EL TRÁGICO DESTINO DE MIJAIL GORBACHOV

31 de agosto de 2022

Mijail Gorbachov ha muerto en el crepúsculo de un día de agosto en un hospital de Moscú. Olvidado por todos. Por los que le odiaron -y aún le odian- como conductor de su país al suicidio. Por los que admiraron sus intentos de democratizar el país e instalar un clima de cooperación entre el Este y el Oeste . Y por la inmensa mayoría de sus conciudadanos que no sintieron hacia él más que una distante indiferencia, igual que hacia sus predecesores más recientes, incapaces de proporcionar prosperidad al pueblo.

Gorbachov se ha muerto solo, apenas rodeado por un puñado de leales asistentes, devorado lentamente por una larga enfermedad y encerrado en la añoranza de su esposa Raisa, fallecida en 1999, socavada por la leucemia.

En estos tiempos de mandato de Putin, la comparación entre ambos líderes rusos será una tentación irresistible para muchos analistas.  Es un ejercicio erróneo e inútil. Y, en algunos casos, deshonesto intelectualmente. Gorbachov nunca quiso abrogar el comunismo, como sostienen algunos de forma interesada: pretendió que funcionara, que fuera más amable y participativo. Mucho menos pretendió reducir el poder mundial de la URSS; al contrario, trató por todos los medios de mantener una influencia que ya estaba claramente por encima de sus posibilidades.

La paradoja política de Gorbachov es que le importó más a quienes, en el fondo, solo querían aprovecharse de sus ilusorios designios y resultó irrelevante para aquellos a los que iban dirigidos sus esfuerzos reformadores. Occidente sacó ventaja de los apuros del dirigente soviético. Le fue concediendo migajas en forma de créditos y ayuda de emergencia mientras le iba sacando concesiones políticas y estratégicas. Mientras, sus camaradas de dirección, la mayoría hostiles o recelosos de su empeño, conspiraban contra él o lo dejaban hacer para favorecer su desgaste frente a esa opinión pública cuya emergencia él mismo alentó con su política de glasnost (transparencia).

Todavía hoy, los comunistas ortodoxos de todo el mundo concentran en Gorbachov el resentimiento que sólo puede despertar un renegado, un traidor. Pocos admiten que el 7º Secretario General del PCUS en realidad no destruyó nada: trató inútilmente de revivir a un moribundo.

Los pocos que le granjearon elogios y simpatías fáciles, lo relegaron en cuanto dejó de ser útil. Los que vieron en Rusia una gran oportunidad de mercado apostaron por su sucesor, Boris Yeltsin, al que presentaron como un visionario, dotado de una audacia que a Gorbachov le faltó. En realidad, se aprovecharon de él como de su antecesor: quisieron convertir a Rusia en un bazar y alentaron el mayor saqueo de bienes públicos de la historia, favoreciendo a hoz y coz un capitalismo salvaje en un país sin las mínimas estructuras para digerirlo. Rusia se empobreció aún más, pero unas minorías se beneficiaron de ello. Muchos integrantes de la vieja élite burocrática se hicieron inmensamente ricos. El famoso goteo del capitalismo generó una clase media seducida por el consumo, pero limitada a las principales ciudades. En el resto, la misma miseria.

Putin es el producto de esa acumulación de desastres. Se dijo durante sus primeros años que el actual presidente ruso era un nostálgico del comunismo, de la era dorada en que la URSS co-dominaba el mundo. Otra apreciación torticera. Como funcionario del KGB, le resultó insoportable la humillación del Estado, no el fracaso ideológico. Su tantas veces repetida frase de que “la desaparición de la URSS es la mayor catástrofe del siglo XX” no expresaba pesar por la extinción del que fue su país, sino frustración ante la pérdida de un aparato de poder. Se reproduce mucho menos una afirmación posterior de Putin, aquella en la que hizo responsable a Lenin y a los revolucionarios soviéticos de la decadencia de Rusia. Putin, en realidad, abjuró del comunismo para convertirse al nacionalismo más reaccionario. No se le ha escuchado criticar al régimen zarista; bien al contrario, ha engalanado el Kremlin con sus figuras y reliquias.

En esos años en que aún se le escuchaba, más fuera que dentro, Gorbachov mantenía hacia el liderazgo de Putin una crítica a veces clara, en otros momentos discreta, y casi siempre contradictoria. Le reprochaba el autoritarismo creciente, pero avaló la toma de Crimea, por ejemplo. Lo que más le irritaba era el desdén con que el actual líder ruso trataba al desaparecido sistema que lo dio de comer. 

En sus últimos años, sin que sus opiniones importaran apenas nada, el anciano y trágico líder postrero de la última utopía del siglo XX se sumergió en la soledad y la melancolía. 

UCRANIA, SEIS MESES: ESTANCAMIENTO Y PERPLEJIDAD

24 de agosto de 2022

Se alcanzan los seis meses de guerra en Ucrania en aparente estancamiento. Los frentes en el este y en el sur apenas se han movido en las últimas semanas. A falta de operaciones bélicas significativas, los defensores han podido efectuar golpes de efecto notable con ataques en la retaguardia rusa, tanto en Crimea como bien adentro del otro lado de la frontera (1). Aún queda por dilucidar si el asesinato de Darya, hija del ideólogo ultranacionalista ruso, Alexander Dugin, ha sido obra de los servicios especiales ucranianos, del FSB ruso o de cualquier organización criminal (2).

