TURQUIA: APERTURA A ORIENTE, INQUIETUD EN OCCIDENTE

15 de septiembre de 2011

Uno de los asuntos laterales más apasionantes del pulso diplomático y publicitario en torno al reconocimiento del Estado de Palestina en la ONU es el papel creciente de Turquía. Algunos analistas, como se mencionó aquí algunas semanas, creen que se está fraguando una segunda república en aquel país de setenta millones de habitantes, puente entre Oriente y Occidente, aliado atlántico respetado y respetable y vigorosa potencia económica en alza, aunque no todavía con credenciales suficientes para añadir 'T' al paquete BRIC de los países emergentes.
El primer ministro Erdogan es uno de los dirigentes extranjeros más populares en un mundo árabe en convulsión. El más importante, podría decirse, sin apenas riesgo de error. No es ya que supere a Obama -si es que alguna vez el presidente norteamericano consiguió hacerse querer sólidamente. Es que casi es observado como una referencia alternativa. Que goce de un poder incomparablemente inferior, sólo es un inconveniente menor. De Erdogan gusta el proyecto de cambio tranquilo, pero firme, y una prosperidad sólida pero autónoma. Pero, además, algo que Obama no puede ofrecer: hablarle claro y sin doble lenguaje a Israel.
Ya es un acontecimiento que un primer ministro participe en una cumbre de la Liga Árabe como ha hecho Erdogan hace unos días. Y no para deslizarse por la retórica habitual en la zona. El primer ministro turco, voluntariamente o no, se ha convertido en el embajador más enérgico de la causa palestina y de la causa árabe (ésta última más ambigua y escurridiza).
Erdogan presente credenciales de autenticidad que Obama sigue sin ofrecer. Cuando dice ante la Liga Árabe que el reconocimiento del Estado palestino en la ONU no es una opción diplomática sino una 'cuestión de justicia' no se limita a esa 'langue du bois' tan habitual entre los dirigentes árabes. Lo respalda con el incidente de la flotilla de Gaza. El ataque de la marina israelí, los nueve turcos muertos, el pulso diplomático en tornos a los informes (dos) de las Naciones Unidas, el agrio intercambio de reproches y acusaciones y, por últimos, la crisis de los embajadores (retirada del turco, llamada a consultas de israelí) acredita que Erdogan no está haciendo 'posturing', no se limita a sacar pecho. Es una manifestación de independencia.
El momento es propicio como ningún otro en décadas, según coinciden muchos analistas. Las revueltas democráticas árabes han propiciado el debilitamiento de unos regímenes corruptos y gastados, sin que, de momento, hayan podido construir una alternativa. Ésa es la gran preocupación del momento en la vigilada Libia, pero también en los otros países del norte de África donde prendió el impulso del cambio. Turquía fué evocada por muchos como un modelo a seguir. Los elementos que se concilian para dibujar la alternativa son: una autoridad civil fuerte y con respaldo popular, un islamismo orgulloso aunque moderado, una prosperidad creciente que empieza a notarse entre los más desfavorecidos, una nueva dimensión exterior tras décadas de aislacionismo servilista.
Naturalmente, permanecen muchos factores que obstaculizan este presentido liderazgo de Turquía en la región: el recuerdo del Imperio Otomano como potencia opresora, la dependencia de Occidente, tan forzada como conveniente en algunos aspectos, y el carácter aún incipiente -por tanto, frágil de esa nueva República en ciernes.
EL PESO DE LA AMISTAD CUESTIONADA
Pero hay otro factor que aconseja la prudencia. La amistad israelo-turca tiene sólidos fundamentos y anclajes fornidos. Prueba de ello es que la tensión política, diplomática y mediática no ha debilitado todavía la buena salud de las relaciones económicas bilaterales. Turquía sigue siendo uno de los principales socios comerciales de Israel. Cuatro mil millones de dólares en intercambios mercantiles avalan esta realidad.
Pero hay otro ámbito de especial importancia: la cooperación militar. Naturalmente, este capítulo podría ser el primero en resentirse si la acritud política se sale del cauce. Turquía ha contado con la tecnología militar israelí para consolidar su posición de potencia en el Mediterráneo, pero sobre todo, para actuar con sistemas no convencionales contra la guerrilla kurda del PKK. El ejemplo más elocuente son los aviones con los que la aviación turca pone al descubierto los escondites y campamentos en las montañas kurdas.
En reciprocidad, los militares turcos son muy apreciados en Israel: por su profesionalidad y por su orientación pro-occidental, pero también como fuente de valiosa información. Erdogan acaba de ganar un pulso a las Fuerzas Armadas turcas al imponer, por primera vez en décadas, el criterio civil sobre el castrense en un asunto de promociones y nombramientos. El episodio resultó revelador de la fortaleza del primer ministro. La dimisión de toda la cúpula militar y el ascenso a los puestos de mando de las figuras más próximas al jefe del gobierno pareció confirmar que una revolución silenciosa estaba produciéndose en la milicia, el pilar fundamental del kemalismo. ¿Pero está dicha la última palabra?
El garante de la cooperación israelo-turca es Estados Unidos. Hasta el punto de que, en realidad, no cabe hablar de una relación bilateral, sino trilateral, según la expresión de Fabio Romano, profesor de Relaciones Internacionales en Trieste. Para Washington, esta ruptura entre Tel Aviv y Ankara resultaría un problema de envergadura. Ambos países han constituido el eje de la estrategia de seguridad norteamericana durante décadas. Estados Unidos no está preparado para una alteración decisiva de este recurso.
Hasta ahora, el Departamento de Estado se ha abstenido de 'vaciar' el espacio adquirido por Ahmet Davotoglu, el ambicioso e 'innovador' ministro de Exteriores turco. Con cautela, la diplomacia norteamericana ha preferido aprovechar el impulso positivo que el islamismo moderado de Erdogan podría imprimir al nuevo rumbo en los países árabes convulsos. Como una especie de antídoto contra derivas fundamentalistas radicales. Otro buen ejemplo es la condena turca de la represión en Siria, un vecino con el hasta ahora se estaba en buenos términos. Pero los síntomas 'negativos' se percibían desde hace tiempo. Ya costó asimilar en el Pentágono que Erdogan se mostrara tan colaborador con Teherán en la disputa por el control de la energía nuclear iraní. No es previsible que Washington admita ahora que la 'renacida' potencia turca desequilibre el juego de alianzas regionales. Y más cuando Obama necesita demostrar a su electorado judío que sigue protegiendo los intereses de Israel.
En definitiva, Turquía como oportunidad y como problema. Ése es el dilema que Occidente se plantea con el antiguo 'enfermo de Europa'. A ese mundo que oprimió durante siglos, el espacio árabe, se abre de nuevo la otrora 'Sublime Puerta', ahora proyectando un nuevo proyecto. Algunos han sentido una corriente molesta, perturbadora.