19 de diciembre de 2018
El sistema de seguridad
internacional arrastra muchos fracasos y alguna que otra vergüenza de
envergadura sonrojante. De muy distinta índole y naturaleza, por supuesto. Todos
importan, en todos sufren sobremanera millones de seres humanos y muchos son
evitables o limitables. Pero en algunos de ellos la incuria o el desprecio se
hacen más escandalosos.
Si echamos la vista no demasiado atrás, cada década
-por establecer un ranking ficticio del dolor- nos ofrece casos de sobresaliente
gravedad. Vietnam y Biafra (en los 60); Bangladesh y Líbano (en los 70), Centroamérica,
Afganistán y el cuerno de África (en los 80); Rwanda, Congo, la antigua
Yugoslavia y Chechenia (en los 90); Irak (en el arranque del siglo XXI); y en está
década que concluye, el drama de la minoría Rohingya en Birmania, Siria y,
sobre todo, la guerra de Yemen (1).
UNA GUERRA CRIMINAL
La guerra de Yemen, como casi todas las que atormentan
el Oriente Medio, presenta causas complejas, difíciles de resumir en poco espacio/tiempo.
Como suele ocurrir, todos los actores involucrados, en mayor o menor medida,
son responsables, ya sean en su acción sobre el terreno, como inductores y/o
protectores.
Yemen es un país fracturado. O un estado fallido, en
la jerga de las cancillerías o y think-tanks.
Junto a Siria o Libia, ha sido uno de los ejemplos de la deriva catastrófica de
la impropiamente denominada primavera árabe.
Territorio supuestamente benigno en una zona de terribles condiciones climatológicas
(la Arabia feliz de los romanos),
Yemen ha sido casi siempre objeto de ambiciones y codicias de sus poderosos
vecinos.
En el tiempo presente, dos grandes potencias regionales,
Irán y Arabia Saudí (ésta última con el respaldo activo de su aliado regional, los
Emiratos) han convertido el país en un sangriento y devastado campo de batalla.
La revuelta democrática árabe de 2011 prendió
también en Yemen, El entonces presidente Saleh, protegido de los saudíes, fue
contestado en la calle, en parte por las adversas condiciones de la vida que
soportaba la población. El autócrata resultó sacrificado en beneficio de su
segundo, Abd-Rabbo Mansur Hadi, un hombre débil y sin base de poder: una marioneta.
Saleh, al frente de tribus y comunidades agraviadas, se alió con sus hasta
entonces enemigos houthies, una minoría
de confesión zaidí (versión local del chiísmo),
para intentar recuperar el poder.
Los saudíes y emiratíes, alarmados por lo que
contemplaron, de manera exagerada, como una injerencia de los ayatollahs iraníes, se comprometieron a
fondo en la guerra, en apoyo de su nuevo hombre de paja. La guerra se
regionalizó irremediablemente. En realidad, se internacionalizó, desde el punto
y hora en que la administración Obama decidió apoyar, siquiera materialmente, a
sus aliados saudíes, en un intento fallido por demostrarles que el acuerdo
nuclear con Irán no desatendía los compromisos estratégicos de Washington con
Riad.
Obama se arrepintió muy pronto de este error lamentable.
El cambio de guardia en palacio elevó al megaheredero
Mohamed Bin Salman (MBS), que se convirtió en gran factótum de la acción
militar. Lo que éste concibió como una gran operación de prestigio terminó
resultando un fiasco clamoroso y una espantosa pesadilla humanitaria, debido a
una estrategia de tierra quemada que ha machacado a la población civil. Pese a una
superioridad abrumadora, los houthies
han resistido. Se han hecho fuertes en la capital, Sanaa, han aguantado el asedio
de los Emiratos en el puerto occidental de Hodeida (punto de entrada del 70% de
las importaciones del país y vía de acceso de la ayuda humanitaria) y han
cobrado una altura inesperada como combatientes. Irán, patrón lejano, no
participante directo en la guerra, ha conseguido debilitar a su rival sin
comprometer tropas ni prestigio. Las dos petromonarquías
del Golfo han arruinado su escaso crédito como naciones civilizadas al
practicar en Yemen un auténtico crimen de guerra, en opinión de numerosas
instituciones independientes.
Trump pretendió proporcionar oxígeno a los saudíes,
halagándolos hasta la náusea, cuando desde no pocas instancias nada sospechosas
de hostilidad hacia el trono absolutista se recomendaba distanciamiento. Tuvo
que ocurrir el monstruoso asesinato del periodista disidente Khashoggi para que
se abriera paso un viraje significativo. Los republicanos han hecho finalmente
de tripas corazón y han hecho valer su mayoría en el Senado para sacar adelante
una resolución que prohíbe la venta de armas que los saudíes emplean en Yemen.