Por debajo de este bloqueo bélico salpicado por sobresaltos colaterales crece una inquietante sensación de impotencia diplomática (3). No hay rastro de negociación, más allá de eso que en su día se llamó “la humanización de la guerra”, es decir, hacer más soportable una situación que es insoportable de por sí. Después del acuerdo para reanudar las exportaciones de grano de Ucrania por el puerto de Odessa, muñido por el presidente turco Erdogan como mediador interesado, la ONU ha tomado el relevo para intentar evitar una catástrofe nuclear en la central de Zaporiyia. Se supone que hay contactos muy discretos entre Moscú y Washington con vistas a un intercambio de prisioneros no relacionados directamente con la guerra. Todo lo demás es propaganda.

En Ucrania, hay una efervescencia patriótica alimentada por el relativo éxito de la resistencia, el decisivo apoyo armamentístico occidental (norteamericano, sobre todo) y la audacia de esas operaciones ajenas a los frentes de combate. La celebración del día de la independencia, coincidente con los seis meses de guerra, ha nutrido un tipo de discurso triunfalista en el que importa menos la realidad que la motivación.

En la Rusia oficial, se vive de espaldas a la guerra. A pesar de los 15.000 muertos estimados o la minoración más que notable de su arsenal militar. El verdadero impacto de las sanciones es objeto de debate fuera del país, pero las autoridades se esfuerzan por minimizarlo y contrarrestarlo con medidas inteligentes y, complementariamente, taparlo con las dificultades que se viven en los países europeos, debido a las tensiones energéticas e inflacionistas. La victoria es cuestión de tiempo, según el Kremlin(4).

En Occidente, se aprecia ya un punto de indiferencia por la guerra en sí, debido a la “fatiga de la solidaridad”. Se avizora un “otoño del descontento”, preludio de un “invierno cruel”, si, como se teme, se confirma la recesión en todo el espacio occidental. Pero no hay de momento flojera en los discursos oficiales. 

En Washington, se anuncia, como ‘regalo’ por el 31º cumpleaños de la independencia de Ucrania, el mayor tramo de crédito para reforzar el aparato militar del país: 3 mil millones de dólares adicionales. Ya asciende a 13 mil millones el monto del apoyo norteamericano desde el comienzo de la guerra. Alemania, desde un principio más remisa y ahogada en la perspectiva de una temporada de restricciones energéticas, añade un modesto aporte de 500 millones de dólares. Desde Francia, Macron mantiene a duras penas su doble lenguaje: no cierra las puertas a la negociación, pero alimenta la retórica de resistencia ucraniana. La soflama bélica de la coalición atlantista es cosa de los bálticos y en menor medida de los polacos. A medida que los desplazados vayan regresando a sus hogares, ahora más seguros, aunque en absoluto prósperos, se reducirá la presión solidaria en Polonia.

SIN RUMBO CLARO

Los especialistas no se ponen por completo de acuerdo sobre el rumbo que tomará el conflicto, ni siquiera sobre lo que hay que hacer. FOREIGN AFFAIRS ha publicado en las últimas semanas análisis en los aparecen estas líneas gruesas de divergencia:  

- quienes desean que Ucrania gane esta guerra a toda costa (5);

- los que creen que puede ganarla, al menos parcialmente, siempre que los occidentales hagan sus deberes (6);

- los escépticos ante el optimismo ucraniano y occidental (7);

- los que temen un escenario viable de derrota rusa por el riesgo que ello supondría de respuesta desesperada de Moscú, en forma de represalias contra la población civil o incluso de apertura de la caja de Pandora nuclear (8). 

Los optimistas no aclaran, sin embargo, en que consistiría una ‘victoria ucraniana’. Los maximalistas se alinean con el discurso de Zelensky, que últimamente insiste una y otra vez en que no basta con expulsar a los rusos de las zonas ocupadas estos últimos seis meses, sino que el objetivo es también recuperar Crimea. Otros expertos son menos categóricos en esto último, pero mantienen que el mínimo aceptable es volver al 24 de febrero; para decirlo en términos más tecno-diplomáticos, ‘regresar a Minsk’; o sea, retomar el proceso negociador. Ninguna de las dos posiciones parece probable. El problema es que no se perfila otra iniciativa con mejores perspectivas. 

Los más fríos todavía apuestan por el lento pero seguro efecto corrosivo de las sanciones. Un equipo de la Universidad de Yale ofrecía recientemente una radiografía bastante perturbadora de la economía rusa, basada en los propios datos oficiales de Moscú (9). Por el contrario, otros analistas oponen que Rusia ha sabido encontrar un ecosistema de supervivencia, como antes lo han hecho Cuba, Corea del Norte o Irán, por poner algunos ejemplos (10).

En el mundo en desarrollo o en emergencia, no se comparten los diagnósticos occidentales sobre esta guerra. No por simpatía especial hacia Putin, sino por lo que se percibe como una visión occidental egoísta e hipócrita, que convierte determinadas causas en universales, mientras ignora otras o, peor aún, instiga, favorece y hasta protagoniza actuaciones contrarias a su retórica cuando le interesa. África y Oriente Medio ofrecen ejemplos de ello. Incluso en Asia hay casos evasivos muy significativos, como el de India, que compra ahora más petróleo ruso e ignora las sanciones, o Indonesia, que no ha querido marginar a Rusia de la cita del G20, a celebrar este año. 

