia y en los países satélites de Moscú y nunca fue ingenua en materia de seguridad. El país contó siempre con una defensa robusta, proporcional a sus recursos. Cuando se discutía el gasto militar, solían brotar las noticias en la prensa conservadora sobre la actividad inusual de submarinos soviéticos en la proximidad de las costas suecas (los llamados submarinos presupuestarios). La política internacional de Suecia no era un tema prioritario de la polémica política. El ingreso en la OTAN nunca se planteó con fuerza. La entrada en la UE propició una perspectiva de mayor compromiso en la seguridad común, pero sin tentaciones atlantistas (7).

Con la guerra de Ucrania, el giro histórico ha experimentado el mismo vigor que en su vecino finlandés, y desde premisas similares: como póliza de seguro reforzado, sin riesgos nucleares y con una misión especial de vigilancia en el Báltico.

El abandono de la neutralidad, más allá de las implicaciones estratégicas o militares, supone un paso más en la difuminación del modelo nórdico, que hacía de esta región una especie de espejo ideal en el que se miraban muchos socialistas progresistas europeos. Sus patentes de igualitarismo social, de fiscalidad progresiva, de santuario de los perseguidos por las dictaduras tercermundistas, de promoción y blindaje de nuevos derechos sociales se han ido diluyendo o debilitando. La socialdemocracia nórdica fue la manifestación más acabada y exitosa de un capitalismo con rostro humano o de un socialismo libre de las perversiones burocráticas, y dictatoriales. Hoy aparece como una peculiaridad con perfiles cada vez menos originales.


NOTAS

(1) “Finland is hurtling towards NATO membership. THE ECONOMIST, 8 de abril.

(2) “Finland’s Foreign Minister on why is moving toward NATO now”. FOREIGN POLICY, 7 de mayo.

(3) “Finland could join military alliance imminently”. DER SPIEGEL, 11 de mayo.

(4) “Finland’s new frontier. Will Russia seek to disrupt Helsinki’s NATO bid?”. FOREIGN AFFAIRS, 4 de mayo.

(5) “The dilemma at the heart of Finland’s and Sweden’s NATO membership bids”. CHRISTOPHER S. CHIVVIS. CARNEGIE INSTITUTE, 14 de abril.

(6) “NATO membership for Finland now likely”.  ROBIN FOSBERG y JASON C. MOYER. WILSON CENTER, 7 de abril.

(7) “NATO Nordic expansion”. CARL BILDT. FOREIGN AFFAIRS, 26 de abril.

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