Esta iniciativa se ha solapado, no por casualidad, con la iniciativa diplomática
más sólida hasta la fecha, comandada por la ONU. Lejos aún de unas
negociaciones de paz, la comunidad internacional ha muñido un acuerdo del alto
el fuego en Hodeida, el punto más caliente de la guerra en estos momentos. Sin
embargo, como era de esperar, el silencio de las armas se deja esperar.
LA MAYOR CATÁSTROFE HUMANITARIA DEL MOMENTO
Hasta aquí un resumen apretado de los hechos. El
corolario de la guerra deja un balance pavoroso. En estos cuatro años de conflicto
bélico han muerto más de diez mil personas, la inmensa mayoría civiles. La tres
cuartas partes de la población, unos 22 millones de personas, se encuentran en
riesgo altísimo de perecer de hambre y/o de enfermedades como el cólera y otras.
La infraestructura del país está destruida casi por completo. El tejido
productivo se ha hecho añicos y tardará años en rehacerse. Los reportajes de
Declan Walsh en THE NEW YORK TIMES, entre otros, son aterradores (2).
Yemen se ha ganado la triste consideración de mayor catástrofe humanitaria del momento,
debido a la actuación saudí (sin olvidar la iraní, por supuesto), y la
necesaria complicidad norteamericana. Como ahora reconocen muchos analistas,
Washington podría haber evitado, primero, y concluido, más tarde, este conflicto
sólo con embridar a la casa Saud. Obama no se atrevió, o lo hizo tarde y tímidamente.
Trump alentó y ahora, avergonzado por el caso Khashoggi, deja que sus
colaboradores y sus socios políticos actúen con más propiedad.
En uno de los artículos más reveladores escritos
recientemente sobre la guerra de Yemen, Jeffrey Feltman, subsecretario de
Estado con Obama y luego alto cargo de la ONU, admite que los “Estados Unidos y
otras potencias cerraron los ojos ante las consecuencias de la intervención
saudí” y sostiene que “la única forma expeditiva de concluir esta guerra” es presionar
a Arabia Saudí para que suspenda su campaña militar de forma unilateral y retar
a los houthies a que actúen en consecuencia” (3).
Se trata de una posición compartida por otros
analistas. Bruce Riedel, un veterano responsable de la CIA con un profundo
conocimiento de los desaguisados norteamericanos en la región, sostiene que
Washington podría haber acabado de un plumazo con la pesadilla simplemente con
no proporcionar las piezas de las máquinas de guerra, lo que hubiera dejado a
los aviones saudíes y emiratíes en
tierra (4).
Aparte de detener la guerra (objetivo aún por
conseguir), preocupa y mucho la estabilización posterior (con el antecedente de
Libia como referencia). Daniel Byman avizora un catálogo de peligros (ruptura
definitiva del país con la repetida secesión del sur y fortalecimiento de las
facciones yihadistas). En línea con
la corriente de pensamiento que contempla a Irán como la gran amenaza regional,
Byman considera que, con la guerra concluida, los Estados Unidos pueden reconducir
la ayuda a sus protegidos saudíes sobre bases mejor fundadas, con el objetivo
de frenar el supuesto expansionismo de Teherán en la región (5). Otro analista,
Dana Stroul, detalla los retos que tendrá que abordar la misión diplomática de
la ONU (6).
Cabe preguntarse si el complejo político, militar,
diplomático e intelectual norteamericano ha sacado todas las conclusiones de ocho
décadas de alianza con el régimen absolutista saudí. Todo indica que se
encuentra atrapado en una lógica de interdependencia, obsoleta y notoriamente
perjudicial para sus intereses.
NOTAS
(1)
“Yemen
conflict explained in 400 words”. BBC, 13
de junio; “Yemen: Why is there a war”. BBC,
20 de noviembre.
(2)
“The
tragedy of the Saudi Arabia’s war”, 26 de
octubre; “In Saudi Arabia’s war on Yemen, no refuge by land or sea”17 de diciembre; “Life in Yemen is
Sophie`s choice”. THE ATLANTIC, 29 de
noviembre; “Yemenis are left so poor they kill themselves before the hunger
does”, THE GUARDIAN, 11 de diciembre.
(3)
“The
only way to end the war in Yemen”. JEFFREY FELTMAN. FOREIGN AFFAIRS, 26 de noviembre.
(4) En una larga serie de artículos para la BROOKINGS INSTITUTION detalla su
posición. https://www.brookings.edu/search/?s=bruce+riedel+yemen
(5)
“Yemen
after a Saudi withdrawal. How much would change”. DANIEL S. BYMAN. BROOKINGS INSTITUTION, 5 de diciembre.
(6)
“How
to build on new Yemen agreement”. DANA STROUL. THE WASHINGTON INSTITUTE FOR NEAR EAST POLICY, 13 de diciembre.