Caso aparte es el de China, que no se ha movido sustancialmente de su posición de apoyo político y retórico a Rusia como objeto de presión occidental, pero sin defender explícitamente la invasión de Ucrania y sin vulnerar abiertamente las sanciones. No tanto sutilidad diplomático como ejercicio de ese viejo adagio: con el enemigo de mi adversario hay que comportarse como si fuera un amigo, lo sea o no. 

Así las cosas, casi todo el mundo apuesta por una guerra larga, de trincheras más que de movimientos, de acciones laterales o marginales, de golpes de efecto, a la espera de que el agotamiento favorezca posiciones más sensatas o realistas.


NOTAS

(1) "Six months of hell in Ukraine: how Putin’s crazy war reached deadlock". SHAUN WALKER. THE OBSERVER, 20 de agosto. 

(2) "The global politics of Russia’s notorious nationalist ideologue". ISHAAN THAROOR. THE WASHINGTON POST, 23 de agosto.

(3) "Russia, Ukraine, and the decision to negotiate". STEVEN PIFER. BROOKINGS INSTITUTION, 1 de agosto.

(4) "Putin thinks he's winning". TATIANA STANOVAYA (Carnegie Center). THE NEW YORK TIMES, 18 de Julio. 

(5) "It’s Too Soon for a Lasting Diplomatic Settlement". ALINA POLYAKOVA (Universidad John Hopkins)Y DANIEL FRIED (Consejo Atlántico y ex-embajador USA en Polonia); "The Real Key to Victory in Ukraine. Why Sustaining the Fight Is Everything in a War of Attrition". KRISTIN BRATHWAITE (James Madison College) y MARGARITA KONAEV (Center for American Security). FOREIGN AFFAIRS, 8 y 29 de junio.

(6) "A Ukraine Strategy for the Long Haul. The West Needs a Policy to Manage a War That Will Go On". RICHARD HAASS (Council of Foreign Relations). FOREIGN AFFAIRS, 10 de junio.

(7) "Ukraine’s Implausible Theories of Victory. The Fantasy of Russian Defeat and the Case for Diplomacy". BARRY R. POSEN (MIT). FOREIGN AFFAIRS, 8 de Julio.

(8) "Playing With Fire in Ukraine. The Underappreciated Risks of Catastrophic Escalation". JOHN MEARSHEIMER (Universidad de Chicago). FOREIGN AFFAIRS, 17 de Agosto.

(9) "Actually, the Russian Economy Is Imploding". JEFFREY SONNENFELD y STEVE TIAN. (Universidad de Yale). FOREIGN POLICY, 22 de Julio.

(10)"Who’s Winning the Sanctions War? The West has inflicted damage on the Russian economy, but Putin has so far contained those costs. BRUCE W. JENTLESON (Wilson Center y Universidad de Chicago). FOREIGN POLICY, 18 de agosto.


LOS CONFLICTOS EN EL ARCO DE LA CRISIS DEL MUNDO ISLÁMICO

 17 de agosto de 2022

Una nueva era de confrontación entre las grandes potencias ha desplazado del interés mediático los conflictos otrora denominados “de baja intensidad” en el mundo islámico. Se trata del “arco de la crisis”, figura empleada por el que fuera Secretario de Estado de Carter, Cyrus Vance, que él dibujaba desde Marruecos hasta Pakistán. La guerra de Ucrania, ya del todo internacionalizada, se admita o no, y las nuevas tensiones con China, desplazan del primer foco mediático a esa docena, al menos, de conflictos internos, fronterizos, bilaterales o de alcance regional, algunos combinados. Puede ser de interés repasarlos someramente.

En el Magreb, norte de África o África atlántica y mediterránea, se ha abierto de nuevo el riesgo de un rebrote de la guerra en el Sahara, tras el cambio de postura española en favor de un apoyo a la ambigua, indefinida y engañosa propuesta marroquí de una autonomía para el territorio. Los independentistas saharauis no parecen estar sobrados de fuerza para amenazar el control militar de Rabat, pero el reino alauí tampoco se puede permitir otro periodo de inestabilidad en el Sahara. 

Este conflicto ya ha agudizado la rivalidad argelino-marroquí hasta límites peligrosos. Aunque ambos regímenes tratarán de evitar una confrontación mayor, el riesgo estriba en la ausencia de canales de diálogo y en cualquier malentendido o incidente que pueda desatar un choque directo. Francia y España tienen un papel reducido como potenciales mediadores, debido a la desconfianza de Argel.

En Túnez, la deriva autoritaria del Presidente Kais Saïed se afianza tras el referéndum constitucional del mes pasado. A pesar de la baja participación (apenas un 30%), lo que implica un relativo éxito de la campaña de boicot de la oposición, el jefe del Estado ha conseguido formalmente legalizar su giro presidencialista casi absoluto. Muchos de los sectores sociales que lo apoyaron tras su elección, por representar un aparente intento de superar el bloqueo político e imprimir un toque populista a la revolución de 2011, están ahora decepcionados y asustados, en un entorno de agobiante crisis económica. El Ejército es la clave. Pero hasta ahora parece posicionarse en favor del poder fuerte que Saïed pretende consolidar (2).

