OBAMA Y LA FUERZA CENTRÍPETA

13 de febrero de 2009

El presidente Obama ha conseguido sacar adelante un programa de estímulo económico –no su programa original-, con el que presuntamente afrontará la recesión y tratará de poner de nuevo al país en la senda del crecimiento. En total, se dedicarán 789 mil millones de dólares (49 mil millones menos de los inicialmente presentados)
En la gestión de esta iniciativa han operado dos fuerzas no necesariamente complementarias y, quizás, no coincidentes: lo que Estados Unidos –y el mundo- necesita y lo que el instinto de reforzamiento político por el que se ha conducido el Presidente.
Lo que el país necesita, a juicio del propio Obama y de la mayoría de sus asesores, es un programa ambicioso de estimulo. Recetas keynesianas de gasto público, de atención a los más desprotegidos en la crisis, de alejamiento de las clásicas políticas liberales y de renuncia a regalos fiscales. En esta línea militan una buena mayoría de los demócratas, aunque sea difícil efectuar un recuento preciso.
Pero lo que el instinto de reforzamiento político le aconsejaba a Obama era no imponer la mayoría demócrata para sacar SU programa, sino ponerlo en circulación negociadora para, a cambio de ciertas concesiones, lograr un apoyo lo más amplio posible en el legislativo. En realidad, sobre el plan pesaban reservas y observaciones no sólo de los rivales republicanos, sino también de correligionarios demócratas más cautelosos.
Los republicanos son hoy más débiles que en noviembre en el Congreso. Pero la recomposición ideológica del GOP se ha escorado a la derecha. Curiosa consecuencia del aluvión Obama. El país ha girado a la izquierda –o al centro, desde la derecha- , pero el segmento conservador ha profundizado la orientación derechista. Un candidato presidencial supuestamente más cerca del centro –McCain- no ha servido para centrar al partido en el Congreso. El electorado republicano ha preferido que Obama tuviera un contrapeso legislativo con más carga derechista.
Por tanto, lo estratégico no operaba en la misma dirección que lo táctico. La fuerza de la necesidad se veía contrapesada por la fuerza de la conveniencia. La fuerza de la necesidad precisaba de una energía decidida, progresista en este caso. La conveniencia empujaba al centro: era una fuerza centrípeta.
Esto debía ser conocido por los estrategas de la Casa Blanca cuando abordaron el juego de fuerzas en la gestión del programa de estímulo económico. No era previsible que los republicanos aceptaran simples retoques. Y así fue en las primeras fases del trabajo legislativo. Frustrado por la falta de respuesta positiva de los republicanos en la Cámara de Representantes, Obama dio instrucciones para efectuar concesiones. Las reticencias de algunos demócratas más centristas –los fiscalmente prudentes- complicaron las negociaciones y reforzaron indirectamente la tenacidad republicana.
La revisión en el Senado dejó un sabor amargo, porque se eliminaron, redujeron o modificaron algunas prioridades. Una última ronda consiguió mitigar un poco las concesiones, que habían provocado frustración en la mayoría de los demócratas. Pero, con todo, no se ha podido evitar que el programa final contuviera:
-Recortes en las asignaciones a los gobiernos de los estados para la inversión en la construcción y renovación de infraestructuras generadoras de empleo.

-Recortes en el programa de construcción de escuelas.

-Recortes en los programas sociales (ayuda escolar, comedores públicos, subsidios a los desempleados, etc.).

-Retirada de un programa que proporcionaría seguro médico urgente a los parados.

-Rebajas fiscales en una cuantía de equivalente a un tercio del valor de todo el paquete, lo que limitará la capacidad de maniobra de las administraciones para relanzar la economía.

El acuerdo final en la Cámara baja se completará este fin de semana y probablemente se rubricará con una firma solemne la semana que viene en hora de máxima audiencia televisiva. Todo para solemnizar esta primera manifestación del consenso.

Aspirar a una política de consenso es, en principio, razonable, y más en momento de conmoción nacional. Pero es crucial saber si la Casa Blanca había calculado el precio de su estrategia bipartidaria. Porque el consenso es un instrumento, no un fin en sí mismo.
Con todo, lo peor es que, en la búsqueda del centro, Obama ha cosechado un resultado pírrico: los suyos le han respaldado, pero apenas tres senadores republicanos terminaron dando su apoyo. Los demócratas más ambiciosos, incluida su líder parlamentaria, Nanci Pelosi, cree que se ha ido demasiado lejos en las concesiones.
Lo mismo ocurre con numerosos economistas escarmentados de las recetas fiscales y neoliberales. El Nobel Krugman calificaba de “destructora” esta presión centrista. “Se ha confortado a los confortados y afligido a los afligidos”, ha escrito en el New York Times. Sólo una política keynesiana contundente, sin complejos, podrá cambiar el rumbo económico del país, sostiene Krugman. Las concesiones fiscales no sólo serán inútiles, sino que agravarán el déficit público del país, que llegará al 8,3% del PIB.
Otros también ponen sordina a este “triunfo” de Obama. “No hay motivo para sacar el champán”, ironiza el NYT. “La agenda del miedo se ha impuesto a la agenda de la esperanza”, resume un analista de la liberal Brooking Institution. “Esto no constituye un New Deal”, proclama THE NATION.
Las cautelas con el gasto para relanzar la economía contrastan con la liberalidad empleada en el programa paralelo de rescate del sistema financiero, que costará el triple: dos billones y medio de dólares.
Hemos dicho alguna vez que Obama tiene tanto potencial para cambiar Estados Unidos como para decepcionar. Por el estilo de su política, por su instinto de aglutinar. Obama no es un idealista obligado a ser pragmático. Es un pragmático que cree en la eficacia de un discurso idealista.