En Libia, el caos continúa imperando. Dos gobiernos se disputan la legitimidad. Las alianzas de hace unos años se han modificado un tanto, en parte por realineamientos internos, pero también por el diferente grado de presión de las potencias que ejercen presión sobre el país: Egipto, Turquía, los Emiratos o Rusia, con Estados Unidos y Europa en el asiento de atrás. El flujo del petróleo se ha visto interrumpido en algún periodo (3).Los esfuerzos de la ONU han sido inoperantes.

En Egipto, la situación de los derechos humanos ya es pavorosa y la presión económica se asemeja a una bomba de relojería. La represión cimenta el control del Presidente-general Al Sisi tanto o más que en la era de Mubarak. La situación de las cárceles, revelada por recientes informes periodísticos, es terrible (4). El peligro islamista sigue reducido al Sinaí. Pero el malestar social podría favorecer su extensión al resto del país.

Palestina se ha convertido en un gran pudridero. Deterioro de las condiciones de vida, bloqueo sin aparente salida del mal llamado proceso de paz, esclerosis del liderazgo palestino, indiferencia más que impotencia de las potencias occidentales y desesperación creciente de la población. El último episodio de violencia en Gaza refleja el estado actual de las cosas. Israel se siente más seguro que nunca de liquidar a su antojo lo que considera riesgos para su seguridad con la desproporción habitual y mayor impunidad que nunca. La resistencia palestina se divide aún más, incluso entre las fuerzas que no aceptan la vía política negociadora, como Hamas y la Yihad. (5).

Israel se encamina hacia las quintas elecciones en poco más de dos años, sin que se vislumbre la superación del estancamiento político. El primer ministro interino, Yair Lapid, se ha ganado sus oportunas credenciales guerreras este verano en Gaza, algo que podría servirle para intentar neutralizar el discurso belicoso de Netanyahu y reconstruir la híbrida alianza que ha gobernado los últimos meses. Bibi lucha no sólo por su supervivencia política, sino también para escapar del cerco judicial que amenaza con enviarle a prisión o, en el mejor de los casos, inhabilitarlo para los restos (6).

Líbano se hunde en el estancamiento económico y en el inmovilismo político, dos años después de la gigantesca explosión en el puerto de Beirut (7). Ni las presiones de Macron, ni las protestas sociales recurrentes han alterado un pacto político artificial que asegura el reparto de poder entre castas sectarias y grupos de interés. 

Siria asiste a la prolongación de una guerra inacabada. Atrás queda el conflicto total que asoló el país durante una década e hizo perder a la mitad de su población, por fallecimiento, desplazamiento o exilio. Pero continúan focos bélicos en el norte, donde Turquía aspira a consolidar una especie de protectorado para neutralizar a las guerrillas kurdas. Erdogan quiere que Putin le permita hacer las operaciones de limpieza pertinentes, a cambio de ese papel ambivalente que el presidente turco está jugando en la guerra de Ucrania (8). El régimen sirio sigue dependiendo más que nunca de Moscú y Teherán. La filial de Al Qaeda conserva férreamente su enclave en el noroeste y los herederos del Daesh aspiran a restablecerse en zonas desérticas (9).

Irak se instala en la confrontación permanente. A las luchas sectarias que dieron lugar al nacimiento y auge de los extremistas sunníes del Daesh, se unen ahora las agrias disputas entre distintas facciones chiíes. Proiraníes y nacionalistas luchan por controlar el gobierno y las instituciones políticas y de seguridad. Las ocupaciones recientes del Parlamento por los partidarios de Moktada Al-Sadr reflejan el descontrol actual. Vencedor de las elecciones, pero sin mayoría absoluta, el clérigo sempiternamente disidente pretende llevar a su terreno a unas masas descontentas con todos (10). El riesgo de explosión social es altísimo.

Irán está a punto de dotarse de la capacidad nuclear. Biden se ha quedado a mitad de camino entre la negociación y la presión. Parece que, en los últimos días, se han producido avances en Viena. Israel calla y actúa: mata a científicos y prepara actos de sabotaje, con la complicidad, cuando no la cooperación de Washington. A la postre, los israelíes confían en que, incluso si hay acuerdo, éste se convierta en papel mojado y esta o la próxima administración de Estados Unidos se avenga a proporcionar la munición que el estado judío necesita para destruir el operativo nuclear iraní (11).

Yemen se encuentra en estado de tregua, en todo caso precario. No hay indicios de compromisos políticos o de seguridad que permitan concebir esperanzas de acuerdo a largo plazo. El alto el fuego actual se debe al agotamiento temporal de los beligerantes: los rebeldes hutis apoyados por Irán y las fuerzas saudíes y emiratíes que respaldan a un gobierno central que ha dejado de existir, privado de poder real (12).

Afganistán cumple estos días el primer aniversario del regreso de los talibán. A las potencias internacionales les preocupa que el país vuelva a ser santuario de terroristas internacionales. Pero al afgano medio y pobre le laceran otras lacras. El ambiente social es tétrico. La pobreza crece hasta amenazar ya al 97% de la población y el hambre es la realidad cotidiana de la mitad de los ciudadanos. Explican esta catástrofe la destrucción provocada por la guerra, la mala gestión, el aislamiento internacional y el bloqueo de los fondos externos del Estado por parte de Estados Unidos. Un periodista local acaba de hacer un diagnóstico muy realista de la situación (13). En el movimiento talibán ya hay grietas entre los sectores más inmovilistas y los pragmáticos que estarían abiertos a cierta apertura para conseguir un respiro de Occidente. De no abrirse una vía de compromiso, podrían generarse revueltas, de las que podría aprovecharse Jorrasán, filial local del ISIS, mucho más fuerte que Al Qaeda. Tampoco atraviesan por buen momento las relaciones con el vecino y protector/ dominador Pakistán, cuyo nuevo gobierno se ve sacudido por una deuda externa que ya alcanza el 30% del PIB.


NOTAS

(1) ”North Africa’s frozen conflict”. HANNAH RAE ARMSTRONG. FOREIGN AFFAIRS, 12 de mayo.

(2) “The end of the Tunisian model”. SARAH YERKES. FOREIGN AFFAIRS, 15 de Agosto; “The major issue in Tunisia remains the ailing economy”. JAKES WALLES. CARNEGIE, 3 de Agosto.

(3) “Libya: crisis watch”. INTERNATIONAL CRISIS GROUP, julio 2022.

(4) “’Slow death’: Egypt’s political prisoners recount horrific conditions”. VIVIAN YEE. THE NEW YORK TIMES, 8 de agosto.

(5) Entrevista con la investigadora Leila Seurat, sobre las diferencias entre Hamas y la Yihad Islámica. LE MONDE, 9 de agosto.

(6) “Israel and Gaza keep up their precarious dance”. NEIL ZILBER e “Israel likely headed to another election: outlining the political battle ahead. DAVID MAKOVSKY. THE WASHINGTON INSTITUTE, 9 de Agosto y 24 de junio.

(7) “Deux ans après la double explosion au port de Beyrouth, l’enquête toujours entrevée”. LAURE STEPHAN. LE MONDE, 4 de Agosto.

(8) “Erdogan and Putin: complicated relations with mutual benefits. STEVEN ERLANGER. THE NEW YORK TIMES, 11 de Agosto

(9) “Containing a resilient ISIS in Central and North-eastern Syria”. INTERNATIONAL CRISIS GROUP, 18 de julio.

(10) “Big Bang in Baghdad?”. MARSIN ALSHAMARY). CARNEGIE, 3 de agosto; “Is Moqtada al-Sadr trying to stage a Jan 6 insurrection in Iraq?”. SIMONA FOLTYN. FOREIGN POLICY, 11 de agosto.

(11) “Iran on the nuclear brink”. ERIC BREWER. FOREIGN AFFAIRS, 17 de junio.

(12) “Yemen. Truce or consequences”. AHMED NAGY. CARNEGIE, 8 de agosto.

(13) “Can the Taliban be contained”. SAAD MOSHENI. FOREIGN AFFAIRS, 16 de agosto.


LA TORMENTA SOBRE TAIWÁN

 10 de agosto de 2022

Las maniobras militares aeronavales de China en torno a Taiwán (al parecer inconclusas aún) han avivado las especulaciones acerca de las “verdaderas intenciones” de los dirigentes de Pekín. El debate no es nuevo. Desde la guerra revolucionaria, con el triunfo de los comunistas en el continente y el atrincheramiento de los nacionalistas en la isla (e islotes anejos) frente a la provincia de Fujian se hacen predicciones sobre el futuro de una de las crisis latentes más perdurable de las últimas décadas.

En setenta años no ha cambiado el designio chino de reunificar el país, como es lógico. Lo que ha variado, quizás, son las estrategias, la percepción de los tiempos y la gestión de prioridades, en función de los equilibrios geoestratégicos, de las necesidades del país y, no menos importante, de los cálculos de poder de la élite comunista. 

Los dirigentes y habitantes de la isla han vivido una evolución más clara. Del periodo nacionalista intransigente se pasó a una cohabitación menos militante, luego a la consideración de una unificación pactada (al estilo del acuerdo sobre Hong Kong, hoy en cuestión), hasta llegar a la situación actual, dominada claramente por el deseo de resistirse a la unificación, que una parte cada vez mayor de la población contempla como una pura absorción y el final de un modo de vida.

Los vecinos de China y Taiwán se han sentido relativamente cómodos con el statu quo, porque les permitía sacar beneficio del comercio diferencial con ambas. Pero han vivido con la inquietud de saber que, al cabo, estaban disfrutando de una estabilidad incierta. Estados Unidos, hasta hace muy poco poder omnímodo en el Pacífico, se adaptó a una realidad que no podía ni quería cambiar debido al alto precio que se vería obligado a pagar. En los primeros setenta sacrificó la retórica de la libertad y la democracia cuando se le abrió la oportunidad de acercarse a China, con un triple propósito: neutralizar a un gigante que se despertaba, posicionarse ante una inmensa oportunidad de mercado y aprovecharse de la inquina intracomunista entre Moscú y Pekín para cercar a la URSS. Sacrificó para ello el reconocimiento oficial de la realidad de la entonces Formosa, sin dejar de apuntalar su existencia con ambiguas políticas de apoyo militar y vigorosa cooperación económica.

Los tiempos han cambiado. China se ha convertido en una superpotencia económica y cree llegado el tiempo de dotarse de un poderío militar equivalente a su nuevo estatus internacional. El viejo designio de la unificación nacional renace, acorde con el lema con el que el actual número uno del régimen, Xi Jinping, pretende definir su mandato: el “rejuvenecimiento nacional”. 

En los análisis y comentarios que se pueden leer estos días sobre esta última crisis de Taiwán, hay un denominador común, por encima de la diferencia de percepciones y calibramiento de las capacidades de China para llevar a cabo su proyecto nacional. Todo son especulaciones o estimaciones de lo que puedan estar considerando los dirigentes chinos. Se sabe poco a ciencia cierta, a pesar de cuarenta años de una creciente cooperación con Pekín en todo tipo de ámbitos. Pero casi todos los expertos admiten que resulta muy difícil predecir la conducta de una élite política en apariencia más fuerte que nunca, pero últimamente sometida a gran presión por el frenazo del desarrollo económico que hasta solamente tres años parecía imparable, pese a los indudables problemas estructurales.

Analistas estadounidenses como Oriana Skylar-Mastro (Universidad de Stanford, entre otras instituciones), Bonnie Lin (Centro de estudios estratégicos de Georgetown), David Sachs (Consejo de Relaciones Exteriores), Andrew J. Nathan (Universidad de Columbia), o Ryan Hass (Brookings y asesor jefe para China en la administración Obama) entre otros otros han publicado estos días sus reflexiones en publicaciones especializadas ajenas al gran público (1)  y ofrecido sus apreciaciones en una gran cantidad de artículos y piezas audiovisuales más asequibles. No se deben olvidar las opiniones expresadas por autores taiwaneses tanto oficiales como oficiosas (2), ni, naturalmente, las valoraciones de Pekin, expresadas a través de sus canales institucionales (3)

Los análisis de todos ellos, con sus diferentes enfoques y orientaciones, giran en torno a las siguientes variables:

¿Ha renunciado Pekín definitivamente a una unificación pacífica o por decantación, como parecía ser el caso en el periodo inicial del despegue económico? ¿Está dispuesta esta China a correr el riesgo de una intervención militar para recuperar el control de Taiwán? ¿Están preparadas las Fuerzas Armadas para acometer una tarea semejante, pese al incremento del gasto militar de las últimas décadas? ¿Existe una opinión compartida en la jerarquía china sobre el grado de implicación que está dispuesto a asumir Washington? ¿Dispone el alto mando de una estrategia solvente para afrontar una eventual respuesta militar norteamericana? ¿Cuáles son las estrategias ante las diversas eventualidades militares y con qué flexibilidad se podrían implementar en la práctica ante escenarios cambiables sobre el terreno? ¿Le puede ser de utilidad los errores y dificultades de la operación rusa en Ucrania?¿Cuenta Pekín con poder neutralizar a los vecinos, en caso de un posicionamiento activamente hostil liderado por Washington? ¿Se contempla el uso del armamento nuclear en caso de que todo saliera realmente mal?

Estos mismos especialistas se ocupan también de elucidar la posición de Estados Unidos y sus aliados asiáticos en caso de crisis mayor. Y, aunque las incógnitas, deberían ser menores, a priori, no hay un convencimiento claro sobre el alcance de una implicación militar de Washington en caso de invasión o de gran acción militar china.

Las consideraciones sobre la eventual conducta de China son especulativas, por lo general, aunque se disponga de un conocimiento considerable sobre los recursos y la capacidad de las fuerzas armadas y los mecanismos de actuación del liderazgo político. Sobre este último factor, que es clave para determinar la decisión final, hay también muchos prejuicios, tanto ideológicos como políticos. La inteligencia académica no es independiente de los grandes intereses económicos y estratégicos desde el momento en que sus trabajos y su estatus social y profesional está sustentada por ellos. 

La tradicional opacidad del poder político en China contribuye a esta clima neblinoso en la percepción de los dilemas y las disyuntivas que pueden pesar en el proceso de toma de decisiones en Pekín. El juicio que se hace al actual presidente chino es prácticamente unánime en el establishment político, militar, diplomático y académico de Estados Unidos y de la inmensa mayoría de sus aliados regionales y occidentales. Se trata de una figura de una gran ansia de poder (no sólo corporativo, también personal), expansionista ante su entorno, convencido de su misión como conductor del proceso de liderazgo chino en esta fase de la civilización. Este dibujo de la personalidad política de Xi tiene base razonablemente justificada en sus actuaciones, discursos y proclamas, pero a los hechos se añaden las motivaciones y los juicios de intención. No es que se haya vuelto a la lógica de la guerra fría, porque, en realidad, nunca se abandonó del todo. Pero sí asistimos a un recrudecimiento de la demonización en la conformación de los análisis y en el diseño de los perfiles de los dirigentes juzgados como hostiles o más bien como peligrosos. 

La unanimidad de los medios adeptos al orden liberal resulta un poco inquietante, si tenemos en cuenta las experiencias de desinformación, manipulación, ocultamiento, sesgos narrativos o falseamiento que hemos padecido en las últimas décadas. El autoritarismo y el ejercicio vicioso del poder de los “enemigos” favorece esta modelación de la opinión pública y hace más difícil una comprensión cabal de los problemas internacionales, que no pueden reducirse a un cuento de buenos y malos. 


NOTAS

(1) Relación de trabajos consultados: 

-“Implicaciones for Taiwan of the divergences in narrative on China’s future”.  RYAN HASS. BROOKINGS, 8 de Agosto.

-“The Taiwan temptation. Why Beijing might resort to force”. ORIANA SKYLAR-MASTRO. (Instituto Freeman Spogli , Universidad de Stanford). FOREIGN AFFAIRS, julio-agosto 2021. 

-“Beijing is still playing the long game on Taiwan. Why China is not poised to invade”. ANDREW J NATHAN (Profesor de la Universidad de Columbia). FOREIGN AFFAIRS, 23 de junio.

-“How to survive the next Taiwan strait crisis”. DAVID SACHS (Consejo de Relaciones Internacionales). FOREIGN AFFAIRS, 29 de julio.

“China’s Taiwan invasion plans may get faster and deadlier”. BONNY LIN (Director de China en el Centro de Estudios estratégicos internacionales de la Universidad de Georgetown) y JOHN CULVER (Oficial retirado de inteligencia). FOREIGN POLICY, 29 de abril.

(2) “China’s military exercices aren’t a crisis- yet”. LEV NACHMAN (Profesor de la Universidad Nacional de Chengchi, Taiwan). FOREIGN POLICY, 5 de Agosto; “Xi Jin-ping may attack Taiwan to secure his legay”. LEE HSI-MIN. (Almirante y ex-jefe del Estado Mayor de las Fuerzas armadas de Taiwan). THE ECONOMIST, 3 de agosto. 

(3) Se encuentra una amplia y muy accesible muestra en Global Times, publicación on line sobre asuntos mundiales. https://www.globaltimes.cn/






EL ENREDO CHINO Y EL RECURSO ANTIYIHADISTA

4 de agosto de 2022

Dos acontecimientos sobre la gestión norteamericana de sus intereses mundiales han ocurrido a la par estos días: la visita de la Presidenta de la Cámara de Representantes a Taiwán y el asesinato del líder formal de Al Qaeda en Afganistán. Distantes y distintos en apariencia, la coincidencia podía no haber sido tan casual.

La política exterior de Biden era, a priori, un valor seguro de la actual administración: por la dilatada experiencia del Presidente en la materia y por contraste con el embrollo causado por su antecesor. Pero, por lo visto hasta la fecha, las expectativas no se han cumplido. La “vuelta a la normalidad”, es decir, la restauración de las alianzas y la “sensatez” en las decisiones se daban por descontado. Pero más allá de eso, se han producido incoherencias y precipitaciones, algo de confusión y cierto oportunismo. Todo ello en un clima de debilitamiento de liderazgo y de incógnitas sobre la salud física y la agilidad mental del Comandante en Jefe. Crece la sensación de que su tiempo se agotará prematuramente.

Con la guerra de Ucrania sin un final claro ni próximo y con la inesperada amenaza de la inflación, han reaparecido los fantasmas de la segunda mitad de los sesenta. Ya es un hecho, aunque todavía sea meramente técnica, la recesión económica. La exhibición de fuerza de la ronda de cumbres de julio (G-7, OTAN, Quad) ha tenido vuelo corto. La gira fallida por Oriente Medio puso más en evidencia las carencias del poderío americano.

En ese contexto de dudas e inquietud, la decisión de Nancy Pelosi de visitar Taiwán sentó muy mal en la Casa Blanca. Se consideró inoportuna, como revela el influyente y bien informado comentarista Thomas Friedman (1) o el cercano Washington Post (2). Biden se abstuvo de abrir otro frente en su partido, cuando el senador demócrata disidente, Joe Manchin, acababa poner fin al veto de su paquete de inversión tecnológica y transición energética. Prefirió poner en labios del Pentágono la opinión desfavorable sobre la visita. Con todo, Xi no se privó de la advertencia con la fórmula indirecta marca de Pekín: “quien juega con fuego, se acaba quemando”.

Pelosi tenía su propia agenda. En el crepúsculo avanzado de su carrera política, como el propio Biden, creyó imprescindible mantener su palabra y seguir adelante con su plan, alentada por republicanos y algunos analistas (3). A estas alturas, no le debió parecer coherente echarse atrás en su desafío al régimen chino, con el que ha protagonizado sonados encontronazos. No le quedaba tiempo para aplazamientos. Es probable que los republicanos ganen las elecciones de medio mandato en noviembre y tenga que dejar su puesto. Sobre ella pesa también la impresión de que es un pato cojo.

Estas gesticulaciones sobre Taiwán forman parte del protocolo rutinario de relaciones chino-norteamericanas. No porque se trate de un problema artificial, sino porque ninguna de las partes quiere que los acontecimientos se salgan del guion. China considera irrenunciable la recuperación de la soberanía sobre la isla disidente desde que los nacionalistas de Chang se atrincheraran allí tras su derrota continental en la guerra revolucionaria. Pero los dirigentes de Pekín proclaman que el calendario de tal restauración les pertenece en exclusiva. No aceptan que se vean empujados a ello.
Con la invasión rusa de Ucrania, han reverdecido los temores a que China lance una operación militar en Taiwán, aprovechando que Estados Unidos está implicado en una guerra europea (8 mil millones de dólares ya en asistencia militar a Kiev). Se trata de cálculos apresurados. China pasa por un mal momento económico, por la COVID y por sus problemas estructurales, que han aterrizado su otrora imparable crecimiento. Políticamente, el momento resulta también delicado, porque faltan tres meses para el 20º Congreso del Partido Comunista, que debe consagrar la perpetuación del poder de Xi Jinping y su control absoluto del país. No es tiempo de crisis exterior (4).

A la postre, el paso de Pelosi por Taiwán ha sido discreto. Las propias autoridades taiwanesas han sido las primeras en calmar las aguas. Aparte de las muestras inevitables de agradecimiento y simpatía, la presidenta Tsai Ing-wen (partidaria del status quo) y las organizaciones económicas y sociales del país se han abstenido de excesos que pudieran irritar más a Pekín. Es lógico: el gigante vecino es receptor del 30% de sus exportaciones. Lo último que se quiere es un sobresalto.

Pero se trata de la calma que precede a la tormenta, avisan otros observadores. Las fuerzas armadas chinas han comenzado unos ejercicios con fuego real que pueden superar cualquiera de las exhibiciones anteriores y dejar pequeña a las crisis de mediados de los noventa. La penetración de aviones en espacio aéreo taiwanés o de buques de guerra en aguas más allá de las 12 millas que marcan el límite marítimo constituirían una violación de las normas internacionales. Pero como China no acepta la existencia formal de Taiwán, no se siente obligada a respetar esas convenciones.

Washington tampoco reconoce a la pequeña China insular como Estado independiente. De ahí que la defensa de Taiwán sea un motivo sempiterno de debate. El propio Biden resultado confuso, también en esto: unas veces ha dicho que los Estados Unidos acudirían en defensa de la isla si es atacada y en otras ha reafirmado la política de una sola China. Brechas en la política oficial de la “ambigüedad calculada”. No sólo es una muestra más de la contradicción entre principios e intereses. Washington quiere que Pekín tenga una duda irresoluble sobre la respuesta americana en caso ataque chino. Es una de las claves de la disuasión actual. Taiwán es la Berlín de estos tiempos (5).

Mientras se cocía la crisis de Pelosi, Biden decidió acabar con Aymar Al-Zawahiri, el compadre de Bin Laden y sucesor formal en la estructura debilitada de Al Qaeda. Al dirigente yihadista se le tenía vigilado desde hace meses, cuando regresó a Afganistán, precedido por su familia. Es inevitable preguntarse si Biden vio la ocasión de desviar la atención del viaje de Pelosi con una operación que concitaría la aprobación general en su país. Oficialmente, la demora se explica por el tiempo que han llevado las estrictas comprobaciones y la evitación de víctimas ajenas a la operación. Misiles hellfire disparados con alta precisión por drones liquidaron al anciano líder islamista. Sin daños colaterales, dicen.  Este elemento es importante. La caza justiciera de yihadistas ha matado a miles de civiles. Según la organización Airwars, entre 22.000 y 48.000 personas sin relación con el terrorismo islamista han sido asesinadas por las agencias militares o paramilitares norteamericanas (6). Si nos quedamos con una cifra media de víctimas, eso supone que, por cada ciudadano muerto en los atentados del 11 de septiembre, Washington ha matado a diez personas ajenas al terrorismo islamista.
Esto no importa mucho en Estados Unidos, salvo en sectores críticos de la sociedad y en la minoría demócrata más progresista. Los términos del debate giran en torno a si la retirada apresurada de Afganistán ha favorecido la reconstrucción terrorista. Para los republicanos, que el líder formal de Al Qaeda se encontrara de nuevo allí, protegido por el nuevo régimen talibán, es una demostración del fracaso de Biden. Pero el presidente considera que estos reproches son infundados. Al acabar tan eficazmente con Al-Zawahiri, cree haber demostrado que se puede combatir el yihadismo sin botas sobre el terreno, sin el desgaste humano y económico de un despliegue militar masivo. 

En las próximas semanas se hablará menos o casi nada del éxito antiterrorista, y mucho más de hasta dónde llevará Xi el alarde militar y los riesgos que ello comporta (7). Estos días, las redes sociales chinas han estado dominadas por un ánimo de revancha de los sectores nacionalistas y cierta decepción anticipada por la percibida falta de contundencia del régimen (8). Es de esperar, no obstante, que la crisis se resuelva por cauces diplomáticos, siempre que Pekín consiga alguna satisfacción. Real o aparente. 


NOTAS

(1) “Why Pelosi’s visit to Taiwan is utterly reckless”. THOMAS FRIEDMAN. NEW YORK TIMES, 1 de agosto.

(2) “The damage from Pelosi’s unwise Taiwan visit must be contained”. EDITORIAL. WASHINGTON POST, 2 de Agosto.

(3) “The last thing we needed was Pelosi backing down from a bully”. BRENT STEPHENS. NEW YORK TIMES, 2 de Agosto.

(4) “Beijing is still playing the long game on Taiwan. Why China isn’t poised to invade”. ANDREW J. NATHAN (Universidad de Columbia, NY). FOREIGN AFFAIRS, 23 de junio.

(5) “How to survive the next Taiwan strait crisis”. DAVID SACHS (Council of Foreign Relations). FOREIGN AFFAIRS, 29 de julio.

(6) “Zawahiri’s killing and the bleak legacy of the ‘war on terror’”. ISHAAN THAROOR. WASHINGTON POST, 3 de Agosto.

(7) “As China plans drills circling Taiwan, U.S. officials fear a squeeze play”. DAVID SANGER y AMI QIN. NEW YORK TIMES, 4 de agosto.

(8) “Ripple effects from Pelosi’s Taiwan visit”. JAMES PALMER. FOREIGN POLICY (CHINA BRIEF), 3 de Agosto.